¡Por fin! Aquí está el último capítulo de mi primer fic… Espero que lo disfrutéis, el final… creo que satisfará todos mis queridos lectores.

Lamento la tardanza, pero me abandonó la inspiración para escribir por culpa de cierta película de anime… "El castillo ambulante". Maldita sea, me la vi cuatro veces en tres días, y sigo queriendo verla otra vez más XD

Por cierto, hay un cambio de escena que estará precedido por dos asteriscos, lo que indica que habrá un cambio de persona en el narrador y que ahora me centraré en Link, después cerraré ese "momento" con otro cambio de escena que tendrá al final dos asteriscos.

Dicho esto, os dejo con el último capítulo, abajo las cursis y emotivas despedidas (?) xP

Las notas de nuestra canción.

En el capítulo anterior…

-Zelda –se envalentonó Kevin, dando un paso hacia mí y sujetándome de los hombros-, Link está en el hospital.

Zas. O, mejor dicho, "crash". Porque mi cuerpo quedo totalmente destrozado con aquellas palabras. Retrocedí un paso, apartando a Kevin de mi lado. Mentalmente evaluaba todos los hospitales cercanos, había unos pocos, pero el único verdaderamente apto para las urgencias, el único hospital donde el estado de Link pudiera haber provocado ojeras en Kevin, estaba a una media hora a pie. Y ese era mi objetivo.

Di media vuelta y dejé que, literalmente, mis sentimientos me llevasen a aquel nuevo e indeseado destino.

Capítulo amo.

En un lento deslizamiento silenciado por las impolutas baldosas blancas, la puerta eléctrica me permitió pasar con solo acercarme a ella.

Al instante se me revolvió el estómago. Soy una persona que odia los hospitales; las paredes de nieve gélidas al contacto y distantes a la vista, las sillas apostadas en fila, una tras otra, de color azul claro tan incómodas que parecen diseñadas para crearte un tenso estado y luego estaba lo peor… la causa de tu venida.

Nadie va a un hospital por gusto; ver las caras de sufrimiento, las sonrisas forzadas, las muecas preocupadas, los ojos rojos del llanto. No conozco a nadie que disfrute de eso.

La gente va al hospital porque está mal, y encima tiene que ver que los demás tampoco están muy bien. Mero consuelo para un enfermo, si se me permite decirlo, es saber que hay más como tú.

Caminé muy despacio hasta la recepción, evitando con la mirada al resto de personas que había en la sala, eludiendo la posibilidad de que discernieran mi sufrimiento bajo sus atentas y sabias miradas.

Apenas si tuve que esperar unos minutos para que una muchacha pelirroja de ojos castaños me atendiera con un suspiro cansado y una mueca de repulsión al escuchar el ataque de tos de uno de los numerosos enfermos.

Las personas que tratan así a los que no están sanos me dan asco.

Pienso que para trabajar en un hospital hay que llevar siempre una sonrisa por delante, porque ya tiene bastante el enfermo con estar mal como para encima soportar a una enfermera que le repudia.

A pesar de ello, me recliné sobre la mesa de madera y la mujer apartó su rostro respectivamente, evitando cualquier contacto conmigo por peligro a contraer mi supuesta enfermedad.

-Estoy buscando a un paciente de su hospital, ¿podría ayudarme? –hablé de forma calmada, aguantando con una sonrisa el anterior gesto de la mujer.

Ante mis palabras, la señora me estudió con renovado interés, apartando el asco para el siguiente enfermo.

-¿Nombre? –dijo simplemente, llevando las manos al ordenador que tenía a un lado de la mesa.

-Link.

Seguramente se esperaba más palabras por mi parte, ya que soltó un gruñido furioso. Si los visitantes solo le daban el nombre del paciente, ella tendría que trabajar mucho más para encontrarlo.

Tecleó con rapidez, y para su sorpresa, el único resultado que apareció en pantalla fue el de un muchacho ingresado recientemente. Estaba grave, en estado de observación, y no se permitían otras visitas que no fuesen de familiares.

-¿Eres su hermana? –inquirió la mujer, el interés reluciendo en sus ojos ante la posibilidad de poder despachar a un cliente en tan poco tiempo.

