Capítulo 3

― ¿La fiesta de la tía Mimi? ― preguntó Carly, con incredulidad.

Carly tuvo que hacer un esfuerzo para no reír. Apenas hace unos minutos Sam le había comentado lo del reencuentro con Freddie.

― ¿Freddie espera que lo acompañes a una fiesta de su familia para que puedas averiguar detalles personales sobre sus parientes? ―continuó, sin creerle del todo a Sam.

―En efecto ― respondió Sam, que se había sentado en la cocina ―. Hasta llegó a sugerir que fuera sola. Dijo que habría tanta gente que nadie notaría que soy la antigua amiga presidiaría de él, y que no notarían su ausencia.

Carly estalló en una carcajada.

― ¡Y yo que pensaba que ya conocía todas las clases de locos del mundo! ¿Qué le contestaste? ― dijo imaginando posiblemente que la locura de la Sra. Benson se la había heredado a Freddie.

―Le dije que me negaba a ir sola ― respondió, con cierto orgullo―. A fin de cuentas son sus familiares. Si tengo que ir, él también… además no creo soportar a su loca familia sola.

― ¿Vas a hacerlo? ¿Vas a ir? ―preguntó Carly, asombrada.

Sam se encogió de hombros, no iba a decirle que le había sugerido a Freddie que fuera ella, su amiga castaña el duende de Navidad para esa misión, pero que él se había negado rotundamente argumentando una y otra vez que Carñy no sabía mentir, aunque su vida dependiera de ella.

―Tengo que hacerlo. Si he de comprarles regalos de Navidad, tengo que conocerlos personalmente. Es la única forma. Freddie no parece saber gran cosa sobre ellos, excepto sus nombres.

Sam miró su reloj y se levantó de la silla. Si se daba prisa, aún podía darse una ducha y arreglarse un poco el pelo.

Carly la siguió por el pasillo.

―Sam, escúchame… No creo que sea buena idea.

― ¿Por qué no? ― preguntó Sam, mientras entraba en su habitación.

Sam abrió el armario y echó un vistazo a su contenido. Freddie tampoco sabía qué tipo de ropa llevaban en las reuniones familiares. No sabía si eran muy serias o informales. Sólo sabía que vestían bien.

―Porque no es una buena idea ―respondió Carly, mientras se sentaba en la cama―. En primer lugar, yo diría que está completamente loco. Y en segundo lugar, es un cliente y a la vez un amigo... ese tipo de cosas nunca sale bien. Esta mañana te horrorizó la posibilidad de que yo coqueteara con un cliente para conseguir un encargo. y ahora, resulta que eres tú quien lo haces.

―No voy a coquetear con él ―protestó Sam.

Pero Freddie era un hombre tan atractivo que a Sam no le habría importado. Sin embargo, no dijo nada al respecto. Carly tenía razón. Freddie no estaba completamente en sus cabales. y además, ni siquiera estaba segura de que supiera coquetear con alguien. Eligió un vestido rojo y cerró el armario.

―La única persona que tiene una aventura aquí eres tú ―dijo Sam para quitarle atención a su problema.

―¿Yo?

―Sí, tú ―contestó―. Hay una docena de rosas sobre la mesa de la cocina, y una tarjeta dirigida a tu nombre.

―Ah, eso… ―dijo Carly―. No me las han enviado por eso. Son del señor Pattinson.

―¿Del señor Pattinson?

―Sí, del tipo que me atacó esta mañana. Me envió el ramo de rosas y una tarjeta, para disculparse.

―Un detalle encantador.

―Sí, es verdad ―dijo―. Probablemente le preocuparía que llamara a la policía, o a su esposa.

―En cualquier caso ha sido un bonito detalle ―dijo, mientras alzaba el vestido―. ¿Qué te parece?

―Es bonito ―respondió Carly―. ¿Estás segura de que quieres ir a esa fiesta con ese él? Puede que durante este tiempo se halla convertido en un psicópata o algo así. Nunca se sabe.

― ¿Freddie? ―preguntó, negando con la cabeza―. No tienes que preocuparte por eso. Además, no se trata de una cita. Es como si… como si fuera su ayudante en una reunión de negocios.

―¿Negocios? Nos dedicamos a solucionar problemas a ejecutivos y empresas, no a confraternizar con sus familias.

― No es una cita ― insistió.

―De todas formas, la idea no me gusta en absoluto. Creo que debería acompañarte, para echarle un vistazo al nuevo Freddie ―dijo, mirando su reloj―. ¿A qué hora viene a recogerte?

―No va a venir a recogerme. Nos veremos allí.

―Qué caballeroso ―dijo con ironía. Reafirmando la idea que no conocía a este Nuevo chico.

