Hola, este es el primer capitulo de mi primer fanfiction. Ya tengo encaminada la segunda parte así que si les gusta subiré el resto dentro de poco. Por favor comenten, me interesa saber su opinión. Gracias y disfruten:

- ¡Idiotas! ¿Qué mierda creen que están haciendo? – gritó una voz furiosa desde detrás de ambos chicos.

Akira y Kengo se dieron la vuelta hacia la chica que les gritaba y al ver su expresión asesina terminaron trastabillando y cayendo de espaldas al suelo.

A pesar de haber estado cercanos de romperse el cráneo contra el pavimento, este hecho les pasó por alto, y casi de inmediato comenzaron a destornillarse de risa sin ninguna preocupación en el mundo.

Aya los miró a ambos desde su favorable altura, y mortificada se dio cuenta de que estaba comenzando a desarrollar un molesto tic en su ojo izquierdo. ¿Por qué parecía que le iba a venir una ulcera cada vez que estaba cerca de estos dos?

Kengo intentó ponerse de pie, solo para volver a caer, causando que nuevas carcajadas resonaran por la calle vacía.

- ¿Pueden callarse? – gritó Aya, saliendo de su estado de estupor – van a despertar a toda la cuadra.

- Mejor, más con quienes divertirnos – replicó Kengo giñando el ojo de una forma tan mala, que su cara quedó terriblemente desfigurada.

Aya respiró hondo y decidió que si los golpeaba todo lo fuerte que ella deseaba, lo más seguro es que terminara matando las pocas neuronas que quedaban en los cerebros de sus amigos, y eso solo ayudaría a que quedaran más estúpidos de lo que ya eran. Nadie le aseguraba que aprendieran la lección.

- Basta ya – gritó ella de nuevo, ya le estaba empezando a doler la garganta - ¿Tienen alguna idea de la hora que es?

Akira subió el brazo y observó su muñeca con expresión concentrada por un par de segundos, pero parecía que tardaba demasiado en esa tarea tan sencilla.

- Akira – lo llamó Aya después de acercarse para saber cual era el problema, el cual con una simple ojeada lo comprendió – Akira… no tienes puesto un reloj.

Al notar ese hecho, el aludido respondió con voz realmente sorprendida:

- Con razón era tan difícil.

A su lado, Kengo volvió a reírse a carcajada suelta, alterando cada vez más a la chica que ahora cerraba las manos en puños para contenerse de matarlos a golpes. Cada vez le estaba costando más.

Estaba empleando sus técnicas aprendidas en las clases de manejo de la ira, cuando vio a Akira zampándose de un saque el líquido de una petaca negra. Los ojos de Aya salieron completamente de sus órbitas y sin poder contenerse lo golpeó con fuerza en la cabeza. Mientras el chico se quejaba, ella tomó la petaca y la pateó lejos.

Ambos chicos se pusieron de pie y medio tambaleándose comenzaron a protestar, pero fueron inmediatamente frenados por un enérgico tirón de orejas, que los dejó en el suelo de nuevo. Aya los miraba con fuego en las pupilas, su control resbalando y derrumbándose segundo a segundo.

- A ver si nos entendemos – comenzó a hablar ella con voz mordaz – no me interesa como llegaron a este degradante estado o porque no están temblando de miedo ahora mismo. Pero si no se dan media vuelta y se van ya mismo por donde mierda hayan venido, yo les juro que los voy a…

El discurso de Aya fue detenido súbitamente por el sonido de Kengo al doblarse sobre su estómago y vomitar todo lo que había comido ese día, sobre los zapatos de la desafortunada chica.

El mundo pareció detenerse por un minuto y todo se mantuvo en silencio mientras ella asimilaba lo que acababa de suceder. Cuando subió la cabeza y observó a ambos chicos con la mirada más encolerizada que cualquiera de ellos hubiera visto en su vida, comprendieron que tendrían que huir si querían salir vivos de esta.

Sin decir una palabra, Akira y Kengo se pusieron de pie y corrieron calle abajo, medio cayéndose por el camino.

- ¡Corre! – gritaron al unísono al oír el grito furioso de la que probablemente sería su asesina esa noche. Ambo obligaron a sus piernas a moverse más rápido cuando vieron que la chica se acercaba a toda velocidad.

Pero de repente, en el medio de la persecución, Kengo cayó al suelo y rodó por la acerca, aterrizando algunos pasos más atrás que Akira.

- ¡Corre! – gritó Kengo a su amigo - ¡Sálvate, ya no hay oportunidad para mí!

- ¡Esta bien! – respondió Akira quien sin dudarlo continuó su huída calle abajo.