Negué con la cabeza y su ánimo se desintegró tan rápido como había aparecido.

-Soy una amiga.

En esta ocasión, fue a la mujer a la que le tocó mover el rostro de un lado a otro en señal de negación.

-Lo lamento, pero no se permiten visitas si no son de familiares.

La frustración estalló en mi pecho pero me apresuré a contenerla; enfadando a la mujer no iba a conseguir más que una rápida expulsión del lugar.

-Pero es que necesito verle, estoy muy preocupada por él y… -comencé a explicar, dejando que mi voz sonase algo más ronca de lo normal, como si fuese a romper a llorar en cualquier momento.

Pero la mujer permaneció impasible.

-No se permiten visitas –repitió de forma fría. Justo cuando iba a contestar, hizo un gesto con la mano y habló-. Siguiente.

El hombre situado tras de mí dio un paso y noté como su cuerpo se aproximaba al mío. En aquel momento, cuando el enfermo me empujaba a un lado lentamente y la recepcionista me instigaba con la mirada a salir del lugar, un sentimiento diferente floreció en mí.

No era furia, sino desesperación. Tenía que ver a Link, saber que las máquinas del hospital, tan heladoras y sistemáticas, no habían dejado a mi sentimental amigo a un lado. Necesitaba saber que su corazón latía, que su pecho se elevaba y descendía y que su sonrisa cálida seguía intacta.

En pocas palabras, debía ver a Link, y una mujer no me lo iba a impedir.

Mis palabras prácticamente salieron solas y no tuve tiempo para reprimirlas:

-¿Es que no entiende que nadie de su familia va a ir a verlo? ¿Es que piensa permitir que se quede allí solo, sin nadie con quien estar, sin un conocido a quien hablar? –exclamé. Mis manos fueron a chocar contra la mesa y provocaron tal estrépito que hasta el más alejado de los enfermos se sobresaltó.

La mujer comenzó a recolocar los papeles que habían salido volando con mi golpe con atropellada rapidez y luego me fulminó con la mirada.

-Fuera –gruñó. Su mano se dirigió al teléfono que tenía en uno de los laterales de la mesa, probablemente se disponía a llamar a la seguridad.

Al momento supe que si ella marcaba el número, yo estaría perdida, me sacarían del hospital y podría despedirme de volver a entran en él durante una buena temporada.

Las edificaciones que la desesperación y el temor habían construido en mí se derruyeron sin dejar más que escombros. Me sentía muy vulnerable, allí, suplicando por ver a alguien que no me permitían visitar.

-Por favor –musité con voz quebrada. Tal vez fue mi tono o mi mirada o lo mismo la mujer estaba planeando echarme ella misma del hospital, la cuestión es que sus dedos se detuvieron justo sobre las teclas y ella se me quedó mirando, esta vez solo había confusión en sus ojos-. Por favor –repetí. No se me ocurría qué decir. La verdad era demasiado enrevesada, y una mentira no la habría satisfecho, por lo que me limité a improvisar-, necesito verle y saber cómo está. He corrido media hora solo para visitarle, he llorado sin saber ni siquiera qué le pasaba, y sería capaz de recorrer todas las habitaciones, una por una, con tal de verle otra vez. Se lo suplico, déjeme entrar.

Todos los enfermos, cuya atención había sido captada cuando golpeé la mesa, nos observaban atentamente, incluso parecían desear que la mujer me cediese el paso.

Tanto ella como yo compartimos una silenciosa mirada. Podía notar como la recepcionista escrutaba mi interior buscando algún deje de insinceridad en mis palabras, pero no lo encontraría; jamás lo haría porque había dicho puras verdades.

-Planta cinco, habitación ciento dos –su voz fue apenas un susurro casi imperceptible, mas yo la escuché y le sonreí con todo mi agradecimiento reflejado en aquel gesto.

Logré llegar al cuarto con sorprendente rapidez y certeza, teniendo en cuenta mi pésimo sentido de la orientación, pero al llegar frente a la puerta blanca, cerrada en aquel momento, no me sentí capaz de continuar.

