note. Nada es mío, so.

Sed buenos conmigo, es la primera vez que me aventuro en este mundo.

adv. raro hasta la médula (quizás no)

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can't slow down

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downfall in the red

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Le ve todas las mañanas, sin falta, haga calor o haga frío, llueva o nieve. Siempre está ahí, sentado en el banco de madera que hay frente a su colegio, con sus pantalones pitillo y sus botas militares siendo el flanco de miradas de todas las chicas que pasan por delante de él. Su melena desordenada, tan blanca que ciega a aquellas que se atreven a mirar más allá de sus clavículas, no es más que otro aliciente para que ella le mire y le mire.

Sus ojos color sangre acaban por desarmarla. Su boca que, tirante, se curva en una sonrisa mientras enciende uno de sus cigarros tan solo añade otro aleteo más a su corazón de cervatillo. Se ensimisma mirando sus manos, sus dedos, tan delgados y esbeltos como los de un músico que ya ha alcanzado tal grado de perfección que los demás tan solo son piedras en su camino.

Tiene ese tipo de mirada. Tiene ese tipo de ojos, que nada más ven el infinito de las cosas, lo etéreo y lo irreal. Da igual qué haya frente a él, sus ojos jamás se detienen más de dos segundos en lo que sea que le impida ver lo inmaterial de las cosas.

A Maka le gusta mirarle precisamente por eso, porque sabe que él jamás le devolverá la mirada. Porque sabe que tras su libro (rojorojorojorojorojorojo) está protegida, porque él, jamás de los jamases la mirará ni una sola vez. Eso la gusta, le hace sentir insignificante, pequeñita, ligera y un montón de cosas más a las que no atina a poner nombre porque son demasiado complicadas para su corazón racional hasta extremos insospechados.

Lo analiza cada vez que tiene ocasión, sobre todo cuando la monja-profesora falta a clase, por algún tipo de problema personal (Maka está convencida de que está confesándose, de nuevo), y no tiene que ocultarse tras su libro de literatura sino que puede mirarle abiertamente, con la barbilla apoyada en la palma de su mano. El cristal de la ventana es lo único que los separa (eso y tres pisos de altura) y sin embargo Maka se siente más cerca de él que nunca.

Le gusta sonreír a la misma vez que él y reír por lo bajo, con él, cuando su amigo (Black Star) comienza a hacer el estúpido una y otra vez, los ojos mirando al infinito parecen enfocar un poco al extraño chico que baila en mitad de la calle con algo más que sangre en sus venas. Le gusta apoyar las manos en sus rodillas a la misma vez que él y a veces fantasea con que son otros dedos los que trazan círculos en sus rodillas (o que serpentean bajo su falda, ya en casa) Le gusta bufar por lo bajo, imitándole, cuando su otro amigo (el que tiene cierto problemilla con el desorden) comienza a ordenar su pelo. Le gusta tanto, tanto, tanto qué.

Tiene serios problemas para saber cuando es ella y cuando es él.

Nunca se acerca a hablar con el chico de ojos color sangre. Nunca de los nuncas. Prefiere pegarse la lengua al paladar, cortarse un dedo o, qué sé yo, quemar un libro antes que hablarle, antes que pararse frente a él y respirar su mismo aire y sentirse más unida a una persona de lo que nunca puede imaginar.

Hay días en los que ya no se entiende ni ella misma y esos días, que suelen ser grises y que suelen anunciar una lluvia tan copiosa que lo mejor será quedarse en casa, con una manta sobre sus piernas, y un libro entre las manos mientras una humeante taza de chocolate descansa sobre la mesa antes que salir afuera, al mundo exterior, al mundo real y punzante que te puede destruir en millonésimas de segundos, antes de que tú puedas darte cuenta de lo que está pasando, antes de que puedas asimilar que estás acabado y que no hay nada ni nadie que puedas salvarte y que.

-Maka, ¿estás bien?-las palabras de su única y mejor amiga, Chrona (tan quebradiza como el cristal) la sacan de su ensoñación, la hacen parpadear, respirar, retirar los ojos del chico sangriento y volver a la bulliciosa clase.

