Koto Blanco.
Capítulo 03: Consecuencias.
El trazo del pincel era preciso y delicado. Se movía sobre el papel como una hoja envuelta en un remolino de aire. De pronto los trazos se transformaron en el tejado de una casa, y luego en las hojas de un árbol frondoso. Un rio fluyó, serpenteando a un lado. Unas paredes de madera, unas flores, y una mujer plantando arroz en un pozo.
Un par de ojos azules se perdían en el dibujo, deleitándose en el monocromático paisaje. No podía hablar para expresar su enorme gusto por una pintura que sabía que sería suya, así que lo único que atinó a hacer fue golpear con su blanca cabeza la mano del pintor.
"¿Qué sucede, Kemushi? ¿No te gusta?". La anciana y ya delgada mano acarició cariñosamente la tibia superficie del ser. "Cuando lo acabe podrás llevártelo a tu mundo. Pero primero deja que termine con los detalles importantes; porque tú sabes que los detalles son importantes…". Señaló a la mujer. "¿Notas que le falta algo?".
Kemushi acercó su roma nariz a la mano de la mujer y soltó un gruñido suave. El pintor echó a reír. "¡Eres muy inteligente, pequeño amigo!. No te preguntaré cómo es que comprendes el mundo siendo tú lo que eres, pero alabaré tu perspicacia". El anciano volvió a tomar el pincel y detalló sin problemas un manojo de brotes de arroz entre los finos dedos. "Me gustaría que hablaras. Me gustaría que me dijeras qué eres y qué tanto has visto en este mundo tan extenso…" Sonrió. "No creo que un individuo como tú esté simplemente arraigado a esta porción de tierra que conozco apenas, ¿verdad?".
Kemushi oyó con atención cada palabra y se enroscó sobre sí mismo, comprendiendo a qué se refería su amigo humano. Por su memoria pasaron paisajes y personas de muchas otras partes de otros continentes, y se sintió frustrada al no lograr hacer partícipe de las mismas a aquel hombre que sólo parecía vivir para pintar dentro de aquel pequeño cuarto.
Un acceso de tos obligó al hombre a cubrirse la boca y a doblarse sobre sí mismo. El ser inmediatamente se situó a su lado. Cuando este acabó con su dolor, expuso la mano manchada de sangre. Kemushi inmediatamente la limpió con su lengua.
"No, no, amigo…". El monje recostó su cuerpo en el piso de madera, desfalleciente. "No hagas esas cosas; no te gustará mi sabor…" Levantó la mano ya limpia y con ella tocó tembloroso una de las cuchillas del ser. "He vivido setenta años, y he sido monje por casi toda mi vida. Jamás alcancé la iluminación que esperaba. No sé los secretos del universo, ni el origen de las estaciones, ni por qué el sol brilla de forma tan perfecta e inacabable… Pero al verte a tí descubrí que existen muchos misterios que están fuera de cualquier intento de comprensión espiritual". Volvió a toser fuertemente y Kemushi acercó su cabeza a la mejilla de su amigo, frustrado. Soltó un gemido bajo y resopló. El hombre dio dos palmadas suaves a su mandíbula, como si acariciara a un perro preocupado por su amo. "Creo que terminaré tu pintura otro día… Ya no tengo fuerzas. Y tengo que retirarme a meditar".
El lienzo fue depositado a un lado, con mucho cuidado de no rasgarlo, y todos los utensilios lavados y acomodados. Kemushi lo siguió con la vista mientras su amigo encendía los inciensos en el pequeño altar y se colocaba en posición frente a la imagen. "Puedes quedarte todo lo que quieras, y utilizar mi cama si quieres descansar un poco", le dijo antes de iniciar su rutina. Y mientras su amigo cerraba los ojos y fingía meditar –pues Kemushi ya sabía que se disponía a dormir profunda y silenciosamente-, el ser se enroscó en la tosca cama del humano, dispuesto a dormir también. Si la luna no mentía, alta en el cielo avisaba que la medianoche se acercaba y su Amo aún no llegaba a buscarlo como había prometido. Pero su Amo jamás llegaba a tiempo, así que estaba acostumbrado a esperar. Y no le desagradaba aguardarlo, porque su amigo era una buena compañía. Además, le gustaban sus pinturas.
