*YouTube (/watch?v=8A3zetSuYRg) – La 'exasperante canzone' del abuelo Roma. ;-)
*YouTube (/watch?v=v9sUZyZcvUs) – La canción perfecta para Antonio y Lovino.
Invierno, 1943
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-Estás de vuelta, español.
Antonio sintió una ola de enfermo y frío temor rodar por sus entrañas. Levantó la mirada bruscamente, para luego dejar escapar un suspiro de alivio. El Turco lo miraba pensativamente, con esa familiar sonrisita en sus labios, ese acostumbrado fez rojo sobre su cabeza. Le lanzó una mirada a la silla frente a Antonio, y esté asintió con la cabeza levemente.
-Entonces –el Turco se sentó pesadamente, reclinandose en la silla-. Haremos esto rápido. No es bueno para mi ser visto por aquí, ya lo sabes.
Antonio asintió y tomó un largo sorbo de vino para calmar sus nervios. Esta constante ansiedad estaba comenzando a desgastarlo. Esa sensación se estaba volviendo bastante común estos días, ahora que tantas personas en esta pequeña aldea conocían su rostro-. Entiendo. Aunque te das cuenta que es mucho más peligroso para mí ser visto en la Cantina Rosso, mi amigo –Antonio se sirvió más vino y ofreció llenarle una copa al Turco, quien, como siempre, negó con la cabeza.
-¿Por qué otro motivo te haría caminar hacia este lado del pueblo? –el Turco lanzó una mirada desdeñosa a la vacía habitación principal de la Cantina Verde-. Siempre he preferido el rojo al verde.
Antonio levantó una ceja-. ¿En serio? Y yo aquí creyendo que tu favorito era el dorado –arrojó sobre la mesa una pequeña bolsa que repiqueteaba. El Turco rápidamente inspeccionó el contenido antes de ponerla en su bolsillo.
-Ya ves, es por esto que me gusta trabajar contigo, español –el Turco sonrió-. Entiendes lo absurdo de los billetes.
Antonio rió suavemente. Era tan fácil trabajar con gente que solo le era leal al dinero. Fácil pero peligroso, considerando la cantidad que los alemanes estarían dispuestos a pagar por poner sus manos sobre Antonio-. La lira no tiene valor en estos momentos. No te insultaría con ella –se inclinó levemente, una pequeña y perspicaz sonrisa en sus labios-. No lo olvides.
El Turco pareció entender-. Sería un tonto si te entregara a los alemanes. ¿Por qué trabajar para un lado si puedes hacerlo para ambos? –se encogió de hombros, como si intentara insinuar lo absurdo de la sugerencia-. Ahora a los negocios. Con la base alemana tan cerca, era solo cuestión de tiempo para que los estadounidenses se unieran a nuestra pequeña fiesta. Aquí –el turco sacó un grueso manojo de papeles de su chaqueta, lo colocó en la mesa, acercándolo a Antonio-. Transcripciones de las ordenes de los más altos jefes de la fuerza aérea estadounidense y mapas de los sitios aterrizajes proyectados. Los estadounidenses querrán causar tanto daño como sea posible mientras tengan el elemento de la sorpresa.
-Por supuesto –murmuró Antonio, hojeando los papeles con rápidez-. Esto es sobre lo que he estado tratando de obtener información… -una unidad de aviadores estadounidense actualmente en Londres, un aterrizaje previsto al sur, en Anzio… sí, este era justo el material que necesitaba pasarle a Roma. Antonio había trabajado sin descanso en esta misión por semanas. Después de todo, necesitaba una razón para regresar a esta aldea-. Ahora sabemos que los estadounidenses aterrizaran luego, pero necesitamos una manera de que les sea posible destruir la base aérea alemana y su personal más importante en una arremetida.
-Déjamelo a mi –Antonio levantó la mirada de los papeles y el Turco sonrió astutamente-. Averiguaré algo. Y cuando lo haga, te informaré.
Antonio entrecerró loss ojos brevemente, con su rostro delatando su sospecha-. No le darás esta información a los alemanes, ¿verdad?
El Turco se echó hacia atrás y rió ruidosamente-. ¿Y perder tus regulares donaciones de oro? ¿Acaso no acabo de decir que sería estúpido? No, español, harías bien en olvidar esas sospechas. Te sugiero, sin embargo, que envies a otro a encontrarme la próxima vez. Alguien… que parezca inocente. Eres demasiado reconocible por estos lugares –un brillo calculador apareció en sus ojos-. Me pregunto por qué regresas de manera tan insistente a esta pequeña aldea cuando el peligro es tan grande para ti.
Antonio se encogió de hombros con indiferencia-. Soy reconocible en muchos lugares. Mi trabajo es tan importante aquí como en cualquier parte –pero el Turco tenía razón. Era demasiado peligroso para Antonio permanecer en esta aldea, lo sabía. Y a pesar de ello, mientras más avanzaba la guerra y mayor se volvía el peligro, Antonio se sentía arrastrado aquí con más fuerza. Hacia el único lugar y la única persona que importaban.
El Turco no lucía convencido-. Algunos dirían que eres más requerido en el sur estos días. Roma Vargas maneja la resistencia en este pueblo como si fueran una unidad del ejército. No requiere tu constante asistencia.
-Roma siempre esta agradecido por mi asistencia –dijo Antonio secamente, ansioso por cambiar el tema de conversación. Dobló los papeles y los colocó en su bolso-. Y estoy seguro que estará agradecido por esta información.
El Turco asintió, pero permaneció con una mirada astuta, ligeramente divertida-. Se cuidadoso al salir del pueblo. Hay patrullas alemanas en los caminos últimamente.
Antonio no se preocupaba por eso. Conocía los caminos secundarios. Conocía su camino hacia la granja de Lovino-. Estaré en el pueblo hasta los aterrizajes. Sin embargo, dudo que nos veamos nuevamente –se puso de pie rápidamente, con la emoción llenando su pecho cuando se permitió pensar hacia donde se encaminaba. No había razón para negarlo. Lovino era la verdadera razón por la cual Antonio estaba aquí, Lovino era la razón por la que arriesgaba todo. Mientras se dirigía rápidamente hacia la puerta, Antonio apenas escucho al Turco hablar detrás de él.
-Buena suerte, español.
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Lovino arrojó violentamente el saco de harina hacia el banco de la cocina y dio vuelta para mirar a Feliciano. Su tonto hermano dejó escapar un pequeño chillido y retrocedió un paso. Lovino frunció el ceño-. ¿Qué esa irritante cancioncita que has estado tarareando toda la tarde?
Feliciano se rascó la cabeza con esa típica mirada suya, confusa y perpleja-. ¿Eh? Oh –se encogió de hombros-. No es irritante, es linda –luego continuó tarareándola mientras llenaba animadamente la canasta de frutas con tomates.
Lovino casi gruño por el fastidio. Feliciano había llegado tarde a la reunión de la Resistenza en la cantina. Entró dando saltitos, agitando su mano como un idiota, y luego simplemente se sentó en la parte de atrás de la habitación, jugando con la radio inalámbrica. Era inaceptable. ¿Cuándo iba a darse cuenta de la seriedad de la situación? ¿Cuándo iba a dejar de comportarse como un niño tonto? ¿Y cuándo iba a dejar de tararear esa ridícula melodía?- Es estúpida –dijo Lovino-. Detente. Ahora.
