Por: S.


Inside my broken heart~

Existen días, que en alguna época fueron constantes, en los que despierto para darme cuenta de las pequeñas lágrimas que se formaron mientras dormía; siempre a causa de la misma clase de sueños, mejor dicho, recuerdos. Exactamente, esas memorias tan lejanas que regresan cada vez que pueden; como siempre, yo soy débil, nunca las puedo detener. Es irónico el grado de masoquismo del que me creo capaz, le doy vueltas al asunto sin permitir a mi mente relajarse por al menos un minuto; ¿y todo para qué? Pues para nada, siempre termino aún más lastimado de lo normal, bajo el eco de un solo pensamiento: "No es tan malo recordar lo que no se repetirá".

Siempre empieza de la misma manera, una travesía en alta mar, el grito de "Tierra a la vista" desde la parte superior donde se encuentran los vigías, el suelo firme que acaricia las suelas de las gastadas botas negras de cuero, un radiante sol en el cielo al cual no lo cubre una sola nube, las olas del mar chocando, rompiéndose en la costa, hasta que me he aventurado por el extraño mundo que deseo conquistar. Claro, nunca había contado con tu presencia, mi querido niño. Tú, que de pie estabas en medio de un campo, al que por cosas del destino tal vez, llegué luego de perder mi ruta.

El cuadro era extraño, o quizá tan adorable que no lo quise admitir, jugabas con un pequeño conejo blanco, manchas negras en sus orejas y los ojos curiosos, iguales a los tuyos. Varios pétalos de flores multicolores danzaban en el campo, guiadas por el viento en su ejemplar baile. Te detuviste al sentir una presencia diferente, y esos enormes ojos azules me observaban atentamente; primero con inseguridad, luego con alegría, que se notaba por la gran sonrisa que dibujaste en tu pequeño rostro. Dudaba que tuvieras la más mínima idea de quien era cuando te acercaste a tirar de la manga de mi chaqueta. "Juega conmigo", articulaste vagamente; para mi mala suerte, no me negué.

Comenzaba a preguntarme que pasó conmigo; porque definitivamente, ni yo ni nadie lograba entenderlo a cabalidad. ¿Cómo un sucio pirata pudo cambiar de la noche a la mañana? Bah, creo que lo entendíamos, pero no lo asimilamos por completo. Pasaron los días, semanas, meses, en los que el Nuevo Mundo se convirtió en el nuevo juego de todos los europeos que lograron conquistar parte de los territorios. Para mí era un tanto diferente, se trataba de ti, mas no en demasía de tu territorio; simplemente, sentía que eras el niño al que debía proteger, y para ello, tuve una arrasadora victoria en contra de Francis. No, no le permitiría alejarte de mí, él no sabría como cuidarte, ni de que hablar, ni siquiera como mirarte; era un tonto francés ignorante y no entendería cosas tan básicas como esas.

Luego me di cuenta que guardaba cierto instinto paterno en el interior. Vaya que me sirvió mucho durante esos siglos a tu lado. Aunque, por supuesto, esta era otra de las preguntas que me hacía a diario, ¿cómo podía yo, Arthur Kirkland, poseer ese lado fraternal? Como sabrás, ni familia nunca fue la mejor, es más, fui tan odiado por mis hermanos, que me sorprende no estar aún mal herido por su culpa. De seguro y se desarrolló en busca de lo que era un verdadero sentimiento de pertenecer a una familia que te quiera. Retomando el tema, los mejores años de mi vida la pasé junto a ti, mi única familia. Me divertí en grande y descubrí tantos sentimientos que temía no poseer; pero a su vez, entendí porque son tan temidos en las personas.

Otra vez, me veo jugando contigo, leyendo las historias que tanto disfrutabas para dormir, del libro que te regalé. Era tu favorito, con todo y hadas incluidas, esas que dramatizaban la historia de cada día en sus pequeños escenarios de papel, literalmente. No debes recordarlo, o ya no te interesa, puesto que ya no crees en ellas, ¿no? De cualquier manera, continúo viéndonos, cuando las sonrisas eran enormes y las quejas se reducían a un pequeño raspón o golpe en tus rodillas. Cuando tu risa inundaba las habitaciones durante las mañanas de juegos con tus muñecos que traía desde Inglaterra y las lágrimas cuando me marchaba eran abundantes. Créeme, mi corazón encogía cuando la tristeza se apoderaba del tierno rostro que posees. Para mí era igual de tormentoso marchar a mi país, pero por ti permanecía un mínimo de tres días más en esas tierras lejanas, nunca te conté acerca de las reprimendas que mis jefes lanzaban en contra mía por esos actos llenos de "irresponsabilidad"; nunca importó recibirlas si se trataba de ti.

