(Pido misericordia por haber pasado tantísimo tiempo sin actualizar. Estoy un poco bloqueada, y además me están lloviendo trabajos por todas partes. Pero sigo aquí, no me han secuestrado ni nada de nada. ¡Espero que os guste el nuevo capítulo, intentaré subir más!)

PETYR

Grandes fuegos de leña chisporroteaban alegremente en la boca de las chimeneas, enmudecidos por la música, las voces de los invitados, el ir y venir de los criados, así como por el choque metálico de cubiertos, bandejas y cálices. La bebida corría en abundancia: vino tinto, dorado, y cerveza tibia deliciosamente espesa. Cinco largas mesas de madera se extendían a lo largo y ancho del salón, en torno a ellas se reunían los convidados, y las fuentes de comida parecían no vaciarse. Siempre que Petyr miraba había carne asada con olor a hierbas y a pimienta, pastelitos de avena y pasteles de ternera, huevos duros sin pelar; también remolachas, cebollas cubiertas de una salsa densa con sabor a carne; queso, nueces y otros frutos secos. Él se llevaba el borde de la copa a los labios y bebía a tragos lentos, distraído, con sus pensamientos ocupados en calcular por cuánto podría salir aquella celebración y los nervios erizados a causa de las estridentes carcajadas de Lord Royce. Nada parecía capaz de ensombrecer el ánimo del castellano aquella noche, y mucho menos lo harían una despensa insuficiente y un invierno cada vez más próximo. Durante las horas que restasen hasta el amanecer no sería posible razonar con él. Habría que hacer frente a los gastos y buscar más provisiones. El dinero no era tanto el problema, sino las cosechas y la comida que pudiesen conseguir. A ese ritmo, pensó, mientras masticaba una media nuez, no quedaría con qué abastecer un banquete de bodas en condiciones. Lo único por lo que cabía alegrarse era que, gracias a la neutralidad de Lysa en la guerra, al menos el Valle no se encontraba en una situación tan precaria como otros reinos.

Reparó un momento en Ser Albar, que bebía cerca de la chimenea central junto a su hermana Myranda, los Redfort y Ser Symond. El homenajeado no había descansado un instante en toda la noche, y aunque se mostraba menos hablador que su padre, a Petyr le pareció que recibía con ínfulas todos los elogios. Sus miradas se cruzaron un instante, y el Lord Protector se acercó hasta ellos, sonriente.

-Lord Baelish -saludó cordialmente el hijo de Lord Royce.

Los mayores de los Redfort se hicieron a un lado para dejarle hueco en el pequeño corro.

-Buenas noches. -Contestó él-, espero no interrumpir nada. ¿De qué hablabais?

-Mi hermana quería irse a dormir ya, y le estamos pidiendo que se quede un poco más.

-¿Cómo, tan pronto?

Petyr se volvió hacia Myranda. Apenas supo contener la sonrisa viendo el gesto de incomodidad en el semblante de la joven, que se encontraba demasiado próxima a Ser Symond. O acaso éste se le había acercado más de lo conveniente.

-Mis señores, ya es bastante tarde -se defendió ella fingiendo un bostezo-. Por lo menos he aguantado unas horas. No te lo tomes a mal, Albar, pero esto es un poco aburrido sin Alayne.

Aquellas palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre Petyr.

-¿No ha venido todavía? -Trató de que su tono no dejara traslucir preocupación.

-No la he visto en toda la noche. Ni siquiera ha venido para que nos arreglásemos juntas, como le había pedido -Myranda frunció los labios-. Creí que tal vez se encontrara indispuesta. No sería raro, con la de ratos que ha pasado con Lord Arryn.

Ser Symond pareció darse cuenta de que algo no marchaba bien, pero los demás seguían la conversación sin demasiado interés. Los engranajes en la cabeza de Petyr empezaban a ponerse en marcha otra vez, de forma dolorosa, como si despertasen a martillazos. Cayó en la cuenta de que tampoco recordaba haber visto a Harrold en la fiesta. Ni tampoco a los Waynwood. Estaba tan furioso consigo mismo que le costaba pensar.

-Puede ser -replicó en tono neutro a Randa-. Iré a verla. Con su permiso -se despidió de todos en general alzando levemente la copa y apurando su contenido.

Dejó el cáliz sobre la mesa, y salió de allí escoltado por Oswell Kettleblack. Ante las preguntas de su señor, admitió desconocer el paradero de Sansa, igual que los demás. En cualquier caso le garantizó que no podía encontrarse con el Joven Halcón, puesto que lo había visto salir del castillo en compañía de los hijos de Lady Waynwood poco antes de que empezaran a servir la cena. Además, durante aquellas horas nadie había abandonado la torre oeste. Algo más que lógico, puesto que, según les informó el guardia apostado junto a la puerta, nadie había entrado en ella. Inspeccionaron los aposentos de Lord Baelish entre los tres, pero no quedaban dudas: Lady Stark había desaparecido. Una intuición terrible fue tomando forma, cerniéndose sobre Petyr y oprimiéndole el pecho, mientras Kettleblack y el guardia discutían acaloradamente. Algo le hacía presumir que no se trataba de una travesura de Sansa; la joven ya se había divertido bastante, y aquel mediodía la había visto decidida a arreglarse para ver a Harrold. Si no había llegado ni siquiera hasta la torre, y no estaba con Hardyng, le había debido suceder algo por el camino, justo al volver del torneo; mientras el castillo se encontraba todavía desierto. Algo así tenía que estar planeado de antemano. Fuera quien fuese el responsable de la desaparición de Sansa, y Petyr ya contaba con un par sospechosos en mente, aquello parecía a todas luces un secuestro. En el mejor de los casos pronto recibiría un mensaje pidiendo el rescate de su hija. Sólo si no le enviaban nada empezaría a preocuparse de verdad.

Dio orden a ambos hombres de no alertar por el momento a nadie que no fuera estrictamente necesario. El guardia, un joven lampiño que se encontraba entre sobrecogido y desconcertado, informaría a Ser Marwyn, el capitán de la guardia de Lord Royce. Darían la orden de cerrar las puertas de la ciudad: nadie saldría ni entraría aquella noche. Kettleblack buscaría a Ser Lothor, pero todos debían actuar con cautela al menos hasta que terminase la celebración. Prestos a cumplir las órdenes, se despidieron con sendas venias y abandonaron el salón a paso ligero. Petyr contaba con que Oswell interrogaría además a todos quienes tenían tratos con él o podían haber visto algo. La puerta se cerró con un golpe seco, y quedó a solas en sus habitaciones, sin nada que hacer, salvo esperar. El silencio cayó a plomo encima de él y tomó consciencia del vacío, y de la quietud que lo rodeaba, pesada, enrarecida. No se oía silbar el viento esa noche, y el crepitar de las llamas era tenue, como si llegara desde muy lejos. Se resignó a permanecer allí; la compañía del castellano y los demás le hastiaba, y ya no tenía ánimos para soportarlos más. Como un autómata, dirigió sus pasos hacia la dura escalera de piedra, que ascendía en amplia espiral hasta sus aposentos. Subió los peldaños con los ojos mirando al interior de su cabeza más que al camino de sobras conocido. Al fin y al cabo, se dijo, él no podía hacer más. Necesitaba descansar. Sólo así podía justificarse no haber reparado antes en la ausencia de Sansa, que debería haber sido en todo momento la única prioridad. Por mucho que Kettleblack fuese responsable de ella, cosa que no pensaba olvidar en caso de que le hubiese sucedido algo, se sentía culpable. Y su ansiedad iba en aumento conforme imaginaba los posibles escenarios, descartaba sospechosos. Quería creer que no tenía razones para preocuparse tanto y mantener la calma, pero los dedos le temblaron al soltar el broche del sinsonte y dejarlo sobre la mesa, entre los pergaminos. ¿Dónde estaría? ¿Con quién? Necesitaba saberlo, quería estar despierto cuando llegaran noticias. Deslizó unas gotas de un líquido marrón oscuro, casi negro y muy amargo, en una copa de vino dulce. Procedía de Dorne y ayudaba a mantener la mente despejada cuando el sueño amenazaba con vencerle a uno. Ni aún así evitó cabecear mientras revisaba sus cuentas y releía cartas cuya contestación aún tenía pendiente. Terminaba de calcular los beneficios de una transacción y se preguntaba cuánto le pedirían por recuperar a Alayne. Untaba la pluma en el tintero y el leve tintineo al chocar contra el cristal le calmaba los nervios y le adormecía. Perdió la noción del tiempo allí sentado, negándose a ir hasta la cama pero incapaz concentrarse en lo que estaba haciendo. De hecho llegó a quedarse dormido hasta tres veces. La primera fue sólo una cabezada, una imagen breve, y por un momento creyó que lo había soñado todo y que Sansa estaba durmiendo allí en su habitación. Volver a la realidad y recordar le dejó un regusto amargo. En una segunda ocasión apoyó la cabeza sobre los brazos, flexionados sobre la mesa a modo de almohada, y se permitió la pequeña indulgencia de cerrar los ojos unos minutos que se convirtieron en más de una hora.

Soñó con Catelyn. Eran niños, pero ella estaba enfadada porque quería que le dijese dónde estaba Sansa. Le empujaba, le gritaba, y parecía a punto de echarse a llorar, pero él no sabía de quién le estaba hablando. Lysa los miraba desde el otro lado del río, un río que no se parecía en nada a ninguno que hubiese visto jamás, cuyas aguas fluían lentas, densas como brea. No hubiera sabido decir dónde se encontraban, ni por qué la presencia de Lysa le inquietaba tanto. Sólo los miraba fijamente, de pie, al otro lado, toda ojos y cabellos pelirrojos, trenzados con flores entrelazadas. Y Catelyn seguía preguntando por aquella chica, cada vez más angustiada. Él se quedó callado, desconcertado, sin saber cómo consolarla ni qué decir. Las facciones de la niña Cat se deformaron, su rostro y sus manos se llenaron de arrugas y sus cabellos se volvieron grises como la ceniza y quebradizos como paja, pero ella seguía siendo una niña que lloraba.

-¡Devuélvemela! ¡Devuélvemela, Petyr! -Chilló, con los ojos hinchados y enrojecidos, vidriosos y llenos de lágrimas-. ¿Dónde está? ¡Déjame verla, por favor! ¿DÓNDE ESTÁ?

Y justo cuando se disponía a explicarle, cuando creyó que las palabras saldrían de su boca, atravesó el precioso cuello un terrible corte, profundo, de lado a lado, supurando sangre. Su piel iba perdiendo color a medida que brotaba de la herida, y ella dejó de chillar. Sólo movía los labios, y podía leer en ellos la misma última pregunta que había acabado convertida en un grito agónico, estremecedor: "Dón-de-es-tá-dón-de-dón-de". Quiso dar un paso hacia atrás y alejarse de allí, pero lo sobresaltó una presencia a su espalda. Lysa había cruzado el río. Seguía mirándolo con aquellos ojos desorbitados que apenas parecían humanos. Su expresión no varió un ápice al alargar la mano hacia él. Catelyn la imitó, y entre ambas lo empujaron al río.

Seguramente fue una suerte que nunca llegara a recordar cuál fue su tercer sueño. Lo despertó la voz apremiante de Mela.

-Mi señor, el maestre Colemon desea veros.

Se preguntó quién le había dado permiso para entrar en su habitación. Se llevó la mano a la frente, empapada de sudor, y volvió su atención hacia la vieja criada. La voz le brotó de la garganta ronca y algo tomada:

-¿Qué hora es? -Carraspeó antes de añadir-, ¿qué quiere?

-Está amaneciendo, mi señor. No me lo ha dicho, pero...

-¿Ha terminado ya la fiesta? -Interrumpió.

-Sí, así es, hace poco que se retiraron los últimos invitados -contestó algo contrariada-, ¿os encontráis bien?

No. Había sido una de las peores noches que podía recordar. Culpó de ello a la cena y al brebaje dorniense conforme se incorporaba. Debería haberse dado cuenta de que necesitaba acostarse.

-¿Sabes si ha venido alguien antes que tú? Me quedé traspuesto y puede no lo oyese.

-No lo sé -Mela lo miró mientras se acomodaba el coleto bordado sobre los hombros y se abrochaba el sinsonte a la altura del pecho-. ¿Qué le digo al maestre?

-Dile que le atenderé en cuanto me sea posible. -Ahora no tenía tiempo para atender al vejestorio. Ni siquiera se acordaba de que ésa era la razón por la que Mela estaba allí-. Necesito saber si mi hija ha vuelto esta noche.