Tal vez estaba terminando de írseme la cabeza, porque mis pies sencillamente se habían quedado anclados en el suelo. ¿Y si entraba y veía justamente lo que no deseaba ver?

Encontrarme a Link conectado a un aparato para respirar no era precisamente algo tentador, y mucho menos ansiado, aunque tampoco podía marcharme y dejarle allí, principalmente porque luego la duda y el arrepentimiento me corroerían.

Así, tan insegura como pocas veces lo había sido, agarré el pomo y entre en la sala sin más dilación.

Casi me choqué contra la enfermera que allí había, la cual iba a salir en ese justo instante.

Ambas forzamos una sonrisa y nos saludamos con un gesto, ella creyendo que yo era una familiar del enfermo y yo tratando de disimular mi extremo deseo de verlo.

-Recibió un golpe en la cabeza antenoche, lo encontraron unos ciudadanos y estaba a punto de desangrarse cuando llegó aquí. Está inconsciente pero estable, le rogaría que se mantuviera en silencio, no sabemos cómo de conmocionado puede estar y la posible reacción que desencadenaría en él algún movimiento brusco –informó la mujer con voz mecánica, a pesar de que yo no se lo había pedido, y finalmente salió del cuarto.

Incluso sin mirarle, pude sentir su pecho elevándose y descendiendo con constante lentitud. Su respiración se escuchaba por toda la sala y consiguió relajarme. Al menos podía mantener su cuerpo con oxígeno sin necesidad de una máquina.

El pitido irritante del electrocardiógrafo interrumpía la humana respiración del rubio de una forma que me aterró y me tranquilizó por igual.

Lo cierto es que de siempre tuve un trauma con los hospitales. Mi abuela murió en uno tras pasar seis meses gravemente enferma, y unos años más tarde le siguió su marido, así que seguramente en una parte de mi subconsciente estaba marcado a fuego que los centros de sanidad no servían para nada, que solo lograban alargan el sufrimiento de la persona.

Desde luego, ese pensamiento es una estupidez, pero nada puedo hacer contra una parte de mi misma, así que convivo con ella.

Cogí por el respaldo una de las dos sillas de plástico blancas que había en la habitación y la coloqué junto al dormido joven. Antes de sentarme, le observé. Su cabello rubio yacía desparramado sobre su frente, aunque una gran venda cubría buena parte de su cabeza.

Sus ojos suavemente cerrados y su boca entreabierta denotaban un sueño plácido y profundo. Todo su cuerpo se encontraba bajo una fina sábana de color crema a excepción de uno de sus brazos, el derecho, en el cual había clavada una aguja conectada a la bolsa encargada de la transfusión de la sangre.

Me senté junto a él y deslicé mis dedos sobre la palma inerte de Link, hasta entrelazarlos, y me quedé allí, con la lánguida esperanza de que abriese los ojos, aunque solo fuera el tiempo justo para sonreírme.

Muy lentamente apoyé mi cabeza contra su pecho. Tal vez era un acto un poco atrevido, pero mi interior deseaba escuchar los latidos de su corazón, y no el sonido frío de la máquina que estaba a su lado.

Cerré los ojos y dejé pasar el tiempo…

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Un muchacho rubio caminaba por la calle. Sus pasos, seguros y rápidos, denotaban una gran autoestima, y su deslumbrante sonrisa, que abarcaba sin lugar a dudas el máximo espacio del que disponía, también lo definía como un joven feliz. Y mucho.

Lo cierto es que aquella primera impresión era verdadera. Link estaba muy contento, su corazón se aceleraba a causa de la alegría que le provocaba simplemente pensar que por fin regresaban a casa. Con ella, su sonrisa, su mirada y su vivacidad; su razón para vivir estaba unos quinientos pasos más adelante, e incluso aquella distancia le parecía mucha.

Aunque todo se esfumó en cuanto que puso un pie dentro de su hogar. Allí en el perchero, junto a los abrigos de su novia, había una chaqueta de cuero que no era suya. Tal vez era el padre de su pareja que había venido de visita…

La duda lo carcomía por dentro, pero no pensaba desconfiar de su amada. ¿Cómo iba a estar ella con otro hombre cuando apenas media hora antes le había llamado para susurrarle que era su vida?

