Cuando empecé a escribir fanfics del mundo de Harry Potter, tuve claro que mi OTP era el Drarry, aunque no me cierro en banda a otros pairings. Al llevar tan poquito tiempo en esto, aún tengo un mundo por aprender y explorar, así que cada comentario me ayuda y me motiva a seguir mejorando y a seguir escribiendo. Hace poco recibí un precioso mensaje de una lectora de uno de mis Drarrys, me emocionó bastante que hubiese disfrutado tanto de la historia como para escribirme y presentarse. Gracias, Olibe, espero que este pequeño Dramione te guste porque es para ti. He intentado retratar un momento que a pesar de ser cotidiano, siempre es especial en cada pareja. Un beso!

Un saludo y es mi primer Dramione, ¡no seáis muy duras!

Aeren.


Disclaimer: Harry Potter y su mundo pertenecen a J.K. Rowling y Warner Brothers. No se infligen los derechos de copyright de forma intencionada.

Título: Inesperado

Pairing: Draco Malfoy & Hermione Granger

Rating: NC-17.

Palabras: ~5.897~

Estatus: Completo.

Resumen: A veces, hasta la vida mejor planeada puede estar llena de sorpresas. Cómo Hermione Granger, que siempre ha creído que tenía su vida bajo control hasta que Draco Malfoy se cruzó de nuevo en su camino.

Dedicatoria: Para Olibe, porque me encantó su mensaje, y espero de verdad, que este pequeño Dramione le guste. ¡Un saludo!

Notas y Advertencias: Este fic contiene leguaje adulto y escenas de sexo explícito si eres sensible al tema, por favor no lo leas.

Beta: Hermione Drake, que es la beta más fantástica que pueda uno pedir y no puedo decir más, sin ella esto no estaría aquí.

Inesperado

I


Tomando el vaso vacío, sirvió dos dedos del mejor whisky escocés. La caja de terciopelo negro reposaba en el centro de la mesa de su despacho, cerrada. Suspirando con pesar, la abrió, maldiciendo al estúpido impulso que le había llevado a comprar el solitario en aquella joyería muggle. Un diamante negro con talla en rosa que valía una pequeña fortuna. Nunca había creído que sentiría aquel deseo de verla con una prenda que la marcase como suya, pero parecía que sí, que le había llegado la hora. Lo malo era que los problemas habían empezado a enturbiarlo todo casi al mismo tiempo que planeaba cómo pedirle que se enlazasen. Diablos, si su padre le viese le cruciaría en persona y a conciencia. Casarse con una hija de muggles y, para colmo, siguiendo aquel rito no como en el mundo mágico, sino en una ceremonia para que la parte de la familia de su novia que no conocía la existencia de la magia pudiese disfrutar del momento. Odiaba al mejor amigo de Hermione por haberle dado la idea. Jodido Potter y sus estúpidos consejos.

Se frotó la frente, intentando recordar por qué habían discutido en esa ocasión, maldición, desde Hogwarts no habían peleado tanto como en las últimas semanas, era como si cada pequeño tema desencadenase una discrepancia, que en otras ocasiones ambos habían dejado pasar y que, sin embargo, ahora acababa transformada en una fuente de malos entendidos. Golpeó la madera, negándose a dejarse llevar por las dudas que le acosaban día y noche. Quizás ella... al principio había intentado no enfadarse, asumió que su novia estaba sobrecargada de trabajo y no le apetecía demasiado hablar del tema. A veces era normal que no comentasen los problemas de la oficina, trabajar juntos ya era lo bastante complicado como para llevar aquello a su tiempo libre, pero luego llegaron los silencios, el continuo estado de nervios, el mal humor, las noches en las que hacer el amor se había convertido en un acto frío, casi mecánico. Luego las excusas para no tocarle, y la angustia, callada y cada vez más amarga que siempre acababa por sacarle de sus casillas, haciéndole perder los papeles. Mierda, tenía miedo, como no lo tenía desde hacía años, y lo que le desquiciaba era saber que lo que sea que le ocurriese a su pareja estaba por completo fuera de su control. Hacía días que la sensación de que llevaba sobre su nuca la espada de Damocles era casi palpable, levantarse y empezar una nueva jornada era un suplicio, porque no sabía qué hacer. Algo se estaba interponiendo en su relación y, por muchas vueltas que le daba, no era capaz de intuir cual era el problema y la mera idea de asumir que era desamor le producía pavor.

Se miró las manos, que le temblaban como si fuese un anciano. Cinco años de relación. Cinco. Nunca había creído que eso pasaría, no con Granger de entre todas las mujeres, pero cuando el departamento de Relaciones Internacionales le trasladó desde Bruselas a Londres una de las sorpresas más desagradables fue saber que tendría que trabajar codo con codo con la Gryffindor. En ese entonces tenía veinticinco y se consideraba muy maduro y mundano, creyó que iba a enseñarle algo a su antigua compañera de estudios, pero la realidad fue que se encontró disfrutando de cada una de sus disputas verbales primero, para pasar a una cautelosa admiración después.

