Titulo: Angelical
Fandom: Supernatural
Pairing: Dean/Cas
Disclaimer: Escrito sin fines de lucro, solo como entretenimiento.
Todos los adolescentes cargan consigo su propio generador de ira contra el mundo. Eso que los hace azotar puertas, gritar por estupideces y cosas así. No hay nada que se pueda hacer al respecto, salvo cruzar los dedos y esperar a que se les pase o que puedan enfocar su energía en algo productivo.
Dean estaba por alcanzar la masa crítica. Desde unos meses para acá, cuando su padre, John Winchester, cazador y trabajador eventual de lo que sea y donde encontrara que hacer, decidió que era suficiente de vagar de un lado para otro, y buscó un lugar para establecerse.
Hasta entonces, Dean, el mayor de los dos hijos del cazador, con sus 15 años cumplidos, se sentía bastante satisfecho con su vida. Carreteras infinitas, moteles de paso donde nunca había tenido que tender una cama, ni levantar un papel, comida chatarra a todas horas y esa adictiva incertidumbre de no saber dónde iba a amanecer o quien podría estarlos esperando en una de tantas paradas en el camino.
Todo se desarrolló de manera bastante normal. Dean y su hermano menor Sam, un enano de cabello castaño al que le llevaba dos años, se habían quedado en casa de Bobby Singer, un amigo de su padre. Su estancia se prolongó un poco más que de costumbre, mientras el jefe Winchester arreglaba asuntos misteriosos.
Y un día llegó John, les ordenó que empacaran, los subió al auto – un enorme Chevy Impala, negro, modelo 67, que Dean esperaba tener permiso de manejar pronto -, y tras unos minutos de viaje llegaron a una casa desconocida. Sin más trámite, su padre les dijo que ahí es donde vivirían a partir de ese momento.
Si buscaba darles la sorpresa de su vida, lo consiguió, aunque por diferentes razones. Para Sam, la Navidad se adelantó ese año. Una casa. Su propia habitación. Por fin permanecer el tiempo suficiente en un lugar para hacer amigos…
En lo que Dean se recuperaba de la estupefacción, el menor se dirigió a toda carrera a la casa. Tenía pocos muebles, y olía a humedad, pero su padre le dijo que eso se arreglaba con el tiempo, y que no necesitaban más para empezar. John sonrió al escuchar a su hijo pequeño entusiasmado y haciendo planes. Pero la alegría se le apagó un poco al ver la expresión de su hijo mayor.
Traicionado.
Aparte de tener que asimilar el importante cambio en su estilo de vida, Dean no podía creer, ni perdonar, que su padre no le hubiera preguntado. Se suponía que él tendría voz y voto en las grandes decisiones, y simplemente lo había ignorado. Pudo haberle dicho que la idea era una estupidez, o tal vez pudo estar de acuerdo. Pero ahora nunca lo sabrían.
Tras la sorpresa y la decepción, ahora sólo quedaba el enojo, y el muchacho comenzó a repartir odio a sus alrededores. Hacía cada ladrillo de la casa por el simple hecho de existir. A su padre por ocultarle el plan. Contra Sam porque su ruidosa alegría era un insulto personal. Hasta a Bobby le tocó su sabrosa dotación, por no contarle lo que sabía al respecto. Dean odió cada mueble que su padre metió de a poco a la casa. Manifestó su descontento al no ocuparse ni de la habitación que le asignaron, importándole muy poco dormir en un colchón, con una cobija, y su ropa, ya sea la sucia o la limpia, apilada en un rincón. John decidió esperar a que el berrinche se le pasara. Preparado para intervenir con la fuerza física si al muchacho le daba por pasarse de listo.
El inicio de las clases sólo sirvió para distribuir más odio desde sus inagotables reservas internas. No quería ir a la escuela, pero no pudo evitar que su padre lo subiera al auto a empujones. John sabía que de tener que irse solo, lo más probable era que nunca entrara. Así que decidió asegurarse de que por lo menos cruzara la puerta. Si se escapaba, tendría un pretexto para darle el correctivo que se estaba buscando.
