¡Hola a todos! Llevo varios meses con la idea de adaptar el clásico de Dickens 'Cuento de Navidad' a Harry Potter, y por fin me llegó la inspiración más o menos de la nada. Serán 5 capítulos cortos, así que aquí os dejo el prólogo esperando que os encante :)

Si me lee algún lector de Cartas Enlazadas os juro que no tardaré en actualizar porque ya me queda poco para terminar el capítulo. He tenido unos meses muy malos anímicamente, estaba con el ánimo muy bajo y me sentía sin ganas de escribir en absoluto. Para colmo mi otra abuela también falleció el mes pasado así que ha sido como si se juntara todo…

Seguro que más o menos todos habéis oído hablar de este clásico. Yo cuando era pequeña vi mil versiones en dibujos y de mayor por fin he podido leer el libro y estoy enamorada de la historia. Así que espero que le deis una oportunidad a esta historia y los cambios necesarios para adaptarlo. He tratado de ser por completo IC con los personajes.


Cuento de navidad

El día no había llegado a amanecer. Una densa y oscura niebla se cernía por todo el Valle de Godric imposibilitando la vista a más de tres metros de distancia. Aun así, el ambiente era perfecto para la Nochebuena. Había nevado durante toda la semana, por lo que la casa estaba completamente rodeada de blanquísima nieve que hacía resplandecer las luces y adornos navideños, y los cientos de velas que rodeaban el lugar siempre encendidas pese a vientos, lluvia y demás adversidades atmosféricas. Algo que, por cierto, llamaba mucho la atención entre los vecinos muggles que consideraban el hecho como "arte de magia".

El interior de la casa olía a galletas recién horneadas y a la leña que mantenía encendido un agradable fuego que mantenía caliente toda la casa. Cerca de él, el cabeza de familia se encontraba sentado en un cómodo sofá enfrascado en la lectura de unos densos documentos que tenían pinta de ser muy aburridos. Con el cabello indomable de siempre que iba heredándose de generación en generación, y las gafas redondas que le caracterizaban, Harry Potter no había cambiado mucho. Ahora ya superaba la treintena y sus responsabilidades eran más monótonas que jugarse la vida cada año. Pero su apariencia no había variado demasiado desde sus diecisiete años. Había ganado algunos centímetros de altura y unos cuantos kilos que le añadió el matrimonio, pero su cara conservaba aún el reflejo de la juventud. Lo único que faltaba era su sonrisa, esa que tanto le había costado ganarse. En lugar de eso, su boca formaba una fina línea y portaba un ceño bien profundo mientras repasaba los documentos una y otra vez.

Al otro lado de la habitación, un niño de apenas siete años tenía una expresión muy similar a la de su padre. El parecido no solo era notable, sino que ese muchacho bien podría haber sido Harry a su edad, exceptuando el hecho de que este no había heredado miopía alguna. Lo que le tenía tan concentrado era, ni más ni menos, que un álbum casi más grande que él, frente al que estaba tumbado con las piernas cruzadas en el aire, y donde iba colocando con celosía diferentes cromos. Albus, que así se llamaba el niño, levantó un segundo sus grandes ojos verdes e inspeccionó la habitación rápidamente. Solo su padre estaba cerca, y estaba demasiado ocupado con su trabajo como para prestarle atención. Por eso se metió una mano en el bolsillo y extrajo una rana de chocolate que se llevó a la boca con un rápido movimiento. Después, mientras masticaba con disimulo colocó el cromo correspondiente en el álbum. Justo en ese momento pareció darse cuenta de algo porque frunció el ceño alejándose un poco del libro para observarlo mejor. Masticó una vez más, tragó y frunció más el ceño.

- Papá, se ha perdido el cromo de Morgana. Ayer estaba aquí, entre Merlín y Circe, pero ya no hay nada.

Sin embargo no obtuvo respuesta, por lo que miró a su padre que seguía sentado en la misma postura y sin signos de haberle escuchado.

- ¿Papá? ¡Papá!

