Dulce castigo

XXII

Podrías visitarme alguna vez.

Ya te lo dije, no me gustan los aviones. ¿Qué? No me gustan, Kou, es la verdad.

Pero no es el motivo.

—…

Mimi…, solo dímelo. Lo que sea.

Tengo miedo de que, si fuera, ya no habría vuelta atrás. Que sería mucho peor ir y volver, que no ir nunca. Y, de verdad, creo que en algún momento desearía volver, o pensaría que te he dado demasiado. Y tú me odiarías más aún, y jamás nos encontraríamos como ahora lo hacemos, nos tendríamos que conformar con vernos en un universo que se repite. Lo hago por los dos, creéme.

No quieres ni intentarlo.

Tan solo eran palabras que perdieron su oportunidad.

Koushiro no tenía mucho dinero encima y no recordaba cuánto le quedaba en su cuenta japonesa. Por las dudas, descartó el hotel y arrastró la maleta hasta la casa de su padre.

—El vuelo se canceló —explicó quitándose la chaqueta.

—Bien —dijo su padre sin extrañarse y no volvió a hablar hasta que terminó de recoger la cocina—. ¿No te lo han cambiado?

Koushiro negó.

—Me ingresarán el precio del billete. Tengo que buscar otro vuelo pero no hay prisa, ya les he avisado. Puedo tomarme unos días más.

—Bien.

Su padre se giró con las manos escondidas tras su espalda y cruzó los pies. Koushiro, sentado a poca distancia, lo examinó. Desde los zapatos oscuros y gastados a la incipiente calva. Bastó eso para que el silencio se volviese incómodo, en pocos años había envejecido mucho. Hasta su voz y su forma de mirar eran de viejo.

Cada vez tenía menos en común con él. Del mismo modo, su padre cada vez tenía menos en común con Yoshie, por la que apenas pasaban los años. La recordó levemente, a ella y a su último abrazo.

—No eres el de antes. —Le había dicho entonces dulcificando su voz—. Pero está bien. Nunca he necesitado que me hablases para entenderte. Si alguna vez no pude hacerlo, fue porque tampoco me entendía a mí misma.

Koushiro frunció la frente y respondió escéptico.

—Me conoces, pero solo como hijo.

Yoshie negó sonriendo.

—Comprendo que no eres como los demás, pronto sentiste la llamada de algo más que el resto, creías tener dentro de ti alguien que lo sabía todo, pero no era más que humo. No puedes volver a esos días de autosuficiencia, ¿no? Ya sabes la verdad y da miedo. No huyas, Koushiro, no lo hagas. Pase lo que pase, no estás solo. ¿De acuerdo?

Quiso preguntarle cómo podía saber aquello, confesarle que llevaba años subestimándola, pero que se equivocaba en algo. Estaba solo, lo había estado siempre. En todo ese caos, era lo único que tenía claro.

Pero no dijo nada. Callar solía ser más cómodo.

—En fin, solo quería decirte que tu padre y yo vamos a separarnos. Al menos durante un tiempo.

Koushiro hizo cálculos mientras miraba las rayaduras de la mesa de la cocina. El tiempo prudencial de separación debía haber pasado ya. Se preguntó si su padre seguía creyendo que volvería, si tenían eso en común. Pero también lo omitió y presionó un labio contra otro, para acallar hasta la mente.

Por la noche quedó con Taichi. A él se le seguía dando bien rellenar los silencios.

Salió de casa con tiempo, aprovechó para dar un paseo por la zona. Había escuchado historias de inmigrantes que, al volver a su tierra tras varios años, se sentían extranjeros también allí. A él no le ocurría. Pensó que siempre se había sentido igual.

Taichi se había cortado el pelo. Hasta ese momento, Koushiro nunca se había fijado en lo pequeña que tenía la cabeza, pero no lo comentó.

—Mírate —dijo Taichi dándole una palmada en el brazo—, ¿vas al gimnasio? Es broma, no importa.

Koushiro no se rio. Taichi preguntó qué había pasado con el vuelo.

—Perdido, entiendo.

—No estoy tan acostumbrado como tú —se excusó Koushiro—. Me pierdo con las pantallas de embarque. No tengo ese tipo de habilidades.

