Capítulo 15

París

Ambos hombres caminaron hombro con hombro, internándose en aquel barrio. Entraron en una calle estrecha, subieron muchas escaleras hasta llegar a una casita humilde, de ladrillo y techo de zinc, igual que el resto que se alzaban en aquel barrio pobre. Al entrar en la casa, Francis prendió la luz. Una chica morena salió a recibirlos.

-Cosette –dijo Francis, abrazándole como saludo.

-¿Quién es ése? –preguntó la chica, que no debía ser mayor que Emily. La chica le miró, asustándose al verle el rostro.

-Necesita usar el teléfono –dijo Francis-. Adelante, amigo.

Mientras Francis le explicaba a la chica cómo se lo había conseguido, Arthur fingió marcar números y hablar por aquel aparato del que no tenía idea de cómo se utilizaba.

-Nadie me atiende –anunció Arthur.

-¿No? –preguntó Francis-, bueno, intenta nuevamente. Si no, puedes quedarte a pasar la noche. Podemos acondicionar el sofá. ¿Sientes frío? Podemos prepararte una bebida caliente.

-Prepararé café –dijo Cosette, entrando en la cocina.

Al parecer, aquel muggle idiota no tenía problemas con dejar dormir en su casa a alguien que acababa de conocer. Cómo podía dejarle solo si él mismo no tenía idea de lo horrible y cruel que era el mundo. Si bien se le había borrado la memoria, no le quitaron esa estupidez innata, que lo hacían un espécimen único de entre todos los muggles.

Arthur le contó a Francis una historia improvisada sobre lo que le había ocurrido. Era un turista inglés que había salido a beber, y que a mitad de camino había sido asaltado, robándole todo su dinero.

-Mi nombre es Arthur Kirkland.

Recuérdame.

-Lo que dices me indigna mucho, ¡qué van a pensar los ingleses de Francia! Mira que no hay nada más bajo que robar, incluso encontrándose en la peor de las circunstancias. En fin, yo soy Dominique Depois.

¿Dominique? ¿Le habían quitado su identidad también? No, no, no, eres Francis.

-Puedes quedarte a dormir. También te puedo dar algo de dinero si no tienes cómo regresarte. Sin embargo, ahora lo mejor es que descanses. Puedes darte un baño incluso, mientras te preparo la cama.

-No te tomes tantas molestias –repuso Arthur-. ¿Esta casa es tuya?

-Sí, de mi hermana y mía –dijo Francis.

-¿Tu hermana es…?

-Cosette. La que viste antes.

-No se parecen mucho.

-Diferentes padres. Pero tanto mi madre como nuestros padres han muerto.

-Lo siento –dijo Arthur, pero en su mente solo podía pensar en una cosa.

Recuérdame.

Cosette regresó con dos tazas de café. Arthur, al probarlo, consideró que se trataba de más agua que otra cosa, pero no se pondría exigente con una bebida que de paso odiaba. Consiguió sacarle más información sobre la vida de Francis. Trabajaba en una fábrica de juguetes desde los dieciocho años, en un turno de más de ocho horas para cobrar extras, no había culminado sus estudios, y estaba reuniendo para que Cosette pudiera asistir a la universidad.

Arthur, de su vida, no contó mucho. También se guardó sus auténticos deseos. Sin embargo, esa noche pudo dormir tranquilo, porque sabía que al menos podía dar fin a sus largas caminatas por París. Pero no se sintió feliz, no había motivo para ser feliz.

La vida de Francis, ahora, carecía de magia alguna, lo cual significaba un alivio para él, aunque lo ignorara. Nunca podría recordarle, porque en el caso de intentar revertir el hechizo, Arthur estaba consciente de que también despertaría un pasado lleno de sufrimiento y maltratos. Él no valía tanto como para imponerse por sobre las malas vivencias que Francis había soportado. Podía ser la persona más egoísta con las personas que quería, pero no podía hacerlas sufrir.

Solo quedaba un Dominique Depois, una hermana llamada Cosette y una vida humilde en los barrios de París.

Cuando Francis y Cosette fueron a acostarse, Arthur fingió hacer lo mismo en la cama improvisada que habían armado en el mueble. Las luces se apagaron, Arthur dejó el tiempo correr, y pensó en ir a cerciorarse de que Francis estuviera en su habitación, que no fuera más que un espejismo producto de su tristeza. Se obligó a mantenerse en el mismo sitio, anclándose a la sala desolada y pobre, como prueba de que la persona que quería seguía existiendo, que Dominique vivía.