Feliciano puso mala cara y gimoteó- Pero Lovino…
-Necesitas tomarte las cosas con un poco más de seriedad, Feliciano –Lovino no podía evitar la frustración de su voz. Sabía que quizás estaba exagerando, pero últimamente no había sido capaz de controlar sus emociones. Ya había pasado casi un mes desde que había visto a Antonio por última vez. Un mes desde que el exasperantemente maravilloso español lo había abrazado tan cerca mientras bailaban, desde que había tocado las lágrimas de Lovino y había dicho que esperaría por siempre. Un lento e inalterable mes que se sintió como una eternidad y había pasado como si fuera toda una vida. Lovino aún sentía que no lo merecía, aún se sentía confuso. Se sentía perdido en la resistencia, siempre impedido de hacer algo valioso por la causa. Pero por sobre todo, se sentía dolorosamente solo y dolorosamente triste. Así que ahora, no podía evitar sentirse enojado de manera irracional por la forma tan malditamente feliz y despreocupada en que Feliciano se comportaba-. No puedes simplemente pasarte las reuniones importante de esa manera, sentado y cantando las canciones de la radio. Esto no es un juego. Necesitas ser serio, como yo y el abuelo –Lovino saltó repentinamente cuando una mano cayó fuertemente sobre su hombro.
-¿Qué es todo esto que escucho acerca de ser serio? –el abuelo Roma colocó un saco de naranjas en el banco, con una sonrisilla atontada en su rostro igual que la de Feliciano. Lovino rechinó sus dientes y lo fulminó con la mirada. Justo lo que necesitaba, a su abuelo actuando igual de estupidamente alegre-. No escuches a tu hermano, Feliciano, él es demasiado serio para su propio bien. Y tienes una hermosa voz, ¡igual que tu abuelo! -Lovino intentó responder enojado, pero Roma levantó una mano-. Intenta esta… -y a continuación el bastardo comenzó a cantar. Feliciano rió, aplaudió alegremente y, por supuesto, se le unió. Lovino de inmediato puso sus manos sobre sus orejas.
-La donna è mobile,
Qual piuma al vento,
Muta d'accento, e di pensiero.
-¡Abuelo, no seas ridículo! –Lovino maldijo en silencio a Verdi, alejándose de su desconcertante familia y se preparó para huir. A veces se preguntaba honestamente si estaba emparentado con esta gente…- ¡Lo digo en serio!
Feliciano rió tontamente, Roma continuó con esa estúpida sonrisa en su cara y ambos levantaron la voz mientras se acercaban amenazadoramente hacia Lovino.
-Sempre un amabile,
Leggiadro viso,
In pianto o in riso, è menzognero.
-¡DETENGANSE! –en serio, ¿acaso sabían cuán absurdos se veían? Lovino miró alrededor desesperadamente buscando una salida, solo para ser detenido cuando Roma se paro frente a él para colocarle una cacerola en la cabeza. De entre todas las cosas… pero Lovino no se reiría, maldición. Esto no era gracioso, era infantil y ridículo y…- ¡Aléjense! ¡Déjenme solo! ¡Ambos están locos y me voy de esta familia!
-La donna è mobile,
Qual piuma al vento,
Muta d'accento, e di pensier!
Lovino finalmente se las arregló para escapar. Esquivó a su infantil hermano y insensato abuelo, arremetiendo a través de la cocina mientras ellos lo perseguían aún cantando esa desesperante canzone. Luchando contra la risa que subía por su pecho, Lovino abrió de un golpe la puerta de la cocina, corrió hacia la habitación principal y se detuvo de inmediato. Un escalofrío recorrió su espalda. La sangre escapó de su rostro, su respiración se volvió entrecortada, su corazón latió frenéticamente en su pecho. Antonio simplemente le sonrió de vuelta desde el umbral de la puerta principal. Sus ojos verdes brillaban con diversión, sus labios contenían un estallido de risa. Las mejillas de Lovino ardieron de vergüenza. Se sacó la olla de su cabeza y frunció el entrecejo con rabia-. ¿Qué estás mirando, bastardo?
-¡Antonio! –Roma cruzó la habitación con premura, sonriendo alegremente, y lanzó sus brazos alrededor de Antonio calurosamente-. ¡Ah, gracias a Dios! ¡Esperaba verte pronto!
-¡Saludos, Roma! –dijo Antonio felizmente-. ¡Es bueno verte! –A su pesar, Lovino sintió su corazón tiraba en su pecho cuando se dio cuenta de cuan cansado lucía Antonio. Debía haber estado viajando lejos y trabajando duro. Repentinamente se preguntó como sería si pudiera caminar hacia Antonio, tomar la mochila de su hombro, guiarlo hacía el sofá, sentarse a su lado, abrazarlo y besarlo y reír con él… Lovino alejó la sobrecogedora y entrometida imagen. Creía que se había vuelto tan bueno ignorando sus sentimientos.
-¡Antonio! –gritó Feliciano, corriendo por la sala y saltando emocionado-. ¿Me trajiste algún regalo? ¿Eh, eh? ¿Me trajiste algo? –Antonio rió y alborotó el cabello de Feliciano. Lovino cruzó sus brazos y frunció el ceño, irritado y extrañamente celoso.
-¡Por supuesto que sí, Feli! Esta vez tengo… -Antonio hizo una dramática pausa antes de estirar su mano hacia la gran mochila que colgaba de su hombro y sacar una pelota de fútbol. Feliciano dio un grito ahogado y la arrebató de las manos de Antonio.
-¡Sí! ¡Perfecto! Perdí la mía, de hecho, Lovino la perdió, y ha sido imposible encontrar una nueva y realmente estaba deseando una últimamente porque… -Roma abofeteó a Feliciano en la nuca-. Quiero decir, uh, ¡gracias Antonio!
-¡De nada, Feliciano! ¡Y tengo algo especial para Lovino!
Lovino sintió sus huesos helarse. Antonio le sonreía intensamente, tentadoramente, tan cálido y amable y afable, sus desordenados rizos cafés un tanto largos y sus profundos ojos verdes tan intensos y…
-¡Lovino, mi corazón! –las palabras de Roma alejaron a Lovino de sus estupor-. Deja de ser un maldito mocoso maleducado y ven acá.
Lovino volvió en si y frunció el entrecejo, caminando lentamente a través de la habitación con los brazos aún cruzados. Se detuvo justo frente a Antonio, tan cerca que podía tocarlo, tan cerca que podía sentir su aroma… Antonio buscó en su mochila y sacó un pequeño objeto rojo. Lo arrojó al aire, lo agarró y se lo extendió con una floritura, sus ojos brillando con esa luminosa y familiar malicia. Lovino miró con curiosidad el objeto redondo en la mano de Antonio.
Un tomate. ¿Un tomate? El bastardo le había dado a Feliciano un balón de fútbol, ¡y todo lo que tenía para Lovino era un pedazo de fruta! Después de todas estas semanas, después de todo…- ¿Un puto tomate? –Lovino hizo una mueca de dolor cuando el abuelo Roma lo golpeó en la nuca.
-Cuida tus modales, jovencito.
Lovino casi olvido el condenado tomate. Primero era atrapado con una olla en su cabeza, ahora su abuelo reprendía como si tuviera ocho años. ¿Podía esta situación volverse aún más humillante? Frotó su cabeza y miró a Roma con rabia-. ¿Por qué querría un estúpido tomate? Feliciano compró una bolsa hoy.
-No seas descortés y toma el tomate.
-¡No quiero el tomate!
-¡Toma el maldito tomate, Lovino!
Lovino gruñó y tomó con violencia el estúpido tomate. Sin embargo, en vez de la suave fruta que esperaba, el objeto en sus manos era duro y liso. Lovino sintió que sus cejas arrugarse con confusión, y le lanzó una mirada llena de curiosidad a Antonio. El bastardo simplemente le guiñó.
Roma extendió sus manos excusándose-. Antonio, mil disculpas. Amo a mis nietos como a mi vida pero pueden ser unos mocosos desgraciados y groseros.
