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Los últimos rayos de sol acariciaban las calles de uno de los barrios residenciales de la periferia de Boston, cuando Jane, Myka y Helena llegaron a la dirección de Samantha Arson, una casa de una planta, con un pequeño porche delantero y lo que se adivinaba como un jardín trasero; el vecindario parecía tranquilo, dada la hora y siendo un día entre semana, con los primeros fríos de mediados de otoño, la calle estaba desierta.
Jane paró el coche a unos metros de la casa de Arson, observando los coches que había aparcados cerca; en el trayecto de ida, había contactado con Frost para saber si Silvermann tenía coche y de ser así, su marca, modelo, color y matrícula, así sabrían si el asesino se encontraba o no ya allí. Myka y Helena hacían otro tanto desde sus ventanillas.
—Allí —señaló la más joven de las agentes; estacionado justo en frente de la casa había un Chevrolet azul con placas que coincidían con las del sospechoso.
—Mierda, ya está aquí. Vamos.
Jane fue la primera en salir del coche, la mano izquierda yendo a por su pistola, que sacó en un fluido movimiento. Myka y Helena la seguían de cerca, sus propias armas listas ya en la mano; aunque Silvermann no había dejado rastro del uso de alguna clase de arma en sus víctimas, eso no quería decir que careciese de una. La detective se detuvo a un lado de la puerta y Myka al otro, quedando Helena enfrente. Intercambiaron una mirada y tras un leve asentimiento de Jane, la británica dio una potente patada a la puerta, abriéndola de par en par; de no encontrarse en una situación tan delicada, Jane se habría parado un momento sorprendida de la fuerza de la morena, ese cuerpo delgado suyo desde luego no insinuaba nada de ella.
—¡Policía de Boston! —Jane entró la primera en el salón, la pistola apuntando al sofá que quedaba de espaldas al pequeño recibidor.
—¡Apártese de esa mujer! —Myka y Helena entraron detrás y se desplegaron a sus lados, las armas también apuntando al frente, al hombre y la mujer que, sobresaltados por su entrada, se habían levantado y girado para encarar la puerta.
Pero pese a la sorpresa, Silvermann se había movido rápido y en la mano que hasta hacía unos segundos había sostenido un botellín de cerveza, tenía ahora el cuello roto del mismo, los quebrados y amenazantes vidrios rozando la piel del cuello de Arson, a la que agarraba con su otro brazo en torno a la cintura con evidente fuerza, pegando su cuerpo al suyo; los ojos casi negros encendidos. La dueña de la librería temblaba, gemía y lloraba presa del pánico, entre los sollozos suplicas de que la dejara marchar.
—¡Nooo! —Gritó—. Atrás, o le rajo el cuello.
—Baja ese cristal y déjala marchar, Robert —dijo Jane manteniendo un tono lo más calmado posible; tal y como tenía agarrada a la mujer delante suyo, la detective no tenía un tiro claro.
—¡No! ¡Tengo que terminar lo que he empezado! ¡Tiene que morir como los demás culpables!
—Por… favor… —gimió Arson.
—No, Robert, no tienes que terminar nada, porque ya está todo acabado —intervino Myka, moviéndose poco a poco hacia la derecha de Jane.
—No todavía —gruñó el hombre—. Tres muertes más. Tres sentencias más. Tres ejecuciones justas más.
—Esto no es justicia, Robert —negó Myka, podía ver a Helena deslizarse casi imperceptible por la izquierda, su arma eléctrica preparada, aunque tomar ese disparo podía ser arriesgado con el cristal roto tan cerca del cuello de Arson, si Silvermann caía mal, podía cortarle el cuello accidetalmente.
—¡Sí que lo es! —Exclamó Silvermann—. Esta… mujer envenena las mentes de aquellos que serán los maestros de nuestros niños y jóvenes, sus ideas y aquellas que se promulgan en su librería, serán las que corrompan la juventud… No puedo permitirlo.