Freddie se había ofrecido a recogerla, pero Sam había insistido en que prefería ir por su cuenta. Sin embargo, no dijo nada a su amiga.

―Sólo es una reunión de negocios, Carly. Y cuando se trata de negocios, la gente no suele ir a recoger a otras personas. Además, teníamos que cambiamos de ropa y…

― ¿Y qué va a hacer él? ¿Cambiarse de ropa o ponerse el traje de ser humano? ― bromeó.

― ¡Carly!

― Mira, Sam, hemos conocido a muchos tipos como ese hombre: Y hasta ellos conocían algún detalle sobre sus madres. Pero parece que ese que fue mi mejor amigo ni siquiera sabe que tiene madre. Y si lo sabe, no piensa demasiado en ella ―comentó con sarcasmo. Era difícil tratar de no pensar que el Freddie del que hablaba con Sam fuera el mismo que la ayudaba en su webshow.

Sam frunció el ceño.

― No te metas conmigo. He hecho lo que dijiste; que hiciera. He conseguido un encargo y no pienso echarlo todo a perder. Va a pagarlo todo.

― ¿y qué obtendrá a cambio?

― El trabajo, nada más. No te preocupes, no me quiere a mí. Sólo soy su… duende navideño. La solución para sus problemas.

―y el principio de tus problemas ―dijo Carly, en tono de broma―. Sam, apreció mucho lo que intentas hacer, y quiero que nuestro negocio salga adelante. Pero no me gustaría que te hicieran daño.

―No te preocupes, Carly. No me harán daño ―. Sam había decidido no decirle a Carly que a diferencia de ella, el dinero le hacia demasiado falta, mas de lo que siquiera se imaginaba.

―Te lo harán si te comprometes con un tipo como el que se ha convertido Freddie.

― No mantengo ninguna relación personal con él. Sólo voy a ver a su familia, eso es todo. Y no estaremos mucho tiempo. Se supone que debo ir, interesarme un poco por sus vidas y marcharme. Y tengo que hacerlo deprisa, porque Freddie detesta las fiestas. ¿Sabes una cosa? Siento cierta lástima por él. Se siente muy incómodo cuando está con sus familiares, y no sabe qué hacer.

―¿Que sientes lástima por él? ―preguntó Carly, asombrada―. Por Dios, Sam… ¿Sabes en lo que te has metido?

En aquel momento, Freddie se hacía la misma pregunta. Se había apoyado en el arco que separaba el comedor del salón de su tía, y estaba tomando un vaso de ponche, preparado por Mimi. Como de costumbre, Mimi había invitado a tres veces más personas ti de las que se podían sentar en la casa.

Había gente sentada en el sofá, en las sillas e incluso en el suelo, delante de la chimenea. Más de la mitad eran familiares de Freddie, y el noventa por ciento de los presentes eran mucho mayores que él; en cuanto a los demás, había varias mujeres a las que había invitado con la evidente intención de que intentaran seducirlo. Una de ellas era una mujer alta, maquillada de un modo bastante clásico; otra, una pelirroja que al parecer se dedicaba a la cría de gatos, según Marilla; y otra, una morena de aspecto peligroso que iba a tocar el piano más tarde, porque a Mimi le apetecía cantar.

No sabía qué estaba haciendo allí. Tomó un poco más de su bebida y analizó la cuestión. Tenía dos buenas razones para estar allí. Su duende navideño tenía que averiguar todo lo que pudiera sobre sus familiares y además, se sentía algo incómodo con la conversación que había mantenido con Sam.

Cuando le había confesado que no sabía prácticamente nada sobre sus familiares, Sam lo había mirado con recriminación. En realidad, le sorprendía que supiera tan poco; al fin y al cabo, había pasado la mayor parte de su vida con ellos. No tenían muchas cosas en común, pero se suponía que debía conocer algunos detalles básicos, como lo que hacían para ganarse la vida o su edad.

En aquel momento, una mujer de mediana edad y vestido azul interrumpió sus pensamientos.

―¡Freddie?

―Hola, mamá. Freddie se inclinó sobre ella y la besó en la mejilla con sincero afecto.

Justo entonces, pensó que tampoco sabía su edad exacta. Como él tenía treinta y dos años, intentó hacer el cálculo. Pero no tuvo éxito.

―Me sorprende verte aquí. Especialmente después de la conversación que mantuvimos esta mañana. Pensé que estarías… disgustado.

―¿Disgustado? ¿Yo? Claro que no.

Su madre lo miró con intensidad e incertidumbre.

―Entonces, ¿entiendes lo que quería decir? ¿Entiendes lo de los regalos?

―Claro ―respondió él, aunque no lo entendía en absoluto―. No te preocupes. Lo tengo todo bajo control.

