Prólogo
-o-
1796, Tokio, Japón.
—Debido al predominio de humanos sobre demonios en el mundo actual, el consejo sobrenatural declara que, a partir de este momento, las generaciones futuras de humanos no deben saber nada sobre nuestra verdadera identidad —Habló una voz autoritaria—. Así los espíritus de los difuntos demonios lo piden, y así se salvará nuestra raza de la extinción.
Aquella noche, en aquel extenso terreno, el silencio predominaba. Una gran cantidad de demonios poderosos se hallaba reunida allí, la única restante. Se oyeron murmullos de desacuerdo en cuanto se insinuó que la raza humana podría acabar con ellos. Ante eso, aquella misma voz autoritaria volvió a hablar.
—Los humanos han utilizado su inteligencia para igualar nuestras habilidades. Cada vez desarrollan más armas y, si bien algunas no son inútiles contra nosotros, el desarrollo es tan rápido que el pronóstico futuro no es bueno. Así lo han predicho los espíritus de nuestros antepasados y debemos estar preparados.
El silencio volvió a reinar. Un demonio en especial, probablemente el más poderoso de los allí presentes, miraba todo con especial desconfianza e incredulidad, sin dejar que ninguno de sus pensamientos cambiara la expresión de su rostro. La luz de una enorme fogata iluminaba sus bellas facciones, tras las cuales se escondían pensamientos letales para quien se atreviera a desafiarlo.
—La era de los demonios, nuestra era, ha terminado. Los humanos han tomado control de nuestro mundo y debemos mantenernos en las sombras desde ahora.
Las palabras de aquel discurso entablado por el demonio inferior, pero respetado, Totosai, habían calado en lo más profundo de todos aquellos poderosos demonios. Ninguno pretendía aceptar que los humanos pudiesen contra ellos, pero había una cruel realidad: ya habían acabado con una gran cantidad de los suyos y no quedaban los suficientes, por más poderosos que fueran, para predominar sobre los humanos. Aquellos que se encontraban con vida eran los más poderosos, que sobrevivirían sin problemas, pero eran una minoría alarmante.
Apenas concluyó el discurso, aquel demonio de bellas facciones, que se mantuvo en silencio en todo momento, se dispuso a retirarse de allí.
—Sesshomaru —llamó una voz a sus espaldas.
Totosai se había acercado a él, tratando de saber qué se fraguaba por la cabeza de aquel poderoso daiyoukai.
—Totosai —reconoció el aludido con voz seca sin voltearse a verlo.
El anciano demonio no se acercó ni un poco, en parte por el temor que le tenía al hijo del poderoso Inu No Taisho y en parte porque sabía que a éste no le haría ninguna gracia.
—¿Qué harás ahora? —Le preguntó. A su espalda toda una masa de demonios murmuraba acerca de las recientes noticias, a pesar de que ya muchos se habían marchado para esconderse.
Una leve expresión escéptica se formó en el rostro del gran demonio, volviendo rápidamente a la estoica de siempre. Sin contestarle, se alejó del lugar, con su largo cabello plateado brillando a la luz de la luna. A paso calmo, se internó en la oscuridad del bosque. Los murmullos se hicieron lejanos y, eventualmente, desaparecieron. Una vez más, sólo había silencio.
«¿Qué harás ahora?», resonó en su cabeza.
Él lo tenía muy claro. Era más que obvio. Haría lo que siempre había hecho sin esfuerzo y que no por las circunstancias de ahora iba a cambiar:
Vivir.