Advertencias: ortografía.
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Esa rutina que se acaba.
Rosa eglanteria o mosqueta. Generalmente crece en los bosques en estado silvestre. Posee un delicioso aroma, los aceites de su semilla son usados para fines cosméticos. Familia de las rosáceas. Bonita, linda, con un significado que le permite destacar unos cuantos lugares entre las flores silvestres.
Hannah cerró el pequeño folleto de mala gana. No tenía ni la menor idea del por qué estaba leyendo aquello a esa hora y en un lugar como ese.
…O quizás sí la tenía.
Miró disimuladamente al hombre a unos cuantos lugares de la barra. Alrededor de una media hora que había estado mirándola y ella intentaba pasar de él fingiendo que le importaba el tríptico que tenía en manos. Era molesto, en realidad no había ido al bar con intenciones de terminar en el departamento de algún tipo –no esa noche-. Sólo deseaba des estresarse un poco de la vida de oficinista sin rasgarse las medias o perder las bragas. Las botellas de múltiples colores le hicieron un guiño tentándola a sumergirse en su amargo sabor. El alcohol no era bien recibido en su cuerpo pero aun así solía beber lo suficiente como para acabar con una espantosa resaca.
Echó otro vistazo. El hombre continuaba acechándola. Se sintió tentada a sacar de nuevo el folleto y fingir que le importaba, pero era demasiado molesto hacerlo y no estaba de humor como para repetirlo. Entonces, finalmente él se puso de pie y caminó hacia su asiento. Lucía como un pavo real. Uno de plumas negras. Demasiado confiando con una sonrisa prepotente. A Hannah no le gustaban ese tipo de hombres. Ya no. Siempre recurrían a las mismas artimañas que ella ya había logrado memorizar, lo único que variaba era el patrón que usaban. A veces se preguntaba si es que los hombres, en algún punto de su vida, recurrían a clases de coqueteo en donde les instruían para acercarse a una mujer. Porque, de nuevo, siempre era igual.
—¿Vienes mucho por aquí?
Y ahí estaba, el primer avance de algo que no funcionaría. Hannah volteó a verlo sin decir palabra.
—Lo lamento—sonrió galantemente situándose a su lado—. Te he estado mirando por un rato y simplemente tenía que venir a saludar.
—No había necesidad de hacerlo. —escupió coronándose la reina de la Antártida.
Él pareció disfrutar de la respuesta.
—Todo lo contrario. Creo que es descortés mirar a una mujer y no tener las agallas para preguntar su nombre.
Frunció el ceño. Le hartaba esa basura.
Justo después él se presentó. Hannah decidió olvidar el nombre. No le apetecía tener en sus archivos algo que jamás le sería de utilidad. Además, como se había dicho, no venía por un hombre. Apresuró el vaso de jugo a su boca. Larry el bartender, era el responsable y el único que le servía semejante cosa. Sabe que ella no bebe… no en días laborales. Cruzaron miradas, un instante, casi como si fuera algo casual. No era así. Ella le dijo con sus ojos azules que el tipo que la estaba abordando le jodía demasiado. Él le sonrió con la mirada, con un brillo malicioso, casi riéndose de aquella estúpida escena que se había venido repitiendo desde hace un par de semanas. Hannah suspiró débilmente.
Datos como trabajo e ingresos le fueron proporcionados con maestría. No sonaba mal, lástima que su interés estuviera por debajo del cero. Le tomó varios minutos deshacerse de su mal humor sin ser tan grosera con el hombre de traje negro. Ella le dio su nombre luego de no mucho, en parte porque este se deshacía en un vano intento por impresionarla. Hablaron un poco más. Él habló. Hannah se limitó a escuchar y de vez en cuando pronunciaba una que otra frase de no más de cuatro palabras. Miró en dirección contraria al sujeto, contemplando la escasa luz que despedía la zona VIP del bar. Sintió la mano de su 'acompañante' tocar la suya propia. No intentó alejarlo, entendería que había fracasado.
—Pienso que eres una mujer muy atractiva, Hannah. Demasiado.
