Capítulo Final
Una vez que Naraku estuvo vestido, las cosas comenzaron a tomar forma. Inuyasha y Bankotsu habían hecho las paces de manera temporal (hasta que salieran de ahí), lo mismo con Sesshōmaru y Kagura y, desde ese momento, el grupo de los Siete Guerreros, el grupo de Kagome, Jaken, Rin, Sesshōmaru y Kagura, estaban del mismo bando. Habían acorralado a Naraku entre todos, quedando el demonio solo en medio de un círculo (de personas capaces de arrancarle las manos hasta que los saquen de aquel lugar).
—¿Acaso son idiotas? —soltó de nuevo, nervioso. La simpatía estaba desapareciendo de los rostros—, ya les dije que estoy tan indefenso como ustedes. Pongámonos todos de acuerdo y acabemos con Byakuya… que es el verdadero malo en toda la historia.
Kagome soltó una risa fría, que fue acompañada con la de Kagura.
—¿Quién fue el que lo creó en primer lugar? —soltó la demonio de los vientos.
Naraku frunció el ceño pero no dijo más. Ellos lo habían obligado a usar un taparrabos. Ni siquiera estaba vestido en realidad.
Claro que él había creado a Byakuya, ¿pero había él previsto semejante atrocidad? Esa extensión dejaría de existir en cuanto pudiera pisar el mundo real.
—Por eso… debemos traerlo aquí y luego ocuparnos.
Inuyasha le lanzó una manzana.
—¡No nos mientas!
Naraku se sobó la cabeza donde la manzana golpeó y gruñó algo. Tenía ganas de poder convertirse en el ser con tentáculos que era y atravesarle el corazón con uno.
—No miento, Inuyasha. —Su voz sonaba peligrosa.— Si logramos atraerlo aquí dentro y obligarlo a que nos saque…
El hanyō le tiró otra manzana en la cabeza.
—¡¿Y eso por qué fue?!
Inuyasha se encogió de hombros.
—Tenía ganas.
Naraku gritó un par de cosas y luego entraron en una discusión que, para sorpresa de todos (menos del grupo de Kagome), terminó con la chica gritando un «¡Siéntate!», así que la pelea finalizó con Inuyasha escupiendo tierra. Hasta que recobraron la calma (Jakotsu había intentado acercarse a «la sexitud» de Sesshōmaru, que logró que el demonio se volviera loco y empezara a revolotearle la cabeza al sanguinario asesino, pegándole patadas por donde pudiera. Entre Kagura y Bankotsu los separaron), había pasado cerca de media hora.
—¿Ya? —soltó Kagome. Estaba empezando a molestarle mucho la situación, tenía calor y seguía cubierta de pelos.
Todos asintieron. Kōga estaba muy cerca de Kagura, lo que hacía que Kagome temiera otra pelea. Kagura estaba cerca de Rin, protegiéndola, porque uno de los Siete Guerreros miraba a la chica como si fuera comida («sí, ese, el gordito de los venenos»), así que estaba también la situación en que entre Kagura y Sesshōmaru degollaban a Mukotsu, y eso no podía acabar bien. Jakotsu ahora había puesto la vista en Inuyasha y todos saben lo rápido que Inuyasha puede empezar una pelea.
La cuestión: Kagome sabía que había muchos puntos por lo que podían volver a perder tiempo.
—¿Y cómo hacemos? —dijo, antes que alguna de esas muchas guerras se desatara.
Naraku torció la boca.
—Muy fácil —respondió la voz de Byakuya, solo conocida por Naraku y un par más. Todos comenzaron a mirar alrededor, para poder descubrir de dónde venía la voz. Pero el dueño de tan atractiva voz no apareció—. Ustedes son terriblemente divertidos —rió.
La mayoría frunció el ceño, pero el que sacaba chispas por los ojos era Naraku, aún con su atuendo de Tarzán.
—Mejor aparece, Byakuya. Tenemos que hablar.
—Esa frase es de mujer, Naraku.
El cielo comenzó a desfigurarse, distorsionando las nubles, mezclándolas con el color del firmamento, y de la nada apareció un hombre. Alto, de cabello negro atado en una cola alta, y de rasgos finos (tantos que, acompañado de su voz, parecía más una mujer que un hombre). Se mantenía flotando a unos cuantos metros de ellos sobre lo que parecía ser una garza de papel.
