Capítulo 21
DONDE EL AIRE ES CENIZA
Aquella pobre criatura…
—Chico… ¡Eh, chico! —había clamado el rubio en un susurro, escabullido de la vigilancia de los otros soldados y oculto entre las sombras que reinaban en la cámara que contenía las celdas—¡Chico..!
El brillo de dos pequeñas pupilas jade destelló por fracción de segundo cuando el rubio movió su linterna hacia el interior de la celda. Escuchó un difuso gruñido, más proveniente de una cría que de una de aquellas bestias a las que el Uzumaki había combatido en años posteriores.
Definitivamente Pain estaba equivocado… Jiraiya también.
—Tranquilo… no te haré nada… —Naruto alargó una mano por entre los barrotes de la ventanilla. Sintió que algo respiraba cerca de sus dedos. El gesto de un animal asustado—¿Ves? No soy malo… ¿Tienes hambre?
Otro gruñido corto a modo de respuesta.
Naruto tendió la mano y una pequeña y de deditos encogidos por el miedo la encontró en la oscuridad. El muchacho rubio puso algo en la palma del niño. Éste lo olió: un mendrugo de pan de centeno. En un lugar como aquél no se rechazaban las limosnas. Comió el pan, masticándolo con famélica avidez. Lo engulló y buscó migajas con la lengua entre los dedos del muchacho.
Naruto volvió a entornar la linterna con cuidado y cautela, para verle más claramente. Casi a como lo había imaginado, era un niño pequeño, no mayor de cuatro años; cabellos negros, cortos y revueltos, aun cubiertos de restos de paja. Lo único que llevaba encima era una camisa raída, rojiza pálida, desteñida por el tiempo y llena de suciedad.
Alguien gimió en voz baja, y siguió un de tos.
Se repitió el sonido, mientras que la joven que lo profirió jadeaba. Jamás en su vida había deseado tanto respirar aire fresco y ver un bosque. Calma, se dijo. Calma. Sabía que podía soportar más dolor y más dificultades que un ser humano normal, porque esto había sido parte integrante de su vida. Pero este encierro era una tortura para el alma, y sabía que podía derrumbarse en un sitio como aquél. Calma. No sabía cuándo podría volver a ver el Sol, y tenía que controlarse. El control era esencial para el lobo. Sin control, un lobo no podía sobrevivir.
Débil, con una profunda herida sin cicatrizar en la pierna derecha y contusiones en toda la espalda, Ino Yamanaka encontró con la mirada el semblante de aquel extraño erguido junto a la celda de Satoshi.
Bastardos, pensó Naruto y con ello incluyó a Jiraiya. Una determinación se había tornado en su mente.
—Voy a acabar con esto… así tenga que morir a manos del mismo Pain, dattebayó.
—0—
No había perdido el rastro del ciervo.
No había perdido el camino de regreso.
Sólo había seguido con depredador interés las huellas dejadas a mitad del sendero, desde que logró dar alcance a su presa. Le tomó tres días y dos noches.
Aquella cosa que se elevaba entre las copas de los arboles le había hipnotizado al punto de haberse sumergido en el corazón del despoblado bosque, más allá de la barrera levantada el invierno pasado y más alla de las ruinas del Palacio Blanco.
La cosa era gris y pestilente como proveniente del mismo infierno.
Humo, dedujo su instinto humano, y su olfato de lobo distinguió que provenía de una hoguera. Una gran hoguera producida por algo más peligroso aun.
Itachi miró cuesta arriba. Pudo ver cuatro o cinco sombras que bajaban entre la maleza.
Han vuelto…
Un gruñido atávico se formó en su garganta.
El aire apestaba a fuego y muerte. Tenía que largarse de ahí…
Tenía que irse y advertir a Sakura y a Kakashi… tenían que irse lejos, muy lejos y…
Una centella retumbó a sus espaldas. Un fuego cálido pasó rozando su pelambre. Unos hombres estaban bajando la cuesta, metiéndose entre el humo.
