Disclaimer: Cazadores de Sombras y sus personajes pertenecen a la maldita Cassandra Clare. Si fueran míos todo se centraría en el Malec, Jace y Clary si resultarían hermanos, Maia e Isabelle saldrían juntas después de saber sobre Simon y Valentine montaría una academia de ballet junto con Sebastian.
No todo resulta ser tan malo.
Los fuertes vientos que recorrían los parajes de lo que es todo el Bosque Prohibido, comenzaban a llegar a Hogwarts, haciendo mella de su presencia en los invernaderos y en el lago, donde el calamar se preguntaba –como siempre– el porqué seguía viviendo en ese lugar. Y luego recordaba que era porque es un calamar gigante. Con eso solo tenía de sobra para no marcharse de aquel colegio gobernado por Dumbledore.
Pero el frio no solo era sinónimo de temblores a media noche o una reunión de los amigos frente a la chimenea en las Salas Comunes de cada casa, sino que también era el frio el que anunciaba las maravillosas y deseosas fiestas de decembrinas. La sola idea de escapar de la escuela para pasarla con los seres que querían y recibir los regalos propios de cada año, hacían que la mayoría de los chicos rebozaran de felicidad por donde quiera que volteasen. Claro, había quienes odiaban o decían odiar aquellas fiestas de amor y perdón, lo cierto es que existía uno en especial que hacía mucho más que odiar y decir que las odiaba.
Ese chico estaba total y completamente decepcionado de la Navidad.
Navidad le representaba a él, el quedarse en el colegio por la fuerte aversión que tenia de su hogar. Regresar a ese lugar cada verano, le haría volverse loco tarde o temprano. ¿Qué tenía ahí? A su madre divorciada, a su hermano-no-hermano del que estaba enamorado, su otro hermano que si veía como hermano y no como objetivo amoroso, y su alocada hermana. Al menos ése año podía elegir si quedarse o tomar un vuelo a Estados Unidos. Y ahí estaba, sentado en uno de los fríos escalones de piedra que bajaban hasta los jardines, con un libro de Encantamientos en una mano y la varita bien sujeta a la otra.
La única pérdida real era Isabelle, su hermanita de 15 años que estudiaba en el prestigioso colegio francés de Beauxbatons. Ella era lo único por lo que lamentaba el no ir a Nueva York ese año y reprochaba de forma mental el hecho de que su madre y padre no se hubiesen empeñado en tener a todos sus hijos juntos en una sola escuela, preguntándoles a donde querían asistir por el sentimiento de culpabilidad a causa del divorcio. Él, Alexander Lightwood, había decidido por el colegio inglés, creyendo que todos sus hermanos decidirían por lo mismo en cuanto les tocara la oportunidad. Pero se había equivocado; Izzy, siempre tan vanidosa y alegre, había escogido el ir a Francia y llenarse de la sabiduría de Madame Máxime; Jace, de la misma edad que su hermana adoptiva y con fuertes deseos de sobresalir a un modo guay, se fue a Durmstrange a pesar de lo mucho que él le había rogado para que fuese a Inglaterra; Max, el ultimo de sus hermanos, era aun un niño de 11 años recién cumplidos que debía de esperar aun largos meses para que fuera a Hogwarts, mas obligado que nada.
Y así, no iría a casa este año para ver a su familia pelear y reprocharse lo que hacían o no, que era lo que siempre sucedía una vez que estaban todos reunidos. Robert Lightwood, su padre, nunca le habría permitido quedarse, seguramente, pero su madre tenía la costumbre de hacer y deshacer solo para darle un mal sabor de boca a su ex marido. Aquello era otro de los motivos por los que él no soportaba la Navidad, no recordaba haber pasado una sola fiesta con tranquilidad propia de los cuentos muggles de la época.
