Epílogo: A Manera de Despedida

Hoy es domingo, y me desperté muy temprano como de costumbre. Hice el mismo recorrido de siempre. En la mayoría de las casas la gente aún dormía, y afuera en las calles apenas quedaban unos rezagados de las fiestas que siempre se dan los sábados por la noche. Luego de un tramo algo largo (como hora y media de caminata), finalmente llegué a mi destino: un parque.

El parque con la loma y la pileta, el parque donde… bueno, donde pasaron tantas cosas. Ese parque.

Aquí estoy ahora, aquí donde escribo estas, tal vez las últimas palabras que llegues a saber de mí.

Comencé a venir hace un par de meses. Desde la primera vez, todos los domingos llego al mismo lugar a eso de las siete y me voy antes de que inicie la misa de las diez. Si me preguntas por qué vengo aquí, no sabría qué decirte. Tal vez para recordar. En estos meses se han producido muchos cambios en mi vida, y en muchas ocasiones me sentía perdida, como si viviera en un sueño. O como si todo lo anterior hubiera sido un sueño. Esta última posibilidad me producía escalofrío. A veces me ponía a pensar en él y me daba cuenta que empezaba a olvidar ciertos detalles de cómo era. Incluso algunas de las experiencias se fueron haciendo algo borrosas, adoptando un carácter onírico.

Todo lo vivido fue un sueño. Sus ladridos, los desayunos, los baños… Todo.

Hay momentos en que llego a pensar que verdaderamente fue un sueño. Que mi imaginación me jugó una pasada y que trastornaba mis recuerdos de alguna forma retorcida. Es inverosímil, me decía. No hay modo en que algo como eso realmente haya ocurrido.

Pero él es real. Lo que viví con él pasó de verdad. Por eso escribí todo esto, y es por eso que ahora debo decir adiós.

Como dije antes, no volví a poner un pie en casa de Penny. Cuando comencé a venir aquí, guardaba cierta esperanza infantil de verlos pasear por aquí alguna ocasión, pero nunca ocurrió. No los he visto desde que llevé a Bolt con ella, hace ya casi un año.

Empecé a escribir este relato como testimonio de lo que pasó. En realidad, no fue algo premeditado, sino que ocurrió de repente. Desde la primera vez que vine y me recargué contra el tronco del árbol (el mismo donde me quedé dormida, hace ya tanto tiempo), me puse a escribir usando una pequeña libreta que siempre llevaba en el bolsillo.

Ahora que ya he culminado el relato, no volveré a pisar este parque, del mismo modo en que no he vuelto a pisar la casa de mis padres desde que me mudé con mi hermana. Ella se preocupa bastante por mí, ya que salir de domingo por la mañana es peligroso, pero sabe que puedo valerme por mí misma, al menos en ese sentido. No obstante, no quiero preocuparla de más. Ella es muy buena conmigo. Desde que me mudé, pocas veces me ha dado órdenes, y me trata como una persona de su misma edad. También me defiende cuando discuto con su marido (perdón, el cabezotas anticuado de su marido) porque es de las personas que cree que porque vivo en su casa, él debe dar las reglas, y yo, solo acatarlas, bajar la cabeza, y tal vez decir un "Sí, milord".

Pero este no es mi principal motivo.

Dejaré de venir, porque ya no tengo nada más que decir. Ni a ustedes, ni a mí. El relato ya está, y espero que en él se mantengan todos los recuerdos que he atesorado tanto. Pero éstos deben seguir su curso natural, así que si he de olvidar, deberé de hacerlo. Y Bolt debe hacer lo mismo. Mi cachorro ya no existe, nunca existió. Siempre fue el cachorro de Penny. Por eso ya no he vuelto a visitarlos: él y yo debemos dejar nuestros recuerdos al paso del tiempo, del mismo modo en que un árbol deja sus hojas otoñales al capricho del viento.

No comento el tema ni con mi hermana, ni con Daisy, y son las únicas personas que lo llegaron a conocer. También evito tocar el tema conmigo misma. Solo me permitía forzarme a recordar mientras estuve escribiendo esto, y, pues, ahora es tiempo de decir adiós. Ya van a dar la misa de las diez en un rato, y mi hermana debe saber que por lo menos ya estoy de camino a casa.

Quiero aclarar: mi verdadero nombre no es Jennifer, ni Naoko. Es cierto, tengo un nombre americano, y un nombre japonés, pero no son estos. Si buscan en la guía telefónica, tal vez lleguen a encontrar algunos Greywood en ella, pero les aseguro que ninguno de ellos son los padres de Daisy. He "falsificado" mis nombres porque no quiero que nadie me juzgue. No quiero ver que, al escuchar mi nombre, las personas me miren y comenten entre ellas: "Ah, ella es la chica que estuvo con Bolt. Sí, el Bolt de la televisión. ¿Puedes creerlo?". Tal vez cuando Penny y su madre lean esto, se lleven una buena sorpresa (igual Daisy, igual mi hermana), pero ya ha pasado mucho tiempo, y supongo que es derecho de todos conocer la verdad. Bueno, pues, esta es mi verdad. La verdad que más atesoro.

Si por casualidad del destino (la vida llega a ser un chiste, en ocasiones) nos encontramos, y sabes que yo (la que se hace llamar Jennifer "Naoko") soy yo (la típica chica de séptimo, octavo o noveno grado), no te incomodes: podemos hablar; me agrada conocer gente. Pero nunca me menciones lo escrito aquí. ¿Prometido?

Ya marcó las diez. En cualquier momento llama mi hermana. Es hora de irme. Nunca me puse a pensar en qué diría cuando terminara de relatar. Ahora me doy cuenta que las palabras se acumulan en mi cabeza y no sé qué decir.

Tendré que dejarlo así: en blanco.

Cuídense todos. Gracias por permitirme compartirles mi vida.

Adiós, amigos míos.

Hasta siempre…


N/A: Bueno, esta es la culminación de este humilde fanfic. Espero que haya sido del agrado de todos los que lo hayan leído. Y como ya dijo Naoko: hasta siempre. Ya nos leeremos en otra ocasión.

Muchas gracias. Nos vemos después ^^