Cerró los ojos, y con un suspiro, se durmió.
Kemushi no era su nombre real. Su nombre era Sora, y era un Hakua… hembra, si bien los Hakuas no poseían sexo diferencial, al igual que los Kokuchis. Pero su Amo le había dado un nombre y la trataba en femenino, así que podía considerar que estaba bien así. Ella amaba a su Amo, y cualquier cosa que él deseara de ella lo tendría, y entendía que lo mismo haría él.
Sora tenía sus debilidades y sus gustos. Le gustaban las pinturas, subir a los árboles en otoño y morder sus hojas; coleccionar cualquier cosa que le llamara la atención (de hecho poseía un cuarto repleto de cachivaches de todos tamaños, formas, y colores); y por sobre todo le gustaba tranquilizar a su Amo, quien era muy inquieto y distraído; siempre riendo y haciendo amigos por doquier, pero incapaz de prestar un mínimo de atención a nada que fuesen sus deberes. Sin embargo Sora conocía muy bien sus tareas al respecto, así que por lo general estaba a su lado presta a propinar una mordida cuando notaba que su compañero no estaba tomando nota de nada de lo que su padre hablaba. Bastaba un poco de presión con sus dientes para lograr que el muchacho abandonara su ensoñación y se dispusiera a participar de las lecciones, las cuales eran importantes para su futuro y ella lo sabía. No era que Sora fuera erudita en esos temas, pero comprendía, intuía y asimilaba como una esponja lo que le rodeaba. "Si hablara, la nombraría consejera", había dicho el padre de su Amo a su contraparte un día, en una de sus frecuentes reuniones. "Parece entender todo mejor que mi hijo… Bueno, tal vez la convierta a ella en mi heredera." Los dos Reyes explotaron en carcajadas, y Sora se vio obligada a retirarse de la estancia a causa del alboroto, pues no le gustaban los ambientes ruidosos.
Detestaba los lugares abarrotados, la música callejera estridente y el excesivo movimiento a su alrededor, asunto que era su peor dolor de cabeza ya que a su Amo todo eso era lo que más le agradaba; y el hecho de que fuera sosegada, amante del atardecer y la noche, y profundamente detallista y quisquillosa chocaba con el temperamento del muchacho al cual cuidaba y al cual intentaba educar. Eran claramente el día y la noche. Pero también se complementaban muy bien, lo cual quedaba en claro cuando él permanecía leyendo en silencio a su lado, por largas horas; y cuando ella conseguía vencer su parquedad y soltaba chillido tras chillido al ser perseguida por un sonriente demonio por todo Palacio, hasta que ambos rodaban por el suelo, cansados y riendo.
Un sonido brusco rompió su sueño, y se arremolinó presta a lanzarse sobre la amenaza que irrumpiera el dormitar de su amigo. Pero era una falsa alarma, sólo un ronquido humano entre tantos otros sonidos conocidos de la noche en el Templo.
Ya despierta contempló unos minutos al monje que le diera el otro nombre, que quería decir 'oruga' en el lenguaje de ese país. Kemushi. Se refería obviamente al hecho de su apariencia. A su vez, el hombre le había obsequiado una de sus pinturas, y su propio nombre: Tetsu. Se habían conocido de la manera más tonta, al ser ella atrapada intentando robarse una de los dibujos que más tiempo había admirado por su composición. Tetsu se había parado en la puerta de la habitación, y luego había caído de rodillas al verla con el enrollado lienzo en su boca. Ella al verlo lo soltó -su único defecto era el mal hábito de robar- , y se acercó compungida al hombre. El monje la observaba con el pánico tallado en el maduro rostro, y pronto Sora comprendió el por qué: aquel humano podía verla.