Y algo… algo corría delante de ellos.
Una bala de fusil rebotó en una roca a su lado, y los fragmentos de piedra le dieron en el costado. Aquello que corría era un lobo negro, con las mandíbulas alertas en un rictus de defensa y los ojos furiosos. El gesto de un animal atrapado.
¡Sasuke!
Itachi les siguió, corriendo agachado entre la maleza como una sombra, tratando de dar alcance a los perseguidores y su presa.
Cazadores. Vio aquella nube roja grabada en sus ropas y algo, muy profundo en su ser despertó de un apesadumbrando sueño.
Aulló. Era un grito de odio, venganza y resentimiento, que retumbó en lo más profundo del bosque.
—0—
Se alzó la luna llena.
Sakura se encogió en el borde del abismo y la miró fijamente. Temblaba de vez en cuando, aunque el ambiente era bochornoso. Trató de aullar, pero no pudo.
El bosque era un lugar silencioso, y Sakura estaba sola.
El hambre, que no entendía de pesares, le roía el estómago.
La vía del tren, pensó; su cerebro era tardo, se había desacostumbrado de pensar. La vía del tren. Hoy el tren podía haber matado algo. Podía haber carne sobre los raíles.
Cruzó el bosque en dirección a la hondonada, entre la maleza y las enredaderas, hacia la vía.
Medio aturdida, empezó a buscar a lo largo de los raíles, pero no había el menor olor a sangre. Decidió volver a la cueva; ésta era ahora su casa. Tal vez podría encontrar un ratón o un conejo por el camino.
Oyó un trueno lejano.
Levantó la pata, tocó un rail y sintió la vibración. Dentro de un momento saldría el tren del túnel del oeste y pasaría zumbando para entrar en el del este. El farol rojo del último vagón oscilaría de un lado a otro.
Había fantasmas en su mente y oyó que hablaban.
Uno de ellos murmuraba: "No me defraudes."
Se le ocurrió de pronto. Ahora podía vencer al tren, si realmente se lo proponía. Podía vencer al tren empezando la carrera como loba y terminándola como humana...
Y si no era lo bastante rápida... bueno, ¿qué más daba? Éste era un bosque de fantasmas. ¿Por qué no unirse a ellos y cantar nuevas canciones?
El tren se estaba acercando, Sakura caminó hacia la boca del túnel del oeste y se sentó al lado de los raíles. Centelleaban luciérnagas en el aire cálido, zumbaban insectos y soplaba una brisa suave. Los músculos de Sakura se estremecían bajo la piel cubierta de pelaje rosáceo.
"Te está esperando una vida allá fuera… Itachi y tu hijo… están ahí afuera —pensó—. No me defraudes."
Percibió el olor acre del vapor. Una luz brilló dentro del túnel. El trueno se convirtió en un rugido de animal.
Y entonces, entre un resplandor de luces y una lluvia de pavesas rojas, el tren salió del túnel y corrió hacia el este.
Sakura se levantó —¡demasiado despacio!, ¡demasiado despacio!, pensó— y echó a correr.
La locomotora le adelantaba ya, con sus ruedas de hierro chirriando a menos de tres metros a su lado.
¡Más rápido!, se dijo, y las cuatro patas le obedecieron.
Corría con el cuerpo cerca del suelo, azotado por la turbulencia del tren. Sus patas repicaban sobre la tierra, y le palpitaba el corazón. Más rápido. Todavía más. Estaba alcanzando la locomotora..., se ponía a su nivel..., la adelantaba. Las pavesas quemaban su espalda y giraban delante de su cara. Sakura seguía corriendo; podía sentir el olor a chamusquina de su pelo. Y entonces adelantó a la locomotora en dos metros..., en tres..., en cuatro. ¡Más rápido ¡Más rápido! Libre ya del viento producido por el tren, se lanzó hacia delante, con un cuerpo hecho para la velocidad y la resistencia. Podía ver el agujero oscuro del túnel del oeste.
