N.A:Este es mi primer fanfic de Dragon Ball. Me entró la nostalgia por esta serie de mi infancia, en parte por la fantástica parodia de Team Four Star, Dragon Ball Abridged.

El fic es de una pareja crack, Bra x Broly, aunque contiene muchísimas parejas más, como Vegeta x Bulma, Goku x Chichí, Videl x Gohan (es decir, las de siempre) y también de la nueva generación. Estas parejas, sin embargo, son tocadas como secundarias en momentos ocasionales, ya que la historia se centra en la pareja central y en otros temas.

Es multigenero, es decir, toca diversos géneros, y el amor es solo uno de ellos: la comedia es recurrente, también puede ser dramático y, por supuesto, porque por algo está en rating M, tiene escenas subidas de tono.

La historia se sitúa en el universo de Dragon Ball Z sin tener en cuenta GT, por lo que Goku sigue en el planeta Tierra, con su familia y también como maestro de Uub. Han pasado unos catorce años desde la última batalla, por lo que Bra tiene unos diecisiete años. Puede que encontréis algunos desajustes cronológicos debido a los recientes cambios en la cronología, pero intentaré corregirlos conforme vaya reeditando la historia.

Antes de empezar a leer, os hago dos advertencias. La primera es que he tenido que romper las reglas de las Dragon Balls para poder llevar a cabo esta historia, como la regla de que nadie puede ser revivido si pasa un año de su muerte, y también la regla de los 130 días de recarga.

Además de eso, no os dejéis engañar por la primera persona de estos cinco primeros capítulos, porque a partir del sexto todo está narrado en tercera persona.

Espero que os guste.

CAPÍTULO REEDITADO

Instinto animal

Capítulo 1

Un juego peligroso

¿Hola? ¿Se me oye bien? Probando, probando… espero que esta grabadora de la época de mi abuelo capte mi voz, y no estoy hablando de mi abuelo materno precisamente, sino del paterno, que si no hubiera sido liquidado junto al resto de su planeta hace muchos años, no sé cuánto hubiera vivido. ¿Cuánto puede vivir un saiyan? ¡Ese es un buen punto para empezar a investigar!

Cuando se lo pregunto a mi padre, siempre dice lo mismo. Se ríe y, con su altanería de siempre, dice —los suficientes como para sobrevivirte, mocosa—. ¿Eso cuánto es? Si tenemos en cuenta que él vino a este planeta con veintiocho años más o menos… ¡Ahora mismo tendría unos sesenta! Y las escasas mujeres que lo ven —que no son muchas— le ven un atractivo indecente. Es curioso, porque mi padre ni tiene buen genio ni una expresión en la cara que te haga desear acercarte mucho a él. Tampoco es muy alto que digamos. Supongo que eso lo hace parecer misterioso.

Mi madre dice que he heredado la altura de él, y la charlatanería de ella. Por suerte, también he heredado parte del rostro de mi madre, que a sus cincuenta y nueve años sigue siendo muy guapa. De mis padres no he heredado mucho más, salvo el intenso apetito, el mal carácter de mi padre cuando me siento insultada o subestimada y, quizás, la insistencia de ambos. Si quiero algo, no paro hasta conseguirlo. A diferencia de lo que piensa la gente, no soy una chica de caprichos. ¡No podía ser de otra manera con ellos como mi familia!

Por otra parte no he heredado la inteligencia de mi madre, algo que me habría preocupado en su momento. En mis casi dieciocho años de vida, jamás he creado un invento revolucionario ni me he peleado con nadie, excepto con mi hermano mayor, Trunks.

Cuando yo tenía cinco años y jugaba con mis muñecas, mi hermano ya tenía la edad que tengo yo ahora, y aun así me despedazaba los peluches para rellenar su almohada, me obligaba a ver pelis de zombies —recuerdo que en una de estas ocasiones, tuve que dormir con papá y mamá durante más de un mes, y papá encerró a Trunks en la cámara de gravedad, matándolo a entrenar hasta que se le pasó el enfado—, y leía mi diario para reírse de mí. ¡No tenía gracia! Por aquel entonces tenía a Goten en un pedestal como mi amor platónico, y mi hermano no tardó nada en contárselo, e incluso en enseñarle mi diario lleno de corazones y de dedicatorias: señora de Goten, o… Bra y Goten siempre juntos, o… tendremos diez hijos, un castillo y veinte perros.