Detrás de él, Kengo intentaba, sin éxito ponerse de pie. Parecía que estaba en las últimas.

- ¿Akira-kun? – preguntó una voz masculina un poco más adelante.

Akira cerró levemente los ojos, intentando enfocar la mirada en la figura negra que lo esperaba en la esquina de la cuadra siguiente. Al fijarse en su pelo blanco, atado en una larga trenza echa por él mismo, el corazón del chico comenzó a palpitar más rápidamente y corrió con aún más rapidez hacia él.

- ¡Shirogane! – gritó, alcanzándolo al fin y tomándolo firmemente del brazo para sostenerse. A su lado, el previo rey de las sombras lo observó confundido, pero no hizo ningún movimiento por apartarlo, eso no lo haría nunca.

- ¿Estas bien, Akira-kun?

Antes de que el aludido tuviera la oportunidad de responder, un grito agonizante los interrumpió y causó que Shirogane se pusiera en posición de ataque.

- ¿Es un kokuchi? ¿Nos atacan? – preguntó este último, preparándose para empezar una pelea de un momento a otro.

- No, es Aya, creo que atrapó a Kengo.

Shirogane hizo una mueca, compadeciéndose por Kengo, a él no le gustaría estar en la situación del chico. La mujer podía ser realmente muy amigable, pero el 90% del tiempo solo daba miedo.

- Bueno, entonces vayámonos de aquí antes de que te encuentre. Algo me dice que Kengo no es el único que se merece su ira esta noche – dijo Shirogane, volviendo a ponerse derecho y tomando a Akira del brazo para largarse lo más rápido posible de ahí. Pero mientras lo acercaba a él, olió el aliento a alcohol en su aliento y sintió su cuerpo cayendo ligeramente hacia adelante. Comprendiendo de inmediato que Akira no podría correr en línea recta al igual que antes, lo levantó y lo cargó sobre su espalda.

- Sujetate – replicó antes de comenzar a caminar.

Akira se tomó con fuerza del cuerpo del mayor y apoyó la cabeza sobre su hombro, sintiéndose extrañamente somnoliento por el movimiento que causaba su caminar.

- Creo que acabas de salvarme la vida – dijo Akira con la voz baja y cansada, pero aún así el otro hombre lo oyó – siempre terminas salvándome.

Debajo de él, Shirogane sonrió y respondió lo que siempre había deseado decirle:

- Siempre estaré ahí para ti, Akira-kun.

El chico no respondió, simplemente porque ni siquiera su mente ebria sabía que responder a eso, sin embargo, se sostuvo con más fuerza de su cuerpo , para mostrarle que le importaban sus palabras. A Shirogane le bastó.

Poco rato después de que comenzaran su camino, Akira se durmió sobre la espalda del hombre y ni siquiera la fuerte lluvia que cayó con furia desde el cielo pudo despertarlo.

Para cuando llegaron a casa, ambos estaban empapados y agarrotados por el frío, pero al menos Akira seguía durmiendo igual de plácidamente. Shirogane dejó a su shin sobre la cama, y se sacudió un poco la ropa mojada, causando que goteara agua hasta el piso.

Sobre las sábanas, Akira tembló de frío y se envolvió sobre sí mismo, intentando buscar un calor que no estaba ahí. Si él se dormía así, podía considerarse afortunado de solo agarrar un resfriado al día siguiente. Lo más probable era que terminara en cama por varios días.

Por mucho que le hubiera gustado a Shirogane cuidar de su adorado Akira mientras este estaba enfermo, tampoco quería verlo sufrir. Además, estaba claro de que estaría furioso.

Suspirando audiblemente, el hombre se inclinó sobre su shin y comenzó a quitarle la ropa mojada por la lluvia. Sin embargo a mitad de camino, cuando su camisa estuvo fuera y arrojada como un trapo viejo sobre el piso, todo pensamiento coherente desapareció de su mente. ¿Qué estaba haciendo él, y por qué?

Mierda, no importaba. Una sola mirada al pecho musculoso y delineado de Akira, y ya no sabía ni su nombre.

En una situación en la que Akira hubiera estado despierto y sobrio, le habría gritado hasta aturdirlo y le habría golpeado violentamente por mirarlo de la forma en que Shirogane lo miraba ahora.

Pero ese no era el caso, el chico estaba inconciente y parecía que no se despertaría por el momento. Bien podía divertirse un poco, ¿no?

Mierda, ¿Qué estoy haciendo?, se preguntó Shirogane mientras veía su propia mano estirarse hacia adelante hasta terminar apoyándola sobre el pecho de su shin.