Un intercambio de miradas le fue suficiente para confirmar que la criada ya había oído lo de la desaparición de Alayne. Los movimientos de la guardia no habrían pasado del todo desapercibidos. Ella no trató de ocultar lo que sabía.

-No, mi señor.

Respiró hondo.

-Despierta a Lord Nestor, si es que puedes. Necesitaré ayuda, y por lo menos debe estar informado. -Se le crisparon los nervios al ver que Mela no se movía-. ¿Quieres que te lo deje por escrito? -Espetó, irritado.

Ella captó la indirecta y se volvió hacia la puerta; mientras empezaba a bajar las escaleras, Petyr añadió:

-Sobre todo averigua si alguien sabe algo.

Esperó que le hubiese oído. Una vez solo de nuevo, se cercioró de que Sansa no estaba en su aposento y salió de la torre. No iba a quedarse allí encerrado más tiempo, y tenía motivos más que de sobra para registrar la ciudad. En cuando lograse dar con Ser Marwyn, pensó, iría con ellos. Aunque tal vez fuese más prudente quedarse en el castillo tras dar la orden. Cabía la posibilidad incluso de que aquella trampa estuviera pensada para él, y por eso no le habían pedido ningún rescate. Ante la puerta de sus aposentos había apostado otro guardia distinto, mayor y con las patillas tan grandes que se le juntaban con la barba y el bigote entrecanos. No parecía muy contento de estar allí a esas horas, y menos aún de ver al Lord Protector. Petyr hizo caso omiso y le ordenó ir a buscar a su capitán. Debía reunirse con él a la entrada del castillo con una pequeña brigada.

Iba en esa dirección, cavilando sobre si saldría o no, cuando encontró al maestre Colemon al final de un corredor. A Petyr le hubiese gustado ser invisible para no tener que usar evasivas.

-Lord Baelish, -lo llamó el anciano mientras pasaba a su lado como una exhalación-. Por favor, se trata de un asunto urgente.

-Puede esperar.

Fuera lo que fuese, podía esperar un poco más, hasta que hubiese hecho algo por dar con Sansa. Las imágenes de sus pesadillas todavía se le aparecían en las sombras de las paredes, o se proyectaban sobre el polvo en suspensión que danzaba a la luz del amanecer en los grandes salones desiertos. Un eco de risas llamó su atención por un instante, y se volvió hacia los ventanales por los que irrumpían los rayos de sol. Usando la mano de visera, alcanzó a ver unas figuras que subían desde el patio. Reconoció sus voces antes de que entraran y se encontrasen. El primero en abrir la puerta fue Harrold, seguido por los Waynwod.

-Lord Baelish -se sorprendió el Joven Halcón-. Es temprano para empezar a trabajar, mi señor.

Los cuatro llevaban los cabellos revueltos y apestaban a cerveza. Aunque Harry, como siempre, gozaba de mejor aspecto que los demás.

-También es un poco tarde para volver de festejar -observó Petyr, más ácido de lo que pretendía. Se le ocurrió que tal vez fuese buena idea preocupar al muchacho-. No es trabajo lo que me ha despertado. Mi hija ha desaparecido.

-¿Cómo? -Exclamó Ser Donnel-. ¿Lady Alayne?

"No, mi otra hija, imbécil."

-Ayer por la tarde no volvió a la torre -explicó-. Nadie la ha visto desde el torneo.

Aguardó con placer a ver la reacción en el rostro de Hardyng. En un primer momento pareció costarle asumir la noticia. Pero su boca se tensó, su mirada se llenó de preocupación, y se llevó la mano a la guarda de la espada. El muy infeliz, por supuesto, había salido de fiesta armado. Los Waynwood aguardaban, serios, y Wallace más bien sobrecogido por la situación, a juzgar por la boca abierta y la mirada nerviosa, que iba pasando de sus hermanos a Harry y de Harry a Petyr.

-¿Habéis avisado a la guardia?

"Ni se me había ocurrido hacerlo."

-Están avisados. -Sostuvo la mirada del muchacho, satisfecho de haber podido descargar parte de su preocupación en otra persona-. He de reunirme ahora con Ser Marwyn: van a registrar la ciudad.