El cuello de Lovino ardía con rabia, pero Antonio sol rió y le dio una palmada a Roma en la espalda-. Por favor, Roma, no te preocupes. Soy yo quien debiera pedir disculpas por el retraso en mi llegada. Las rutas de viaje se han vuelto muy complejas en los últimos meses.
Lovino se sintió inquieto al escuchar eso. Era justo lo que Roma había estado diciendo en las reuniones últimamente, que la presencia militar alrededor de la aldea había aumentado, que todo se estaba volviendo más peligroso. Una vez más, Lovino recordó lo arriesgado del trabajo de Antonio. Feliciano parecía apenas darse cuenta de la conversación, observando su pelota con una mirada tonta y lejana. Roma solo agitó una mano restándole importancia-. Por supuesto, por supuesto, lo entiendo. ¿Espero que tengas información para mí?
Antonio asintió. Él y Roma se acercaron a la mesa de centro, esparciendo páginas de documentos sobre ella. Feliciano saltó hacia el sillón ubicado junto a la escalera, lanzando su balón de mano a mano, pero Lovino se quedó donde estaba. La conocida y desagradable ansiedad girando en su estómago, subiendo por su pecho. Tenía que averiguar qué era esa información, tenía que saber cuánto estaba arriesgando Antonio.
-Finalmente, logré conseguir esto directamente de los estadounidenses –dijo Antonio. Le pasó un pequeña pila de papeles a Roma, quien inmediatamente comenzó a hojearlos.
-Lugares de aterrizaje –murmuró-, sabía que era base aérea alemana traería problemas.
Antonio se encogió de hombros-. Por supuesto que solo era cuestión de tiempo antes de que los estadounidenses quisieran esta aldea. Lo que necesitamos ahora es un plan para que reducir una gran cantidad de militares antes de la inevitable batalla. Los alemanes están repartidos demasiado aisladamente por toda Italia. No tienen los recursos para enviar refuerzos de inmediato.
-¿Tienes algún plan?
Antonio se pasó una mano por su cabello con cansancio-. Tengo a alguien trabajando en ello. Pero Roma, más que nada, esto es vital –Antonio colocó una mano sobre los papeles y fijó sus ojos en Roma de manera intensa y solemne-. Se debe evitar toda costa que esta información sea adquirida por los alemanes. No deben saber acerca del aterrizaje.
Lovino dejó escapar un largo y silenciosos suspiro, ansioso e intranquilo. Se dejó caer fuertemente junto a Feliciano en el sofá, haciendo girar el suave y sólido tomate en sus manos. Feliciano intentó agarrarlo de inmediato pero Lovino fue más rápido y lo mantuvo alejado de las manos de su hermano.
-¡Lovino! –Feliciano lloriqueó de manera infantil-. Déjame verlo, ¿qué es? ¿No es un tomate de verdad, cierto?
-No –Lovino inspeccionó cuidadosamente el extraño obsequio de Antonio-. Es duro, como si fuera de vidrio o algo así –lo sacudió y este traqueteó suavemente. Parecía que había algo dentro. ¿Qué quería decir Antonio al darle esta especie de rompecabezas de cristal? –Supongo que se puede abrir, pero no entiendo como.
-Oooh –Feliciano sonaba fascinado-. ¿Por qué te daría Antonio algo tan maravilloso como eso?
Lovino se burló-. ¿Maravilloso? ¡Ni siquiera sé lo que es! –llevó el objeto a su oreja y lo sacudió nuevamente. Sí, definitivamente había algo en el interior. Ansiaba saber que era. Antonio y sus estúpidos juegos… ¿acaso no sabía lo mucho que Lovino odiaba ser dejado en las sombras?- Estúpido español. Esto me va a volver loco.
Feliciano se encogió de hombros, rápidamente perdiendo el interés y enfocándose nuevamente en su pelota de fútbol. Lovino pasó sus mano con suavidad sobre el tomate de cristal, ocasionalmente lanzando miradas hacia donde Roma y Antonio se inclinaban sobre la mesa con documentos. Era obvio lo peligroso que las cosas se estaban volviendo para Antonio. Si los alemanes descubrían su presencia en la aldea, sería apresado, torturado por información… asesinado. Se estaba volviendo muy difícil para Lovino reconciliar estas conflictivas emociones. Mientras más lo intentaba, simplemente no podía negar lo mucho que estaba atraído a Antonio. No podía ignorar lo mucho que lo extrañaba cuando estaba lejos, cuan desesperadamente deseaba estar con el español cuando regresaba. Con simplemente mirarlo, ahora, al otro lado de la habitación – su rostro apuesto y atento mientras hablaba, su cuerpo grácil y fuerte mientras se movía – el pecho de Lovino dolía por el simple deseo de tocarlo.
Pero aún estaba asustado. Estaba asustado porque a medida que los meses avanzaban, Antonio viajaba más y se involucraba más en asuntos militares confidenciales. A medida el peligro sobre él se incrementaba, más buscado era. Y al mismo tiempo, Lovino sentía como las paredes alrededor de su corazón se iban derrumbando poco a poco. Y cada vez parecía más probable que terminara lastimado.
Le tomo un momento a Lovino percatarse que estaba mirando a Antonio, y un instante más para darse cuenta que este lo miraba de vuelta. Su corazón saltó hasta su garganta. Pero antes de que pudiera pensar en como reaccionar, Antonio le regaló una pequeña sonrisa y le guiñó. Lovino casi se atragantó. ¿Qué creía ese estúpido español que estaba haciendo? ¡El abuelo Roma estaba justo ahí! Lovino intentó parecer indiferente y miró hacia arriba con expresión exasperada. No iba a sonreír. No iba a reconocer esta tibia, resplandeciente y grata sensación que inundaba su pecho y hormigueaba por su cuello. No iba a sonreír, ¡maldición!
Casi dejo escapar un suspiro de alivio cuando Roma y Antonio se levantaron de la mesa e intercambiaron unos pocos documentos más, su corta conversación llegando a su fin. Lovino y Feliciano se pusieron de pie de inmediato para unírseles-. Estaré en el pueblo por unas cuantas semanas, Roma, así que te mantendré informado –dijo Antonio, metiendo un manojo de papeles desordenadamente en su mochila.
El estómago de Lovino saltó. Unas cuantas semanas… Estaba al mismo tiempo aterrorizado y lleno de alegría de solo pensarlo.
Roma sonrió mientras respondía-. Sí, sí, por supuesto, ven cuando sea que estés desocupado. Nuestra casa es tu casa, mi amigo.
Ante eso, el estómago de Lovino comenzó a girar. Ven cuando sea que estés desocupado… Tragó pesadamente. Eso sería terrible, sería maravilloso, sería…
-¡Por supuesto! –Antonio sonrió radiantemente y eso iluminó sus ojos, su rostro, toda la habitación… Lovino miró el cielo raso y dejó escapar un largo suspiro. Oh, no creía poder seguir con esto por mucho tiempo más. Su pecho dolía con celos cuando Antonio estrechó a Feliciano en un abrazo-. Cuídate, Feli.
-¡Visítanos pronto, Antonio!
Este asintió, giró, y pesar de todas las desesperadas y dolorosas pizcas de deseo en su cuerpo, Lovino dio un paso hacia atrás. Su corazón comenzó a latir a mayor velocidad. No aquí… no ahora… no podía permitir que Antonio pusiera sus brazos alrededor de él, no podría manejarlo, por qué Antonio se estaba inclinando hacia él, qué estaba… Su corazón se detuvo cuando sintió el tibio aliento de Antonio sobre su oreja-. Aún estoy esperando, mi corazón.