-Sí, tranquila.-la sonríe porque es lo mejor que sabe hacer, porque Chrona no necesita saber que se está medio muriendo por un chico con ojos color sangre que no la va a querer nunca.

Querer.

A Maka no le gusta esa palabra, ese verbo. No le gusta lo que significa, lo que conlleva.

Maka no quiere querer. Maka no quiere que la quieran. Maka no quiere sentir como su corazón palpita desaforado contra su frágil pecho, no quiere llorar a escondidas, acallando los sollozos con la almohada. No quiere suspirar cada vez que ve a esa persona, no quiere ser feliz y desdichada al mismo tiempo.

No quiere ser como sus padres. No está preparada para ello. No está lista aún para crecer tan de golpe, tan de repente.

Por eso el chico sangriento es tan especial, porque sabe que nunca la va a querer.

-¿Quieres que te acompañe a casa?-el tono de Maka es suave, delicado y dulce, casi como el algodón de azúcar que come los domingos por la tarde mientras su padre lloriquea en un rincón en tanto su madre guarda silencio al otro lado de la línea y ella que con los labios llenos de azúcar tan solo atina a respirar.

-N-no hace falta-el tartamudeo de Chrona provoca que Maka sonría, poquito, casi casi una sonrisa ladeada, y negando con la cabeza decide que sí, que sí que hace falta y que por nada del mundo va a dejar que su mejor y única amiga se vaya sola a casa, sin nadie con quien poder hablar de esos sueños que la persiguen noche sí y noche también mientras su madre (la de Chrona) está de viaje y su padrastro se entretiene en desmenuzar cadáveres para sus investigaciones.

Hay días en los que Maka desearía ser Chrona. Otros días, sin embargo, se contenta con ser y.

-Vámonos-cartera en mano y coletas balanceándose en torno a su rostro de muñeca y de niña perfecta y buena, recatada hasta el extremo, ojito derecho de la profesora y un sinfín de cosas más. Sus ojos verdes (casi inhumanos, porque ese verde tan verde no puede ser real, tangible) fijos ahora en Chrona, ahora en el chico sangriento, que continua sentado en el banco de siempre, con la chica de siempre (la de las curvas de infarto) toqueteando las puntas de su cabello de tanto en tanto mientras sus otros dos amigos (los raritos) discuten acaloradamente de vete tú a saber qué cosas.

Chrona la sigue tan rápido como sus piernas de cervatillo se lo permiten y Maka, consciente de ello, frena un poco su paso y anda más despacio, casi como si fuera directa al patíbulo y no a la calle, lejos de esa asfixiante institución religiosa que pretende convertirlas a todas en monjas dedicadas a la Santa Virgen y a otras mierdas de esa que llevan vendiéndole desde que tiene uso de razón y de memoria (y la importa un pimiento y peca y peca y peca.)

Salen del edificio hablando en voz baja de esto y aquello. Las otras chicas las saludan de lejos y se despiden de ellas con trémulas sonrisas que a Maka se la antojan hipócritas y falsas, tal y como son sus dueñas, y piensa que ya es hora de que alguien haga algo con esas chicas, que las pongan en vereda o algo así, porque no es justo que miren y miren al chico sangriento como si él fuera algo y no un alguien.

Ella también le mira y por un instante, tan solo un instante que se parece más al parpadeo lánguido de una mujer al coquetear, juraría que el chico sangriento, el chico con ojos color sangre ha sonreído.

Él, que sólo mira al infinito…la ha visto.

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La casa de Chrona está fría y en silencio, como de costumbre. Tan solo se puede escuchar el tenue tictac del reloj de cuco que hay en el salón, sobre una de las encimeras color verde que Chrona ha arreglado recientemente.