Harry se sobresaltó y miró alrededor, descubriendo en ese momento que no estaba solo en la habitación.

- Albus, ¿qué te he dicho sobre entretenerme mientras estoy trabajando?

- Pero el cromo de Morgana no está…

- Ya aparecerá –comentó el padre haciendo un gesto vago con la mano y volviendo la atención a sus documentos-.

- Pero papá, me costó mucho encontrarlo. ¿Y si me lo ha quitado James?

- Si no tienes pruebas no acuses a tu hermano –comentó su padre sin levantar la vista de la lectura-.

- ¡Pero yo quiero encontrarlo!

- ¡Cállate ya, Albus! Esto es muy importante, no puedo estar pendientes de tus malditos cromos.

Esa última expresión pareció doler significativamente al niño porque miró a su padre con tristeza, recogió su álbum y salió corriendo escaleras arriba. Harry suspiró.

- Estupendo… -murmuró con frustración, removiéndose incómodo pero centrándose de nuevo en su trabajo-.

Solo tuvo dos minutos de paz después de eso. No tardó en llegar un estruendo desde la cocina seguido de un llanto realmente escandaloso con voz de niña pequeña. Harry soltó los documentos sobre su regazo y apoyó la cabeza en el sofá mirando el techo a la vez que suspiraba con frustración.

- Así es imposible…

Sin más remedio que ir a ver qué ocurría para que Lily montara tal drama, se encaminó hacia la cocina donde encontró a la pequeña llorando a mares en brazos de su madre, mientras que una sustancia que parecía salsa de arándanos bañaba la cocina.

- No pasa nada, cariño, ha sido un accidente –le decía Ginny a su hija de cinco años mientras la acunaba-. Mamá lo solucionará en un momento.

Ginny sí había cambiado durante esos años, pero para bien. En ese momento se encontraba en la plenitud de su juventud, habiendo conservado más o menos la figura a pesar de tres embarazos que solo le habían dado más curvas y belleza a su cuerpo, bien conservado por el quidditch. Su cabello pelirrojo, antaño largo y perfectamente rizado, ahora lo llevaba en un elegante corte por encima de los hombros que le daba serenidad y madurez.

- ¿Se puede saber qué ha pasado ahora? –preguntó Harry con frustración-.

Lily volvió a llorar más fuerte y su esposa le fulminó con la mirada, con la cabeza aún apoyada en el cuello de su hija.

- Un accidente, Harry. Si no me vas a ayudar con la comida que tenemos que llevar a casa de mis padres, mejor que sigas con lo tuyo.

Harry bufó molesto por su contestación. Encima que se interesaba… Ginny ya llevaba una temporada siendo muy desagradable con él. Según ella, se pasaba demasiado tiempo en el trabajo y estaba descuidando demasiado su vida familiar. "Te estás convirtiendo en un extraño para tus hijos" le había espetado hacía una semana. "Un extraño muy gruñón". Él no veía nada de malo a que se hubiera centrado bien en su trabajo, ni que se hubiera tenido que tomar la vida más en serio. A fin de cuentas, desde que le habían ascendido a Jefe de Aurores sus obligaciones se habían multiplicado, y sus preocupaciones habían ido a más. Sobre todo desde que se habían descubierto restos de varios rituales de magia negra en las afueras de Edimburgo, que indicaban que un grupo indeterminado de personas trataba de volver a llevar ese modo de vida al poder. Ya habían pasado siete meses desde aquello y aún no había dado con los culpables, lo que le quitaba el sueño. Sin embargo, Ginny seguía insistiendo en que eso no era excusa para no pasar casi nada de tiempo en casa ni haber dejado de jugar con sus hijos. Parecía que no entendía nada.

- Ni sé para qué me molesto –le espetó a su mujer fingiendo indiferencia y volviendo al salón a continuar con su trabajo-.

Detrás de él escuchó como Ginny seguía consolando a la pequeña que, aunque seguía llorando, ahora solo se limitaba a suspirar teatralmente escondiendo la cabeza en el pelo de su madre.