Lovino lucho por disimular la jadeante exhalación que inundaba su pecho. Sus ojos se abrieron y su rostro enrojeció vívidamente. Antonio se alejó, sus ojos aún en Lovino, una pequeña, encantadora, sonrisa en sus labios y una intensa y ardiente mirada en sus ojos, que permanecieron fijos en los del otro hasta que Roma rápidamente agarró a Antonio del brazo, lo condujo decididamente hacia la puerta, besó sus mejillas casi con violencia en señal de despedida-. ¡Hasta la próxima! Oh, y Antonio, dime. ¿Sabes cantar?
Antonio sonrió un tanto aturdido, su expresión levemente confundida-. ¿Cantar? ¿Por qué?
Roma entrecerró sus ojos-. Por si miras a mi nieto de esa manera otra vez, te voy a castrar*.
Lovino no podía creerlo. Sintió que su cara se crispaba de sorpresa. ¿Cuánto sabía Roma? ¿Y cómo se atrevía a decirle eso a Antonio?- ¡Abuelo! –gritó, completamente mortificado. ¿Qué estaría pensando Antonio?
Toda expresión había abandonado el rostro del español hasta que Roma rompió a reír de forma estridente. Antonio dejó escapar un suspiro de alivio y rió con él.
-No, no –dijo Roma entre risas, dándole unas cuantas palmadas en el hombro con excesiva fuerza-. Pero Antonio, francamente… -su risa se detuvo de inmediato y miró a Antonio directo a los ojos implacablemente-. Lo digo en serio.
Lovino golpeó su frente con su mano. No sabía si prefería morir de vergüenza o aplastar algo contra la pared. Feliciano solo parecía encontrar muy divertida la situación. Antonio retrocedió hasta la puerta, aún mostrando una tentativa sonrisa-. Nos… uh. Hablamos pronto, Roma.
-¡Lo haremos! –Roma sonrió alegremente, agitando su mano a Antonio con satisfacción. Cuando los ojos de Antonio se encontraron con los suyos, Lovino no supo si mirar a otro lado o de alguna manera intentar disculparse. Sin embargo, Roma hizo un movimiento distintivo de tijeras bajo la cintura, por lo que Antonio solo le sonrió a Lovino una última vez antes de salir apresuradamente. Lovino se preguntó brevemente si en verdad era posible morir de vergüenza. Roma junto sus manos, se dio vuelta y sonrió ampliamente-. Entonces –dijo tranquilamente-. ¿Quién quiere pasta para la cena?
-¡Ooh, ooh! –Feliciano saltó y entró con rapidez a la cocina.
Lovino gruñó mientras se arrastraba detrás-. Me voy de esta familia.
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Lovino no podía dormir. ¿Cómo podría dormir esta noche? Su cabeza giraba con constantes, exasperantes pensamientos acerca de Antonio, con miedo y emoción por la mañana siguiente. Era la primera vez que Lovino estaría involucrado en una misión con él. Y aunque el abuelo Roma también estaría con ellos, no podía controlar el nerviosismo inquieto y casi doloroso que arremolinaba su estómago. Desde la vergonzosa tarde anterior, Lovino no había tenido oportunidad de hablar con Antonio a solas. Y ahora que el abuelo Roma estaba comenzando a sospechar, Lovino se preguntaba si es que habría alguna oportunidad. Y más importante, si es que quería que la hubiera.
Había intentado lo mejor posible mantener a Antonio alejado de su mente por semanas. Había hecho lo que siempre hacía cuando intentaba olvidar. Se había enfocado en la resistencia, había intentando probar su valía. Incluso parecía estar funcionando, el abuelo Roma le había dado finalmente su propia pistola. Se había enfrascado en organizar, se había enfocado en celebrar. Se había embriagado completamente hace unos pocos días en una celebración no planeada en su casa, solo para despertar a la mañana siguiente con la boca seca, la cabeza palpitante y el confuso y horroroso recuerdo de haber bailado, cantado y tocado la guitarra sobre la mesa. Y aún así, siempre, constantemente, Lovino pensaba en Antonio. Soñaba con él. Lo esperaba. Era imposible olvidarlo cuando estaba lejos, ni que decir ahora que estaba en la aldea, a una simple caminata de distancia. Por supuesto que Lovino no podía dormir.
Por eso yacía silencioso, mirando la pared, incapaz de escuchar la respiración de Feliciano al otro lado de la habitación. Su hermano había estado extrañamente animado al marchar al mercado hoy, y aún así había regresado a casa con las manos vacías salvo por una inexplicable barra de chocolate. Lovino no había tenido tiempo de considerar donde habría podido conseguirla. En vez de eso, su mente absorta con los recuerdos de Antonio en la cantina hoy. Los miembros de la Resistenza habían estado tan felices de verlo, pero por supuesto, todos estaban siempre felices de verlo. Lovino simplemente se había sentado en una al final de la habitación, mirando como estrechaban sus manos con Antonio, como conversaban alegremente, sonreían felices, reían animadamente. A todos les agradaba Antonio. ¿Pero acaso era posible que no fuera así? Y Lovino no podía evitar preguntarse: ¿cómo podía ser que alguien tan amigable y popular como Antonio lo amara?
-¿Lovino? –aparentemente Feliciano tampoco podía dormir.
-¿Hmm?
La voz de Feliciano atravesó los pensamientos dispersos de Lovino-. ¿Qué piensas de Antonio?
Lovino estuvo a punto de atragantarse. Quedó sin aliento y de inmediato tosió intentando ocultarlo. Debía recordar que Feliciano no podía leer su mente. No había manera en que Feliciano pudiera saber lo que Lovino sentía por Antonio… por supuesto…- ¿Por qué diablos me preguntas eso?
-Bueno, ¿no te gusta?
Lovino bufó e intentó sonar ofendido-. ¿Gustarme? ¿Ese maldito español? ¿Por qué diablos tendría que gustarme?
-Bueno, a mi me agrada y al abuelito también y, bueno, creí creí que a ti también. Quizás. Un poco más que a nosotros dos.
El pulso de Lovino se aceleró y un apretado nudo de miedo se formó en su estómago. Pero no, Feliciano no podía saber. Lovino había ocultado sus sentimientos meticulosamente, completamente. ¿Cómo era posible que el pequeño y tontito Feliciano viera a través de él?- Bueno, no es así.
-Oh –Feliciano sonó sorprendido-. De acuerdo entonces.
Lovino esperó unos momentos antes de soltar un cauteloso suspiro de alivio. No sabía que había poseído a Feliciano para comenzar a preguntar esas cosas, pero desde ahora tendría que empezar a ser más cuidadoso. Ya era suficientemente malo que Roma hubiera comenzado a tener sospechas, pero Feliciano… Dios, ¡sus emociones debían ser mucho más evidentes de lo que creía!
-¿Lovino?
¿Qué? –dijo Lovino haciendo rechinar sus dientes.
-¿Alguna vez has pensando en decirle a Antonio que… no te gusta?
La mente de Lovino se vació. Feliciano sabía… Las mantas se sentían repentinamente sofocantes a medida que el sudor se asomaba por su piel.
-¿Lovino?
-Duérmete, Feliciano –Lovino esperaba que su hermano no escuchara la desesperación en su voz. Respiró profundamente e intentó ordenar los frenéticos pensamientos que corrían por su cabeza. Si todos parecían saber como se sentía, ¿había algún motivo para seguir ocultándolo? Después de todo, esos sentimientos no iban a desaparecer. Pero conocía la respuesta, sabía cual era la razón. Aún temía resultar herido.
-¿Lovino?
Este casi saltó-. Por el amor de Dios, Feliciano, ¿qué quieres?