A la mañana siguiente, despertó sin sentir que hubiera descansado. Dominique ya tenía hecho el desayuno para su hermana y para él; como debía irse al trabajo pronto, Arthur apuró la comida para irse con él. Caminaron hombro con hombro. Dominique le dio el dinero suficiente para devolverse, le deseó suerte, y Arthur quiso tomarle de la mano y pedirle que se vieran pronto. No hizo nada de eso. Lo que hizo fue decirle adiós e ir por otro camino.


-Debiste avisar –dijo James, cuando Arthur se presentó en el apartamento-. Arthur, lo tuyo tienes que ponerle un fin, tienes que…

-Lo encontré –le cortó Arthur-. Tiene otra identidad, pero es él.

-¿Ese muggle? –preguntó James incrédulo.

Luego, después del almuerzo, Arthur les relató a sus cuatro hermanos su encuentro con esa nueva persona. Sus reacciones fueron distintas; Peter quería ir de inmediato a jugar con él, Emily quería presentarse y exigir que, al menos, los recordara a ellos. Matthew era de la idea de presentarse como magos y ofrecer sus servicios. Solo James opinaba que debían dejar a ese hombre en paz con su nueva vida.

-Lo prudente es mantenerlo alejado de la magia –dijo James.

-Dices eso porque no lo conoces –dijo Emily, mirándole acusadoramente-. ¡Nadie como él para preparar dulces!

-O arreglar el jardín –dijo Matthew.

-O contar cuentos e inventar juegos –dijo Peter.

-Bien, me queda claro que quieren un sirviente muggle que cocine, sea jardinero y juegue con ustedes, pero el caso de ese muggle… -pero James fue interrumpido.

-¡Y mi hermano lo quiere! –exclamó Emily.

-Sí, eso es muy cierto –dijo Peter con aire solemne.

Arthur se sonrojó, pero no desmintió sus palabras. James siguió insistiendo en que lo mejor era olvidarse de aquel muggle y rehacer su vida lejos de él.

La oposición de su hermano no evitó que Arthur se presentara esa noche en casa de los Depois, con el dinero que Dominique le había prestado y con un pastel que había comprado en una pastelería, como regalo por la cortesía de la noche anterior.

Dominique y Cosette lo recibieron a gusto.

-No tendrías que haberte molestado –dijo Dominique-, ¿ya cenaste? Porque lo haremos ahora.

-Bien, si no es molestia –dijo Arthur.

Cosette colocó un puesto de más.

Arthur regresó casi todas las noches siguientes. Seguía trayendo dulces, pero otras veces los sacaba a cenar por los alrededores visto que no se podía decir que los Depois fueran tan ricos como para tener un invitado en su mesa continuamente. Pronto, Arthur se quedó a dormir cuando se hacía demasiado tarde para devolverse. De esa manera caminaba junto a Dominique por las mañanas. Se separaban, entonces, bajo la promesa de verse por las noches.

A veces los Depois tenían otras visitas, los vecinos de las otras casas, pero el más asiduo visitante era Arthur.

Los sábados se reunía también con Dominique y Cosette, a veces se quedaban en casa, otras salían a recorrer París. Cuando Cosette quedaba con sus amigas del colegio, Dominique y Arthur hacían las mismas actividades solos.

-Te has convertido en un buen amigo –le confió Dominique-. Pero no sé mucho sobre tu vida, señor turista.

-Te he contado mucho sobre mi vida –repuso Arthur.

-Lo sé, pero a veces me da la impresión de que hay más detrás –le dijo Dominique-. ¡Oh, no me prestes atención! A veces digo locuras. ¡Mira! ¿Quieres bailar? Hace mucho que no voy a bailar.

-¿Bailar?

-Ay, dios. Eres tímido. Lo has dicho todo con esa mirada… si te da pena, entonces no bailemos. O podemos hacerlo en mi casa.

Arthur terminó accediendo a ir a su casa. Dominique se empeñó en que bailaran una música movida salida desde la mismísima boca de un Basilisco; como Arthur se negó, Dominique bailó solo hasta que cayó cansado a su lado, en el mueble, más cerca de lo que había estado nunca de Arthur.

-Qué agotado estoy. Ya no soy el mismo de antes.

-Eres un viejo.

-Y tú un soso.

Al decir esto, Dominique le miró a los ojos, pero había perdido la sonrisa. Ahora, lo que reflejaba era genuina curiosidad.

-¿Cómo te hiciste esa cicatriz en la cara?

-Fue una pelea –masculló Arthur. Más o menos era cierto.

-Debió ser terrible. Tú no pareces un hombre violento –le comentó Dominique.

Antes de poder evitarlo, ya el hombre había largado su mano para acariciarle la cicatriz. Arthur se encontró sonrojándose, caliente bajo el tacto del otro.

-¿No te asquea? –cuestionó.