No voy a conseguirlo, pensó, pero borró rápidamente la idea de su mente para que no entorpeciese sus movimientos Adelantó a la locomotora en siete metros, y entonces empezó a cambiar.
El cráneo y la cara fueron los primeros, mientras las cuatro patas seguían impulsándole hacia delante. Los pelos rosáceos de los hombros y la espalda se encogieron dentro de la piel que se estaba suavizando.
Sintió dolor en la columna vertebral cuando ésta empezó a alargarse. Sentía una angustia atroz en todo el cuerpo, pero seguía corriendo. Su velocidad menguaba, al cambiar las piernas, perder el pelo y enderezarse la espina dorsal. La locomotora le estaba ganando terreno, y el túnel del este se abría delante de ella. Se tambaleó, y recobró el equilibrio. Unas pavesas cayeron sobre la piel blanca de sus hombros. Las patas estaban cambiando, perdiendo su impulso al surgir los dedos de las manos y de los pies.
Tenía que ser ahora o nunca.
Sakura Haruno, medio humana y medio loba, se lanzó delante de la locomotora y saltó hacia el otro lado.
El resplandor del farol le alcanzó en el aire y pareció paralizarle durante un segundo precioso.
"El ojo de Dios", pensó Sakura. Sintió el cálido aliento de la máquina, oyó los chirridos de las ruedas; el rastrillo estaba a punto de chocar contra ella y hacerle trizas.
Encogió la cabeza sobre el pecho, cerró los ojos y dio una voltereta bajo el resplandor del farol y por encima del rastrillo, y fue a parar entre la maleza. Cayó de espalda, resoplando. El calor de la máquina llegó hasta ella. Un viento furioso le agitó los cabellos y las pavesas mordieron sus hombros desnudos. Se incorporó a tiempo de ver oscilar el farol rojo al entrar en el túnel el último vagón.
Y el tren desapareció.
Sakura sentía como si todos sus huesos se hubiesen descoyuntado. Su espalda y sus costillas estaban magulladas. Le dolían las piernas y tenía cortes en los pies. Pero estaba entera y había cruzado la vía.
Estuvo sentada allí durante un rato, respirando fuerte, con el cuerpo reluciente de sudor. No sabía si podría sostenerse en pie; había olvidado lo que se sentía al andar sobre dos piernas.
Su garganta se movió. Trataba de articular palabras. Al fin brotaron.
—Estoy… vi…va… —dijo y el sonido de su propia voz, más lívida y suave de lo que recordaba, le causó una fuerte impresión.
Nunca se había sentido tan desnuda. Su primer impulso fue cambiar de nuevo, pero se contuvo.
Tal vez más tarde, pensó. Todavía no.
Se tumbó sobre la hierba, recobrando fuerzas.
La mente seguía anclada en algo más importante aun…
Itachi…
Satoshi…
Ellos… TENGO QUE IR POR ELLOS
Sakura se incorporó y miró a lo largo del sendero que colindaba con la vía y que llevaba hacia el norte.
Se le doblaron las rodillas y cayó de nuevo. El segundo intento fue mejor. Al tercero pudo levantarse. Había olvidado lo alta y delgada que era. Miró hacia la luna llena. Era la misma Luna, pero mucho menos bella de lo que resultaba a los ojos del lobo. Su luz resplandecía sobre los raíles, y si había fantasmas allí, estaban cantando.
Sakura dio el primer paso, un paso indeciso. Sus piernas eran torpes. ¿Cómo había podido andar antes con ellas?
Aprendería de nuevo. Kakashi tenía razón; aquí no había vida para ella. Pero le gustaba el sitio, y dejarlo sería difícil.
Era el mundo de la juventud; le esperaba otro mundo, más brutal.
Entonces lo escuchó. Reverberando con un eco absoluto en la calma de la noche. Un aullido grave y largo. Itachi estaba vivo… y le llamaba, desde la lejanía más allá del Palacio Blanco. No podía dejarle, ni a él ni…
Mi hijo… ¡Debo ir por mi hijo!, pensó.
