Disclaimer: Los personajes no son míos, lo único de mi autoría es la historia hecha con fines de entretenimiento.
Notas: Lector, si a ti te apetece te invito a pasar a mi página de Facebook: ChibiCarshmenIchigo (Debo muchas explicaciones lo sé)
ACTO XVI. OCURRIÓ EN EL CASTILLO…
Parte I.- El dormitorio.
El castillo de Vanika era sumamente hermoso, la amplia arquitectura brindaba un espacio armónico, que sólo se perturbaba un poco ante la pared desnuda, se componía de largos pasillos tapizados perfectamente de un elegante y fino terciopelo carmesí.
Fray Joseph avanzó por el vestíbulo, observando todo a su alrededor, ¿Cuánta riqueza habría en el interior de ese castillo?, se preguntó y dirigió la mirada a un enorme candelabro de cristal que colgaba del techo, aquel palacio, era más que digno para una princesa. Frente a él y para su desagrado la prostituta Miku, avanzando lentamente lo condujo a un punto cercano a la escalera y abriendo una puerta de oscuro ébano lo invitó a pasar.
—Adelante su eminencia —dijo la muchacha.
Fray Joseph entró sin decir nada e intentó observar hasta el más mínimo detalle de aquella maravillosa habitación, cuyo tapizado a diferencia de los pasillos del castillo era de un fino terciopelo tan negro como la noche, que de igual forma cubría los mullidos cojines de los muebles, al otro extremo de la habitación había un enorme ventanal que daba hacía el jardín del castillo enmarcado por una enorme y pesada cortina de terciopelo carmín que contrastaba con el piso, dando al lugar la sensación de que aquello sólo podía ser un cuadro, a los lados del ventanal y apoyados en las paredes reposaban dos enormes libreros de ébano que contenían una gran cantidad de libros, cuyas cubiertas iban desde el rojo hasta el azul y cuyos títulos se encontraban escritos en letras doradas sobre los lomos.
—Por favor espere aquí, anunciaré a la condesa Behemoth que ha llegado —dijo la muchacha señalando uno de los mullidos sillones, acto seguido se dispuso a salir de la habitación.
"El hablar propiamente, no te quita lo puta" — pensó el Fraile y tomó asiento en aquel fino mueble, frente a él se levantaba una pequeña mesa de ébano sobre la cual descansaba una pequeña copa de cristal.
— ¡Cuánto lujo! —exclamó y se acomodó plácidamente en el mullido sillón.
Miku subió cuidadosamente las escaleras y se dirigió al cuarto de su patrona, al estar frente a la puerta tocó dos veces y esperó.
—Adelante —Se escuchó al otro lado de la puerta.
La muchacha asintió y abrió la puerta.
—Señorita, El Arzobispo Fray Joseph De Velasco ha venido a visitarla —Dijo a la dama cuya espalda estaba siendo sanada con ventosas y sandijuelas.
—Lo estaba esperando Miku, ayúdame con esto y luego lo haces pasar — Dijo intentando levantarse de la cama.
Miku se acercó y con mucho cuidado se dispuso a quitar ventosas y sandijuelas. Al irlas retirando, no podía evitar poner sus manos sobre las marcas, acariciando el doloroso moretón, Conchita no protestó y disfrutó del alivio de retirar aquella tortura sanadora.
Desnuda se incorporó y se sentó en la cama, la sirvienta retiró las sábanas y las colocó a un lado, se dirigió al ropero y sacó una muda de ropa interior de suave lino y un camisón largo y rosado. Sin dirigirle la mirada la dama estiró los brazos hacía arriba.
La sirvienta colocó a la dama la suave tela que se deslizó para cubrir sus pechos y acto seguido se agachó tomando cada una de sus piernas para colocarle la bombacha.
Miku había observado la desnudez de muchas mujeres a lo largo de su vida, todas aquellas que pagaban para que ella las colmara de besos, caricias y placer, pero ninguna de ellas tenía la pulcritud y hermosura del cuerpo de aquella dama que le daba el privilegio de vestirla. La duquesa Behemoth tenía una piel tersa, suave, joven, sus pechos estaban intactos y eran como dos pétalos de rosa, sus caderas eran firmes y angelicales.
Tomó el camisón y la dama volvió a estirar los brazos, ¿Cuántas veces habría deseado Miku que la duquesa Behemoth hubiera estado en su lecho la vez que la conoció? Se avergonzaba ante tal pensamiento, pero sin embargo, ese era su deseo secreto. Ella había sido la primera en estrujar los pechos de aquel virginal cuerpo y quería ser la única persona en su lecho para siempre…
Terminó de colocarle el camisón y con cuidado condujo a la dama al banco frente a su espejo en el cual Conchita se sentó.
Un par de toquidos interrumpieron en la habitación y la puerta se entre abrió.
— ¿Puedo pasar? —Se escuchó a Luka preguntar.
—Adelante —dijo la dama —Llévate los trastes sucios, los vasos y esos animalejos — dijo y se dio vuelta para observar su reflejo.
La mujer lo hizo sin rechistar y en silencio mientras la muchacha tendía la cama, le había cambiado las sábanas a unas a juego con el camisón. Luka abandonó la habitación llevando muchas cosas con ella y sin mirarla Miku se puso de pie detrás de su patrona y sin decir nada tomó su cabello entre las manos y comenzó a cepillarlo lentamente.
Miku amaba a Conchita, sentía por ella una enorme devoción desde el día que la había salvado. Amaba su forma de ser, como de una forma amable la trataba haciéndole ver que ella era más que una simple sirvienta, amaba su risa cantarina que rebotaba por las paredes del castillo de piedra, amaba sus ojos llenos de bondad y dulzura, cálidos como el chocolate del cual tenían el color, amaba su cabello corto y rebelde, amaba la sonrisa que le dedicaba cada día al finalizar sus labores, amaba que le dijera "mi niña".
