Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son total propiedad de Hidekaz Himaruya. Chile es de la comunidad de LatinHetalia. La locura me guió a esto, sino cómo emparejar a Francia y a Chile. Pero en fin.
Nota: Este fic es una reedición de su versión del 2012, que tenía hartos errores de redacción y unos diálogos medios feos, así que lo corregí en esos puntos y aquí está. La idea original es la misma, eso sí. Espero les guste.
NIÑERA
El reloj digital de la sala marcó las veintiuna horas en punto. Era una bonita y estrellada noche, inusual para Santiago. Ideal para una salida romántica, a solas, a algún restaurant de la ciudad para festejar el amor. Era lo que pretendían Antonio y Lovino, salvo que su regocijo debía esperar un poco porque los tres habitantes de la casa discutían a gritos sordos. Claro que aquello no era una novedad dentro de la rutina: el más joven de los tres, el muchachito de diecisiete, había adoptado un hábito casi inconsciente de discutir con sus padres adoptivos, pero en esa ocasión, el motivo lo ameritaba mucho más.
—¡Ya es suficiente! —gritó Lovino, ya más que hastiado con la situación. Los otros dos guardaron silencio abruptamente, mirándolo uno con preocupación, y el otro un tanto asustado— ¡Está bien de tanto grito, ahora los dos se callan y me escuchan! —Antonio obedeció al instante—A ver, chaval—Comienza a decir más calmado, con la expresión que Antonio le pegó ya casi sin remedio—Es peligroso que te quedes solo, y más si es de noche.
Antonio alzó la ceja ante la tranquilidad de Lovino, pues éste no solía hablar tan comprensivamente hacia su hijo. Y es que tenía toda la razón del mundo, por Dios. En Chile a esas altas horas los asaltos, los robos y todo ese asunto que a todos los vuelve psicóticos son más comunes de lo que se pensaba, y Antonio se moriría de pena si algo le ocurría a su pequeño.
—¡Por la cresta! —gritó el muchacho, contestándole. Lovino hizo un gesto de enojo, odiaba que ese mocoso, a pesar de todo el amor que le tenía, se le pusiera arisco—¡Ya tengo 17! ¡Sé cuidarme solo! ¡No soy ningún cabro chico!
—¡Insolente! ¡Te voy a…!
—Manuel—Antonio, comprensivo y queriendo calmar un poco la situación que ya empezaba a desbordarse otra vez, intervino como mediador— Entiéndenos. Estaremos muy preocupados si te quedas solo. ¡Además tampoco es tan malo que Francis se quede contigo! —Agregó, entusiasta.
Al escuchar ese nombre, el menor de los tres se sonrojó sin remedio. Sin embargo ninguno de los dos adultos lo notó.
—¿Y por qué cresta tiene que venir el tío Francis? —preguntó, casi avergonzado.
—Porque Gilbert estaba ocupado. Si no, hubiese venido él—explicó Antonio, sonriente.
Manuel chistó la lengua, molesto. Hace mucho tiempo ya que ese amigo de su padre venía haciéndole sentir ciertas cosas inexplicables. Cosas como sonreír como un imbécil cuando lo recordaba.
Como en ese momento.
—¿Qué es tan gracioso, mocoso? —preguntó Lovino, interviniendo de nuevo en la conversación. La sonrisa de Manuel se borró al instante y sus mejillas se tiñeron de un rojo más intenso que el anterior.
—¡Nada oh! —gritó, incómodo. Las miradas acusadoras de Antonio y Lovino lo intimidaban— ¡Ya váyanse rápido! Mientras más rápido salgan mejor. No quiero quedarme mucho rato con el tío Francis aquí.
—No nos moveremos de aquí hasta que aparezca ese bastardo—dijo Lovino, viendo cómo Antonio ya se disponía a salir como si Manuel le hubiera dado una orden.
El muchachito bufó otra vez, molesto.
De pronto, el timbre de la casa sonó.
—¡Debe ser él! —gritó Antonio, sonriendo radiantemente yendo a abrir la puerta. Lovino rodó los ojos y Manuel miraba de reojo la entrada que poco a poco iba abriéndose con una expresión que parecía molesta, pero con un poco más de análisis, sus mejillas rosadas decían lo opuesto.
El recién llegado dio la mano a su amigo y entró luego de que Antonio se lo indicara.
—Bonjour, Manuel—lo saludó extendiéndole la mano, pero el susodicho no hizo otra cosa más que darle la espalda, notoriamente molesto (o avergonzado, pero eso no debía saberlo nadie). Francis sonrió cerrando los ojos, restándole importancia al asunto. Hizo un gesto de saludo a Lovino quien respondió de la misma forma. Así que de ahí había aprendido esos modales. Ay, Dios.
—Bien Francis, nos vamos. Cuídame bien a mi niño—Dijo Antonio. Manuel cerró los ojos, cabreado. Odiaba que Antonio lo tratara de ese modo, pero prefirió no hacerse problemas por eso. Debía concentrarse en perder la vergüenza enfrente de ese franchute y comportarse como un adulto.
Lovino se acercó al joven chileno y le dio un pequeñísimo beso en la frente acompañado de un sutil "cuídate". Antonio hizo lo mismo pero con abrazo incluido. Manuel rodó los ojos divertido y esperó a que sus padres se retiraran. Apenas la puerta se cerró por fuera sintió que Francis lo miraba.
—¿Qué weá? —preguntó de mala gana.
Y aún no se le iba ese maldito sonrojo de la cara.
—Me parece que estás enfermo. No es normal que tengas la cara tan roja—observó Francis, en un tono que aparentemente era de preocupación, pero el chaval supo que lo hacía nada más por molestarlo. Manuel se impacientó aún más y quiso salir de allí corriendo hacia donde fuera. No le gustaba que Francis lo mirara así.
—Q-qué te importa si estoy enfermo o no. Hace calor aquí, eso es todo—Respondió lo primero se le ocurrió. Los ojos azules se cerraron frente al giro que Manuel hizo, dándole la espalda a quien sería por esa noche su niñera.
—Como sea—dijo Francis encogiéndose de hombros, quitándole importancia. Debía hacer algo para matar el tiempo, así que comenzó con lo que mejor sabía hacer y que todo el mundo le celebraba— ¿tienes hambre? Puedo prepararte algo si quieres.
Manuel miró hacia sus costados, un tanto nervioso. No era que le desagradara estar con él pero… ¿Por qué mierda tenía que estar ahí precisamente Francis y no cualquier otro? Que se hubiera quedado Arthur, mucho mejor. Con él tenía más cosas en común que con Francis.
Lástima que Arthur no se llevara muy bien con Antonio.
—Bueno… igual hace rato que no he comido ni una weá—admitió, en un tono oscilante entre nerviosismo y ansiedad. Vaya dupla.
El francés se permitió reír por ese comentario. Escuchar los insultos propios de esas tierras siempre le resultaba divertido.
—Bien… espérame aquí entonces mientras preparo algo.
Francis se marchó hacia la cocina luego de que Manuel le hiciera un gesto de confirmación con la cabeza. El muchacho se lanzó al sillón de la sala de estar, acostándose sobre él en una posición despreocupada. Prendió el televisor y comenzó a hacer zapping; no había absolutamente nada interesante en la programación, en ningún canal. Bufó molesto, otra vez.
Utah la weá. Qué noche más entretenida.
—¿Por casualidad no andai' con alguna película bacán, tío Francis? —preguntó hacia la cocina esperando escuchar la voz del amigo de su padre—No están dando nada entrete en la tele.