Dos voces provenían del cuarto donde su pareja y él solían dormir. Una era grave, indudablemente masculina, y la otra… la otra la habría reconocido incluso sordo.

Imposible; la sospecha que comenzaba a tomar consistencia en su mente era falsa.

Su corazón se detuvo y se encogió de dolor cuando abrió la puerta del cuarto y se encontró justo con la visión que ya se estaba temiendo.

Sobre la cama, bajo las mantas, podía distinguir perfectamente la silueta de dos personas, y una de ellas le resultaba tan nítida como inverosímil.

Retrocedió hasta que su espalda se chocó contra la pared del pasillo y se quedó en el sitio. Una película húmeda cubrió sus ojos y momentos después las lágrimas ya corrían con libertad por sus mejillas.

Su corazón estaba roto en tantos pedacitos que la posibilidad de recomponerlo era remota. Además, él solo quería el bálsamo que las manos de ella le podían ofrecer.

Abandonó la casa de su ex con paso lento y automático, con la mirada perdida en la nada.

Las piernas le fallaron y cayó al suelo justo cuando la puerta de su propio piso se cerró tras él. Las lágrimas anegaban sus ojos, y sentía un punzante dolor en el pecho, cuya intensidad iba en aumento.

Había entregado su corazón, desnudo y sin inhibiciones a esa muchacha, y ella le había traicionado. No hubo más llamadas suyas, por lo visto, tras varios años de relación él no se merecía ni una breve disculpa… ni una excusa, por muy mal pensada que estuviera.

Se hizo un ovillo en el suelo, sin importarle nada más, y se quedó en la misma posición. Mientras tanto, en su mente resonaba la nueva canción del grupo preferido de su ex novia, Payphone, y se sintió totalmente identificado con la letra. Una melodía de desamor para un joven con el corazón roto… Tal vez esa canción estaba hecha para él.

Entre aquella nube de dolor y lágrimas, lo único que tenía claro era que no deseaba seguir viviendo, su existencia sin ella se le haría un suplicio constante, así que se abandonó a la muerte, seguro de que aquella dolorosa punzada que experimentaba en su corazón se encargaría de hacer realidad sus deseos.

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Estaba tan cómoda en ese instante, apoyada en su pecho, escuchando el latido constante de su corazón, sintiendo el movimiento regular de su cuerpo al respirar…

Un momento… ¿dónde estaba el tamborileo perpetuo que tanto le gustaba del corazón de Link?

Fue en ese momento en el que la burbuja mágica en la que estaba sumida explotó bruscamente, con el agudo pitido del electrocardiógrafo actuando a modo de aguja.

Me incorporé de pronto, y vi a Link, que se mantenía en la misma posición, pero supe lo que aquel sonido significaba. El terror me invadió, aunque no me dejé llevar por él, sino que reaccioné golpeando con fuerza el interruptor rojo que había sobre la cama de mi amigo, diseñado para ser pulsado en caso de emergencia.

Al parecer los médicos estaban en un constante estado de alerta con Link, porque en menos de un minuto irrumpieron en la habitación cinco personas, que, nada más escuchar el alarmante sonido del electrocardiógrafo, compartieron miradas preocupadas y prácticamente se abalanzaron sobre el rubio.

Una de las enfermeras me sujetó por la muñeca y me sacó del cuarto antes de que tuviera tiempo para reaccionar. El brillo amenazante de sus ojos verdes bastó para decirme que no volverían a permitirme visitar a Link.

-Maldita sea, te advertí que nada de movimientos bruscos –exclamó la mujer que antes de entrar en la sala de Link me había encontrado.

Por supuesto, quise decirle, yo no había hecho nada, no era culpa mía, ¿por qué me miraban así entonces?

La puerta se cerró frente a mis narices, y el ajetreo de los médicos quedó silenciado tras ella.

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Decir que aquella había sido la peor semana de mi vida habría sido mentira. Lo cierto es que fue un auténtico infierno.

Las enfermeras me denegaban las visitas y me miraban mal, no había vuelto a salir con Saria y Kevin desde entonces por temor a lo que pudieran contarme. Por miedo a escuchar algo que me arrasaría por completo.