¡Maldito fuera! Esta broma le costó diez nalgadas por parte de mi padre. Sí. Fue humillante que mi padre lo pusiera sobre sus rodillas con casi veinte años y le moliera el culo a golpes, pero también fue muy divertido ver cómo se le saltaban las lágrimas. Seamos sinceros. Mi padre es duro, y aunque nunca me dio una nalgada, sé que tienen que doler si vienen de su mano de súper saiyajin cabreado.

Ahora Trunks no me hace caso. Tiene casi treinta años y trabaja codo con codo con mamá en la Corporación Cápsula. Lo seguirá haciendo hasta que mamá se jubile, y entonces él ascenderá a director de la corporación. Ahora es un aburrido. Si su cuerpo no se lo pidiera, no entrenaría, y aun así no es uno de sus pasatiempos favoritos.

Ahora que mamá y Trunks están casi siempre fuera de casa, paso más tiempo con papá que con nadie. Es curioso oír hablar a la gente sobre él, porque no tienen ni idea, o al menos no lo comprenden como yo. Es cariñoso a su manera. Habla mucho a su manera. También paso mucho tiempo con el señor Goku, o Goku —odia que lo llamen señor—. Desde que hay paz en el planeta, mi padre y Goku parecen aburrirse muchísimo, y casi todas las semanas destrozan algo en una pelea. Seguramente pelearían todos los días si no tuvieran que recuperarse de sus heridas a la antigua usanza.

Es curioso que una chica de mi edad pase los sábados viendo cómo su padre se pelea con el abuelo de su mejor —única— amiga, pero solo cuando estoy con papá siento algo de comprensión, aunque no sea con palabras.

Aunque siempre he sido muy popular, nunca me ha gustado salir a la calle salvo para ir de compras. Siento que los que me rodean distan mucho de mí, y no de buena manera. Están por debajo, y eso es un hecho dada mi herencia mestiza. ¡No es culpa mía, es la realidad! Me aburro mucho con los humanos, y a veces siento vergüenza al ser consciente de sus debilidades y limitaciones. Podría aplastar a todos los chicos que conozco con el dedo meñique, pero nunca lo he intentado, quizás por respeto, quizás porque mi madre es humana y, más que odio, siento algo de lástima por las personas que tienen capacidades tan limitadas, aunque yo no sea mucho mejor que ellos.

Como decía, nunca he peleado. Sé volar porque aprendí por mí misma con solo mirar a papá y a mi hermano alzarse sobre el cielo. Aprendí incluso antes que a caminar, y es lo mejor que he aprendido en toda mi vida. Pero nunca me vi en la necesidad de pelear. Hace unas noches peleé por puro instinto. Pasear por Calle Iguana para volver a casa andando en plena noche no es que sea una buena idea, pero lo hice y encontré dificultades cuando tiraron mi ropa recién comprada al suelo y me pusieron un arma blanca bajo el cuello. Nunca había utilizado mis facultades hasta entonces y fue impactantemente fácil y fascinante, acaparador y emocionante, como si siempre hubiera sido un pez fuera del agua que ha vuelto a su ambiente por unos segundos.

Nunca me había sentido tan bien. La ropa ajada ni siquiera me importó, y la satisfacción al ser consciente de mi triunfo fue la mejor experiencia que haya podido vivir. Por primera vez, sentí orgullo propio.

Supongo que es normal. Si Trunks ha heredado el intelecto de mamá, yo debo haber heredado ese algo de papá.

Peleé con Pan, pero ella está muy por encima de mí porque ha sido entrenada desde que era una niña por su padre y su abuelo. Decidí pedirle a papá que me entrenara para pelear, pero él me lanzó esa mirada suya, tan penetrante, tan inalterable, y se rió.

—No digas tonterías— me dijo. —Ve a jugar por ahí o a comprar ropa. No me molestes con gilipolleces.