"Demonio negro…", había farfullado Tetsu, mientras se cubría la cabeza con las manos. Su rosario cayó al suelo y comenzó a temblar sin control. Sora podía oler el terror en el aire, y también otra cosa: la bondad y el equilibrio de aquel hombre. También había otra mixtura de cosas, y por su mente de ser de la Luz se deslizó la imagen de Ryuuko, su Amo. El aura de ese humano era muy parecida a la de él, y eso le despertó cariño de inmediato. A pesar del espanto que acabaría de provocarle, no pudo evitar restregarse con su cabeza contra las costillas del monje. Sintió la respiración cortarse, y luego el latido imparable del corazón.
Pareció que una eternidad pasaba antes de que el hombre reaccionara. Una mano tibia tocó su piel, y entonces el toque se transformó en una caricia suave y temerosa.
"No… no eres uno de esos demonios…". Sora alzó los ojos, y se encontró con una mirada incrédula y aliviada. "Pero tú eres blanco… ¿Acaso eres bueno, Kemushi?." Ella volvió a frotarse y soltó un gañido. El hombre contuvo el aliento y se atrevió a tocarla otra vez, con más confianza. Sora correspondió con una lamida, lo cual, viniendo de ella, era lo más parecido a una total muestra de amor.
Desde ese encuentro ya habían pasado muchos años, y su amistad nunca se había quebrado. Tetsu pintaba para ella, y también hablaba mucho sobre sus años de niñez y sus fracasos actuales. Sora solía visitarlo por las noches, porque muchos otros monjes podían ver tanto a Hakuas como a Kokuchis, y no iba a ser buena cosa encontrar a un supuesto yokai tentando el alma de un hombre puro. Además, nadie los interrumpía en esas horas.
Supo también del temor que los demonios negros le provocaban al humano, y a su vez ella le demostró en muchas ocasiones lo mucho que los detestaba también al enfrentarse a ellos y destruirlos sin titubeos. Odiaba cordialmente a esas cosas estúpidas y enloquecidas que vagaban sin rumbo en el lado equivocado de su territorio. Pero al mismo tiempo, le recordaban vagamente a alguien muy familiar con quien tuviera un breve encuentro hacía mucho tiempo, y de quien sólo retenía vagos detalles. Y cuando se topaba con uno accidentalmente, no podía evitar, ni con todo su esfuerzo, acercarse a olfatearlo en busca de aquel familiar olor que la llamara tan poderosamente en aquella ocasión.
El olor de su verdadera contraparte.
Y entonces, como si su mente hubiera hecho el llamado, a su olfato llegó levemente el aroma de un Kokuchi. Volteó hacia la ventana cerrada y agudizó los oídos, en busca de los sonidos habituales, los siseos y gañidos que solían preceder a su aparición errante.
Un nuevo ronquido de Tetsu le hizo voltear certeramente, y de pronto todo estalló en caos fuera del Templo, cuando los gritos y jadeos conocidos se entremezclaron con un nuevo grito aterrado, que no era humano ni de Ser de las Sombras, y que Sora conocía por haberlo oído antes, en alguna ocasión: El del animal herido y acorralado.
Deslizándose como una ráfaga de viento norte eludió las puertas, apagando los quinqués a su paso, y sin prestarle atención a los gritos de los pocos monjes que se hallaban despiertos por los pasillos. Muchos gritaban 'yokai, yokai…' al rozarlos, pero ni siquiera aminoró la velocidad por los humanos que corrían espantados a buscar sus amuletos de exorcismo. La batahola exterior aumentaba conforme se acercaba a la salida, y pronto notó que no era sólo uno, sino dos tal vez, o más.
Un nuevo grito le urgió a apresurarse; un grito, bufidos y chillidos, como si un millar de demonios estuvieran defendiéndose denodadamente. Con un giro y un derrape, dobló por entre los árboles y se encontró con las paredes del viejo almacén de comestibles, donde los monjes estibaban sus reservas, y allí encontró a sus enemigos, enervados y distraídos por algo pequeño y blanco que parecía una almohadilla de alfileres viva.
