Después de inútiles intentos, Rumiko no me cedió los derechos de autor.
De hecho, por alguna razón terminé en la cárcel. -?-


Peligro: mano maldita

La anécdota que les voy a relatar se ubica en la época antigua, en la lejana era del Sengoku Jidai. Tiempos de guerras civiles, demonios y perlas malditas, de muertes y confusiones... Confusiones. Confusiones de todo tipo.

En aquellos tiempos había un grupo que luchaba contra un gran demonio por el poder y control de la Perla de Shikon, que por causas ajenas a nuestra historia, se repartió por el antiguo Japón en millares de fragmentos. Sí, tanto ustedes como yo estamos muy al tanto de a qué grupo nos estamos refiriendo.

Resulta que aquel día la joven Kagome se encontraba ensimismada en sus estudios (de Matemática, Química e Historia) de vuelta en su época. Inuyasha, celoso y aburrido, había decidido ir con ella a desconcentrarla (y a jugar con Buyo). Miroku, Sango y Shippō descansaban tranquilos en la aldea de la anciana sacerdotisa Kaede.

Esta vez no sabremos sobre las venturas o desventuras de Inuyasha y Kagome en la época moderna (lugar de tantos y diferentes peligros). Esta historia es exclusivamente sobre Miroku. De cuando Miroku se encontró con Jakotsu.

Pero esta, amigos, no es una historia de amor.

Hacía dos días y un par de horas que Kagome e Inuyasha faltaban. Ya más que tranquilidad, su descanso era un tormentoso aburrimiento. Después de mucho dudar, el sabio monje finalmente se decidió. En un descuido de Sango, cruzó rápido parte de la aldea, se escondió bajo una capucha discreta y se perdió entre la gente que abandonaba el lugar.

Seguido por sus mañas y por ese añoramiento, ese cosquilleo, que sentían sus manos por tocar diversas curvas, caminó a paso feliz (tarareando alguna canción pegadiza de Pop que Kagome traía en su reproductor de mp3) hasta el poblado más cercano, que (¡por suerte!) no quedaba mucho más lejos de allí.

No era que efectivamente iba a engañar a Sango (¡por favor, ellos no eran nada después de todo!) y no iba a abandonar a su grupo por nada del mundo, así que técnicamente no hacía nada malo escapando unas horas para llevar la vida de monje solitario que tanto tiempo atrás había abandonado al unirse al grupo de Inuyasha en busca de los fragmentos y el bendito culo de Naraku.

Volvería antes del anochecer sin que nadie notara su ausencia siquiera, alegando haber ocupado toda su tarde ayudando a pobres señoritas en sus labores diarios y problemas domésticos, siempre en la extensa aldea de Kaede.

Podría disfrutar, entre tanto, de su descanso de Naraku, los Siete Guerreros y del mismísimo Buda, con sus manos reposando tranquilas en alguna señorita del lugar, una que se riera divertida y avergonzada ante la pregunta de tan distinguido caballero: «¿quisiera tener un hijo conmigo?...»

Una vez que llegó al nuevo poblado se encargó de piropear a cuanta mujer se le cruzara enfrente... sin perder la oportunidad de proponerles tener un descendiente con él, claro, era totalmente necesario tener mucha cría para vencer a Naraku y sacarse la maldición de encima.

Eso le llevó un par de horas.

Y sin más preámbulos, finalmente llegamos a la parte más entretenida, más didáctica, de esta pequeña historia.

Mientras Sango notaba su ausencia (recorriendo toda la aldea con los ojos inyectados en sangre) y, con la vena palpitante, ordenaba a Kirara a que lo llevara hasta donde sea que él estuviera (sabría Kami-sama cómo Kirara lograba semejante hazaña con solo su olfato), Miroku se acercaba casi sigilosamente a una hermosa joven de espaldas apenas anchas.

Por lo corto de su kimono, Miroku pudo entrever las musculosas piernas de la jovencita; y déjenme decirles que después de conocer a Sango, las piernas entrenadas, marcadas, firmes, era algo que le llamaba mucho la atención.

Entre sus piernas y ese cabello azabache corto y despeinado, esa misteriosa mujer que no dejaba ver su rostro y se paseaba a lo largo y ancho de la aldea con movimientos sensuales de cadera... lo había embelesado.