- Tranquila cielo, si tú solo querías ayudar a mamá. ¿Ves? Ya está todo limpio otra vez. No ha pasado nada.

- Pero… se ha… roto… -lloraba la niña entrecortadamente-.

- Ahora hacemos otra salsa corriendo y nadie se enterará, ¿vale? A mamá también le pasó muchas veces cuando era pequeñita…

Harry apuntó con la varita a la puerta que conectaba el salón de la cocina e insonorizó el lugar para poder seguir trabajando en paz. Otra vez estaba inmerso en sus documentos, analizando pruebas, huellas y comprobando la lista de varitas requisadas que parecían no llevar a ningún lugar. Escribió algunas notas en los márgenes y hechizó las hojas para que los apuntes aparecieran simultáneamente en las copias de sus subordinados, que debían estar analizando lo mismo que él en sus casas. Siguió repasando todo dándoles tiempo a analizar sus notas, pero cuando diez minutos después volvió a las páginas correspondientes y descubrió que ninguno de sus compañeros había respondido, bufó molesto.

- ¡¿Es que aquí nadie está a lo que debe?! ¡Les das un poco de libertad y te fallan todos por completo! –exclamó frustrado hablando consigo mismo-.

- Sé comprensivo hombre, que es Nochebuena.

Harry apenas se dignó a levantar la mirada para contestarle al cuadro del tío Bilius que estaba colocado en la esquina encima del árbol de Navidad.

- Solo es una noche más –murmuró frustrado por tener que perder el tiempo atendiendo a un simple cuadro. En el mundo muggle no tenían ese problema-. No es excusa para dejar algo tan importante sin repasar. Yo estoy haciendo esto por la seguridad de todos.

- No es a mí a quien tienes que convencer, muchacho –respondió el cuadro guiñándole un ojo y apuntando con su barbilla hacia la cocina, donde seguían Ginny y Lily centradas en la cena de esa noche-.

Harry bufó de nuevo pero no perdió el tiempo contestándole. Tenía demasiado que hacer para hablar con el retrato de un pariente político muerto, pese a que se hubiera quedado él solo con el trabajo. Sin embargo, apenas tuvo diez minutos de concentración cuando un verdadero vendaval entró por la puerta de atrás, acabando con el silencio que había conseguido crear.

- ¡Papá! –gritaba el último de sus hijos que quedaba por importunarle-. ¡Papá! ¿Dónde estás?

Cinco segundos después James entró corriendo en la habitación, con la túnica arrugada y completamente mojada, el cabello azabache, empapado y revuelto (no solo de forma natural, sino por toda la actividad que había realizado), y su escoba en la mano.

- ¡Papá! –exclamó encantado, con una sonrisa contagiosa cuando le localizó-. ¡Tienes que venir! ¡Es increíble! El campo de quidditch que hay detrás del Ayuntamiento está en perfectas condiciones. El señor Walters ha hechizado la zona para evitar los vientos, la nieve está lo suficientemente cuajada para no hundirse en ella e Izzie nos ha prestado su juego de pelotas. ¡Está perfecto para jugar! ¡Y van organizar un partido de padre e hijos! ¿Vienes? ¡Juega conmigo, venga!

Harry suspiró antes de dejar de lado los documentos, esperaba que por última vez. Su hijo mayor, de nueve años, también guardaba un gran parecido con él, aunque su apariencia hacía justicia a su nombre. Había heredado los ojos marrones de Ginny, su triste miopía y la sonrisa amplia, contagiosa y ladeada de su abuelo, por lo que podía pasar perfectamente por el primer James Potter. Tenía un carácter muy extrovertido, más parecido al de Ginny que al suyo propio, era el atleta de la familia y siempre contaba con energía de sobra. Daba igual cómo hubiera sido el día, el final de éste James siempre tenía fuerzas para continuar con más.

