Epílogo:

A penas llevaban un par de día separados y la echaba de menos. Kagome había ido a Nueva York a recoger su premio Pulitzer por el artículo que escribió sobre él. El artículo era fabuloso, de lo mejor, y él le dejó bien claro que pensaba que exageraba al hablar de él como si fuera un héroe. Era la primera vez que se separaban desde que ella se convirtió en reportera free lance y se fue a vivir con él en su isla.

Se casaron en cuanto volvieron. Su siguiente paso fue remodelar toda su casa para adaptarla a la nueva familia. Su hija nació diez meses después de que se casaran. La pequeña Hikari se había convertido en toda su vida. Ella fue el motivo por el que no acompañó a Kagome a Nueva York. Aunque había compañías preparadas para llevar niños de nueve meses, ellos no querían subir a su hija a un avión siendo tan pequeña. Decidieron que lo mejor sería que Kagome fuera sola.

Kikio Tama, afortunadamente, había centrado su atención en nuevas presas y Kagome ya no tenía motivos para ponerse furiosa con él. Vivían con muchos lujos. Muebles traídos del antiguo piso de Kagome en su mayoría. Por lo demás, su vida era más o menos sencilla aunque Kagome conservara su pasión por la moda y las marcas de lujo. Ahora bien, Kagome ahorraba casi todo su dinero para pagar la universidad de Hikari y de sus futuros hijos. Ella insistía en que sus hijos irían a la universidad y siendo ella su madre, él estaba seguro de que todos lo harían.

En ese momento se encontraba de pies en la arena, observando el mar. Su hija de nueve meses estaba sentada junto a él, jugando con su pala y su cubo mientras que Tom correteaba a su alrededor. Ese maldito perro estaba enamorado de Kagome y de Hikari. No podía haber ninguna otra explicación.

- Papá…

Se acuclilló junto a su hija y le sonrió. Hikari acababa de hacer ella sola su primera torre de arena.

- Muy bien, Hikari.

Le dio un beso en la frente a la sonriente niña y se volvió a erguir. De repente, llegó a su nariz el olor de un perfume que conocía muy bien. Se volvió y se encontró con su esposa. Ella llevaba en una mano sus carísimos zapatos y en la otra su trofeo. Estaba vestida con un precioso vestido beige que se ajustaba a su figura y estaba algo desaliñada.

- No volvías hasta mañana…

- Os echaba de menos.

Y ellos a ella. Kagome se acercó primero a su hija para darle la bienvenida y dejó sus zapatos y el premio sobre la arena. Hikari no dudó en gatear hacia el premio para descubrir por qué brillaba tanto.

- ¿Qué tal fue la gala?

- Ya sabes, aburrida y carente de interés.

Ella se abrazó a él y le dio un beso antes de que Tom, alzándose sobre sus patas traseras, interrumpiera su beso a lametazos.

- ¡Maldita sea, Tom!

El perro no se aminoró por el mal genio de su dueño y continuó dándole lametazos a Kagome mientras ella sonreía. Era agradable saber que te echaban de menos en algún sitio. Cuando al fin consiguió que el perro se relajara, volvió a abrazar a Inuyasha y continuó con su triste relato.

- Mientras estaba allí no hacía más que pensar en que me dieran de una buena vez mi maldito premio para poder marcharme…

Él se rió al escucharla y la estrechó entre sus brazos. Se escucharon las carcajadas de su hija y cuando la miraron descubrieron a Tom lamiéndole la cara.

- ¡Tom!- lo llamó- ¡Te tengo dicho que no lamas a Hikari!

- ¡Déjalo!- le reprochó Kagome- Sólo le está demostrando lo mucho que la quiere.

Gruñó por lo bajo y la soltó para levantar a Hikari de la arena. Tom lo siguió de cerca, preparándose para volver a lanzarse sobre su presa.

- Eres incorregible, Tom.

- Y tú también, marido mío.

Kagome le dio un beso en la mejilla y los abrazó a ambos pensando en sus vacaciones. Si le hubieran dicho que sería tan feliz después de tomarse unas vacaciones, lo habría hecho mucho antes.