O tal vez era solo curiosidad.

Miroku sintió un cosquilleo extraño al posar su mano en la cintura de la joven y, mientras bajaba hasta la curva de su cola, no dudó en seguir con su frase habitual:

—Disculpe, señorita, pero no pude evitar observarla y preguntarme si le gustaría tener un hijo... —La joven se dio vuelta, mostrando sorpresa en su semblante. Miroku estaba igual al terminar.— conmigo?

Que. Diablos.

Tanto el rostro de Miroku como el de Jakotsu, pues esa era la identidad de la «jovencita hermosa», estaban coloreados con molestas manchas rosas. El monje sintió unas ganas increíbles de tirarse en un volcán en erupción. Pero no había ninguno cerca.

Jakotsu empezó a dibujar una enorme sonrisa en su rostro y, medio sorprendido, cuarto confundido y cuarto sin saber qué hacer, estiró sus musculosos brazos hacia el cuello de Miroku y lo envolvió en un caluroso abrazo. No dejaba de replicar:

—¡Ah! ¡El monje! También es bonito, aunque preferiría a mi Inuyasha...

Y muchas cosas por el estilo. Miroku no entendía mucho en ese momento, ya que estaba en una especie de estado catatónico. Entre tanto saltito, abracito, besito y voz chillona, solo atinó a sacar su mano del trasero del guerrero más sádico y más rarito de los siete que revivió Naraku.

Desde unos pasos atrás, Sango observaba la escena un poco preocupada, consternada y un par de adjetivos más que no se terminan de formular en mi cabeza.

Cuando el monje logró separarse del guerrero (sin cortes, besos ni cuchillas de por medio) se percató finalmente en la presencia de la exterminadora y titubeó un pequeño:

—No es lo que parece.

Aunque era exactamente lo que parecía: le había metido mano a Jakotsu. Y hasta le había pedido un hijo.

¡¿Qué pasaba con el mundo?!

Jakotsu, ignorante respecto a los pensamientos del monje, replicó algo así como «¡Esa mujer!». Pero no hizo más que preguntarle por Inuyasha y despedirse casi al instante (y milagrosamente, sin destripamiento de por medio), ya que un par de insectos de Naraku habían aparecido y eso solo podría significar una cosa: tenía que sacar su reluciente trasero de ahí y volver a dar la información acumulada. *

De vuelta a la realidad de Miroku, no solo tuvo que correr (literalmente) a la aldea de Kaede (Sango lo dejó totalmente a su merced, mientras escapaba a carcajadas sobre el lomo de Kirara), sino que también tuvo que explicarle, bajo algunas miradas medio asesinas y medio divertidas, cómo es que llegó a aquella situación... para que no piense nada raro. También suplicó, se arrodilló, volvió a rogar, lloriqueó y pataleó para que Sango no contara nada de lo ocurrido como una anécdota más entre su grupo. Por supuesto que es culpa de ella que lo cuente yo ahora, pero eso es otro tema.

Miroku consiguió reflexionar seriamente sobre esas mañas suyas aquella noche. No siempre eran malas, eso era verdad, pero ocasionalmente eran terribles. No solo conseguía golpes y miradas poco cariñosas de Sango, sino que también podía acabar tocándole el trasero a un conocido enemigo y pidiéndole descendencia.

Lo peor: esta era como la segunda vez que le ocurría algo así.

Acarició su mano maldita mientras suspiraba.

Definitivamente, tenía que empezar a prestar atención a los rostros de las personas. Tal vez con eso lograba evitar ese tipo de catástrofes.

Se giró para un costado. Concluyó que esa maldición sería difícil de sacar, así que por el momento su mano seguía representando el mismo peligro de siempre... Y a eso probablemente se le sumaran los guiños cariñosos de Jakotsu en la línea enemiga.

Oh... Esa maldición acabaría matándolo.


Nota de la autora

# En respuesta al Reto #14 de «Retos a Pedido» del foro ¡Siéntate!, propuesto por Hot pink world by Rinsami.
Número de palabras: 1261.

* Esta pequeña parte sirve como indicio a uno de mis Short!Fic.

Están invitados a endeudarse hasta las cejas en el foro. Pueden encontrar el link en mi perfil C: