Beta: adlerless

Parte II

–Buenos días, hijo –saludó Narcissa al verle entrar en el comedor a la mañana siguiente.

–Buenos días –respondió el aludido sin mucha ilusión.

–¿Dormiste bien? –preguntó intentando averiguar la razón de su desánimo. Draco asintió–. ¿Cómo te fue anoche con el pegaso?

Draco observó a su madre un momento. Se la veía feliz e ilusionada como hacía mucho tiempo por el viaje que iba a realizar con su hermana. No merecía que opacase ese brillo con preocupaciones.

–Lo encontré aporreando la barrera y lo devolví a la cuadra. No debí haberlo dejado fuera para que nos despertara a esas horas –contestó finalmente.

Narcissa lo miró suspicaz, sabía que había algo que no le estaba diciendo, pero lo dejó pasar por esa vez. Confiaba en que si fuese algo importante su hijo se lo habría dicho, por lo que volvió a dirigir su atención a su desayuno.

Dos horas después, se despedían con un caluroso abrazo y las recomendaciones de Narcissa a su hijo de que se cuidase, la llamase si ocurría algo y tuviese paciencia con los aurores si decidían pasar a seguir buscando Magia Negra en su ausencia. "Ni que fuese un niño" pensó Draco con humor y afecto por su preocupada madre. Ella siempre alegaba que toda preocupación era poca y que no quería volver a perderle, como había pensado que ocurriría en la Batalla de Hogwarts.

Draco la comprendía, tras la extraña muerte de su padre en Azkaban dos años atrás, sólo se tenían el uno al otro.

Cuando su madre se desapareció en dirección a la Terminal de Transportes Internacionales, él cerró la puerta de la mansión y se dirigió a paso ligero a ver a su "huésped".

\O-O/

Harry despertó por la claridad tras sus párpados y dedujo que había amanecido hacía tres o cuatro horas. Lo siguiente que sintió fue la comodidad del terreno sobre el que estaba acostado, la suavidad del tejido que le cubría, el olor a limpio y la ausencia del sonido de sus compañeros de establo y del piar de los pájaros.

Abrió los ojos y encontró todo borroso: había vuelto a su forma humana y con ella su aguda miopía.

–¡Mierda! –dijo escuchando su voz después de meses.

"Debo de haber drenado mi magia con la barrera" pensó.

Se esforzó por ajustar su vista y ver lo que le rodeaba. Definitivamente estaba en una cama, con unas caras sábanas. "Y desnudo" concluyó tras mirar bajo ellas.

Las paredes y el suelo eran de piedra. Había una puerta a los pies de la cama y otra a la izquierda que supuso que conducirían al exterior y al baño. Había unas puertas dobles en la misma pared que una de las puertas que apostaría que era un armario. En la otra pared había un escritorio, una silla y una estantería colgada en la pared llena de lo que se figuró que serían libros.

Se llevó la mano al cuello, el collar seguía allí. Algo le decía que seguía estando en la Mansión Malfoy.

Se levantó dispuesto a descubrir cuál de esas puertas llevaba al baño y, con un poco de suerte, conseguir algo de ropa que le valiera del armario, cuando la puerta frente a la cama se abrió.

En ella apareció Draco Malfoy, la mancha borrosa que formaba su pelo rubio era inconfundible. El hombre recorrió con la mirada su cuerpo desnudo. Él volvió a la cama y se cubrió con las sábanas rápidamente, con las mejillas sonrojadas.

–No es como si no lo hubiese visto todo ya –dijo Malfoy con una sonrisa socarrona.

Harry se sonrojó más, hasta hacer honor a la casa de Gryffindor.

–De modo que he estado desperdiciando mi tiempo intentando montar al Niño que vivió y vivió. Ya veo los titulares: "¡Ha vuelto! El Niño que sobrevivió para ser montado por Draco Malfoy". Sí... me gusta cómo suena, ¿a ti no, Potter? –continuó diciendo con una sonrisa burlona.

–Si no tuvieses esta asquerosa afición de cazar, nada de esto habría ocurrido. Así es que, ¿por qué no me quitas este jodido collar y cada uno sigue con su vida? –le sugirió Harry enfadado.

Malfoy se acercó hasta sentarse en la cama y él reculó pegándose al cabecero de la cama y subiendo la sábana hasta su cuello instintivamente.

–Vamos a dejar dos cosas claras: Uno –dijo sacando un dedo de su mano derecha–: no vuelvas a osar insultar la cacería que practico. Es una tradición que ha pasado de generación en generación y no hago daño a nada ni a nadie –vio a Potter abrir la boca para protestar, pero le cortó antes de que pudiese hacerlo–. Esos golpes te los diste tú solo, no me culpes de tu masoquismo.