Como de costumbre la jaula de la mascota de Chrona está vacía (Maka sabe que el animalito no volverá, nunca de los nuncas)

Hacen los deberes sin mediar palabra, sentadas muy juntas la una de la otra, con la respiración y los movimientos prácticamente sincronizados, pero mientras que Chrona está atenta a los problemas de matemáticas y a las teorías imposibles de filosofía, Maka tan solo se ve capaz de centrarse en el chico de los ojos color sangre

El chico que sonríe cuando ella le mira, casi como si la viera realmente, como si Maka fuese importante o algo parecido (solo que no, ella lo sabe. Casualidad, se dice)

Maka empieza a pensar en si se ha convertido en una especie de acosadora o de niñata estúpida enamorada que babea por el chico en cuestión porque no ve normal estar a todas horas pensando en el chico con ojos color sangre. No lo ve normal y no entiende lo que la pasa y se ve incapaz de pensar en ello racionalmente porque cuando lo intenta un dolor agudo se extiende por todo su cuerpo, siendo el epicentro su propio corazón.

Suspira por lo bajo, ocultando sus ojos con la sombra de su flequillo, antes de desperezarse quejumbrosamente, con la mirada de Chrona fija en ella todo el tiempo, como si así quisiera asegurarse de que está allí, con ella, a su lado y que no es solo invento de su cabeza (Maka siente lástima por ella, pero solo a veces)

-Es hora de que me vaya. ¿Estarás bien?- a Chrona le gustaría decir que no, pero es demasiado buena y sabe demasiado como para retener a Maka más de lo necesario en esa casa tan fría y oscura que parece adherirse al alma (la oscuridad, digo)

-No hace falta. Nos vemos el l-lunes, Maka-ah, ahí está el tenue tartamudeo que hace sonreír a Maka. Que hace que sus ojos, verdesverdesverdesverdes, brillen levemente antes de que se incline sobre ella para besar la mejilla de Chrona con infinita ternura, para luego, tras recoger sus cosas, marcharse de allí, dejando tras de sí la estela de un leve aroma a mora, que hace que Chrona no se sienta tan sola, después de todo.

Maka consigue llegar al final de la calle sin derrumbarse. El mundo es demasiado colorido para ella como para considerarse a salvo en la calle, llena de gente que la empuja y la lleva de un lado a otro sin que ella pueda atinar a pararse, a ordenar a sus piernas a llevarla a la seguridad de su casa…

Parpadea, con lo ojos anegados en lágrimas, y borra ese deseo de su cabeza. No quiere llegar a casa, así que se deja llevar por la gente. Se deja empujar, pisotear, insultar e, incluso, tocar, antes de que sus piernas decidan que ya es hora de buscar un refugio para calmar esa atosigante sensación de sentirse atrapada en una jaula de oro que no la deja extender sus alas y volar, tan, tan lejos que solo el chico sangriento será capaz de alcanzar, porque sólo él ve lo infinito de las cosas, lo etéreo e irreal. Sólo él la ve a ella.

Mientras se mueve de manera autómata su cabeza no deja de darle vueltas al asunto del chico sangriento y por más que busca y busca una respuesta que pueda explicar el porqué de sus manos temblorosas y frías al verle, el porqué de sus labios entreabiertos al respirar su mismo aire. El porqué de esos sueños en los que él susurra su nombre una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, no la encuentra, la respuesta y.

-Ten cuidado, niña- una mano que zigzaguea por sus piernas hasta casi rozar la cara interna de su muslo izquierdo y ella que solo atina a apartarse de golpe, con los ojos chispeando una rabia asesina que parece echar hacia atrás al hombre. Maka no se detiene más con él y se aleja de su presencia lo más rápido que puede, con la falda revoloteando en torno a sus piernas esbeltas y pálidas como el papel.

No vuelve la cabeza para mirarle ni una sola vez y se olvida del incidente en cuestión de segundos, convencida al cien por cien de que esa sensación de miedo ha sido tan solo producto de su imaginación que quiere torturarla de todas las maneras posibles hasta hacerla dar cuenta de que es lo que realmente la pasa. De porqué no puede dejar de pensar en el chico con ojos color sangre, incluso en esos momentos en los que las temperaturas empiezan a bajar y ella tiene tan solo como abrigo un jersey y unos calcetines hasta las rodillas (un uniforme para nada práctico, piensa) para protegerse del frío que parece querer calar sus huesos hasta llegar a rozar su alma, esa que esconde tras capas y capas de mentiras y de sonrisas que ya no son reales porque le falta algo y ya no sabe qué es porque.