—Está bien, Robert —asintió Jane, comprándole tiempo a Helena para situarse mejor—. Tienes razón, no podemos dejar que hagan algo así, pero no puedes ser juez y verdugo, la justicia no funciona así.
—La justicia de este país no me sirve. Por eso tengo que administrarla yo mismo.
—Ese no eres tú el que habla, es el vial, ¿verdad, Robert? —Aquello pareció sorprender al hombre, que se giró hacia Myka, ofreciendo un mejor blanco para Helena, pero el vidrio todavía estaba tocando el cuello de Arson.
—¡¿Cómo sabes tú nada de ello? —El hombre sacudió la cabeza—. No importa. No importa. El vial me ha dado el valor para llevar a cabo lo que es justo. Las sentencias son mías. Sí, mías.
—Muy bien, pues ¿por qué no la matas ya? —inquirió Jane dando unos pasos hacia Myka, atrayendo más la atención de Silvermann— ¿No quieres administrar justicia? Tienes un cristal contra su cuello, puedes cortárselo ya mismo.
Arson se estremeció y más lágrimas cayeron por su cara, sus sollozos contenían apenas palabras rotas.
—No… Así no —negó el hombre—. La pena es muerte por veneno.
—¿Veneno, Robert? ¿Por qué? —Preguntó Myka; "un poco más, solo un poco más", pensó al cruzar un momento fugaz su mirada con la de Helena.
—Porque así debe ser —Silvermann parecía algo confuso, como si no supiera realmente la razón de ello. Sacudió nuevamente la cabeza—. Da igual. Además, si le corto el cuello, me dispararéis y no podré terminar mi obra de justicia…
De repente, Silvermann se las quedó mirando unos segundos, vaciló como si cayera en la cuenta de algo.
—Erais tres. —Su mano bajó unos centímetros y su cabeza comenzó a girar— ¿Dónde…?
Pero no tuvo tiempo de terminar la frase, un rayo de color verde le alcanzó de pleno en la espalda, dejándolo inconsciente a él y a Arson en el acto, ambos cuerpos cayendo desmadejados al suelo; el de él hacia un lado y el de ella ligeramente hacia delante. Una sonriente y satisfecha Helena apareció tras ellos.
—Detrás de ti, querido —dijo ufana.
—¿Un taser, en serio? —Fue lo primero que atinó a preguntar Jane saliendo de su sorpresa, mirando a Myka.
—Experimental, sí —la agente disimuló como mejor pudo su sonrisa—. Adelante, detective, puedes detener a tu asesino. Solo están inconscientes.
Jane asintió, todavía sin dar crédito a lo que había visto, parecía sacado de una película de Star Wars o un capítulo de Star Trek; cuando le contara a Maura sobre ese rayo láser, no estaba muy segura de que la castaña fuera a creérselo. Y encima verde…
—¿Dónde tengo que firmar para que me den una pistola de rayos como esa? —Inquirió medio en broma medio en serio, al tiempo que esposaba a Silvermann, Helena y Myka estaban colocando a la pobre Arson sobre el sofá, "el suelo está bien para el bastardo", pensó Jane.
—Lo siento, pero es un arma única —dijo Helena—. Y no es exactamente un rayo láser, más bien…
—Nah, en realidad creo que prefiero no saberlo —Jane se estaba incorporando cuando algo llamó su atención—. ¿Qué tenemos aquí?
Debía ser el famoso vial, el asesino debía haberlo tenido en la mano en todo momento y al quedar inconsciente, lo había soltado, cayendo en el suelo no muy lejos de él.
Al oír a Jane, Myka volvió su atención a la detective para ver cómo alargaba una de sus manos hacia un pequeño objeto.
—¡Jane, no! —Exclamó la agente, deteniendo efectivamente el avance de aquella mano.
—¡Ua! ¿Qué? —Jane la miró extrañada.
—No lo toques —dijo Myka poniéndose un par de lo que parecían ser guantes de látex de color morado.