—¿Películas? —contestó el otro desde adentro, acompañado del sonido del cuchillo rebanando quién sabe qué cosa—No, niño.
—Buu, qué fome—Dijo. Luego pensó en otra cosa—¿Y vídeos? ¿Un CD de música? ¡¿Alguna weá bacán?! —agregó ya a punto de perder la paciencia.
—No, Manuel. No soy un centro comercial andante por si no te has dado cuenta—Respondió Francis sin prestarle demasiada atención. Estaba más concentrado en cocinar.
—Conchesumadre… me voy a aburrir como ostra contigo entonces—alegó, haciendo un puchero. El francés rodó los ojos sonriendo enternecido por esa actitud. Aunque no lo estaba mirando directamente, sabía que detrás del respaldo del sofá había una carita tierna y adolescente estirando los labios en un gesto conmovedoramente infantil.
Manuel decidió, entonces, ponerse a jugar al play, como le decía él. El volumen del equipo que tenía conectado al gran televisor de su casa retumbó la sala con los sonoros disparos que las armas del famoso videojuego. El muchachito pareció irse a su mundo, mientras Francis en la cocina sufría mini-infartos cada vez que escuchaba los molestos ruidos.
Intentaba canturrear el himno de Francia para olvidarse de la intencionada contaminación acústica. Ese chiquillo inconsciente definitivamente no pensaba en que no a todos les gustaba jugar Call of Duty ni disfrutaban de su estridente sonido. Al final Francis acabó por perder la paciencia al ver que los ingredientes de su cocina quedaban desastrosos al saltar casi dos metros cada 5 segundos por esos malditos sustos.
Tiró lejos el cuchillo, soltó el aire que traía en los pulmones con un sonido tan estruendoso que llegó a sonar casi tan fuerte como los disparos virtuales, levantando los mechones de cabello rubio que le caían por la frente.
Salió de la cocina como un oso luego de terminar su hibernación.
—¡JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ RODRIGUEZ! —Gritó casi al borde de una crisis nerviosa—¡¿PODRÍAS BAJAR UN POCO EL VOLUMEN DE ESO?! ¡ESTOY INTENTANDO COCINAR!
—¡Podí' cocinar con o sin ruido! ¡Así que no me weí! —contraatacó, más que metido en el videojuego e ignorando olímpicamente a su cuidador, sentado en el piso con las rodillas flexionadas y separadas.
Si a Francis le quedaba una décima parte de su paciencia o todavía menos, ahora se le acababa de esfumar por completo. Frunció los labios y entrecerró los ojos caminando hacia el muchacho que lo sacaba de sus casillas y se ubicó entre él y la televisión, obstaculizándole la vista.
—¡Sal de enfrente, tío! —gritó, moviendo su cabeza de un lado a otro intentando mirar la pantalla.
Pero el movimiento oscilante se detuvo cuando al fin se cansó y se resignó a que Francis no saldría de allí hasta que lo escuchara.
Qué mierda.
—Iba ganando por la cresta…—dijo haciendo un puchero y cruzándose de brazos.
—¡Me importa un rábano! —respiró seguidas veces, cerró los ojos e intentó calmarse. No ganaba absolutamente nada enojándose con él, salvo pasar la noche más odiosa que alguna vez tuvo. Así que consiguiendo mantener un poco la calma, continuó:—Quería un poco de silencio, niño. Eso es todo. No es mucho pedir, ¿o sí? No creo que seas tan mala gente como para no hacerme ese diminuto favor.
El muchacho chistó la lengua, incómodo. Esa posición lo era: estar a la altura de la entrepierna de Francis era bastante… intimidante.
Aunque no desagradable del todo.
Sacudió su cabeza por pensar algo tan obsceno, sonrojándose en el acto. Intentó ocultar ese gesto sentándose en el sofá y haciendo a un lado la cabeza.
—Eres bastante obstinado. Me recuerdas a Arthur.
—¿Y eso a qué chucha viene? —preguntó, curioso sin dejar de estar molesto y sin voltear a mirarlo. Jamás en su joven vida le habían dicho que se parecía al inglés ese.
El francés se sentó a su lado, rodeándole los hombros con su brazo.
Demasiado directo y cerca para el gusto de Manuel. Comenzó a revolverse incómodo en su lugar.
—Mon petit-neveu—Le dijo muy cariñosamente. Demasiado. El muchachito alzó una ceja preguntándose qué demonios había querido decir—, a veces pienso que tú eres como una versión más tierna y joven de él.
—Deja de hablar weás, tío—dijo girándose a mirarlo. Mala decisión: los ojos azules estaban demasiado cerca de los suyos, arrancándole hasta el último suspiro. Se quedó sin aliento y volvió a sonrojarse sin remedio.
—Bien, me dejo de hacer eso—sonó extraño por la palabra que Manuel había usado, habiéndose cambiado de esa forma los papeles entre ambos—. Pero por favor—y se acercó a él, tanto, que el rubor de las mejillas del chico se intensificó y supo que parecía un vulgar tomate—guarda un poco de silencio. Si quieres comer algo bien preparado y sabroso, pon de tu parte, ¿bien? Además—se pasó de los límites: su dedo índice recorrió la mejilla del muchacho, dándose cuenta de inmediato de ese dulce rubor que cubría sus preciosas facciones. Sonrió enternecido, sabiendo bien qué significaba ese color carmesí. Se sonrió—calladito te ves más bonito.
Volvió a colocarse de pie y dirigirse a la cocina, dejando a un extraño, extasiado, interesado y ruborizado Manuel sobre el sofá. Sonrió como un idiota, colocándose la mano sobre la mejilla en la que el dedo de Francis había pasado antes. Supo que no podía estar actuando de forma más patética y por demás inmadura y adolescente, porque él era un hombre adulto hecho y derecho. Pero qué diablos, Francis le significaba demasiadas cosas y hacía que se confundiera en todas sus decisiones.
Y deseó, aunque le doliera en el orgullo, volver a sentir ese contacto sobre su piel. Los dedos de Francis le quemaron con más fuerza que su sangre acelerada y acumulada en su rostro. Quería más de ese tacto, de esos ojos azules embriagantes y esa maldita sonrisa.
Un aroma a cazuela salió de la cocina. ¿Francis sabía preparar cazuela? ¿Y cómo Manuel no sabía? ¿Cuándo demonios supo y quién mierda le enseñó? Qué importaba. El aroma era delicioso y quería comer antes de que el hambre recién aparecida le consumiera el estómago.
Fue rápidamente a la cocina y se encontró con la pequeña mesita cuadrada, lista y servida para que ambos comieran juntos. Miró los platos blancos, los cubiertos y los vasos—uno con jugo posiblemente de frutillas y el otro con vino—, sonriendo otra vez.
Y volvió a sonrojarse.
Maldito francés. Lo odió por un segundo.
Como un suricato se paró de puntitas en los pies detrás de Francis mirando la olla que éste revolvía con una cuchara de palo. Se mordió el labio juguetonamente al ver lo delicioso lucía la comida.
—¿Cuánto falta? —preguntó, tan chillón como un niño pequeño, casi provocándole un infarto a Francis quien no se había dado cuenta de la presencia de Manuel.
—Mocoso de porquería…—susurró para sí. Esa frase se la había pegado Antonio últimamente, refiriéndose continuamente a Manuel de esa forma sin decirla en serio. El jovencito no lo escuchó y lo miró inocentemente mientras el rubio fruncía los puños.