Crecías más rápido de lo imaginaba, obviamente, estabas destinado a ser una nación extremadamente poderosa y, en parte, me alegra saberlo. Me sorprendí siendo ingenuo al pensar que nunca te irías de mi lado, fue la promesa que no cumpliste y lo sabes. Un día tu mundo comenzó a cambiar, lucías diferente, pensabas diferente, tu mirada y actitud eran diferentes. Creí que se trataba de esa etapa adolescente por la que todos pasan, y erré otra vez; no contaba con la palabra "libertad" en tu vocabulario, y mucho menos aún si fue Francis quien te la enseñó. Nunca entenderás el miedo que sentí, ese que permanece conmigo.

Fue así como mi peor pesadilla comenzó, mi mundo perfecto se derrumbaba en cámara lenta pero a pasos agigantados. La guerra de Independencia consumía todo lo bueno que en siglos construí, y se lo llevaba como el viento a las cenizas. Era una sensación abrumadora, dolorosa, desesperante, trágica y solitaria. Lo que menos deseaba era levantar cualquier arma en tu contra, no tenía opción ese momento hasta que mi rostro angustiado se reflejó en tus ojos. Como nunca pensé reflejarme en tu mirada, me veía demacrado frente a un joven que ya no era mío, mi hermano, y nunca más lo sería. ¿Renuncié a ti? Puede ser, pero solo en el exterior, porque en el fondo no quería que te alejaras.

Al final mi firma debía estar presente en un estúpido papel, aceptando tu "libertad", un nuevo tratado, a una nueva nación cuyo nombre sería "Los Estados Unidos de Norteamérica", y su representante, Alfred F. Jones. Esto debes recordarlo por completo, porque de seguro te sorprendió al menos un poco. El Arthur que conociste todos esos años, él de la sonrisa tranquila y las dulces palabras, poseía un rostro deprimente y la mirada vacía. Los deseos de golpearte por horas estaban latentes; de igual manera los de salir corriendo del recinto. Las ganas de verte se esfumaban y varias veces tuve la impresión de que mi vista comenzaba a nublarse. Terminó rápido, no escuché ni una sola palabra hasta el momento en el que solicitaron que firmara la hoja de papel. Lo hice, no tenía otra opción ni el ánimo necesario para comenzar un escándalo. Me levanté de la silla frente a ti; podría jurar que tenías intensiones de hablarme, yo no quería arruinar mi imagen aún más y bien sabes que escapé a toda velocidad por la gran puerta de madera. Tendría varios años para llorar cuanto quisiera, siempre he tenido lágrimas de sobra cuando se trata de ti.

De esa manera, Arthur Kirkland volvió a ser lo que todos, excepto tú, conocían, un huraño, gruñón y mucho más mal humorado inglés. Sarcástico, irónico, a veces cruel con sus comentarios, pero siempre analítico, a la defensiva, algo agresivo con los imbéciles que trataban de armar burlas respecto a mí. No tardó mucho para que en las reuniones internacionales participaras; desde luego, tu desarrollo fue inmenso, rápido y eficaz, Alfred. Odiaba estar presente en esas reuniones por tu simple presencia, si no lo has notado ya, soy una persona rencorosa, pero aún más sensible. Adoraba sentarme lejos de ti, en un ángulo donde el verte no fuera tan impactante ni directo.

Sin levantar la mirada de las hojas que sostenía, generalmente sentía que, muy por el contrario a lo que pensaba, eras tú quien me observaba un par de veces cada reunión. Si lo que tratabas era mofarte o hacerme sentir peor con esa personalidad nueva que desarrollaste, lo conseguiste en parte. ¿Cómo se te ocurría clavar los ojos en alguien con el corazón destrozado a causa tuya? Y si hubiera alguna frase más fuerte para describir ese dolor, dedícamela, por favor, porque no sabes lo que se siente. Otra vez, mi corazón se partía en pedazos, ardía presa de esa tristeza infinita, más nunca se convirtió en cenizas. Tal vez fue porque todos insistían en que lo merecía, sufrir eternamente.

