ATROPELLO CASI MORTAL

Por Cris Snape


Disclaimer: El Potterverso pertenece a Rowling.


Esta historia participa en el reto "Heridas de guerra" del foro "La Sala de los Menesteres". En esta ocasión, se trata de escribir sobre un personaje al que le haya afectado cualquiera de las guerras del universo mágico de Harry Potter. Yo he escogido a Percy Weasley porque me encanta y porque tenía ganas de emparejarlo nuevamente con Audrey. Decir que la imagen de la portada se la he mangado de mala manera a Ammiel (espero que venga a estrangularme) pero es que en nuestras mentes, Audrey es la mezcla perfecta entre Audrey Hepburn y Audrey Taotou y Percy es Simon Woods. ¡Y ella los tiene a los dos! Y ya no me enrollo más. Espero que os guste.


I

Delgada y pálida. Demacrada. Penelope Clearwater está recostada en una de las camas de San Mungo y Percy apenas puede reconocerla. La joven bruja se ha dejado media vida en Azkaban y su antiguo novio del colegio, ése con el que compartía caricias furtivas y sonrisas nerviosas, quiere devolvérsela. Pero Penny no se lo va a permitir. Aunque está rota y muy cansada, sus ojos se llenan de odio en cuanto ve a Percy y grita con todas sus fuerzas:

—¡VETE! —Le ordena. Y Percy retrocede un paso, confundido y presa de un dolor que no tiene que ver únicamente con ella—. ¡No quiero verte más! ¡VETE!

Percy siente unas manos fuertes sobre sus hombros y cuando gira la cabeza ve al señor Clearwater. Sólo lo ha visto en fotografías inmóviles y repletas de color, pero no necesita saber más de él para darse cuenta de que ansía poder arrancarle la cabeza de cuajo. Y aunque es muggle y no debería estar en San Mungo, Percy no se resiste mientras es expulsado de la habitación y arrojado a un pasillo frío y aséptico.

Se queda muy quieto un instante. Y no quiere que pase, pero su mente se ve invadida por los recuerdos de las últimas semanas. La Batalla de Hogwarts, la muerte de Fred, el llanto de sus padres, el funeral por los caídos, las visitas rápidas al Ministerio y el rostro del funcionario que le dijo que Penny había pasado meses en Azkaban, que había sobrevivido y que se recuperaba de sus lesiones en San Mungo.

Percy no lo dudó un instante y se plantó en el hospital mágico. Después de tantos y tan largos días de infortunios, pensó que reencontrarse con Penny sería algo bueno, que le devolvería la esperanza y las ganas de seguir adelante, pero no ha sido así. Nadie le ha dicho exactamente qué le han hecho, pero en el rostro de su antigua novia puede vislumbrarse todo el mal que le han causado. Percy quiere volver ahí dentro y disculparse con ella y asegurarle que todo va a salir bien y que quiere volver a su lado, pero sus pies no responden porque saben que no es una buena idea.

Penny no quiere verle más y a Percy no le extraña porque en los últimos tiempos no se ha portado bien con ella. Recuerda aquellos días maravillosos en Hogwarts, cuando eran un par de críos locos de amor que soñaban con pasar la vida juntos. Y recuerda también lo ocurrido unos meses antes del regreso oficial de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado, cuando la rechazó a ella igual que rechazó a su familia.

Tras la ruptura intentó disculparse muchas veces, pero lo único que logró fue recuperar un poco de la amistad del pasado. Ahora no tendrá ni eso porque Penny no quiere verle. Y si no se encuentran frente a frente, Percy no podrá explicarle que intentó advertirla de que no acudiera al Ministerio cuando la llamaran para declarar, ni que se la jugó para ayudarla a escapar antes de que se la llevaran a Azkaban, ni que hizo todo lo que estuvo en su mano para que la soltaran. No podrá decirle lo mucho que se ha preocupado por ella ni lo feliz que se siente al saberla viva. No podrá luchar por ganarse de nuevo su cariño porque ella parece odiarle. Y, simplemente, es demasiado.