-¿Seguro de que es necesario? -Inquirió el mayor en tono grave-. Mi señor, sólo han pasado horas. ¿Alguien ha pedido un rescate? ¿Sabéis dónde puede estar?

Con rescate o sin él, cada hora era una posibilidad más de que Sansa estuviese fuera de la ciudad. Sin embargo, Harrold no aguardó respuesta.

-Permitid que os acompañemos, por favor.

Petyr parpadeó, los miró de hito en hito y chasqueó la lengua.

-Muy loable, pero no creo que estéis en condiciones y no será necesario.

-Si han secuestrado a Alayne -insistió Harrold, terco, casi a punto de desenvainar-. No será otro quien os traiga las cabezas de los culpables.

En ese delicioso instante se dio cuenta de que acababa de proporcionar a aquel proyecto de caballero la oportunidad de rescatar a una doncella en apuros. La situación le resultó tan tronchante que, de no haberse tratado de Sansa, no habría podido contener la risa. Fingió valorar la situación unos instantes y por fin accedió a que lo acompañasen. Los Waynwood, que en un principio no parecían convencidos con aquella empresa, se envalentonaron una vez llegados ante la guardia. Ser Marwyn les garantizó que nadie había entrado ni salido de las Puertas de la Luna aquella noche, y varios de sus hombres patrullaban las calles en busca de algún rastro de la desaparecida. La brigada reunida para acompañarles a registrar el pueblo constaba de dieciséis guardias, a los que había que sumar al pajarito con ínfulas y compañía. Tras un breve saludo a las puertas del castillo, todos se dirigieron a las caballerizas, a por las monturas de Lord Baelish y el capitán. Petyr ignoraba si Harrold saldría también a caballo; probablemente sí.

Mientras bajaban las escaleras, Ser Marwyn se adelantó un poco al resto para poder susurrar algo al Lord Protector sin que lo oyesen los demás:

-Anoche alguien dejó un mensaje sobre mi mesa. Va dirigido a vos; no lo he abierto.

Sacó un sobre que había llevado oculto sobre el pecho y se lo tendió tras doblar la esquina de las escaleras que bajaban a los establos. Petyr aceleró el paso para poder cruzar los rediles hasta donde le llegara luz suficiente para leer. El sobre no llevaba lacre, pero confiaba en que Ser Marwyn dijese la verdad. Fuese así o no, poco importaba: lo único que contenía era una frase. Una dirección.

Por suerte no lo había dejado todo al azar, y allí estaba la recompensa: alguien había hablado. Ya creía estar bastante seguro de quién había sido el hijo de puta detrás de todo. Apretó los dientes y guardó con gesto brusco la nota con la dirección a la que debían dirigirse. Tras meditar durante unos instantes lo que aquello podía implicar, se giró hacia el resto. ¿Sería seguro ir con tanta gente? ¿En qué estado se encontraría Sansa? ¿Qué sabía aquel hombre, qué pretendía, qué le habría hecho? ¿Seguiría en el mismo sitio cuando ellos llegaran? Maldijo entre dientes.

Uno de los mozos se dirigió hacia él con la montura preparada. La guardia esperaba junto al muro de los establos; Ser Harrold estaba terminando de asegurar las cinchas, y no se veía a Ser Merwyn ni a ninguno de los demás desde allí. A quien sí vio, en cambio, fue al maestre Colemon, que se había aparecido como un fantasma junto a Petyr mientras éste releía la nota.

-Mi señor -suplicó el anciano, al tiempo que lanzaba miradas furtivas en derredor.

-¿Qué pasa? -Contestó con un deje impaciente; sobre todo ahora tenía demasiadas cosas en la cabeza como para prestarle atención-. ¿Qué es lo que sucede? ¿No puedes esperar a que regrese? Alayne ha desaparecido, ya deberías saber que no tengo tiempo, sea lo que sea.

Lord Baelish colocó su pie izquierdo en el estribo, listo para montar. Estaba a punto de darse impulso cuando la mano del maestre lo retuvo del brazo, y sus labios finos y secos se posaron sobre su oído, dejando salir las palabras que no se había atrevido a pronunciar hasta ahora, en un susurro seco, espantoso:

-Mi señor. Lord Arryn ha muerto.