Nota de autora: Oliver y Gigi nacieron en el día de hoy hace exactamente dos años. Jamás hubiera creído que lo que había comenzado como una dulce imagen surgida sin más en mi mente fuera el principio de una historia que se desarrollaría durante dos años, tanto en la vida real como en la ficticia.

Agradezco profundamente que hayáis seguido la historia con tanta fidelidad, y agradezco enormemente cada uno de vuestros comentarios. Deseo, más que nada, que hayáis disfrutado tanto leyendo mi historia como yo escribiéndola (aunque os he hecho esperar mucho entre actualizaciones; gracias también por vuestra inagotable paciencia).

Debo decir que este último capítulo lo he tenido esbozado casi desde el principio y he querido mantenerlo sencillo y relativamente corto, tal y como originariamente me lo había imaginado, honrando el cómo comenzó la historia, sin añadir nada que no fuese esencial (aunque he estado muy tentada). Con este último capítulo, se cierra una etapa de las vidas de los pequeños Castle, y Oliver y Gigi os dicen adiós, por ahora, pues puedo confirmar que volverán en otras historias.

De modo que, los/las que no hayáis tenido suficiente dosis de los hijos de Castle y Beckett, sugiero que mantengáis el 'Story Follower' activado. Cuando tenga algo nuevo sobre los pequeños Castle, lo anunciaré aquí para hacéroslo saber a todos/as.

(Ha sido un discurso un poco dramático, ¿verdad? Jaja)

Y ahora disfrutad de esta última escena.

Anuncio de responsabilidad: Todos los personajes pertenecen a Andrew W. Marlowe, a pesar de que han encontrado su propio camino a mi corazón.


8 semanas y 4 días más tarde…

Kate no necesitaba bajar la mirada al libro abierto sobre su regazo para recitar las palabras escritas en la página. Les había leído el cuento a sus hijos ya tantas veces que se lo sabía de memoria, de principio a fin. Escuchando el apenas audible tintineo de la llovizna cayendo fuera, la detective se limitó a mirar a su hija mientras le relataba la historia, de forma suave y pausada, observando, en la tenue luz rosada de la lámpara de noche, cómo poco a poco sus delicados párpados terminaban por cerrarse del todo, arrullada por el sonido de su voz.

Oliver ya se había dormido, y Castle, quien lo había acostado esa noche, se había demorado en el oscuro pasillo del piso de arriba. Llevaba ya cinco minutos espiando junto a la puerta de su hija menor, oculto entre las sombras. Ajena a su presencia, Beckett prosiguió con la narración del último par de parágrafos, bajando a su vez el volumen de su voz hasta que se apagó con el más débil de los susurros. Gigi no se inmutó lo más mínimo por el silencio que se hizo en el dormitorio; su respiración siguió siendo acompasada y sus ojos permanecieron cerrados. Con una sonrisa interna de logro, y un sentimiento maternal de orgullo y alivio, Kate cerró el cuento y se dobló hacia delante para dejarlo en el suelo, sobre la alfombra bajo sus pies.

—Mama —la voz aguda de Gigi rompió súbitamente la quietud—. Ota ves —dijo.

Todavía inclinada sobre sus piernas, Kate sepultó la cara entre sus rodillas mientras la invadía un sentimiento de desengaño; obviamente se había precipitado en celebrar victoria. Una pequeña mano se posó sobre su hombro. La detective giró la cara y miró por entre la cortina de su propio cabello. Su hija la miraba con la cabeza ladeada y los ojos bien abiertos.

—No, cariño —dijo Beckett con un suspiro y se incorporó, apartándose el pelo hacia atrás—. Ya lo hemos leído dos veces. Ahora toca dormir.

—La última ves.

—No. Mañana.

—No —repitió la niña con una obstinación que aparentemente no tenía límites—. Ahora.

Kate empezó a contestar pero entonces guardó silencio cuando le pareció oír algo en el pasillo. Giró la cabeza hacia la puerta pero no vio nada más que oscuridad. Fuera de la vista, Castle permaneció completamente inmóvil, con la mano que había utilizado para reprimir una risa repentina todavía cubriéndole la boca. Atribuyendo el sonido al tiempo lluvioso, Beckett centró su atención de nuevo en su hija.

—Romy. No —terció con firmeza—. Cierra los ojos y a dormir, que mañana hay cole.