En otros tiempos Harry no habría dudado en acompañarle a machacar a los vecinos, sobre todo al presuntuoso de Charles Heater y su padre, Jake, que bromeaban continuamente sobre que podrían ganar al legendario Harry Potter al quidditch con una sola mano. Más de una vez James y él habían demostrado que tener en la familia a una experta en quidditch como Ginny contaba y mucho. Pero ahora tenía más responsabilidades, había madurado, se había vuelto más serio y, sobre todo, no tenía tiempo para eso.

- James, hoy no –dijo armándose de paciencia-. Aún no he resuelto este caso y, de todas formas, tampoco tardaremos tanto en irnos a casa de los abuelos. Llévate a Albus contigo. Se ha enfurruñado porque no aparece un cromo suyo, o algo así. ¿No lo tendrás tú, verdad?

- ¿Yo? –preguntó James en su más creíble estado de inocencia-. ¿Para qué querría un cromo? Ya sabes que yo soy más de las grageas de Bertie Bott…

- Como sea –replicó Harry que no quería ahondar más en el tema. Recogió de nuevo los documentos y se recostó en el sofá de nuevo-. Pues eso. Llévate a Albus y no volváis muy tarde o tu madre se enfadará.

- ¡Pero será un juego entre padre e hijos! –exclamó James dando un golpe al suelo con su escoba-. Además, ¡Albus juega como una niña, todos se reirán de nosotros! ¿No puedes dejar eso un rato? ¡Es Nochebuena!

- ¡No James, no puedo dejarlo! –gritó Harry de repente, perdiendo por completo la paciencia-. ¡¿Qué os pasa a todos?! ¿No entendéis la importancia de todo esto? ¿Es que acaso necesitáis que os preste atención a todos justo ahora? ¡Joder!

James abrió y cerró la boca varias veces, demasiado sorprendido para ofenderse o sentirse dolido. Harry notó que estaba hiperventilando, pero ya había explotado y no quería seguir pagándolo con su hijo. Estaba a punto de abrir la boca para pedirle que le dejara solo, cuando de repente…

- ¿De qué vas?

Era Ginny. Justo detrás suyo. Y estaba usando su peor tono. Frío, impersonal, dolido… Cuando se giró para mirarla la encontró con una sorprendida Lily en brazos y con una mirada tan extraña que le dejó helado.

- No te reconozco –le espetó con furia-. ¿Cómo puedes hablarle así a tus hijos? ¿No tienes bastante con haberte comportado como un extraño todos estos meses? ¿No ha sido suficiente con ignorar a Lily cada vez que estás con ella en la misma habitación, con machacar a Albus para que sea tu copia exacta, o con dejar de pasar tiempo con James? ¿Además tienes que tratarles de este modo? ¡Me prometiste que hoy estarías en casa, pero solo has estado todo el día pegado a esos documentos y con el ceño fruncido! No haces caso a tus hijos, a mi ni me miras, te comportas como si solo vivieras aquí de paso. ¡Tus compañeros de oficina comparten más momentos contigo que nosotros!

Harry parpadeó anonadado, y tuvo que ordenar sus pensamientos durante unos segundos antes de responder. Incluso se permitió tirar al sofá los dichosos documentos que tanto revuelo parecían causar.

- ¿A qué viene todo esto, Ginny? Estoy en la época más estresante de mi vida. La seguridad de todo el mundo mágico depende directamente de mí, y estoy tratando de hacerlo lo mejor posible. Y resulta que solo recibo quejas e incomprensión por parte de mi familia. De los niños podría esperarlo, pero ¿también de ti? ¿De qué vas tú, joder? ¿Dónde quedó la Ginny que me apoyaba por muy difícil que fuera la situación?

En otra ocasión la respuesta habría venido al instante. Ella tenía la lengua más rápida que jamás había conocido, nadie le daba la réplica como ella. Discutirían acaloradamente durante media hora y finalmente empezarían a hablar en un tono cada vez más bajo hasta acabar abrazados y mucho más relajados que antes de empezar a gritarse. Pero en ese momento Ginny decidió respirar hondo dos veces antes de caminar hacia él, pasarle de largo y detenerse junto a James que seguía en la misma postura que antes. Dejó a Lily en el suelo y se dirigió a su hijo mayor.