—No es como si nos hiciese falta coger huellas —comentó Jane incorporándose.
—No es por las huellas —dijo Myka agachándose y cogiendo el vial; Helena sacó una pequeña bolsa de color metálico, que abrió—. No es nada recomendable tocar estos objetos con las manos desnudas, créeme.
—Si tú lo dices… Después del rayo ese… —Jane era curiosa por naturaleza, pero sabía también hasta qué punto aquel par iban a seguir dándole información.
—¿No quieres hacer tú los honores? —Preguntó Myka a Helena, sosteniendo el vial sobre la bolsa abierta.
—No es necesario, adelante, embolsa este pequeño maldito.
Myka asintió sonriendo.
—Será mejor que nos apartemos un poco de ellos —señaló a las dos personas inconscientes y la detective—. Y, Jane, quizá sea mejor que te cubras los ojos. Tengo la impresión que este va a provocar, en palabras de Pete, un montón de fuegos artificiales.
—¿Qué?
—Ahora lo verás —dijo Myka, mientras ella y Helena se alejaban un poco hacia un lado—. ¿Lista?
La inventora asintió y echándose hacia atrás y cubriéndose la cara con su mano libre, Myka dejó caer el Vial de Cicuta en la bolsa estática, cientos de chispas blancas y moradas saltaron al aire, cuando el artefacto entró en contacto con el neutralizador de la bolsa, anulando sus efectos.
—¡Uo! No exagerabais —comentó Jane, esperando que aquella fuese la última sorpresa del día.
—Capturado, embolsado y listo para etiquetar —dijo Myka sonriente.
—Por fin —asintió Helena.
—Voy a llamar a Frost para decirle cómo ha ido todo y pedirle que envíe una unidad a recoger a este tipejo —dijo Jane, sacando su teléfono móvil; luego llamaría a Maura para decirle que todo había salido bien y que habían detenido al asesino.
—Será mejor que llamemos a Artie y que vaya preparando un sitio seguro para esto —Myka sacó el Farnsworth para comunicarse con su jefe.
Helena mientras contemplaba la bolsa que tenía en su mano. Después de más de cien años, por fin lograba poner final a aquel capítulo de su carrera como agente del Almacén, había logrado atrapar uno de los artefactos más escurridizos y peligrosos con los que se había cruzado. Sonrió complacida, Woolley y Caturanga estarían contentos y orgullosos. Una peligrosa curiosidad menos suelta en el mundo, tres vidas salvadas y un asesino que iba a pasar el resto de sus días en la cárcel. No habían sido las vacaciones que ella y Myka habían planeado, pero tampoco había estado tan mal.
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—¿Definitivamente tenéis que iros mañana? —Preguntó Maura después de una tranquila cena en su casa, sin duda, lo que las otras tres mujeres necesitaban tras los eventos del día.
—Me temo que sí —contestó Myka—. Es mejor poner estos artefactos a buen recaudo lo antes posible.
—¿Y el lugar donde los guardáis están en el sur de Dakota, no? —Inquirió Jane, mientras entre las cuatro terminaban de recoger la mesa y la cocina.
—Exactamente —asintió Myka.
—Bueno, todavía no sé lo que habrá allí, pero puedo decir que tenéis un trabajo interesante. Quizá demasiado interesante.
—Es un gran trabajo, la verdad —sonrió la joven agente.
—Puede que te gustase, querida, viendo cómo hemos podido dar con el Vial gracias a tu ayuda y la de tu compañero —comentó Helena.
—No sabía que podías ser humilde —medio bromeó Jane.
—Oh, muy graciosa, detective —la inventora sonrió de medio lado—. Pero como ves, sé reconocer el merito de los demás.
—Es una lástima que hayáis tenido que interrumpir vuestras vacaciones —comentó Maura, cambiando de tema para evitar que Jane y Helena se siguiesen picando.
