Odienme!
16. La lanza y la muchacha.
El cielo despejado después de una agradable lluvia para las fuertes cosechas fueron un buen indicio para el día de la joven rubia. Hacerse cargo de su casa con un huerto pequeño en plena hambruna había sido difícil, pero daba gracias al espíritu de su padre que el alimento había llegado a tiempo y con muy buenos frutos.
Tal vez no hubiera sido la mejor idea para el juicio cabal de cualquiera, pero su corazón era más grande que su inteligencia, que no era poca por cierto, por lo que el compartir nunca fue una dádiva que negase a nadie.
Aquella hija de un viejo capitán de la guardia era el orgullo de su poblado.
Riliane Mouchet, una chica de rubio color de pelo y ojos azul verdosos, era una orgullosa militar a pesar de sus escasos 18 años de edad. Sin embargo, era fuerte.
El tiempo que duró la sequía siguió prestando servicio a la armada de Lucifenia como comandante, ayudando a mantener el orden entre la población a causa del mismo mal. El único sueldo que pidió durante dicho lapso fueron alimentos y semillas, mismas que repartía entre los más pobres y cultivaba ella misma.
Poco o nada sabía lo que estaba ocurriendo en el resto del mundo. Las noticias de Marlon y Belzenia llegaban junto con los cargamentos de despensas. A cada instante que escuchaba las noticias, más y más aumentaba su furia contra la Compañía de Asmodean.
-A pesar de trabajar para la Princesa siguen actuando como sanguijuelas. –Murmuraba para si apretando fuerte el mango de su lanza.
Un arma poco convencional para todo militar, pues el tipo de lanza que ella manejaba cualquiera pensaría que lo había sacado de los almacenes donde guardaban los artefactos destinados a los juegos de Justas.
Pero a ella le servía. Era la mejor esgrimista de la nación, solo detrás de Leonhart, y la mejor jinete de la armada a la que pertenecía.
Una joven talentosa, sin dudas.
-Pero los isleños tampoco se quedan atrás. –Escupía las palabras.
Como si de un sexto sentido se tratase, Lily, como la apodaban, sentía que con el viento que llegaba de la costa también venían los problemas.
Las aves no cantaban como antes desde hace algunos días y eso le erizaba aún más la piel.
Algo que también la ponía alerta era la sonrisa de la reciente adopción de la Jefa de Camareras. No era que Lily fuera desconfiada con todos o con todo, sencillamente era que la sola presencia de aquella rubia con una sola coleta la ponía de malas. Siempre jugando con un cuchillo de mantequilla entre sus dedos; para nada pensaba que Ney fuera una gran repostera.
Todo la ponía mal. Ella no estaba mal, el mundo no estaba mal.
Despedir a la Jefa de Camareras y a su hija fue parecido a algo como decirle adiós a la calma relativa a la que se había acostumbrado.
La semana siguiente no hubieron lluvias, pero había almacenado suficiente agua para seguir regando las cosechas todo el rato.
Sus suspiros inundaban la casa cada vez más seguido.
-¿La calma antes de la tormenta?
Pues no pudo disfrutarla en nada, y no era que su constante entrenamiento militar se lo había impedido, tampoco el hecho que la mandaran a investigar los constantes asaltos a la alacena real. Solamente no lo pudo disfrutar.
-Y eso apesta.
Ya debía quitarse el vicio de hablar sola…
Y síganme odiando!