Hasta aquella gélida noche de diciembre en la que todo cambió entre ellos. Casi siempre eran los dos últimos en marcharse de la oficina, así que no le extrañó ver luz debajo de su puerta, lo que si le sorprendió bastante fue escuchar música tras la puerta de su despacho. Encogiéndose de hombros, tomó su túnica y caminó por el pasillo desierto con la mente puesta ya en si debería animarse y salir a tomar una última copa o irse a su casa, fue entonces cuando escuchó el sollozo, se detuvo y agudizó el oído. Maldita sea, ahí estaba, contenido, hondo, lleno de pesar, odiaba las lágrimas femeninas, siempre le había resultado difícil lidiar con una persona que llorase, así que tomó la salida fácil y pulsó la tecla con más ahínco, ansiando escapar de allí. Ellos a duras penas eran compañeros de trabajo, no quería verse implicado en nada... así de íntimo, eso sin contar con que lo más seguro era que si se le ocurría asomar la cabeza por la oficina la chica le maldijese, ¿Él, Malfoy, consolando a Granger? Antes Gilderoy Lockard aprendería a lanzar un confundus en condiciones. Aguardaba con creciente impaciencia al ascensor cuando el sonido de cristal roto le puso en movimiento. Ni siquiera tocó, sólo usó la varita y entró en el cuarto para descubrir a Granger observando con gesto extraviado el vaso roto a sus pies. Conjuró un reparo y de paso limpió el estropicio. Arrugó la nariz al ver los zapatos, el bolso y la chaqueta tirados de cualquier forma sobre el suelo enmoquetado, así que los levitó hasta el pequeño perchero mientras la examinaba de reojo, con cautela, aquella actitud no era propia de su antigua compañera de clases, eso le quedaba claro. La muchacha, que seguía sin abrir la boca, ignoró a Draco como si fuese invisible e imperturbable, volvió a llenar el vaso y de un sorbo, vació la mitad del contenido.

—Granger... ¿Estás... ebria...? —Casi había empezado a reírse cuando se encontró con los ojos castaños. El maquillaje se había estropeado por las lágrimas, le temblaba la barbilla y ni siquiera le había maldecido por entrar y hablarle. Aquello tenía que ser grave.

—Lárgate, Malfoy —ordenó con voz rota, no sólo por el alcohol, sino por el llanto que no se había molestado en esconderle a él, a Draco. Mierda, aquello tenía que ser grave.

—Oh, por Salazar, ¿qué puede ser tan malo... hay una nueva profecía que nos obligue a vestir cómo tu amigo Potter? —bromeó mientras se acercaba. En el fondo ver a la ecuánime Hermione con aquella expresión de pena le había trastornado más de lo que creía posible, joder, había pasado años inventando insultos para humillarla y hacerla sentirse inferior y jamás lo había logrado, ¿qué le habría pasado para que estuviese en ese estado y en plena oficina además?

—Ron me ha dejado —confesó mientras se bebía de golpe el resto del licor.

Draco puso los ojos en blanco, hasta él había oído hablar de las continuas idas y venidas de la pareja. A veces incluso le daba pena del héroe, que estaba en medio de aquellos dos. Qué forma de perder el tiempo, él siempre había sido más partidario de saludables sesiones de sexo sin más pretensiones que la de pasar un buen rato y le resultaba incomprensible todo aquel drama y encima, ¿por un Weasley? ¡Si había bastantes como para llenar un estadio de quidditch!

—Bah, dentro de un par de días te llamará y volveréis a...

Las pupilas oscuras de la joven le hicieron callar de golpe, había tanta tristeza en ellas que sus palabras murieron sin ser pronunciadas. Sin el maquillaje y con el cabello despeinado le pareció de nuevo la niña repelente y sabelotodo que había odiado a muerte en el colegio. Se dio cuenta de que ya no era así, ya no la detestaba, ni siquiera le caía mal, era una buena persona que le había tendido la mano con mucha más naturalidad que algunos otros que tenían bastante menos que perdonarle. Con sobresalto, se encontró deseando que sonriese, deseó ser quien la reconfortarse, por una vez, dejar de comportarse como un frío e insensible capullo y hacer lo correcto sin esperar nada a cambio.

—Ha dejado a otra chica embarazada. —Una lágrima rodó por su mejilla—. Me dijo que yo... sólo pienso en el trabajo. Eso no es cierto... sólo creo que somos demasiado jóvenes y ...

—Ese Weasley siempre fue muy cortito, Granger; si ha decidido que no eres lo que quiere, es que estás mejor sin él —replicó, a veces las frases hechas tenían su utilidad, pensó con cierto malestar por ser tan pueril. Se acercó y con un floreo, hizo un conjuro y le sonrió, rozándole la tersa mejilla ahora limpia del rimel y las lágrimas—. Mucho mejor, mi madre adoraba éste, ¿sabes? Decía que le dejaba la piel estupenda.