—Con nuestro trabajo, te acostumbras a tener que acortarlas de tanto en tanto —dijo Myka—. Yo lamento más no poder pasar más tiempo en vuestra compañía. Con caso y todo, ha estado bien.
—La próxima vez, intentemos que coincidan nuestras vacaciones —sugirió Maura.
—Al menos unos días, así podría llevaros de visita a los mejores bares de Boston —intervino Jane—. Y a Fenway. Uno no puede decir que ha estado realmente en Boston, sino ha visitado el estadio de los Red Sox.
—¿De verdad, Jane? —Maura la miró entrecerrando ligeramente los ojos—. Con todos los monumentos y cultura que tiene esta ciudad y tú eliges Fenway.
—Ey, el estadio es un monumento en sí mismo. No puedes negarlo.
Myka y Helena rieron suavemente, siempre interesante y entretenido ver aquellos intercambios entre la forense y la policía; Myka se alegraba de que aun siendo tan diferentes entre sí, Jane y Maura hubiesen sido capaces no solo de desarrollar una gran amistad entre ellas, sino de dar el siguiente y más difícil paso hacia delante.
—¿Qué tal si la próxima vez venís vosotras a visitarnos a Univille? —Comentó la agente divertida, aunque la propuesta iba en serio.
—¿Uni… qué? ¿Existe de verdad un sitio llamado así? —Preguntó Jane extrañada ante el curioso nombre de la pequeña ciudad.
—Sí, sí que existe. Un sitio encantador en medio de ninguna parte —dijo Helena.
—Encantador mientras no crean que eres un inspector de Hacienda —señaló Myka—. Una larga historia —añadió ante las intrigadas expresiones de Jane y Maura.
—Bueno, nunca he estado en las Badlands…
—Yo tampoco, Jane. Podría ser interesante —Maura parecía emocionada con la idea.
—Pues ya sabéis, solo llamad para avisarnos si os decidís a pasar por allí. Estoy segura de que a Leena no le importará tener un par de huéspedes más en el Bed and Breakfast.
—Puede que os tomemos la palabra, pero espero que no haya ningún asesinato en ese Univille, mientras estamos de visita. A mí me gusta tener vacaciones de verdad.
Las cuatro rieron el comentario de Jane y siguieron charlando un poco más, hasta que el cansancio las llevó a desearse buenas noches, al día siguiente dos de ellas tenían que ir a trabajar, lamentablemente el crimen no paraba aparentemente ni siquiera para tomarse unas vacaciones, y las otras dos debían coger un vuelo temprano a Dakota y conducir varias horas hasta llegar al Almacén 13 y guardar el Vial de Cicuta en el lugar al que a partir de ahora pertenecería.
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—No ha sido tan malo trabajar con federales esta vez —comentó Frost al día siguiente, mientras él y Jane se preparaban para tomar el descanso para comer.
—Tengo que admitir que no ha estado mal. Aun con todo lo raro del asunto. Pero Myka decía la verdad ayer, y no hemos tenido ningún problema para empapelar a Silvermann —concedió Jane—. Aunque no pienso admitirlo ante Maura.
—¿Admitir qué, Jane? —La forense llegó a su altura sin que se hubiesen dado cuenta de que ya estaba allí, lista para ir con la detective a comer.
—Que le ha gustado trabajar con ese par de federales amigas tuyas.
—Eres un traidor, Frost —le dirigió una dura mirada, pero el hombre solo rió, despidiéndose de ellas con la mano y saliendo del departamento.
—Me alegra oírlo —dijo Maura, mientras echaban a andar también hacia la salida—. Habría sido… torpe que no hubieses congeniado bien.
—¿Congeniado, en serio? —Jane rodó los ojos—. Pero sí, es mejor que nos hayamos llevado bien, incluso con Helena. Sé que es buena en su trabajo, pero no hace falta alardear tanto. —Entraron en el ascensor.
—Hm, interesante que seas tú quien lo dice.