Feliciano sonó más seguro esta vez-. Te gusta Antonio, y quieres decírselo, pero estás preocupado de lo que pueda suceder cuando lo hagas. No es que te culpe, porque el abuelito amenazó castrarlo y todo eso, pero quizás… quizás si solo lo explicaras…
-Feliciano –Lovino habló tranquilamente, casi sofocado. Pensó por un momento en como explicar sus emociones, sus razones. Cuando finalmente habló, fue casi para si mismo. Feliciano probablemente ni siquiera entendería-. A veces sentimos cosas que nunca seremos capaces de expresar. A veces tenemos secretos que deberían permanecer así. A veces… -Lovino se detuvo, viendo el sonriente rostro de Antonio en la oscuridad, y se dio cuenta que no estaba muy seguro si creía lo que estaba diciendo-. A veces hay cosas que simplemente no valen la pena.
Incluso mientras lo decía, Lovino sabía que se estaba engañando a si mismo. Antonio era lo único que importaba, Antonio era todo. Alejaba la inseguridad de Lovino, su soledad. Había un espacio en Lovino que solo Antonio podía llenar, y era aterrador cuan vacío estaba sin él. Antonio se había entrometido en la vida de Lovino, llegado a un lugar que ni siquiera sabía que existía y llenándolo con una felicidad y una cálida dicha que iba más allá de que alguna vez creyó que podía experimentar. Cuando Antonio no estaba, Lovino existía. Solo cuando estaba junto a él Lovino vivía realmente.
Y eso era lo que arriesgaba. Esa felicidad, ese regocijo, esa armonía. Eso era lo que tanto temía sentir y contra lo que luchaba tan fuertemente. Porque era eso lo que temía perder. Lovino sabía que si lo aceptaba, si lo sentía, y si luego lo perdía, no podría sobrellevarlo.
Pero luego recordó lo magnífico que se sentía en los brazos de Antonio, el roce de su cálida mano contra su mejilla. Recordó la esperanza y el amor en sus ojos, la felicidad y delicadeza en su sonrisa. Lovino se sentía arrastrado hacia Antonio con cada parte de su ser.
Fue algo difícil de aceptar. Pero si Antonio no valía la pena, entonces nada lo hacía.
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La "misión" fue una broma. Cuatro horas recorriendo penosamente los caminos secundarios hasta una remota montaña donde se encontraban establecidos algunos partisanos, quince minutos consiguiendo noticias sobre las patrullas alemanas en el área y ahora Lovino caminaba desganado a casa, con una sensación de amargura y un tanto detrás de Antonio y el abuelo Roma con la típica sensación de que solo le habían permitido acompañarlos para complacerlo. Pateó una piedra en el camino de tierra ante él, con las manos en sus bolsillos, frunciendo el ceño. Se sentía como un idiota. ¿Cuál era el punto de darle una pistola si nunca iba a tener la oportunidad de usarla? Lovino quería demostrar que era competente. Quería demostrarles a todos que, a pesar de lo que pensaban, también podía ser un miembro importante de la resistencia. Podía luchar por el país que amaba. Y ver a Antonio caminar tranquilamente frente a él, su ondulado cabello castaño revuelto por el viento y su silbido sin ritmo traído por la brisa, Lovino no podía negar que, más que cualquier otra cosa, quería impresionar a ese hombre. Quería que el valiente, apuesto, irritantemente alegre español supiera que él también podía ser valiente. Quería sentirse merecedor del inconmensurable afecto de Antonio.
Lovino siguió pateando la piedra a lo largo del camino, rápidamente aburriéndose del monótono paisaje a su alrededor. Una alta y escarpada colina se alzaba junto el amplio camino campestre, y hacia adelante una suave pendiente descendía hacia verdes campiñas y valles. Lovino levantó su mirada y vio como unas distantes nubes de tormenta se agrupaban más allá de las montañas. El día había estado irracionalmente cálido, pero el ambiente se había ido enfriando a medida que el cielo se oscurecía. El viento también estaba comenzando a levantarse, soplando enérgicamente entre los árboles que bordeaban el camino. Parecía que este agradable tiempo soleado no duraría mucho más, quizás incluso habría una tormenta que terminaría con los extrañamente cálidos días de invierno.
Lovino refunfuñó, secando el sudor de su frente. Este paseo aburrido y sin sentido se negaba a terminar y parecía que se extendía por horas. ¿Cuándo iba a acabar? Tomando una gran bocanada de aire, Lovino estaba a punto de pedir un descanso cuando un fuerte y fuerte estallido lo interrumpió. Su corazón saltó hasta su garganta mientras Roma y Antonio se daban vuelta rápidamente, ambos alargando las manos hacia sus armas. Apresuradamente, sin pensar, Lovino intentó hacer lo mismo, solo para tropezar debido al inestable terreno. Un agudo y ardiente dolor se disparó por su tobillo y gritó mientras caía.
-¡LOVINO! –el grito del abuelo Roma fue estridente por el pánico. Pero fue Antonio quien lo alcanzó primero, dejándose caer sobre sus rodillas antes siquiera de que Lovino llegara a comprender que estaba sucediendo. Antonio pasó su mano por la chaqueta de Lovino, rápido, buscando y confundido.
-Lovino, ¿estás herido? ¿Lovino? Roma, revisa la dirección. ¡Lovino, respóndeme!
Con su pecho palpitando y su cabeza girando, Lovino se enderezó y golpeó las manos de Antonio-. Puedes parar, cuál es tu problema, es solo mi… -Lovino se interrumpió y jadeó, una oleada de agónico y punzante dolor subiendo por su pierna repentinamente-. …¡TOBILLO, MIERDA, OH, MIERDA!
Antonio exhaló con alivio-. Ah. Gracias a Dios.
Lovino intentó mirarlo con desagrado, a pesar de que tenía que contener las lágrimas de dolor-. ¿Gracias a Dios? Está matándome, imbécil, qué estás oh mierda no no lo toques ¡ARGH! –Lovino sintió la mano del abuelo Roma cubrir su boca para acallar los gritos.
-Lovino. Estás bien. Deja que Antonio revise tu tobillo. Parece que el sonido fue una rama de árbol al romperse, pero hay patrullas alemanas en este camino a veces, así aún debes ser silencioso. Y cuida tu maldita boca.
Lovino frunció el entrecejo con rabia. Seguramente Roma solo estaba diciendo eso para mantenerlo en silencio. No estarían caminando por allí tan descuidadamente si hubiera una posibilidad real de que apareciera una patrulla alemana. Sin embargo, asintió y Roma retiró su mano. Al mismo tiempo, Antonio le sacó la bota y Lovino tuvo que colocar rápidamente su propia mano contra su boca para evitar gritar. Hizo acopio de todas sus fuerzas para no patear a Antonio mientras este pasaba su mano suavemente sobre su piel.
-Es solo un esguince –dijo Antonio con la voz aliviada. Sonrió brillantemente a Lovino-. Nada está roto. Pero no puedes apoyarte en él, tendremos que avanzar más despacio.
Roma suspiro fuertemente-. Ah, bien. Pero ya estamos atrasados, y después de la reunión de Feliciano con el informante esta tarde…
-Puedes adelantarte, Roma –Antonio habló demasiado rápido-. Yo ayudaré a Lovino.
Lovino levantó sus cejas y sus latidos se aceleraron. Roma miró a Antonio, luego a él y luego a través del valle. Asintió de mala gana-. Sabes cuán nervioso se pone Feli. Es mejor que me apresure –Roma se marchó inmediatamente, gritando hacia atrás mientras avanzaba-. Sean tan rápidos como puedan y tengan cuidado.
Antonio agitó su mano-. Siempre, Roma.
