Prologo: El Encapuchado

-¡Vamos! ¡Este puente debería estar terminado! –grito Phantomon. Su aguda voz no hizo más que molestar a los Bakemon que, agobiados por el calor y el cansancio, ya no aguantaban a su capataz.

Era un territorio agreste, lleno de hierbas y colinas. A un costado del enorme y profundo abismo, varias cabañas y tumbas adornaban el paisaje. El sol brillaba fuertemente, para más martirio de los fantasmas.

Docenas de los digimon fantasma estaban ocupados volando sobre la grieta, acarreando materiales de construcción. Ese abismo se había creado hacia años, durante la época de los Dark Masters. Todos los viajeros que pasaban por allí opinaban que no tenía fondo, pero los Bakemon habían comprobado que eso no era cierto. Si había un fondo, pero era realmente muy profundo. Debía de medir unos veinticinco metros de orilla a orilla. Demasiado para la mayoría de los que buscaban atravesarlo, pero ningún problema para los Bakemon y el Phantomon.

Los digimon fantasma habían instalado un asentamiento junto a esa falla de la naturaleza, viendo lo productivo que era cobrarles a los otros digimon que no podían cruzar el abismo. Normalmente los llevaban volando, pero ahora tenían nuevos planes. Construían un enorme puente, con la esperanza de aumentar el rendimiento de la tarifa, además de facilitar el transporte a los viajeros más grandes. A pesar de que había más de cincuenta de ellos ocupados, la enormidad del proyecto había impedido que pusieran recorrer más de un cuarto de la distancia con la otra orilla.

-¿Y por qué no trabajas tú? –se quejó un Bakemon cansado, dejando caer unas sogas y volando junto al Phantomon-. Lo único que haces es quedarte ahí y mirar mientras nosotros trabajamos. A veces podrías ayudar, ¿no crees?

-Me encargo de una triple tarea sumamente importante: Organizo los cobros, ayudo en la seguridad, y me encargo que no holgazaneen –se ufanó Phantomon, haciéndose el importante. Apretó su hoz contra su pecho y cerró los ojos, en una clara señal de orgullo personal-. Justo como estás haciendo ahora. A sí que, ¡vuelve a trabajar ahora!

-¿Y si no quiero? –lo desafío el Bakemon rebelde, cruzándose de brazos.

-¡Te doy una paliza! –respondió Phantomon, levantando su hoz, al tiempo que hacia girar su cadena. El Bakemon alzo sus garras negro azuladas de debajo de su sábana blanca, dispuesto a combatir pese a la diferencia de nivel. La llegada de otro Bakemon interrumpió la pelea desigual.

-Viene alguien –aviso-. Allí a lo lejos se acerca una figura.

-¡Perfecto! –exclamo Phantomon, dejando caer la cadena. No tenía intenciones de pelear realmente. No le servía eliminar a uno de sus propios obreros-. Resolveremos este asunto después. Venid los dos conmigo y crucemos a ese digimon.

Se adelantaron en la llanura polvorienta para recibir al recién llegado. Incluso a la distancia, el abismo era muy visible como un enorme pozo negro. Cualquiera podía ver a gran distancia en la llanura. Vieron a la figura que llegaba caminando desde el desierto. Phantomon se preguntó qué haría en ese lugar. Cuando estaba más cerca, empezaron a escuchar un leve sonido metálico, intercalado con otro sonido romo que producían los pies del recién llegado.

La figura media unos dos metros de altura. Estaba totalmente cubierto por una capa marrón oscura que le llegaba a los tobillos, y una capucha que le dejaba la cara en sombras. Viendo sus pies, Bakemon y Phantomon notaron que en el pie derecho usaba un zapato negro, pero en el izquierdo asomaba una pieza metálica amarilla. También cargaba una mochila bastante grande a su espalda. Phantomon no tenía idea de que digimon pudiera ser, pero tampoco le importaba.

-¡Saludos! En esta dirección hay un precipicio que impide el paso. Aun no terminamos el puente de cruce, pero podemos llevarlo volando –Phantomon se mostró con su mejor cara amigable al interponerse entre el encapuchado y su camino-. Por un módico precio, claro.

