9. Complicidad
Se sentó en el sofá, hecho un manojo de nervios.
Había conseguido dar esquinazo a los reporteros del diario El Profeta, al nuevo director en jefe de la oficina de aurores e incluso a Ginny, pero no había sido tan fácil como habría cabido esperar; hacía solo tres días que Voldemort había muerto y Harry prácticamente no había tenido un momento de paz desde entonces. El Ministerio, sus amigos, conocidos y el mundo mágico británico en general lo requerían continuamente; se empezaba preguntar si algún día sería libre de verdad y podría llevar una vida normal. Sin embargo, cuando más se empeñaba la comunidad mágica en pleno en asegurarle que estaba en deuda con él, más en deuda se sentía él con la comunidad mágica.
El día anterior, un funcionario del Departamento de Cooperación Mágica Internacional se había presentado en casa de los Weasley a la hora de comer y le había propuesto a Harry sumarse a las misiones de captura de mortífagos fugados en el extranjero. Harry había estado a punto de aceptar la oferta, pero la oportuna señora Weasley había puesto el grito en el cielo y había echado al tipo del Ministerio a base de escobazos mientras resollaba para dejar clara su indignación: «¡Habrase visto! ¡Qué desconsideración! ¡Ni un día lo dejan tranquilo! ¡Y no ha cumplido los dieciocho siquiera! ¡Largo de mi casa! ¡Fuera!». Por una vez, Harry agradeció la intromisión de la madre de su amigo que, además, no estaba pasando por su mejor momento ahora que se había fijado la fecha del funeral de Fred. Ron y él la habían escuchado llorar cuando pensaba que nadie la escuchaba.
En realidad, todos los Weasley estaban bastante tristes y debido en parte a un sentimiento de culpa que no podía controlar, Harry había decidido comer en el número doce de Grimauld Place con Kreacher, convencido de que el encantamiento Fidelio todavía podía mantener alejado a la mayor parte de la plantilla ministerial y a un buen número de curiosos. Sin embargo, tras dormir allí, el silencio y la oscuridad de la vivienda le habían disuadido enseguida. Además, había algo muy importante que tenia que hacer, una responsabilidad que había elegido de buen grado hacía unos meses antes. Algo que quería hacer solo.
Por esa razón, había dado largas a Ginny —y le había costado lo suyo— cuando le había propuesto dar un paseo por el Londres muggle y se había aparecido a las afueras de Colchester, delante de la fachada de una pequeña casa con jardín y porche. Después, había llamado al timbre y no había podido evitar sobresaltarse una vez más al encontrarse con Andrómeda Tonks al otro lado de la puerta, parecida a su prima Bellatrix en todo, salvo en el color del pelo y la mirada.
Ella lo había hecho esperar con una sonrisa extraña, como si lo hubiera estado esperando y le había sugerido que se sentara a esperar, casi sin mediar ninguna otra palabra. Harry podía escuchar su leve taconeo en el piso superior, bastante incómodo. Seguramente si Hermione hubiera estado allí, le habría dicho que se relajara, que no pasaba nada, que todo iba a salir bien... pero no estaba allí, claro. La joven bruja había partido rumbo a Australia unas horas después del final de la batalla de Hogwarts, con la idea de encontrar a sus padres y restituir su memoria y Harry no tenía noticias de ella desde entonces.
—Aquí está —anunció la voz de la señora Tonks al entrar a la pequeña sala de estar. La viuda sonreía y llevaba en brazos un bebé de mejillas sonrosadas y pelo azul eléctrico, que se restregaba los ojos oscuros con aire somnoliento—. Mira quién ha venido a verte, Teddy. ¡Es Harry!
Harry se levantó de un salto, muy rígido y serio y el pequeño Ted Lupin lo miró, receloso, pero sin poder disimular tampoco su curiosidad. Harry miró a Andrómeda y al niño algo apurado y, aunque la boca se le había quedado seca, croó un especie de saludo, algo formal para un crío:
—Ho-hola, Ted.
El joven mago nunca había tratado con niños pequeños antes y se notaba, así que Andrómeda se permitió una carcajada cuando vio al famoso Harry Potter tartamudear y la criatura que llevaba en brazos, al escucharla, supo que estaba entre amigos y sonrió un poquito. Harry se puso colorado.
Andrómeda se acercó con mucha naturalidad a Harry y le tendió a Teddy que, de forma automática, extendió los brazos hacia su padrino. Harry le recogió, algo inseguro, pero con ganas. Se sentía algo raro con ese extraño bultito cálido entre los brazos, pero bien. Todo el estrés acumulado desapareció de repente.
—Os dejo solos, chicos —avisó Andrómeda—. Harry, ¿quieres una taza de té?
—Eh... vale, sí, —respondió él, aturullado, sin dejar de mirar la carita de Teddy, con una expresión de auténtica devoción.
Andrómeda se marchó a la cocina y Teddy, aburrido del silencio, hizo una pedorreta. Todos los músculos de Harry se destensaron de inmediato y se echó reír. Teddy lo imitó enseguida y cuando Harry se sentó de nuevo en el sofá, empezó a jugar a meter las manitas en la boca de su padrino, como si no acabaran de presentarlos.
Tenía los ojos brillantes, como los de Tonks. Seguro que la echaba mucho de menos. Y a Lupin también. Como él había echado de menos a sus padres. No, como él echaba de menos a sus padres.
—¿Sabes, Teddy? Sí, sí, tú, renacuajo... ¡Sí! Renacugggjjo. Ay, que te voy a morder, chiquitajo, a ver... ¿Sabes qué? Tu papá y el mío eran muy amigos en Hogwarts. Sí. Tu papá.
Aunque no lo había entendido, Teddy sonrió y tiñó su pelo de negro azabache, como el de Harry. Harry dejó escapar una carcajada.
—También era amigo mío —susurraba Harry, con voz ida, mientras jugaba con Teddy al caballito—. Al paso, al paso, al paso, paso, paso, paso... Y me hizo tu padrino, sí, al trote, al trote, al trote, trote, trote...
Teddy se reía sin parar mientras cabalgaba sobre las rodillas de Harry.
—¡Al Galope, galope, galope, galopeeeee!
Al terminar, Teddy, satisfecho con su paseo a caballo, se abrazó al torso de Harry y bostezó. Seguramente fuera su hora de la siesta. Harry lo miró con un cariño infinito, más del que podría haberse imaginado sentir antes de aparecerse en casa de los Tonks. Era bonito sentir los diminutos dedos de Teddy asirse a su túnica y su cabecita sobre el pecho o poder escuchar su respiración acompasada.
—Le has caído bien —susurró Andrómeda mientras dejaba una taza de té en la mesa frente al sofá.
—A mí él también —murmuró Harry—. Me gustaría... —miró a la señora Tonks de repente, muy fijamente—. Me gustaría formar parte de su vida. —Se ruborizó de repente porque se sentía muy raro al hablar así—. Sé que solo tengo diecisiete años, pero... Remus me hizo su padrino y yo...
—Estoy abierta a propuestas —le interrumpió ella—. Sinceramente, contaba con tener que cuidar y criar a un niño sola a estas alturas de mi vida, así que toda ayuda es poca, Harry. ¿Tú estás seguro de que quieres ser...?
—Sí —afirmó él con rotundidad. Teddy hizo un gorgorito todavía abrazado a él y Harry sonrió sin poderlo ni quererlo remediar.
—Bueno, pues por mí, no hay problema. Y creo que Ted está conforme también, ¿verdad, cielo?
Ted eructó por toda respuesta.
—Lo que yo te decía...