Sus penetrantes ojos azules recorrieron toda la extensión de nieve que se veía caer hasta el viaducto, terminando por el precipicio, claro, hasta las orillas congeladas del Lago Negro. No parecía el lugar idóneo para ponerse a practicar hechizos, pero lo prefería a estar en la torre de su casa o en la biblioteca donde se respiraba una atmósfera de pesimismo-optimismo en la que le gritaría a alguien tarde o temprano. Un pequeño escalofrió le recorrió y se afianzo la bufanda azul y bronce sobre el cuello, agitando la varita mientras rogaba a Merlín el que si funcionara esta vez. Un montículo de nieve se levanto en el aire y cayó estrepitosamente, ante su rostro apesumbrado. Los hechizos no verbales no eran su fuerte y eso le molestaba profundamente, vamos, era Alec Lightwood. El mejor de la clase... Que no sabía de encantamientos silenciosos, vaya patraña
-Wow... Digo, eso se vio tan mal... -una vocecilla a su espalda le hizo permanecer más quieto que una estatua, sujetando más su varita ante las risas que le siguieron-. ¿Cómo estás, querido?
-No tan mal como quisieras, Belcourt. -resoplo él, tomando el libro al levantarse y encarar a la linda muchacha francesa con el uniforme de las serpientes. Ella le sonrió de forma encantadora y maliciosa, haciendo un gesto a su séquito para que siguieran con su caminar hasta el lago.
-¡Llegara el momento en que me complazcas! -trino una risa cantarina, que hizo que Alec se encogiera de pura rabia, apresurándose a entrar al castillo para perderse en algún recóndito lugar.
Él y Camille nunca se habían llevado bien. Habían compartido vagón durante su primer año y odiado casi al instante. Alec la había considerado una niña bonita al principio, con su piel de porcelana, el cabello rubio que caía en rizos y los ojos de un verde pálido, enmarcados en espesas y largas pestañas curveadas. Aquélla imagen propia de un chico normal cambio en el momento en que ella le llamo abandonado y se había reído de él a más no poder.
El pensar sobre ese primer día siempre le traía un mal sabor de boca. Se había dicho que era probable que se llevaran bien, que tal vez con ella pudiera descubrir el verdadero sentimiento de amor que tanto añoraba al encontrarse un día fantaseando con besar a Jace. Sí es que existía un recoveco de heterosexualidad en él, era obvio que con Camille jamás lo descubriría. Ni con Camille ni con nadie, ya se había hecho a la idea de que era gay y gay quedaría eternamente hasta que se casara por alguna presión familiar en la que pasar el apellido era lo más importante. No por nada, eran unos conocidos sangre pura.
Mientras se encontraba frente a las escaleras, considero seriamente si irse a la torre de Ravenclaw a estudiar un poco o buscarse otro escondrijo donde ninguna otra serpiente se le ocurriese aparecer. La idea sola se le vino a la mente en un santiamén y se apresuro tan rápido como pudo hasta las mazmorras, teniendo cuidado de no hacer mucho escándalo para no llamar la atención. Con frío que hacía, las serpientes comenzaban a emigrar hasta los pisos superiores, bajando únicamente de noche para dormitar y repetir todo al día siguiente.
Se pego lo más que pudo hasta la pared de piedra en cuanto vio a DeQuincey pasar a toda prisa hacía su Sala Común. En cuanto se hubo asegurado de que no había nadie más a la vista, se metió en uno de los salones vacios y se sentó en donde correspondía al profesor, poniendo frente a sí el libro de Encantamientos. Afianzo el agarre de su varita y mordió su labio inferior mientras se concentraba en una de las sillas del lugar. "Wingardium leviosa" pensó con suavidad, imaginándose por un momento que la silla flota frente a él. Unos segundos después, la silla se eleva, provocándole una sensación de triunfo, interrumpida por un respiro contra su nuca.
-Impresionante... -ronroneo una voz con timbre cantarín, haciéndole perder la concentración, lográndole tirar la silla en un fuerte estrepito-. Pero sería aun más impresionante si se hubiera mantenido en el aire, ¿no crees? Todo fabuloso.
Alec se quedo completamente rígido y aparto lo más que pudo de ése chico con divertida expresión, que se apoyo en la pared, luciendo despreocupado de momento. Alec sabía quién era a la perfección y no le gustaba ni una pizca el que el joven slytherin lo hubiese sorprendido de esa manera. Evito fijarse en su sorprendente espectador y se concentro en la silla, consiguiendo que se levantara unos centímetros del suelo...
-Ese gesto que haces con el labio es adorable.