El encapuchado se acercó sin responder. Paso junto a los digimon fantasma sin inmutarse. Phantomon empezó a molestarse, pero se tragó el enojo y volvió a cerrarle el paso de manera amistosa, levitando lo más cerca posible del rostro del encapuchado sin provocarlo.

-No sé si me escuchaste, pero te lo repito. No hay manera de cruzar si no vuelas, pero nosotros podemos arreglar eso.

-No necesitamos de vuestra ayuda –respondió el encapuchado, deteniéndose frente al digimon-. Podemos cruzar sin que nos ayuden, gracias.

La voz que los digimon fantasma escucharon era muy extraña. El tono era neutro, sin matices de ningún tipo. Pero notaron un ligero eco que no pudieron identificar. No vieron a ningún otro digimon junto al encapuchado, así que no entendieron a qué se refería.

-¿Hay alguien más contigo? Yo no lo veo –replico uno de los Bakemon, buscando al acompañante del encapuchado, mirando hacia todas partes-. E igualmente nos debes pagar por pasar por nuestro territorio. Es la ley.

-Nosotros estamos solos. No reconocemos vuestros territorios o leyes –el tono del encapuchado misterioso no admitía oposición. No parecía intimidado, sino más bien fastidiado-. Pasaremos por este, que es territorio público. No tienen ningún derecho para detenernos o cobrarnos.

-Tenemos el derecho que nos da nuestro numero –afirmo Phantomon, esgrimiendo su hoz. Ya se había hartado de su visitante. No era el primero que trataba de evadir el impuesto, pero nunca nadie los había denigrado así. El encapuchado no se inmuto en lo más mínimo, como si no le preocupara ver a un digimon de nivel ultra a punto de atacar.

-No queremos tener que matar sin necesidad. Vuestro número será inútil contra nosotros –afirmo el encapuchado. Los Bakemon se le acercaron peligrosamente. El encapuchado inclino la cabeza, en señal de resignación-. Si no tenemos otro remedio, lo haremos.

-¡Garra Tenebrosa! –las garras de los Bakemon no tocaron al encapuchado. Él se movió entre ellas y las esquivo con facilidad. Ambas manos pasaron junto a él sin tocar ni siquiera su capa. Al mismo tiempo, golpeo a uno de ellos con el dorso de su mano izquierda, y al otro le dio una terrible patada en medio de la cara con el zapato negro. El Bakemon que recibió la patada salió volando y derrapo contra el suelo desértico. El otro golpeo el suelo dejando un pequeño cráter. Ambos se desvanecieron al instante. Los datos no desaparecieron, sino que cambiaron de dirección y se metieron bajo la capucha del misterioso.

-¡Maldito! –Phantomon lanzo un ataque en forma de corte púrpura con su hoz. El encapuchado se apartó a un lado y lo esquivo fácilmente. La onda dejo una marca en el suelo de la llanura. Phantomon empezó a dudar de poder enfrentarlo.

-Si te apartas de nuestro camino ahora, perdonaremos tu vida –le aclaro el misterioso que hablaba en plural.

Phantomon se lo pensó un instante, considerando la facilidad con la que había derrotado a sus Bakemon. Se largó tan rápido como pudo, volando en dirección a su puente.

-¡Me las pagaras!

El encapuchado dejo asomar una sonrisa. Caminaron en dirección a la grieta como si el incidente no fuera importante.

Estaban demasiado cerca de su primer objetivo, no podían desperdiciar este momento. Solo debían cruzar el abismo y llegarían al lugar indicado.


No les sorprendió encontrar que todos los Bakemon habían abandonado su trabajo y estaban interponiéndose entre ellos y el abismo, con Phantomon a la cabeza. En los ojos del digimon fantasma se notaba que pensaba regodearse de su ventaja.

No tenían mucho tiempo, debían acabar con todo el asunto de inmediato.

El digimon levanto el brazo derecho y se arremango la capa. En su brazo derecho llevaban otra pieza metálica. Esta era un guantelete. Era casi todo negro, pero tenía extraños símbolos y decorados en color púrpura oscuro. El diseño era simplemente magnífico, hecho tanto para ser una pieza de armadura como un adorno excelente. Abarcaba desde su mano hasta su codo.

Sin embargo, Phantomon sintió miedo apenas vio ese guantelete en el brazo del encapuchado. No sabía que lo causaba, pero tenía un mal presentimiento. Era como si esa pieza de armadura fuera capaz de generar miedo antinatural en quien lo viera.