Dio el segundo paso. Después el tercero. Todavía le costaba, pero estaba andando.
Sakura Haruno, una figura pálida y desnuda a la luz de la luna de verano, siguió adelante, por el sendero que daba hacia el norte sobre dos piernas, como un ser humano.
—0—
Cazadores
Eran cuatro hombres y bajaban de las rocas al campamento alumbrándose con linternas. Disparaban contra todo lo que se movía o contra todo lo que creían que se había movido. Sasuke, el lobo negro percibió otro olor y lo reconoció: aguardiente. Al menos uno de los hombres, aunque tal vez también los otros, estaba borracho. Poco después oyó sus voces estropajosas.
—¡Te haré una chaqueta de piel de lobo, Raijin ! ¡Te haré la chaqueta de piel de lobo más bonita que hayas visto jamás!
—No, no la quiero. ¡Háztela para ti, cabrón!
Sonaron roncas carcajadas. Una ráfaga de balas fue a dar en el lado de una casa.
—¡Salgan, pulguientas alimañas! ¡Salgan y jugaremos!
—¡Yo quiero uno grande, Fujin!
No eran más que unos soldados subrogados borrachos y armados con rifles, pasándose de listos en su turno de vigilancia para no aburrirse. Sasuke sabía esto, sin saber cómo lo sabía. Cuatro soldados de la guardia nocturna que custodiaban el círculo de tiendas de acampada.
Se agitaron sombras en su mente; se movieron cosas, y empezaron a despertar recuerdos dormidos. Ahora le latía la cabeza, no de dolor sino por la fuerza del recuerdo.
La Orden de la Nube Roja… los asesinos de la manada.
Y él era un lobo, ¿no? ¡Desde luego! Tenía pelos negros, zarpas y colmillos. Era un lobo, y los cazadores estaban casi encima de él.
Una luz pasó delante de él y volvió atrás. Quedó iluminado por el resplandor de la linterna.
—¡Tal y como dijo Kakuzu-sama… aun quedan pestes por aqui! ¡Mira Raijin!
Cargó y disparó el rifle y las balas surcaron el suelo, Sasuke ya se había echado a correr.
—¡No lo pierdas, Fujin! ¡Sería una buena chaqueta! —Los soldados también corrían, todo lo que les permitían sus inseguras y bofas piernas—. ¡Está ahí!
El lobo negro iba a salir por entre los matorrales, pero le cegó una luz y se echó atrás, acorralado contra una pared; las balas agujerearon la pared sobre su cabeza.
—¡Lo hemos pillado! —exclamó una voz ronca—. Fujin entra ahí y hazle salir.
—¡Ve tú primero, idiota!
—Está bien, cobarde: entraré yo primero pero vigilen el perímetro. —Se oyó un chasquido. Sasuke se dio cuenta de que el hombre estaba cargando de nuevo su arma—. ¡Allá voy!
El soldado caminó hacia la barda, siguiendo la luz de su linterna, con el valor del aguardiente en las venas.
El lobo negro sabía que estaba condenado. No había escapatoria. ¿Qué podían los colmillos y las zarpas contra cuatro hombres armados?
Un gemido cambió de tono. Retumbando con un eco bestial, acorde con el grito estridente de los cazadores. Un último intento de sobrevivencia.
Se oyó un ruido de ropa desgarrada y unos chasquidos como de huesos rotos. Los soldados se echaron a atrás, y el que había gritado hizo una mueca. Uno de los soldados sacó una linterna y trató torpemente de encenderla. Delante de él, algo se agitó debajo del rígido cadáver que tenía a sus pies. Le temblaban las manos y no conseguía hacer funcionar el maldito interruptor.
—¡Maldita sea! —gritó, y entonces funcionó el interruptor y se encendió la luz. Al ver lo que había allí se quedó helado.