—¡Sesshōmaru, tu turno! —gritó Naraku, apuntando al demonio sobre la garza.
Sesshōmaru frunció el ceño, miró a Inuyasha y dijo:
—Tírale con otra manzana.
Inuyasha hizo caso, pero Naraku ya estaba tapándose la cabeza para cuando la manzana llegó a destino. Byakuya estaba que se carcajeaba, y ya el grupo bajo él estaba que les salía humo de las orejas. Solamente querían irse de ahí, no querían soportar las peleas domésticas de Naraku y su nueva creación.
—¡Ya para eso, Inuyasha! —gruñó el otro hanyō, levantando las manzanas del suelo y comenzando así una guerra entre Inuyasha y él (a la que se unió Sesshōmaru). Kagura corrió a Rin de la línea de fuego, tomándola de la mano. Jaken se escondió detrás de Rin, pero desde ahí gritaba cosas como «Eso, amo bonito, ¡golpéale fuerte en la cabeza a ese idiota de Naraku!».
Kagome se tomaba la cabeza, mientras Kōga se paraba a su lado y le comentaba lo idiota que era Inuyasha. El grupo de los Siete Guerreros miraba seriamente el intercambio infinito de manzanas, haciendo porra a su grupo favorito. Inuyasha tiró la canasta a un lado cuando no hubo más nada allí dentro y levantaban las municiones del suelo, haciendo combos, como Inuyasha pasándole dos manzanas a Sesshōmaru, quien le devuelve una despistando al enemigo y luego ametrallan a Naraku desde ambos lados. Sí, Naraku estaba en desventaja.
Byakuya, desde su garza de papel, estaba que lloraba de la risa.
Eso siguió un buen rato más, hasta que Naraku, cansado y adolorido, pidió una pausa, dejando la manzana en el suelo. Sesshōmaru e Inuyasha intercambiaron un asentimiento de cabeza y un «Bien hecho», victoriosos. Los Siete Guerreros aplaudieron a los ganadores, incluso Byakuya lo hizo.
Cuando todos recobraron la seriedad, Kagome volvió a señalar el asunto principal. Byakuya volaba al ras del suelo, aunque aún estaba alejado de todos.
—¿Así que quieren salir de aquí?
—Muy observador —gruñó Inuyasha. Naraku miraba el suelo buscando manzanas para tirárselas en la cabeza.
—Bien, pero no puedo hacer eso.
—¿Cómo que no? —Kagome estaba empezando a lloriquear. Realmente no quería quedarse allí, toda peluda, para siempre. Y menos si toda esa manga de locos se quedaría con ella, peleando por siempre en su cabeza. Se sentía la Perla de Shikon y, realmente, no quería eso.
Byakuya les sonrió.
—Pues, si los saco, Naraku me matará.
Por no decir, me colgará de las pelotas.
Naraku asintió con sabiduría.
—¡Por supuesto!
—Exacto. Entonces no pueden salir. Es fácil.
Los gritos comenzaron de nuevo y el grupo de Los Siete Enanos se acercó a Naraku para golpearlo otra vez, cosa que hizo que el hanyō se tapara las partes y se retorciera para alejarse. La calma tardó largo rato en volver de nuevo.
—¡Hagamos un trato! —gritó Kagome. Las miradas se concentraron en ella—. Te aseguraremos que Naraku no te hará nada y nos sacarás a todos de aquí.
Muchos aplaudieron.
—No. Naraku le prometió cosa similar a la hadita allí —señaló a Sesshōmaru, quien frunció el ceño. Varios soltaron unas risas—, y mira donde está.
El demonio vestido de azul recordó eso y pasó a mirar a Naraku con cara de «te mataré». El Tarzán del Sengoku carraspeó.
—Bueno, te entregaremos a Naraku —dijo Kagura, dando un paso al frente—. Nos sacas a todos y tú te puedes encargar de él.
Byakuya sonrió y Naraku frunció el ceño. ¿Acaso Kagura lo había traicionado públicamente en frente del grupo más molesto de gente con el que le tocó luchar y también frente a los Siete Enanos? ¿En serio? ¿Por qué insistía en ser tan suicida?
—Cállate, Kagura.
—Naraku, ninguno te quiere y ninguno quiere quedarse aquí. Acepta tu destino.