Ante su atónita mirada, la bola de púas saltó sobre la cabeza de un Kokuchi, hiriéndolo desde el ojo hasta el cuello. Y en un arrebato que pareció suicida, dio un salto contra la pared de madera y se lanzó con sus diminutas garras contra el compañero del herido, pero sin suerte: el Kokuchi lo atrapó con sus dientes, zamarreándolo y arrojándolo entre los arbustos. Sangre y veneno salpicaron el suelo.
Sora despertó de su sorpresa y atacó. No le llevó mucho esfuerzo ni tiempo. Seguramente ambos seres vagaban hacía tiempo por la Luz y ya estaban debilitándose, así que con un par de certeras mordidas, las partículas de oscuridad se dispersaron en el aire hasta desaparecer. Segundos después rastreaba el suelo en busca de la extraña criatura herida.
Jadeando en evidente dolor, halló Sora a la pequeña almohadilla. Estaba llena de heridas, y sus ojos se abrían como dos lunas en eclipse. El veneno púrpura la cubría casi por completo, y si no hacía algo para neutralizarlo, aquel animal moriría en cuestión de minutos. Desesperada, dio dos vueltas completas alrededor del animal, mientras lo veía comenzar a abrir y cerrar la boca a intervalos cada vez más cortos, buscando un aire que seguramente no llegaba a sus pulmones.
¿Dónde se encontraba su Amo?. Ryuuko era muy bueno; él podría salvar a la almohadilla. Pero no había llegado a buscarla como había prometido y por eso ella se había echado a dormir, ya que su Amo no comprendía de tiempos humanos.
Soltó un berrido, angustiada. Y al ver nuevamente agonizar al animal, hizo lo primero que se le ocurrió para calmarlo y calmarse: Lo lamió de la cabeza al cuarto trasero.
Inmediatamente ocurrió algo extraño, y Sora dejó de gimotear. La extensa herida infectada de veneno que cubriera esa zona había desaparecido casi por completo. La Hakua retrocedió ante la vista de lo que había sucedido, y al momento pasó nuevamente su lengua por la cabeza y las patas de aquella cosa. El veneno parecía verse neutralizado por su saliva, y el pequeño ser respondía a ello con profundas inhalaciones y algo que parecía… un ronroneo.
Sora detuvo sus lengüetazos, perpleja. Acercó sus ojos y observó más detenidamente a aquella criatura, y entre la maraña de pelo ensangrentado, tierra y hojas, distinguió al fin lo que era: un pequeño gato. Retrocedió, más perpleja aún. Nunca había visto a un Kokuchi atacar a ningún animal, ni a ningún animal atacar a un Kokuchi. No comprendía por qué el gatito había sido atacado, pero no era nada bueno si ahora decidían añadir un nuevo objetivo. Buscó con sus ojos en las inmediaciones, y al no hallar nada de peligro, continuó lamiendo y curando el veneno del animalito.
Finalmente notó que el pequeño gatito respiraba con mayor normalidad. De tanto en tanto soltaba un maullido suave. Sora lo observó pensativa, y tomó una decisión práctica: enroscó su cuerpo alrededor del cachorro, y se dispuso a esperar a su Amo. Ryuuko siempre sabía qué hacer. Cerró los ojos, con su cabeza apoyada en la del gatito.
Oyó risas. Y pasos. Luego un concierto de chillidos alborotados, seguido de unos maullidos extremadamente altos; más pasos, y un nombre: Ryuuko. Ese era el nombre de su Amo, pero quien lo repetía una y otra vez era la voz de un muchacho que ella no conocía. Hablaba rápido y bajo, como si no quisiera que lo oyera nadie más. Hablaba de una promesa, y de que no debían decírselo a nadie… Nuevamente las risas y sonido de movimiento. Otro nombre: Hotohori. Un silbido de Kokuchi y… Conocía ese silbido… Conocía ese nombre…
"¿Sora?."