Insistí. Él sabía que cuando yo decía algo, no hablaba en balde. Cuando le dije que Pan era más fuerte que yo porque Goku la entrenaba, se puso serio… y me mandó al cuerno. Prácticamente me sacó a patadas de la cámara de gravedad, pero al día siguiente seguí insistiendo. Él debería haber supuesto que no me rendiría fácilmente, porque si algo tenían los saiyajin muy agudizado eran los instintos.

Ellos saben cosas que un ser humano nunca sabría, como que habrá una ventisca dentro de tres días cuando el hombre del tiempo dice que hará sol, o saben exactamente cuándo es tu periodo de ovulación. Sus instintos están muy agudizados, como los de los animales.

—¿Para qué demonios quieres entrenar?— me preguntó. —Nunca te ha interesado.

—Pues ahora sí. ¿Qué pasaría si apareciera un alienígena para matarnos a todos en el futuro? ¿Qué pasaría si tú o Goku ya hubierais muerto? El planeta quedaría desprotegido.

—Tu hermano es fuerte— Trunks se atragantó con la comida cuando mi padre lo alabó. No estaba acostumbrado a que lo hiciera. De hecho, nadie estaba preparado para una alabanza por parte de mi padre, el príncipe de los saiyajin, el mismísimo Vegeta. —Si eso te preocupa, él te protegerá. De todas formas, yo viviré mucho más.

—¡Pero quiero ser capaz de defenderme por mí misma! Además, creo que lo necesito. ¡Una parte de mí me lo pide a gritos! ¡No pienso ser inferior a Pan, papá! ¡Soy la hija de un príncipe de raza pura! No puedo quedarme atrás.

Mi padre me miró fijamente, evaluando mis palabras. Todos nos quedamos callados alrededor de la mesa, pues papá había dejado de comer, y eso solo podía significar que se avecinaba pelea.

—No voy a entrenarte— sentenció.

—Bueno, quizás yo podría enseñarte lo básico… —dijo mi hermano, hablándome por primera vez en días. Supuse que intentaba usarme como válvula de escape de su agobiante trabajo, o quizás se sentía culpable porque ya apenas estaba conmigo.

Pero la respuesta de mi padre fue tajante.

—Trunks tampoco lo hará.

Papá se levantó con la comida a medio comer y depositó los platos en el fregadero.

—Pero Vegeta, ¿por qué no?— intentó convencerle mi madre. —No voy a negar que no me hace mucha gracia, pero si quiere pelear, deja que por lo menos lo intente. Se cansará enseguida.

La "abrumadora" confianza que mi madre depositó en mí me hizo gruñir, pero nuevamente mi padre se negó.

—He dicho que no, y no quiero volver a hablar más del tema.

—Pero Vegeta…— repitió mi madre.

—Cierra la boca, Bulma. Tú no tienes nada que ver en esto.

Mi hermano y yo abrimos la boca de par en par. Mi padre nunca pronunciaba el nombre de mi madre, al menos no en público. Siempre le decía "mujer", y con el tiempo, este sobrenombre se había convertido en una especie de apelativo cariñoso, o al menos así nos gustaba verlo.

Mi madre, que también tiene un genio de mil demonios, golpeó la mesa y se levantó tirando la silla al suelo.

—¿Qué no tengo nada que ver? ¡¿Con quién crees que estás hablando, mono del demonio?! ¡Yo parí a Trunks y a Bra, estúpido chimpancé arrogante!

—¡No me grites, mujer! ¡Si he dicho que no tienes nada que ver, es que no tienes nada que ver, ni tampoco nada que opinar!

Empezaron a pelearse. Las peleas de mis padres eran monumentales. Sus gritos llegaban hasta el Monte Paoz, pero lo peor de todo no era eso, sino las reconciliaciones. Lo siento, pero no pienso indagar en el tema. Se me revuelve el estómago de imaginarlo.

El caso es que, más tarde, cuando papá volaba por algún lugar de la Tierra para calmar su furia y mamá retocaba furiosa unos cables de no sé qué experimento, me acerqué al cuarto de mi hermano.

—Ni lo sueñes— fue su respuesta cuando me asomé sin hacer el más mínimo ruido. —Me gusta pelear, pero no soy un suicida. Si papá dice que no, no pienso arriesgarme. ¿Tienes idea de lo que duelen sus golpes? Claro que no, ¡a ti nunca te ha pegado! Pregúntaselo a Goku, a ver qué te dice.