Aquello tenía unos brillantes ojos escarlatas, unos colmillos blancos y se sostenía sobre cuatro patas.
Itachi aun sostenía entre sus fauces el cuello del bastardo uniformado. Se sacudió violentamente, con una fuerza que rompió los brazos del cadáver como si fuesen palos de cerillas, y arrojó aquel cuerpo a un lado.
Todos se pusieron a chillar y huyeron para salvar la vida, menos dos soldados. Uno equivocó el camino y fue directo hacia la barrera de troncos apilados cerca de la hoguera. Se estrelló en ella.
El otro levantó su pistola para disparar contra la bestia de pelo negro azabache hasta que algo más envistió contra él.
Una fría y resentida mente humana calculaba dentro del cráneo del lobo de ojos escarlatas, y éste había corrido sin ver la oscuridad de la noche, sino un crepúsculo grisáceo en el que figuras ribeteadas de azul corrían hacia el campamento, lanzando chillidos estridentes como de ratas perseguidas.
Itachi Uchiha había oído las palpitaciones de sus corazones provocadas por el pánico: un cuerpo militar de tambores redoblando a endiablada velocidad. Antes de que aquellas mortales municiones alcanzasen a su hermano, Itachi había saltado hacia delante, con los músculos y los tendones moviéndose como los mecanismos precisos de una máquina de matar. Sus uñas arrancaron jirones ensangrentados de la cara del hombre, y el grito ahogado de éste sacó a los dos soldados de su trance. Echaron también a correr y uno de ellos se cayó, trabando las piernas del otro.
Aquello alertó al único capitán del turno… y la justicia se haría, no con las fieras, sino con él.
—¡Grandisimos idiotas hijos de puta! —exclamó el regente, un sujeto de cabello platinado de nombre Hidan—¡¿Qué coño está pasando aquí?!
Alzó el rifle debidamente cargado y apuntó hacia aquello que había oculto en las sombras.
—¡Bastardos inmundos! ¡Los voy a mandar al puto infiern…!
Una mano agarró con fuerza la muñeca de Hidan. Éste miró fijamente aquella mano, con ojos hinchados y pasmados.
La mano no era del todo humana, pero tampoco una garra enteramente de animal. Estaba cubierta de vello rosáceo oscuro y los dedos empezaron a torcerse y contraerse en zarpas. Hidan lanzó una exclamación ahogada y miró a aquello a la cara.
Un par de furiosos ojos verdes lo hipnotizaron durante unas décimas de segundo, pero esto fue suficiente. Percibía un olor bestial, a sudor y a pelambre de lobo. Hidan abrió la boca para gritar.
—Oh... mi...
El regente de la Orden de la Nube Roja no llegó a apelar a su deidad; Pain-sama estaba ausente y Dios era justo.
Sakura Haruno, cuya espina dorsal empezaba a doblarse, adelantó la cara y hundió los colmillos en el cuello del cazador. Con una rápida y furiosa sacudida de la cabeza, arrancó carne y venas y aplastó la tráquea de Hidan.
Si… ese era uno de los hombres que se habían llevado a su hijo, resollaba su mente aun lidiando con el impulso salvaje.
Un gemido brotó de la destrozada tráquea al vaciarse de aire los pulmones. Sakura apoyó un pie en el pecho del cazador y empujó.
Lo que quedaba de Hidan de Yugagakure cayó hacia atrás justo hacia una de las escuálidas fogatas en torno al campamento. El aroma de carne quemada inundaba el lugar.
Sakura escupió un bocado de carne y yació de costado, con el cuerpo entre sus dos polos.
Itachi le llamó. Ella oía su voz a kilómetros de distancia. Lejos… muy lejos…
—¡Sakura!
Ella resistió el cambio completo, con ideas salvajes arremolinándose en su mente y los músculos agitándose debajo de la piel cubierta de pelo rosáceo. Los dedos de los pies estaban acalambrados, y los hombros estaban ansiosos de liberarse.
—¡Sakura! —volvió a apremiar Itachi.
