Disclaimer: Harry Potter es propiedad de J.K Rowling. Esto lo hago por diversión y no me reporta ni un sickle (y sepan que falta me hace).

Este fic participa en el reto "Olores de Amortentia" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black".

Chocolate caliente

Luna no había hablado desde que llegaron a la cabaña. Apenas entraron ahí, protegidos del intenso frío del exterior, se encerró en el baño y no salió hasta varias horas después con el pelo mojado y envuelta en un grueso sweater de lana. Después, se había instalado junto a la chimenea y había sacado una ajada copia de los cuentos de Beedle el Bardo y se había acurrucado para leerlo.

Rolf no sabía qué decirle. Suponía que la chica estaba desilusionada por no haber podido encontrar snorkacks de cuernos arrugados. Pero algo le decía que no era sólo decepción. En el silencio de la muchacha había algo más. Porque son pocas cosas las que pueden hacer que la mirada de Luna se oscurezca de esa manera. Recordar la guerra u oír la tos de su padre que empeora día a día. A Luna le pasa algo.

Él no sabe cómo acercársele. A veces, cuando los recuerdos de la guerra la agobiaban en alguno de sus muchos viajes por el mundo, ella le pedía que la abrazara hasta que se quedaba dormida en sus brazos. En esas ocasiones, Rolf la tomaba en brazos y la llevaba hasta su cama para irse inmediatamente a la suya; Luna le parecía tan frágil que temía que un mal movimiento de su parte para romperla. Al día siguiente, los dos pretendían que nada había sucedido. Aunque Rolf no era el chico más perceptivo del mundo, sabía que Luna no quería hablar de la guerra.

Sin embargo, la tristeza que veía en sus ojos en esa cabaña al norte de Suecia era distinta a la del miedo de la guerra. A Rolf le parecía que estaba decepcionada. Recordó que cuando su madre lo veía preocupado por algo, le preparaba chocolate caliente con malvaviscos. Por alguna razón, eso siempre lo hacía sentirse mejor. Quizás también le sentaría bien a Luna.

La cocina de la cabaña de la montaña era pequeña, pero estaba bien equipada. Rolf agradeció que su madre (que a veces pareciera que ve el futuro) le hubiera guardado en la mochila una lata de chocolate en polvo y una cajita con malvaviscos pequeños. Mamá lo conocía tan bien.

Al volver a la diminuta salita, Rolf llevaba dos tazas llenas de chocolate caliente, donde flotaban algunos malvaviscos mágicos de los que cambiaban de colores.

—¿Quieres? —le preguntó a la muchaha, quien al oírlo levantó la cabeza de las gastadas páginas del libro.

—Gracias, Rolf —musitó aceptando la taza que él le tendía. El chico se sentó en el otro sillón y acercó la taza a su cara, aspirando el vapor que proviene de ella—. De verdad quería encontrarlos- Quería que papá los viera —murmuró y Rolf supo inmediatamente a qué se refería. Su voz era suave y tenía un dejo de tristeza que el chico odió con todo su ser.

—Lo siento mucho —susurró mientras acercaba nuevamente la taza a su rostro. Se odiaba a sí mismo por ser un cobarde y por ser incapaz de consolarla ante esa decepción.

—Se te han empañado los anteojos —comentó Luna esbozando una sonrisa. La primera sonrisa que él le veía desde que habían terminado de peinar el último bosque sin rastros de los snorkacks. Desde que había tenido que asumir que los animalillos no existían y que sólo habían sido un invento de su padre.

Él le sonrió a su vez. Era uno de los inconvenientes que traía usar gafas. Se las quitó para limpiárselas con el pañuelito que siempre llevaba en uno de sus bolsillos. Estaba tan concentrado en la tarea que no se dio cuenta de que Luna se había inclinado hacia él y lo estaba mirando con curiosidad.

—Tienes los ojos bonitos —soltó como si nada. Y Rolf, como si aún fuera un adolescente, se sonrojó hasta la orejas.

Y decidió que era ahora o nunca. Llevaba mucho tiempo evadiendo decirle lo mucho que la quería y eso se iba a acabar inmediatamente.

MegustasmuchoLuna —dijo apresuradamente y al ver la mirada que ella le dirigía se insultó mentalmente. ¡Menudo idiota que estaba hecho! Obviamente no le había entendido nada. ¿Cómo podría haberle entendido si lo había escupido de una? Inhaló y exhaló para calmarse y repitió—: Luna, me gustas mucho.

Por un momento, temió haber cometido una tontería. ¿Y si a Luna no le gustaba él? Eso sería un desastre. Pero en los últimos meses se había dado cuenta de que ella también buscaba excusas para estar con él y que a veces lo miraba de una forma que a él se le hacía conocida. ¿Sentiría ella lo mismo por él? Durante unos segundos, que parecieron siglos en la mente de Rolf, ella no dijo nada.

—Tú también me gustas —dijo al fin mordiéndose el labio inferior—. Me gustas mucho, Rolf. No… no me tratas como la mayoría de las personas.

Luna se veía preciosa con el pelo mojado rodeándole el rostro y con esa sonrisa que acababa de aparecer en sus labios nuevamente. Porque una de sus mejores cualidades era ese optimismo a toda prueba. Aunque todo pareciera ir horriblemente mal, ella siempre encontraba algo por lo que alegrarse.

Y por eso, y muchas cosas más, Rolf la quería.

En ese preciso momento, hizo lo que llevaba queriendo repetir desde ese campamento en el desierto, casi dos años atrás.

Se acercó a Luna y la besó.

Esta vez no había ningún animalillo al que culpar.

FIN


¿Les gustó? Yo ya estoy medio enamorada de Rolf; me parece que el chico es demasiado adorable para su propio bien. Pero es de Luna y punto. Además, juntos son la cosa más tierna que he escrito jamás. ¡Me lo he pasado genial escribiendo sobre ellos!

Espero que les haya gustado. ¡Saludos y hasta la que viene!

Muselina