Sorbiendo, la chica se apartó un mechón húmedo del cuello pálido y delgado que su jersey oscuro dejaba libre. Draco, era incapaz de apartar las pupilas de aquellos labios, por Merlín, estaban rojos e irritados, como si se los hubiese mordisqueado, como si se los hubiesen besado a conciencia. La imagen de esa dulce boca húmeda bajo la suya le causó un aguijonazo de sorprendente deseo. Dejó escapar el aire, notando pequeños detalles que hasta ahora le habían pasado desapercibidos, cómo el precioso color caramelo de su cabello, o la perfección de sus facciones delicadas.

—Gracias... Draco...

No supo que le incitó a sujetarla de la mano y hacerla ponerse de pie. Quizás fue el modo en que había pronunciado su nombre, ella jamás le había llamado por su nombre de pila, ni le había mirado de aquella forma...como si esperase algo de él. Ni siquiera había sido consciente de que la encontraba jodidamente atractiva hasta aquel instante, pero esa Granger, descalza, con el cabello suelto y sin la máscara de frialdad con la que solía tratarlo a diario le desarmaba por completo. Frunció las cejas y, con cautela, trazó la curva suave de su barbilla, con el pulgar delineó el labio inferior, que se le antojó extremadamente tierno y atrayente. Escuchó el débil gemido y sin pensarlo se acercó más, hasta que se rozaron. Era bastante más pequeña que él, así que le levantó el rostro para que siguiese encarándole. Apartó un grueso rizo de su frente, notando el suave perfume que desprendía su piel cremosa, ligeramente especiado, exótico, nada que ver con esos olores dulzones que detestaba y que la mayoría de las brujas con las que había tenido sexo parecían preferir. Se mojó los labios, notando el golpeteo acelerado de su corazón, deslizó los dedos hasta ganar la esbelta cintura, indeciso, deseoso de ir más abajo, Hermione estaba cálida bajo su palma, la fina lana de su falda permitía apreciar la firmeza de su cuerpo curvilíneo y perfectamente proporcionado.

—Granger... —musitó antes de ceñirla, cadera contra cadera, los senos turgentes apretados contra su pecho, la espesa mata de cabello cosquilleándole mientras rozaba sus labios. Gimió al sentir la lengua femenina uniéndose a la suya, las uñas erizándole la sensible piel de la nuca. Con gula, abrió la boca, dispuesto a devorarla, a volverla loca de deseo, a hacerla olvidar a aquel pelirrojo idiota. No le respondió, pero no hizo falta, sus manos, que tiraban de su corbata con decisión le dieron la respuesta que necesitaba A tientas, se desnudaron entre murmullos y suspiros cada vez más necesitados, acabaron cayendo el uno sobre el otro, enredados sobre el sofá. Decir que nunca había pegado un polvo como aquel era quedarse corto. Tener a Granger entre sus brazos, besándole, gimiendo, apasionada y libre le subyugó. Tardó en darse cuenta de que fue esa noche cuando se enamoró de ella, como un idiota, como si tuviese quince años, quiso negarse a la evidencia, aparentar que aquel encuentro había sido simple sexo ocasional. Sin embargo, con el paso de las semanas, de los meses, acabó por reconocer que era a Hermione a la única que deseaba y se dedicó a hacérselo entender.

Cinco años, llenos de encuentros, de peleas, reconciliaciones, llenos de primeras veces, de momentos sencillos pero que guardaba en lo más profundo de su mente como si fuesen tesoros de un valor incalculable. Habían aprendido a ser pacientes, a aceptar que pese a todo lo que les separaba, el sentimiento de pertenencia que les unía era aún más fuerte. Hasta que llegó Hermione, nunca antes había tenido una relación tan larga, Draco había disfrutado de multitud de citas de una sola noche, de fines de semana llenos de sexo, pero la joven se le coló bajo la piel de formas que no era capaz de explicarse, simplemente, una mañana despertó a su lado en la cama y recordó que desde hacía meses compartían el lecho cada noche y que eso era algo que no deseaba cambiar por nada en el mundo; aquel mismo día le pidió que se mudase a su piso y Hermione, aún adormilada, sólo sonrió, abrazándole.

La idea de que aquello pudiese acabar le paralizaba. Vivían juntos desde hacía un par de años y, a pesar de que jamás habían hecho planes a largo plazo, sólo era capaz de imaginarse un futuro a su lado. Decidido, recogió el estuche y abandonó el vaso aún intacto. Tenía que verla, hablarle, convencerla de que, fuese lo que fuese, podrían solucionarlo. Observó la foto que tenía sobre el escritorio; eran ellos dos en el bautizo de uno de los hijos de Potter. Su novia sostenía al pequeño de cabellos oscuros con una sonrisa brillante y, por primera vez en años, envidió al Gryffindor. Él quería eso, ver a su mujer con un hijo suyo entre sus brazos. Ahora sólo tenía que pensar en el modo de lograrlo.