El cambio… no… ¡Todavía no!
Empezó a volver atrás, a recobrar su forma primitiva, y al cabo de tal vez medio minuto, se sentó en el suelo, con su piel humana cubierta de sudor.
—0—
Naruto Uzumaki olió el lugar de su destino antes de verlo. Yacía todavía sobre la espalda en el suelo de metal de la improvisada carreta. La caja de ésta había sido cubierta con un toldo de lona gris que sólo dejaba entrar por una rendija la luz del sol. Su sentido de orientación estaba alerta, lo suficiente como para percatarse que se hallaba nuevamente en el centro de Konohagakure, aquel sitio de pesadilla donde él había sido testigo de una de las más impasibles masacres.
Ahora, bajo la tutela y vigilancia absoluta de un cretino bruto como Kakuzu, había estado entrenando y mejorando su habilidad con el combate cuerpo a cuerpo. Tratando de exponer sin inhibición alguna los instintos que como híbrido debería tener.
…o al menos esto era la intención que Jiraiya tuvo al inicio.
Los instintos estaban ahí, el mismo Naruto los sentía, a punto de brotar como una llamarada, un incendio sin control, pero su parte humana todavía era fuerte e imponía resistencia y respeto sobre la bestia.
La voz de su madre prevalecía en su mente.
Y el huracán seguía sin desatarse.
Un fuerte olor penetraba entre la lona. Los otros soldados también lo habían percibido; algunos de ellos se agitaron nerviosos y murmuraron entre sí. El olor se estaba volviendo más intenso. Naruto había olido algo parecido en el norte de Kumogakure, cuando cazaron al Matatabi y el cuerpo de éste fue arrojado a una hoguera. Cuando se percibía una vez el olor dulzón de carne humana abrasada, ya no se olvidaba jamás. Pero ahora olía también a madera quemada. Madera de pino, pensó Naruto. Algo que ardía con fuerza y muy deprisa.
Uno de los soldados se levantó y Naruto le escuchó proferir una maldición apenas al bajarse de la carreta.
—¡Que Dios nos ampare! —masculló a la lejanía. —¡El campamento! ¡El campamento se incendia! ¡Kakuzu-sama!
El vehículo se detuvo tan abruptamente que Naruto cayó sobre un costado. Kakuzu, quien iba delante, se alzó con una parsimonia despreocupada pero temible. Bajó de la carreta y Naruto escuchó cómo gritaba a los subordinados.
—¡Maldita sea! ¡Había dejado a Hidan a cargo para que no pasaran tonterías como ésta! ¡¿Qué rayos…?!
Incitado por la curiosidad, el muchacho bajó también. Pese a que estaban a casi una milla de distancia, sobre lo alto de una colina, aquello refulgía en medio de la lóbrega oscuridad que reinaba en el bosque como una inmensa bola de fuego en un vasto cielo de medianoche.
Naruto tragó hondo y una sonrisa apremiante invadió su rostro al contemplar desde la distancia como la mitad del campamento instalado aquella mañana sucumbía ante las densas llamaradas.
Justicia Divina...
—0—
Sintió las ásperas manos de Itachi asirle por los hombros.
La mirada del Uchiha se encontró frente a frente con la sucia y macilenta cara de Sakura, con los ojos relucientes de lágrimas. Trataba de hablar, pero no podía articular las palabras. Por fin pudo decir:
—¿Dónde diablos has estado?
—Buscándoles —dijo él— Había encontrado su rastro desde el este y… esperaba encontrar a Satoshi. ¿Dónde está Kakashi?
La voz tembló de nuevo. Sakura se arrojó en sus brazos. Él la sostuvo, mientras ella temblaba.
—Muerto — sollozó, sólo una vez, y se esforzó en recobrar su aplomo.
No pudo. Itachi le apretó fuertemente entre sus desnudos brazos, con aquel nudo en su garganta.
—Debemos reponernos —dijo él—. Vamos a salir de aquí.