- James, por favor, llévate a tu hermana arriba. Subid los tres, anda.

En ese momento Harry se dio cuenta de que también Albus miraba la escena desde las escaleras que llevaban al piso de arriba. El mediano de sus hijos alternaba la mirada entre él y su madre, visiblemente preocupado; y a Harry le partió el alma ver lo rojos que estaban sus ojos. Suspiró frustrado por duodécima vez en el día y se frotó los ojos por debajo de las gafas mientras James tiraba de Lily y empujaba a Albus hacia el segundo piso.

Cuando abrió de nuevo los ojos, Ginny estaba delante de él. Ni enfadada, ni acalorada, ni indignada. Peor aún. Estaba tranquila. Ni siquiera tenía la respiración agitada. Nada. Esta vez iba en serio.

- Ginny, yo…

- No –le interrumpió calmadamente su mujer-. Esta vez hablo yo. Te he oído quejarte muchísimo estos últimos meses sobre lo agobiado que estás y lo difícil que te resulta todo. Llevo años lidiando contra esa mezcla tan explosiva que tienes entre victimismo y egocentrismo porque sigues creyendo que todas las cuestiones del mundo mágico giran alrededor tuyo, y dependen en exclusiva de ti. Y lo he hecho encantada. Pero se acabó. Ya no eres la persona más importante de mi vida, ¿entiendes? Hay tres niños ahí arriba –dijo señalando el techo- que son mi razón para vivir. Y su padre, quien tendría que ayudarme a hacerlos felices, últimamente solo los hace llorar. Y ya estoy harta.

- Los niños siempre van a llorar por algo –se defendió él, aunque sentía un dolor en el estómago recordando la tristeza en los rostros de sus hijos-. Siempre querrán más de lo que les damos. Son niños. Pero precisamente por eso hago todo esto. Trato de crear un mundo más seguro para ellos.

- Ya viven en un mundo seguro, Harry –respondió ella con tranquilidad-. Mucho más seguro que aquel en el que nos criamos nosotros. Jamás se ha tenido tan controlada la magia negra, por Merlín. Llevas meses con una enfermiza obsesión por un patético ritual en el que ni se uso magia muy avanzada ni se ha repetido. Incluso puede que fuera un simple acto de vandalismo, ya te lo han dicho tus trabajadores de departamento. Pero no. Tú ves peligro por todas partes. Y si Kingsley te dice que olvides el tema, que no tiene importancia, tú ves una conspiración y te vuelcas más en ello. Estás completamente obsesionado.

- ¿Es que no le ves nada raro? ¿Kingsley pasando de un ritual de magia negra? ¿Quitándole importancia? ¿No te parece extraño?

- ¡No! –exclamó Ginny, aunque enseguida se apresuró a bajar de nuevo la voz-. Es Kingsley, confío en él. Si él dice que es algo sin importancia, entonces lo creeré. De hecho, tú eres el único que piensa diferente. Todos vivimos una guerra y todos tenemos miedo de que vuelva a pasar. Pero tú eres el único que se ha vuelto un completo neurótico. Llevas meses paseándote con esos documentos, releyéndolos mil veces, apuntando y borrando de los márgenes teorías conspirativas que tus compañeros ya ni siquiera leen para divertirse.

- ¡Eso no es cierto! –protestó él ofendido-.

Pero Ginny levantó un dedo indicándole que se mantuviera callado.

- El problema es que te conozco lo suficiente como para saber que todo lo que te estoy contando te entrará por un oído y te saldrá por el otro. Pues muy bien. Me equivoqué por completo pidiéndote que te quedaras hoy en casa porque ha sido un completo desastre. Tú no querías estar aquí y les has hecho a los niños más mal que bien. Así que lo mejor será que te vayas a la oficina con tus preciados documentos. Los niños y yo nos iremos a casa de mis padres y, cuando tú te sientas más relajado y proclive a compartir esta noche con tu familia, vas hacia allá. Sin esos papeles. ¿De acuerdo?

