Dean se removió sobre el sillón y abrió sus brillantes ojos verdes con lentitud, los cerró otra vez y se apretó el puente de la nariz con la mano izquierda, el anillo de plata brilló a la luz del mediodía. Dean parpadeo varias veces, enfocando la vista al tiempo en que se sentaba sobre el sillón y la manta con la que alguien lo había tapado se deslizó hasta caer entre sus pies sobre la alfombra, dejando expuestos su torso desnudo y parte de la toalla blanca y aun húmeda que le rodeaba la cintura.

Y entonces lo vio, al otro lado del cuarto, en el suelo, con la ropa más arrugada que de costumbre, sus ojos azules abiertos, pero opacos y perdidos, arrimado contra la pared como si fuese un estropajo que alguien prefirió dejar allí antes que tirarlo a la basura y las lustrosas alas negras, que ahora era capaz de ver, estaban constreñidas y desechas bajo su peso.

"¡Cas!" bramó Dean, apartando la manta que se enredaba en sus piernas, con el corazón en un puño y los ojos demasiado abiertos, lanzándose en dirección al ángel. Dean se arrodilló frente a Castiel, con la respiración agitada, como si hubiese corrido kilómetros cuando apenas había dado unos pasos. El ángel estaba pálido, sus parpados cerrados e irritados, sus mejillas brillantes, húmedas, su suave boca cerrada en una mueca de dolor. Dean estrechó una de sus manos entre las suyas. Podía sentir entre sus palmas lo frío que estaba.

"Cas" llamó, esta vez en un susurro, apartando unos mechones del liso cabello negro de la frente del ángel. Dean inspiro hondo, con la garganta apretada y el corazón en un puño. Se quedó contemplando a Castiel en shock mientras esperaba alguna clase respuesta, perdido en esos dos ojos azules que le miraban pero al mismo tiempo nada veían.

Dean esperó.

Y esperó.

Y esperó.

Estaba al borde del colapso. Castiel no reaccionaba. Una hora, había pasado ya una hora desde que había despertado y encontrado al ángel en ese estado lamentable. El ángel caído aun no se recuperaba de su vertiginoso descenso, del casi mortal golpe. Lo había dañado, a él, a su adorado Cas. Es por mi causa, alcanzaba difícilmente a razonar Dean entre la espesa culpa que lo carcomía por dentro, es el castigo por lo que hemos hecho. Eso era prácticamente todo en lo que el cazador podía pensar y en su cabeza había apenas unos diminutos resquicios de serenidad, que tanta falta le hacía.

"Castiel, Castiel, Castiel" lo llamaba la voz de Dean Winchester, y su nombre completo sonaba extraño en esa boca, porque el ángel estaba acostumbrado al diminutivo que, no estaba seguro en qué momento exacto, Dean había escogido para él. Entonces, en ese trayecto que su mente hacia entre el inconsciente y la vigilia, el interior de Castiel se remeció de angustia, porque temió que aquella extraña caminata entre la nieve hubiera sido producto de su imaginación, y la memoria del cazador estuviese aun en tinieblas, que no recordase nada, ni siquiera ese apodo que Castiel sabía era una muestra más de su leal afecto.

"¡Castiel!" sollozó el cazador una última vez, su voz desgastada reverberando entre las paredes del cuarto del motel. Tal vez si lo llamaba de esa forma, si pronunciaba su nombre como en una plegaria, la fuerza sacra regresaría a Castiel y reanimaría por fin su cuerpo letárgico. Era una idea absurda, qué duda cabía, pero ya no sabía qué hacer, la piel del ángel parecía opacarse a cada segundo, al tiempo en que se acrecentaban en el pecho del mayor de los Winchester el dolor y la angustia.

Lo estaba perdiendo, si continuaba así, lo perdería para siempre y Dean no podría, simplemente no podría sobreponerse a aquello. No después de lo que habían compartido, no después de que finalmente el cazador había llegado a la realización de su verdadero sentir. Maldición, preferiría pasar la eternidad en el infierno antes que vivir sin Cas, admitió el cazador.

Dean soltó las manos de Castiel y atinó entonces abrazarlo con aprehensión, con necesidad, hundiendo su rostro entre los pliegues de la familiar gabardina, inhalando su perfume, sintiendo el temblor de su cuerpo, el roce de sus mejillas, rogando a Dios o a quien fuera o a lo que fuera para que le regresase a su ángel.

"Cas...Castiel…" oró Dean una vez más, al borde de la lagrimas.