Sakura oyó un ruido detrás de ella. Se volvió, y un sudor oleoso brotó de sus poros.
Sasuke estaba plantado allí, a sólo unos palmos de distancia. El pelaje desaparecía de sus hombros lentamente, dejando a la vista densos tajos en la desnuda y marfileña piel. Sus cabellos eran como un rastrojo, y su mirada brillante y exaltada.
Ella le miró fijamente, con el cuerpo rígido.
—Volviste… Sasuke-kun…
Un jadeo entrecortado brotó de los resecos labios de Sasuke.
—Encontré el Palacio Blanco en ruinas… quería saber que pasaba… creí que los habían matado a todos.
—Destruyeron nuestro hogar, hirieron de muerte a Kakashi, se llevaron a nuestro hijo —prosiguió Itachi—…asesinaron a Kurenai, a Ino y a Karin.
Aquello último se clavó en los oídos de Sasuke con el mismo ardor de una bala en el corazón. Entornó los negros orbes hacia él, un brillo apesadumbrado y lastimero se apreciaba en éstos.
—Debiste dejar que me mataran… nii-san.
El Uchiha mayor solo negó sutilmente con la cabeza.
—Kakashi no querría eso. Somos lo único que queda de la manada —murmuró con tono férreo e impasible—… y aunque eres mi hermano, no iba a hacer la misma canallada que tú intentaste hace años, estúpido outoto. —su mirada fulguraba un brillo de convicción y decisión. La mirada de un alfa—Somos una manada ahora.
El fuego descontrolado de una de las hogueras del campamento se extendió. El cuerpo de aquel capitán de pelo platinado ya se había carbonizado casi por completo, igual que el de dos soldados. El aire olía a podredumbre y justicia.
Pero aquella austera calma no reinaría por mucho. Itachi se levantó.
—Debemos irnos. —enunció.
—¿A dónde? —inquirió Sakura.
Se sentía un poco mareada y tuvo que apoyarse en el hombro de él. Sus nervios se habían agotado, particularmente durante las últimas veinticuatro horas.
—Escuché que partirían a Sunagakure —la voz de Sasuke se atenuó, pero seguía sintiéndose segura y firme—…eso está al oeste.
Sakura se estremeció, recordando las palabras de Kakashi.
Suna… Sunagakure…
Itachi asintió, mientras su mente debatía los inconvenientes, explicándolos detalladamente como un fraguado plan de guerra. Ir a Suna sería riesgoso, y tras esto, estarían buscándoles.
—Pero buscarían a tres lobos, no a tres humanos —dedujo Sakura.
La atención pasó hacia los cuerpos abatidos en el campamento. Aquellos que no habían sido consumidos por el fuego.
—¿Cabrías en la ropa de ese hombre? —preguntó Itachi mirando hacia donde yacía despatarrado uno de los soldados a quien él desgarró la tráquea.
Sakura dijo que lo probaría. Lo mismo hicieron Sasuke e Itachi. Todo estaba manchado de sangre, pero servirían al menos hasta llegar a la Franja divisoria entre Konohagakure.
Echaron a andar en dirección al oeste, siguiendo la viada de los raíles del tren una vez hubieron llegado hasta ellos. Caminaron a paso moderado casi toda la noche. Sakura tambaleándose todavía, pero capaz de caminar por sí sola.
A lo lejos el estruendo armado en el campamento de los cazadores se desvaneció poco a poco. Sin embargo, lo que no sabían eran que las tropas se habían dividido. Aun asi, había ventaja, estando encubiertos con los despojos de los uniformes. Suficiente como para no llamar la atención entre los aldeanos al llegar a algún poblado y tampoco resaltar entre las zonas rurales y descampadas.
El tramo sería demasiado largo. Un viaje de casi dos semanas por lo menos hasta llegar donde terminaba el bosque. Atravesar los áridos terrenos mineros del Pais de los Ríos y de ahí, la barrera terregosa y desértica del Pais del Viento.