La Hakua se elevó amenazante ante la figura que acercaba su mano a su mandíbula, y estuvo a un segundo de morderla, pero el olor de su Amo alcanzó a despertarla por completo y chasqueó la lengua, aliviada. La mano de Ryuuko acarició suavemente su hocico.
"Lo siento, Sora… Olvidé que debía venir a buscarte." El muchacho sonrió con picardía ante la reacción de su amiga. "Me quedé dormido en los jardines, huyendo de mi Padre otra vez." Sin mirar siquiera dónde estaba, cruzó sus piernas y se sentó en el suelo de tierra. Sora abandonó su posición y comenzó a empujar con la nariz contra el brazo de Ryuuko. El chico comenzó a reír ante la embestida. "¡Basta! ¡Oye, detente, ya deberías acostumbrarte! ¿Qué no estabas con tu amigo el monje? ¿Por qué- -?". Antes de que Sora comenzara a desgañitarse por el enojo, notó que ya Ryuuko había visto al gatito herido. Inmediatamente se deslizó hasta el pequeño, y lo empujó suavemente unos centímetros entre las hojas hasta donde el muchacho estaba tieso observando las horribles heridas del animalito. El rostro de Ryuuko se veía espantado. "Nyanko-san…", murmuró.
Cuando lo tocó para levantarlo y apoyarlo contra su pecho, el chico notó que algo estaba fuera de lugar con el gato. Si bien tenía el aspecto de cualquier felino doméstico, de los cientos que había visto en sus tres siglos de vida y andanzas, algo en la energía del animalito le era bastamente conocido, familiar y querido… Sus ojos se posaron un segundo en la silueta blanca, pero no tuvo tiempo de examinar con más detenimiento ya que Sora estaba detrás suyo, empujando con premura.
Sin pensarlo, estiró la mano y abrió una brecha en el aire; la luz se desgarró y entraron por la grieta. Desde el otro lado el muchacho se encargó de sellarla, y con prisa se pusieron en camino hacia Palacio.
"Shhhhhhhaaahhhhhhh…" En su alocada carrera, Sora espantó de un golpe a un grupo de Hakuas reunidos cerca de la entrada principal, quienes se dispersaron como papeles en el viento para ir a congregarse nuevamente unos metros más lejos de allí. Ryuuko ni siquiera atinó a sonreír, como habría hecho en otras circunstancias más amables, y apretó aún más el cuerpecito del animal contra su ropa, ya muy manchada de sangre. Rogaba internamente que su padre estuviese en sus estancias, aunque sabía de antemano lo que oiría en cuanto le mostrara el horrible dilema…
Ryotaro era un hombre excelente y con un afilado sentido del humor y del ingenio para ser Rey, pero era inflexible respecto a ciertas cosas, y una de las discusiones más recurrentes entre él y su hijo era lo referente a la vida y la muerte en el mundo humano. Ryuuko bogaba por intervenir y ayudar, pero su padre se negaba en redondo a hacerlo.
"No somos esa clase de Dioses, Ryuuko. No podemos intervenir en lo que fuese que la naturaleza crea y destruye".
"¡Pero tú me dijiste que la Luz y la Oscuridad son el principio de todas las creencias humanas! ¡Eso significaría que también somos La Vida y La Muerte; y yo quiero brindar vida!".
"Mantener el balance es brindar vida indirectamente, y tanto Shin como Rei se han estado ocupando de ello por milenios sin interferir directamente en el Mundo Humano".
"Es estúpido recibir la adoración de tantos humanos entonces cuando nuestros disfraces son tan inútiles. A ti te gustan sus alabanzas y sus cánticos, Padre; ¿por qué entonces no puedes siquiera darles un pequeño milagro a cambio de su Fe?".
