¡Mierda! Levantó la vista al reloj de la pared y horrorizada, se dio cuenta de que estaba seis minutos atrasada. Snape debía estar esperándola, ya que habían quedado a las ocho y aún le faltaba terminar la poción para Lupin que debía ser revisada por el profesor más tarde.

¡Dios mío! Me va a matar. – susurró entrecortadamente.

Como si de una respuesta se tratase, escuchó los pasos rápidos, firmes e inconfundibles de Snape acercándose a su despacho.

¡GRANGER! – gruñó mientras tocaba repetidamente la puerta.

Eeehhh… profesor, en seguida salgo. – Estaba segura de que si Harry o Ron la hubieran visto en ese momento, se hubieran reído en su cara. Menudo espectáculo que daba, moviendo sus manos con rapidez y con el cabello más alborotado de lo habitual.

Por Merlín, Granger, sabe lo mucho que me molesta la impuntualidad. – se detuvo- Sabía que no era una mala idea traerla aquí. Condenado Dumbledore con sus malditas ideas.

Hermione hizo un vano intento de alisar los pliegues de su túnica e intentó arreglar un poco su cabello con sus manos. Al abrir la puerta, se encontró con Snape recargado en una de las paredes que daba a su despacho con aspecto de querer asesinar a alguien.

Maldita sea, Granger. Cuántas veces…

Profesor, entendido. No volverá a ocurrir. – le respondió exasperada.

¡No me interrumpa cuando le hablo! Al parecer nunca aprenderá a cerrar esa gran bocaza de sabelotodo que tiene.

¡Creo que ya soy lo bastante adulta como para que me hable de esa mane...

No alcanzó a terminar la frase, debido a que en ese mismo momento ambos sintieron un hedor que le recordaba a las deposiciones de hipógrifo que Hagrid le hacía limpiar cuando estaban en quinto.

Mierda, mierda, mierda… - mientras corría a la mesa de laboratorio, la poción explotó, cayendo sobre todas sus pertenencias y de paso, en sus ropas, rostro y cabello. – Maldición, por la mier…

Granger, si tan solo dejara de maldecir y comenzara a arreglar este desastre… - siseó Snape arrugando la nariz a la vez que atravesaba el umbral de su despacho y la mirada de pies a cabeza y luego a toda la habitación.

¡Es que a caso no ve que eso intento hacer! – le gruñó irritada mientras murmuraba un hechizo de limpieza con su varita a cada lugar estropeado.

¡Deje de gritarme, niñata atrevida!, y sería mejor que usara un poco más su cerebro y pensara en un hechizo más efectivo. – susurró muy cerca del oído de Hermione. Ésta se estremeció. - ¡Total purgatio! – en menos de un segundo, las paredes del despacho volvieron a ser del color azul claro que ella misma había elegido y Snape había odiado desde el comienzo.

Ésta solo bajó la vista y comenzó a limpiar la mesilla y el piso de su pequeño laboratorio. Snape la miró, implacable, y luego de unos minutos se decidió a ayudarla.

Ambos limpiaron sin hablar durante unas cuantas horas, hasta que el reloj de péndulo, rompió el silencio anunciando la medianoche.

Mierda, creo que debería irme. – dijo Snape. – Y usted – la miró con desdén – debería ir a darse una ducha de una vez.

Bueno, profesor. Gracias. – replicó ella rodando los ojos.

Solo por esta vez, Granger. – mientras se dirigía a la puerta, la miró por última vez, riendo maliciosamente, y le dijo. – Creo que no necesito recordarle los efectos de esta poción en particular, una vez que ha explotado y toma contacto con la piel…. Y el cabello. – cerró la puerta.

¡Maldición! ¡Por Merlín y todos los santos! – dijo tocándose el cabello. Demasiado tarde, la poción, verdosa, ya había comenzado a endurecerse sobre su cabello y la piel de su rostro, estaba pegajosa. Corrió despavorida al pequeño cubículo de su despacho y se vio a sí misma en el espejo, horrorizada. Su rostro estaba empezando a quedar con manchas opacas y su cabello, ni hablar. - ¡NOOOOOOO! – gritó rompiendo la tranquilidad de las mazmorras.

Ya eran las cuatro de la madrugada, y Hermione no sabía qué hacer. Lo había intentado todo, desde lo más simple: agua con jabón, champú y acondicionadores de todo tipo, hasta lo más rebuscado: pociones desenredantes, filtros de aceite de mandrágoras y todo lo que se le había podido ocurrir. Pero nada. Tenía miedo, porque habían pasado más de cuatro horas y no había logrado ningún progreso, su cabello seguía tan pegado a su cuero cabelludo como si de un imán se tratase, y su tez, lucía horrible. Comenzó a sollozar suavemente y luego con fuerza. Desde hace mucho tiempo que no se hallaba tan desesperada, o quizás sí… después de todo, la relación que tenía con Ronald no prosperaba, sino que al contrario, se estaba volviendo mucho más rudo y lo único que quería de ella era satisfacción física. No se reconocía a sí misma.

Pero Ron me ama, ¿no es cierto? Y yo también a él… -vaciló- o eso creo.

Siguió llorando, sentada en el suelo, sosteniendo la taza del baño con ambos brazos, hasta que se quedó dormida.

Unos golpes en la puerta la despertaron. Mierda, ¿cuándo me dormí? Después de todo, hoy es domingo.

- ¡HERMIONE! –Era la voz de Albus.

Maldición, ¡GRANGER! Abra la puerta, ¿o es que a caso no ha visto la hora? ¡Son las diez de la mañana! ¡Su clase era a las nueve! – Snape gruñía visiblemente irritado.

Vamos, Severus, creo que no está aquí. Sigamos buscándola en otro lugar.

¡No! ¡Maldición! Hoy es Lunes. – se levantó de golpe para abrir la puerta, pero al pasar frente al espejo, se detuvo. No puedo ir y hacer clases así. Severus me mataría. Dumbledore también. Y ni hablar de todos los chicos de último año… sería el hazmerreír por el resto de su existencia. – siguió maldiciendo y abrió la puerta. -¡Director! ¡Profesor! – los llamó, ya que cuando ellos iban doblando la esquina.

Señorita Granger, pero ¿qué le ha ocurrido? – dijo Albus devolviéndose con Snape a su lado.

Creo… que ya se lo mencioné… Dumbledore. – siseó Snape, mientras la miraba con una expresión irritada. – Se lo advertí Granger. – arrugaba la nariz y la observaba detenidamente.

Simplemente no pensé que fuera así de grave – murmuró el Director. Sus ojos tenían una expresión un tanto divertida bajo sus lentes de medialuna. – Hermione, creo que será mejor que Severus te ayude a arreglar… tu cabello y rostro. – Antes de que éste replicara, dijo – Los dejaré solos. ¡Ah! Y antes de que se me olvide, Señorita Granger, no se preocupe de nada, el Profesor la ha remplazado en su clase de las nueve. Entiendo el problema y ambos pueden tomarse el día libre para arreglar las cosas. – Los dejó con una sonrisa que escondía algo más que todo lo que había dicho. Quizás quería que ambos pasaran el día juntos. Dios, Hermione, ¿qué estás pensando? Tú amas a Ron, a nadie más que él. Siempre lo quisiste, siempre deseaste estar con él, incluso cuando te besuqueabas con Victor Krum.

Snape la sacó de su ensoñación, tocándole el hombro y la guió dentro del despacho, visiblemente molesto y murmurando algo entre dientes así como: - Deje de pensar en el zanahorio, y ocupémonos de esto. No es que me agrade demasiado estar con usted, y tengo cosas más importantes que hacer.