Salí de allí con una buena idea en la cabeza, no sin antes llamar cobarde a mi hermano, que me lanzó la almohada por la ventana, desequilibrando mi vuelo ligeramente.

Cuando llegué al Monte Paoz, lo primero que hice fue correr hasta Pan, que muy a regañadientes, estudiaba en una mesa fuera de casa perseguida por la mirada de Gohan y la de Videl, que en aquel momento daba fuertes martillazos al techo de la casa.

—He venido a pediros un favor— fue mi saludo para la pareja. Todos ellos me conocían desde pequeña, y sabían que no era una chica que se andaba con rodeos, al igual que mi madre. Además, el orgullo me estaba jugando una mala pasada, porque en cuestiones de pelea o de estudios, no me gustaba para nada pedir ayuda, y mucho menos a la familia Son. Por mucho que Pan fuera mi amiga, la sangre de mi padre corría por mis venas, y el orgullo al reconocer que tenía un problema o que necesitaba ayuda me carcomía las entrañas. —Quiero que me entrenéis— pedí, sin más.

Gohan y Videl se miraron con extrañeza, y Pan saltó de alegría.

—¡Claro que vamos a entrenarte! Esperaba que este día llegara tarde o temprano. Eres la hija de Vegeta después de todo— gritó mi amiga. —Por fin tendré alguien con quien lucirme de igual a igual.

—Pero, ¿por qué no te entrena Vegeta? Él sabe mucho más de lo que nosotros podríamos enseñarte— dijo Gohan.

—Se niega. No entiendo por qué. Se ha enfadado mucho cuando se lo he pedido, y yo que pensaba que se alegraría…

—Bueno… me alegra que hayas pensado en mí, pero el que entrena a Pan es mi padre. Yo siempre estoy demasiado ocupado.— Gohan se rascó la cabeza con gesto despreocupado.

Sinceramente, prefería a Goku antes que a Gohan. Sospechaba que Gohan era demasiado clemente, y yo necesitaba a alguien que hiciera explotar mi potencial cuanto antes. Algo me decía que, a pesar de su aspecto de hombre despreocupado, Goku me daría lo que necesitaba.

Pan se saltó las clases alegremente a pesar de los gritos recriminatorios de Videl, y las dos corrimos hasta la pequeña casa donde vivían Goku y Chichí. Tenía entendido que Goten se había ido a vivir solo a la capital hacía ya varios años, cuando empezó a trabajar en la Corporación Capsula junto a mi hermano.

No hizo falta que entráramos en la casa, pues Chichí salió agitando una sartén en la mano con cara de pocos amigos.

—¡Mira quién ha venido, abuela!— gritó Pan.

—Cuánto tiempo, señora Son— la saludé yo.

Chichí era muy efusiva con nuestra familia, y siempre que me veía me agarraba de las mejillas, me las apretaba con demasiada fuerza, y me decía cuánto había crecido y cómo de guapa me había vuelto. También me decía que tuviera cuidado con los chicos de la capital, porque eran unos babosos. No necesitaba esa información, porque lo sabía de primera mano.

Después del ritual sagrado de la abuela Chichí, lo vi.

Siempre que lo veía, un respeto inmenso me hacía estremecer. Allí estaba él, el hombre más poderoso del universo, tumbado tranquilamente sobre el césped, bajo la sombra de un abeto, roncando pacíficamente mientras dormía. Goku no envejecía, al menos no como para notarlo, y siempre que lo veía tenía el mismo aspecto juvenil de siempre.

Pan y yo nos acercamos a él tras las órdenes de que lo despertáramos y lo hiciéramos entrar a casa a patadas. Mamá me había contado muchas cosas sobre Goku, las suficientes como para saber que no quería darle una patada mientras dormía en la vida, porque podría ser lo último que hiciera. Mi padre no solía hablar de él si no era para insultarlo, pero cuando notaba su presencia o salía el tema, el respeto que le tenía se hacía presente en sus ojos oscuros.

Yo tragué saliva, observándolo de cerca pero a una distancia prudencial.