Y dos –continuó sacando otro dedo–: Será mejor que aprendas a comportarte, ya que desde este instante eres mi prisionero.

–Sigue soñando Malfoy, me voy a largar en cuanto te des la vuelta y no vas a impedírmelo –replicó Harry.

–¿Y cómo vas a hacerlo con el collar puesto? Además, aunque pudieses disponer de tu magia no podrías destruir una barrera de sangre –apuntó–. La única forma de salir de la mansión es que yo te dé permiso, no creo que tengas más elfos en la manga para sacrificar con tal de salvarte.

–No te atrevas... –comenzó a decir furioso por la insinuación de que había utilizado de esa forma a Dobby.

–¡Compórtate o no saldrás de aquí nunca! –le interrumpió el rubio. Harry se calló y esperó matándole con la mirada–. El trato es simple y muy benevolente por mi parte, de modo que deja de esforzarte para colmar mi paciencia y hacerme cambiar de opinión –lo amonestó como a un niño–. Sólo tengo curiosidad por saber qué has hecho todos estos años viviendo como un animal.

–No es de tu incumbencia.

–Sí lo es tu libertad –repuso caminando hacia la puerta–. Deberías reconsiderarlo y... Potter, date una ducha: apestas a cuadra.

La puerta se cerró suavemente y volvió a quedarse solo. No sabía cómo conseguía siempre meterse en esos líos.

Se levantó y se dirigió a la puerta que ya estaba seguro que era el baño, si en algo tenía razón el hurón era en que necesitaba una ducha.

Mientras lo hacía pensó en el trato. No estaba muy por la labor de contarle nada, al menos a ese Malfoy. Si volviese a aparecer ese relajado que había conocido las últimas semanas no le importaría charlar con él o lo que fuera. Se dijo que esperaría a que Malfoy se cansase de él.

\O-O/

Había pasado tres días encerrado en aquella habitación, la puerta sólo se abría a las horas de las comidas por si se dignaba a bajar al comedor, sino un elfo le llevaba una bandeja con alimento. Malfoy decía que no permitiría que muriese de hambre antes de que le contase lo que quería.

El día anterior, cuando la puerta se había abierto a la hora de la cena, había decidido aprovechar la oportunidad para salir al jardín, estar tanto tiempo encerrado comenzaba a asfixiarle. Pero se había quedado con las ganas, pues, cuando había llegado a la planta baja e intentado ir hacia las vidrieras que daban al exterior en vez de al comedor, una barrera se lo había impedido.

Guiado por su furia, había ido en la única dirección posible a gritarle a Malfoy, ya que tanto quería saber de él, que llevaba cuatro años en libertad y no soportaba estar encerrado, por lo que ya estaba tardando en dejarle salir como mínimo a los terrenos de la mansión. El rubio se había reído en su cara y alegado que era su prisionero y él decidiría dónde lo detendría, y que si quería salir, ya sabía lo que tenía que hacer.

Él había salido a paso ligero del comedor, azotando la puerta de su habitación, tirando la bandeja con comida que había aparecido en el escritorio y pateando los muebles. Para él aquello era peor que cuando Malfoy intentaba montarle.

Después de consultarlo con la almohada, había decidido darle una oportunidad. Si conseguía traer de vuelta al Draco simpático le contaría todo, sino siempre podía pasar al plan B: incordiar al Slytherin hasta que desease deshacerse de él.

\O-O/

Aquella mañana se vistió con las ropas autoajustables que encontró en el armario del dormitorio, se recogió el pelo con una cinta y bajó a desayunar.

Malfoy estaba extendiendo mantequilla sobre la que parecía su primera tostada, teniendo en cuenta que en la pirámide de rebanadas de pan perfectamente colocado sólo parecía faltar la cúspide.

El joven aristócrata se detuvo en su quehacer al verle sentarse pacíficamente frente a él y servirse una taza de chocolate en la que comenzó a mojar galletas de avena cubiertas de chocolate.

Malfoy lo miró arrugando la nariz.

–Te gusta el chocolate –comentó.

–Sí, mucho –respondió Harry llevándose otra galleta a la boca–. Hacía tiempo que no lo pillaba. Se come tan bien aquí que estoy considerando quedarme.

–Creía que no estabas conforme con tu encierro –le recordó.

Harry chascó la lengua. –Ese es el punto más importante en mi lista de inconvenientes –dijo–. Pensé que podrías soltarme un poco la correa.

–¿Vas a contarme por qué el Salvador del Mundo Mágico decidió fingir su muerte y huir a los bosques de Noruega? –preguntó Draco.

