El Potterverso pertenece a Rowling.

Este fic participa en el reto Solsticio de invierno del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.


Nightmares

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I. Recuerdos

Un beso, un abrazo que nos gustaría que durara para siempre y promesas de que todo saldrá bien. Y otro abrazo porque yo no quiero irme y tú temes quedarte solo. Intento bromear y callas como puedes las lágrimas, intentando que no se enturbien tus ojos azules, para seguirme la corriente. Un último beso; queda poco tiempo. El despertador emite una luz azulada y me esfumo del portal en que nos hemos despedido.

Pierdo el equilibrio cuando vuelvo a notar suelo bajo mis pies. Miro alrededor y me encuentro en lo alto de un acantilado.

Río y pienso que eres idiota.

Sabes que me encanta ir a la playa y supongo que quieres que me lo pase bien en mi fuga. Que olvide que ese montón de chalados encabezados por Umbridge y su cara de sapo quieren verme entre rejas, a mí y a muchos más, porque os robamos la magia. No vas a conseguir que haga como si nada de eso estuviese ocurriendo, pero te agradezco el intento, Roger.

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El sollozo proveniente de algún lugar entre sus brazos indicó a Roger que el sueño de Ethan no era tranquilo. Le acarició la espalda, sabiendo que no podía hacer nada para evitarlo. Era un mal menor; al menos dormía. Cuando había descubierto que llevaba semanas sin pegar ojo, Roger no había admitido réplicas y lo había obligado a beber poción para dormir. Ethan necesitaba reposo.

Y lo estaba teniendo, aunque no era ni por asomo pacífico. Roger besó el cabello castaño de su novio, apoyando la cabeza en la almohada para rendirse él también al sueño. Tiró un poco más de la manta para que ni él ni Ethan pasaran frío y abrazó al muchacho con más fuerza, intentando, pese a saber que era inútil, hacerle saber que estaba ahí.

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Hace tiempo decidí hablar contigo aunque no me escuches, Roger. Estar tanto tiempo solo va a hacer que me vuelva loco, y tengo respeto por mi salud mental.

Estoy en Bristol. Pese a lo que digan tus amigos magos que vienen de familias de magos, no tengo ninguna queja de mis padres muggles. Sé pasar desapercibido entre ellos y no tengo ningún problema a la hora de hablarles para averiguar cosas.

Esta mañana me he colado en el baño de una cafetería para afeitarme la barba; parecía un vagabundo, y si mi padre me hubiese visto, habría estado orgulloso de que por fin me haya hecho hippie como él en su juventud. Y a mi madre le daría algo, y seguro que Camille querría imitarme.

Los echo de menos, Roger. A todos. A ti también. Las luces están puestas en las calles desde hace tiempo, porque las tiendas muggles se adelantan y ya venden todos los adornos y eso; la verdad es que es pronto, aún estamos en noviembre. Pero hacen que me acuerde de que queda poco para Navidad. Y quiero ir con mi familia, contigo. Siempre finjo que me interesan poco los demás, pero no lo hago a propósito, y la realidad es que necesito alguien con quien hablar, alguien real a quien le importe lo que me pase, que se preocupe por si me capturan. No quiero pasar las fiestas solo.

Estoy cansado. Me he sentado en el banco de un parque. Está nevado y no me gusta. Sólo aguanto la nieve cuando a Camille se le antoja jugar con ella y necesita un compañero, pero no me gusta el frío. Y según el termómetro de la puerta de la farmacia estamos a dos grados. Me encojo para esconderme más bajo mi ropa. Quiero que el invierno se pase rápido y entre el calor pronto.

Acabo de darme cuenta de que hay tres hombres en otro banco. Juraría que me están mirando. Mejor me voy. Todavía no sé dónde dormiré esta noche. Creo que voy a acampar en las afueras, aunque haga mucho frío. Prefiero saber que estoy solo.

Me levanto y echo a andar lentamente, aunque aprieto el paso al llegar a la acera. Escucho a gente caminando detrás de mí y sé, aunque no los he visto, que son los mismos que estaban observándome antes. Esto me da muy mal rollo. Voy a por mi varita, por si acaso.

Pero antes de que pueda sacarla del bolsillo tiran de mí y me meten en un callejón. Me retuerzo; ¿qué se creen? Los miro varios segundos; y sí, son los de antes, pero no los conozco. Tampoco me interesa. Suelto una palabrota y intento apartarme, pero uno de ellos me sujeta.

Vaya─noto una varita en la garganta y veo a otro, sonriendo y mirándome. Comprendo lo que ya sospechaba: me han encontrado. Intento disimular que estoy muerto de miedo y trato de ignorar el hecho de que me van a encerrar en Azkaban.

Su foto está en la lista , Scabior─gruñe el tercero, que tiene un rollo de pergamino en la mano─. Ethan Bexley.

Oh, el sangre sucia es una ricura─comenta el de la varita, Scabior. Escucho un gruñido detrás de mí y de reojo veo a quien me está sujetando, un hombre que tiene más cara de animal que de persona. Tiene el olor más repugnante que recuerdo y creo que es una reacción de lo más natural querer salir corriendo. Joder, Roger, en la que me acabo de meter─. Porque tú eres Ethan, ¿verdad?