—¡Qué te calles!
—¡Tú cállate! —gritaron Rin, Sesshōmaru y Bankotsu al unísono. Naraku solo atinó a mirar a Rin con el ceño fruncido, sin entender de todo lo que pasaba. Kagome frenó una posible pelea con un «¡Silencio!». Sesshōmaru se apuró a tomar la mano de Rin y quedarse a su lado, recordándole a Naraku que si se atrevía a mirar a la pequeña demasiado fijo, perdería los ojos. Y los dientes.
Kagura se encogió de hombros.
—Pues hagan lo que quieran.
—Yo creo que entregar a Naraku es la mejor idea —aseguró Bankotsu y varios de su grupo asintieron. Naraku frunció el ceño de nuevo, fulminándolos con la mirada—. Lo siento, pero es la verdad.
—¿Por qué —comenzó el hanyō, molesto y todavía incómodo por el taparrabos. Las miradas se fijaron en él— nadie duda en atacarme a mí, pero ni siquiera se les ocurrió obligar a la fuerza a este tipo para que nos libere?
—Porque tú nos haces la vida imposible.
—Porque nos tratas como esclavos.
—Porque nos pones en situaciones ridículas.
—Porque eres estúpidamente sexy.
—¿Quién dijo eso?
Se miraron entre todos (pero nadie pudo saber nunca quién fue). Naraku finalmente se mostró cansado y algo deprimido, mientras que Byakuya se veía muy divertido sonriendo desde su lugar.
Kagome había comenzado a charlar con su grupo (más el de Sesshōmaru, Kōga y Kagura, que se había unido) sobre cómo solucionar la situación. Nadie tenía armas, a excepción de la canasta, y el de mayores poderes era Sesshōmaru, quien tenía la única habilidad de volar; así que no veían como podrían hacerle frente a un tipo que podría tener algún arma consigo.
Bankotsu y el resto de los enanos también habían comenzado a charlar entre ellos, llegando a la misma conclusión. Naraku se les unió en cuento se dio cuenta de que estaba solo entre los dos grupos, frente a Byakuya que lo miraba con sorna. Al final, los líderes de ambos grupos, Kagome y Bankotsu, se acercaron y dijeron lo mismo. «Nada».
Kagura volvió a decir que lo mejor era dejar que Byakuya se asegurara el trasero teniendo a Naraku en su poder; después de todo, no tenía nada contra todos ellos, solo quería salvarse de las consecuencias de su travesura. Inuyasha y casi todos pensaban igual, pero Naraku no estaba nada de acuerdo con eso, al punto de que casi se larga a llorar de la bronca.
—¡No! —gritó Naraku otra vez, encaprichado. Los llamó a todos para que se acercaran a él. Los grupos lo hicieron, tomando ciertas precauciones (como dejar a Rin y a Shippō lejos), y lo miraron con curiosidad. El hanyō los unió lo más que pudo, estando casi todas las cabezas pegadas, atentas a los comentarios de Naraku. Jakotsu estaba contento porque le tocó al lado de Inuyasha, quien estaba a punto de pegarle—. Debemos atacarlo.
—No creo que sea buena idea —acotó Miroku. Sango asintió.
—Puede resultar peligroso —agregó Kagome—, no sabemos si tiene armas.
—Bah, son un montón de cobardes —soltó Inuyasha—. Yo me encargaré del marica.
—¡Eso! Bien dicho, Inuyasha —Naraku.
—Cállate, en cuanto salgamos de aquí, voy a ir detrás de ti.
Naraku no dijo más, porque sabía que esa era la verdad. Pero que estuvieran de su lado solo por un momento, para acabar con su estúpida extensión, era algo.
Se separaron, se pusieron en fila y miraron a Byakuya, que ahora estaba observándolos, curioso.
—¡Ahora! —gritó Naraku y comenzó a correr, mientras el resto lo seguía.
Era una escena muy rara, porque el líder del movimiento era Naraku, únicamente vestido con un taparrabos y su larga cabellera negra al viento, y lo seguían los Siete Enanos, un leñador, un hada, un demonio lobo, Caperucita Roja y una chica lobo. No era una escena que se viera siempre, así que Byakuya no pudo hacer otra cosa que no sea reír de buena gana. Cuando todos estaban a unos pocos pasos de la garza de papel, esta creció inmensamente, igual que su portador. Tanto creció, que ambos grupos no eran más que unas miniaturas a su lado.