–Fue por los renos –contestó ocultando su sonrisa tras su taza. Si no caía con esto renunciaría y pasaría al plan B.

–¿Por los renos? –repitió sus palabras perplejo.

–Sí, son muy pacíficos y unos colgados –le confirmó el moreno.

Malfoy elevó una ceja cada vez más extrañado.

–En realidad primero fui a Islandia, pero aunque los renos son unos cachondos mentales y me caen muy bien, al final me cansé de no tener una conversación un poco más inteligente. En Islandia no hay anfibios ni reptiles, ¿lo sabías? –su interlocutor negó con la cabeza y él se comió otra galleta en dos bocados antes de seguir hablando–. Yo tampoco. Así es que cuando lo descubrí, busqué un lugar en el que hubiese renos y serpientes. Las serpientes son los animales con las conversaciones más entretenidas de los que he visto hasta ahora, aunque no puedes bajar la guardia ni un segundo, porque al mínimo descuido se vuelven contra ti, y además puedo charlar con ellas sin hacer gestos extraños como sucede con el pegaso. Y por eso me mudé a Noruega.

–Todavía no comprendo la importancia de los renos –decidió seguirle el juego Malfoy, aunque comenzaba a pensar que Potter había perdido la cabeza.

–Ya te lo he dicho: tienen mucho sentido del humor. Aunque puede que influyan las setas –explicó.

–¿Las setas? –preguntó el rubio cada vez más seguro de la locura de Potter.

–Sí, van en grupo a chupar setas, esas que son rojas con pintitas blancas. ¿Cómo se llamaba? Recuerdo haberlo buscado... –dijo quedando pensativo unos segundos–. ¡Ah, sí! Amanita muscaria. Si la comes es mortal, pero en pequeñas dosis es alucinógena.

–¿A los renos les gusta chupar setas? A otro con ese cuento, Potter –dijo Draco incrédulo.

–Es verdad, los muggles han hecho estudios de eso y todo. Totalmente verídico –aseguró.

–Entonces te gustan los renos porque vas a chupar setas con ellos –dijo sin todavía creerse ni media palabra.

–No, yo no lo he hecho. Es peligroso sin nadie sobrio que te vigile, podría tirarme por un barranco o aparecerme en un pueblo y lanzar hechizos a diestro y siniestro.

Draco ya no pudo aguantar con la imagen mental de un Potter desnudo, drogado y maldiciendo muggles en primera plana del Profeta y se echó a reí. Y Harry rió con él.

–¿Sabes, Malfoy? Me caes bien cuando dejas atrás esa máscara de hielo de niño pedante –dijo Harry cuando lograron parar de reír.

Draco sonrió a su pesar y lo miró con suspicacia.

–¿Lo que quiere decir que lo de los renos sólo era una artimaña? –preguntó.

–No, ya te lo dije. Incluso está documentado, palabra de mago –juró llevándose la mano al corazón.

–Vale, y ahora en serio, ¿por qué te marchaste así, sin decirle a nadie? Porque sé perfectamente que ni Granger ni Weasley saben nada de esto –quiso saber.

Harry suspiró y se puso serio ante la inevitable respuesta.

–Por mucho que tú creyeses lo contrario, siempre odié mi fama y después de acabar con Voldemort sabía que aquello se volvería insoportable. Quería poder cagar sin que nadie estuviese documentándolo, gracias –terminó de explicar quitando hierro al asunto.

Draco sonrió de nuevo, Potter como pegaso le había caído bien y al que se presentaba frente a él comenzaba a encontrarle el encanto. Si lo juntaba con lo que sabía que había bajo la ropa, empezaba a considerar que habían desperdiciado un valioso tiempo peleando.

–Y Ron y Hermione... ya les había arrastrado de acampada conmigo todo el año. Ellos sí sabían lo que querían hacer cuando la guerra acabase, yo de lo único que estaba seguro era de lo que no quería –continuó explicando–. Necesitaba alejarme de todo y reflexionar, y no lo hubiera conseguido si alguien hubiese sabido dónde estaba –soltó un pesado suspiro y bebió un poco de chocolate–. No fue fácil.

–Te estuvieron buscando durante dos años por todo el mundo, no comprendo cómo no te encontraron. No eres muy precavido que se diga, Potter –apuntó Draco.

–No estaban buscando un pegaso –contestó obteniendo una mirada sorprendida de Malfoy, aunque con su visión borrosa no lo pudo ver–. Durante ese año estuvimos practicando muchos hechizos y maldiciones juntos, pero por lo demás intentaba dejarles solos todo el tiempo posible. Fue entonces cuando pensé en qué hacer si salía vivo de aquella locura, y una vez lo decidí aproveché el tiempo que me tocaba hacer guardia para practicar –explicó–. Desde que descubrí que mi padre y Sirius fueron animagos había deseado serlo y me esforcé por lograrlo.