Percy se apoya en la pared y suspira. Está muy cansado. Desde que Fred murió y se le dio carta blanca para regresar a La Madriguera, no ha hecho más que procurar ser el más fuerte de la familia. Sabe que todos están destrozados por la pérdida y, aunque él también extraña muchísimo a Fred, no cree merecer ser consolado por los demás. No después de lo que les ha hecho. Y es por eso por lo que sólo se permite llorar una vez encerrado en su habitación, por lo que siempre está atento a las necesidades de los demás y se muestra dispuesto a dar apoyo a quien lo necesite. Está tan preocupado por evitar que su familia se hunda que ha dejado de velar por sí mismo y se siente incapaz de soportar el rechazo de Penny.

De pronto, su cerebro parece perder la capacidad de pensar con claridad y se ve a sí mismo dirigiéndose a la salida que da al mundo muggle. No se siente con fuerzas para aparecerse en La Madriguera y definitivamente no va a irse volando porque la red flú no es una opción desde que los mortífagos la utilizan para intentar escapar de la justicia. Además, tampoco le hace especial ilusión regresar a casa para encontrarse a su madre llorando en la cocina y a George languideciendo de pena en el jardín. Lo que necesita es caminar hasta tranquilizarse lo suficiente como para volver a ser el Percy Weasley fuerte y decidido que quiere y necesita ser después de la Batalla de Hogwarts.

Se encuentra tan irremediablemente deprimido que ni siquiera cae en la cuenta de que apenas ha pisado el mundo muggle en su vida. Penny a veces le hablaba sobre un montón de normas básicas que uno debe conocer para sobrevivir en él, pero Percy se niega a pensar más en ella y se limita a caminar sin rumbo fijo. Tal vez, si se hubiera molestado en recordar que existen unos vehículos llamados coches (y su padre tuvo uno hace tiempo, demonios) que circulan por las carreteras negras a toda velocidad, no hubiera terminado estampándose contra el capó de uno de ellos.


II

Cuando abre los ojos, se siente confundido y absolutamente fuera de lugar. Lo primero que ve es un techo inmaculadamente blanco y un instante después el olor a desinfectante se cuela por sus fosas nasales. Sólo cuando intenta moverse un poco para averiguar dónde se encuentra es consciente de que tiene un montón de chismes raros en el brazo. Y entonces el pánico llega sin avisar y hace ademán de levantarse. No puede porque unas manos fuertes colocadas sobre sus hombros le paralizan por completo.

—No se mueva, señor —Es una voz femenina y Percy distingue la rechoncha figura de una mujer de pelo blanco sobre él—. Quédese tumbado. Se ha dado un buen golpe en la cabeza, pero se va poner bien.

La mujer le dice algo más, pero Percy no le hace ningún caso porque lo único que quiere es averiguar qué está pasando. Intenta hablar, pero la garganta le arde y tiene la boca seca y, además, en cuestión de segundos se ve rodeado por un montón de gente vestida de azul que le hace multitud de cosas extrañas. Escucha algo sobre que los resultados de las radioalgos están bien y quiere preguntar, de verdad que sí, pero de pronto le entra mucho sueño porque toda esa gente rara es agotadora.

—No se duerma, señor. Vamos a hacerle unas pruebas.

Un tipo bigotudo se empeña en mantenerle despierto. Le hace mirar fijamente una ridícula luz blanca, le toquetea el cuello y la cabeza y le ayuda a incorporarse un poco, lo justo para que Percy se maree y se deje caer de medio lado sobre la cama. El bigotudo dice algo sobre una conmoción y le asegura que no tiene nada grave y le insta a dormir y, obviamente, el joven obedece encantado.

Cuando se despierta otra vez, tiene las ideas mucho más claras a pesar de que sigue sin saber dónde está. Nada parece haber cambiado a su alrededor y echa un vistazo comprendiendo que está en algún sitio muggle. Y es entonces cuando se ve a sí mismo caminando sin rumbo por la calle, con el ánimo por los suelos y el corazón destrozado, y a ese vehículo color blanco pasándole por encima. En realidad fue Percy el que cayó sobre el coche después de impactar contra él, pero no se acuerda de eso.

—¡Oh! ¡Ya te has despertado!