Ryotaro se había quedado mirándolo, asustado. Ryuuko nunca supo qué pensamientos estaba forjando respecto a lo dicho, pero por un momento creyó que recibiría un buen golpe. Nunca había llegado tan lejos como para cuestionar directamente al Rey Directo.
Nada pasó. Ryotaro suspiró y murmuró algo que el chico no oyó con claridad. Después de eso, su padre no volvió a presentarse en ninguna ceremonia humana dedicada a ninguna Deidad, ni siquiera sin el Doppler. Pero no interrumpió sus visitas a sus amigos.
Ryuuko se propuso a sí mismo no dejarse amilanar por ningún razonamiento esta vez. Y para tomar fuerzas, acarició la cabeza y las orejas del gatito, quien respondió con un maullido corto y excesivamente bajo, y luego con una voz jovial y grave que se oyó perfectamente en su cabeza: "Aún no puedo verlo cara a cara, pero es inteligente y cordial y no se ha dejado impresionar ni una vez por mi brusco carácter, Koto".
Si no fuese porque el gatito estaba gravemente herido, lo hubiera dejado caer por la sorpresa. Se detuvo en su carrera a mitad del largo pasillo, clavando sus ojos puros en los del animal, quien comenzaba a ronronear suavemente. Sora retrocedió los metros que llevaba adelantada en la carrera y volvió donde su Amo, alarmada al notar la quietud de Ryuuko. Por un momento creyó que la almohadilla hubiera muerto, y acercó su nariz para comprobarlo.
Ryuuko apartó a la Hakua con suavidad. "No sucedió nada malo, tranquila", le dijo. Movió su mano sobre las orejas del pequeño otra vez… Y aquella voz, hermosa y parca, comenzó a cautivarlo. "Quiero volver a verlo…", hubo una pausa y ruido de pasos en las cercanías. Quien hablaba calló unos segundos antes de continuar, pero casi en un susurro dijo: "Quiero oírlo hablar de todas esas cosas extrañas que hace y que jura que son buenas para cualquiera de nosotros. Yo…", un suspiro derrotado antecedió a un maullido y a otros sonidos que no logró definir. "Seguramente ya no me recuerde, o no le importe, porque prometió contactarme y jamás lo hizo... Y he esperado casi doscientos años humanos."
"¡Oh, ya comprendo!… ¿Estás buscando a alguien, Nyanko-san?", dijo Ryuuko, sonriendo con tranquilidad. "Por eso es que has llegado aquí… ". Miró a su amiga y su sonrisa se ensanchó todavía más. "¡Vamos! Padre tiene que curarlo, así podremos ayudarlo a encontrar a su amigo en este Mundo."
Para acortar el camino hacia el Ala Sur, saltó sobre la medianera que dividía uno de los jardines y saltó sobre el techo del Coto donde las Hakuas descansaban y recobraban sus energías. Oyó con claridad la voz de Momoko, el Guardián, gritando algo sobre que caminar sobre los techos no correspondía a un descendiente de la Realeza, pero Ryuuko le contestó que tenía demasiada prisa para fijarse en etiquetas y decoros, y con gracia se arrojó hacia el patio central, ante las mismísimas narices del Rei.
Momoko se quedó tieso al verlo caer ligero como una hoja seca. "¿Qué pasa? ¿Por qué estás sangrando?..." Ryuuko mostró al animalito. Momoko abrió los ojos grandemente al verlo. "Me habías asustado…" Acarició al gato con ternura y movió la cabeza de un lado al otro. "¿Es que no te cansas? Tu padre va a echarte una bronca magnífica por las mismas razones de peso de siempre…", dijo, apesadumbrado. Conocía y adoraba al muchacho, y sabía a lo que se exponía.
"Va a ayudarme porque este Nyanko es muy especial", contestó Ryuuko antes de tomar el camino hacia los dormitorios. Momoko le obsequió una luciérnaga –una golosina de Luz misma- a Sora, quien la comió sin vacilación, y los despidió a ambos con un "Bueno… buena suerte, entonces".