Supongo que debería negar con la cabeza, pero, ¿de qué serviría? Saben quién soy y van a encerrarme de todas formas.

Sí─me alegro de que sea una palabra corta y no puedan notar que me tiembla la voz. Tiemblo de arriba abajo, en realidad.

Bien─Scabior sonríe y mira al que me está inmovilizando─. Vamos, Greyback.

¿Ir? ¿A Azkaban? No, por favor. A Azkaban no. No quiero ir con los dementores.

Pero no lo digo en voz alta, y de todas formas creo que no les importa lo que yo piense. Me asfixio durante unos instantes, pero cuando vuelvo a abrir los ojos no puedo respirar con normalidad. Ese edificio negro es Azkaban y me van a dejar ahí. No quiero. Roger, no quiero. Tengo mucho miedo y ya no me importa que se den cuenta. Pero Greyback, el que me lleva, ríe y me arrastra como si no pesase nada.

No me fijo en el camino, sólo sé que en un punto me sueltan en una celda oscura en la que ya hay tres personas. Tampoco me fijo en ellas. Me vuelvo hacia los barrotes y me aferro a ellos, en un intento vano y patético de escapar. Veo la sonrisa de Scabior y siento el frío de los dementores.

Como esto siga así, tendremos que mataros para que quepan más─dice, antes de irse.

Sigo golpeando los barrotes y grito todos los insultos que sé. No quiero estar en Azkaban. Quiero salir de aquí, quiero dejar de tener frío.

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Roger observó a Ethan. Las lágrimas bajaban por su cara y débiles murmullos escapaban de sus labios, y comprendió que su pesadilla iba a peor. Se mordió el labio, deseando volver atrás en el tiempo para no darle la poción para dormir, pero ya no podía evitarlo. Ya sólo restaba desear que el efecto se pasase pronto y Ethan despertase de su pesadilla.

Roger se arrepentía de lo que había hecho. Sí, Ethan estaba durmiendo, pero no descansando. Estaba aterrorizado y no podía librarse de ello por mucho que quisiera. Y era su culpa y eso lo mataba.

Sabía que no podía hacer nada para despertarlo, de modo que se propuso hacer algo útil. Dejó al joven bien tapado en la cama y fue hasta la cocina para preparar el desayuno. Esperaba que ayudase a Ethan a relajarse y expulsar la ansiedad cuando la poción le permitiese despertar.

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Ya no sé cuánto tiempo llevo aquí. Cuando recuerdo el día en que nos despedimos me parecen siglos, pero al pensar en lo que me queda tengo la impresión de que llevo unos pocos minutos. Es raro. No entiendo el tiempo.

Lo que sé es que antes de ahora –no sé cuánto antes–, me levanté con fuerzas. Y cuando el guarda vino a la celda que comparto con Daniel, Albert y Xenophilius a traernos el desayuno –si se le puede llamar así– le quité la varita. Puede decirse que le robé la magia, que es justo de lo que me acusan. Qué gracioso, ¿verdad, Roger?

Lo ataqué. Y no sé lo que hice, pero cayó al suelo y había sangre. Vi la puerta abierta y me di cuenta de que por ahí podría irme, huir de los dementores. Pasé sobre el guarda y caminé, teniendo que apoyarme en las paredes, pero riéndome –le había robado la magia, había cometido el crimen por el que estaba ahí, era tan irónico que no podía evitar las carcajadas–.

Me encontré con dos más. Quise hacerles lo mismo que al otro, pero no me dejaron. La varita salió volando –recuperaron su poder– y ellos me lanzaron un hechizo a mí.

No sé qué ha pasado entre ese momento y ahora, sólo recuerdo negro, pero estoy solo en una celda. Debería alegrarme, tengo más espacio y no tendré que pactar turnos con los demás para usar el camastro, pero hace más frío aquí que con Daniel, Albert y Xenophilius. Y creo que los dementores pasan más cerca.

Creo que antes de Azkaban aún no era Navidad. ¿Ya ha pasado? ¿Qué día es hoy? No ha habido luces, ni pino, ni bolas de Navidad, ni regalos. Ni tampoco hacer que Camille se duerma pronto para que Papá Noel no tarde. Esta Navidad no me gusta, Roger. No se parece a las otras y quiero llorar porque odio Azkaban.

Escucho pasos acercarse y me obligo a alzar la vista. Quizá pueda quitarles la varita de nuevo y huir del todo. Quizá incluso matarlos. Roger, no sé si maté al otro; ¿sabes tú si soy un asesino? Ojalá.

No reconozco al hombre que hay frente a mí, aunque quizá lo haya visto. Todos me parecen iguales. Abre la puerta de la celda y me apunta con la varita, sin acercarse mucho. Teniendo en cuenta que estoy hecho un ovillo en un rincón, me parecen demasiadas precauciones.

¿Te has quedado a gusto, cabrón?─¿se supone que debería saber de lo que habla?─. No me mires así; ¿qué cojones le has hecho a Marcus?