Se lleva un gran sobresalto cuando el rostro de una chica aparece en su campo visual. Parece más joven que él, tiene el pelo negro corto enmarcándole la cara y lleva flequillo y las facciones resultan un tanto infantiles, con su naricita respingona, sus labios rojos y sus dientes blancos y, ante todo, unos enormes y redondeados ojos negrísimos que sonríen aún más que la boca. Percy vuelve a sentirse un poco confuso porque no entiende cómo alguien puede parecer tan contento en medio de todo el infierno que se están viendo obligados a vivir.

—Los médicos dicen que estás bien, pero voy a avisarles de todas formas, ¿vale?

La chica parece dispuesta a marcharse, pero por algún extraño motivo, la mano de Percy toma vida propia y se aferra a su muñeca. La sonrisa desaparece y la preocupación se hace presente en los ojos oscuros.

—¿Dónde estoy?

—En el hospital —Le extraña mucho que la chica pueda hablar con tanta calma—. Has sufrido un pequeño accidente, pero no tienes ninguna lesión de gravedad. Los médicos han dicho que quieren tenerte esta noche en observación, pero mañana podrás irte a casa.

Percy asimila toda la información con una molesta lentitud. Apoya la cabeza en la almohada y entonces cae en la cuenta de que si esa chica está contenta es porque no sabe nada de la guerra mágica. Es una muggle de los pies a la cabeza y cuando la observa un poco mejor se percata de que es menudita y lleva puesto un alegre vestido multicolor.

—¿Un accidente?

—Sí —La muchacha se pone roja hasta las orejas y aparta un momento la vista—. Verás, es que yo te… Bueno, te atropellé.

—¿Me atropellaste?

—Con el coche. No me di cuenta de que ibas a cruzar la calle y no pude frenar a tiempo —Se muerde el labio inferior y se calla el pequeño detalle de que Percy iba andando como si fuera un zombie—. Me llevé un susto grandísimo y lo siento mucho.

Percy frunce el ceño e intenta pensar. Atropellado. Hasta suena ridículo, pero debe ser algo serio porque la chica parece estar esperando que diga algo.

—Has tenido suerte —La chica sigue hablando—. No te has roto ni un hueso, aunque seguramente el hombro te dolerá durante un tiempo. Pero deberían explicártelo los médicos. Yo estaba muy nerviosa y no entendí muy bien lo que dijeron. Voy a buscar a alguien.

Percy supone que es lo mejor que puede hacer, no porque tenga ganas de que le examine uno de esos sanadores muggles, sino porque si la chica se larga, él podrá desaparecerse del hospital e irse a casa. Aparte de un poco aturdido, no se encuentra del todo mal y está ansioso por volver a la normalidad. Además, seguramente en La Madriguera estarán muertos de preocupación.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —Pregunta entonces. Todavía no ha soltado a la chica.

—Unas seis horas.

—¡Oh, vaya!

—Si quieres que llame a algún familiar, lo haré encantada.

—¿Qué?

—Tu familia. Deben estar preocupados por ti. Si me das el número de teléfono, los llamaré. Creo que antes han buscado alguna identificación entre tu ropa, pero no han encontrado nada.

Percy frunce el ceño y le echa un vistazo a su cuerpo. Está vestido con un ridículo pijama de hospital que deja a la vista sus piernas huesudas y un tanto peludas. Por algún motivo se pone rojo hasta las orejas y se pregunta si esa chica habrá estado mirándole mientras dormía.

—¿Quieres que llame?

La chica insiste y él se da cuenta de que tiene que darle alguna respuesta. Por supuesto que quiere contarle a su madre lo que le ha ocurrido para evitar que se muera de un ataque de nervios, pero esa muggle no tiene manera de ponerse en contacto con ella. A menos que tenga una lechuza por mascota, por supuesto.

—No hace falta. No están en Londres y no creo que puedan venir.

—Vale —La joven se muerde el labio nuevamente y recupera la sonrisa antes de hablar—. Me llamo Audrey Ramsey.

Percy parpadea y supone que le toca decir su nombre aunque no le apetezca.

—Percy Weasley.

—Muy bien, Percy. Si me sueltas, iré a por un médico.