Y de ahí serían casi siete días a paso humano, hasta llegar al poblado de Sunagakure.
Al menos el clima estuvo de su parte. Las lloviznas de verano menguaron y el calor no caía tan a plomo como en años posteriores.
El paisaje cambió, conforme la marcha avanzó hasta los segregados campos de arroz de Tanigakure, a pocos kilómetros de la frontera con el País de los Ríos. La escuálida manada avanzaba a paso silencioso y se habían abstenido de entrar en poblados, rodearlos era una forma más práctica de pasar inadvertidos.
Acamparon cerca de allí, y al llegar la noche, los dos hermanos Uchiha y Sakura, en su forma lobuna, buscaron sustento, tal y como había sido en aquellos últimos días. Con la sincronía de un reloj en perfecto funcionamiento, los tres dieron cuenta de un jabalí cerca de un claro. La lucha sólo duró unos segundos, y la naturaleza hizo lo demás.
No había salvajismo en ello; era el juego de la vida y la muerte. Los tres comieron hasta hartarse. Sakura se alejó momentáneamente, mientras Itachi aun relamía los huesos del cráneo y Sasuke dormitaba entre la maleza.
Anduvo a paso largo por el bosque, husmeando el aire, y al cabo de un rato captó olor de agua. Pronto pudo oír el rumor del riachuelo, saltando sobre las piedras. Se revolcó en el agua fría, para quitarse toda la sangre de encima. Se lamió las patas, asegurándose de que no quedaba sangre en las uñas. Después bebió para apagar la sed e inició el regreso.
Se transformó en el bosque y caminó sin ruido sobre dos piernas blancas, con las pisadas amortiguadas por la hierba de mayo, tomó la lánguida camisa de aquel cazador, volviendo a enfundarse en ella. Ya hacía mucho que la peste humana había desaparecido en la prenda, pero seguía estando manchada de sangre y tierra. Estuvo a punto de ponerse el pantalón y entonces algo llamó su atención.
Su agudo olfato aun alebrestado por la caza y la transformación le alertó. Pólvora y hierro.
Él también le olió…
Una figura ribeteada de color azul oscuro su silueta, de pie, detrás de ella, tan cerca que Sakura pudo oír palpitar su corazón. Tal vez tan fuerte como el suyo.
Unos orbes azules como un cielo de primavera, cabellos rubios y encrespados.
Naruto Uzumaki dejó caer el fusil en cuanto aquella mirada hizo contacto. Ojos verdes y brillantes… el mismo color que él mismo había visto en alguien más.
Lejos, lejos de allí… en un infierno cernido entre las secas dunas de Sunagakure, donde el sol caía a plomo como una densa llamarada y el aire es ceniza.
Y entonces los caminos se juntaron.
FINAL DE LA PRIMER TEMPORADA
N/A: Bueno... el largo camino de una historia que comenzó en formato original ha llegado a su último tramo. No quiero decir que la trama termine en su totalidad aqui, pero si la mitad mas importante.
Ahora... ¿Qué sigue?
Bien, un laaaargo trecho tambien comienza y con esto el reto de una continuidad que yo como autora no tenia planeada al inicio, jejeje.
Aunque este fic conforme se desarrollaba, se llenó de comentarios un tanto austeros y críticas meticulosas, no me arrepiento de ello. "Que si esta Sakura era Canon-Sue" "Que si el desarrollo no fue tan certero como se esperaba" "Que si el Vínculo de los hermanos Uchiha estaba demasiado mellado y la riña fue exagerada"... la verdad ya no me ofusca mucho pensar en ello. Disfruté escribirlo, disfruté desarrollarlo y disfruté terminar esta primer fase...
Espero que ustedes lo hayan disfrutado leyendolo tambien... ahora, ya saben, todo tipo de comentarios son bienvenidos, esta autora sabe lidiar con todo (si no no lo hubiera terminado xDD)
Ahora esten pendientes de la siguiente temporada, en enero del 2015...
HIGURASHI´S OUT!