—Chucha, weón… te asusté, disculpa…—dijo, sorprendiéndose de sí mismo por actuar así. ¡Ni a Lovino le pedía disculpas! Y eso que su papá podía llegar a ser muy intimidante si se lo proponía.
—No, no importa—respondió el otro, recomponiéndose del susto lo mejor que pudo—. Siéntate a la mesa, a esto le falta muy poco.
Sonó seco y arisco. Manuel se preocupó por ello. Sin dejar de mirarlo por detrás, se sentó a la mesa esperando que le sirvieran. ¿Qué dueño de casa hacía eso? Sólamente él. Y le importaba un comino. Que Francis le sirviera, él se ofreció a cocinarle.
(Cocinarle a él, exclusivamente; dicho sea de paso).
Apagó la llamita de la cocina y tomó el plato que debía ser del muchachito. Sirvió una porción en él y lo invitó a comer, pero Manuel se negó.
—Cuando tú también te sientes voy a empezar a comer.
Francis alzó las cejas, sorprendido por la repentina actitud de cortesía del dueño de casa.
Y a decir verdad, no era el único; Manuel llegó a preguntarse por qué cresta se estaba comportando así, tan buenito, como si quisiera impresionarlo con su falsas buenas costumbres. Sin embargo, lo que lo desconcertaba aún más, era la rapidez con la que su propia mente le humillaba. Estaba más que claro por qué se estaba comportando así, ¡era tan evidente como su sonrojo adolescente! Y aún así se negaba a aceptar algo tan descabellado como aquello.
Aquello que le aceleraba el corazón como nadie y le hacía sonreír como un imbécil. Y su mente le seguía taladrando. ¿De verdad te lo estás preguntando, chiquillo? ¿De verdad te planteas un "por qué" de tu actitud? Yo lo veo más claro que el agua, y Francis también.
Y es que así, con todas sus letras, sin anestesia ni preparaciones, Francis le gustaba. Sí, el franchute amigo de su papá que lo estaba cuidando de quién sabe qué esa noche de sábado.
Sí, mierda. Era cierto que al pensar en él se le formaba una sonrisa tonta de inmediato, pero después volvía de la tierra a la luna para maquinar con racionalidad y pensaba que ese rubio de 27 se fijara en él era la más ridícula utopía. Ni en su imaginación podría pasar algo así. Francis no se arriesgaría a perder su larga amistad con Antonio (y la poca confianza de Lovino que se ha ganado) sólo porque Manuel le llame la atención, en el mejor de los casos.
Era su más oculta fantasía, el cuento de hadas que más le gustaba repetirse antes de dormir, pero ahí se quedaba.
Pero los ojos azules que lo ahora lo miraban perplejos le decían todo lo contrario. Manuel quería más de esos ojos, de esas manos, de esos labios…
Lo quería todo.
Además, esos diez años de diferencia se lucían demasiado tentadores. ¿Cómo sería estar con un hombre de su edad? ¿Aburrido? ¿Interesante? ¿Apasionante?
Las facciones un poquito más maduras y la barba detalladamente perfilada le resultaban demasiado seductoras. Bueno, Francis era un seductor, no por nada lo tenía allí, mirándolo a los ojos sin poder despegarse y con el sonrojo ya casi haciéndolo derretirse.
Mierda. Y volvía a pensar esas cosas herejes.
Sacudió su cabeza de nuevo, volviendo a mirar su plato de comida.
Francis se extrañaba más y más con esa actitud silenciosa. Se sirvió un plato de comida y se sentó frente a Manuel para acompañarlo, terminando así el periodo de espera.
—¿Cuándo aprendiste a hacer cazuela? —preguntó el joven, intentando proponer un tema de conversación entre ambos.
—Cuando llegué a Chile. Aprendí en la universidad—contestó sin más, probándola— ¿no vas a comer? —preguntó extrañado al ver que Manuel no se interesaba demasiado en probar su preparación.
—S-sí…—contestó, nervioso, intentando dejar de mirarlo (Pero es que le era malditamente imposible).
Se sirvió un poco y vaya que le había gustado, y eso era decir un gran halado. A Manuel, si hay algo que le gusta de la gastronomía nacional, era la cazuela, y esa estaba particularmente rica (y no, no lo pensaba porque la hubiera preparado Francis, es que objetivamente era muy rica). Ese francés tenía talento con la comida, indudablemente.
Como todo francés, en realidad.
—Está rica. Tení' talento para esto, tío…—comentó. Dio un sorbo a su vaso de jugo y otra pregunta asaltó su cabeza a raíz de eso—¿Por qué no me diste vino? No es justo que tú tengái' y yo no…
—Porque eres un niño aún—imitó la actitud del chico, probando su copa.
—¡No soy un cabro chico! —Gritó, exasperado— ¡Tengo 17!
—Sigues siendo un menor de edad—dijo tranquilamente, aún sin mirarlo.
Volvió a hacer un puchero. Francis no se molestaba demasiado en contestarle, eso lo irritó.
—¿Es vino chileno o francés? —preguntó, intentando sacarle otro tema.
—Francés.
—Igual que el chileno es mejor—siguió comiendo tranquilamente hasta que vio al rubio toser con dramatismo— ¿qué pasó? ¿Te ofendí? —dijo con picardía.
—No, no…—decía a duras penas, intentando recuperar el aire.
—¿Entonces?
—A ver, chiquillo, todo el mundo sabe que el vino francés es el mejor—dijo, orgulloso, dándole otro sorbo a su copa.
— ¿Y dónde dejai' el chileno, a ver? —Frunció el ceño en un gesto que Manuel quiso mostrar como molesto, pero a Francis se le hacía demasiado divertido— Chile igual exporta vino, para que sepái—continuó, picota. Si había algo que lo identificaba era que se picaba de inmediato, sobre todo si le tocaban algo que identificara a su país.
—Puede ser, pero el francés es mejor—sin molestarse demasiado. Volvió a beber.
—¿Sí, hueón? ¿Has probado alguna vez el vino chileno? —dijo intentando acercársele por delante.
—No—Y ahí se quedó Francis, convencidísimo.
Eso había sido suficiente. Se puso de pie, buscó entre los muebles de la cocina una botella de un vino tinto carísimo. La etiqueta lucía vistosa, impresa en ella las palabras "Tatay de Cristóbal". Francis miró el envase de vidrio y arqueó una ceja.
—Lo mejor de mi chilito—dijo Manuel, orgulloso—. No te entusiasmes demasiado con él, porque te voy a dar un poquitito no más. Mis papás me van a matar si se enteran que abrí este vino…—y un escalofrío lo recorrió al imaginarse el rostro furioso de Lovino y a Antonio intentando detenerlo sin éxito.
—Adelante—dijo Francis, incrédulo. ¿Mejor que los vinos franceses? Claro.
Manuel sacó dos copitas pequeñas y las sirvió ofreciéndole una a Francis y la otra se la dejó para él. Cerró la botella lo mejor que pudo para que pasara inadvertida y volvió a guardarla.
—Dale po', toma—dijo casi dándole una orden. El francés dejó su copa de vino de lado y tomó la que Manuel le ofrecía. La revolvió en el aire.
—Tiene buena textura—observó.
—Déjate de weiar y pruébalo—soltó casi amenazándolo. Francis se sonrió y se llevó el cáliz a la boca, apenas mojándose los labios— ¿Y bien?
Francis la degustó, y no pudo resistirse a relamerse los labios. Ese vino era de verdad excelente, Manuel no mentía.
Volvió a beber ahora con más confianza. Sí que era sabroso.
—Está buenísimo—reconoció, entusiasta. Bebió todo el contenido de la copa de una sola vez y, en un gesto infantil, le estiró la mano al joven para que le sirviera más.
—Te dejé con gusto a poco parece…—de inmediato la sangre volvió a cumularse en su rostro porque la frase se le hizo demasiado doble sentido. Frunció los labios, apunto de disculparse pero no fue capaz.
—¿Qué pasa? —preguntó Francis, extrañándose por ese repentino sonrojo. Se puso de pie y fue hacia Manuel, acercándosele.
Demasiado.
—Nada… —dijo, nervioso, agachando la cabeza. Francis dejó la copa sobre la mesa y le quitó de las manos la de Manuel y la puso al lado de la propia— yo…
Levantó el mentón de Manuel con su mano, haciendo que lo mirara a los ojos. Otra vez sucedió lo esperado: el sonrojo volvió a delatarlo. Frunció el ceño, molesto consigo mismo por no saber disimular nada y ser tan malditamente expresivo.
—Manuel, tú no estás tan colorado sólo porque hace calor.
El chiquillo lo miró a los ojos. Sabía que los suyos brillaban más de lo común. Los ojos de Francis eran preciosos, su mirada tenía ese tinte de ternura y adultez que a Manuel le intrigaba demasiado y le provocaba indescifrables sentires. Lo que sí sabía, era que no quería despegarse de esa mirada nunca más.
—Tío, yo…—tartamudeó sin saber qué decir, con tanta torpeza como inexperiencia.
—Y ni siquiera hace calor— interrumpió Francis.
Las piernas del francés avanzaron hacia adelante y una de ellas se coló entre la de Manuel. La espalda del muchacho chocó contra la pared, pero no por eso el europeo se detuvo.
¿Cuándo le había comenzado a parecer atractivo ese mocoso impertinente? ¿Ahora? ¿Cuando comenzó a crecer? No lo sabía y meditar en ese momento sobre aquello estaba lejos de sus intereses. La pequeña boca abierta por la sorpresa era más llamativa que sus preguntas.
Mucho más.
—¿Por qué nunca me dijiste que te gustaba?
Manuel tembló frenéticamente. Sus piernas flaquearon pero las de Francis entre las suyas le impidieron caer al suelo. ¿Cómo cresta se dio cuenta?
Oh, sí, era tan complicado darse cuenta. Para Francis, sobre todo, que ha vivido tanto, que ha amado tanto.
—Y-yo…
—Se te notaba a leguas, Manuel. Puedo parecer un descuidado a veces, pero si algo sé es que tú no sabes disimular.
Las manos del jovencito se mantenían quietas y más que apegadas a la pared. Por ningún motivo iban a tocar la piel tersa de Francis. Si lo hacía, definitivamente su corazóndejaría de latir.
Pero no por eso las manos de Francis se quedaron tranquilas: tocaron su cintura, rodeándola, apegándolo más a él pero sin dejar de rozar la pared. Si Francis quería que no escapara, no lo iba a hacer. No lo hizo antes menos lo iba a hacer ahora.
No quería huir de allí.
Y sin embargo, aún no podía procesar claramente esas palabras en su cabeza. Si intentó por todos los medios hacer que él nunca se diera cuenta ¿tan malo era disimulando? ¿cómo es que Francis lo descubrió antes que Antonio? Siendo Antonio su padre y Francis el que menos tendría que haberse dado cuenta.
La boca francesa chocó contra su acalorada mejilla. No soltó ningún beso, sólo la rozó. El aliento cálido acarició su piel, estremeciéndolo. Aquello comenzaba a asustarlo. Y a gustarle. Fue a parar hasta su cuello, besando allí, decisivo. Los labios se paseaban por su piel caprichosamente. Y con experiencia más que evidente. Francis era un maestro en esas artas.
Retiró la palestina a cuadros de Manuel y la dejó sobre la mesa sin despegarse de su piel. El cabello rubio y largo le rozaba la nariz, haciéndole unas adorables cosquillas. El aroma de esas hebras amarillas era el mejor perfume que alguna vez tuvo el placer de conocer, implantándose hasta en la última célula de su cuerpo, sin desear despegarse jamás.
La boca subía hasta su oreja, mordiendo el lóbulo con los labios. Las manos se posaron debajo de la ropa tocando el torso, la piel suave y blancuzca, cálida y tan tentadoramente prohibida.
—Francis… n-no…—decirle que no estaba lejos de ser su deseo. Pero no era correcto. No lo era bajo ningún punto de vista.
—¿No te gusta? —la rodilla de Francis, entre las piernas de Manuel, subió hasta la hombría del muchacho, masajeando la zona que ahora comenzaba a despertar. Eso, además de las manos tocando su cintura por debajo de la ropa, la boca mordiéndole la oreja y el aliento tibio y las palabras, fueron demasiado.
La barba de Francis rozó su cuello, raspándole un poco.
—Tu barba me pica…—dijo en un tono demasiado infantil y adorable. Tanto que llegó a avergonzarlo.
Francis sonrió por ese comentario.
Los besos eran un hechizo en sí mismos, las manos eran astutas y expertas. Francis acariciaba su cuerpo como si ya lo conociera. La cintura de Manuel se vio abandonada de pronto por esas cálidas manos y fueron a parar a sus caderas. Más y más atrás, hasta tocar directamente su trasero.
Soltó un gritito, reaccionando a la defensiva e intentando soltarse.
—Suelta… suéltame…
—No suenas muy convencido.
—¡Francis…! —gritó otra vez cuando los dedos se enterraron en sus glúteos. El rojo explotó en sus mejillas con más potencia que antes y sus ojos se cerraron.
La escena era conmovedora. Francis volvió a sonreír enternecido.
—¿Quieres que te suelte? Bien—dijo, haciendo a un lado sus manos. El jovencito ni se movió, Francis tampoco.
Manuel estaba demasiado confundido como para hacer algo al respecto. Se preguntó qué debía hacer exactamente, si quedarse allí, inmóvil, diciéndole sin palabras que continuaran con esa locura u olvidarse de lo que sucedió y seguir con sus vidas como hasta ese momento, pero eso no lo convencía. No quería que Francis dejara de tocarlo, maldita sea.
—¿Y bien? —Insistió Francis arqueando la ceja.
Así que Manuel mandó al diablo el sentido común. Era adolescente, podía arriesgarse a mandarse cagadas. Tenía el permiso de hacerlo. Y pensando que mañana iba a odiarse por lo que estaba a punto de hacer, simplemente lo soltó. Se dejó llevar por su adolescente y alborotado corazón.
—Tío Francis…—Empezó, con un nudo en la garganta.
—Oui?
Con torpeza se apegó a él, abrazándolo con todas sus fuerzas. El mayor se sorprendió, respondiéndole el abrazo luego.
—Puedes llegar a ser adorable si te lo propones—Le comentó, enternecido.
—Tío… tú…
Levantó la vista y se enfrentó a los zafiros.
—Tú… tú me…
No pudo decir nada más: los labios franceses atraparon los suyos. Los sellaron al instante, matando a sangre fría cualquier intento de huir de cualquier palabra. Los ojitos miel se abrieron de par en par. Los labios finos y del jovencito no producían movimiento alguno, hasta que los labios de Francis se movieron sobre éstos invitándolos a bailar, rozarse y acariciarse entre sí.
Su labio superior fue capturado por los de Francis y el inferior de éste se encerró solito entre los del muchachito. Los ojos de Manuel fueron cerrándose de a poco, los brazos rodearon su cuello y los de Francis la cintura, igual que antes. Pero no tardaron en volver a acariciarlo con más osadía y propiedad.