En la parte de la palma, figuraba un extraño símbolo hecho de líneas púrpuras. Era un triángulo, con una cuarta línea vertical que lo dividía. Además tenía otra línea, esta horizontal, que dividía una pequeña parte de la esquina superior. Dos líneas más partían de las otras dos esquinas y terminaban en mitad de la línea vertical. Un conjunto de siete líneas que formaba un símbolo que ni Phantomon ni los Bakemon reconocían. El encapuchado lo apunto hacia los digimon fantasma, con la palma abierta.

-¡Juicio de la Oscuridad! –grito el encapuchado. De la palma del guantelete, surgió una marabunta de líneas negras que arrasaban con todo a su paso en forma circular, casi como un rayo de energía. Los digimon trataron de apartarse, pero ya era muy tarde. El ataque arraso con todo en su camino, incluyendo a los digimon y las obras del puente, que cayeron al abismo hasta el fondo. Montones de datos salieron de entre el polvo que se levantó y se metieron en la capa del misterioso.

Cuando la polvareda se dispersó, solo Phantomon seguía con vida. Estaba tirado en medio de la zanja provocada por el ataque, gravemente herido. Se levantó con mucha dificultad.

-¡Te voy a destruir! –grito, al tiempo que atacaba nuevamente con el rayo de energía de su hoz. El encapuchado detuvo el ataque con el guantelete y lo desvió, dejando otro cráter en la ya deformada llanura. Phantomon quedo paralizado y cayó al suelo moribundo-. ¿Qué eres? –pregunto con sus últimas fuerzas.

-Somos los datos corruptos –respondió el encapuchado con sencillez. Phantomon iba a soltar un grito, pero le fallaron las fuerzas y murió. Sus datos también fueron absorbidos dentro de la capa. El encapuchado avanzo hacia el abismo y se paró a un paso. Tomaron carrerilla y saltaron el abismo fácilmente. Aterrizaron del otro lado, con una ligereza impresionante.


Tenían que encontrar el lugar indicado. En cualquier otra parte, sería inútil abrir una rajadura en el código dimensional. Si podían abrirlo en el mapa de datos en donde se ubicaba el palacio de los Dark Masters durante la curvatura dimensional de Apocalymon, su objetivo se cumpliría. Necesitaban con urgencia esos datos, pero era aún más necesaria su presencia. Sin él, no conseguirían el acceso a la información de los digimon oscuros. Y había un motivo más para su presencia. Necesitaban una voz que no pudieran controlar. Un aliado que no fuera parte de ellos.

Se detuvieron un instante. La precisión debía ser perfecta. Bajaron la mochila y la abrieron. Los datos corruptos sacaron un casco del interior. Era una pieza hermosa y muy extraña. Apenas verlo te daban ganas de querer investigarlo a fondo hasta saber cada línea y decoración de su superficie. Era de color violeta, además de un púrpura claro en sus adornos. Tenía un par de pequeñas protuberancias a cada lado de la visera deslizable. También tenía un símbolo inscripto, pero este era conocido en el Digimundo. El símbolo del Conocimiento.

Se bajaron la capucha. Su piel no tenía color alguno. Su cabello era negro como el Vació del Universo. Podrían pasar por un humano, si no fuera por sus ojos. Eran de color dorado rojizo, con pupilas rajadas de reptil. Se colocaron el casco y bajaron la visera. Una persona apenas podría ver, pero esas pupilas les permitían regular su campo de visión y ajustarlo para ver lo que querían ver.

-¡Revelación del Conocimiento! –exclamo el encapuchado. El símbolo del Conocimiento emitió una débil luz violácea. Su visión se plago de extrañas imágenes. A través del yelmo, veían el mapa de datos y buscaban el lugar indicado. Sonrieron con esos finísimos labios rojizos cuando notaron cual era la zona correcta. Se acercaron lentamente, hasta estar seguros de que habían encontrado el punto exacto.

Guardaron el casco en la mochila nuevamente. Se quitaron la capa y la capucha y también las guardaron. Sorprendentemente para cualquier espectador, tenían una forma muy similar a la humana. Vestían una camisa celeste claro con botones desabrochados y unas bermudas blancas cortas. También poseían un aire extraño, que provocaba una sensación de incomodidad, como si muchas personas estuvieran observando en vez de solo una. Además, que tuvieran una pieza de armadura negra en su brazo derecho y otra amarilla en su pierna izquierda aumentaba la sensación surrealista.