- Vamos, Ginny…

Pero ella, una vez dicho lo que quería decir, le dio una mirada de ultimátum y volvió a la cocina a terminar la comida que debía llevar a casa de sus padres. Harry la siguió impotente con la mirada, después miró a las escaleras tentado a subir con sus hijos y, por último, su atención recayó en los famosos documentos que estaban desparramados en el sofá y en el suelo. Con un suspiro resignado se inclinó y los recogió uno por uno. Después, con una última mirada hacia la puerta de la cocina, se dirigió a la puerta de entrada y se desapareció en cuanto estuvo en la calle.

El Ministerio estaba oscuro y vacío cuando él llegó. Tras el consabido trámite que hacía todos los días accedió al vestíbulo, escuchando el eco de sus pasos rebotar en las paredes de piedra y los altos techos. Todo estaba en silencio, él sabía que no había actividad ese día y menos a esas horas de la tarde. Por eso se sobresaltó cuando escuchó un chasquido desde la recepción y se enfrentó a la oscuridad con su varita en la mano.

- Tranquilo señor Potter, soy yo. Bruce, de seguridad.

Un muchacho de no más de veinte años, con la cara aún llena de acné y el oscuro cabello cortado a parches salió de la pequeña oficina de recepción, con la varita en la mano pero de forma relajada. Harry se avergonzó al comprobar que el chico no le sonaba de nada, lo que era extraño ya que debía pasar por su lugar de trabajo todos los días.

- Hola… Bruce. ¿Qué haces en el Ministerio tan tarde? ¿No deberías estar en casa?

- Bueno –tartamudeó el joven-. Se solicitó que el Ministerio no quedara nunca sin protección, y dado que yo soy el más reciente en el puesto me tocó la suerte de pasar aquí las fiestas. A mi madre no le hizo gracia, pero…

- ¿Quién lo solicitó? –preguntó Harry extrañado-.

- Usted, señor Potter.

El chico se veía realmente extrañado ante la confusión de Harry, por lo que él decidió dar por terminada la conversación.

- Es cierto –dijo, pese a que no recordaba haber dado esa orden en concreto-. A veces, por desgracia, debemos hacer cosas que no queremos. Lo siento por tu madre Bruce, pero si te sirve podrás verla cuando regreses a casa. No todos tenemos esa suerte.

El muchacho estaba visiblemente contrariado cuando Harry le dejó con la palabra en la boca y se subió al ascensor para ir a su despacho. No parecía que en el edificio hubiera más gente aparte del chico y él, en su camino hacia el departamento de aurores pudo comprobarlo. Aun así, no podía librarse de la sensación de que le estaban siguiendo desde el momento en que bajó del ascensor. Se dio la vuelta varias veces para asegurarse de ello pero a su lado solo estaba la oscuridad. No había nadie más a pesar del hormigueo que sentía en la espalda. Con el vello de punta y los nervios algo alterados llegó a su despacho y cerró la puerta tras de sí, provocando un sonoro chirrido que resaltó más en el fúnebre silencio que reinaba en la planta.

Sacó de su túnica los famosos documentos y se sentó en su silla, de cara a la pared, centrándose en ellos pese a ya saberse su contenido de memoria. Cuanto tiempo estuvo así es un misterio, pero solo las campanadas del reloj de pared le sacaron de su concentración. Cuando la primera sonó dio un respingo y, revolviéndose el pelo con cansancio, miró la hora percatándose de que ya habían dado las seis de la tarde. Ginny y los niños ya debían estar en La Madriguera, junto al resto de la familia. Suspiró y su mente dudó unos segundos entre continuar con sus documentos o tomar la capa y marcharse ya a casa. Finalmente pudo su tozudez, y volvió a sentarse de nuevo con los papeles en la mano.