-No. Además, no tiene sentido que me asquee el rostro de un hombre que me atrae mucho –le explicó, con toda naturalidad-, creo que la belleza va más allá de la apariencia física –siguió, haciendo caso omiso al color que había provocado en Arthur.

Esa reacción fue la que le dio vía libre para darle el primer beso. Sintiendo los labios de Dominique, Arthur se apresuró a apoderarse de ellos, decidiendo aquello como el primero de muchos en su nueva vida.

Al día siguiente, Arthur se presentó en su casa con un ramo de flores, sintiéndose tremendamente avergonzado. Por suerte, la única que presenció la entrega del detalle fue Cosette, que le pareció gracioso y no dejó de burlarse en todo momento. Arthur consiguió soportar la humillación gracias a la reacción de Dominique.

Recuérdame, se encontró pensando.

-Me gusta hacerte feliz –masculló, en voz baja, tanto que casi pasó desapercibido.

-Y yo a ti –le dijo Dominique-, pero sigo sin saber nada de tu vida.

Arthur asintió, viendo inútil negárselo nuevamente. No le había hablado de su vida en Londres, de dónde había estudiado, de cuántos hermanos tenía, de quién era en realidad. ¿Cuándo se sentiría capaz de mostrarle la magia, sin sentirse la persona más miserable del planeta?

Como su periodo en Francia acabó por extenderse, Emily y Matthew volvieron a Beauxbatons. Incluso estaban planteándose inscribir a Peter allí, a pesar de que el corazón de todos estuviera en Hogwarts. Arthur estaba anclando a la familia, y Dominique le estaba anclando a él. Pero ¿cómo darle la bienvenida completamente a su modo de vida?

Una tarde, Cosette señaló en el periódico una fotografía de una pareja que se había casado.

-Me gusta el vestido de la mujer, y ella es hermosa –comentó.

Dominique estuvo de acuerdo cuando la miró. Arthur acabó viéndola también. Se encontró con Monique, ahora Claire Bonfleur, quien se casaba con el hijo de un presidente de banco. Suponía que ahora ella era más feliz también.

Se preguntó cuál sería el pasado de maltrato que escondía Cosette y del que ahora la propia chica no sabía nada. ¿Cuál sería su verdadera familia, su verdadero nombre? A lo mejor había estado fuertemente atada a un hombre mayor, por eso su memoria aceptaba con facilidad a Dominique como su hermano, aunque no se parecieran en nada.

Arthur decidió que no podía decirle ahora quién era realmente. En su lugar, aceptaron salir con más seriedad que antes. Cuando querían acostarse, acababan en un motel barato. Se ocultaban muy bien de fingir amistad frente a los demás, porque era conocido que la sociedad muggle no aceptaba del mismo modo una relación homosexual.

De esta forma, los meses pasaron. James acusaba a Arthur de estar descuidando sus deberes con la familia, que además tenía que buscar un trabajo. Arthur se negaba, porque un trabajo significaba someterse a un horario, y él quería ser libre para que Dominique dispusiera de su tiempo como quisiera.

Dominique, en cambio, seguía trabajando de lunes a viernes, más de ocho horas para tener horas extras. Como vivía en una pobreza absoluta, necesitaba el dinero del mismo modo que necesitaba el calor de Arthur por las noches. Dormir juntos, despertar juntos, vivir juntos se había convertido en una necesidad vital.

Pero para Dominique no era suficiente.

-Quiero conocer a tu familia.

-Están en Londres.

-Quiero ir al sitio donde te hospedas.

-No te va a gustar.

-No me importa. El punto es… que pareces un fantasma. Apareces y desapareces.

-Si te cuento más de mí, te vas a asustar.

-Te quiero. No hay nada que me pueda asustar cuando te quiero, ¿lo entiendes, no? Te quiero.

Cuando Dominique se lo repetía, tan sincero, a Arthur le entraban ganas de inundarlo de besos, hecho que se cumplía poco después. Pero las exigencias de Dominique se hacían cotidianas, Arthur tenía claro que su situación no podía alargarse por más tiempo.

Tenía miedo de lo que pudiera pasar si le mostraba la magia. Más que temer ser tachado por loco, le asustaba la posibilidad de despertar recuerdos escondidos en Dominique que hicieran resurgir a Francis.

-No vas a alargar esta situación por siempre –le dijo James-. Y yo me voy a Londres. Los chicos también.

A Arthur le costó despedirse de sus hermanos, pero entendía que no podía dejar a Dominique, no cuando vivía todo lo que en ese tiempo de guerra deseó tener con Francis. Iba a permitirse seguir siendo egoísta.

También, se estaba planteando que no podía extender su situación por más tiempo. Dominique le quería, debía arriesgarse a dar el siguiente paso. Él era un mago, separar la magia de él era imposible.