Lovino casi olvidó su tobillo torcido. El abuelo los había dejado solos. Lovino estaba solo con Antonio. Solos por primera vez desde ese fascinante y singular baile en la cantina, desde esa maravillosa, terrible, abrumadora conversación en el callejón. Lovino no sabía como manejar la situación. Antonio le sonrió, alegre, despampanante. Lovino lo fulminó con la mirada-. No necesito tu ayuda. Puedo caminar solo.
Antonio lucía dudoso-. Si pones cualquier tipo de presión sobre ese tobillo se hinchará como un tomate demasiado maduro.
La mención del tomate envió los pensamientos de Lovino volando directamente hacia el tomate de cristal sobre su velador en casa. Su corazón latió aún más fuerte, enviando oleadas de sangre directamente a sus mejillas. Solo habían sido dos días, pero Lovino estaba muy frustrado por no poder descifrar como abrir esa estupidez. ¿Qué sucedía con Antonio y esos pequeños y tontos juegos?- Bien, entonces saltaré.
La expresión dudosa de Antonio cambió por una divertida-. ¿Todo el camino?
Lovino respondió desafiante-. Sí.
-Puedo cargarte –Antonio sonrió ampliamente y movió sus cejas.
Los ojos de Lovino se abrieron con temor-. Oh, no. No, maldita sea, no puedes –se obligó a ponerse de pie, dio un paso determinado hacia adelante y de inmediato trastabilló mientras una ola de desgarradora agonía se disparaba por su pierna. Antonio lo atrapó firmemente por los brazos.
-Oh, Lovino, eres tan terco. Por todos los cielos, déjame ayudarte –Antonio le sonrió mientras hablaba, ayudándolo a a avanzar cojeando hacia una roca junto al camino.
-No necesito tu ayuda –Lovino masculló una vez más, negándose a prestar atención al firme agarre de Antonio que detenía su respiración y enviaba ese familiar escalofrío por su espalda.
-Bueno, realmente necesitas que alguien te vende ese tobillo. Ahora siéntate e intenta relajarte, ¿de acuerdo? No seas tonto.
Lovino se dejó caer pesadamente sobre la roca, fulminando a Antonio con la mirada mientras metía la bota en su mochila y sacaba unas vendas-. No me llames así.
Antonio rió mientras se arrodillaba y alargaba su mano hacia el pie de Lovino-. De acuerdo. No seas tan adorable.
Lovino se ruborizó-. ¡Tampoco así! –se removió incómodo, sintiendo un molesto bulto incrustarse en su muslo. Se llevó la mano al bolsillo, sacó su inútil pistola y la colocó sobre la roca junto a él.
Antonio miró el arma, muy negra sobre la roca gris-. ¿No te dijo tu abuelo? Nunca saques tu arma si no vas a utilizarla.
Lovino miró hacia arriba con irritación. ¿Acaso Antonio creía que no sabía nada a menos que su abuelo se lo dijera?- ¡Lo sé! Pero es solo por un momento, La pondré de vuelta enseguida.
Antonio levantó sus cejas-. No lo olvides –dijo con tono de advertencia.
-No soy estúpido –refunfuñó Lovino. Suspiró y se resignó al doloroso, embarazoso, suave toque de las tibias manos de Antonio sobre su tobillo. Tragó pesadamente mientras Antonio enrollaba las vendas cuidadosamente alrededor de su hinchada extremidad. Busco algo que decir, para no simplemente quedarse sentado en silencio mirando las fuerte y bronceadas manos de Antonio-. Lo de hoy no era una misión realmente peligrosa, ¿cierto?
Antonio levantó la mirada, sus ojos verdes brillaban a través de sus oscuros cabellos-. Todas las misiones son peligrosas.
EL corazón de Lovino latió desigualmente, así que desvió la mirada de esos ojos y observó el horizonte oscureciéndose-. Suenas como el abuelo.
Antonio rió, enfocándose nuevamente en envolver el tobillo de Lovino-. Pero es verdad, Lovino.
-Aún no me permite ir en una verdadera misión. Desearía que dejara de protegerme.
Antonio se encogió de hombros-. Bueno, eso es lo que haces cuando amas a alguien.
Los tibios toques de los dedos de Antonio enviaban pequeñas y hormigueantes sacudidas a través de todo su cuerpo. Debía admitir, a regañadientes, que al menos alejaba a su mente del dolor-. Puedo cuidarme a mi mismo. Puedo manejar el peligro.
-Lo sé.
Lovino estaba sorprendido por la alegría en las palabras de Antonio, seguido por la decepción que sintió cuando amarró la venda y dejó caer sus manos. Le dio unas leves palmaditas en la pierna para indicarle que había terminado, pero no hizo ningún ademán de ponerse de pie. Lovino lo observó pensativamente-. ¿Me elegirías para alguna de tus misiones?
Antonio se inclinó levemente, su cabello cayendo sobre sus ojos mientras era agitado por el viento-. Tu abuelo me mataría si lo hiciera sin decirle –Lovino se mofó, pero Antonio continuó rápidamente-. Aunque siempre podría usar alguna ayuda, así que quizás podría tocar el tema con Roma. Además, siempre estarás a salvo conmigo.
Lovino abrió su boca de sorpresa. Parpadeó unas cuantas veces, silencioso y sorprendido. ¿Antonio realmente lo sugeriría para una misión? ¿Para algo importante?- ¿Es en serio? –Antonio asintió. El corazón de Lovino pareció hincharse en su pecho, el dolor de su tobillo completamente olvidado. Antonio creía en él. Antonio creía que era digno de confianza. Este sentimiento era extrañamente regocijante. Pero más que eso…- ¿Por qué estaré a salvo contigo?
Antonio guiñó-. Porque te protegería, con mi vida.
Lovino, juiciosamente, intentó patear a Antonio con su pie sano, aunque su estómago revoloteó alegremente-. ¡Dices las cosas más estúpidas, español melodramático!
Antonio rió-. Pero requiero que me prometas algo antes.
Lovino cruzó sus brazos y lo miró ferozmente. Siempre estos estúpidos juegos…- ¿Una promesa?
-Si alguna vez estamos en peligro, harás exactamente lo que te diga.
Lovino observó a Antonio cuidadosamente. Había hecho esa promesa antes-. Está bien –masculló.
Antonio ladeó su cabeza ligeramente, poniendo su mano junto a su oreja-. ¿Qué fue eso?
-¡Está bien! –gruñó Lovino a través de sus dientes apretados.
-¿Perdón? –Antonio se acercó, su sonrisa extendiéndose. El imbécil estaba obviamente divirtiéndose demasiado. Lovino puso sus ojos en blanco.
-Oh por el amor de Dios… lo prometo.
Antonio rió y volvió a apoyarse en sus talones-. Ahí está, ¿fue muy difícil?
Los labios de Lovino formaron una pequeña y traidora sonrisa-. Realmente dices las cosas más estúpidas y melodramáticas.
Antonio se acomodó la mochila sobre su hombro y le lanzó una sonrisa de suficiencia-. Ah, pero si hacen que sonrías de esa manera, ¿cómo puedo resistirme?
El corazón de Lovino se agitó de forma molesta-. Oh, para de una vez, ¿realmente crees…?
-Shh –Antonio levantó una mano abruptamente y giró su cabeza, su sonrisa desvaneciéndose y sus ojos endureciéndose. Lovino se calló de inmediato, con su estomago enfriándose por el asombroso cambio de comportamiento de Antonio. Escuchó cuidadosamente, pero no logro captar nada más que el viento, incluso a medida que una horrible ansiedad crecía espantosamente en sus entrañas. Antonio no se movió. Lovino comenzó a preguntar qué estaba mal cuando un bajo retumbar se escuchó suavemente a una corta distancia. Se acercaba lentamente y se hacía más claro, hasta que, con una oleada de terror, Lovino reconoció el sonido como el motor de un automóvil. Los ojos abiertos y un tanto oscurecidos de Antonio se encontraron con los suyos justo mientras la palabras del abuelo Roma hacían eco en su cabeza. Pero hay patrullas alemanas en este camino a veces… El momento pareció extenderse, confuso, distorsionado. Fue interrumpido cuando Antonio se puso de pie rápidamente, agarró a Lovino por el brazo y lo arrastró lejos del polvoriento camino hacia la baja pendiente.