Justo cuando había conseguido acomodarse escuchó algo. Una risa. Un hombre estaba no demasiado lejos riendo a carcajadas. Se levantó de un salto y abrió de golpe la puerta de su oficina buscando al perturbador de su concentración. En un primer momento no vio a nadie entre las mesas y sillas que conformaban el salón general de aurores, pero tras una búsqueda más exhaustiva dio con alguien. Estaba de espaldas a él, sentado en uno de los asientos del fondo y con las piernas cruzadas laxamente encima de la mesa y los brazos colocados detrás de su cabeza, en una posición claramente relajada.

- ¿Quién eres y qué haces aquí?

El extraño se dio la vuelta teatralmente y a Harry se le paró el corazón al verse a sí mismo. Era él mismo solo que con ropa deportiva, una sonrisa divertida, el pelo indomable, un gesto chulesco y… los ojos marrones.

- ¿Q-qué…? –tartamudeó al darse cuenta de a quien tenía delante-.

- Hola Harry –le saludó su padre con total naturalidad, como si se hubiesen visto todos los días de su vida y ese únicamente fuera uno más-. Estás un poco solo, ¿no? –añadió divertido mirando alrededor-.

- ¡Tú no puedes estar aquí! –gritó, aunque era una exclamación más dirigida a su propia mente, sin duda la causante de esa visión, que otra cosa-. ¡No… no puedes!

- Claro que puedo. La magia es fantástica, ¿no crees?

El fantasma, la aparición o lo que demonios fuera comenzó a caminar a su alrededor, observando el mobiliario y la decoración.

- Un poco triste, ¿verdad? Si yo fuera el jefe habría añadido un carrito bien surtido de dulces a un costado. La gente trabaja mejor cuando está llena de azúcar.

- ¿Estoy durmiendo? –preguntó Harry completamente alucinado, observando cómo su padre removía documentos y cambiaba cosas del lugar-. O inconsciente. Eso debe ser. Tuve un accidente y ahora estoy inconsciente, ¿verdad? ¡Merlín! ¿No estaré muerto?

La carcajada de James Potter volvió a inundar la sala con una alegría muy muy vital.

- Aquí el único cadáver soy yo, Harry. Bueno, ya me entiendes. Estás vivo, aunque debería decir más que bien respiras porque lo que haces últimamente no es vivir.

- Claro. Ahora lo entiendo –suspiró más tranquilo-. Eres mi conciencia. He comido demasiado, me ha sabido pesado y ¡aquí estás! ¡Mi visión privada! No pienso volver a beber durante las comidas –dijo rápidamente, con la absoluta certeza de que se había vuelto loco-.

- Desde que eras un bebé siempre le dije a tu madre que serías un tío gracioso –comentó su padre mirándole divertido-.

- ¡Es que no puedes estar aquí! No eres un fantasma…

- Eso está claro –presumió su padre con chulería-.

- Estos son transparentes y etéreos y tú… Bueno, ¡eres sólido y tienes color!

En ese momento recibió un capirotazo en la frente confirmando su teoría. Su padre estaba de nuevo riéndose.

- Tu madre también acertó. Ella dijo que serías inteligente. Pero los dos dábamos por hecho que sabrías apreciar los pequeños momentos y que serías feliz. Pero se ve que nos fuimos demasiado pronto como para enseñarte esa lección.

- Ahora las resacas tienen complejo de Pepito Grillo –susurró Harry incrédulamente-.

- ¡Pepito Grillo! ¡Ese cuento me encantaba! Te lo leía tu madre y yo… -James se aclaró la garganta. Sí, como si aún tuviera saliva-. Nos desviamos. He venido para darte un consejo de madurez, de percepción y bueno, ya sabes, de amor.

- ¿Tú? –preguntó Harry incrédulo.- ¿De madurez?

Por un momento pareció que James se iba a ofender, pero después hizo un gesto gracioso y de nuevo la sonrisa se instauró en su rostro.

- Tu madre pensó que te impresionaría más si era yo el que te daba este consejo. A fin de cuentas, con ella seguro que lo dabas por hecho, pero así podrás comprobar que yo soy todo un dechado de virtudes. Me llevé a la mejor chica, ¿de verdad has creído toda tu vida que fue por pura suerte?