–Creo que no pensaste lo suficiente, no que me sorprenda, porque fingir tu muerte... ¿Es que no pensabas volver? –preguntó Malfoy–. Y ya han pasado cuatro años, creo que es tiempo suficiente para pensar incluso para ti.

–No pensé mucho en eso –confesó Harry dejando pasar el velado insulto–. Era feliz en el bosque, nunca había vivido tan despreocupadamente ni estado tan en paz. A veces echaba de menos a mis amigos y necesitaba un poco de calor humano, sobre todo en Navidad y cuando sentía que mayo se acercaba. Pero pasando un par de días entre personas en algún pueblecito cercano lo sobrellevaba.

–¿Calor humano con muggles? ¿Ahora lo llaman así? –se burló.

–¿Eso es lo más importante de todo lo que te he dicho? Eres un pervertido sexual, Malfoy. Aunque ya había llegado a esa conclusión con las batallitas de tus salidas nocturnas que me has hecho escuchar durante dos meses –contraatacó Harry.

Draco se sonrojó al ser consciente de todo lo que Potter sabía de él. ¿Quién le mandaba hablar solo o con los caballos que no podían contestarlo?, para el caso lo mismo daba.

–No cambies de tema, estamos hablando de ti, no de mí –le disuadió–. Estábamos diciendo que voy a tener que dejar de llamarte San Potter, ¿cierto?

Harry rió ante la molestia en la voz del rubio.

–Creo que ya hemos hablado mucho de mí –se opuso–. ¿Y cómo es que sabes de tan buena tinta que Ron y Hermione no saben de mi existencia?

–Las catástrofes unen –dijo con pesar por toda respuesta. Al ver la perplejidad en la cara de Potter continuó explicando–: Mi madre y su hermana Andrómeda se han vuelto a reunir.

–Me alegro por ellas, pero qué tiene que ver eso con mi pregunta –dijo Harry.

–¡Ojalá todos pensasen como tú! Pero al parecer mi tía viene con un paquete lleno de Gryffindors –dijo con molestia. Harry rió por lo bajo–. No te rías Potter, que no tiene gracia. Además todo es culpa tuya, si no te hubieses hecho el muerto, toda la Orden del Fénix y eso a lo que llamasteis E.D. no se sentirían en la obligación de sustituirte en tu papel como padrino de Teddy.

Harry paró de reír abruptamente. Si algo le había hecho más de una vez dudar de su decisión era que sentía que había fallado a Remus y a Tonks, que por su culpa el niño no tenía padres ni padrino como él, aunque su abuela lo amaba a diferencia de sus tíos.

–Debe estar muy grande –dijo en voz más baja por la tristeza reflexiva.

–Sí, es un gran chico. Intento enseñarle a ser un buen Slytherin, pero es demasiado testarudo y acaba con mi paciencia cambiando el color de su pelo y su cara cada dos por tres –contó Draco entre divertido y mortificado.

Harry sonrió un poco. –No se puede esperar menos del hijo de un Merodeador.

Pensó que el otro le preguntaría a qué se refería con Merodeador, pero al parecer había oído algo parecido porque rodó los ojos y negó suavemente con la cabeza.

Malfoy cogió su varita e hizo un Tempus.

–Un placer hablar contigo, pero algunos seguimos estando vivos en este mundo y tenemos cosas que hacer –dijo con retintín.

–¿No vas a quitarme esto? –preguntó Harry señalando el collar en su cuello.

–Creo que te queda bien –bromeó recibiendo una mirada asesina–. Además no has contestado todas mis preguntas.

–Al menos me dejarás salir de la casa, ¿verdad? –pidió haciendo un mohín.

–No engañas a nadie con esa cara de perro apaleado, Potter –replicó con una media sonrisa, había sentido el impulso de alborotarle el pelo como si estuviese acariciando un perro.

–Venga, Malfoy, enróllate un poco –insistió el moreno–. Con esta cosa no puedo ni transformarme, sabes que no voy a escapar.

–Vale, Potter. Quitaré esas barreras cuando vuelva –dijo en tono cansino saliendo del comedor.

–¡Ey! ¿Cómo que cuando vuelvas? ¡Malfoy! –protestó Harry pero el rubio continuó su camino hacia la puerta de salida sonriendo como el gato de Cheshire: le seguía encantando molestar a Potter.

