LA TIMIDA Y EL ELEGANTE
PROLOGO
CHICAGO 1916
Ella dejaba que el aire del otoño revolviera unos rizos que se le escapaban a su bien peinado cabello, de pie, en medio del gran jardín de su casa, esperaba a su prometido; si, esperaba. En otros tiempos la espera significaba una mezcla de gozo pleno y esperanza renovada, pero eso cambio, y ahora era solo un sentimiento de angustia y vacío; su mirada se negaba a apartarse de la puerta trasera de la casa que daba al jardín, esperando su llegada, envuelto en un varonil traje, tan impecable, tan perfecto, tan frío; pero su corazón le gritaba Ya no lo esperes! Es solo por compromiso que está contigo! ¡Él no te ama!
Él dejó la tienda de camisas de importación satisfecho con su compra, pronto le llevarían a su mansión las cinco camisas de seda importadas de Londres, y ni siquiera se había inmutado por el costo, habían valido la pena. Caminaba a paso seguro por las pintorescas calles de Chicago. Pronto vería a su prometida que vivía a unas cuantas cuadras más, por lo que decidió caminar y le pidió a su chofer que lo recogiera más tarde en casa de su prometida terminada su rutinaria visita. Rutina!, no lo quiso pensar siquiera, pero era la verdad, en eso se había convertido su relación. Sus pasos se volvieron más lentos y una pesada carga se instaló en su corazón.
Ella se preguntaba que más podría hacer para salvar su relación, estaba cansada de luchar contra corriente, pretendiendo ganarse el cariño de un hombre enamorado de su mejor amiga, si, no valía la pena negarlo. Ella estaba consciente de que su relación comenzó por la petición de Candy, su casi hermana, de que Archie cuidara de ella, a pesar de saber de que él estaba interesado en Candy, acepto ese absurdo acuerdo, solo así pudo comprometerse con un hombre tan apuesto como él, ¿De qué otra manera una chica tan simple como ella podría haber llamado su atención? Su débil carácter chocaba con la seguridad y nobleza de Archie y muchas, muchísimas cosas más que con el paso del tiempo fueron surgiendo, abriendo una brecha cada vez más profunda entre los dos. A últimas fechas lo notaba más ausente y taciturno y al preguntarle que le pasaba daba respuestas cortantes y eso le dolía en el alma. Ya no sonríe a como antes. Esto ya no tenía remedio, su relación era algo muerto.
Él llego a la pesada puerta y llamó, mientras esperaba que alguien del servicio le abriera observo en las jardineras de la entrada las "Dulces Candys", regalo de la joven Andry White hacia su prometida, y no pudo evitar volver una vez más a compararlas; Candy era una joven llena de vida, nacida para ayudar al prójimo, a Annie se le iba la vida en reuniones sociales sin sentido; Candy era valiente y audaz al no tener miedo de expresar lo que pensaba, Annie con tal de complacerlo estaba de acuerdo con él en todo. Pero esas diferencias no era lo que le molestaba, sino el hecho de que cuando estaba con Candy su corazón saltaba de gozo, aunque sabía bien que no era correspondido, no le importaba con tal de permanecer el mayor tiempo posible admirando esos ojos verdes y perderse en ellos. Y con Annie ¿Qué pasaba con Annie? Ella era bella, refinada, pero no le transmitía ninguno de los sentimientos que se supone debería sentir por la mujer con la que se casaría algún día ¿Podría quedarse así toda la vida? ¿Sólo por una promesa? ¿La promesa hecha a la mujer que sí amaba?
Ella sabía que era una cobarde con mucha suerte, a pesar de haber negado en alguna ocasión sus orígenes nunca perdió el amor y la comprensión de sus dos madres adoptivas ni el de Candy. ¡Candy! Por ella habían pasado sentimientos diversos desde la envidia, el rencor hasta la culpa y el remordimiento hacia la persona que más la había apoyado en la vida; no podía culparla por despertar en los hombres admiración declarada, todo en ella era la viva imagen de la mujer ideal, era hermosa por dentro y por fuera. Y ella ¿Qué era ella? Sólo un parásito de la sociedad. Ya estaba aburrida de los eventos sociales que su madre procuraba no dejara de asistir, por el bien del apellido Britter ¿Por el bien de qué? Eso no contribuía en nada, sus días estaban llenos de visitas a las vecinas para la hora del te, sin faltar la visita a las tiendas de telas importadas y después a la costurera para agregar otro vestido que no le hacía falta. Los fines de semana estaban siempre llenos de interminables reuniones con la elite de la sociedad, donde se la pasaba entre los chismes y el caviar ¡Dios, qué vida tan simple!
Annie levanto la cabeza al sentir una presencia conocida, ah estaba él, tan guapo como siempre, y todos sus pensamientos se fueron otra vez a esconderse muy profundamente en ella, como la cobarde que era.
Archie permaneció parado un momento en el arco de la puerta, y una vez más no pudo controlar la turbulencia de sus pensamientos. Frente a él, Annie estaba rodeada de las "Dulces Candys" y su aroma volvía más difícil el poner en orden su cabeza y sobre todo su corazón, esto no podía seguir así, tenía que hablar con ella, ser sincero, pero eso era tremendamente difícil.
- Hola Annie - sus palabras salieron sin emoción.
- Buenas tardes Archie murmuró casi para ella, inclinando la cabeza en forma de saludo, invitándolo a sentarse en su banca habitual.
- Annie El joven se inclinó para depositarle un beso en la mano ¿Cómo has estado?.
- Bien ¿Y tú ? fue la respuesta casi mecánica que siempre tenía para una pregunta igual de rutinaria.
Estuvieron hablando de las trivialidades de siempre, pero esta ocasión existía una tensión que Archie no pudo soportar más.
-Creo que tengo algo que decirte-
- ¿Qué sucede Archie?- pregunto tratando de parecer tranquila, presintiendo que Archie venía con la intención de terminar su compromiso, lo que más había temido al fin se hacía presente. Levantó más su cabeza tratando de mostrar una dignidad que estaba lejos de sentir. Se preparaba para la estocada final ¡El final! La culminación de un amor que nunca existió.