—Abuelo— lo agitó Pan. Goku se revolvió. Estaba babeando. —¡Abuelo, despierta!— le gritó su nieta, y de repente Pan agitó el puño y le atizó al hombre más poderoso del universo en la mejilla. Yo me sobrecogí y me aparté. Entonces, con la mejilla hundida y todavía babeando, él abrió los ojos y se levantó con un último ronquido.

—¿Eh… qué? ¿Ya es la hora de la comida?

—No todavía, pero la abuela quiere que te levantes ya.

Goku así lo hizo. Se estirazó, se limpió la baba con el antebrazo y sacudió la cabeza. Por mucho que lo viera, su altura siempre me sorprendía.

Como he dicho, he heredado la estatura de mi padre, que no es mucha.

—¡Hola, Bra! ¿Qué haces aquí? ¿Has venido a comer?

Prefería ignorar ese comentario. Entendía perfectamente por qué el orgullo de mi padre había estado tan herido durante tantos años. Ser derrotado por Goku, que a veces parecía tener un leve retraso mental, debía ser un duro golpe.

—¿Puedes entrenarme?— le pregunté, sin más.

—¿Yo?— pestañeó —¿Por qué yo? ¿Y Vegeta?—

—No quiere entrenarme, y estoy harta de ser tan débil. ¡Quiero pelear y necesito que alguien me entrene! ¿Puedes entrenarme como haces con Pan? ¡Por favor, Goku!

Goku arrugó la cara. Por un momento, pensé que se había molestado enormemente por haberle llamado con tanta familiaridad, pero en lugar de eso, sus tripas soltaron un rugido.

—¿Por qué no te quedas a comer? Luego podemos hablar sobre eso.

Definitivamente entendía el orgullo herido de mi padre.

—¡Por favor, entréname a mí también como haces con Pan!— volví a pedirle después de terminar de comernos el oso.

Oh, sí. Habíamos comido oso. ¡Uno entero de por lo menos 300 kilos! Mientras Goku se terminaba las costillas, yo le hablé sobre la gran negativa de mi padre y sobre su extraño comportamiento. No estaba segura de si me escuchaba mientras engullía, pues no parecía siquiera masticar. Goku era como un pato. Tragaba, no masticaba, y a veces se atragantaba. Cuando esto pasaba, Chichí cogía la sartén y le atizaba en la espalda muy fuerte con ella. A Goku se le pasaba el atoramiento enseguida.

Eran una familia tan rara.

—Me parece bien que quieras entrenar, Bra, pero…—

—¿Pero…?

—No puedo entrenarte si Vegeta no quiere que lo haga.

Lo observé durante un largo tiempo mientras me terminaba mi pezuña de oso bajo la atenta mirada de Chichí. Odiaba la comida del Monte Paoz, pero no quería herir los sentimientos culinarios de Chichí.

—¿Mi padre te ha dicho algo?

—No, pero entiendo sus razones.— Su mirada se desvió a Pan, que al otro lado de la ventana ocultaba la cabeza entre los libros mientras su padre le explicaba la lección una y otra vez. —¿Sabías que el ki de alguien poderoso atrae a los enemigos? Vegeta no quiere que aumentes demasiado tu ki porque no quiere que vivas… como nosotros. Ya sabes, de batalla en batalla.

—Es algo horrible, en verdad— dijo Chichí a espaldas de Goku —No esperaba algo así de Vegeta, pero entiendo que haya tomado esa decisión. No es nada fácil ver combatir a un hijo en la batalla de sus padres.—

Conocía de sobra las batallas que habían librado mi familia y la familia Son. Incluso sabía que tenía un hermano mayor en el futuro, bastante diferente al que tenía en casa. Sabía también que Chichí había enviudado dos veces, y que Gohan había combatido contra numerosos enemigos junto a su padre. En una de esas ocasiones, le habían dado por muerto.

Pero eso no tenía que ver conmigo.

—Mi padre no tiene derecho a decidir por mí si peleo o no

—No, no lo tiene, pero quiere impedirlo con todas sus fuerzas. A veces, a mí tampoco me hace gracia que Pan pelee, pero cuando pienso en que su poder puede atraer a seres con malas intenciones, me tranquiliza saber que la estoy preparando bien para poder combatirlos. No puedo culpar a Vegeta si él piensa de diferente manera. Tu padre vio nuestro planeta explotar, vio cómo su raza desaparecía, vio a su hijo morir…

—¿Te refieres a mi hermano del futuro?