Guardó silencio. Nuevamente su mal humor regresaba. ¿Atractiva dijo? Vaya, el hombre le disparaba con descaro. Con ese tono sugestivo que empezaba a usar no le sorprendería que comenzase a enumerar lo que le llamaba la atención en ella. Partiendo por sus senos que nadie pasaba por alto. Hannah mordió el interior de su labio. Su busto, eso era. Siempre robándose la vista del sexo opuesto. Y no que fuese un complejo, por lo general los amaba y enorgullecía de sus atributos. Sabiendo utilizarlos eran armas poderosas, aunque a la fecha no le hubiesen conseguido lo que en verdad quería. Lo que ahora parecía disgustarle era el hecho de estar perdiendo el tiempo con aquel abogado que luchaba por no soltar un vulgar "tengamos sexo".
Tomó el jugo con la otra mano y dio un pequeño sorbo antes de volver la vista hacia aquel lugar. Pensar que decenas de veces estuvo allí, en compañía de atractivos hombres de buena posición, siendo mimada. Suspiró, incapaz de ser escuchada por la música que momentos antes comenzó a sonar.
—¿Quieres ir a otro lugar?
Hannah sonrió a penas al identificar el verdadero significado de aquella pregunta. Hora de terminarlo.
—Sí.—respondió poco después poniéndose de pie. El hombre le sonrió sacando la billetera.
—Yo pago.
—Así debe ser.
El tipo tras la barra elevó una ceja, tomando el billete.
—¿Tiene prisa?—preguntó mirando el papel moneda.
—Eso parece.—respondió al notar como miraba el efectivo, casi como si fuese una especie de bicho indeseable.
—Pues va a tener que esperar. A no ser que diga "guarde el cambio".
Hannah sonrió de forma casi imperceptible a su cómplice y sacando el dinero exacto de su propia cuenta, lo depositó sobre la barra. Sino fuera porque Larry tuviera el mal hábito de aspirar una cantidad 'decente' como él lo decía, de polvo de hada, tal vez habría aceptado su invitación de salir por allí.
—Hasta luego Larry.
Escuchó al hombre quejarse. Larry soltó una carcajada. Hannah continuó hasta la salida. Chasqueó la lengua al cruzar el umbral de luces de neón. Ahg. Vaya. Fue de lo peor. Había sido la noche más aburrida de su vida, tediosa y sofocante. Hizo un gesto amargo. El fresco de la noche le dio en la cara haciendo mover suavemente sus largos cabellos. Respiró profundo. Era suficiente de eso. Ya no era tan joven como antes. No era más la ingenua tonta fácil de engañar y envolver. Reprimió un suspiro y con mirada melancólica se encaminó a su auto.
Podía ver aun las luces del sitio llamando por nuevos clientes y atrayendo a curiosos. Hannah al igual que el resto había mordido el anzuelo, pero su cebo ahora se trataba sólo de migajas. Volvió la cabeza al frente retomando el paso. Sus tacones hacían eco en las calles parcialmente vacías. La madrugada, al igual que muchas otras veces la había tomado, casi como en una rutina tediosa y sofocante. Se sintió tentada a fumar un cigarrillo. Que alivio que desde hacía un par de meses lo había dejado y remplazado el hábito con bastoncitos de goma. No que fuera una fumadora empedernida, más bien solía ser debido al estrés. Estrés que para últimos meses estaba en su apogeo. Un par de prostitutas aparecieron en la esquina. Hannah ni siquiera volteó a verlas aun cuando entre vulgaridades le ofrecieron servicio. Si lo que andaba buscando pudiera encontrarlo en cualquier tipo que le cobrara por sexo su búsqueda habría terminado hace años. Sacó las llaves del auto estacionado a mitad de cuadra y haciendo dos clicks consecutivos quitó la alarma.
Jamás le había gustado usar el estacionamiento de aquel bar-club. Prefería correr el riesgo y caminar a des horas. Sintió la temperatura descender. Se detuvo un momento, sosteniendo la manija... Sí, de ese modo le gustaba. Caminar sola. Estar sola.
"Sola."
Miró el cielo antes de subir al automóvil. Estrellado, tan azul, tan oscuro…
… las escasas nubes.
Hannah apretó los labios.