—Pofavoooor —suplicó la pequeña con voz dulce. Como la mayoría de los niños de su edad, Gigi recurría a menudo a las rabietas para salirse con la suya. Pero, con sus dos años y medio de edad, era ya plenamente consciente de que su inquebrantable perseverancia, acompañada siempre de una sonrisa y una mirada dulce para un mejor resultado, también le habían conseguido muchas cosas en el pasado.

Beckett echó la cabeza hacia atrás y miró fijamente al techo, soltando una larga exhalación por la boca. Lo último que quería en ese momento era perder la paciencia y enfadarse.

—Te canto una canción —cedió finalmente con cansancio—. Una —recalcó—, y se acabó.

La niña sonrió, encantada.

—La cansión de las estellas y los pajaritos.

—Está bien. —Kate se arrastró un palmo hacia atrás por el borde del colchón y se inclinó sobre el cuerpo de su hija, colocando un codo a cada lado de sus pequeños hombros. A Gigi la calmaba especialmente sentirse arropada por la proximidad de otra persona, envuelta en la seguridad de unos brazos afectuosos, así que Kate se acercó hasta que sus rostros estaban a pocos centímetros de distancia y acunó las mejillas de la pequeña entre sus manos. Su cabello recién lavado olía fuertemente a champú infantil, y el aire que la rodeaba estaba impregnado con la dulce fragancia. Beckett empezó a mover suavemente arriba y abajo las yemas de sus pulgares por las sienes de Gigi y comenzó a cantar—: Las estrellas brillan intensamente sobre ti, las brisas de la noche parecen susurrar 'Te quiero', los pájaros cantan en el árbol sicómoro…

Gigi ya había cerrado los ojos, aparentemente dispuesta a dormirse, pero aun en el débil resplandor rosado del elefante, a Kate no le pasaba desapercibido el leve temblor de sus párpados y el asomo de una sonrisa traviesa en la comisura de sus labios, una sonrisa que se acentuó ligeramente cuando la detective le dio un beso en la nariz al sugerirlo la letra de la canción. Lejos de perder la calma, la detective siguió acariciando el nacimiento del cabello de su hija y enseguida vio cómo la sonrisa de ésta fue perdiendo fuerza y sus ojos dejaron de moverse bajo sus párpados. El ritmo de su respiración se ralentizó y se volvió más profundo, y la mano regordeta que había estado descansando sobre el antebrazo de su madre resbaló y se hundió en el edredón. La detective tuvo que cantar la versión entera de la nana pero, después de casi tres minutos de melodía lenta y caricias suaves, Gigi pareció haberse quedado dormida de verdad.

Beckett se levantó muy despacio, con cuidado de no mover mucho el colchón y despertar a la niña, y se alejó de puntitas de la cama. Pero no fue hasta que alcanzó la puerta sin oír la voz de Gigi a su espalda que realmente se convenció de que lo había conseguido. Sin embargo, nada más poner un pie fuera en el pasillo, la sorprendieron unas manos que la agarraron por los brazos, le dieron la vuelta y la empujaron de espaldas contra la pared, dejándola sin aliento. Antes de poder quejarse, Castle la estaba besando, de manera dulce pero firme. Invadiendo su espacio personal, el escritor presionó su cuerpo al de ella y apoyó una mano en la pared junto a su cabeza, deslizando la otra por su espalda para rodearle la cintura. Una vez se le pasó el aturdimiento por el repentino asalto de su marido, los labios de la detective se amoldaron a los de los él y le devolvió el beso.

Cuando, un momento más tarde, se separaron para coger aire, ella susurró:

—¿A qué ha venido eso?

Castle se encogió de hombros y respondió con el mismo tono bajo:

—Simplemente… me apetecía besarte.

—Ah-ha…

—¿Sabes…? —musitó él y la estrechó un pelín más cerca, apoyando su frente a la de ella—. A mí también me gustaría que de vez en cuando me arrullaras de esa manera para dormirme.

Kate lo miró de lleno a la cara.

—¿Has estado espiando otra vez?

La afirmación de Castle fue una amplia sonrisa.

—He disfrutado mucho con la manera en que le has contado la historia a Gigi—comentó, acercándose otra vez para darle un tierno beso en la mandíbula—. La voz que le pones a la tortuga es realmente encantadora…

—Eres increíble —exhaló ella con tono exasperado y reprobatorio.