Dean arrastró los pies por el pasillo de la estúpida escuela, hacía el maldito casillero que le correspondía. Mientras aventaba sus cosas al interior, le echó un vistazo irritado a sus alrededores y vio al ángel.
Venía caminando por el pasillo como si fuera lo más normal del mundo. A cada paso, los sonidos característicos de una escuela atestada se fueron apagando, todos los presentes se desvanecieron, y se quedaron ellos dos en un amplio espacio vacío. Dean no podía quitarle la mirada de encima a los ojos más azules del mundo, esa piel blanca, y el desordenado cabello oscuro. El ángel se detuvo, y llevó a cabo la inverosímil tarea de abrir el casillero que quedaba justo frente al del fornido joven pecoso.
En ese momento se escuchó un estrepito. A Dean se le habían caído todas sus cosas sobre el pie. El ruido y la gente regresaron, y el muchacho se apresuró a agacharse para recoger su desastre. Echó miradas furtivas a su alrededor. Al parecer nadie notó como se había quedado con la boca abierta un rato. Tomó lo que creía que iba a necesitar, porque en ese momento no estaba seguro ni de cómo se llamaba, y se apresuró a buscar un mejor punto de observación.
Encontró un oportuno armario para escobas, y se coló dentro. Una vez ahí, procuró tranquilizar su corazón, y, armándose de valor, echó un vistazo. El ángel seguía ahí, y Dean comenzó a tomar nota de los detalles para confirmar que no era un invento de su imaginación. Vestía ropa oscura, aunque a Dean le daba lo mismo, lo importante era el cuerpo dentro de ellas, el cual era esbelto y elegante. Bonitas caderas, aunque el pantalón holgado no permitía apreciar mucho. Parecía que hablaba con alguien más, un chico de cabello rubio.
El ángel tomó un par de cosas del casillero, lo cerró y comenzó a caminar en dirección del armario de escobas. Dean lo vio pasar cerca, apreció fugazmente su perfil y se le detuvo el corazón. No estaba preparado para ver esos ojos azules tan cerca. Bajó la mirada a su perfecta nariz, y carnosos labios, hechos para ser besados.
De repente, Dean tenía clara su meta en la vida. Hacer suyo a ese ángel y amarlo de la mejor manera posible. Nada más tenía que trazar un plan.
Sonó el timbre. Dean se forzó a mantener la cabeza fría mientras se dirigía a su primera clase. Tenía que actuar con normalidad, y procurar no hacer nada que provocara su salida de la escuela, y por lo tanto, perder el casillero mejor ubicado del mundo. Por lo menos hasta tener al ángel bien seguro en su casa.
Llegó a su salón empujando indiscriminadamente a todo el que se cruzara en su camino, y por supuesto, oh, planes del universo, el ángel se encontraba ahí. Dean se congeló en la entrada. El resto de la clase lo miró, él murmuró una disculpa y buscó el asiento más alejado, porque se conocía a si mismo.
Un par de chicas le sonrieron y eso le dio confianza. Claro, sólo tenía que poner en práctica el viejo encanto Winchester, y el ángel se dejaría caer en sus brazos.
Diablos, la idea lo hizo ruborizarse. Se concentró más de la cuenta en las clases de ese día, para olvidar que su objetivo se encontraba en el mismo salón. Casi perforó el pizarrón con su súper vista forzándose a no desviar la mirada.
Para el almuerzo, la situación no había mejorado.
- ¿Puedo sentarme aquí? – Dean se sintió rematadamente estúpido sosteniendo su charola, frente a una mesa en el comedor.
- ¡Por supuesto! – fue la entusiasmada respuesta. La chica pelirroja le hizo un espacio, y Dean hizo un esfuerzo para recordar su nombre.
- Gracias… ¿Anna?