"Debo admitir que…el apodo que escogiste no me pareció...uh...adecuado al principio. Pero en...en estas circunstancias es todo lo que quiero oír, Dean" susurró Castiel al oído del cazador, su voz ronca difícilmente hilvanando las palabras. Pudo percibir el estremecimiento que recorrió a Dean al oír su voz, el modo en que sus músculos se contrajeron cuando los suyos propios reaccionaron al contacto, el repentino cese de su respiración cuando el ángel lo aparto gentilmente tomándolo por los hombros.

Dean inspiró hondo, repleto de alivio, al contemplar el rostro amable de Castiel sonriéndole. Esos mismos ojos azules que él había visto llenos de deseo y afecto la noche anterior lo observaban ahora atentamente, y Dean sentía como si en ángel pudiera ver a través de su alma, al igual que podría sentir su pulso acelerarse, pero esta vez el miedo no tenía nada que ver.

Dean recordaba absolutamente todo. Cada detalle. Cada sensación por leve que hubiese parecido a los ojos de un espectador imparcial. De principio a fin. Todo. Incluso recordaba al puto Rafael interrumpiendo en la habitación. Si algún día se topaba con el bastardo, se juró, le rompería la cara. Aunque eso era bastante difícil considerando que era un arcángel. Pero ya se encargaría de eso cuando tuviese la oportunidad. Cas estaba bien. Y tenían que hablar.

Mierda. Entre el espasmo y el terror que habían estado torturándolo hasta hace unos segundos atrás, Dean no había planeado qué decirle al ángel una vez que despertara, ni cómo afrontar lo que vendría en el nuevo estado de sus relaciones. Ahora comprendía de pronto por qué cuando despertó aquella mañana, sintió ese delicioso cansancio en su cuerpo y la inusitada efervescencia en su sangre. Era lo que le ocurría a un humano cuando se acostaba con un ángel del señor, ¿Qué otra cosa sino? De verdad se habían acostado. Dean Winchester había conocido no solo bíblicamente al ángel Castiel, al que usaba el envoltorio de un hombre, al que vestía una gabardina que claramente no era de su talla, a ese que se le quedaba mirando intensamente con esos ojos tan azules, al que aparecía de la nada sin el menor aviso, sino que también se había conectado a él, había reafirmando ese vinculo que poco a poco entre ambos forjaron, a través los días, con cada mirada, con cada dificultad que juntos sortearon, de un modo en que jamás creyó que haría con nadie. Ahora que la vuelta a la conciencia de Castiel había borrado ese miedo pasmoso que hasta hace poco lo inquietaba, se sentía mareado y el color inundó sus mejillas. ¿Qué iba a decirle? Dean no era bueno con las palabras, pero estaba haciendo su mayor esfuerzo por encontrar las más adecuadas, porque el sexo, con todo maravilloso, pasaba a un segundo plano ahora que era consciente de lo que había ocurrido, de lo que realmente había pasado entre ellos. Anoche lo había admitido al fin. Amaba a Cas. Pero una cosa era saberlo, sentirlo arraigado en su pecho y otra muy distinta –y más complicada- era decirlo. Sin embargo, antes que todo, debía disculparse por el modo en que lo había tratado esa mañana y también…

"Hola, Dean" saludó Castiel, interrumpiendo la línea de pensamiento del cazador. El ángel estaba radiante, alegre, vivo, porque sabía que aquel usando la forma de Dean no le había mentido.

"Cas" logró articular el cazador, reteniendo las lágrimas que había estado a punto de soltar, apretando los puños de puro nervio.

"Lamento…lo de hoy. Tu sabes, por como…reaccione y ah…considerando lo que ocurrió, creo, bien que…" balbuceó torpemente Dean. Bueno, es mejor que nada, pensó.

"No tienes que disculparte, Dean" dijo, condescendiente, el ángel, posando su mano en la mejilla sonrosada del cazador, sus ojos brillantes, su pulso acelerado. Era tan bueno poder tocar a Dean de esa forma otra vez "Está bien. No eras exactamente tú el de esta mañana."

Dean suspiró. Una palabra suya bastaba para calmarlo. El cazador cerró los ojos, asimilando cuanto falta le había hecho esa paz que el ángel era capaz de entregarle. Sin saberlo, era lo que siempre había querido. Dean disfrutó de esa calidez que había regresado a él, junto con sus preciados recuerdos, luego de esa angustiosa incertidumbre, llenando ese vacío que tanto tiempo había intentado ocultar al fondo de sí mismo. Ese vacío que ya no era tal.

"Tienes…razón. No era yo. Esta mañana y durante mucho tiempo no fui yo. Hasta ese día en que me sacaste del infierno. Porque faltaba una pieza. Una pieza muy importante de mi vida" dijo Dean, la voz firme, las palabras nacidas del sentimiento puro, sus ojos verdes chispeantes, su corazón acelerado.