- La verdad, siempre me pregunté qué vio en ti –confesó Harry algo tímidamente-.

- ¿Aparte de mi increíble atractivo sexual? –preguntó James señalándose a sí mismo como si fuese algo evidente-. Bueno, este es el tipo de comentarios que tu madre me prohibió hacer. Así que vamos al grano. No te estás portando bien con tu familia, Harry.

- ¿Tú también con eso? –exclamó Harry exasperado-. ¿Qué os pasa a todos? Todo lo que hago, lo hago por mi familia. ¡Por ellos! Quiero que estén seguros, quiero que estén bien, que no les falte de nada. ¡Ni te imaginas lo que me he gastado en los regalos de los niños!

- Así que cuando eras pequeño y vivías con tus tíos, ¿lo que echabas de menos en Navidad eran muchos regalos caros? –preguntó su padre enarcando las cejas sugerentemente-.

Harry titubeó ante eso.

- Bueno… no. Pero mis hijos tienen a sus padres. No sienten esa ausencia.

- Te echan de menos –le dijo James-. Has cambiado tanto que ya no pasas tiempo con ellos, y pretendes comprar su felicidad con regalos caros. ¿Quieres convertirlos en tu primo Dudley?

- ¡No! –exclamó Harry horrorizado-.

Después tartamudeó un par de veces y se calló al darse cuenta de lo que su padre pretendía decirle. Se sentó en la silla más cercana y bajó los hombros con pesadez.

- Sé lo que quieres decir pero…

- No digas más –exclamó James dando un salto emocionado-. Eres tan cabezota como tu madre, Harry. Me costó tres años convencerla para que saliera conmigo, e incluso así en la primera cita se la pasó apuntándome con la varita por si pretendía acercarme demasiado. Por eso tuve que ser ingenioso con ella, y por eso con mi maravillosa imaginación he preparado algo muy especial para ti. Esta noche vendrán a verte tres espíritus.

- ¿Tres espíritus? –preguntó Harry abriendo los ojos como platos-. ¿Es que no tengo bastante contigo? ¿Y por qué tres?

- Porque el cuarto se rajó a última hora… No, mentira. Son tres porque es el número que necesitas para ver las cosas con más perspectiva. Escúchame bien. El primero vendrá cuando el reloj dé las siete, el segundo cuando dé las ocho y el tercero cuando dé las nueve.

- ¿Tres horas hablando con espíritus?

- Bueno, eso es mejor que tres horas con la nariz metida en unos papeles que ya te sabes de memoria. Ni tu amiga Hermione es tan obsesiva. Y presta atención, Harry. Me ha costado mucho convencerlos, he tenido que involucrar a tu madre en el plan y maldita la gracia que me hace. Así que escúchales y haz algo a lo que no estás acostumbrado, ¡OBEDECE!

El grito le pilló tan de improviso que pegó un salto hacia atrás, tropezó con una mesa y estuvo a punto de caer llevándose consigo todas las cosas que estaban desparramadas ahí. Cuando se giró para mirar a su padre descubrió que éste ya no estaba. Torpemente buscó en cada esquina de la habitación, completamente extrañado.

- ¿Papá?

Pero el eco de su voz fue la única respuesta que obtuvo. Estaba solo de nuevo. Confuso se pasó la mano por el pelo, que estaba algo sudoroso por la nuca, y suspiró sin saber qué pensar. ¿Era real lo que había visto? ¿Era solo producto del exceso de comida? ¿Demasiado alcohol, quizá? ¿Había hablado de verdad con su padre? Las campanadas del reloj le distrajeron de nuevo, y miró nervioso hacia él. Eran las siete en punto. Tragó saliva ruidosamente, sintiendo en cada fibra de su piel hasta la corriente de aire más sutil…


¿Qué os ha parecido el primer capítulo? Es el prólogo, y no he podido evitar introducir a James (mi personaje preferido), pero espero no haberme alejado mucho de sus personalidades reales jeje. Se aceptan apuestas sobre quiénes serán los tres espíritus :) Hasta la próxima actualización.

Eva.