―¿De verdad? ―preguntó, asombrada.

Pero Marissa no tuvo ocasión de seguir hablando, porque en aquel instante apareció Mimi.

―Vaya, Freddie, estás aquí… Marple Stevens acaba de llegar. Y ha venido con su hija Freda. Quiero que seas amable con Marple ―dijo, en voz baja―. Tiene una tienda de ropa en la calle Cincuenta y nueve. y podría ayudarte mucho en tu carrera.

Freddie miró a la mujer que acababa de entrar en el salón.

―Tía Mimi, yo me dedico a diseñar sistemas informáticos. En este momento estoy trabajando en un dispositivo de voz, y no tiene mucho que ver con el diseño de prendas de vestir.

―Ah, bueno… estoy segura de que tiene una voz muy bonita. Por si no lo sabías, canta en un coro.

Antes de que Freddie pudiera hablar, Mimi se alejó para charlar con sus invitados.

―Marple, cariño, me alegro mucho de verte. Ésta debe de ser Freda… quiero presentarte a alguien que está deseando conocerte.

Freddie gimió y se dio la vuelta, buscando alguna forma de escapar, y se encontró de frente con su tío Reggie.

―Ah, estás aquí, Freddie. Quería hablar contigo.

―¿Conmigo?

Freddie estrechó su mano sin demasiado entusiasmo. No tenía nada contra su tío, pero sospechaba lo que se avecinaba.

―Sí, contigo. Para ser exactos, tú tía me ha pedido que hable contigo. Está muy preocupada por ti, al igual que tu madre, y lo comprendo.

Reggie empezó a hablar sobre la familia, la responsabilidad, y otros temas similares en los que Freddie, no estaba muy interesado. En aquel momento recordó la razón por la que no pasaba demasiado tiempo con ellos; y por tanto, la razón que explicaba que no conociera demasiados detalles sobre sus vidas.

Abandonó toda esperanza de averiguar algo y decidió que ya se encargaría su duende navideño. Pero aún no había llegado, y pensó que si no aparecía pronto daría cualquier excusa y se marcharía de allí.

Sam pensó que al menos uno de los parientes de Freddie tenía espíritu navideño. Pagó al taxista y caminó hacia la casa, completamente decorada con bombillas encendidas y diversos objetos navideños. Había varios coches aparcados en la calle, y en seguida pudo oír la música, las risas y las voces.

Levantó una mano para pulsar el timbre de la puerta, pero dudó. No sabía cómo era posible que se hubiera prestado a algo así. Cuando estaba en la oficina de Freddie le había parecido una locura, pero razonable. Sin embargo, ahora le parecía un episodio de Misión imposible.

Además, la perspectiva de conocer a los parientes de Freddie la incomodaba. No sabía qué podía esperar. Freddie los había descrito de tal modo que cualquiera habría pensado que eran un grupo de excéntricos o de santos. Por otra parte era una desconocida y nadie la había invitado, salvo el propio Freddie.

Fuera como fuera, intentó recordarse que a todos los efectos era una reunión de negocios. y había tantos coches en el exterior de la casa que todo hacía suponer que nadie repararía en su presencia entre tanta gente. Luego saco su celular y vio el fondo de pantalla. Tenía que hacerlo por ella.

Respiró profundamente y llamó a la puerta. Se sintió muy aliviada cuando vio a la persona que acababa de abrir, y que no parecía nada extraña. Era una mujer alta, de pelo canoso y sonrisa agradable.

―Hola. Soy Sam…

―¡Sam…! Sí, claro que sí… Debes de ser la hija de Hemp. Pero entra, por favor. ¿Tú marido no ha venido contigo, o es que está aparcando el coche?

―No, yo...

―¿Es que no ha podido venir? Qué lástima. Pero me alegra que hayas venido, aunque sea sola. Hemp estará encantada. Vamos, entra, querida. Ahí afuera hace mucho frío, ¿no te parece? No puedo creerlo. En los partes meteorológicos habían dicho que tendríamos buen tiempo durante una semana.

―Yo oí que…

―En fin, nunca se sabe con esas cosas ―la interrumpió―. Pero deja que guarde tu abrigo. Ah, y puedes dejar tus botas aquí. Eso de encontrar las botas cuando una se marcha de una fiesta navideña es una especie de tradición en este país, ¿verdad? El año pasado fui a una fiesta y me marché con las botas de otra persona ―dijo, mientras entraban―. Pero aún no me he presentado… soy Mimi Saunders. Pero, por favor, llámame Mimi. Cuando me llaman señora Saunders sólo consigan que me sienta más vieja. En fin, voy a ver si puedo encontrar a Hemp.