\O-O/

Harry pasó el día vagando por la Mansión, pero después de perderse dos veces y tener que llamar a un elfo para que le indicase el camino de vuelta, una vez antes y otra después del almuerzo, había decidido quedarse en su habitación. Se tumbó en la cama y, como había pasado la mayoría del tiempo mientras exploraba la casa, se encontró pensando en Draco, aunque no sabía en qué momento había empezado a pensar en él por su nombre de pila. Quizás fuese porque necesitaba diferenciarlo del chico que había conocido en el colegio. Pensaba en las sonrisas sinceras y los distintos sentimientos expresados en su voz, ojalá hubiese podido ver si sus ojos brillaban también con las distintas emociones. Definitivamente Draco estaba mejor así, se le veía más relajado, más auténtico, en vez de ser una burda copia de su padre. Jamás hubiese pensado que el Slytherin tuviese sentido del humor como había comprobado con el tema de los renos o que soportase e incluso disfrutase de la compañía de un niño como había deducido que ocurría con Teddy por la sonrisa que había permanecido en sus labios mientras hablaba del crío sin ser consciente de ello.

"Sí, definitivamente mejor" pensó recordando el torso desnudo del rubio perlado de sudor unos días atrás.

Al parecer esa última salida no le había saciado, si tenía que guiarse por la rapidez con la que se había puesto duro, por mucho que aquel chico rubio de ojos color miel y piel morena le hubiese dejado incapaz de sentarse durante dos días. Harry se mordió el labio gimiendo ante el recuerdo.

Puede que la culpa no la tuviese ese rubio, sino el que en ese momento lo retenía en su casa. Su pelo seguía siendo rubio platino, sus ojos grises, su nariz respingona, su barbilla afilada, su piel blanca como la leche y su altura superior a la suya, pero eso era todo lo que continuaba siendo igual al chico de diecisiete años que recordaba. A ese chico delgaducho parecían haberle aparecido músculos por todo el cuerpo y ahora Malfoy era definitivamente su tipo...

"Ahora no me importaría que me montara". Ese pensamiento acudió a su mente sin saber de dónde procedía, se llevó las manos a la cara y agitó la cabeza negativamente intentando expulsar la idea.

Por mucho que hubiese conseguido hacerle reír y charlar con él amistosamente, eso no quería decir que Malfoy lo estimase lo más mínimo, por algo seguía llevando aquel collar dentro de aquellas asfixiantes cuatro paredes. Simplemente era imposible.

Harry suspiró mirando la parte baja de su cuerpo, tendría que hacer algo para solucionar aquello. De hecho necesitaba una ducha, una larga y placentera ducha.

Se levantó quitándose la ropa camino del baño.

\O-O/

Draco regresó aquella tarde de dos extenuantes reuniones. Nunca le habían resultado tan agotadoras, aunque antes no tenía que esforzarse tanto por concentrarse. Desde la noche que había descubierto que Potter era el pegaso, la imagen de aquel apetecible cuerpo desnudo no había desaparecido de su mente. Nunca antes le había pasado con ningún otro mago o bruja, aunque también era cierto que jamás había deseado a alguien y había pasado más de un día antes de llevárselo a la cama.

Quería creer que ese era el problema, que no se lo había tirado, pero algo en su interior le decía que no era sólo eso, pues de otro modo no hubiese continuado todo el día con tan buen humor recordando la conversación y las risas del desayuno, aunque Draco intentaba enviar esos pensamientos lo más lejos posible.

Se dirigió a la habitación en la que alojaba a Potter esperando encontrarlo allí, sino tendría que mandar a un elfo a buscarlo y traerlo ante él.

Abrió la puerta, no se molestó en llamar ya que no era un invitado. La colcha de la cama estaba arrugada revelando que alguien había estado acostado sobre ella y había un reguero de ropa en el suelo: una camiseta, unos pantalones y unos calzoncillos que desaparecían por la puerta entreabierta del baño por la que escapaba el sonido del grifo de la ducha abierto.

Demasiado tentador para no seguir aquel camino. Con sigilo caminó hasta la puerta del cuarto de baño y miró por el hueco que dejaba la puerta abierta hacia la ducha de mampara de cristal cubierta por gotas tras la cual estaba Potter, y de qué manera.

Estaba inclinado con la frente apoyada en la pared, dos dedos desaparecían entre sus nalgas entrando y saliendo, la otra mano debía estar bombeando su polla a juzgar por el movimiento del brazo. Sus gemidos se mezclaban con el sonido del agua que caía sobre su cuerpo desnudo pintándolo de gotitas.