Yo lo amaba. Aún no sabía en qué parte de mi relación con él me había quedado eso claro, pero las variaciones en los latidos de mi corazón al verle, los sonrojos, el deseo y la felicidad que me invadían cuando estaba a su lado no eran normales. O tal vez me estaba volviendo loca…

Loca por él.

Cada mañana al amanecer, yo estaba allí, subida en los pilares que componían la pequeña verja del mirador que Link me había mostrado; cada día allí estaba yo para saludar al sol y dejar que su calor acariciase mi rostro y borrara el sendero de lágrimas de la noche anterior.

Aquel día era como cualquier otro, y el sonido de mis suelas al pisar algún que otro puntual charco me acompañaba a lo largo del barrio comercial. Aún era demasiado temprano para haber siquiera salido de la cama. El reloj de la plaza no daba ni las cinco de la madrugada.

Profundas ojeras surcaban la parte inferior de mis ojos, pero poco podía hacer cuando mis sueños se veían frustrados por las pesadillas, donde siempre estaba el sonido de aquel electrocardiógrafo.

Llegué al mirador tras media hora de marcha, pero algo me detuvo.

Allí, con la figura perfilándose bajo el sol naciente, había un muchacho cuyo cabello rubio se veía azotado por eventuales corrientes frescas. Estaba de espaldas a mí, con la cabeza ligeramente echada hacia atrás y los párpados cerrados. Era una vista hermosa, pero no fue aquello lo que me dejó sin respiración, sino que reconocí la silueta del joven mucho antes de caminar hacia él en completo silencio.

Vestía una camiseta blanca holgada y unos vaqueros azul claros. Nada extraño, ningún deje que indicase de dónde acababa de salir.

Abrí la boca para decir algo, pero perdí la voz cuando sus ojos zarcos se abrieron lentamente mientras que una sonrisa leve se iba dibujando en su rostro pálido.

Ese era Link o la falta de horas de sueño me estaba provocando visiones.

-¿Link? –musité maravillada.

El joven rubio se enderezó y se volvió hacia mí. Su sonrisa se acrecentó a la vez que yo estiraba mi mano derecha y acariciaba muy despacio su mejilla.

Era real, consistente y cálido. Por todas las santas diosas, aquello sí que era una ilusión muy bien recreada.

Su palma diestra se posó suavemente sobre la mía, de una forma dulce pero también en señal de que deseaba mantenerla allí. Mi corazón se desbocó cuando caminó un paso hacia mí, sin soltar mi mano y manteniendo su sonrisa alegre.

-¿Dónde has estado? –pregunté con un hilillo de voz quebrada a causa de las lágrimas de felicidad que amenazaban con salir.

-Tratando de convencer a las enfermeras de que no eres una asesina de moribundos –contestó de forma burlona.

Dejó caer mi mano para agarrarla al segundo y tirar de mí hacia el límite del mirador. El sol ya había abandonado prácticamente su escondite nocturno, y los primeros rayos se vida comenzaron a calentar la superficie con sus suaves caricias.

Pero yo solo tenía ojos para él, y por lo que parecía a mi acompañante le sucedía lo mismo, porque cuando le miré nuestros ojos se cruzaron.

-Te quiero –susurré en voz muy baja, apenas más alta que las brisas veraniegas que correteaban sobre las praderas de Hyrule.

Su mirada reflejó durante unos instantes sorpresa, pero luego se iluminó con un brillo que nunca antes había visto; un brillo que detuvo mi corazón y lo aceleró tan rápido que barajé la opción de estar sufriendo un infarto en ese mismo momento.

Cuando una de sus palmas se posó en mi cintura y la otra liberó mi mano solo para colocarse sobre mi mejilla, todo parecía un sueño, pero lo peor fue cuando Link se aproximó hacia mí y sentí sus labios sobre los míos.

Con ese simple gesto, sentí una descarga de placer instantánea, y la vocecita que me gritaba que aquello debía de ser irreal se vio acallada cuando deslicé mis manos sobre su espalda y enrollé mis dedos en su cabello, movida por el momento.

Nos separamos cuando la falta de oxígeno lo provocó, pero nuestras frentes quedaron una contra la otra.