—¿Te refieres a las habilidades de los monos? Por bien que mientas…

—Sí, es mentira. No preguntes. No pude subir.

No hizo preguntas. Solo le miró fijamente hasta que fue incómodo.

—La vi en una revista. Fue extraño.

—Ah, ya, Tamae. —Koushiro levantó una ceja, extrañado por la mención—. ¿Qué? No esperabas que siguiese enamorada de ti, ¿verdad? ¿Quién puede, después de tanto tiempo?

Solo un hombre de obsesiones.

—No, no lo esperaba.

—Por eso la amistad es mejor. Por ejemplo, tú y yo, podemos pasarnos meses sin saber nada del otro, pero quedamos, nos ponemos al día, y tan como siempre. Pero, eh, alégrate por ella, le está yendo muy bien. Lo de la comedia me sonó tan raro como a ti, pero fue inteligente. Si se van a reír de uno, que paguen por ello, ¿no?

Koushiro apretaba los nudillos por debajo de la mesa mientras asentía con la cabeza. De haber sido sincero desde el principio, no dudaría en hacer la pregunta: Qué sabes de Mimi. ¿Sabes algo de Mimi? ¿Está bien? Temía sonar nervioso, triste, temía ser descubierto en su obsesión.

—¿Qué tal están los demás? Apenas hablo con ellos.

Taichi no llegó a pronunciar el nombre de Mimi esa noche. Koushiro volvió a casa con los dedos doloridos.

.***.

Fue a buscarla dos días después. Dio vueltas por los alrededores del estudio de televisión donde ella trabajaba. La encontró a las tres de la tarde sentada en un banco. Tardó varios segundos en reconocerla. Llevaba un pantalón ceñido, el pelo por los hombros, tenía un café en la mano y un cigarrillo en la otra. Ninguno de los dos pareció sorprendido por el encuentro. Debía haber sucedido miles de veces ya.

—¿Ahora fumas?

—Solo en las pausas. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. Lo estoy dejando. Empecé cuando me pasaron a la cocina del restaurante en el que trabajaba. Me enviaron porque sonreía demasiado, ¿te lo puedes creer? Allí todos fumaban, no solo tabaco, aunque sobre todo tabaco. Creo que terminaban rápido de limpiar y todo lo demás solo para poder salir un rato a fumar. Algunos ni se lavaban las manos después. No veas el asco que me daba. También me tatué el 8 —le mostró la muñeca—, aunque quedó como un infinito. —Koushiro se sentó a su lado y se tapó la boca con una bufanda—. ¿Qué te ocurre?

—Me hablas como si no hubiese pasado el tiempo.

—Ya. —Mimi se encogió de hombros—. Lo pensé alguna vez, qué pasaría si te veía alguna vez por aquí, y me pareció la mejor alternativa. ¿Quieres saber las otras?

—Creo que no. Qué importa lo que no es.

Mimi apagó el cigarrillo en el fondo de su vaso.

—¿Piensas quedarte?

—No —contestó Koushiro—. Volveré a irme en unos días. Me queda poco de contrato. No sé si renovaré. Luego… no sé. No lo tengo claro.

—Yo pensé en tener un hijo. Tengo ahorrado. Le pondré música clásica, para estimular su cerebro. ¿A ti te la ponían? ¿Sabes? Ya me he aburrido del trabajo. Es siempre lo mismo. Como hacer esto, y luego esto otro. No me gustan las responsabilidades ni las rutinas. Me gustaría hacer algo totalmente distinto de vez en cuando. Pero no está tan mal esto, se me da bien. ¿Qué tal es el tuyo?

Koushiro apoyó su mano cerca de ella.

—El mío no te gustaría, mucho tiempo con ordenadores y números. —Mimi arrugó la nariz en desaprobación—. Me alegra verte y hablar contigo.

—No lo parece.

—Lo sé, pero me alegro.

—Sigues siendo igual de ilógico, Kou. —Se rio—. Me alegro también.

Encontrarse allí, en un lugar en el que nunca antes se habían encontrado, ayudaba a aceptar lo pequeño que había sido su mundo.

.***.

—Ayer lo vi, se está dejando el pelo largo. No le sienta bien, pero lo tiene brillante.

»Y, en ese momento no, pero después, mientras hervían los espárragos, me acordé de que debí haber dicho un último lo siento. Uno que por fin supiera explicar. Cuando dije que lo sentía, bueno, pues, lo que de verdad siento es que nos fuera mal. De verdad, lo siento. Lo hice lo mejor que pude. Pero… era difícil entendernos, supongo. Le molestaba no entender nada, ¿verdad?

»Aunque también pienso que no entenderme le mantenía cerca de mí. Una vez se me ocurrió que, si me entendiese, se aburriría del todo. Qué estúpido suena. No sé de qué valió quemar mis cuadernos si lo que más arde no se olvida.

Dulce castigo

XXIII

Koushiro no renovó el contrato de trabajo. Tampoco volvió a Japón de inmediato. Dijo que se tomaría un tiempo para pensar. En ese tiempo, no visitó lugares nuevos, no habló con nuevas personas. Tampoco llamó a viejos conocidos. En ese tiempo, hizo lo que mejor se le daba hacer: encerrarse en sí mismo. Significaba pasar muchas horas en silencio, noches en vela con varias líneas de pensamiento confluyendo a la vez. A veces, sacaba algo en claro, a veces sufrir la presión de su propia voz buscando alguien a quien hablar daba resultados y se revelaba verdades a sí mismo. Hechos crueles en la mayor parte, imposibles de ignorar una vez descubiertos. Pausar la vida de ese modo fue la única forma de terminar el libro que llevaba un par de años escribiendo.

Se había quedado mirando la última frase cuando recibió una llamada de Sylvia. Cogió extrañado, hacía algún tiempo que no sabía nada de ella.

—¿Qué haces? ¿Estás solo?

—No del todo —contestó dubitativo—. ¿Qué ocurre?

—Solo quería preguntarte algo, ¿en qué momento los sueños se convierten en aspiraciones? Me desperté en la playa y creí que debía preguntártelo.

—No lo sé, te has equivocado.

—Cuando lo sepas, ¿me lo dirás?

—No creo —contestó ordenándose el pelo que caía en su frente—. No voy a pensar en eso. Tendrás que averiguarlo tú. La vida no es lo lógica que me gustaría.

Ella le dijo que estaba bien.

—¿Sigues viviendo aquí? —preguntó Koushiro—. ¿Quieres dar una vuelta?

—Soy feliz con alguien, soy super feliz, la quiero. Por eso cada vez tengo más miedo. Ahora tengo algo que perder. No puedo soportar esto.

—No puedo ayudarte.

—Lo sé. No pensé que pudieras. —Tras la confesión, se despidió con la voz anestesiada.

No dio vueltas a la pregunta de Sylvia. Pensó en qué significaba querer a alguien. En por qué tanta gente lo decía sin analizarlo en frío, sin titubeos, como si brotara de ellos y fuese lo natural.

Siguió masticándolo por la noche, los pensamientos que le impedían dormir se contradecían entre ellos. Y cada vez estaba más cansado, porque pensaba en cosas que ya no le importaban. «Si no me importan, no debería pensarlo más. Debería dormir». Por la mañana, comenzó a empaquetar sus cosas. Dio un último paseo por el barrio, pero sin pensar que nunca volvería a estar allí ni que nunca sería como ese momento, porque esas calles no eran demasiado diferentes a las de cualquier otro lugar donde estuviera solo.

La vida sin deseo ni necesidad no era tan maravillosa como predicaba el budismo.

.***.

A seres imperfectos no se les puede pedir relaciones perfectas, quizás lo fueron un segundo, en un beso en una parada, quizá lo fue al perder la conciencia en un orgasmo. Tiempos tan breves que no merece la pena aferrarse a ellos.

Koushiro sabía que sus anhelos no lo completaban, nunca lo habían hecho, y que lo doloroso le perseguía, aunque escapase, volviéndose más fuerte. Valoraba cuánto de eso había servido de algo.

Mimi no parecía compartir sus luchas. Sonrió sin miedo cuando lo vio en la zona neutral, la pequeña plaza frente a los estudios donde los trabajadores se concentraban mirándose a distancia unos a otros, fumando, bebiendo café o ambas cosas. Volvió a sonreír cuando Koushiro le dijo que no tenía donde ir.

—¿Has buscado trabajo?

—No. He estado retocando un libro, lo terminé antes de volver. Estoy ultimándolo.

—¿Una novela? Qué raro.

—No es una novela. Es sobre lo desconocido, las posibilidades, la verdad, el fin del mundo. Busco un título que atraiga.

Mimi rio.

—¿El fin? ¿Por qué el fin? ¿Qué sabemos del principio? ¿Puedo leerlo?, digo, tal vez no lo entienda, pero ¿me lo explicarás?

—No te preocupes, lo entenderás.

Mimi no quiso contrariarle, aunque estaba convencida de que le aburriría y llevaría su atención a cualquier otra cosa. Asintió, para fingir durante un rato que se comprendían, seguía gustándole ese juego.

—Pareces cansado.

—Es el cansancio de los años. El tiempo me arrastra, trae verdades y aceptación…

—Pero, Kou, solo tienes veintinueve, hoy en día esos son muy pocos años.

Negó con la cabeza. No eran los años, era lo que había aprendido de ellos.

—Me siento viejo. Demasiado alejado de lo que recuerdo como juventud. Te miro y es como suplantar a mi yo pasado. Porque tú sigues igual, ¿es que no creces nunca? —Parecía ofenderle su aire ingenuo. Mimi siguió tranquila.

—Pero, Kou, yo quiero crecer. Será interesante quejarme de eso.

Koushiro la corrigió.

—Tú no querías cambiar. Dijiste que no te lo pidiera, y no lo haré. No puedo aprovecharme de lo bueno que hay en ti, absorber tu energía.

Ella le acarició el dorso de la mano y se incorporó del banco. Él la imitó.

—Es algo tarde para eso. —Separó las manos y señaló al estudio de televisión—. Ya he cambiado. Pensé que lo sabías.

—Lo sé. Sí que lo sé.

Rozaron sus brazos sin apenas percatarse. Se miraron y sonrieron, deteniéndose ante el paso de peatones. Koushiro se fijó en que, aunque los colores del rostro de Mimi seguían siendo los mismos, sus ojos parecían más pequeños que antes y su cabello era más fino. Mimi en que los labios de él estaban agrietados y cambió su impresión sobre cómo le quedaba el pelo largo.

—Deberías usar labial con protección. Tengo uno muy bueno.

El semáforo cambió de color. Los vehículos se detuvieron. El resto de peatones circularon con prisas, ajenos al fenómeno improbable que acababa de ocurrir. Ellos solo se sintieron espectadores de algo más grande. Y, para ser francos, el aire estaba contaminado. Demasiados coches, demasiada gente. Demasiado ruido y malos olores, demasiada fealdad, en los ceños fruncidos y en lo vulgar… lo vulgar del venir y devenir, la cápsula de la normalidad. Pero Koushiro y Mimi, por primera vez, se sintieron en paz consigo mismos. Cruzaron despacio, uno junto al otro, como si solo pudiera ser así.

.***.

Notas finales:

Este es el quinto longfic que logro terminar (5 de 9, de los otros, 3 fueron mis primeros 3 intentos, ya eliminados, y el que aún sigue en curso es Pulso). Mientras escribía me dije que este sería mi último trabajo —sin contar Pulso, por ser co-autoría—, pero creo que, mínimo, habrá uno más, porque acepté un reto tentador.

Me he sentido muy feliz con todo el proceso, especialmente en los últimos capítulos. Es lo más libre que he hecho, por ello puede que me haya faltado autocrítica.

Puede también que, aunque en principio quise hacer algo realista, en algún momento dejó de dar esa sensación, pero no fue de manera consciente. Los que me conocéis un poco más sabéis que le doy muchas vueltas a las historias, me gusta que todo esté justificado; eso no significa que acierte, claro.

Millones de gracias, habéis sido un aliciente muy importante para mí, puede que el mayor, en el caso de esta historia. No sé si he mejorado o no respecto a la escritura, porque lo cierto es que ya no escribo tanto como antes, pero sí he ganado en seguridad. Gracias por estar ahí, leer y recomendar, por aceptar (y hasta querer/odiar) los OCs y el resto de mis vicios.

Mención especial: Empecé esta historia dando las gracias a CieloCriss y también termino dándole las gracias, por ser la madrina y dar el visto bueno a este final.