No se da cuenta de que la siguen.

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La mano sobre su boca no es agradable, la pared del callejón que hay tras su espalda no es cómoda, los labios que besan y muerden la piel de su cuello no son amables, aquello que presiona su cadera cada vez que él (desconocido que la arrastra hasta un callejón con la sonrisa sucia en sus labios) se pega a ella en busca de más piel expuesta que marcar, que lamer, que besar y que saborear, no la gusta.

No puede gritar. Su mano se lo impide.

No puede apartarle. Su cuerpo la encierra.

No puede correr. Su mano libre sujeta una navaja contra su estómago.

Una solitaria lágrima se desprende de uno de sus ojos de hada y recorre su mejilla hasta perderse más allá de la curvatura de su cuello. El desconocido no la ve, porque está más ocupado en rozarse contra ella que en prestar atención a lo que pasa a su alrededor. Está más pendiente de morder el lóbulo de su oreja mientras gime en ella palabras que suenan sucias y vacías.

-Si te portas bien seré bueno- y la mano se desliza de sus muñecas a la curvatura de uno de sus pechos, que aprieta y manosea hasta que Maka siente como algo afilado se clava en sus entrañas.

-Ni se te ocurra gritar-algo tibio gotea la mano del desconocido y no es hasta que acaricia su mejilla con ella que se da cuenta de que es sangre, de que es su sangre y de que está apunto de ser violada por ese proyecto de hombre que huele a tabaco, alcohol barato y otras sustancias a los que no quiere poner nombre. Su mano está fría y pegajosa, se da cuenta, cuando la siente entre sus piernas. Cae en la cuenta de que esa mano es la misma de antes. Que esa sensación de miedo que la corroe de arriba abajo es la misma de antes.

Le gustaría gritar, pedir ayuda mientras las lágrimas calientan sus ojos, pero no puede. Está demasiado asustada, demasiado confundida como para poder atinar a hacer algo que no sea mirar el infinito en espera de que el dolor y la humillación pasen y de que el desconocido deje de intentar arrancar su ropa interior como si ésta fuera de chicle o de a saber qué.

-Estate quieta, niña-otra lágrima ensucia su mejilla de muñeca de porcelana, pero el desconocido no la ve, porque está más ocupado en dejar caer la navaja para poder colar la mano, llena de sangre, por la camisa de su uniforme (más roja que blanca, ahora) para manosear, nuevamente, las curvaturas de sus pechos mientras nuevos gemidos escapan de su boca infame y.

El desconocido tampoco ve venir el puñetazo.

Maka cae al suelo como una muñeca de trapo y el gorgoteo de la sangre la hace enfocar los ojos en la escena que tiene lugar frente a ella.

Sus ojos, con las lágrimas cristalizadas, no la dejan ver bien lo que pasa, pero está segura de que es el desconocido el que se retuerce en el suelo mientras la otra persona le patea las tripas, le asesta puñetazos en el rostro y le pisotea las manos con saña, con furia, casi como si se estuviese vengando por Maka, que se ve incapaz de hacer nada más que llevarse la mano al estómago para comprobar, no sin cierto alivio, que el daño es menor de lo que pensaba (la herida, digo)

Da un respingo y se pega a la pared cuando ve el filo de la navaja brillar en medio de la oscuridad, como un faro de esperanza o alguna mierda de esa que te venden en los anuncios de bricolaje que su padre ve a todas horas, con la esperanza de ser mejor persona.

Ni el desconocido ni ella se esperan lo que pasa a continuación.