Al instante, Draco sintió cómo su sangre se concentraba al sur y sus pantalones parecían ser demasiado estrechos para lo que debían albergar. Deseaba ir hasta el moreno y ayudarle en su tarea enterrándose en ese culo tan bien preparado... para él. Si su mente no le jugaba malas pasadas, había escuchado su nombre entre los gemidos del chico. Pero su conciencia, su jodida conciencia, y modales, maldito aquel que los hubiese inventado, le hicieron quedarse donde estaba observando, aunque no pudo evitar que una mano bajase hasta su dolorosa erección y, abriendo los pantalones, comenzase a masturbarse.

No iba a durar mucho, y si pudiese ver su rostro contraído en una expresión de placer, sentir su piel, morder sus labios rojos y beber sus gemidos, sentirse apretado por su caliente culo... Se corrió viendo cómo Potter también lo hacía echando la cabeza hacia atrás y arqueando su espalda.

El Gryffindor se irguió poco después terminando de limpiar su cuerpo antes de cerrar el grifo de la ducha. Draco juraría que le había visto cuando se había girado para coger una toalla, pero no se quedó a comprobarlo. Lanzó un Fregotego al desastre que manchaba su mano y sus pantalones, y salió rápidamente de allí.

\O-O/

Estaban sentados en el comedor cenando y Draco no podía mirar a Potter sin recordar los eventos de esa tarde.

Harry comía extrañado por la distancia y silencio entre ellos, que pensaba haber disipado aquella mañana. Observó la mezcla de verduras en su plato. Era incapaz de diferenciar las judías verdes de los espárragos trigueros y odiaba los segundos. Como pegaso su vista era perfecta, la magia de la criatura lo curaba, pero al regresar a su forma humana volvía a tener su aguda miopía.

–Malfoy –le llamó haciendo que levantase la vista de su plato en el que parecía tan concentrado–. Tengo un grave problema –empezó a decir sacando valor Gryffindor–. No sé si recordarás que no veo muy bien, y como no puedo disponer de mis gafas porque me tienes aquí encerrado –le recriminó sutilmente–, te quería preguntar si por casualidad no tendrías una poción correctora de vista.

–¿No te has curado la vista? –preguntó entre sorprendido y aliviado porque aquello quería decir que no le había visto aquella tarde.

–No, transformado veo bien y cuando estoy con mi forma tengo mis gafas guardadas –respondió.

–¿Tan mal ves? –preguntó Draco.

–Para mí todo son manchas –admitió.

–Podría preparártelo, no es tan difícil –dijo pensando en los ingredientes que necesitaría.

–También podrías soltarme y así podría ir a por mis gafas –sugirió Harry.

–A lo mejor no las necesitas tanto –replicó.

–Marea un poco y no puedo distinguir a tu abuela de tu padre, su mancha es igual –dijo mortificado recordando cuando aquella mañana había entrado en la sala de los retratos y todos le habían parecido iguales.

–Y si la preparo, ¿qué harías a cambio? –dijo el Slytherin en un tono bajo que caldeó todo el cuerpo de Harry.

–Lo que quieras –contestó el Gryffindor esperando que ese tono sugiriese lo que él había sentido, lanzándose sin pensar a por esa oportunidad.

–¿Lo que quiera? –preguntó Draco pensando cómo se podía ser tan estúpido para decir aquello.

Harry asintió.

–No sabes dónde te metes –dijo sonriendo con petulancia.

–Puede que sí lo haga, ¿quién sabe? –contestó–. Ahora...em... ¿podrías quitar los espárragos de mi plato con un hechizo? –pidió sonrojado–. No los soporto.

Draco negó con la cabeza e hizo lo que le pedía. Potter era un caso.

\O-O/

Dos horas más tarde, Draco le entregaba a Harry un humeante vial de poción amarilla. Harry lo olfateó prediciendo que su sabor sería tan repulsivo como su olor, miró a Draco y tras un titubeo se lo bebió de un trago.

"Es peor que el pis de duende" pensó agitándose asqueado.

Cuando volvió a mirar al Slytherin su vista comenzó a aclararse.

–Eso fue rápido –comentó Harry.

–Tendrás que beberlo todos los días –informó Malfoy.

–Estás de broma. Prefiero no ver nada, esto sabe a rayos, Malfoy –protestó el moreno agitando el bote vacío ante la cara del rubio–. ¿No puedes echarle algo para que sepa mejor?

–No –contestó conteniendo una sonrisa.

–¿No puedes o no quieres? –preguntó perspicaz.

Draco sonrió esa vez, Potter no era tan despistado e ingenuo como había supuesto.

–Quien algo quiere, algo le cuesta, Potter. Tendrás que aguantarte –dijo sentándose junto al otro en el sofá, sus rodillas se rozaban transmitiendo un calor abrasante–. Deja que me asegure de que no ha habido efectos secundarios.