Pero, desgraciadamente, no solo había crecido Byakuya y su transporte, sino también los árboles, que ahora estaban inmensos, e incluso el pasto, que les llegaba hasta la cintura (a los Siete Guerreros los tapaba). Así que cuando el demonio de las ilusiones se agachó a verlos y soltó otra risotada, llegaron a la obvia conclusión de que nadie había crecido de tamaño: ellos se habían achicado.
Kagome y Naraku soltaron al unísono sendos gritos finitos. Sus cuerdas vocales también habían disminuido de tamaño, o algo así. Su voz era como una tortura continua.
—¡Qué mierda! —gritó Bankotsu, arrancando los pastos (con mucho esfuerzo) que le estaban haciendo cosquillas en la nariz, cosa que provocó una oleada de estornudos entre los Siete Enanos—. ¡Te mataremos, Naraku!
—¿Y por qué a mí?
—¡Es todo tu culpa! —gritó Suikotsu.
—¡Lo tendremos que matar a besos! —agregó Jakotsu.
—¿Qué? ¡No! Mejor mátenme a golpes.
Y eso hicieron. Los Siete Enanos se fueron en bandada a pegarle a Naraku, aunque el hanyō aún tenía una buena fuerza y, además, era más alto. Finalmente, los Siete Guerreros se cansaron y lo dejaron en paz, aunque Naraku tenía varias magulladuras para ese momento.
Las risas de Byakuya resonaban muy fuerte ahí donde estaban, así que todos se tapaban los oídos a cada nueva carcajada.
—¡Ustedes son tan divertidos!
Todos tenían cara de ogro para ese momento.
—¡Derribémoslo! —gritó Kagome—. ¡Lo vi en una película!
—¿Qué es una película? —dijeron más de la mitad.
—¡No importa! —dijo uno de la otra mitad—, ¡tirémoslo abajo!
Esa escena fue épica. Shippō y Rin, cerca de donde estaban ellos, vieron todo en primera fila y lo contaron con lujos de detalles entre risitas divertidas.
Una vez más, ambos grupos comenzaron a correr hacia el gigante Byakuya, quien había hecho desaparecer su garza de papel porque le molestaba para ver a sus pequeños rehenes. Los Siete Guerreros se dividieron en dos grupos y cada grupo comenzó a trepar a Byakuya por piernas diferentes. Inuyasha y Kōga comenzaron a pegarle con patadas y piñas en las piernas, saltando y haciendo piruetas. Kagome, Sango y Kagura se miraron e imitaron a los Siete Enanos. Sesshōmaru comenzó a volar a la máxima velocidad que le daban las alas de hada, con destino incierto. Naraku se tomaba la nariz porque le sangraba y pensó rápidamente en algo para distraer a Byakuya, así que comenzó a bailar un extraño baile a los pies del demonio, llamando su atención con insultos y demás.
Los secuaces de Naraku y los de Inuyasha conformaban un estupendo grupo de ataque.
Byakuya había perdido toda la concentración que tenía de la risa que le daba la situación. Todos habían aprovechado eso para avanzar más rápido. Sesshōmaru llegó unos pocos segundos antes que el resto de la gente (es decir, los Siete Guerreros, Kagome, Sango y Kagura). El lugar de destino: la entrepierna. La ofensiva: golpear hasta hacerlo llorar.
Casi simultáneamente, todos se acercaron y comenzaron a asestar sus mejores golpes. Byakuya pasó de reír a soltar un buen grito. El grito pareció despertar a Kagome, que se dio cuenta de repente que aquella era su cabeza y ese tipo no tenía en menor derecho a hacerles vivir eso. Deseó con todas sus fuerzas volver a su tamaño natural, cosa que terminó con una montaña de personas arriba de Byakuya.
Entre el enredo de gente, Inuyasha, Kōga y Naraku eran los únicos libres. Así que se tomaron sus segundos en buscar a la persona que podía interesarles. Kōga e Inuyasha buscaban con la mirada a Kagome y la reconocieron por su cola, directamente arriba de Byakuya y debajo de Sango. Naraku buscó a Byakuya, que parecía desmayado. Kagura comenzó a abrirse camino a golpes, mientras los Siete Guerreros se quejaban o se peleaban entre ellos. Sesshōmaru se deshizo de todos volando (había quedado arriba del todo). Miroku tomó a Sango y la ayudó a salir (por suerte para él, había terminado arriba de ella, así que aprovechó la ocasión para recordar sus curvas. Terminó en una cachetada, a pesar del lío de manos y piernas).