La boca de Francis se abrió un poco, invitando al jovencito a explorar más, a aventurarse con mayor riesgo hacia lo que era totalmente desconocido. Pero no hubo respuesta, quizá estaba asustado aún. Así que la lengua serpenteante e inquieta de Francis entró en la boca de Manuel, recorriendo las paredes bucales y saboreando todo lo que encontraba a su paso. De a poco Manuel fue encontrándole el ritmo, y el beso pronto perdió el compás: se transformó en algo desordenado, obsceno e impúdico, dejando de lado la ternura con la que Manuel esperaba ser tratado en un principio. Gimoteó buscando aire pero Francis no lo dejaba ni respirar.
El vértigo se lo llevaba en esa sensación abrumadora. Las lenguas rozándose mil veces tanto fuera como dentro de sus bocas. Quería más de esa sensación de estar al borde de un precipicio aunque se le fuera el oxígeno.
Hasta que se separaron por la falta de aire, dejando un puente de saliva entre ambas bocas. Las frentes chocaron. Francis seguía mirándolo. ¿Cómo lo miraba? No tenía idea. Los ojos de Francis parecían carecer de culpa, o tal vez sí la sentía, reflejaban algo inexistente, o curioso… No conocía mucho esos ojos pero vaya que le gustaban.
Los ojos azules le encantaban. Esos particularmente.
La respiración del jovencito intentó normalizarse, y quiso terminar lo que había dicho antes. Pero primero debía preguntarle algo.
—¿Por qué me interrumpiste?
—Quería saber qué tan seguro estabas.
—¿Qué? —Dijo sin entender.
—Eres especial, Manuel—confesó, ganándose completamente el corazón inocentón y adolescente del jovencito—. Si vas a confesarme algo así debes estar seguro.
—¡Lo estoy! —Gritó, entusiasmado—Francis… tú… digo, yo… o sea…
—Dilo, adelante. No voy a burlarme si es lo que crees.
Volvió a mirarlo a los ojos.
—Yo… yo te amo.
Francis sonrió, cerrando los ojos.
—¡Dijiste que no te ibas a reír!
—No me río de ti, tranquilo—posó su mano en los cabellos castaños de Manuel, acariciándolos—. Decir que amas a alguien es algo muy fuerte. Para amar se debe aprender a conocer… es todo un proceso.
—Ya te conozco lo suficiente.
—Claro que no. Hay cosas de mí que es mejor no conocer nunca, menos tú.
—¿Qué cosas?
—Cosas que quedaron en el pasado y que es mejor no recordar. Prefiero que te quedes con la duda.
—No me importa qué tan malo sea tu pasado… Yo te amo.
—Niño obstinado…—dijo, conmovido, tocando la mejilla sonrojada—No llames "amor" a algo que no pasa de una atracción física o un cariño especial.
Manuel se enojó como nunca.
—¿Me estái' diciendo que no sé de qué chucha estoy hablando? —Respondió, ofendido.
—… Algo así.
Enfurecido, apretó sus puños con fuerza, sintiéndose terriblemente avergonzado. ¿Cómo es que podía decirle todo eso luego de que le permitió besarlo, arrinconarlo, toquetearlo…? ¿Creía que Manuel era así con todo el mundo? ¿Quién demonios se creía?
—Voy a demostrarte lo contrario—dijo, decidido.
Y en un abrir y cerrar de ojos, antes de que Francis pudiera decir algo, se le lanzó a los brazos y lo besó con una ira inagotable. El beso le permitió al muchachito saborear la dulzura de esos territorios tan lejanos y esquivos. Sintió en todo su cuerpo aquel terror lujurioso invadirlo, tan desconocido como intrigante. Un cóctel de sentimientos y demás cosas en las que pensar. Pero si algo era seguro… no dejaría que Francis volviera a decir una cosa así. No de nuevo.
Volvieron a estrecharse. El beso incitó a más. Desesperados, salieron de la cocina dirigiéndose al sofá entre pasos torpes y caricias casi animales. Cayeron sobre éste, Francis sobre Manuel.
Sintió sus labios libres, pero ahora el cautivo de la boca de Francis fue su cuello. Los dientes resbalaron por la piel tersa y joven, sensación que lo asustó un poco. Era ese vértigo de nuevo.
—Francis…
—Esto es un mero capricho, chiquillo—Le insistía entre besos—. Y te lo voy a demostrar.
—Va a ser divertido, ¿cierto? —Y casi como un felino saltó sobre el francés, cayendo ambos al suelo. El sofá quedó en el olvido y la alfombra marrón los recibió sobre su superficie. Francis se inclinó hacia adelante sosteniendo su torso con sus antebrazos. Sus rodillas flexionadas sobre el suelo permitían a Manuel, quien estaba sobre él, quedarse sentado sobre las caderas europeas.
Sus entrepiernas se rozaban en un toque demasiado provocador. Una despertaba a la otra de nuevo, haciéndose imposible el hecho de volver atrás.
Eran dos abismos. Los ojos azules irresistibles para Manuel; el cuerpo joven e inexperto para Francis.
¿Alguna vez pensó que el hijo de su amigo se convertiría en tal belleza latina? Estaba segurísimo que la respuesta era un "no" rotundo. Manuel siempre fue como un sobrino, un niño inquieto; nunca un hombre, nunca un conjunto de facciones perfectas y líneas corporales que le hacían perder la razón. Y paradójicamente, eso era ahora ese jovencito que se movía sobre sus caderas una y mil veces.
Manuel besó el cuello de Francis tal cual lo había hecho el francés antes con él. Abrió la camisa con brusquedad reventando los botones y siguió bajando por su pecho. Ante esas acciones, Francis no hacía nada. Absolutamente nada.
Qué decepción.
—Francis…—dijo, frotándose contra éste—quiero sentirte dentro…
No hubo respuesta. En lugar de querer someterlo a caricias atrevidas y expertas, depositó un leve beso en el cuello del muchacho.
Ante eso Manuel se desesperó: se puso de pie delante del amigo de su padre, desvistiéndose él mismo frente a él. Obstinado, atrevido, obsceno e indecente. Jamás se imaginó haciendo eso frente a Francis, pero la desesperación conlleva medidas desesperadas. Más si se trataba de la pasividad de Francis.
Verlo así de decidido y expuesto fue más fuerte que su razón. Ya no hubo más de nada salvo terminar con lo empezado. Manuel lucía hermoso desde allí. Su cuerpo desnudo no podía ser otra cosa más que un pasaje directo hacia el infierno. Y la paliza de Lovino. Y posiblemente la de Antonio también.
El rubor en las mejillas más fuerte que nunca, el ceño fruncido preguntándose por qué demonios hacía eso hizo que entre las piernas de Francis creciera una llamativa erección. Manuel sonrió complacido, volviendo a sentarse sobre las caderas de Bonnefoy ahora sin prenda alguna cubriéndolo.
Siguió frotándose contra el sexo en ascenso de Francis, hasta sentir la irremediable necesidad de hacer algo más.
Seguía molesto porque el europeo no hacía otra cosa más que mirarlo. Por supuesto no era una mirada indiferente; mucho decía acerca del deseo que le despertaba, pero aun así Francis lograba mantener el autocontrol. Y Manuel no quería eso.
Descendió hasta la entrepierna de Francis tanteándola con los dedos, con la curiosidad y la inexperiencia en partes iguales. Desabrochó el pantalón y bajó el cierre lo más rápido posible que le dieron sus dedos, viéndose un poquito torpe en el acto y siendo ayudado por él. Metiendo luego su mano entre el bóxer del francés y la piel misma, sacando de su escondite el sexo ya más que erecto de Francis.
No sabía qué exactamente hacer. Nunca había estado con un hombre, ni con nadie en realidad.
Recordó lo que una vez vio en internet de puro curioso luego de que muchas veces escuchara ese actuar como un insulto entre sus pares y en cualquier parte a la que iba. Se preguntó si hacer eso era correcto o no, pero le restó importancia al fin. Quería la atención de Francis, y la iba a tener. Al precio que fuere. Además, tampoco le desagradaba tanto la idea de hacerle eso.
Acostándose en el piso, lamió el miembro desde la punta hasta la base, recorriéndola con dulce inexperiencia en toda su extensión. Y vaya que era divertido mirar la expresión de Francis: los ojos cerrados, la boca entreabierta dejando escapar los suspiros entrecortados. Probablemente sí estaba disfrutando a causa de él, de sus caricias nada sutiles y evidentemente novatas.
Siguió con lo suyo pero ahora con más ahínco. Ahora su lengua se encaminó por el sexo a mayor velocidad, recorriendo ya como si no fuera la primera vez. Y pronto los labios finos envolvieron la punta del miembro, continuando con el jueguito constante de la lengua en el interior de la boca. El calor provocado en esa cavidad húmeda e inexplorada estaba volviendo loco a Francis.
—Hmm…—suspiró sin poder evitarlo—tu boca inexperta es… es deliciosa…
¿Inexperta? ¿Era eso una provocación o un muy extraño cumplido? Manuel frunció el ceño, porque de todas formas no le gustó escucharlo. Ya bastante tenía con que sus mismos papás pensaran que era necesario que tuviera una niñera y que ahora Francis le diga que era un principiante. Decidido, acompañó el movimiento de sus labios con una de sus manos, aumentando así la velocidad. Se introducía la hombría de Francis lo que más podía y volvía a sacarla (llevándose varias arcadas por ello. Era evidente su falta de experiencia, maldita sea) esperando hacerlo gritar a todo pulmón que no se detuviera por nada del mundo.
El calor se hizo más y más aplastante y Francis acabó en la boca del muchachito casi sin darse cuenta.
—¡Me hubiérai avisado, weón! —gritó Manuel, molesto por aquello que le había caído repentinamente en la boca y parte de la cara.
Sin mayor esfuerzo el rubio lo tomó de los brazos y lo hizo subir hasta su altura, lamiéndole los labios sin decencia alguna.
—Weón, eso es asquero…
No alcanzó a terminar la frase entre lamida y lamida cuando Francis lo levantó del piso y volvieron al sofá no sin antes desproveerse a sí mismo de sus ropas, quedando en igualdad de condiciones que el jovencito. Manuel quedó sobre él inclinado hacia adelante, sentado en su regazo.
Los labios volvieron a unirse antes de que el jovencito fuera a decir otra impertinencia. Francis se preocupó de ello personalmente. Se separaron, y Francis puso tres de sus dedos en la boca de Manuel, quien los lamió obedientemente, chupando y gozando de ellos tal como lo había hecho con otra parte de ese cuerpo. Francis se relamió los labios por esa conmovedora imagen, queriendo colocar otra vez su miembro en ese lugar. Pero no. Había otros pasos que seguir ahora. Su mano comenzó a viajar por la espalda del joven hasta llegar a su trasero, donde aventuró su dedo corazón. El chileno dio un sobresalto, asustándose por ello, pero el mayor lo sostuvo con fuerza de la cintura con su otra mano. El dedo se aventuró hasta la entrada, tocando tímidamente. Manuel subió y bajó su cuerpo buscando que ese intruso fuera más lejos.
Francis lo percibió y obedeció a la orden implícita que el cuerpo adolescente le indicaba. El dedo rodeó repetidas veces la entrada hasta que entró en el muchacho, moviéndose en círculos otra vez pero en su interior. Manuel gimió fuertemente, pero los labios de Francis ahogaron el jadeo.
Se separó un poco para murmurar.
—Me-me duele, tío…—Se quejó dulcemente.
—Tranquilo, vas a acostumbrarte pronto—y dicho eso, un segundo dedo entró. Vaya deliciosa sensación era aquella que embargaba el cuerpo de ambos. La acción dolía, sí, pero bien sabía el jovencito que también era una agonía completamente deliciosa.
Y se movió otra vez de arriba abajo, queriendo más de esa fricción en su interior.
Un tercer dedo entró cuando Francis sintió el calor en su extremidad. Los movió despacio, queriendo ver esas facciones deformadas por el placer con lujo de detalles. La boquita de Manuel, fina y rosada, soltaba su nombre entre jadeos, queriendo más desfachatez, más placer, más de esa sensación de prohibición, de la adrenalina que le provocaba saber que estaba haciendo algo malo adrede.
Francis retiró sus dedos luego, sonriéndole con descaro.
—Dolerá un poco—Le advirtió.
—Tú dale no más—Le exigió, serio, más impertinente que nunca—. Puedo soportarlo.
Francis se rio. Esas actitudes lo instaban a ser salvaje con él; aquel jovencito podía llegar a ser odioso cuando se lo proponía hasta el punto de hacerlo olvidar que estaba a punto de follarse al el hijo de su mejor amigo.
Qué tentador sonaba eso.
Sin más, su sexo invadió la entrada de Manuel, sintiéndose de inmediato presionado allí dentro. Lo sentía estrechísimo y extremadamente caliente, tanto que no pudo evitar soltar un jadeo por ese calor mil veces más potente (o tan similar; ya no sabía qué diablos pensar) que la boca dulce y adolescente del muchachito, cuyos labios se tuercen, se abren y despiden respiraciones entrecortadas. El ceño se frunce, las manos se mueven inquietas porque no sabe qué diablos hacer con todo lo que está sintiendo.
Le duele, sí… pero no es nada a lo que no pueda acostumbrarse pronto. El dolor va desapareciendo de a poco mientras Francis va enterrándose cada vez más en su cuerpo hasta tocar sus pelvis. El calor es insoportable. El cabello de ambos se agita entre movimientos de cabeza rápidos y efímeros, buscando más piel que divisar en el cuerpo del otro.
Manuel es verdaderamente un impertinente y grosero angelito. Corromperlo así jamás estuvo en sus planes y ahora pensaba en que jamás podría despegarse de él, se le haría imposible.
La piel era demasiado dulce, la boca también.
Se removía inquieto sobre las caderas de Francis hasta que ambos, de un retorcijón rápido, cayeron al suelo. El rubio sobre el castaño, quitándole toda respiración.
Malditos esos ojos azules que le quitaban todo el aire de los pulmones y la poca cordura que le quedaba, esa que intentaba guardarse. aunque fuera un poquito, de forma inservible. Ese aire cobarde se iba ante ese maldito azul mediterráneo. Muchos entre sus conocidos tenían los ojos azules pero no en esa calidez, media violácea y tan especial. Esa mirada era un hechizo.
—Francis…—dijo entre jadeos, necesitando que comenzara a embestirlo pese a estar con sus cuerpos unidos— te necesito…
El mencionado sonrió. No le sonrió al aire, sino a él, al jovencito que le suplicaba caricias estando más que aferrado a su cuerpo con los brazos y piernas, respirándole a dos centímetros de la cara y buscando el sucio placer prohibido que el amigo de su padre le entregaba.