En la Recámara Real halló Ryuuko a su padre, parado junto a la cama leyendo papeles. Evidentemente estaba preparándose para descansar según el horario del hemisferio oriental, y solamente evaluaba asuntos de último momento. Sin voltear, se dirigió al muchacho. "Suzaku, archiva estos datos en el Ala Norte y mañana envíale una copia a Shiruku. Estos problemas sólo le conciernen a sus Niños, no a nosotros…" Al no recibir contestación giró completamente y su ceño se frunció peligrosamente al ver a su hijo y al animal en su pecho, sangrando.
"Padre, necesita curación…"
"Ryuuko, ya hemos hablado un millón de veces sobre lo mismo. Devuélvelo a su mundo y…"
El chico se acercó a Ryotaro con una chispa de esperanza en sus facciones de adolescente. El Rey Rei, muy a su pesar, tomó en sus manos al gatito y levantó la mirada del mismo para posarla alarmada en la de su hijo.
"No puedo devolverlo a su mundo porque no pertenece a la Luz", dijo el chico, terco. "Tendrás que ayudarlo, porque creo que es un Shin".
[Fecha de comienzo del capítulo: Increíblemente, no lo anoté. Pero creo que fue maomeno por Noviembre. Fecha de término del capitulo: 11 de Enero de 2013. 00:08 Hs.]
[The Bla, bla, bla TheYoko: Dios mío!... No sé por qué siento que este fic se me está yendo de las manos!... Ya beteé tantas veces este capítulo que comencé a odiarlo. Hace unos minutos lo volví a chequear y ya no quiero ni verlo. Directo a subirlo, entonces!.
Bueno! Apareció por fín Ryuuko! No en una graaaaan escena, pero espero que me haya quedado bien lo poquito que lo describo. Personalmente este personaje no es santo de mi devoción (no porque no lo quiera… Estéticamente está perfecto, y los pelilargos me hacen caer la baba, pero… ¡es demasiado buena persona!. Y yo prefiero a los locos medio sádicos como Shirogane y Homurabi. De hecho, esos dos son mis personajes favoritos), y no sé si en los próximos capítulos podré ilustrarlo como debe ser. Si notan mucha inconsistencia háganmelo saber, por favor. Ya se sabe que los mismos personajes, aunque una no quiera, tienden a volverse un poco OOC si no se les acorta la rienda. Pero al mismo tiempo, es como decía Goethe: "Si yo pinto a mi perro exactamente como es, naturalmente tendré dos perros iguales, pero no una obra de arte."
Empecé a escribir esta historia más que nada por juego allá por el 2009, y estuvo archivada mucho tiempo en mi viejita PC. Después escribí otro capi y creo yo que me quedó bastante bien. Lo que sí, olvidé ponerle los disclaimers y hacer algunas aclaraciones pertinentes sobre los personajes que aparecen. Probablemente reedite los dos primeros capis y haga las cosas como debe ser. Seré escritora de fics (de Saint Seiya) desde el año 2000, pero nunca me acuerdo de todos los procedimientos que hay que seguir… Pido disculpas por ello!. También pido disculpas por la narrativa rara y por las situaciones que no se entienden: Calculo que cuando el fic esté completo, todo tendrá sentido. Espero…
Mis agradecimientos a Xilema95 (estás desaparecida!), Miss Of The Dark (siempre en contacto!), Zoe_DBoris, y a mi sobrina -hija de Akira-, Circe98, por sus reviews! (contesto religiosamente todos los reviews, eh; no tengan miedo de escribirme). Y quiero hacer público mis eternos agradecimientos a las chicas de Moka Team, que han hecho publicidad en su blog de mi traducción de "Never Mine", y de mi fic "Koto Blanco"!. Esas chicas me miman demasiado; y yo las quiero mucho y las sigo, como dicen ellas, desde cuando Moka estaba bien activo, jajaja!.
Nos vemos y leemos!]