Hacía siempre lo posible por que la duquesa notara su amor, se esforzaba y procuraba hacer realidad todo lo que salía de su boca, pero al parecer la condesa no sentía lo mismo, pues en cuanto a amor se refería se podría decir que Conchita amaba más a Rin y Len, cosa que no le caía en gracia y los consideraba sus rivales, aunque vivía esperanzada de que la duquesa lo notara un día, que notara que nadie en el mundo la amaba tanto como ella.
La chica extendió su brazo a Conchita y apoyada en este, la duquesa volvió a su cama.
—Avisaré al Arzobispo Fray Joseph De Velasco que puede pasar a verla —dijo y salió de la habitación.
Parte II.- Sainete
— ¿Acaso estás loco? — preguntó una vez cerrada la puerta tras de sí.
— ¡Aquí la loca es otra! — Exclamó el chico — ¿Qué caso tiene que me digas las cosas que supuestamente dice Fray Joseph y no me dejas reclamarle? —preguntó molesto.
La humilde habitación de servidumbre se quedó en silencio ante la pregunta que el chef había formulado a su hermana mayor, la cual bajó la mirada consternada y suspiró largamente.
—Nadie nos creería… —murmuró tras una larga pausa.
El joven hizo una mueca y tomó a su hermana por los hombros.
— ¿Y eso qué? — Preguntó — ¡Tú lo has escuchado, y tienes el derecho de dejarle en claro que no debe decir esas cosas! — Dijo molesto.
Kaiko sudaba, nada estaba saliendo como esperaba, su plan se había derrumbado al ver entrar a Fray Joseph al castillo, había pensado en cada acto que llevaría a cabo, durante el trayecto del pueblo al castillo. Decirle su hermano las palabras del Arzobispo acerca de ellos era solo una parte, pues aquello la llevaría a revelarle que la Duquesa Behemoth no era quien decía ser y una vez revelada la verdadera identidad de ella y debido a los sentimientos heridos que generaría el engaño de Vanika a Kaito, unirían fuerzas para sacar provecho de la situación, empezando por conseguir muchas piezas de oro…
— ¡Kaiko, tienes que enfrentarlo! —Exclamó el joven sacudiendo bruscamente los hombros de su hermana.
Kaiko parpadeó y rápidamente tomó la entre sus manos la cara de su hermano menor.
— ¿Acaso querías provocar un escándalo? — Preguntó enojada — ¿Querías acaso que la condesa Behemoth nos echara de su castillo? —Exclamó mirando a su hermano directamente a los ojos. —Por si no lo sabes ese estúpido Fraile es amigo muy cercano de la condesa —decía cada vez más molesta — Si le decías algo y esto terminaba en pelea, ¿A quién crees que la condesa Behemoth hubiera apoyado? —Kaito sentía la presión de las manos de la mujer en sus mejillas y le devolvía la mirada asustado — ¿Al gran Arzobispo de Lucifenia o a nosotros, unos malditos sirvientes? ¿Eh? — Preguntó sacudiendo la cabeza de su hermano frente a ella — ¿A quién? — preguntó soltándolo fuertemente, empujándolo hacia atrás.
Kaito se tambaleó nervioso y se sostuvo en pie, aunque le doliera su hermana tenía razón, ¿Qué eran ellos comparados con el Arzobispo?
—Está bien, será en otra ocasión — dijo mirando fijamente a los ojos de su hermana —Espero no me detengas cuando llegue ese momento— dijo disponiéndose a volver a su trabajo en la cocina. —Por cierto… sonaste igual a tu padre. —dijo y salió del cuarto.
La respiración de Kaiko se cortó y llevó una de sus manos a la boca, se desplomó sobre la cama. Todo le había salido mal y lo odiaba, odiaba todo y a todos, a Fray Joseph, a Conchita y a Kaito…
—Ese maldito mocoso —dijo derramando un par de lágrimas de coraje.
Kaiko había amado a su familia Aoki su madre, Akaito su padre, Taito su hermano mayor y su pequeño Kaito, su adoración…
El día que vio por vez primera a Kaito, este dormía profundamente entre los brazos de su madre, no imaginaba que tiempo después el pequeño Kaito dormiría abrazado a ella, puesto que su madre fallecería cuando cumpliera un año. Ambos fueron muy unidos a lo largo de su infancia y ahora eran todo lo que tenían…
Lo había visto crecer un regordete bebé, un pequeño niño, un adolescente enamorado de una princesa y finalmente un hombre…
Kaiko lo amaba, más que nada en el mundo y era algo que no dejaría que le arrebataran fácilmente, sin embargo lo ODIABA.
Odiaba su actitud, odiaba el enamoramiento que tenía, odiaba que llevara siempre la contraria, odiaba el rencor que le tenía al padre que los crio y sobre todo odiaba que jamás la entendiera…
Las lágrimas resbalaron por su rostro. No sabía qué hacer con la información ¿Continuaría su plan? ¿Actuaría sola?
Secó sus lágrimas con su filipina y salió de la habitación. Dirigiendo sus pasos al salón, pudo ver como Fray Joseph seguía a Miku escaleras arriba y sintió sus entrañas arder, pasó de largo hasta el comedor y cruzó hacía la cocina.
—Kaito… —murmuró
Kaito quien había estado picando vegetales se volvió hacia ella.
—Perdóname — dijo y acto seguido se abrazó a su hermano fuertemente — No quiero compartir información y riqueza contigo mocoso — pensó y apretó más fuerte.
—Descuida hermana — respondió el chico respondiendo la caricia — Todo está bien. — dijo y sonrió.
"Aún", pensó Kaiko.
….