Lo besó en los labios y despacio, muy despacio, comenzó a empujar hacia adelante. El sexo de Francis entraba y salía en un mar de sensaciones desconocidas y terroríficas, pero demasiado abrumadoras, dejando detrás del ardor inicial un placer indescriptible. La boca de Francis se despegó de la de Manuel y fue a parar al cuello del adolescente, hundiendo así el rostro en el hueco del hombro.
Eso no era suficiente.
—¡Más… más rápido, Francis! —gritó totalmente desvergonzado. Perder la vergüenza era lo que Francis quería hacer con el muchacho, cuando la suya se había quedado hace muchos años enterrada en el olvido.
Las embestidas fueron más audaces, los jadeos sonaban cada vez más fuertes. Si el mundo de Manuel se hubiese derrumbado a su alrededor ni cuenta se hubiera dado. Todo cuanto sentía estaba en ese momento ahí, en esa unión prohibida e irresistible y poco le importaba que los vecinos los escucharan o que algo así pasara.
—¿Te gusta? —le preguntó repentinamente, mordiéndole el cuello. Gruñó complacido al tocar el punto en el que Manuel ponía los ojitos en blanco.
—Hmm… sí~—contestó apenas, atragantado con su propio aliento—… se siente deliciosamente duro, tío…
Sonrió por ese título familiar que de un momento a otro le otorgó de nuevo. Aquella palabrita lo hacía sonar demasiado pecaminoso y divertido.
—¿Y… y no quieres más~? —le buscaba las palabras sucias de la boca. La velocidad del vaivén de sus caderas fue más lento y pareció ir en círculos, disfrutando del hecho de estar dentro y moverse en su interior que entrar y salir a cada momento. Las paredes se le contraían, oprimiendo el sexo de Francis que se daba el lujo de explorarlo hasta lo más recóndito.
—Hhm… Tío…—susurraba mientras el cabello rubio le caía sobre la cara—dame más fuerte~… quiero… yo… ¡Ahh~!... quiero que me cojas toda la noche~… yo me… ¡Francis...!
El susodicho sonrió complacido. Aquella fantasía de verlo suplicando fue más que un impulso hacia el abismo, así se lo decían sus ojos a gritos. La escena era conmovedora, y negarse a esos favores inmundos se le hizo imposible.
Aquel cuerpo adolescente yaciendo bajo el suyo era el mejor ensueño del mundo.
—Esa boca, Manu~…—le dijo sonriendo, sin dejar de moverse— me encanta~…
Con el dolor de su alma se sentó en el suelo saliendo repentinamente de él.
—Súbete sobre mí—dijo, haciéndole una seña con la mano a lo que el menor obedeció inmediatamente. Volvieron a quedar en la misma posición de antes: Manuel sentado a horcajadas sobre Francis. Su sexo fue penetrándolo otra vez ahora con mayor confianza, y rápidamente lo agarró de la cintura, aventurándose al cuerpo adolescente cuando y como se le diera la gana.
Ambos gimieron incapaz de autocontrolarse. El castaño, intentando hacer algo por su cuenta y de ser él quien le diera el placer al rubio, apartó las manos de su cintura y se movió sensual sobre las caderas afirmándose de los hombros de Francis. Inclinaba la cabeza hacia atrás, cerraba los ojos, jadeaba a todo pulmón y la boca dejaba caer leves hilos de saliva por la comisura.
Ese nivel de detalle fue demasiado para Francis. El joven le sonreía descarado, queriendo dominarlo. No, pensó Francis. Eso por ningún motivo. Por ningún maldito motivo. Antes muerto a ser dominado por un adolescente. Con más fuerza que antes agarró las caderas de manuel y las plantó con fuerza sobre las suyas, penetrando hasta lo más profundo. El chileno gimió fuertemente y se mordió el labio inferior intentando apagar el jadeo, frunciendo el ceño en una dolorida, provocadora e increíble expresión. Luego de aquel acto, siguió moviéndose sensual a pesar de que las manos lo seguían sosteniendo.
Le volvió a sonreír. Supuso Francis entonces que Manuel quería más de ese ritmo animal con el que lo penetraba.
Más velocidad, más fuerza. Jadeaban como unos locos y el jovencito gritaba el nombre de Francis cada cierto tiempo, llamándolo con desesperación. Se aferró fuertemente a sus hombros queriendo más impulso. Como si fuese posible.
—¡Francis…!—volvió a gritar. Una especie de calor se expandió por todo su cuerpo creciendo en su zona baja hasta la punta de los dedos. El rubio supo entonces que a Manuel no le quedaba mucho tiempo: con una de sus manos tomó el sexo de Manuel, masturbándolo al ritmo de las embestidas, pero con más detalle y delicadeza.
Eso había sido demasiado. Volvió a soltar cualquier alarido incoherente a lo que Francis sólo se limitó a sonreírle, mostrándole los dientes.
—Bien, bien… puedes… Ugh~—cerró los ojos y gimió cuando los dedos del jovencito tironearon las hebras amarillas hacia atrás, sin saber cómo expresar todas esas sensaciones delirantes—puedes acabar…
No supo exactamente a qué se refería, así que prefirió dejarse llevar por sus propias sensaciones. No faltó mucho para que un gimoteo más fuerte que los anteriores se hiciera escuchar por toda la casa, y acabó en la mano de Francis haciéndose todo un desastre.
El rubio no tardó mucho más en hacer lo mismo: un par de embestidas más y cayó rendido sobre los cojines bajos del sofá, inundando el cuerpo de Manuel quien se apegó a su pecho, fusionándose así también las respiraciones, los quejidos que intentaban normalizar la respiración y el sudor de sus cuerpos.
Francis tuvo el deseo se abrazarlo, sentirlo de más cerca que antes.
—¿Sabí' qué? —dijo de repente Manuel. Francis lo miró hacia abajo, y el jovencito se acomodó de tal forma que quedó mirando de frente esos ojos azules tan malditamente adultos y que tanto le gustaban—Yo… yo nunca lo había hecho… con nadie.
No supo qué decir. Lo sospechó de todos modos, pero nunca pensó que se lo iba a decir así, de forma tan abierta y con tanta confianza.
Francis parpadeó repetidas veces, curioso.
—¿Fui el primero? —preguntó como un idiota.
—Sí po' hueón… eso te estoy diciendo—y se sonrojó inevitablemente. Sonó hastiado por esa pregunta tan estúpida, lo supo; aunque no quiso hablarle así a Francis porque esa carita tierna y los ojos azules entrecerrados no le permitían alzarle la voz.
Si era una persona tan espe… No. No era nada. No. No. No. No. No era especial ni nada de eso.
Basta de halagos hacia Francis. Se permitió volver a ser él mismo luego de todo ese desastre.
—Lo siento—confesó el rubio, volviendo a atraerlo hacia su pecho. Le acarició el cabello con dulzura y echó un vistazo a su alrededor: las ropas de ambos desparramadas por todos lados mostraban la casa demasiado desordenada. Más de lo que Manuel podía hacer con sus amigotes en una fiesta.
O no. No tanto. Martín y Miguel eran dos tornados en sí mismos.
—Debemos ordenar esto—Dijo Francis—. Pero antes quiero darme un baño. ¿Me prestas tu ducha? —lo miró con cierta segunda intención. Manuel la captó de inmediato.
—Obvio. Pero si te bañas conmigo—Le provocó.
Francis negó con la cabeza, divertido.
Ambos fueron al cuarto de baño a encerrarse juntos en el reducido espacio. El vapor anuló sus sentidos otra vez, y las caricias hicieron todo por su cuenta. Los besos desenfrenados dieron el primer paso a una ola de sensaciones no tan nuevas, pero tan intensas como las de hace un rato.