Alzó la cabeza del moreno con una mano en la barbilla, aprovechando para acariciar su cuello con las puntas de los dedos, y se acercó a su rostro hasta quedar a pocos centímetros de distancia a fin de examinar sus ojos.

–No se observan vetas rojas ni puntos amarillos. Yo diría que has asimilado perfectamente la poción –diagnosticó Draco.

Harry observó los ojos grises más cerca que nunca y después desvió la mirada a los labios cuyas palabras pronunciadas habían entrado en los suyos entreabiertos. Sentía la fina piel de la mano del rubio rozando su cuello y simplemente dejó de pensar y tomó lo que deseaba.

Sorpresivamente, Draco se encontró siendo besado y no tardó en responder con ímpetu. Potter había dicho que haría lo que quisiera y sin pedirlo ya lo estaba haciendo. La mano que tenía en su cuello la movió a su cabeza enterrando los dedos en el largo pelo y la otra la coló bajo la camiseta del moreno acariciando la suave piel de su espalda, y con ambas manos atrayéndole más cerca.

Sus lenguas bailaban una sensual danza en sus bocas, persiguiéndose y acariciándose por cada recoveco. Se encontraron queriendo más, mucho más, envidiando a sus lenguas porque ellas podían disfrutar de tanto contacto. Poco a poco, Draco fue empujando a Potter y éste atrayéndolo hasta que quedó acostado de espaldas sobre el sillón. Gimieron al unísono ante el contacto de sus erecciones encerradas en sus pantalones y Draco movió sus caderas frotándose contra el otro en busca de un poco de alivio.

Harry tiró de la camisa del rubio, maldiciendo al collar que aún llevaba puesto por impedirle hacer desaparecer toda la ropa. El otro lo permitió a cambio de poder deshacerse también de su camiseta. La piel de uno contra el otro se sentía increíble, además podía sentir la magia de su amante agitarse en su interior. Él nunca había experimentado aquello, adoró la sensación y supo que el sexo con muggles ya nunca volvería a ser lo mismo.

La boca del Slytherin pasaba por cada parte descubierta de su cuerpo y las manos eran ágiles y rápidas: los pantalones de ambos habían desaparecido y comenzaban a bajar sus calzoncillos.

Parecían precipitarse hacia un final demasiado rápido del que Harry no tenía el menor control. En otras circunstancias lo hubiese dejado hacer, pero no en ese momento. Cuando la boca del rubio se sintió peligrosamente cerca de su polla, decidió que era el momento de darle la vuelta a la situación y a ellos mismos: hizo que esa boca se encontrase con la suya y en la distracción del beso cambió sus posiciones.

Draco abrió la boca para protestar disconforme, pero cuando su polla fue frotada entre los glúteos del moreno gimió olvidando para qué había abierto la boca en un principio.

Harry besó y mordió su cuello y pecho dejando fácilmente marcas sobre la piel blanca, sin parar ni un momento de moverse arriba y abajo, friccionando la erección entre sus nalgas.

Draco sentía que iba a acabar demasiado pronto y él sólo quería entrar en aquel agujero que rozaba una y otra vez con la punta de su pene. Intentó que el moreno se posicionase un poco más atrás de modo que pudiese apartar su miembro del placentero roce a fin de llevar sus dedos a ese lugar para prepararle para la penetración. Pero no lo conseguía y podía sentir la risa del otro contra su piel. Harto de no conseguir lo que quería empujó con todas sus fuerzas hacia arriba de la rodilla del otro pegada al respaldo del sofá, logrando hacerle caer al suelo.

Aprovechando su posición a cuatro patas se colocó tras él y lo desestabilizó sujetando uno de sus brazos a su espalda, no volvería a jugársela. Introdujo un dedo en la arrugada hendidura tocando aquel punto en su interior con el que obtuvo un placentero gemido de Potter y evitó que protestara en el caso de que fuese a hacerlo, que no era así.

Deseaba entrar lo antes posible, pero decidió atormentar al Gryffindor un poco más, tal y como éste había hecho con él. Movió ese dedo en círculos lentamente, metiéndolo y sacándolo. Minutos después le acompañó un segundo dígito mientras él torturaba con su boca la oreja, cuello y, tras apartar el largo pelo dejándolo caer a los lados, nuca y espalda del moreno.

–Voy a montarte, Potter –dijo en el oído de su amante con emoción, moviendo en círculos los tres dedos que tenía en el orificio del otro.

–Como no lo hagas ya ¡Ah! Vas a cabalgar pero...mmm...sobre mi polla –le advirtió.

Draco rió sacando los dedos de su culo.

–Más quisieras –susurró sensualmente posicionándose en el anhelante ano.