Cuando todos estaban libres, observaron a Byakuya, que seguía tirado en el suelo. Estado: desmayado. Posibles lesiones: costilla rota, dolor de huevos. Pronóstico: sobrevivirá.
—¡Átenlo! —gritó Naraku.
—¿Con qué?
La gente comenzó a desesperarse. ¿Y si se despertaba? ¿Qué harían? ¿Él creaba ilusiones con la mente? ¿Serviría atarlo de todos modos?
—¡Desnúdate! —ordenó a Sesshōmaru, cosa que hizo que se coloreara. Jakotsu corrió a ayudarlo, pero terminó con un golpe en la cara—. En serio, sácate ese vestido, lo usaremos.
—¿Por qué mejor Kagome no se inventa uno? —rezongó, mirando a la chica—. Vamos, ¿no estamos en tu cabeza?
Kagome cerró los ojos y puso cara de concentración. Y, efectivamente, algo pasó. A su lado se materializó una remera. No era un vestido, pero ¿no era mejor que nada? Naraku se acercó y tomó la remera. Pensó en ponérsela él, pero estaba bien así, con el taparrabos (conseguía la atención de todas las mujeres y, lamentablemente, también de Jakotsu). Comenzó a romperla hasta que quedó una larga tira deforme de tela.
—Aquí tienes. —Se la tendió a Kagome, quien la observó con curiosidad.
La chica se acercó a Byakuya, quien ahora estaba medio incorporado, porque una gran parte de los Siete Enanos lo tenía aprisionado entre los brazos, manteniéndolo así.
En un momento, tuvieron fuertemente atado a Byakuya, con la espalda recostada en un árbol, todavía desmayado. Se miraron entre todos.
—¿Y ahora?
—Lo quemamos vivo hasta que nos saque —rió Naraku, macabramente. Todos lo observaron con los ojos entornados.
—¿Crees?
—Eso es exagerado.
—¡Lo molemos a golpes!
—No, Inuyasha.
—Feh.
Estuvieron un largo rato deliberando qué tendrían que hacer en ese caso. Naraku dijo varias veces lo de ir cortándolo y obligarlo a comerse a sí mismo, pero la mayoría estuvo en desacuerdo (por los niños); después también propuso golpearlo o aunque sea amenazarlo con eso, dado que era lo único que podría funcionar. Kagome, Miroku y Sango pensaban que lo mejor era intentar llegar a un acuerdo.
Kagome no había perdido las esperanzas de lograr salir de su cabeza por sus propios medios, pero no había resultados. Había intentado sacarse el atuendo de lobo, pero solo logró «depilarse» las piernas y, por más que intentó, no avanzó más en ese campo. Una vez más, Sesshōmaru se acercó a pedirle que le quite el atuendo, pero Kagome tampoco logró nada al respecto.
Luego de mucho rato, Byakuya por fin recuperó la conciencia. Observó a todos alrededor, mirándolo. Lo tenían atado y estaba francamente incómodo. Además, le dolía la entrepierna y también el resto del cuerpo. Era como si un hipopótamo hubiera decidido acostarse encima de él. Cosa más o menos parecida a lo que pasó en realidad.
Por más que intentaron, no lograron nada. Incluso obligaron a Jakotsu a insinuársele, pero Byakuya también era rarito como el guerrero y no terminó en nada bueno (excepto en una cita programada para los siguientes días). Naraku lo golpeó, pero eso solo sacó risas de la boca del demonio. Shippō fue corriendo y se tiró un pedo en su cara, pero además de que todos gritaran cosas como «¡Ya, hombre, ¿qué comiste?!» y una arcada por parte de Byakuya (quien recibió todo el aroma), no pasó nada.
Ya casi exhaustos, con la noche que nunca llegaba en aquel lugar, sudados, mal vestidos, incómodos, la mayoría había optado por recostarse en el pasto. Byakuya no intentó ninguna jugarreta; ni hacer aparecer alguna ilusión, ni intentar zafarse de la remera destrozada que lo tenía amarrado. Solo se mantenía ahí, con expresión divertida (cosa que irritaba aún más a los presentes).