Goku asintió con una gran sonrisa en la boca.

—Sé que no lo parece, pero Vegeta es más sensible que yo en ese aspecto. Entre tú y yo…— me susurró, y se acercó a mí para comentarme algo en la oreja —Le he pedido varias veces ir a entrenar durante unos meses a algún planeta lejano, pero se muestra muy reacio a dejaros solos. Se pone nervioso si pasa demasiado tiempo fuera de casa.

Eso fue lo que dijo Goku, y me dejó con el corazón encogido.

Chichí, que lo había oído todo, no tardó en recriminarle que Vegeta fuera un mejor marido y un mejor padre que él al quedarse en casa para proteger a su familia como todo buen hombre haría.

A pesar de todo, cuando salí volando del Monte Paoz siendo muy consciente de que nadie me ayudaría si sabían que mi padre se negaba a ello, mi determinación seguía intacta. Si los Guerreros Z no pensaban ayudarme, buscaría a alguien ajeno a ellos que sí lo hiciera. Como he dicho, la voluntad y el espíritu de lucha de mis padres corrían por mis venas.

Y… aquí estoy. Con una grabadora vieja, el radar del dragón entre mis manos y las siete bolas del dragón reunidas en un oscuro bosque lejos de la vigilancia de mi padre. Lo decidí meses atrás, cuando todos me negaron su ayuda y mis ganas de pelear aumentaron. El instituto acabó y en tres meses entraría en la universidad para, algún día, seguir los pasos de mi madre y mi hermano. Aquella podía ser la última oportunidad de viajar que tuviera, y decidí buscar las esferas del dragón para, en primer lugar, satisfacer mi curiosidad y ver al dragón por primera vez en mi vida. En segundo lugar…

… Tenía un deseo que pedir.

No he tardado mucho en reunirlas, y todavía tengo un deseo que pedir.

—¡Oh, gran dragón Shenlong, manifiéstate y concédeme mi deseo!—

De pronto, las bolas del dragón brillan y el cielo se oscurece. Hay un gran resplandor y me veo obligada a cerrar los ojos y a ocultarlos tras mi antebrazo. Cuando vuelvo a abrirlos, mi vista tiene que acostumbrarse a la luz que desprende la figura del enorme dragón que me mira con unos inmensos ojos rojos. Su larguísimo cuerpo se enreda entre las ramas de los árboles, envolviéndolo entre sus escamas verdes, atravesando el bosque totalmente.

Con la boca abierta, observo a la increíble criatura, y me dan ganas de callar y no desear nada solo para poder observarla eternamente.

De repente, el dragón habla. Su voz es tan profunda y atronadora, que ni siquiera escucho lo que dice, pero mis intenciones son claras. Quiero mi deseo, y lo quiero ahora.

—¡Dragón Shenlong, deseo que traigas ante mí a un súper saiyajin de raza pura que no sea ni mi padre ni Goku para que me ayude con mi entrenamiento!

El dragón me mira fijamente, o al menos creo que me mira a mí. Su profunda voz vuelve a tronar en mis oídos, pero esta vez la oigo perfectamente.

—Aparte de Goku y Vegeta, todos los guerreros de raza pura capaces de transformarse en súper saiyajins están muertos.

—¡Eso ya lo sé! Pero aún así lo deseo. ¡Dragón Shenlong, deseo que revivas al último guerrero de raza pura que logró convertirse en súper saiyajin y lo traigas aquí, frente a mí!—

De nuevo, el dragón me observa, inmutable.

—¿Estás segura de lo que deseas?— cuestiona, y yo me pregunto si es normal que el dragón mágico cuestione el deseo de sus invocadores.

Debería suponer que no lo es, pero la ocasión lo requiere, porque mi deseo es tan descabellado, que ni yo misma lo sé. Ni siquiera sé quién es el último hombre que consiguió transformarse en un súper saiyajin, pero no me importa.