Refiriéndose justamente a esa greba de su pierna izquierda, era otra pieza muy hermosa. El color era amarillo claro con toques más oscuros. Abarcaba desde el pie hasta la rodilla del ser de ojos dorados. Producía un efecto de admiración. Cualquiera que hubiera visto esa greba, habría dejado de dudar de cualquier cosa que no pudiera hacer. Permitía que todos se asombrasen a tal punto de pensar que si era posible hacer una pieza tan maravillosa, todo era posible. En la rodilla, labrado en una placa con un tono casi dorado, estaba el símbolo de la Esperanza.

-Por fin te encontramos –pensó el misterioso. Se pararon en medio de la llanura, mirando hacia el Vacío. Adelantaron su pierna derecha. Corrieron unos metros a toda velocidad y dieron un nuevo salto hacia arriba, como si trataran de llegar lo más alto posible-. ¡Esperanza Persistente! –gritaron, al tiempo que estiraban la rodilla a seis metros de altura. El símbolo de la Esperanza comenzó a brillar. El taco de la greba empezó a dejar un haz de luz amarillenta en el aire. Y luego golpeo contra el suelo, desplazando una cantidad aterrorizante de terreno y dejando un nuevo cráter.

La grieta dorada empezó a entreabrirse. Emitía un sonido muy extraño, como si muchísimas voces gritaran a la vez. Algo blanco se aferró a la grieta y trato de abrirla. El supuesto humano se cruzó de brazos mientras lo que estaba al otro lado de esa abertura intentaba pasar. Finalmente, un par enorme de guantes blancos se abrieron camino y una forma de varios colores cayó al suelo al tiempo que la grieta dorada se cerraba. El primer objetivo estaba cumplido.

-Te damos la bienvenida al nuevo Digimundo, Piedmon, líder de los Dark Masters –dijeron los datos corruptos. El digimon payaso levanto la cara, respirando con dificultad. Su ropa estaba desgarrada y descolorida. Su máscara tenía arañazos misteriosos. Le faltaba un zapato. Su cabellera anaranjada estaba toscamente recortada. Las fundas colgadas a su espalda estaban vacías. Tenía un aspecto lamentable-. Al parecer, no te ha ido nada bien.

-¡Maldito humano! –grito. Tomo al misterioso por su camisa y lo alzo para tenerlo justo frente a su cara. Su boca estaba contraída en un rictus de odio-. ¡Te voy a hacer pagar todo por lo que pase!

-Tranquilízate –le dijeron. No había miedo en los ojos dorados. Sus labios dibujaban una sonrisa-. No somos humanos. Es comprensible que nos confundas –estiraron el brazo izquierdo y lo retorcieron, acomodándose-. Sin duda recordaras cuando te dijimos que los datos corruptos siempre desearían ser aceptados por los digimon, y que no importaba que tuviéramos que hacer para lograrlo.

Una mirada de reconocimiento se apreció en los ojos de Piedmon.

-¿Lyramon? ¿Cómo conseguiste esta forma tan horrible? –pregunto. Los dejo cuidadosamente en el suelo. Lyramon se sacudió y arreglo la ropa. Su sonrisa no desaparecía.

-Es una historia muy larga, que te contaremos cuando estemos en un lugar seguro. Las Bestias Sagradas están vigilando. No nos podemos quedar por mucho tiempo sin que lo noten –argumentaron. Le hicieron señas al digimon payaso de que los siguieran. Corrieron a través de la llanura, hasta llegar a una pequeña colina.

Dieron un rodeo, y Lyramon le indico a Piedmon que debían entrar a un agujero bastante estrecho.

Era en realidad una cueva. Dentro, Piedmon vio un pequeño televisor. Lyramon reviso en el bolsillo de su pantalón y saco un curioso aparatito blanco. Tenía una pantalla circular, con tres protuberancias en la parte inferior que debían servir para apoyarlo en alguna superficie. Justo en la parte baja de la pantalla, se apreciaban unas marcas que parecían botones. El digimon de la camisa escarlata observo el aparato, reconociéndolo.