Ella asintió complacida, y procedió a presentarle a los demás. Gabriel, Ash, Jo, y Chuck. El grupo le hizo muchas preguntas, que él respondió con tan buena disposición que se sorprendió a sí mismo. No le costó trabajo integrarse. Sirvió para que se relajara un rato. A la salida de la escuela ya era un ser casi normal de nuevo, y tenía amigos. Eso no evitó que John, al preguntarle en casa cómo le había ido, lo mirara de modo sospechoso ante su respuesta ("bien"), y sus ojos de borrego loco.
Después se fueron notando los cambios. Dean dejó de quejarse como por arte de magia, y procuró mantenerse ocupado en sus ratos libres para distraerse, pero eso no evitó que se convirtiera en un acechador profesional. A la semana ya había memorizado la rutina del ángel, y se las ingeniaba para echarle frecuentes vistazos discretos, sin importar que sus nuevos amigos lo acompañaran. Y todos los días antes de salir a la escuela, se mentalizaba para poder dirigirle la palabra a su presa. Siempre fallaba.
Nunca le había pasado. Por lo general, cuando una chica le gustaba, solo necesitaba acercarse, sonreír, y la tenía en la bolsa. Ya había intentado presentarse ante al ángel y siempre terminaba dando una vuelta en u, metros antes de llegar, como si topara con un muro invisible. Tampoco lo convencían sus propias frases de entrada. Hasta ahora no había pasado de intentar decirle: "Hola, soy Dean Winchester, ¿quieres ser mi amigo?" lo que era lamentable. Para empeorarlo, estaba seguro de que lo que en realidad le diría sería algo como: "Hola, soy Dean Winchester ¿puedo meter mi lengua en tu garganta?"
Necesitaba más información sobre la hermosa criatura antes de volverse loco, pero aun no tenía la confianza suficiente para hacer preguntas sobre el ángel entre su nuevo circulo. Hasta ahora sabía cosas como que era puntual como un reloj, las camisas a cuadros azules se le veían bien, llevaba su propio almuerzo, su casillero estaba muy ordenado cercano a la manía, iba al taller de carpintería… y un chico rubio lo seguía como si fuera su sombra. Cada vez que recordaba ese último detalle, le entraban unas ansias homicidas. ¿Quién demonios era aquel tipo y con qué derecho se la pasaba pegado del ángel? Llegaban juntos y se iban juntos. El rubiecito hablaba en voz alta, con un acento ligeramente extranjero, y reía a carcajadas de algo que Dean nunca alcanzaba a escuchar. El ángel, por su parte, era mucho más callado y tenía una sonrisa dulce y discreta, que daban ganas de mordérsela las pocas veces que se dignaba a mostrarla al mundo.
Esa vez, Dean encontró al ángel en la biblioteca. El profesor Uriel les había dejado una tarea que merecía estar catalogada como un crimen, y hasta alguien tan enfermo de amor unilateral tenía que hacer tierra un rato. Se encaminó a los estantes con resignación, y al dar la vuelta en un estrecho pasillo, su día mejoró súbitamente, y una fracción de segundo después, el corazón se le arrugó como un acordeón.
El ángel tenía la naricita metida en un libro, y sus ojos mostraban una profunda concentración, al grado de que no parecía darse cuenta de que el chico rubio lo tenía abrazado por la cintura, y leía con la barbilla apoyada sobre su hombro.
Fue el horror lo que hizo que un sonido estrangulado saliera de su garganta. El ángel no lo escuchó, pero Rubiecito si. Miró a Dean, y lo que vio en su cara debió ser tan alarmante que estrechó su abrazo mientras no le quitaba la mirada, como si esperara un ataque.
Los ojos del ángel hacían pensar a Dean en pequeños fragmentos de paraíso. Para describir los ojos del otro muchacho se necesitaban palabras como hielo, acero e instrumental quirúrgico. El ángel retiró la mirada del libro al sentir el incremento de presión, y alzó la vista con curiosidad. Se encontró con un pequeño duelo de voluntades.
- ¿Sucede algo? – preguntó.
- Nada importante cariño – lo tranquilizó el chico rubio -. Sigue leyendo.