—Byakuya ha decidido sacarnos de aquí —sonrió Kagome, triunfante.
Durante la última hora, la sacerdotisa había charlado largo y tendido con el demonio (riendo en ocasiones), mientras el resto del gran grupo se mantenía lejos de aquellos dos.
—¿En serio?
La misma pregunta repetían todos y rostros contentos comenzaron a aflorar (excepto Sesshōmaru que estaba con un humor de perros, y Naraku, que estaba encaprichado en quemar vivo a Byakuya).
—Sí —siguió la chica, una vez hubiera desatado al prisionero—. Pero Byakuya pide un par de condiciones.
Fue ahí cuando una gran parte arrugó el entrecejo, pero, quien temió por su vida, fue Naraku.
—Uno —comenzó la chica, sonriéndole de reojo a Byakuya—. Naraku —El hanyō gruñó.—, no puedes matarlo.
Naraku soltó un par de palabrotas que fueron acalladas con otro manzanazo de parte de Sesshōmaru.
—Está bien —dijo a regañadientes y frotándose el lugar del golpe.
—Dos —siguió—, debes decirle a Byakuya lo feo que eres y lo apuesto que es él.
—¡¿Qué?!
Hubo un gran momento de expectación y risas contenidas, esperando impacientemente a que Naraku reaccione, o diga algo, o a que Byakuya comenzara a reír de manera macabra.
—Vamos —apuró Kagome, e Inuyasha le tiró con otra manzana.
—¡Para con eso, animal!
—¡Solo yo le digo animal, idiota! —gritó Kōga.
Las cosas se descontrolaron otro momento, mientras Kagome giraba los ojos y esperaba paciente a que terminaran de nuevo. Después de varios minutos, la atención se volvió a enfocar al sonrojado y enojado Naraku y en el sonriente y (más que nunca) atractivo Byakuya.
Kagome hubiera dado lo que no tenía para tener una cámara en ese momento y poder grabar y guardar para la posteridad ese momento, pues era uno de esos sucesos que pasaban cada mil o dos mil millones de años.
—Realmente soy… —comenzó Naraku y frenó para mirar alrededor con exasperación—. ¿En serio tengo que decirlo?
—¡Apúrate o te linchamos!
—¡Eso!
—¡Adelante!
Naraku rezongó otro momento, pero como todos lo miraban con el ceño fruncido y los brazos en jarra, reaccionó. Miró a Byakuya seriamente.
—Realmente soy… horrible.
—E idiota.
—¡No voy a decir que soy idiota!
—Dilo —ordenó Byakuya.
Naraku se imaginó mutilándolo y se sonrió.
—E idiota —agregó, con una sonrisa forzada—. Y tú eres increíblemente hermoso.
—Sí —intercaló Kagome, sonriendo. Las carcajadas comenzaron a resonar alrededor y, por lo menos una gran parte de los presentes, se juraron nunca olvidar ese momento.
—Ahora sácanos de aquí.
—Hecho —sonrió Byakuya. Todo alrededor se convirtió en un raro remolino violáceo, que hacía que las cosas se cambiaran de lugar y todo cobrara poco sentido.
Tal parece que el destino de Byakuya era poner en ridículo al sexy Naraku.
Sango, Miroku, Shippō, Inuyasha y Kagome despertaron simultáneamente e intercambiaron miradas llenas de terror. ¿Estarían de nuevo en aquella pesadilla?
Cuando se dieron cuenta de que vestían como siempre, que estaban en el lugar que recordaban y cuando vieron a Kirara saltar contenta sobre el regazo de Sango, suspiraron aliviados.
—¿Acabo de soñar algo horrible? —comenzó Kagome—, ¿o realmente Naraku dijo que Byakuya es increíblemente hermoso?
Miroku y Sango se miraron y comenzaron a reír, al tiempo que Inuyasha acariciaba a Colmillo de Acero.
—Nunca nos volveremos a separar —susurraba, aún algo aturdido.
Kagome se incorporó y miró alrededor. ¿Estarían Kōga, Sesshōmaru, Rin y Jaken bien? ¿Byakuya sobreviviría? Porque estaba segura de que Naraku no permitiría ese desacato enfrente de todos.