Así que se llama Marcus. Intentaré acordarme.

¿Lo he matado?─no reconozco mi voz. Creo que ni siquiera es voz. Es un ruido débil, ronco, y se asemeja al sonido de cantos rodando por una ladera.

El otro gruñe, se acerca a mí y me tira del pelo para obligarme a levantar la cabeza. Me hace daño.

Tienes suerte de que no─gruñe─. Desde que empezasteis a venir dije que había que quitaros de en medio, pero nadie me hizo caso. Y tú acabas de demostrar que tengo razón, que hay que arrancar la mala hierba de raíz. Aunque por otro lado…─se me ponen los pelos de punta─. Por otro lado eres patético. Ni siquiera eres capaz de matar a alguien─me suelta y caigo tumbado al suelo. Hace tiempo que me cuesta estar de pie, mantenerme erguido. Incluso enfocar los objetos es difícil. Debe de ser por los dementores─. No deberías haber nacido.

Creo que lo dice para herirme. He oído muchas cosas así desde que llegué. Que sólo las familias de magos deben existir. Que en este mundo no hay lugar para los sangre sucia. Pero no lo entiendo. Yo no pedí ser mago.

Aunque quizá algo de razón tenga.

Me parece que me está apuntando de nuevo con la varita, pero no estoy seguro.

Vas a pagar, sangre sucia─no me gusta que me llame así. Mi nombre es Ethan, no…─. ¡Crucio!

No pensaba que dolería tanto. Nos lo explicaron en clase y tú dijiste que era verdad, pero no puedo con esto. Roger, ¿por qué no me contaste nada de los cuchillos al rojo vivo que no dejan heridas? ¿Por qué te callaste que es tan horrible que hasta la muerte es preferible? ¿Que no creo que las piernas puedan volver a sostenerme en eones?

Creo que lo está haciendo de nuevo, porque el dolor sigue. Pero no lo puedo oír. No entiendo nada. No entiendo qué le he hecho, por qué me hace esto; a él no le he hecho nada. ¿Por qué no para? ¿Por qué sigue?

¿Esos sonidos son mis gritos? ¿Los insultos también son míos? No lo comprendo, Roger. No lo entiendo y tengo mucho frío.

Sácame de aquí, Roger. Por favor.

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Roger estaba terminando de preparar la tostada para Ethan cuando los gritos del muchacho lo interrumpieron.

Dejó las cosas sobre la encimera y volvió al dormitorio. Ethan había dejado de gritar, pero todo su cuerpo se estremecía con cada sollozo, y su rostro estaba cubierto de lágrimas. Viendo venir una nueva crisis y deseando equivocarse, Roger se acercó a él y lo abrazó con fuerza.

─Shhh… Ethan, cálmate─lo meció con suavidad, besando su cabello claro. El llanto del joven no se redujo en lo más mínimo; estaba aterrado─. Escúchame. Saliste de Azkaban en mayo. Hace seis meses. Y no voy a dejar que te vuelvan a llevar ahí.

─No quiero─musitó Ethan; parecía no haber oído a Roger─. No quiero volver a Azkaban. Hay dementores… y crucio… y no lo maté─Roger le dio un beso en la frente─. No pude, pero quería. Quería ser un asesino.

Roger suspiró; en los últimos meses había averiguado bastante sobre el tiempo que Ethan había pasado en Azkaban y estaba al tanto de aquello.

Ethan había enfermado en Azkaban, y había pasado unas semanas en San Mungo después de salir. Físicamente estaba curado. Pero psicológicamente… tenía dieciocho años y parecía un chiquillo asustado. No soportaba ver sangre, y a veces sufría crisis nerviosas que angustiaban a Roger más que a él. No había vuelto a Hogwarts porque le costaba horrores ver hechizos por doquier y estar tranquilo. En su lugar, había comenzado a estudiar Arquitectura en una universidad muggle, y tener la cabeza en otras cosas le había ayudado a dejar de ahogarse en la pesadilla de Azkaban.

Decidió pasar la Navidad con Roger en lugar de en casa de sus padres, porque aparentemente estaba mejor, pero la falta de cosas que hacer parecía tener un efecto negativo en el muchacho.

─Ethan─lo llamó Roger una vez más. En esta ocasión, él lo miró, los ojos verdosos anegados en lágrimas de terror─. Mírame. Ya está.

Ethan Bexley reprimió un sollozo.

─No te vayas─suplicó.

Roger sonrió.

─Que lo sepas.


Notas de la autora: Ethan Bexley no es un personaje nuevo aquí; aparece en otro fic llamado Falsa inocencia. No es un OC totalmente; su nombre aparece en dos de los videojuegos. Respecto a este fic, aclarar que concretamente este capítulo tiene 2419 palabras, así que estoy dentro del límite. Otra cosa es que estoy curioseando sobre cómo lo pasaron los nacidos de muggles en Azkaban y Ethan me venía como anillo al dedo (y Roger con él mola, así que dos por uno). Pobrecito.

En fin, ¿qué tal? ¿Tan horrible es?