Lovino apenas sentía el dolor en su tobillo. No tuvo tiempo para pensar o sentir nada antes de que Antonio lo halara apresuradamente hacia un terraplén junto al camino, una de las muchas trincheras que hacía tiempo habían sido construidas en el campo italiano. Cayeron pesadamente al piso en el hueco excavado, oculto y protegido del camino. La cabeza de Lovino giraba de manera un tanto dolorosa-. ¿Qué va a…?
-Shh, Lovino –susurró Antonio de manera firme, sus ojos severos y fijos, su cuerpo casi tocando el de Lovino en el pequeño y estrecho espacio-. Tal como te diga, ¿recuerdas? Quédate en silencio y completamente quieto. Seguirán de largo.
Lovino tragó saliva y asintió, su sorpresa transformándose rápidamente en miedo. Trató de respirar calmadamente a través del creciente terror, esperando y rezando porque el repugnante ruido del vehículo pasara. El sonido se acercaba y aumentaba a un ritmo fijo, hasta que estaba justo en el camino sobre ellos y Lovino se olvido de rezar, se olvido de respirar. Repentinamente, el motor se silenció hasta detenerse por completo. Lovino sintió como su corazón se detenía al mismo tiempo. ¿Por qué apagaban el motor? ¿Por qué se detenían? Lovino miró a Antonio desesperadamente, como si pensara que podría de alguna manera escuchar la respuesta a sus preguntas. Pero Antonio solo lucía confuso hasta que repentinamente comprendió, casi con temor, sus labios se separaron levemente y sus ojos se abrieron aún más. Y Lovino recordó. Su pistola aún estaba sospechosamente descansando sobre la roca junto al camino.
Su estómago cayó hasta sus pies. Sacudió su cabeza con rabia, con negación y un sudor helado se asomó por sus poros mientras las lágrimas se reunían en sus ojos. ¿Cómo podía haber hecho algo tan estúpido? ¡Antonio le dijo que no se separa de su arma! ¡Sabía que no debía hacerlo!- Lo siento –susurró, su mano cubriendo su boca rápidamente. Las puertas del automóvil se abrieron y se cerraron de golpe. Fuertes e inconfundibles voces alemanas se escuchaban apagadas por encima de ellos. Las venas de Lovino estaban llenas de miedo y vergüenza. Su voz se quebró mientras susurraba nuevamente-. Lo siento, lo siento mucho, lo…
Antonio sacudió su cabeza y puso un dedo sobre los labios de Lovino-. Shh. No –dijo solo moviendo los labios, sin dejar escapar un sonido. Colocó un brazo por sobre la cintura de Lovino y lo acercó. Olvidando el orgullo, pensamientos y razones, Lovino se aferró a él con desesperación. Las ásperas pisadas de botas militares resonaban en el camino, interrumpido por gritos y órdenes de esas profundas, fuertes y paralizadoras voces. No podía contener las lágrimas, no podía pensar en sentirse avergonzado. Solo podía esconder su rostro en el cuello de Antonio y esperar.
Respirando agitadamente sobre la piel de Antonio, el corazón de Lovino palpitaba violentamente y su miedo se mezclaba con algo más. Antonio estaba tan cerca. Abrazando a Lovino con fuerza, acariciando su espalda y su cabello, tocando sus mejillas y secando sus lágrimas. Lo calmaba, tranquilizaba, confortaba sin decir una palabra. Lovino cerró sus ojos. No merecía esto. No merecía a Antonio. Porque por su culpa, todo lo que ahora lo mantenía a salvo de la tortura y la muerte era esta pequeño y poco profunda trinchera. Si estos soldados lo capturaban ahora, sería por culpa de Lovino.
Las cálidas lágrimas se rehusaban a dejar de caer. Ni siquiera le importaba estar temblando descontroladamente, solo podía pensar en Antonio siendo capturado, siendo asesinado, todo debido a su estúpido error… Levantó la mirada repentinamente, sintiendo la necesidad de disculparse de algún modo, pero se detuvo al instante al ver que los brillantes ojos verdes de Antonio se mostraban extrañamente apacibles, calmos. No lucía enojado. Ni asustado. Simplemente se veía como al persona más maravillosa, amable, hermosa e importante en todo el mundo.
Pero esas duras voces alemanas seguían gritando. Esas pesadas botas seguían moviéndose, aporreando el suelo, acercándose, cada vez más rápido, hasta que estuvieron justo sobre la trinchera. Y Lovino se dio cuenta que no se detenían. Los soldados estaban revisando el borde del camino. El pecho de Lovino dolía con un pánico desagradable y angustioso. Se esforzó por reprimir un sollozo, temblando y sudando, incluso mientras Antonio acariciaba su cabello y lo miraba tranquilo directamente a los ojos. Esto no era real, no podía hacer esto, no podía respirar…
Una voz intensa gritó ásperamente, parecía un tanto más lejana. Antonio se puso rígido. Su mano se movió hacia su cadera y Lovino se dio cuenta con una horrible oleada de vértigo que estaba intentando alcanzar su pistola. La mente de Lovino se congeló con terror. Su sangre palpitaba en su cabeza, su garganta se cerró con un miedo irracional. Nunca había sentido tal terror en su vida. Antonio lo apretó fuertemente, puso su boca junto al oído de Lovino y susurró tan despacio que este no estaba seguro de haber escuchado-. Con mi vida.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Lovino y su aliento lo abandonó. Fue casi doloroso como lo golpeó el darse cuenta de que Antonio decía aquellas palabras completamente en serio. Realmente moriría por él. El dolor en su pecho era insoportable mientras Antonio apoyaba su frente sobre la suya, mientras sus respiraciones se mezclaban y sus corazones latían agitadamente. En estos momentos que podían ser los últimos, lo único que Lovino quería hacer era estar con Antonio. Abrazarlo, sentirlo, aceptar lo que nunca antes se había permitido. Cerró sus ojos y sintió como las palabras no dichas latían por todo su cuerpo. Te amo.
Pero luego las pisadas volvieron al camino. Los gritos se escuchaban más lejos. Lovino contuvo el aliento, incapaz de moverse, sus ojos aún fuertemente cerrados. Con miedo a tener esperanza, a respirar. Luego de lo que se sintió como una eternidad, el motor del auto se encendió. Aceleró fuertemente, chirrió de forma ensordecedora y al fina el desgarrador sonido se fue apagando hasta desaparecer en la distancia. Lovino abrió los ojos y no pudo reprimir un sollozo de alivio, aunque puso con rapidez la mano sobre su boca una vez más. Antonio suspiró pesadamente y alejó su mano de su pistola. Permanecieron tendidos allí, muy juntos, por unos momentos, en silencio, esperando, hasta que Antonio finalmente levantó la mirada y comenzó a moverse. Lovino se dejó llevar por el pánico al instante. ¿Y si era un truco? ¿Y si aún estaban allí?- No, no, no –susurró, sacudiendo su cabeza, agarrando a Antonio por el brazo y tratando de detenerlo.
Antonio sonrió en un afán por calmarlo y tomó la mano de Lovino, apretándola suavemente. Luego miró por sobre el terraplén-. Se han ido.