Dean se sintió enfermo nada más de escucharlo. El tono intimo, el apodo cariñoso. Por su puesto, había que ser un completo estúpido para suponer que su hermoso ángel estaría disponible, esperando a que llegara para llevárselo a casa. Lo peor era que no podía soportar verlo en brazos de semejante imbécil. ¿Qué merito había hecho para conquistarlo? ¿Se lo iba a quedar simplemente por haber llegado antes? ¿Por aprovechar que Dean estaba lejos y no sabía que alguien así existía? El chico pecoso ya estaba pensando como declararle la guerra, pero lo voz del ángel lo distrajo, para alivio de la humanidad.
- ¿Eres nuevo, verdad? Llegaste a la escuela en este curso.
¡Si! Ha notado tu presencia. Ahora pon atención, Winchester. Vas a empezar a hablar con un ángel, es la oportunidad que has estado esperando. No, por lo más sagrado, no tienes permitido echarlo a perder.
Así es – respondió, con una enorme sonrisa que no pudo ocultar -. Soy Dean Winchester – le tendió la mano, procurando morderse la lengua para no añadir nada más.
El ángel iba a corresponder el gesto, pero la mano de Rubiecito lo detuvo por la muñeca.
- Bastian – gruñó el ángel, y a Dean le pareció algo muy sexy.
- No sabemos donde ha estado – le respondió el otro. Su acento bastaba para indicar que esa mano le parecía algo muy poco higiénico.
El ángel consiguió soltarse y estrechar la mano que Dean aun le ofrecía. ¡Ja! Toma eso, Rubiecito.
- Tendrás que disculparlo. Mi nombre es Castiel Novak, y él – indicó a su acompañante -, es mi hermano, Balthazar. A veces se comporta muy protector.
Dean abrió la boca, aunque en realidad no se le ocurría nada que decir. Miró a uno y otro.
- ¿Hermano?
Se detuvo a mirarlos más despacio. Uno era rubio, y el otro castaño. Aunque los ojos de los dos eran azules, se trataba de tonos distintos. Tenían la misma estatura, pero la complexión de ambos ya estaba tomando caminos separados y bien definidos. Haciendo un esfuerzo, podía ver cierto aire de familia que no había notado, y era más bien sutil. Pero existía.
- Nueve meses con mis tobillos alrededor de tu cuello – suspiró Balthazar, hundiendo su nariz en el cabello de su hermano -. Debió haber sido hermoso, lástima que no nos acordamos.
Castiel alzó una ceja, extrañado.
- Tendríamos que haber sido gemelos idénticos para eso. Somos mellizos, y cada uno estaba…
Balthazar lo interrumpió, pinchándole el costado.
- Por favor Cassie, no me aburras con detalles.
Dean guardó silencio, pensando que las expresiones "mis tobillos alrededor de tu cuello" y "gemelos idénticos" no deberían alterarlo tanto. Tampoco la simple cortesía de darle la mano al presentarse. Pero es que sus manos eran realmente bonitas, y se había sentido genial.
- ¿Viniste a hacer la tarea del profesor Uriel? – preguntó Castiel, ajeno por completo a que Dean quería volver a tomarle la mano y jamás soltarla.
- Si, bueno. Quiero terminarla en algún momento del presente siglo. Lo mejor es darse prisa.
Un rato después, Dean, quien no ansiaba más que respirar el mismo aire que Castiel, se encontraba haciendo la tarea junto a él, y hablando sin que le temblara la voz. Deberían de darle una medalla por mostrar tanta resistencia. Sobre todo tomando en cuenta de que Balthazar seguía mirándolo como si deseara que le pasaran los mayores horrores posibles.
Ahora que estaba tan cerca, a Dean podía ocurrirle una de dos: el objeto de su afecto podía bajar al nivel de los mortales corrientes y molientes, y el muchacho decidía que a final de cuentas no era tan maravilloso… o podía revelar alguna otra característica adorable que ayudara a que Dean se encaprichara más.
Castiel se pasaba continuamente la lengua sobre los labios. Y a Dean se le hacía agua la boca nada más de verlo.