La fogata todavía crepitaba, con casi nada del fuego prendido. Los colores del amanecer se observaban ya en el cielo, y durante un largo rato no supieron qué hacer.
Cuando Sesshōmaru despertó, primero se fijó que no tuviera alas. Junto a eso, que no vistiera todavía aquel estúpido y sensual vestido. Cuando vio que todo estaba en orden, enfocó la vista en Rin, que vestía su atuendo de siempre y estaba recostada sobre el lomo de A-Un. Jaken murmuraba cosas dormido y transpiraba.
Si Sesshōmaru se volvía a encontrar con Naraku… le cortaría las pelotas.
—¿Piensas hacer alguno de estos planes idiotas de nuevo? —gruñó Kagura.
Naraku la observó con el ceño fruncido, a punto de matarla con la mirada.
—¿Quieres terminar como Byakuya?
Kagura suspiró con cansancio y se fue de la habitación junto a Kanna, que mantenía su espejo abrazado con ambas manos.
«Aunque sea desapareció dentro tuyo feliz.»
—¿Tú viste todo? —le preguntó a su hermana, una vez en el pasillo. Kanna no pasó a mirarla, nunca lo hacía. Respondió tranquila.
—Sí.
Se mantuvieron en silencio hasta que salieron del castillo y respiraron el aire puro.
—¿Y te divertiste?
—No sé qué es eso, Kagura.
La demonio de los vientos asintió.
Naraku estaría de mal humor toda la semana y buscaría cualquier forma para hacerles olvidar a todos lo que habían vivido. Si ella pudiera hacer algo para dar a conocer esa historia, lo haría. Que todo el mundo se riera de él.
—Yo creo que sí te divertiste.
Kanna la miró un momento y respondió inteligentemente:
—Yo no puedo sentir nada. —Le dedicó una sonrisa y se alejó.
Kagura frunció el ceño. Kanna no sonreía. Capaz Byakuya le enseñó a hacer eso.
Como sea, los tiempos que se avecinaban iban a ser tormentosos. Es decir, iban a ser un tormento para ella. A veces pensaba que era mejor morir que soportar a Naraku o a esos planes estúpidos que le daba por desarrollar.
Tal vez era la menopausia o váyase a saber qué cosa vivía Naraku actualmente.
—¿Creen que deberíamos quedarnos aquí?
—Creo que da igual, Naraku no va a venir ahora.
—No, no con lo que vivió.
El grupo de Inuyasha almorzaba tranquilo.
—Podríamos volver a la aldea de Kaede un tiempo.
—De acuerdo.
Estaban en paz desde hacía rato, aunque las situaciones que vivieron últimamente los había trastornado un poco. Kagome había llegado a la conclusión de que necesitaban unas cortas vacaciones, así que había propuesto volver a lo de la anciana Kaede, para aprovechar la ocasión y visitar su casa. Tomarse un baño caliente. Releer los cuentos infantiles…
Kagome se preguntó si no era culpa de que ella supiera esas historias y de que Byakuya se hubiera metido en su mente, que en sus tiempos esos cuentos se contaban… Vaya a saber uno, ella no tenía idea de viajes en el tiempo y sus posibles consecuencias.
Pero de lo que sí sabía, de lo que estaba completamente segura, era que Naraku necesitaba un psiquiatra y medicación.
Y un asesor de ideas.
FIN
Nota de la autora:
Hjakfsdhas Esta historia es de lo más ridículo. Sé que está plagado de OOC y cosas idiotas a más no poder, pero espero que no sea TAN exagerado. Bleh... sobre todo, espero que lo hayan disfrutado mucho.
Cada vez que me paso a leer esta historia y su especie de precuela me dan muchas ganas de borrarlas (me hacen mala fama -?-), pero al final no puedo. Son fics TAN estúpidamente épicos (para mi) que no. Mis creaciones, mis bebés llenos de ridiculeces.
Gracias por todos sus reviews hermosos y sus favs y follows. Los adoro. (L) Tal vez más adelante, vuelva a publicar un nuevo fic que siga la línea de «De una maldición con poca suerte» y «Había una vez...». Las ideas no me faltan, ya saben, imbecibilidades -?-. :D
Besos babosos desde este lado de la pantalla,
Mor.