La tal Audrey le guiña un ojo y él finalmente libera su muñeca. Mientras la muggle se va en busca de ayuda, Percy intenta levantarse de la cama y se arranca las cosas del brazo con resultados catastróficos. Cuando la enfermera de pelo blanco le echa la bronca, se siente avergonzado como un niño pequeño y decide que pasar la noche en un hospital muggle no será tan malo. Ya habrá tiempo para las explicaciones por la mañana.


III

Audrey insiste en quedarse con él toda la noche. Percy le dice que no hace falta que lo haga, que se encuentra bien y no necesita a nadie, pero la chica se siente muy culpable por haberle atropellado y demuestra ser bastante terca. Percy enseguida se siente adormilado porque los médicos le han dado un montón de calmantes para el dolor (que a saber qué consecuencias le traerán después) y es normal que le produzcan sueño. Lo último que ve antes de caer rendido es a Audrey Ramsey sentada en un butacón oscuro, con los pies descalzos y la cara apoyada en una mano.

Cuando se despierta, la chica no está por allí, pero sí un montón de médicos que vuelven a hacerle cosas rarísimas y que le aseguran que se encuentra perfectamente y que puede irse a casa si quiere. Percy no tarda ni cinco minutos en ponerse su ropa y se prepara para abandonar el hospital cuando la chica muggle le sale al paso. Trae el mismo vestido del día anterior y sonríe incluso más que ayer.

—Me han dicho que ya te han dado el alta. Me alegro un montón.

—Sí, muchas gracias.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, no te preocupes.

—¡Menos mal! Creí que te había matado o algo así —La tal Audrey parece francamente aliviada—. La poli vino anoche y me interrogó. ¿Han ido a verte a ti?

—¿La poli?

—Sí, para aclarar los detalles del accidente y todo eso.

Lo último que le apetece a Percy es meterse en follones con las autoridades muggles (supone que la poli debe ser una cosa parecida a los aurores) y niega con la cabeza.

—No hace falta que se aclare nada. Fue un accidente.

—Sí, pero de todas formas tienen que investigar y eso. Aunque si tú no presentas ninguna denuncia, no creo que haya problemas.

—¿Una denuncia?

—Ayer me hicieron un test de alcoholemia y todo, pero iba muy despacito y tú… —La tal Audrey se muerde el labio y Percy supone que es algo que hace cuando está nerviosa. Él mismo no se siente demasiado cómodo con la conversación porque hay cosas del proceder de los muggles que no termina de entender y porque, demonios, le apetece muchísimo irse a casa—. No mirabas por donde ibas.

Percy nota cómo se le suben los colores y le arden las mejillas. Realmente iba muy despistado, pero se había sentido tan mal después de ver a Penny que era incapaz de pensar con claridad. De hecho, ahora que vuelve a pensar en ella, la depresión amenaza con volver a hacerse fuerte.

—Ya da igual, de verdad. Olvídalo. No me ha pasado nada y creo que fue por mi culpa.

La chica le mira con extrañeza y finalmente asiente. Para sorpresa de Percy, busca algo en su bolso y le tiende lo que parece una tarjetita.

—Mis padres tienen un restaurante genial cerca de aquí. Pásate cuando quieras y te compensaré por todo lo que ha ocurrido. Hacemos la mejor pizza de todo Londres —Percy alza una ceja y se dice que puede vivir sin probar esa dichosa pizza—. Tengo que marcharme ya, pero si quieres que te acerque a algún lado sólo tienes que decirlo.

—No hace falta. Me las arreglaré.

La tal Audrey amplía la sonrisa y le tiende una mano.

—Encantada de conocerte, Percy. Hasta pronto.

—Igualmente.

Y Percy observa a la chica muggle mientras se aleja, consciente de que no se encontrará con ella nunca más. O al menos eso espera.


Hola a todos y a todas. Como me temo que la historia va a rondar las 10.000 palabras de máximo, he decidido dividirla en tres partes para hacer que la lectura sea un poco más fácil. En este primer capítulo hay exactamente 2.698 palabras, que no está nada mal para empezar. Procuraré actualizar mañana mismo, a ver si en un par de días ya tengo el reto terminado y puedo apuntarme nuevamente, jeje. Besos y hasta pronto.