—No voy a picar —sonrió Jane invadiendo completamente el espacio personal de la castaña e inclinándose sobre ella—. Ya sé a dónde acaba llevando esa conversación, de todos modos.
—¿Ah, sí? —Maura se alzó ligeramente yendo al encuentro de los labios de la detective.
—Ajá… —Fue lo último que musitó Jane antes de que sus bocas se encontraran en un beso, que si rápido, no carecía de pasión y promesas para más tarde en el día.
—En cualquier caso —suspiró Maura cuando se separaron, segundos antes de que el ascensor se detuviera y abriera sus puertas en la planta de la calle—, me alegro de que Myka y tú os hayáis conocido, también de poder conocer al fin a Helena. Quizá la próxima vez podamos disfrutar de unas vacaciones, como tú dijiste, de verdad.
—Estaría bien, sí —sonrió Jane mientras salían de la comisaría a un soleado día de otoño.
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—Estamos de vuelta —dijo Myka al cruzar la última puerta que daba acceso a la oficina del Almacén.
—Bienvenidas, chicas —les saludó Claudia desde la mesa del ordenador—. Artie está realmente contento de que hayáis conseguido ese artefacto antes de que volviera a desaparecer.
—Nosotras también —comentó Helena sacando la bolsa de estática que contenía el Vial.
—Lástima lo de vuestras vacaciones —Claudia torció ligeramente el gesto.
—Ya recuperaremos esos días —dijo Myka.
—Espero que no esperéis que sea muy pronto —oyeron decir a Artie, el hombre volvía en ese momento del archivo contiguo a la oficina.
—¿Otro ping? —Inquirió Helena.
—Sí. Pete y Steve están ahora en Texas ocupándose de un viejo revolver… Da igual —agitó una mano—. Así que si tenemos otro caso, os tocará haceros cargo a vosotras. Muy bien, déjame ver.
Helena le pasó la bolsa con el Vial, Artie, que ya tenía puestos los guantes, la abrió y dejó caer el artefacto sobre una de las mesas.
—Tan pequeño y peligroso. Tengo el sitio ideal para ti —murmuró—. Gran trabajo —dijo mirando a sus agentes.
—Gracias. Aunque en parte se lo debemos a los detectives Rizzoli y Frost y a la Doctora Isles —señaló Myka—. Han sido de gran ayuda.
—Estoy al tanto, sí —asintió Artie—. Un cambio agradable cuando la policía de turno te ayuda, en vez de ponerte trabas o hacer demasiadas preguntas.
—Oh, la detective Rizzoli tenía muchas preguntas —intervino Helena—. Pero creo que su confianza en nosotras y en que trabajando juntos podríamos detener al asesino, se sobrepuso a su curiosidad.
—Muy bien, podéis tomaros el resto del día libre. Pero no salgáis de Univille, si surge algo, quiero que estéis cerca.
—De acuerdo, Artie. Hasta luego, Claud.
—Bye, bye —la joven agitó una mano sin ni siquiera apartar la mirada de la pantalla del ordenador.
De vuelta en el exterior y subidas en el todoterreno de Myka, emprendieron el camino hacia el B&B. Una vez allí y tras deshacer sus equipajes, Myka sugirió el tomar un largo y relajante baño.
—Aprovechando que tenemos la casa prácticamente para nosotras solas y que Pete no podrá interrumpirnos, como parece ser su "habilidad" —dijo rodeando la cintura de Helena con sus brazos, rozando ligeramente su nariz con la de ella.
—Mmm… es la mejor idea que he oído esta semana —la inventora entrelazó sus brazos tras el cuello de Myka, atrayéndola más hacia así, hasta que se fundieron en un largo y despreocupado beso, que fue escalando en pasión y temperatura.
Sí, pensó Myka, definitivamente un baño era la mejor forma de dar por finalizadas sus más que breves vacaciones y comenzar el resto de su día libre.
. — FIN — .