-¡¿Eso es un digivice?! –pregunto el payaso, sin entender absolutamente nada.

-El digivice corrupto –respondió Lyramon. Lo apuntaron hacia el televisor, que emitió una luz blanca que se tragó a ambos digimon.


Cuando Piedmon abrió los ojos, noto que estaban en un lugar extraño. No tuvo mucho tiempo para fijarse en el espacio, porque Lyramon le hacía señas. Los siguió hasta una habitación más espaciosa, y luego a un balcón. El payaso quedo impresionado al ver a todos los humanos que caminaban por la calle. Eran aún más de los que pensaba. Estaban en el cuarto piso de un edificio de departamentos. Por debajo, la ciudad de Tokio bullía de actividad.

-Estamos en el mundo de los humanos –Piedmon sonrió maléficamente, entendiendo adonde estaban-. Lyramon, eres un truhán. Al parecer, no perdieron el tiempo mientras estuve en ese horrible lugar –se estremeció, recordando dolores pasados. Agradecía que lo hubieran rescatado, pero aún gruñía que hubieran tardado tanto.

-Hay algo muy importante que hacer ahora –respondió el digimon corrupto. Le alcanzaron a su excéntrico acompañante unos binoculares, que se habían formado de la nada en sus manos-. Observa atentamente ese edificio de allá a lo lejos. El grande.

-¿El blanco con los muros rosas? –Lyramon asintió a la pregunta del payaso-. Parece una escuela.

-¿Sabes lo que es una escuela? –se sorprendió el digimon de ojos dorados-. Mejor, lo hace más fácil. Mira a los alumnos que están ingresando con el uniforme verde. Específicamente, a esos cuatro que charlan en aquel salón. Segundo piso, tercera ventana desde la derecha.

-¿Qué tienen de especial? Son solo un montón de adolescentes que van a qué les enseñen cosas inútiles y… –interrumpió sus quejas. Había reconocido la cabellera rubia de uno de ellos-. ¡Es ese maldito niñito que hizo que me encerraran! –grito, con un odio increíble. Prácticamente temblaba de la rabia que sentía. Saco una daga de su chaqueta, y la empuño con ánimo de apuñalar-. ¡Le voy a rajar el gaznate!

-¡Alto ahí! –gritaron los datos corruptos, al ver a Piedmon dispuesto a saltar del balcón para ir a liquidar al joven. Le sacaron el cuchillo de las manos y empezaron a juguetear con la peligrosa arma-. Vas a arruinar todo el plan. Hay que ser pacientes. Tú quieres tu venganza, y nosotros la nuestra. Lo importante es que veas más claramente el verdadero objetivo. Vuelve a observar y dinos si reconoces a alguien más.

Con algo de desconfianza, Piedmon volvió a mirar por los prismáticos. Lyramon arrojaba al aire el puñal y lo volvía a atrapar. Su mano parecía experta.

-La chica que está con él se parece a la otra niñita que se salvó de mi colección –comento el payaso.

-Es la misma. Ahora fíjate bien en los otros dos. También son niños elegidos –aclaro el digimon corrupto, que continuaba jugando con el cuchillo.

-Ese que está riendo y tiene una cara de felicidad asquerosa se parece al hermano mayor cuando era niño. Al otro no le veo nada raro.

-El chico de la sonrisa seguro es Davis Motomiya –paro la daga sobre la uña de su índice izquierdo. Estaba en un equilibrio alucinante-. Es el nuevo líder de esta generación, por así decirlo. El que nos importa ahora mismo es el otro, el del pelo negro azulado, la piel pálida y los ojos violetas. Su nombre es Ken Ichijouji. Fue una vez un villano que se hacía llamar Emperador de los Digimon. Lo que necesitamos con más urgencia es su digivice D-3 negro.

Piedmon bajo los binoculares para mirar al digimon corrupto. Lyramon se pasaba la hoja de la daga entre los dedos, y luego la tomo con el guantelete negro. La clavaron con fuerza en la barandilla, atravesando su propia mano. Algo de sangre verde empezó a correr por la hoja del cuchillo, pero sacaron la mano desgarrada como si no sintieran dolor. La herida empezó a cerrarse. Sus ojos dorados de serpiente brillaban con la luz de la venganza tan ansiada.

Continuara…

Próximamente, Saga 1: Demon Lord.