Resumen: Nadie sabía que existía, ni siquiera su padre pero el caso es que era inconfundible. La sorpresa fue mayúscula cuando, tras levantar el sombrero seleccionador, los profesores vieron una nariz ganchuda y unos profundos ojos negros, enmarcados por unos rebeldes cabellos grasientos. Él era James, el hijo secreto de Severus Snape y una prostituta puertorriqueña.

Disclaimer: Los personajes no me perteneces, tan sólo el protagonista, salido de mi mente enferma pero en ningún caso gano nada con esta pequeña historia.


Una larga fila de alumnos de primer año esperan a ser seleccionados, están temblando, pero no sólo por la lluvia que les ha acompañado en su viaje en barca, sino también por el miedo a la prueba que les está esperando. La ceremonia de selección va a iniciarse y un profesor muy bajito, vestido con una túnica morada, trae un taburete y un ajado sombrero que aún huele a humo.

Este año son más alumnos de lo normal, o quizá menos, pero se ve diferente porque aquí y allá caras conocidas aparecen, estudiantes que no pudieron cursar su séptimo curso por la guerra y que, un año después, vuelven para realizarlo. Hermione Granger, Seamus Finnigan, Justin Finch-Fletchey… apenas una quincena de alumnos, aún así los suficientes para recordar el dolor del año anterior.

Pero ese no es el tema de esta historia, sino lo que ocurrió cuando cierto alumno se puso el sombrero sobre su cabeza.

– ¡Abercrombie, Zacarias! –un muchacho rubio de pelo de punta corrió al taburete y se caló el sombrero, que le cayó hasta los ojos apenas unos segundos antes de que este gritara:

–¡RAVENCLAW!

–¡Austin, Cedrella! –la chica tropezó con sus propios pies de camino al taburete y aún se podía ver su rubor cuando el sombrero exclamó:

–¡SLYTHERIN!

Suaves murmullos se alzaron la primera vez que un alumno fue enviado a slytherin, la casa más perjudicada por los prejuicios de la guerra y cuyos alumnos eran mirados con recelo por el resto, incapaces de olvidar el papel que algunos de sus exalumnos tuvieron en la guerra.

–¡Gordon, Ernie!

Los alumnos se sucedían y caminaban cada uno a la mesa que le había sido asignada por el sombrero, completando la amalgama de alumnos que parecía más heterogénea que nunca, puesto que los de séptimo no eran los únicos que habían decidido repetir curso sino que aquellos hijos de muggles que no habían podido cursar el año anterior.

–¡Ivers, Colin! –tenía que ser un muchacho pequeño y rubio el que subió al taburete en medio de un total silencio en la mesa de gryffindor a la que casualmente

–¡GRYFFINDOR! –iba a dirigirse el niño. Por un momento fue como si un cubo de agua fría hubiera caído sobre ellos al ver al pequeño Colin dirigirse a ellos pero un segundo después comenzaron a aplaudir para recibirle.

Los nuevos alumnos continuaron llegando ante la mirada de los profesores. En un extremo la profesora Trelawney, cubierta con al menos media docena de chales, la profesora Sprout, luciendo un remendado sombrero, el profesor Slughorn, notablemente más delgado y con un bigote menos poblado, la profesora McGonagall, ocupando la silla alta de directora, el profesor y guardabosques Hagrid, sentado junto a la silla vacía de Flitwick y a la de la profesora Hooch… Pero la tranquilidad de la ceremonia estaba a punto de resquebrajarse.

–¡Rodríguez, James!

Un chico de cabello negro caminó arrastrando los pies hasta el sombrero y, sentado en el taburete, se le colocó este en su cabeza, bajando hasta mitad de su rostro, dejando ver nada más que una afilada barbilla y una prominente nariz algo ganchuda. Ya entonces el profesor Flitwick comenzó a pensar algo, quizá pasó por su mente la fugaz idea pero en los largos segundos que duró la selección de ese alumno no se atrevió a darle forma, quizá McGonagall también lo pensó, por la forma de fina línea que adoptaron sus labios, pero tampoco dijo nada.

Sin embargo el sombrero gritó y, al retirarlo, todos los profesores y los pocos alumnos que estaban en ese momento mirando, tuvieron la misma idea.

–¡GRYFFINDOR!

Los profesores y esos alumnos vieron una nariz ganchuda y unos profundos ojos negros, enmarcados por unos rebeldes cabellos grasientos, todo ello en el rostro de un tembloroso niño de once años que corrió a sentarse en la mesa de los leones, recibiendo tímidos aplausos. Ese niño se parecía mucho al antiguo jefe de la casa slytherin y profesor de pociones, Severus Snape.

La idea nació y se clavó en la mente de todos, como una espina que roza la locura, puesto que es imposible que fuera verdad, totalmente imposible, ¿no?

Imposible o no ahí estaba, James Rodríguez, recién llegado desde Manchester, el hijo secreto de Severus Snape y una prostituta puertorriqueña.


FIN