—Gracias —respondió él con jactancia, descendiendo lánguidamente por su cuello, dejando un rastro de diminutos besos sobre la columna de su garganta—. Hago lo que puedo. —Castle levantó la vista justo para ver cómo ella ponía los ojos en blanco. Él aprovechó para robarle otro beso de sus labios.

—¿Oliver ya está dormido? —susurró la detective cuando su boca volvía a quedar libre.

—Hm-mm… Por supuesto. —Castle le rozó el pómulo izquierdo con la punta de la nariz. La proximidad de su rostro hizo que los ojos de Kate se cerraran—. Desde hace un buen rato, en realidad —añadió el escritor, su cálido aliento descendiendo por su mejilla—. Así que, supongo, que me he ganado otro punto más.

—¿Desde cuándo se ha convertido en una competición el meter a los niños en la cama? —quiso saber ella.

—Desde que me lo pones tan fácil el ganarte, cariño. Pero, hey, hoy has tardado siete minutos menos que el martes —informó con voz profunda, llena de diversión y burla—. Vas mejorando.

—Dios. ¿Es que nunca te cansas…? —comenzó a replicar ella pero el resto de su protesta fue engullida por él de nuevo. Esta vez, Castle fue más intrépido y profundizó el beso, deslizando la lengua entre sus labios—. Rick… —balbuceó Kate ininteligiblemente—. Los niños… Un poco de decoro, por favor.

—Qué pasa... Sólo te estoy besando… —murmuró él—. Es un acto completamente inocente.

—La manera… en que tus manos… están… estrujando mi… trasero no es… en absoluto inocente —señaló ella intermitentemente, entre beso y beso.

Castle sonrió con malicia contra sus labios y no se apartó. Ella trató de liberarse de su fuerte abrazo pero él se resistió y una risita maléfica resonó en las profundidades de su pecho.

—Enserio, Rick —insistió ella con un tono ahora más áspero, tratando de apartarlo más enérgicamente—. ¿Y si se despiertan?

Pero ya era demasiado tarde. Los dos captaron el leve rumor del roce de sábanas y luego el inconfundible sonido de suaves pisadas acercándose a la puerta a su lado. Castle se separó de su mujer de un salto y en la abertura de la puerta se materializó la silueta de Gigi. Sin apenas vacilar más que un segundo, la niña salió al pasillo y cruzó por delante de ellos. Escritor y detective la siguieron con la mirada mientras su hija se alejaba descalza pasillo abajo, manteniendo los ojos al frente, actuando como si no estuvieran allí, quizás creyendo ingenuamente que si no los miraba, ellos tampoco la verían a ella. La observaron meterse en el dormitorio de su hermano mayor, y cuando se asomaron dentro, la suave luz de la lámpara sobre la mesita de noche recortó su ensombrecida figura escalando la cama de Ollie. Castle y Beckett se quedaron mirando bajo el umbral de la puerta, cada uno apoyado a un lado del marco. La pequeña se revolvió bajo el edredón hasta estar cómoda, y Oliver, en sueños, se giró hacia su hermana y dejó caer un brazo por encima de ella.

De repente, Castle soltó un bajo resoplido de diversión. Kate le vio esbozar una sonrisa y mover la cabeza con incredulidad. Ella arqueó las cejas inquisitivamente.

—No sé porque nos molestamos en comprarle una cama de niña grande —susurró él muy bajo—. No la usa. En los últimos cuatro meses debe de haber dormido en ella un total de quince noches, veinte como mucho. Quiero decir, ¿cuál es el sentido de acostarla en su cama si cada noche se sale de ella y se mete en la de Oliver? —Castle hizo una pausa y entonces continuó con un tono ligeramente diferente—: Aunque, considerándolo… Mientras duerma con Oliver y no con nosotros, yo no tengo ninguna objeción.

Kate emitió un leve murmuro, coincidiendo con él.

—¿Pero no es un poco raro? —cuestionó al cabo de un momento.

—¿Qué quieres decir?

—No sé… —musitó ella, pensativa—. No puedo hablar por experiencia, no tengo ninguna en este tema. Pero siempre oyes historias de cómo los hermanos crecen discutiendo y peleando y compitiendo… Nunca he oído de una hermana y un hermano que se llevaran tan bien.