"Faltabas tú, Cas" dijo al fin Dean, cubriendo con su mano la del ángel, apretándola tiernamente.

Castiel inspiro hondo, sus labios curvándose en una sonrisa. Si le hubiesen ofrecido tan solo ese ínfimo instante a cambio de sus alas, no lo hubiese pensado dos veces para entregarlas. Porque ese simple gesto, la sola presión de la mano de Dean contra la suya, era lo más valioso que jamás, en toda su prolongada existencia, había experimentado.

El ángel guardo silencio, y Dean sintió la necesidad de continuar. No era bueno con las palabras, pero una vez que abría su corazón y dejaba fluir sus sentimientos, corrían estos como un torrente.

"Sé que eres un ángel del señor y yo soy un simple humano ¿de acuerdo? Pero lo acabo de decirte, maldición, Cas, es como verdaderamente me siento. Aunque tampoco quiero…no quiero que dejes de ser tú. ¿Entiendes?" le soltó el cazador en rápida sucesión, ahogándose en sus propias emociones. Cálmate, Dean, se ordenó.

"A lo que voy es— quédate conmigo, Cas" dijo en voz baja, temiendo romper esa familiar atmosfera que se generaba entre ellos si elevaba demasiado el tono.

Castiel sonrió aun más, sin poder contener la alegría, al tiempo en que algo maravilloso se removía en su interior. Entonces se inclinó hacia Dean para depositar un delicado beso la frente del cazador, luego volvió a su posición original, sus ojos enlazados ahora.

"Me complace oír eso, Dean. Llegará un momento en que necesitaré que me instruyas acerca de cómo ser un humano, porque planeo quedarme por mucho tiempo junto a ti" dijo Castiel.

Dean observó el rostro del ángel, leyendo el mensaje en sus prístinos ojos azules, comprendiendo, aceptando y recibiendo con júbilo aquello que le decían. Castiel se convertiría en humano, algún día, para vivir junto a él del modo en que los hombres hacen. Dejaría de ser ese poderoso ser que ahora era, para caminar sobre la tierra tomado de su mano. Lo haría por él. Porque también lo amaba, cayó en cuenta Dean, sobrecogido con la idea, su corazón latiendo con fuerza, el color acudiendo a sus mejillas.

El cazador asintió, al tiempo en que se aclaraba la garganta.

"Bueno, no será muy difícil enseñarte. Ya sabes una que otra cosa sobre la humanidad. Además, aprendes rápido" dijo Dean, una sonrisa picara iluminando su verde e insinuante mirada.

Castiel soltó una sonora y honesta carcajada. Y Dean le acompañó. Sus risas armónicas inundaron el cuarto y cuando se detuvieron hubo un momento de profundo silencio. Pero no era un silencio incomodo, sino uno cargado de felicidad. Ahí estaban, por fin juntos. Verdaderamente juntos.

El ángel tomó las manos del cazador entre las suyas, calmando tu excitación, respirando lenta y profundamente porque estaba decidido a grabar ese momento para siempre.

"No pareces asustado" dijo Castiel con suavidad, sus ojos chispeantes.

La alusión a las palabras que otrora él le hubiese dirigido al ángel no le pasó desapercibida a Dean. Este sentimiento, pensó. Había intentado eludirlo por demasiado tiempo ya, procurado enterrarlo bajo la oscuridad en su interior. Pero ahora que el velo había sido quitado, no le quedaba más que avanzar, permitir que la luz de ese nuevo descubrimiento alivianara todo lo que pesaba sobre su agitado corazón e intentar dar lo mismo a cambio. El ángel lo amaba sinceramente, a él, al débil, humano y ya no tan destrozado Dean Winchester. Y el cazador estaba cierto de que correspondía ese sentimiento con todo su ser.

"No lo estoy, Cas" aseguró Dean, sonriéndole con genuina, pura felicidad.


Y así concluye mi primer fic destiel.

Se supone que esta es la parte en que el autor reflexiona profundamente sobre el escrito, pero solo quiero decir que la pase muy bien, a veces me quedaba estancada, pero igual segui y finalmente resultó en esto. Y me gustó. Espero que me vengan mas ideas a la cabeza para escribir otro fic y otro y otro, jajaja

Sinceramente, nunca pensé que se extendería tanto. Pero estoy muy contenta por eso. Soy de esas personas que suelen empezar una historia con entusiasmo y luego la dejan a la mitad. Pero este fic ¡Lo terminé! ¿Podríamos decir, como le comenté a una amiga, que Dean y Cas me hicieron acabar? lol

Si estas leyendo esto ¡Felicitaciones! Acabas de leer algo que salio del alma de otra persona y me gustaría saber qué te pareció xD

Pero, por sobre todo, ¡Gracias por acompañarme en esta aventura!