—¡Sí, estoy segura! ¡Tráelo aquí!—

Los ojos del dragón brillan intensamente durante unos segundos. De repente, una brisa helada me golpea en la cara con tanta fuerza, que consigue tirarme al suelo de culo y la grabadora cae rodando a varios metros, lejos de mí. Cuando vuelvo a alzar los ojos al cielo, los ojos del dragón han dejado de brillar. Luego, vuelve a hablar.

—Tu deseo ha sido concedido.

Entonces, el dragón desaparece, derritiéndose sobre las esferas del dragón como si fuera gelatina. Las esferas se elevan sobre el cielo unos instantes y luego salen disparadas lejos, atravesando el planeta de parte a parte.

Sorprendida y estremecida por la increíble experiencia y el repentino frío, me levanto del suelo sobándome el culo. Miro a mi alrededor, buscando al guerrero que el dragón me ha concedido, pero no veo a nada ni a nadie.

—¿Ya está, eso es todo? ¿y mi deseo?— preguntó, cruzándome de brazos con una frustración creciente. —¡He encontrado las bolas del dragón sin hacer trampa y solo recibo esto! ¡Menuda estafa!— grito, y no puedo evitar lanzar el radar del dragón lo más alto que puedo, furiosa.

Mi último verano antes de ir a la universidad malgastado. ¿Por qué la vida tiene que ser tan injusta? Pateo una piedra, pasándome las manos por los brazos helados. De repente hace un frío horrible, y el ambiente parece mucho más cargado. Me doy cuenta entonces de que incluso los pájaros han dejado de cantar.

Resignada y aún enfadada, doy media vuelta y me dirijo hacia la grabadora, que reposa en el suelo todavía grabando lo que ocurre a mi alrededor. Sin embargo, no hace falta cogerla. Noto el movimiento. Es lento, pausado y un poco errático, como el de un animal que acaba de nacer y está tanteando el terreno. Sí, eso es exactamente lo que parece, pero no lo es. De algo estoy segura: no es un ciervo. De hecho, tiene pinta de ser humano.

O de saiyajin.

Una sonrisa se dibuja en mi cara al adivinar que lo he conseguido. ¡Mi deseo se ha cumplido!

La sonrisa se borra cuando el guerrero, que todavía no he podido apreciar con la oscuridad del bosque, camina hacia delante haciendo extraños sonidos, más parecidos al gruñido de un gran felino que al de un humano. Me doy cuenta entonces de su estatura. ¡Sin duda es muchísimo más alto que Goku, de prácticamente dos metros! Poco a poco, emerge de entre la oscuridad. Su pelo es negro, como el de los saiyajins de pura cepa, y tiene un corte especial que le llega más abajo de los hombros. Por un momento arrugo el entrecejo al ver que va desnudo de cintura para arriba, con un enorme colgante sobre su pecho, además de brazaletes dorados y aros atravesándole las orejas. Su altura y su musculatura lo hacen ver enorme.

Sus manos le tapan la cara y camina entre tambaleos hacia adelante. Parece que la luz del sol le molesta y gruñe por ello.

¿Cuántos años llevaría muerto? La cabeza se me llena de preguntas. Nunca había visto a un saiyajin a parte de mi padre y de Goku. Estoy fascinada.

—¿Estás bien?— pregunto.

Entonces su pie aplasta mi grabadora, haciéndola pedazos.

—¡Eh!— le gritó, sin poder contenerme —¡Ten más cuidado! ¿Por qué no miras por dónde vas? ¿Cuánto tiempo llevas sin ver la luz del sol? Deberías darme las gracias. Acabo de revivir…

—¡CÁLLATE!—

Me grita, y su voz es atronadora. Hoy es un día de primeras veces, porque nunca me habían gritado de ese modo antes, y eso es algo difícil de conseguir teniendo en cuenta quién es mi padre. Entonces alza la cabeza y aparta las manos de su cara. Sus profundos ojos negros se clavan en los míos y me estremezco de pies a cabeza. Me doy cuenta inmediatamente de que él no es como Goku o como mi padre, no. Es otra cosa. Puedo sentir su inestable ki subir descontroladamente.

Acabo de cometer el peor error de mi vida. Lo sé.

Y por la diabólica manera en la que él sonríe, también lo sabe.