La silla cayó con fuerza de nuevo, mientras él sentía como los colores subían por su rostro a velocidad sorprendente. El calor sofocante por su rubor le hizo fulminar con la mirada al asiático y suspiro, alcanzando su libro para ir a la salida.
-¿Te vas tan pronto?
-No veo porqué te interese, Bane. -musito con ferocidad el ravenclaw-.
-Bueno, si consideras que soy el Premio Anual y prefecto... Sí me interesa, Alexander.
Alec detuvo el paso de momento, permaneciendo completamente quieto ante el pronunciamiento de su nombre. Se volvió despacio hasta mirar de frente a Magnus Bane, apuntándole con la varita.
-Jamás... -susurro con la ira subiendo por su pecho hasta alojarse en su cabeza-. Me llames... Alexander...
Magnus arqueo una ceja, acentuando sus ojos de un profundo verde esmeralda con pupila gatuna -que el mismo se hechizaba para lucir más- y sonrío ladino, acercando su rostro al del ojiazul-. Creí que ese era tu nombre.
-Mi nombre es Alec. No Alexander. -comenzó a retorcerse las mangas del suéter, evitando mirar al mayor para no volver a sonrojarse-. S-Soy Alec... O Lightwood. No me llames de esa manera.
-Bueno, Alec. -el asiático seguía buscando la mirada del ravenclaw, encontrándola unos instantes después y sonriendo al ver el bonito color de ellos. De un brillante azul-. Los encantamientos no verbales salen mejor si no dejas de imaginarte el efecto que producirá.
Le sonrió y paso a su lado, canturreando al abrir la puerta y salir tan vistoso como no lo había visto entrar. Alec se quedo mirando la puerta varios instantes mientras alzaba la varita y apuntaba a la puerta. Esta se cerró con suavidad y él esbozo una pequeña sonrisa, ya sin importarle si se sonrojaba o no. Salió del aula y corrió lo más rápido que pudo hasta alcanzar al otro estudiante, agradeciendo que no hubiese entrado a su Sala Común.
-¡Bane! -llamo a viva voz, jadeando leve al no estar acostumbrado a correr tanto-. ¡Ba-Magnus!
El aludido se dio la vuelta, completamente confundido y sorprendido. Sonrío leve y se quedo quieto-. ¿Sí?
-Gra-Gracias por el consejo... -susurro Alec con la voz jadeante, mirando sus manos en vez del rostro del muchacho-. Yo... Tú... –las palabras no le salían como esperaba y eso le estaba frustrando demasiado. Se pregunto si no habría una manera para evitar el momento vergonzoso.
Magnus, que parecía estarle leyendo el pensamiento, le removió el cabello con gesto divertido y sonrisa picara-. ¿Te gustaría pasar conmigo la cena de esta noche? Es Navidad y me gustaría tu compañía por encima de los idiotas que suelen estar en mi casa, incluyéndome.
El color se agolpo en el rostro del ojiazul y sonrío visiblemente aliviado, asintiendo con suavidad. Era justo eso lo que quería pedirle al mayor, y era un total placer que le hubiera sabido leer lo suficiente como para invitarle él. Tan metido estaba en sus pensamientos que apenas si noto como el rostro color maple se inclinaba sobre el suyo para besarle ligeramente los labios. La sonrisa que exhibía Magnus después de aquello, era solo comparable con el hecho de que su cara fuera completamente carmesí.
-Feliz casi Navidad, Alec. –ronroneo antes de marcharse a su Sala Común, tarareando esa tonadita de los muggles Jingle Bells-. ¡Nos vemos en la noche! –le grito por encima del hombro.
Los dedos temblorosos de Alec fueron directo a sus labios, rozándolos como si aun no creyera ese gesto. Todo le desapareció de momento. Las burlas de Camille, el toqueteo indiscreto de Scott, la cara divertida de Jace, todo se fue para ser sustituido por los labios de Bane. Emprendió camino hacia su torre, sintiéndose de renovado buen humor.
Esta Navidad, prometía borrarle lo malo de las otras.
Feliz Navidad a todos. Esto está dedicado a una persona especialmente que me ha hecho sacar tantas canas de variados colores, igual que carcajadas y lagrimas filosóficas, osease, a mi maldita diosa Val Rueda. Y también, para ustedes que me leen cada que subo alguna cosa que haya salido de mi escabrosa mente.