Cuando sus hermanos se marcharon de París, Arthur se presentó a Dominique con una decisión en mente. A pesar de su resolución, su voz le tembló cuando habló:

-Tengo que mostrarte algo importante. Si después de esto decides dejarme, lo voy a entender.

-No creo que puedas ocultar algo tan terrible como para…

-No hables sin saber –le cortó Arthur, sacando con cautela su varita.

Dominique le miró sin entender qué planeaba hacer.

-Haré magia.

-¿Un truco de magia?

-M-Magia de verdad.

-¿Eres de esos magos ambulantes? ¿A eso te dedicas?

-Por Merlín. Hablo de… -e hizo levitar una moneda que se había sacado del bolsillo. Al principio, Dominique no le creyó, hasta que Arthur comenzó a hacer cosas más impresionantes y más difíciles de ajustar a la magia fingida.

Cuando Arthur terminó la multitud de hechizos que se le ocurrieron, Dominique le miró en silencio, pálido, tan conmocionado que había perdido el habla. Arthur temió que se desmayara, pero lo único que hizo fue decir:

-Nunca más vuelvas a hacer algo como eso, por favor –y cambió de tema, como si no hubiera ocurrido nada extraordinario.

Sin embargo, Arthur había logrado captar el terror en sus ojos. Se maldijo a sí mismo, odiando la estúpida de idea de mostrarse tal cual era. El miedo de Francis seguía allí, se manifestaba en Dominique con la misma fiereza que antes. Lo mejor para su vida era alejarse de toda manifestación de magia. Estaba seguro que sería lo mismo en el caso de Cosette.

-Todo fue un gran truco –le confió más tarde, obligándose a mentir-. De verdad es una ilusión que se aprende en libros… solo hace falta mucha práctica.

-Ya me parecía a mí.

-Pero si no te gust,a no lo volveré a hacer.

-Gracias.

Arthur fue el único de los dos que comprendió que estaba abandonando una parte de sí mismo. ¿Acaso estaba dispuesto a llegar a tanto por aquel muggle?

Cuando al día siguiente, le escribió a su hermano diciéndole que su período en Francia se iba a alargar por tiempo indefinido, supo que de ser por Dominique podía abandonar hasta su nombre. Luego, tuvo que escribirle para explicarle que, en realidad, quería dejar todo contacto con el mundo mágico. "Al menos, hasta que el muggle pueda aceptar la magia sin problemas, hasta ese entonces, no volveré". Arthur sabía que tal vez aquello nunca iba a ocurrir, y creía que James llegaría a la misma conclusión, sin embargo, la carta de respuesta no tuvo reproches, solo lo obligaba a no desatender a la familia. Arthur así se lo prometió, convenciéndose de que conseguiría combinar ambos mundos.

Lo máximo que logró fue mandarles cartas a sus hermanos. Arthur se reprochaba no poder estar para ellos como antes; incluso, se había perdido la ida de Peter a Hogwarts. El chico había sido seleccionado para Gryffindor. Pero no sabía cómo ligar su familia con Dominique, no creía que sus hermanos tuvieran la suficiente prudencia para apartar la magia, al menos en el tiempo que estuviera Dominique con ellos. También estaba el asunto de que, para ellos, Dominique seguía siendo Francis. Pero por ningún motivo Francis debía volver, porque traerlo sería encadenar a su nueva vida a Cécéreu, a los maltratos y a las humillaciones.

Al año, Arthur descubrió que aquella pantomima solo podía ser representada por él, de ninguna manera tenía que forzar a sus hermanos a unirse a su teatro. En todo este tiempo sus ideas sobre los muggles se iban tambaleando, siendo reemplazado por su adoración por Dominique. Dejó de usar la magia, consiguió un empleo sencillo como ayudante de Bibliotecario y su vida se sumió en la más absoluta y grisácea rutina, que lo volvía feliz por el simple hecho de existir junto a Dominique.

Lo perdía todo, lo iba perdiendo todo, incluso dudaba que aquello fuera una felicidad real, pero se sentía completo. Cuando dudaba del curso que había tomado su vida, le bastaba con abrazarle, besarle y hundirse en él, para saber que no había marcha atrás.

Todo estaba bien.


Capítulo final :) Muchísimas gracias por haber llegado hasta aquí. Este fic ha sido uno con los que más me he divertido escribiendo. Adoro el universo de Harry Potter y mezclarlo con mi pareja favorita fue un placer. A lo mejor, lo más seguro, es que haga un epílogo sobre Arthur, Francis y el resto de los personajes.

¡Gracias por sus comentarios! Me hacen feliz ;u;

Ahora me dedicaré a los otros que llevo en progreso, intentaré actualizar rápido ahora que estoy de vacaciones.

Nos vemos. Un saludo.