Salieron a la hora después. Se vistieron con la ropa que tenían tirada en la sala de estar y se dedicaron, luego, a ver una película casi abrazados en el sofá.
Manuel se preguntó si aquello no era demasiado. Mal que mal Francis y él no eran pareja ni nada de eso… Y en qué universo podría ser posible algo así, siendo Francis quien era y la relación que tenía con Antonio.
Imaginar la cara que Antonio pondría si se enterara de algo así era lo último que quería tener en mente. Por ahora, sólo quería estar ahí y nada más.
Cuando la película terminó, Manuel se quedó en el sillón sentado y Francis fue a ordenar la cocina, o lo que ambos dejaron cuando quisieron comer algo. Francis lavó los trastes, dejó cada cosa en su lugar y volvió al sofá en donde Manuel lo esperaba.
—¿Querí' jugar Call of Duty? —le preguntó de repente, estando sentado al lado del rubio.
Francis sonrió, pensando en que por muy maduro y hombre que Manuel quisiera lucir, seguía siendo un niño.
—No, juega tú. Yo te miro mientras juegas—propuso—. Pero por favor, sin tanto ruido.
Manuel aceptó.
Siguieron así por un buen rato hasta que sintió el característico sonido del motor del Nissan Sentra fuera de la casa.
—Son Antonio y Lovino. Ya volvieron—Inquirió Francis.
Manuel sólo se limitó a mirar el reloj que ya señalaba casi las dos de la mañana.
Cuando el sonido del motor cesó, Lovino entró a la casa.
—¿Y tú? ¡A acostarte, ahora! —gritó espantado por ver al muchacho a esas altas horas de la noche en pie aún.
—Hola, papá—Respondió Manuel, medio sarcástico.
—Lovino, no seas tan antipático—pidió un alegre Antonio, recién entrando y cerrando la puerta. Se extrañó al ver todo tan tranquilo y ordenado, pensando paranoicamente incluso que Manuel y Francis se habían puesto a pelear a puñetazo limpio en su casa.
Lovino chistó la lengua.
—Bien, mon ami—Le dijo Francis a Antonio— yo ya me voy.—. Manuel se entristeció casi sin querer. No esperaba tener que despedirse de Francis tan rápido.
—¿Tan pronto? ¡Quédate un momento! —propuso Antonio, con su característica sonrisa.
—Van a ser las tres de la mañana, pedazo de imbécil—Fue Lovino el que le respondió a Antonio con la excusa que Francis pensó, a su manera, claro.
Francis se rio brevemente.
—Es cierto lo que dice Lovino, pero gracias de todos modos. —Respondió Francis—. Adiós, Lovino. Nos vemos—dijo, extendiéndole la mano al italiano.
—Adiós—Fue todo lo que dijo. Ni siquiera un "gracias" por cortesía ni nada. En fin. Francis suspiró, cansado.
—Te acompaño al portón—dijo Manuel en un sobresalto. Sus padres lo miraron extrañados y Francis volvió a sonreírle encantado.
—Digo… si quieres, papá—le dijo tímidamente a Antonio, poniéndose rojo de inmediato, quien no se resistió a ese gesto.
—Bien, anda. No mucho rato afuera eso sí—dijo finalmente, volviéndose a Francis—. Gracias, de verdad. Supongo que fue un calvario cuidar a este revoltoso.
El rubio y el más joven de todos se miraron.
—Ni te imaginas—finalizó Francis, y las mejillas de Manuel ardieron hasta no poder más—. No tienes nada que agradecer, mon ami.
Manuel salió de la casa acompañado de Francis y lo dejó en el portón.
—¿Cuándo vai' a venir de nuevo? —le preguntó, mientras abría el portón y Francis salía, quedándose el dueño de casa del otro lado.
—Pronto. No te preocupes, nos veremos luego—dijo, acercándose y depositándole un besito muy delicado en la boca.
Pero Manuel lo afirmó del pelo atrayéndolo hacia sí, profundizándolo. Se hizo apasionado pronto, quedando de lado la dulzura otra vez.
Se separaron luego de unos segundos.
—Adiós. Fue un placer, Manuel—pronunció, y se encaminó hacia su casa que no quedaba demasiado lejos.
—¡Te quiero! —le gritó de repente. El paso de Francis se detuvo, volteando hacia el muchacho quien le hacía señas con la mano. Le sonrió a lo lejos y continuó con su paso.
Escuchó que el portón se cerraba y, sin desear que nadie lo escuchara, suspiró extrañado—¿yo también?
Entró a su casa con una sonrisa radiante. No faltó mucho para que Lovino volviera a dar la orden de mandar a acostarlo. Fue al baño, se lavó los dientes mientras miraba la ducha sintiéndose cómplice de sí mismo. Sonrió sin remedio.
Subió a su habitación, corriendo, luego de despedirse de Antonio y Lovino dándole un beso a cada uno en la mejilla. Cerró la puerta y se miró frente al espejo, específicamente el cuello; había marcas rojas por todos lados. ¿cómo le explicaría a sus padres esos chupones? Bueno, no sería un problema. Los pañuelos que acostumbraba a usar, como las palestinas por ejemplo, cubrirían esas marcas rojas.
Sonrió al recordar a Francis.
Y ansioso por volver a vivir todo eso, abrió la puerta despacio y vio a sus padres sentados en el sofá sin intenciones de ir a dormir aún, y preguntó, alegre y a todo pulmón.
—¿Van a volver a salir pronto?
F I N
Nota final. 2012.
Sí, sé que muchas me van a odiar por esto xD pero no me resistí a hacerlo. ¡Estoy preparada psicológicamente para recibir puteadas! así que no se preocupen (?), estoy convencida de que esta cosa no recibirá ningún reconocimiento por lo bizarra que es.
El tema del nombre Manuel: Los apellidos debieron ser como los de Antonio y Lovino siendo que se trata de una adopción, pero acá en Chile aún no se legaliza el matrimonio homosexual, por lo tanto decir que Manuel lleve dichos apellidos sería como... "ilegal". Sólo digamos que el jovencito fue adoptado por ellos pero simbólicamente y los trámites para el cambio de apellidos está en proceso porque en mi fic el matrimonio homosexual es legal aún si ellos viven en Chile (?).
El vino que Manuel menciona es, por lo que tengo entendido, el vino chileno más caro. En Chile vale 130.000 pesos... debe ser la raja D':! *se lamenta por ser pobre (?)*
El call of Duty es un juego excelente xD he tenido la portunidad de jugarlos todos (o hasta donde han salido) y son experiencias maravillosas. Además de que aprendes historia jugando *-*!
En fin, muchas gracias por leer esta cosa tan, TAN rara. Ay, pero disculpen... Amo a Francia y a Chile! y además tienen muchas cosas en común así que no me asesinen (?).
Nos vemos!
Nota Final. 2018.
Pensé que iba a ser más complicado corregir esto, pero sorpresivamente no lo fue. Me reencontré con este fic y fue grato, y descubrí que la pareja todavía me gusta. xD.
Espero que esta reedición les haya gustado. Y claro, quedó un poco más larga por la corrección. La verdad es que igual siento que no pude hacer mucho tampoco, porque la idea igual es bastante adolescente. Cuando se me ocurrió tenía 16 ó 17 años. Ya ando un poco desconectada con esa onda, pero igual, hice lo que pude.
¡Gracias por leer!
¿Reviews?