—¿Preferirías que estuvieran todo el día peleándose?

—No…

—Porque ya se pelean bastante, a mi parecer.

Otro murmuro resonó en la garganta de la detective.

—Todavía son pequeños —continuó el escritor—. Al menos podemos tener la certeza de que Oliver siempre protegerá a Gigi, de que siempre se cuidarán el uno al otro.

—Supongo.

—Lo que sin duda será preocupante es si siguen durmiendo juntos cuando sean adolescentes —bromeó Castle.

—Uy, no —susurró ella rápidamente, sin despegar los ojos de los niños—. No quiero pensar en eso, en que crezcan. Son demasiados adorables.

Una sonrisa genuina se extendió sobre los labios del escritor. Ladeó ligeramente la cabeza y observó embelesado a su mujer; ella contemplaba a sus hijos del mismo modo, con una profunda adoración y afecto. Castle se separó del marco de la puerta y le dio un tierno beso en la mejilla, descansando la frente contra la sien de ella.

—Deberíamos hacer otro —le susurró cálidamente al oído al cabo de un minuto.

Kate se giró para mirarlo y quedó de nuevo entre los brazos de su marido.

—¿Otro qué? —le preguntó.

—Otro bebé —respondió él—. Se nos da bien.

Kate se rió por lo bajo.

—Ni hablar.

—Eso es lo que dijiste la última vez y no me llevó mucho convencerte para que cambiaras de opinión, ¿recuerdas? —Castle movió las cejas de manera sugerente.

—Bueno… —sonrió ella, mirando fugazmente hacia abajo y agradeciendo que la penumbra ocultara el leve rubor extendiéndose por sus mejillas—. Ahora digo que no.

—¡Pero, Kate! —empezó a decir Castle en un tono quejumbroso, como un niño pequeño—. ¡Ese…!

—Shhh… —Beckett frunció el cejo con aire molesto e hizo un gesto hacia los niños; uno de ellos se había agitado en sueños por el fuerte volumen de la voz de su padre. La detective se aproximó rápidamente a la cama y le pasó una mano a Gigi suavemente por la cabeza, tranquilizándola. Luego les dio un pequeño beso a ella y a Oliver y regresó junto a Castle—. Vamos —le ordenó por lo bajo, empujándolo afuera al pasillo oscuro.

—Kate, cariño —murmuró éste, retomando el tema mientras ella cerraba a medias la puerta del dormitorio de Oliver—. Ese tipo del futuro dijo que tendríamos tres hijos.

A Beckett le llevó un segundo recordar el personaje al que se refería su marido.

—Ese hombre dijo muchas cosas —declaró la detective, caminando por delante de Castle hacia las escaleras—. Estaba pirado. —El escritor la frenó de golpe y la atrapó de nuevo contra la pared, mirándola con una expresión lastimera y suplicante—. No —repitió ella, impasible e inexorable.

El escritor le sostuvo la mirada durante otros cinco segundos, obcecadamente decidido.

—Quizás… —masculló entre dientes como si hablara consigo mismo, sin apenas mover los labios y desviando la mirada a propósito—, Simplemente deba cambiar tus píldoras por placebos.

—No te atreverías —rió ella, tomándoselo como un chiste sin gracia, pero la mirada seria que su marido fijó en sus ojos no flaqueó. Ella perdió la sonrisa y se tensó—. Castle, no te atreverías.

Rick aguantó unos segundos más su expresión de empecinamiento y luego hizo una mueca inocente.

—No me rendiré tan fácilmente, ¿sabes? —murmuró y ella se relajó otra vez—. Puedo ser extremadamente persuasivo y perseverante.

—Puedes pedirlo cuanto quieras. La respuesta seguirá siendo no. —Kate se puso de puntillas y alzó los brazos para rodearle el cuello, acercándolo a ella hasta que sus narices se tocaban—. Soy perfectamente feliz así. Aquí y ahora.

—¿De veras? —preguntó él muy suavemente sobre sus labios, abrazándola por la cintura.

—Hm-mm… Sí —confirmó ella con un susurro bajo—. Adoro nuestra vida tal y como es.

—Bien. Entonces… demuéstralo.

- FIN -


Muchísimas gracias.