¿Por qué? ¿Por qué ella no…? Si tan sólo tuviera una pequeña pista para saber la respuesta. O saber si sería capaz de encontrar eso que hasta ahora buscaba. Si únicamente lo encontrara…
El frío metal contra sus dedos. La música a lo lejos. El frío. Hannah abrió la puerta.
*suspiro*
Ya no más. Se rendía.
Condujo hasta su departamento. Le quedaban alrededor de tres horas de sueño. Aprovecharía dos. Tenía algunos asuntos pendientes y no deseaba llevárselos al trabajo, allá existía toda una montaña de ellos. Subió las escaleras. El maldito elevador continuaba fuera de servicio, de no arreglarlo pronto se mudaría sin pensárselo. Era una suerte que viviera en el tercer piso, sin embargo, terminó quitándose las zapatillas cuando llegó al segundo piso. Estiró los dedos de los pies. Comenzaba a perder condición física. Necesitaba salir a caminar más a menudo. Intentaría hacerlo por las tardes…
Para cuando dieron las seis apenas había logrado dormir poco más de una hora. A Hannah le costó una eternidad salir de la cama y otra más para llegar a la cocina. Encendió la cafetera, desayunaría en la oficina. Se pasó las manos por la cabeza, estaba medio dormida y tenía frío. Escuchó su móvil sonar. No recordaba haber programado la alarma, ni siquiera haberse trenzado el cabello. Diablos, ¿qué sucedía con ella? Aun conservaba esas terribles ganas por continuar holgazaneando bajo el edredón, mirar el televisor durante horas, comer papitas con helado de fresa y dulces empalagosos. Tal vez era la crisis de los treinta. Corrección, de los casi treinta. Todavía no llegaba al pico de la soledad y la completa incertidumbre, aun estaba a un año. Su rostro se descompuso. Sí, claro, aun le quedaba tiempo…
Aquel no era el mejor momento para pensar en la terrible situación existencial en la que se encontraba. No, no, debía alistarse para ira al trabajo a sentarse tras su escritorio por unos breves instantes antes de romperse los tacones corriendo de aquí para allá tras su jefe, recordándole cada maldita cosa que debía hacer. Suspiró. A veces sólo deseaba revertir esa amargura que tenía por vivir sin conocer lo que la mayoría de sus compañeras y conocidas tenían (esa maldita cosa que parecía evadirla siempre a ella). Shopi estaba por casarse y Margaret iba a tener a un bebé.
"Casarse, hijos… tener un hombre"
Los cuestionamientos dramáticos revolotearon a su alrededor. Hannah curvó los labios de forma melancólica.
…En verdad, era muy temprano para comenzar con esa jodida rutina. Con pesar entró a la ducha deshaciendo el extraño trenzado y sin darse cuenta abrió la llave del agua fría.
(…)
El elevador se abrió con un ding.
—¿Es broma? ¿Cinco minutos antes?
Hannah lo ignoró echándose un largo mechón de cabello tras la oreja, dejando su abrigo sobre el escritorio.
—¿Qué pasa? Has estado extraña últimamente.
—No comiences Mark. Tengo trabajo que hacer.
—Por supuesto que lo tienes. —Mark, desde su asiento señaló una pila de archivos. Hannah enarcó una ceja.
—Eso es tu trabajo.
—¿Oh, sí? Vaya, estaré olvidando deberes.
El computador frente suyo pasó del negro al azul seguido de la pantalla de inicio. Bien, así comenzaba otro arduo día laboral.
(…)
Pasaban de las siete. Hannah masajeó su cuello. Su hora de salida había terminado desde hacía varias horas atrás. Oyó pasos. Otra compañera de trabajo se hallaba allí. Margaret le saludó desde la puerta. En realidad se asomó a verificar si aun había alguien dentro de la oficina. Hannah le dirigió una mirada cansada y entonces Margaret, de cabello negro y zapatos de tacón bajo, le devolvió una sonrisa. Aun no se le notaba el vientre abultado pero cualquier mujer perspicaz, de buen ojo, vería los pequeños grandes detalles que delataban la nueva condición.
Hannah se levantó.
—No imaginé que serías tú—dijo sacando una barra de arroz inflado y miel de su bolso—. Hannah, si continuas trabajando de este modo vas a estropearte.
—Y por eso he terminado por hoy—hizo una pausa mientras acomodaba sus cosas—. Por otro lado, puedo decir lo mismo de ti.
La otra mujer rió acercándose a ella.
—Eso no aplica a mí. Te has estado quedando tan tarde desde hace un tiempo, deberías dejar el papeleo acumular como el resto.
—Eso es…
—Lo sé, lo sé. Jamás sería algo que la derecha Hannah haría. Lo sé—mordió la golosina y dio media vuelta—. Toma vacaciones. Las necesitas.
Vacaciones. Anafeloz se colocó el bolso en el hombro. Sí, vacaciones sonaban bien. Sin embargo, estuviera allí o en China, la cosa sería la misma. Margaret caminó hacia la puerta. Iría con el padre de su futuro hijo. Ese tal Jhon del que hasta el momento y con un bebe en camino no le había propuesto matrimonio y Margaret siempre le defendía diciendo que aquello no era más que un sofisma (personalmente, Hannah no pensaba en el matrimonio como si fuese una falacia, pero el punto era que "Jhon" temía al compromiso).
—Estoy bien así.
Margaret se detuvo, viéndola por encima del hombro.
—Si tú lo dices… apaga las luces al salir.
Hannah asintió y la despidió agitando suavemente la mano. Cuando escuchó las pisadas de la otra mujer desvanecerse, soltó un suspiró molesto, una exhalación pesada. Y así, su día estaba completo. Una plática con Margaret, ver los signos de su embarazo, tener en cuenta gracias a eso que ella no había concebido mágicamente, sino gracias a un hombre… un hombre que evidentemente a ella (Hannah) le faltaba. Hizo un berrinche en medio de la oficina dando un pisotón. La vida era tan injusta.
—Maldita sea.
Apretó los dientes y de nuevo su edad apareció frente a ella flotando en el aire de manera intangible. La depresión la abordó con increíble rapidez. La evolución del numero dos y el cero que sustituiría a ese nueve le hicieron sentir vieja. La vida joven la abandonaba a pasos agigantados sin haberse realizado aún. Hannah se tambaleó dramáticamente hasta la salida. La noche sería gris en su enorme cama vacía.
(Un par de horas más tarde en su enorme cama vacía)
Se colocó la almohada sobre la cabeza. No podía dormir. La habitación estaba en completo silencio. Hannah se sentó en el borde. ¿Qué había de malo en ella? ¿Ya no resultaba atractiva? No, más bien habría que reformular esa última pregunta: ¿No resultaba atractiva para quien estaba del otro lado del hilo rojo? Se sintió estúpida ante tal cuestionamiento. Estúpida, vieja y depresiva. Su belleza no iba a durar por siempre. Se sentía al borde del abismo. Anafeloz se cubrió el rostro con ambas manos.
Hace un par de años atrás no figuraba en ella el pensamiento de conseguir un hombre para sentirse realizada. Estaba agradecida con su trabajo y nada la hacía más feliz que ser independiente. Y ahora, en ese momento, no podía pensar en otra cosa que no fuera quedarse sola. Retiró las manos con lentitud. Hannah miró el techo y esta vez no vio nada. Su mente no dibujó más figuras inexistentes. Colocó sus manos sobre el vientre y cerró los ojos un momento. Entonces se lo preguntó por primera vez, ¿cómo sería…? Abrió los ojos lentamente. ¿Cómo sería sentir las mariposas?
Pensó en todos aquellos que conocía, en su parte confidente. Había escuchado tanto de sus dos amigas. Ilusiones, fantasías alocadas, palabras sin sentido que encerraban mucho. Había oído y presenciado la evolución de aquello que ellas llamaban amor cada que le relataban desde los inocentes encuentros hasta las noches encendidas (a las que Hannah fingía hacer oídos sordos).
Amor…
Hannah no conocía el amor. Nunca se había enamorado. Estaba vacía y el charco de superficialidad que era deseaba transformarse en un océano.
"¿Pero…?"
¿Cómo sin la persona correcta? ¿De qué forma?
Una fila de cuestionamientos marchó aprisa por su cabeza. Se sintió mareada, confusa y el miedo surgió ensalzado de más preguntas.
Saboreó el temor en sus labios. Sabía a soledad e incertidumbre… aquel que tanto detestaba.
¡Paff!
Arrojó la almohada fuera de la cama y decidió hacerles frente a las dudas que la acosaban. Sería una noche larga, pensó. Muy larga. Miró el reloj cerca de la cama. Hmm. Mejor prepararía café. Caminó hasta la cocina no sin antes tomar lápiz y papel. Vaciaría todas aquellas preguntas en él e intentaría responderlas siendo lo más franca posible. Encendió el interruptor. El cuarto lucía abandonado. No por el hecho de que no visitara con frecuencia su propia cocina, sino que se veía vacía. Comparada con la sala y la recamara, la cocina carecía de electrodomésticos. Poseía los esenciales pero no aquellos que dieran ese toque hogareño del que rebosaban las de sus compañeras. Hizo una anotación sobre eso en la hoja.
"Comprar un tostador"
Poco después encendió la cafetera. Por un instante dudó en si debía preparar té o el café que se había prometido. Hizo un mohín y tomó el frasco de cafeína con sabor canela.
Pasó largo rato escribiendo y ocupó poco más de tres hojas. Para cuando sus parpados comenzaron a ceder Hannah ya no sabía lo que escribía. Se levantó de la mesa para dirigirse directo a la habitación. Se tumbó sobre la cama envolviéndose entre las frescas sabanas. Un último pensamiento cruzó por su mente antes de perderse en los confines de la inconciencia.
Sobre la mesa, escrito con letra poco legible, Hannah había escrito:
"Quiero encontrarlo y que me encuentre…"
Esa noche tuvo un sueño extraño. Cortaba rosas en un enorme jardín y el viento elevaba los pétalos sueltos por encima de su cabeza. Hannah besó una de ellas impregnando los pétalos de labial. Sonrió con delicadeza aspirando el suave aroma. Una voz la llamaba.
«Hannah… Hannah… »
Ese tono. El sonido. El eco.
«Mi señor…»
Cuando despertó, el aroma a flores silvestres seguía grabado en su mente.
—… ¿Mi… señor?
Habría pasado más de media hora desde que despertó de aquel sueño cuyo fragmento continuaba fresco en su memoria. Hannah apretó los ojos y se levantó de la cama. Alcanzó el celular decidida a tomarse el día. No había forma de que pusiera un pie en el trabajo con el estado actual en el que se hallaba. Sus dedos marcaron el número del señor Bennett sin titubear. Realmente no tenía idea de qué decirle. Alguna buena excusa válida tendría que inventarse pero al ser levantada la bocina del otro lado, Hannah sólo pudo excusarse diciendo: "estoy cansada". Y para ser honestos, parte de eso era verdad. En realidad, lo era del todo. Cuando colgó no sintió ni un ápice de incomodidad o culpa. Quizás estaba en lo correcto al saltarse la jornada laboral. Dejó el móvil sobre la almohada y sus pies descalzos resintieron el frío contacto con el suelo. Tomaría té, quizás uno le vendría bien y así sería capaz de comenzar el día.
—Hmm...
La cocina seguía igual de austera que la noche anterior. Hannah hizo un mohín y su vista se topó con la lista que había escrito. La recogió y tan pronto comenzó a leerla su rostro se ruborizó cual tomate. No podía creerlo. Demasiada cursilería que hacía doler sus dientes. De inmediato la arrugó dándole forma esférica y arrojándola en el cesto de la basura salió de la cocina. Las ganas de un buen té se habían esfumado.
Se arrojó sobre el enorme sofá blanco con cojines gigantes para luego atrapar el control remoto del televisor. Encendió el artefacto y tras un rato de cambiar los canales optó por apagarlo. Aun era demasiado temprano y fuera de las noticias matutinas lo demás se trataba de infomerciales. La cara aun la sentía caliente, la frase más cursi continuaba dando vueltas en su cabeza. Abrazó un cojín. No lo entendía, ¿ser honesta consigo era tan difícil? Ya lo había sido durante la noche, ¿por qué ahora le costaba tanto serlo de nuevo? Contuvo la respiración un momento y luego la reanudó inspirando profundamente. El cojín fue a dar al suelo.