-Perdóname, Zelda, soy un imbécil –se disculpó. Su voz sonaba ligeramente ronca y sus pupilas estaban dilatadas. Mi corazón se encogió de temor, ¿por qué decía aquello?-. No sé cómo pude no darme cuenta de lo que sentía… Es que temo que me vuelva a suceder, que te vayas de mi vida después de convertirte en una pieza fundamental de ella.

Ladeé la cabeza, confusa por sus palabras, aunque algo me dijo que aquella confesión estaba relacionada con la joven de la que tanto tiempo llevaba tratando de que me hablase.

Seguramente Link leyó mi mirada, porque asintió y giró levemente la cabeza, aún rozando mi frente, para observar el horizonte y las nubes anaranjadas.

-La conocí antes de marcharme de casa, y, cuando me fui, ella se convirtió en la única razón para vivir cada día. La amaba con toda mi alma, y se lo decía cada día, pero una tarde la encontré con otro hombre, y desde entonces el amor ha estado vedado para mi corazón. Tengo miedo, Zelda, miedo de que me suceda lo mismo otra vez –añadió, volviéndose hacia mí y clavando sus pupilas azules en las mías.

Esbocé una sonrisa dulce, enternecida por sus palabras, pero también noté que mi pecho se oprimía con fuerza. ¿Cómo había podido hacerle eso aquella muchacha?

-No te preocupes, Link, yo me encargaré de que la única que haga peligrar tu corazón sea yo, y no a base de rompértelo –aseguré soltando una risa suave que pronto se le contagió a Link.

Por fin parecía que aquellos encantadores ojos zarcos habían perdido ese brillo triste y nostálgico que los había castigado desde que nos conocimos.

-Oye, por cierto, ¿qué pasó al final en el hospital? –inquirí de repente, antes de perderme en su mirada una vez más.

El brillo divertido de sus ojos se incrementó.

-Desperté hace tres días durante una discusión de las enfermeras. Antes de irme, me dijeron que una chica rubia había atentado contra mi vida, y que por el bien de mi corazón y mi salud me alejase de ella. Como puedes ver, he desobedecido la orden antes de que me diera tiempo a regresar a la caravana.

Sus carcajadas sonoras y musicales resultaron una deliciosa cura en contraste con el pitido que emitía el electrocardiógrafo aquella nefasta tarde.

Entrecerré los ojos y traté de simular una mirada de enfado, pero la visión de su felicidad derritió mi intento antes de lo que un hielo se fundiría en un horno.

-Te amo, Zelda, y lo seguiré haciendo hasta el día de mi muerte –susurró de repente, poniendo un rostro tan serio y cariñoso que incluso logró asustarme durante unos momentos.

-Déjate de cursilerías –dije alegremente a la vez que me apegaba aún más contra él y afianzaba mis brazos alrededor de su cuello.

Junté mis labios con los suyos mucho antes de que Link pudiera reaccionar y así sellé una promesa de amor eterno que nunca fue pronunciada.

Fin.

Ains… se me revuelve el estómago de solo pensar en lo que ahora tengo que escribir… Un "adiós" es un final muy triste, yo siempre digo hasta luego… Aunque de todas formas no será una despedida, porque tengo más fics en proceso xP

Pero echaré en falta esta historia, es la primera que escribí y le he tomado cariño :')

Muchas gracias a vosotros por todos los comentarios y las visitas que le habéis dado a mi historia :') Un gran abrazo para Emilia L. Cortez, Princess Aaramath, P.Y.Z.K., Xungo, Cafekko-Maya-chan, Shimmy Tsu, Zilia K y Zelintotal99/Ruby.

No se me dan bien los finales, por eso nunca quedan convincentes, luego me diréis cómo quedó este, pero lo mío es la historia, no los desenlaces D:

Ahora me iré a llorar a una esquina (?)… Ok, no, iré a celebrar el año nuevo, ¡Felices fiestas y próspero año nuevo! :D

¿Qué mejor manera de acabar una historia que hacerlo el último día de un año?

Os quiero a todos, espero que nos sigamos leyendo en mis otros fics, un gran y efusivo abrazo de una escritorcilla más de este mundo :D

Atte: Magua.