Entró de una sola vez y a sus oídos llegó un ronco gemido mezcla de dolor y placer. No se detuvo mucho, salió casi por completo para volver a embestir una y otra vez, alcanzando un ritmo vertiginoso. Cuando sintió que faltaba poco para que se corriese soltó el brazo de Potter que había mantenido sujeto para que éste pudiera masturbarse y poco después alcanzaron el clímax casi al mismo tiempo.

Cuando se sintió capaz, Draco salió del cálido abrazo en su miembro y se tumbó en el sofá. Harry se dio la vuelta y le miró a los ojos.

–Sabía que al final te montaría, de un modo u otro –dijo Draco con socarronería.

Harry bufó rodando los ojos. Se llevó una mano al cuello rascándose con un dedo bajo el molesto collar.

–Pues ya que lo conseguiste, podrías quitarme esto, ¿no crees? ¿O es que aún me tienes miedo? –le retó sonriendo.

–Tengo que asegurarme de que he logrado "domarte" bien antes de hacerlo –le siguió el juego no cayendo en la provocación–. Lo consultaré con la almohada cuando tenga una bajo la cabeza.

Harry protestó lanzando Avadas por los ojos, pero no resultó.

No fue hasta dos días después que decidió liberarle, y si lo hizo fue porque al día siguiente regresaba su madre. Habían disfrutado de esos días juntos de todas las maneras posibles: hablando, riendo, comiendo, jugando al quidditch –Harry no podía haber sonreído más en el momento que surcó el cielo en una escoba después de tantos años– y, por supuesto, follando, o como ellos lo llamaban montándose.

Cuando Draco le contó a su madre lo que había ocurrido en su ausencia, ésta no había podido creerlo. Le había hecho cientos de veces la misma pregunta, que si estaba seguro de que era él y estaba vivo. Cuando parecía haber aceptado la nueva información, le contó cuán enredado estaba con el Salvador del Mundo Mágico. Narcissa había pasado un día entero asimilándolo, que su hijo estuviese liado nada menos que con Harry Potter no era algo fácil de digerir.

Dos días más tarde, regresó Harry. Narcissa lo recibió con recelo, pero ante la felicidad que veía en su hijo acabó aceptándolo en la familia y de vez en cuando conversando con él sobre las tierras del norte que había visitado junto a sus padres cuando era niña.

Cuando tres días después acompañó a Draco a casa de su tía Andrómeda para una reunión familiar, los presentes habían tenido que pellizcarse para creer que no era un sueño, que su amigo estaba vivo y al fin había regresado. Hermione le había abrazado para no volver a soltarle, Ron le había dado las acostumbradas palmaditas en la espalda antes de unirse al abrazo sin poder evitarlo, y poco a poco los demás se habían unido al abrazo colectivo hasta el punto en que Draco pensó que el moreno había sido devorado por la avalancha de pelirrojos.

Mamá Weasley había llorado y le había dicho que estaba muy delgado, durante la comida el señor Weasley le había preguntado cómo hacían los muggles del norte para calentar sus hogares, George había estado bromeando al enterarse de cómo él y Draco habían vuelto a encontrarse, Neville había hablado con él de las propiedades de las setas y Luna de los gnomos que vivían bajo ellas. Todo era como lo recordaba y estaba feliz de haber vuelto a esa normalidad.

Más aún cuando bajo la siempre atenta mirada de Andrómeda a su nieto, había estado jugando con Teddy hasta acabar con la paciencia de Draco antes de lo normal. El niño no iría a Slytherin por mucho que el otro se empeñara.

Los periódicos habían pasado una semana especulando sobre la vuelta del Niño que sobrevivió. Unos decían que había vuelto de entre los muertos, otros que lo habían raptado unos habitantes del bosque y no había podido escapar hasta entonces por las graves heridas sufridas en el duelo contra Voldemort, y otros que simplemente se había ido por ahí a darse a la buena vida y se había reído de todos fingiendo su muerte. Había opiniones para todos los gustos pero ninguno se acercaba a adivinar la causa de su vuelta.

A Harry no le preocupaba lo que dijeran mientras le dejasen vivir su vida con sus seres queridos. Por ello, decidió quedarse y cortó su cabello para iniciar esa nueva vida junto a Draco.

Draco no pudo volver a montar a caballo sin una molestia entre sus piernas al pensar en el moreno bajo él y tuvo que darle la razón al gremio de cazadores, porque sin duda desde que había "domado" al pegaso negro había obtenido una plena vida feliz junto a Harry, la gloria eterna.

Fin

N/A: Comentarios, críticas constructivas, tomatazos (a los ojos no que escuece)... ya saben dónde.

Y sí, lo de los renos es verdad, ¿por qué nadie me cree a la primera? .