Miró con expresión aburrida el televisor, pensó en tomar té nuevamente. No, el recuerdo de la lista persistía. No entraría en la cocina hasta pasado el mediodía. De modo que se levantaría el ánimo con algo más. Pronto su vista tropezó con el minicomponente. ¡Música! Por supuesto, eso ayudaría. De forma lánguida se puso en pie y caminó hasta el estante de caoba. Abrió la pequeña repisa llena de CDs y pasó los dedos por encima en busca de uno en particular. Joss Stone se tropezó con ellos y Hannah la liberó de su prisión. Realmente no era el CD que buscaba pero de algún modo sentía que era el indicado. Leyó el listado de canciones y reparó en una que sabía era un cover. Aquella canción no le gustaba mucho, especialmente por ser cursi, pero tampoco estaba tan mal. Igual era un clásico.
Sin más, lo colocó dentro del minicomponente.
Para cuando se sintió de mejor humor pasaban de las dos de la tarde y Hannah se había comprometido con ella misma (todo mientras se encontraba en la ducha) a no volver a poner un pie dentro de un bar, club, antro o lo que fuese de esa calaña. No más. Y aunque su fuerza de voluntad rivalizaba al par con su desesperación, la frustración en aquel momento no tenía igual. Salió de la bañera sintiéndose viva otra vez. Saldría de compras, por comestibles. Quizás un poco de actividad culinaria la pondría de buen humor.
(Y en el supermercado…)
Caminaba con un aura oscura y pesada alrededor, ahuyentando a todo posible jugador. Tomó tres litros de leche de soja y tres más no vegetal. El taconeo, producto de su elegante calzado comenzó a molestarla. ¿Por qué molestarse en usar zapatillas? ¿Con que fin? ¿Verse más bonita para el sexo opuesto? ¿Explotar su sexualidad al máximo con la sola intención de atraer al indicado? Clavó las uñas en la barra-volante del carrito del súper. Tenía que controlarse. Con disimulo comenzó a respirar profundo. Inhalar, exhalar. Dentro, fuera. Cogió una caja de cereal y luego se dirigió al pasillo de las verduras. Calabacitas, jitomates, pimientos, champiñones, todo lo que supuso sería bueno para cocinar. Vagó otro rato mirando y considerando buenas opciones. Fideos, pollo, salsa de soja, arroz jazmín, salmón... lo que fuera bueno.
Cuando repasó el pasillo de las pastas sucedió lo que había estado evitando. Las entrañas se le retorcieron.
—… Amor, lo que decidas preparar me viene bien.
—Pero quiero cocinar lo que a ti te gusta.
—Todo lo que cocinas me gusta.
—Cariño~…
Hannah le hizo un agujero al empaque de los macarrones. Si hubiese querido escuchar romanticismo ridículo y cursi se habría quedado en su departamento mirando telenovelas de bajo presupuesto. ¡Demonios! El universo conspiraba en su contra.
Alrededor de una hora después terminó las compras. Guardó un par de billetes en el bolsillo de su falda al revisar su bolso y hallarlos sueltos en el interior. Llevó el carrito hasta el estacionamiento y mientras lo hacía pensaba en la última vez que cocinó en casa. Sería la primera vez en largo tiempo desde esa vez. Y la última había sido quizás un año atrás. Negó. Más bien, unos 10 meses o algo así. De camino al auto creyó conveniente hacer comida tailandesa. O tal vez italiana. Algo haría, sólo esperaba recordar como hacerlo porque de lo contrario… mejor no pensar en ello. De dos clicks consecutivos quitó la alarma del auto asiendo el carrito del súper con la mano libre.
—¡Maldito! ¡¿Qué te has creído?!
Levantó una ceja. No escuchaba ese vocabulario muy seguido. Al menos no en avenidas mediadamente decentes. Abrió la puerta de atrás, subiendo las bolsas. Ignoraría aquello. Veamos, ¿en que iba? Ah, sí, entonces, iría a…
—¡Voy a arrancarte los ojos cabrón!