No me corresponde obtener deducciones contrarias o esperanzas en vano, mientras más lo intentaba, más me dañaba. Y trataba de culparte por todo junto a Francia, cuando en realidad fue mi culpa por concentrarme únicamente en ti. Sí, fuiste, eres y serás siempre mí, porque te brinde lo que nunca le había dado a nadie más, ese corazón lleno de buenos sentimientos que sembré, coseché y te entregué en bandeja de oro. Así que puedes hacer con él lo que gustes: destrozarlo, arrancarlo en pedazos, aplastarlo, pisotearlo, pero te rogaría que nunca lo deseches, porque es lo único que me queda.

Otra vez me veía huyendo de ti. Cuando la puerta del salón se abría, dando por terminada la reunión aparecías por arte de magia frente a mí, con una sonrisa radiante en el rostro, dispuesto a saludarme. Nunca hacía caso, y te apartaba de la misma manera siempre, "Fuera de mi camino", las primeras tres veces funcionó perfectamente. Luego te enteraste de lo necio e idiota que eras, ya no te ibas; empecinado en acompañarme hasta que yo te lanzara algo a la cara, te hiciste acreedor de todos los insultos habidos e inventados que pronuncié, de varios golpes y quejas, de miradas frías o furiosas, no deseo entender porque las soportas todavía.

Te lastimaron varias veces, Alfred, a ti, tu orgullo y tu nación. Ataques inesperados, terroristas, civiles, palabras peores que las mías. La idea de consolarte a pesar de tu relativa calma cruzó mi mente varias veces, y lo único que solía decirte era: "La próxima vez ten más cuidado, Estados Unidos". Mis crímenes eran pagados amargamente con esa amplia sonrisa que formabas en tus labios y el emocionado: "¡Gracias, Arthur, lo haré!". Me llamabas por mi nombre, yo por el de tu nación, y siempre parecías feliz al respecto porque al menos te dirigía unas pocas palabras.

Cuando las cosas eran aún más duras o se notaban las ganas de llorar en tus brillantes ojos, acudías de nuevo a quien tan mal te trataba, yo. Sé bien que fueron una o dos veces, pero me atrapaste en un fuerte abrazo del cual no pude escapar. Hundías tu rostro en mi cuello e intentabas que no me diera cuenta de tu llanto lastimero. Idiota… Era lógico si mi traje se humedecía por las lágrimas. Las palabras y el abrazo de vuelta no existían, pero cuando levantabas el rostro y tu sonrisa era todavía más grande de lo normal, ese "Gracias" se convertía en un puñal directo al corazón. Nunca hice nada por animarte, y a pesar de ello, insistías en que por mi causa estabas mucho mejor. Recuerdo que me enamoré, pero no cuando.

Ese sentimiento se convirtió en la tortura más grande del universo para mí. Yo sentía una especie de amor evolucionado, tú seguramente no. La soledad es mi más grande compañera y la respeto, pero a cualquiera le agradaría tener otros compañeros, no se aplica para mi persona, no me cuesta soñar tampoco. La vida continuaba y el odio que sentía por hacia mí aumentaba. Te acercabas nuevamente y ya no sabía que hacer. Noté un pequeño cambio, los leves sonrojos que se formaban en tu compañía. Te quería lejos de mí para superar ese sentimiento y cambiar de página, ¡nunca obedeciste y permanezco igual desde entonces!

Hipnotizado, agónico, levemente feliz, como un idiota enamorado de ese alguien imposible. Lastimándome cada vez más, sin lograr detenerme. Avanzo por ese sendero vertical, pero existen desvíos que me obligan a tomarlos y al final, ¿adivina qué? Siempre estás tú, esperando con la sonrisa más hermosa que he visto en mi larga vida.

Si supieras cuanto duele recordar, estoy seguro que saldrías de mis sueños de una vez por todas. Ni creas que te lo contaré, soy así. No necesito hablar de mis problemas con otros, puedo solucionarlos por mi cuenta. Pero si pudieras mantenerte igual de tonto y con todas tus estúpidas ideas, a pesar de mis intentos por detenerte, creo que podría seguir viviendo junto a esa distancia que te impongo y esa cercanía que intentas construir, Alfred.


Next time:

A kiss for each tear~