Se pasaron de copas, comentarios, acciones, amagos de pensamiento, etc. Ese día habían tenido un caso peligrosísimo, como siempre; aprovecharon cualquier resquicio para atrapar a un criminal y lo lograron. Sirviéndose de la buena hazaña y el pronto matrimonio de Watson, ambos fueron a beber como nunca para celebrar, aunque para Sherlock lo último fuese nada dichoso. Aunque en su momento estaban eufóricos en la cantina, lamentablemente su descontrol al tomar les pasó la cuenta. Armaron un altercado de dudosa culpabilidad y finalmente fueron corridos por el cantinero, quien les gritaba cosas ininteligibles para sus estados.
Ambos caminaban completamente borrachos por las calles, muy juntos y apoyados indisimuladamente el uno del otro, sin embargo, el carácter dadivoso de John obligó a Holmes usarlo como un soporte humano; mal que mal el que peor salió del caso era este, y su ebriedad no lo dejaba discernir entre la vereda y un hoyo.
Mientras caminaban se encontraron con otro borracho, el cual se persignaba y pedía perdón a Dios por malgastar su dinero en "veneno". El dúo rió sin motivo aparente al verlo; ellos debían verse peor, y eso era mucho decir.
- Sabe Watddsson –la lengua se le dormía- creo que deberíamos irnos antes de que la polizziiía llegué y nos sermoneé por "el espetáculo" que dimos en la cantina, y estamos dando en las calles.
- No se preocupe, lo tengo previsto, nos iremos por algunos callejones y no nos verán.
Sherlock se relajó e intencionalmente se abrazó más al cuello de John, al punto de quedar colgando de él prácticamente.
- ¿Holmes, qué demonios hace? Me disturba haciendo eso.
- ¿QUÉ?!–gritó pastosamente el azabache- ¿dijo usted que esto lo masturba?
El de bigote abrió desmesuradamente los ojos, cosa que lo mareó un poco.
- DIS-TUR-BA ¿Dónde demonios dejó sus orejas, Sr. Holmes? –deletreó y prosiguió Watson, irritado.
El ojos marrones lo observó con su conocida mirada de cachorro lastimero y respondió- Vaya, creo que las perdí donde mismo mi sobriedad, qué inoportuno –y luego carcajeó fuertemente, causándole un dolor de oreja a Watson.
Tras caminar unos trayectos largos y cortos intercalados, se inmiscuyeron con la sombra de una calle para evitar ser vistos por la guardia nocturna de la policía. Así continuaron hasta llegar cerca de Baker Street.
- No te cases con ella –soltó dolidamente Sherlock de la nada. Al parecer, sus laceraciones y el posible trago fermentando lo estaban haciendo sufrir. John lo miró pensando que nunca imaginó que Holmes fuera el tipo de borrachos depresivos: Trágicos, llorones y autodestructivos.
- Ya lo hemos hablado Holmes, yo me voy a casar con ella porque… -dudó su respuesta- la quiero, y mucho –buscó apresuradamente las llaves, estaba casi viendo doble. Cuál de los dos peor.
- ¡Ajá! Lo sabía, usted la quiere, no la ama. Eso no es motivo suficiente para el matrimonio, usted sabe que eso es una divina concesión ante… -fue cortado.
- Querer, amar. Es lo mismo, usted me entiende –dijo mientras lograba abrir dificultosamente la puerta.
- Usddted no se entiende a usté –el cambio de ambiente callejero a hogareño le fue visiblemente impertinente.
- Mejor cállese, quiere –contestó con cara adusta.
Iban cruzando la "oficina" del afamado detective: Ambos en estado deplorable, veían borroso, se sentían mareados, desorientados y desequilibrados: Un paso en falso y se caían de bruces juntos al suelo para romperse todos los dientes.
- Bien Holmes, hasta aquí lo traigo, usted tendrá que arreglárselas solo desde aquí –dijo el médico mientras se apoyaba de una mesa y empezaba a desenroscar al otro de su cuello.
- No me abandone, sé que se irá donde ella –dijo el que, ahora, estaba siendo zarandeado para que se soltara. El de bigote remotamente pudo percibir el tono "irónico" del comentario.
Por un momento, se concentraron recíprocamente en el otro y quedaron ensimismados en una significativa mirada cuando el cirujano lo agarró para quitárselo del cuello. Los ojos pardos y los azules se vieron perdidos en una inmensidad difusa, difuminada gracias al alcohol. Se acercaron gradualmente y quedaron estáticos. Sherlock hizo un intento de aproximación que quedó en nada, John calcó la acción con iguales resultados. Hasta que, inevitablemente, se besaron lentamente ya que, sorprendentemente, descubrieron hasta sus bocas tenían dormidas. Pero la necesidad de despertarlas y sentir enteramente el contacto los impulsó y motivó acrecentar esa indoblegable sensación inefable.
John empujó violentamente a Sherlock en la mesa, el cual lo arrastró a la labor agarrándose de su ropa. El beso aún perpetuaba. No se soltaban, como si algo más que su estado físico estuviera implicado en usarse como soporte mutuo. El doctor se apoyó bruscamente en el detective, el cual se acostó bufando por el dolor de sus heridas.
Seguían tocándose obscenamente. Holmes se preguntaba cómo su dolencia podía volverse en algo enfermizamente adictivo si era producida por Watson.
- ¿No le parece paradójicamente… racional que el dolor que usted me causa se tranforma en placer? Infringe toda lógica –dijo el pasivo de la situación, con los ojos cerrados y gimoteando.
- No sé si se habrá dado cuenta pero, cualquier cosa que hacemos infringe toda ley existente en este planeta –Holmes rió, más que por gracia fue por la estupidez que respondió Watson.
- Está borracho.
- Usted iwal -se besaron nuevamente.
La capacidad de raciocinio de ambos fue menguada a cero asimismo la ventana traslucía un haz de luz iridiscente que permutaba, gracias al baile de los árboles fuera, cercanamente al mueble en que desenvolvían su "pasión". El paralelismo entre la disminución de sus habilidades de pensar y el halo luminoso radicaba en cómo mediante el día se ven cubriendo entera la vida y su cotidianidad para, a posteriori en la noche, imperceptiblemente transformarse en puntos minúsculos, minucias inconsistentes e indefinidas que desaparecen completamente de la atención, aunque se encuentren ahí presentes.
Holmes estaba semidesnudo, Watson se había encargado maestralmente de desvestirlo al tiempo que lo besaba. Le costaba conjeturar si seguían en la mesa o estaban en una cama; veía el derredor diseminado. Por otro lado Holmes, con su cuerpo adolorido y dormido, aún sentía las caricia-maltratos recibidos por el ser encima suyo.