Lovino se estremeció con un alivio abrumador, mientras un sudor frío corría por su piel. Sus lágrimas de terror convirtiéndose en respiros jadeantes por el desahogo-. ¡Oh, Dios, Antonio! –susurró, poniendo las manos sobre su pecho como si eso pudiera ayudarlo a respirar mejor. Y luego, repentinamente, se percató de como había actuado, de lo que había hecho, de lo que había dicho… Nunca se había sentido más avergonzado e su vida. Retiró su mano de la de Antonio, se incorporó y se alejó. La vergüenza solo hacía peor sus abyectas lágrimas.
-¿Lovino? –Antonio sonaba preocupado.
-¡No! –instintivamente intentó esconder su rostro-. ¡No, no, soy un idiota! ¡Cometí un error tan estúpido! Pudo haber arruinado todo y… -Lovino tuvo que detenerse para coger aire-. ¡Y soy un cobarde!
Antonio suspiró con suavidad, entrecortadamente, y puso su mano sobre un de los hombros de Lovino-. No, Lovino…
-¡Para! –Lovino retrocedió al sentir a Antonio, enojado, confuso y humillado-. No seas amable conmigo, ¡deja de ser siempre tan amable conmigo! ¡Soy solo un cobarde porque cuando algo como esto sucede me caigo en pedazos! No es de extrañar que el abuelo no me deje ir en misiones serias, ¡porque mírame! ¡Tengo tanto miedo! Tengo miedo que algo te suceda, o al abuelo, o a Feliciano, tengo miedo de ser capturado, torturado y asesinado, tengo miedo de lo que siento por ti… -Lovino se interrumpió y golpeó su mano contra su boca. Oh mierda, había dicho eso. Realmente había dicho eso-. ¡Mierda, mierda, maldición! –se puso de pie, olvidando por completo su tobillo herido. Dio un paso y cayó al suelo. No, no, no…- ¡MIERDA!
Lovino estaba completamente abochornado. Deseaba desaparecer, morir. Deseaba que un enorme hueco se abriera en el suelo y lo tragara por completo. Se decidió por abrazar sus rodillas, colocando la cabeza sobre sus brazos. Quizás era un sueño. Quizás despertaría si lo deseaba con fuerza. Quizás…
-Está bien, Lovino –sintió como Antonio se sentaba a su lado, pero no se atrevió a mirarlo. La temperatura descendía, la fría brisa helaba el sudor de Lovino contra su piel. El tranquilo silencio de la tarde parecía mucho más profundo después de los horribles y discordantes eventos de hace un rato. Se quedaron sentados en silencio por unos instantes antes de que Antonio hablara nuevamente-. Oh, mi corazón, todo está bien ahora.
-No –masculló Lovino-, no lo está.
Antonio pensó un momento antes de contestar-. Lovino, no serías humano si no te hubieras asustado.
Lovino hizo un sonido de burla con la cabeza aún entre sus brazos-. Es fácil para ti decirlo. No estás asustado ni nada. Eres el hombre más valiente que conozco, no entiendes…
-¿Crees que no me asusté? –lo interrumpió Antonio, riendo suave e irónicamente-. Lovino, eso fue aterrorizante. Por supuesto que estaba asustado. Tengo miedo de todas esas cosas que mencionaste. De que algo le suceda a Roma, a Feli, Dios no lo quiera, a ti. De ser capturado… -Antonio suspiró cansinamente-. De lo que la Gestapo me haría.
Lovino sacudió su cabeza-. No –No podía hablar de eso. No podía siquiera pensar en eso.
Antonio se tomó unos momentos antes de continuar-. Tengo miedo de las mismas cosas, Lovino.
Lovino ladeó su cabeza y finalmente se encontró con la mirada de Antonio. Su sonrisa era tan comprensiva, sus ojos tan amables y su hermoso rostro era enmarcado por sus rizos y el cielo que se oscurecía. El corazón de Lovino saltó y revoloteó al verlo. Casi olvidó de su turbación.
-Lovino, todos sentimos miedo. Pero algunas cosas valen la pena para sobreponerse a ese miedo. Algunas cosas son más importantes –Antonio acomodó un mechón de cabello de Lovino, un gesto familiar que traía una flujo de recuerdos y emoción-. Algunas cosas valen la pena.
Lovino no pudo responder. Simplemente cerró sus ojos y desvió la mirada. Ni siquiera sabía porque lo hacía. Era incontrolable, un hábito que había nutrido durante tanto tiempo y que había ocultado tan profundamente que no tenía opción. Negar lo que sentía por Antonio se había vuelto una extraña parte de él. Lovino sabía que ya no estaba evitándose el sufrimiento, solo lo estaba causando, y a pesar de eso, no sabía como parar. Aún intentaba convencerse de que amar a Antonio no valía la pena. Cuidadosamente se limpió el borde de un ojo antes de que otra lágrima cayera.
-Vamos, Lovino –Antonio estiró su mano para coger la de Lovino y la apretó suavemente, de manera tranquilizadora-. Está oscureciendo. Apóyate en mi y te ayudaré.
Lovino asintió silenciosamente. Permitió que Antonio lo ayudara a ponerse de pie, le permitió colocar una mano alrededor de su cintura para ayudarlo a caminar. Pero no podía mirarlo. No podía soportar la encubierta decepción en esos amables ojos verdes.
Antonio habló sin propósito mientras caminaban. De cosas comunes: lugares en los que había estado, gente a la que había conocido. Rió y bromeó e incluso cantó ocasionalmente, desconocidas melodías españolas y versos que Lovino no podía traducir. Lo sujetaba con firmeza, manteniendo su tobillo libre de peso y evitando que cayera. Los horribles y deprimentes incidentes desvaneciéndose junto con la luz de la tarde, alejándose con el viento. Lovino permaneció en silencio, escuchando las palabras de Antonio, muy consciente de ese imperturbable brazo alrededor de su cintura y esa segura mano sujetando la suya. Apoyándose en su tibieza, respirando su aroma, aceptando el consuelo y alivio de su presencia. Sintiéndose a gusto, dichoso.
Había algo más entre ellos ahora. Un tranquilo entendimiento, tácito, de que este algo más estaba yendo a alguna parte. Cada mirada robada, cada pensamiento desaforado, cada palabra hablada lo estaba construyendo, de manera incontrolable, y no importando cuan asustado Lovino pudiera estar, nada podía detenerlo.
Y mientras caminaban lentamente, entrecortadamente, poco a poco a lo largo de la inestable vía junto al camino principal, Lovino sintió que un nuevo pensamiento inundaba sus venas y se expandía en su mente.
No pasaría mucho hasta que se diera por vencido.
Continuará…
NdT:
*A lo que se refiere Roma es a los castrati. Como antes las mujeres no tenían derecho a cantar, a algunos hombres se los castraba durante la pubertad para que conservaran la voz aguda. Roma tiene todo el talento para amenazar, me encanta.
Aviso: Todas las canciones que acompañan este fanfic son elegidas por George. Como traductora he decidido conservar todas las notas que él escribe, si no lo hiciera así sería como traducir un libro sin el prefacio, la introducción o el epílogo. Escribo esto principalmente porque no estoy para nada de acuerdo con la canción de Il Divo. Más allá de que no me gusten (con lo cual no busco ofender a nadie), en mi opinión la canción perfecta de este par de idiotas es Is it Really so Strange? de los Smiths.
Y bueno. Ahora no queda más que esperar a que George actualice. Ayer subió el penúltimo capitulo de Auf Wiedersehen, por lo que la ansiedad seguirá consumiéndonos por unas cuantas semanas más, supongo. Aunque sinceramente espero que demore menos, porque mis nervios ya no soportan la espera. ¡Nos leemos!