El otro desconocido, el bueno, el que la está salvando, se arrodilla al lado del desconocido malo, el que ha intentando violarla, y con una especie de carcajada, que raspa su garganta, lleva la navaja a la entrepierna del desconocido malo y antes de que pueda reaccionar (el desconocido malo) la navaja ya ha cortado la piel y lo que no es piel y el desconocido malo llora y gime y grita de dolor mientras el desconocido bueno ríe a carcajadas y balancea la navaja entre sus dedos de artista mientras Maka se pregunta dónde estará la ropa del desconocido malo en tanto se levanta del suelo como puede, pues las rodillas parecen querer tirarla de nuevo al asfalto de manera dolorosa y parece que va a ser así y por unos segundos se ve de cara al suelo, con la nariz goteando sangre, pero unas manos rodean su cintura, con algo parecido al cariño, y evitan que se caiga.

Maka sonríe trémulamente mientras el chico con ojos color sangre la mira dentro de los ojos.

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Su casa no es como ella se imaginaba. Ella se esperaba una casa desastre, sucia y llena de basura por todos lados, con ceniceros a rebosar de cigarros consumidos y a medio consumir. Esperaba ver ropa interior (femenina y masculina) tirada por el suelo y colgando de los picaportes de las puertas.

Lo que se encuentra es totalmente opuesto a lo que se imaginaba.

La casa está limpia, ordenada hasta rozar lo compulsivo. No hay nada tirado por el suelo, tan solo partituras que se arremolina en torno a las patas negras del piano clásico que hay en un rincón del salón y que hacen que la casa sea más acogedora porque allí vive un músico y los músicos son los paria de la sociedad pero no, porque todo el mundo los quiere pero.

La casa huele como a incienso y a humo de tabaco y Maka se siente como en casa, casi por primera vez, y eso es extraño porque algo late en sus venas, algo como los recuerdos y ella no sabe la razón pero juraría haber estado allí antes, en ese mismo salón, esperando a que el chico sangriento la trajese una camiseta para que se cambiara de ropa.

El chico sangriento la mira desde el pasillo, donde se apoya contra la pared en una pose que roza el pasotismo y la sensualidad a la vez y que ella encuentra fascinante y atrayente solo que no, porque joder.

El estómago le duele como mil demonios y él parece entenderla porque en sus manos trae la camiseta y el botiquín. Sus ojos no dejan de mirarla, Maka se siente pequeñita y de pronto su jersey y su camiseta no están y él está tan ocupado en curar su herida que no ve como las mejillas de Maka se colorean de un intenso color rosa que la hace ver adorable, como una niña pequeña que corre detrás de las faldas de su madre para chivarse de aquel niño que la tira de las coletas mientras ríe y ríe.

-Ponte esto-suena casi como a orden pero a Maka le da igual porque no le está prestando atención y responde con movimientos autómatas a su (no) petición bajo la atenta mirada del chico sangriento, que parece querer grabar en sus retinas la imagen de Maka desnuda, en mitad de su salón, que se pone su camiseta de manga larga entre titubeos, sin saber si debe quitarse la falda o no.

Al final lo hace porque se siente sucia y porque la mirada del chico sangriento hace que sus venas se descongelen y que su corazón vuelva a latir desaforado contra su pecho mientras sus ojos no pueden dejar de mirarle, mirarle tan dentro que juraría ver como su corazón (el de él) bombea sangre oscura que recorre sus venas, envenenándolas y envenenándola a ella (a Maka), que se siente intimidada, reconfortada y casi segura bajo su techo, respirando su mismo aire.

El chico sangriento posa las manos en sus mejillas y sus dedos parecen encajar a la perfección en su rostro. Sus labios están a escasos centímetros, sus alientos se entremezclan y Maka casi siente como su corazón aletea hasta posarse en sus ojos, que miran al chico con ojos color sangre que sonríe y sonríe, sin que la sonrisa llegue a iluminar sus pupilas cansadas porque estás parecen estar más ocupadas en recorrer con ansiedad el rostro de Maka una y otra vez, como si dejar de mirarla significara perderla y.

-¿Me recuerdas, Maka?

El tuptup de su corazón se detiene de golpe y ya no hay más chico con ojos color sangre, solo negro asfixiante y un nombre.

Soul.

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end chapter one.