―No, no ―dijo Sam, con rapidez―. Señora Saunders… Mimi yo no soy la hija de…

―¿No eres la hija de Hemp? ―preguntó, observándola con atención―. Debo admitir que no te pareces demasiado, ni a él ni a Margery.

―Probablemente no. Yo…

―Claro que siempre podrías ser el resultado de alguna aventura extramatrimonial… ―rió Mimi―. Pero no puedo imaginar a Hemp en una situación como ésa.

En aquel instante, otra mujer apareció en el recibidor. Era más alta y delgada que Mimi.

―Ah, Marissa… te presento a Sam. No es hija de Hemp.

―Pues claro que no ―dijo Marissa. Sin reconocerla del todo. Habían pasado muchos años y Sam ya no tenia los mismo rasgos que cuando era solo una niña ―. Cualquiera se habría dado cuenta con sólo mirarla. Hola, Sam… ¿Eres amiga de Charmaine?

―No ―respondió, mientras estrechaba su; mano―. Soy…

―Uf… menos mal ―dijo Marissa en voz más baja―. No quiero decir que tenga nada en contra de los amigos de Charmaine, ni contra la propia Charmaine, pero son bastante raros en general. Creo que se debe a que casi todos son de Detroit.

―Nunca he estado en Detroit ―aseguró Sam. Sam miró a su alrededor. La alfombra, de color verde pálido, y las paredes de color pastel demostraban buen gusto. Empezaba a pensar que los familiares de Freddie eran personas normales y corrientes, y con cierto sentido en asuntos de decoración.

―Yo tampoco ―dijo Marissa―, aunque pasé una temporada en Denver. Por cierto, en realidad me llamo Marissa, Marissa Benson, aunque todos me llaman solo Marissa.

―Marissa ―repitió Sam―. Marissa Benson… la madre de Freddie ― apenas Sam podía creer que la mujer de enfrente fura la misma señora que le decía delincuente en la secundaria.

―Claro, yo… ―Marissa dejó de hablar y la miró con sus grandes ojos marrones, muy parecidos a los de su hijo―: ¿conoces a Freddie? ―preguntó, asombrada.

―Si ―respondió, ruborizada―. El… me ha invitado a venir.

― ¿Te ha invitado a la fiesta? ―preguntó Marissa, sin salir de su asombro―. ¿Has oído eso, Mimi? Freddie la ha invitado…

Mimi y Marissa la miraron con extrañeza, como si estuvieran viendo a un bicho raro. Sam deseó que la tierra se la tragara.

―Bueno… Freddie… él me ha invitado a la fiesta y… en fin, dijo que a nadie le importaría ―acertó a decir.

― ¿Importamos? Por supuesto que no nos importa ―dijo Marissa, mientras tomaba del brazo a Sam ―. De hecho, estamos encantadas.

Marissa hizo un gesto hacia tres mujeres que estaban charlando, ninguna de las cuales era mucho mayor que Freddie.

― Y esas son las hermanas de Freddie. Pero ven, te las presentaré… Sam, te presento a Marilla, a Shelby y a Charmaine. Queridas, os presento a Sam. Es amiga de Freddie. Las tres mujeres dejaron de hablar y miraron en absoluto silencio a la recién llegada.

Sam sabía que Marissa se había vuelto a casar con un hombre que tenía tres hijas. Las cuales Freddie considereban como sus verdaderas hermanas.

― ¿Amiga? ¿De Freddie?

Shelby la miró con absoluta curiosidad mientras la preciosa Charmaine estrechaba la mano de Sam, con entusiasmo.

― ¿Cuándo ha ocurrido? ― preguntó Charmaine ―. Espero que queráis casaros en Navidad. Las bodas navideñas son… maravillosas.

―No hemos pensado en casamos ―dijo Sam―. De hecho…

― ¿Pero cómo puedes preguntar una cosa así? ―preguntó Marilla―. ¿Es que aún no te has dado cuenta de que las cosas no han llegado a ese punto? Si no tienes cuidado, la asustarás. No le hagas caso, Sam. Charmaine es una romántica empedernida. Hasta cree que todos los días son mágicos.

―y lo son ―dijo Charmaine, haciendo caso omiso del comentario de su hermana―. Todos, menos los idus de marzo. Ese día no es bueno para nada. Yo no me casaría por esas fechas.

Su sonrisa era tan amistosa como la de Marilla, así que Sam sonrió a su vez y pensó que Freddie se equivocaba en lo relativo a sus familiares. No había lada malo en ellos, excepto, tal vez, una inusitada tendencia a sacar conclusiones apresuradas.

― ¿Cómo conociste a Freddie? ―preguntó Shelby ―. Perdónanos, pero nos morimos de curiosidad.

― Pues entré en…

― Ah, vaya… amor a primera vista ― dijo Charmaine, dando un codazo amistoso a Marilla ―. ¿No te parece maravilloso?

―Desde luego, es muy romántico. ¿Qué ocurrió, Sam? ¿Os mirasteis y decidisteis que estabais hechos el uno para el otro?

―Yo no diría que fuera exactamente así. ―En aquel momento Sam oyó la voz de un hombre.

― ¿Sam?

Se volvió y vio que Freddie avanzaba hacia ellas entre la pequeña multitud. Llevaba pantalones oscuros, camisa blanca, y un jersey marrón y verde que acentuaba el brillo de sus ojos. Sam se alegró muchísimo de verlo, aunque intentó convencerse de que su alegría se debía, tan sólo, a que podría sacarla de aquel lío.

Freddie se detuvo a su lado y sonrió.

― Acabo de verte ahora mismo ―dijo él.

― Es que acabo de llegar.

Freddie miró al grupo de mujeres. Sobre todod a su madre que miraba intensamente a Sam.

―Ya veo que has conocido a mi madre y a mis hermanas.

―Sí, yo…

―En efecto ―la interrumpió Marissa―. Y estamos encantadas con ella, Freddie. Pero deberías habérnoslo dicho…

Freddie frunció el ceño, confundido.

― ¿A qué te refieres?

―A lo de Sam ― respondió Marilla ―. O más bien, a lo que hay entre Sam y tú.

―Entre Sam y yo… ―repitió Freddie, sin entender nada.

― ¿por qué no nos lo dijiste? ―preguntó Charmaine.

― ¿Es que pensaste que no nos gustaría? ―preguntó Marilla.

― ¿O es que querías sorprendemos? ―preguntó Shelby.

Todas lo miraron, expectantes. Freddie miró a Sam, confuso, y Sam carraspeó antes de entrar en explicaciones.

― Precisamente estaba intentando explicar a tu familia lo de… nuestra relación.

― Ah, ya, nuestra relación.

― Efectivamente ― dijo Sam, mirando a las mujeres. Sobre todo antes de que Marissa Benson empezará a gritar. Aun no entendía porque no la había echado ya de la casa―. Veréis, Freddie y yo no…

― No te preocupes, cariño ― la interrumpió Freddie, con ojos brillantes ―. Es mi familia y quiero que lo sepan.

Freddie sonrió y la abrazó ligeramente. Sus tías y su madre también sonrieron.

La única que no estaba sonriendo, de hecho, era Sam. Estaba pensando en el método más atroz y doloroso de asesinar a Freddie Benson.

― Personalmente prefiero a las variedades de pelo corto ― dijo Marilla ―. Aunque en cierta ocasión tuve un gato de Angora y me gustaba muchísimo. ¿A ti qué te parece, Sam?

―Yo, bueno… no sé mucho de gatos. Pero los encuentro muy interesantes.

―Porque lo son. Sabía que pensarías lo mismo que yo ―dijo Marilla, sonriendo―. ¿Quién sabe? Puede que se deba a alguna especie de conexión cósmica, como diría Charmaine.

Sam se limitó a sonreír. Le habían caído bastante bien, y al parecer el sentimiento era recíproco. En cambio, no podía decir lo mismo de Freddie. Su cabeza era un total lió no entendía muchas cosas, sobre todo con lo que respectaba con la madre de Freddie. La había abrazado e incluso le había dicho que estaba feliz porque su hijo terminará con una mujer tan linda. O una de dos o había entrado a un universo alterno o esto era una horrible pesadilla

―Tal vez ―dijo Sam―. ¿Me perdonáis un momento? Tengo que hablar con Freddie.

Marilla asintió con indulgencia.

―Ah, claro, el amor… ¿No es maravilloso?

―Espléndido, sin duda ―murmuró Sam.

Se alejó de las mujeres y salió en busca de Freddie. Estaba charlando con un pareja, mientras tomaban unos vasos de ponche.

―Ah, aquí estás ―dijo Freddie, al verla―. Cariño, te presento a mi tío Frank y a mi tía Louise. El tío Frank es asesor financiero. Freddie pasó un brazo por encima de los hombros de Sam.

―En efecto ―dijo Frank, mientras estrechaba la mano de Sam―. Hola, soy Frank Bromwell. Encantado de conocerte. Estaba diciendo a Freddie que podría venir a verme el día de año nuevo. Y como estáis juntos, tú también quedas invitada.

―Muchas gracias ―dijo Sam, sonriendo―. ¿Podéis perdonamos un momento, por favor? Tengo que hablar con Freddie.

―Por supuesto, marchaos ―dijo Louise―. Frank y yo recordamos lo que se siente en situaciones como la vuestra, ¿verdad, Frank?

En cuanto se alejaron de los demás, Freddie miró a Sam y preguntó, en un susurro:

―¿y bien? ¿Qué tal te va? ¿Has descubierto algo personal sobre ellos?

―No, sólo que a Marilla le gustan los gatos. Pero tenemos que hacer algo. Tus parientes creen que…

Freddie negó con la cabeza.

―No podemos hacer nada al respecto, Sam. Siempre han sido así.

―Pues a mí no me hace ninguna gracia. Piensan que tú y yo… que tú y yo mantenemos una relación sentimental.

―¿De verdad? ―preguntó, tomando un poco de ponche―. Me pregunto por qué.

Sam entrecerró los ojos.

―Lo sabes de sobra.

―Te aseguro que nunca he sabido lo que piensan, ni por qué lo piensan ―lijo, con cierta solemnidad.

―Pues en este caso creo que es evidente. Tú… ― Freddie la interrumpió colocando un dedo sobre los labios de Sam. ―Sss… alguien podría oímos.

―Quiero que me oigan. Quiero que…

―Calla ―dijo Freddie.

Freddie la tomó de la mano y la llevó a la cocina.

―¿Se puede saber cuál es el problema? ―preguntó él, en cuanto estuvieron a solas.

Sam se apartó de él y se apoyó en la encimera.

―¿A ti qué te parece? El problema es que piensan que mantenemos una relación. Y lo piensan porque tú les has dicho que…

Freddie se encogió de hombros.

―Tenía que darles alguna excusa. Además, ¿qué se suponía que podía decir? No podía decir que eres mi duende navideño, ¿no te parece?

―Existe una enorme diferencia entre un duende navideño y lo que esas personas están pensando.

―En realidad, no. En tu tarjeta dice que proporcionáis todo lo necesario para que vuestros clientes tengan unas navidades felices. ―dijo él, mientras le ponía una mano sobre el hombro.

Sam empezaba a arrepentirse de haber aceptado el trabajo.

―Sí, pero…

―No he tenido otra opción, Sam. Además, en este momento necesito una novia. Si no la tuviera, me buscarían una.

―Pues si necesitas una mujer, búscate una ―espetó.

―¿Qué? ¿Qué me busque una mujer ahora mismo? No sólo es imposible, sino que no quiero hacerlo. Además, es una oportunidad perfecta para que averigües algo personal sobre mis familiares. ¿Has notado cómo han reaccionado? Estaban deseando conocerte. Desean hablar contigo.

―Sí, pero…

―En tal caso, no deberías tener problemas para averiguar detalles personales ―sonrió, triunfante.

Sam podría haberlo estrangulado, pero no lo hizo.

―Freddie, por favor… no es como si creyeran que estamos saliendo. Creen que vamos a casamos.

―¿Y qué?

―Que no es cierto. ―Freddie se encogió de hombros.

―Bueno, no tienen por qué saberlo.

―Freddie Benson, nunca había escuchado algo tan horrible. No puedes mentir a tus parientes de ese modo. Sobre todo, en Navidad.

―No he mentido, Sam. Sencillamente han sacado sus propias conclusiones, eso es todo.

―Una conclusión errónea, y tú no te has molestado en sacarlos de su error.

―No, es cierto y no pienso hacerlo. Ya has visto lo que me esperaba en la fiesta ―dijo, haciendo un gesto hacia el salón―. Han traído a varias mujeres, sólo para que me conocieran.

Sam pensó en tres mujeres, bastante agresivas, que había conocido minutos antes.

―Bueno, son bastante agradables ―mintió.

―¡Ja!

―Freddie…

―Además, no sabría de qué hablar con ellas. No tengo nada en común con la dueña de una tienda de ropa, con una criadora de gatos y con una mujer que se gana la vida haciendo hechizos.

Sam se frotó la nariz.

―Supongo que son un poco… excéntricas. Pero eso no es razón para que…

―Es razón de sobra. Si no estuvieras aquí, se me habrían lanzado al cuello. Y luego me llamarían por teléfono con intención de salir. Marilla, Charmaine, Mimi, mi madre y Dios sabe quién más, llamarían más tarde para saber si había salido con alguna de ellas.

Yo tendría que buscar alguna excusa, como siempre, o me vena obligado a salir por compromiso con una mujer que no me gusta. Pero, de este modo, no tendré que hacerlo.

―Sí, lo comprendo, pero…

―En cuanto a mis parientes… a ellas les da igual mientras salga con alguien. Además, se lo merecen. Han sido ellas las que han llegado a una conclusión equivocada, y no te dieron ocasión de sacarlas de su error.

―No me extraña que se hayan equivocado. A fin de cuentas tú…

Freddie alzó una mano.

―Bueno, bueno… puede que les haya seguido el juego, pero estaban dispuestas a creérselo de todos modos y por otra parte, no hacemos daño a nadie. Son felices. Y les gustas.

Sam lo había notado. De hecho no recordaba haber estado nunca en mitad de un montón de personas que pensaban que era el ser humano más maravilloso del mundo.

―Sí, ahora son felices. Pero, ¿crees que seguirán siéndolo cuando descubran la verdad?

―¿ Y cómo van a descubrirla? Yo no pienso contárselo.

―Tendrás que decir algo. La próxima vez que vayas a una reunión como ésta…

―No tengo intención de ir a otra reunión en una buena temporada. Eso es parte de tu trabajo, por si lo has olvidado. Tienes que encontrar excusas aceptables para librarme de esas invitaciones.

―Pero…

―En cuanto a mi familia… si vuelven a preguntar en el futuro diré que ya no salgo contigo. No será una mentira.

―No, no lo será, pero…

Freddie suspiró y se apoyó en la encimera, a su lado.

―Oh, vamos, Sam, no le des tanta importancia. Sólo será una noche. Sólo tienes que hacer lo que estás haciendo, exactamente. Y es una oportunidad perfecta para que descubras cosas personales sobre mis parientes.

Sam pensó que tenía sentido, en cierto modo.

―Además, ¿qué otra cosa puedes hacer? ―continuó él―. No podrías convencerlos de que no tenemos una relación. Quieren creerlo, por si no te has dado cuenta.

― Bueno…

― Y quién sabe… podría ser divertido.

― ¿En qué sentido?

Freddie acarició su mejilla y Sam se estremeció.

―En muchos sentidos.

Sam dio un paso atrás. No podía dejarse llevar, ya no era la misma adolescente y no se dejaba guiar por solo sus instintos. Tomó una bocanada de aire y miro a Freddie decidida a mandarlo muy, pero muy lejos de un solo golpe.

― Eres un chico bastante travieso, ¿lo sabías? ― le dijo cerrando el puño y esperando el momento para golpearlo.

― El peor de todos ― dijo él, con solemnidad.

En aquel instante pudieron oír la voz de Mimi, que estaba en el salón, dirigiéndose hacia la cocina.

― Están en la cocina, Marissa ― dijo la mujer ―. ¡Y creo que se están besando!

― ¿Lo ves? ― preguntó Freddie, en voz baja ―. A estas alturas ya no podrías convencerlas.

Sam le importaba muy poco lo que la familia de Freddie pensara o dejara de pensar. Lo único que le importaba era salir de ahí y no volver jamás. Aunque él castaño se molestará de por vida ella no iba a mentirle con algo tan serio, en sus locos años anteriores le hubiera parecido una estupenda broma, pero eso ya no era así. Ya no era esa Sam.

― Freddie yo creo…

― Sam solo hoy… por favor.

Sam negó con la cabeza y se alejo un poco de él. Cuando su teléfono empezó a vibrar lo sacó de su bolso y pudo ver que Carly le marcaba, decidió ignorar la llamada. Volvió entonces a ver su fondo de pantalla y su corazón se removió inquieto. Maldita sea necesito el dinero se repitió por enésima en la mente y dejo su orgullo a un lado.

― Esta bien Freddie solo… por esta vez ― Dijo no muy convencida.

Mimi entro en ese momento y los llevo a ambos a fuerza hacia la sala. Por algún motivo parecía ser el centro de atención de todos que ellos fueran parejas.

― Me he divertido más que en todas las reuniones familiares a las que había asistido ― declaró Freddie cuando subieron al coche, minutos más tarde.

Freddie había pasado un brazo por encima del asiento de Sam, Y su pierna derecha rozaba el muslo izquierdo de la mujer.

―En cuanto te vieron, me dejaron en paz ― continuó, sonriendo, mientras arrancaba ―. Debí buscar un duende hace años.

― Debiste buscarte una novia hace años ― dijo ella ―. ¿Es que nunca le habías presentado a una mujer?

Freddie consideró la pregunta antes de negar con la cabeza.

―No, no lo creo. Al menos, recientemente.

―¿Por qué no? Supongo que sales con mujeres, ¿no?

―Sí, claro que sí ―respondió, a la defensiva―. Pero no las llevo a casa, para que conozcan a mi familia, a la primera de cambio.

Sam pensó en la forma en que la habían recibido.

―Tal vez sea buena idea. Pero podías presentárselas pasado cierto tiempo. ¿O es que no sales mucho tiempo con nadie?

―Bueno… normalmente no.

― ¿Por qué? ― preguntó, sin dejar de mirarlo.

― No lo sé ― respondió, otra vez a la defensiva ―. Es que tengo mucho trabajo y… pero olvidémonos de mí y hablemos de ti. ¿Sales con hombres a menudo?

Sam pensó en los dos últimos hombres con los que había salido. Con Peter había pasado más tiempo saliendo como amigos que como novios, ella simplemente no sabía porque pero cada vez que lo besaba sentía estar besando a su hermano.

En cuanto a Kyle, el era perfecto para ella en toda la extensión de la palabra. Además de guapo y listo era divertido. Para la rubia era lo mejor de lo mejor. Ambos se amaban con locura y se habían comprometido después de dos años de una relación seria, pero unos meses antes de la boda un automóvil había arrollado a Kyle en su motocicleta matándolo al instante. Aquello la había dejado traumada y no volvió a salir con nadie.

―De vez en cuando ―respondió, en voz baja. No le diría nada de su pasado aun dolía demasiado para contarlo.

― ¿y tienes la costumbre de presentárselos a tus parientes?

― Lo haría, pero mi familia no vive en esta zona.

― ¿Dónde viven entonces? ¿En el Polo Norte? ― Dijo sonriendo.

― No ― respondió Sam ―. Mi madre y su ahora esposo viven en Yellowknife?

― ¿En Yellowknife? ¿En los territorios del noroeste? Dios mío… eso está bastante cerca del Polo Norte, en mi opinión.

― Sí, a veces parece el Polo Norte ― admitió ―. Está tan lejos que no puedo ir a visitarlos tanto como me gustaría ―. Una mueca de dolor se asomo por sus ojos que Freddie no pudo notar.

A Sam le habría encantado que su familia viviera más cerca, pero no era así, y el resto de sus familiares estaba diseminado por todo el país. Ella quería estar más cerca de su familia y no podía; y Freddie, en cambio, estaba tan cerca de ellos que prefería alejarse.

Freddie le dio un golpecito en el brazo y dijo:

― Siempre puedes ir a visitarlos en el trineo de Papá Noel. Estoy seguro de que no notará la presencia de un duende entre los juguetes. Pero hablando de duendes… ¿Qué tal te ha ido esta noche? ¿Has averiguado detalles personales?

― No demasiados, la verdad ― respondió, cerrando los ojos―. Se han empeñado en que hablara sobre mí y sobre ti.

― ¿Sobre mí? ― preguntó Freddie, alarmado ―. ¿Qué han dicho de mí?

― Que pasas demasiado tiempo en tu despacho y muy poco tiempo con ellos.

― Ah ― rió ―. Siempre están diciendo esas cosas, pero no sé por qué. Paso mucho tiempo con ellos.

― Sí, claro ― dijo, con ironía ―. Pasas tanto tiempo con ellos que necesitas que otra persona averigüe detalles personales sobre sus vidas.

― Bueno, yo he descubierto algo esta noche ― dijo Freddie ―. He averiguado que mi tío Frank es asesor financiero.

― Vaya, no puedo creerlo ― murmuró.

― Pues tú te has pasado toda la noche con mi madre y mis hermanas y lo único que has averiguado es que creen que paso poco tiempo con ellas. No me parece un detalle muy personal.

― Averiguar ciertas cosas en una sola noche es casi imposible ― explicó Sam ―. Son tus familiares, y deberías ser tú quien lo hiciera. Además, te equivocas en eso. He averiguado algo. Tu tía colecciona figurillas de Halsone.

― ¿Halsone? ¿Qué es eso?

― Una marca. No puedo creer que no te hayas dado cuenta, Freddie. Están por toda la casa… me refiero a esas figurillas de cerámica.

― Ah, eso… ¿Tú crees que eso es un detalle personal?

― Si te dedicas a coleccionarlas, sí. Es un detalle personal, y una costumbre muy cara.

― ¿Cómo sabes eso?

― Porque están en todas las tiendas ― respondió ―. y ahora que lo pienso, el otro día vi un pequeño arlequín que podría gustarle. Sería un buen regalo para ella.

― Bien… ya tenemos un regalo. ¿Qué hay de los demás?

― Ya se me ocurriría algo.

Sam pensó que ahora sería más fácil. Al menos había conocido a sus parientes en persona.

Freddie aparcó el vehículo frente al edificio en el que vivía Sam y la acompañó a la puerta. Sam sacó la llave de su bolsillo y lo miró.

― Buenas noches. Y gracias por haberme invitado a la fiesta. Me he divertido mucho.

― Yo también ―dijo Freddie.

― Sólo espero que no se entristezcan demasiado cuando sepan que no soy tu novia.

― Pero si eres mi novia… Al menos por esta noche ― declaró, colocando sus manos sobre los hombros de Sam ―. Y puesto que eres mi novia, yo diría que sería apropiado que…