Hannah volteó en dirección a ese pequeño negocio de donde provenían los gritos. Lucía como una tienda de especias, pero… No, no era ese sitio. Los reproches de aquella voz histérica provenían de otro lugar. Ella dio un par de pasos en dirección del sonido. Hubo más gritos. Hannah no paraba de repetirse que aquello no era de su incumbencia pero entre más se acercaba la sensación de que debía intervenir se acrecentaba. Para cuando logró entrever la figura de ambos participantes en la discusión, supo que su intuición y curiosidad no se habían equivocado.
—¡Suéltame!
Era un estudiante. Uno de secundaria y una joven de quizás veinte años. El forcejeo entre ambos subió de intensidad y la distancia que Hannah mantenía de ellos disminuyó. Empuñó las manos no tolerando la escena que sus ojos miraban. Fuese cual fuese el problema aquella mujer no tenía el derecho de violentar al jovencito rubio de esa forma. Era su deber como ciudadana Londinense actuar de acuerdo a sus principios. Cuando la izquierda de aquella jovencita se elevó de forma precipitada con dirección al rostro del menor, Hannah no pudo sino intervenir como una leona.
—¡Es suficiente! —declaró atrapando la mano de la veinteañera—No toleraré esto.
El chico la miró sorprendido y la otra lo imitó. Segundos después, libre del shock momentáneo ella se liberó del agarre e intentó atrapar al muchacho. Hannah se lo impidió interponiéndose.
—¡No te metas en esto, anciana! ¡Él es-!
—¡Es un menor de edad y lo que haces se considera un delito! —refutó sintiendo la sangre hervir. ¿Anciana dijo?
—¡Y una mierda! —gritó estirando el brazo atrapando la manga del rubio. A su vez, Anafeloz la sujetó—¡No te metas en esto!
—¡De ningún modo!
—¡Maldita decrepita entrometida! —y soltando al adolescente estrelló su palma contra la mejilla izquierda color canela.
Atónita. Hannah quedó fuera de sí por unos segundos mientras la mejilla le escocía y aquellas dos palabras que zumbaban en sus oídos, le inyectaban lava a las venas. El aura asesina, densa y ligeramente de color magenta cubrió la voluptuosa figura de la mujer. Decrepita, entrometida. El zumbido pasó a taladrarle los tímpanos. Nadie, nunca, jamás le llamaba de ese modo. Trabó la quijada. Lo que vino después de aquello fue algo digno de una pelea de box. Hannah echó medio cuerpo atrás y con la derecha vuelta puño, impactó sus nudillos contra el mentón de aquella insolente y grosera fémina, haciéndola caer de bruces en el suelo.
Sintió la necesidad de propinarle otro y dicho sea de paso, clavarle el tacón de siete centímetros en uno de los costados. Cuando pensaba ejecutar tan oscuro cometido, la suave voz, tímida, le llamó desde atrás.
—Esto… no era necesario… pero…
No volteó. De pronto sintió demasiada vergüenza como para hacerlo y el enfado regresó con más fuerza. Aquella estúpida la había hecho quedar como una salvaje, ¡qué horror!
— Gracias…
Se detuvo allí, en ese "gracias". Había sonado bastante bien. Incluso con lo mal que debió lucir, algo en el fondo… o ya fuera el ego, le dijo que –seguro- ella habría sido como una especie de salvadora –bastante sexy- para el pobre chico desvalido. Pronto se sintió de mejor humor y Hannah se giró hacia la pequeña figura encontrándose con un par de orbes tan azules y brillantes que le robaron el aliento. Un ligero rubor adornó sus mejillas. ¿Era posible acaso que un chico de su edad poseyera unos ojos así? ¡Y su cabello! Era tan rubio, su piel blanca y al parecer tersa. ¿Sería un modelo? Todos aquellos pensamientos habrían ocupado un par de segundos, dejándola aparentar que recobraba el aliento. Cerró los ojos un instante y sacudiendo ligeramente la cabeza recobró la postura.
— Disculpa, ¿te encuentras bien?
Continuará…
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Notas de la autora: ¡Oh, sí! Decidí que lo subiré por capítulos. Ya casi está listo, sólo me faltan cuatro escenas (risas) pero de aquí a diciembre lo termino de publicar.