Rhonda y la pócima mágica

Capítulo 6

Helga podía sentir a su lengua moviéndose por inercia mientras su cabeza colapsaba. La información era peligrosa, se acumulaba con facilidad y el cerebro tenía esa mala costumbre de dejar los peores recuerdos más a la mano.

¿Qué pasó en la pijamada de Rhonda?

Fue como crear el mapa mental del hundimiento del Titanic.

Vida feliz = Iceberg = muerte y tragedia

Vida feliz = Rhonda = muerte y tragedia

Tenía tantas cosas de decir, tantas y tan poco control. Se quedó estática, pensando, intentando ganarle a la marea y concentrarse en una tarea que se había vuelto costumbre: rescatar la poca dignidad de la que podía hacer alarde.

Su vida no era fácil, no. Se había enamorado, por circunstancias ajenas a su convicción, de un muchacho amable, pero terriblemente obtuso. El problema no era que Arnold fuese amable con ella, el problema era que Arnold era muy amable con todos, un poco menos con ella, pero siempre lo suficiente para que la ilusión, que nace del absurdo, le hiciese creer que eso iba a funcionar de algún modo. Se había pasado nueve años torturándolo públicamente para poder suspirar en secreto, pero no había sido suficiente para llegar a ningún lado. Luego, se habían embarcado en una aventura monumental para rescatar a sus padres, con piratas de río incluidos y en un momento de debilidad emocional y tensión absoluta, él la había besado. Exactamente igual que cuando ella lo había besado a él. Bueno, quizá no exactamente igual, pero muchísimo mejor porque era la primera vez que la besaban, a voluntad, sin trucos, sin excusas, correspondiéndole. Fue el mejor beso en la historia de Hollywood y en su vida, pero como toda ilusión, fue breve. Arnold se quedó en la selva, ella se quedó en Hillwood y hubieron muchas cartas en el ínterin, pero ninguna respuesta. Helga podía reconocer su cobardía, era parte de ella, se instalaba despacio, como si no quisiera irse. Arnold quizá le hubiese correspondido un beso, pero eso no hablaba de los sentimientos que seguramente no eran los mismos que los suyos, de las relaciones a distancia y de lo verdaderamente serio que se puede ser a los diez años. Helga estaba bien, con su beso en la selva, con el recuerdo de un chico amable y con la satisfacción de que su primer amor no había sido una tragedia. Arnold la besó, era algo, era mucho. Podía vivir con el recuerdo de que Arnold la había besado. Con lo que no podía vivir era con el fracaso, con el ridículo, con la posible confirmación de que, puestas las cartas sobre la mesa, su relación con Arnold era imposible, lejana y que ese beso, el correspondido, había sido solo una equivocación.

Helga tenía miedo. No quería arriesgarse a la posibilidad de que con la comunicación tan precaria, con las personalidades tan distintas, su posible vínculo con Arnold llegara a romperse. Era escalofriante, pensar que uno podía embarcarse en una aventura y encallar a pocos metros de la orilla. Por eso, Helga leía todas las cartas que Arnold le enviaba, pero nunca contestaba ninguna. O mejor dicho, las contestaba todas, pero no enviaba ninguna. Si no las enviaba, Arnold podía seguir siendo un recuerdo feliz y Helga no tenía muchas cosas que la hicieran feliz en su vida. Ni una sola, en seis años, no le envió ninguna.

El problema se volvió un verdadero desastre cuando amaneció al inicio del término de su vida escolar y Arnold estaba ahí. El real, no el que escribía ni el que se había imaginado. Arnold Shortman en persona, con su sonrisa bonachona, su camisa a cuadros y esa particular forma de su cabeza. Helga pensó que lo había superado. Cuando lo vio fue sorprendente, pero era solo porque se había hecho a la idea de no volver a verlo. Por lo demás, Arnold era un muchacho bastante común, promedio, como la mayoría de los chicos que vivían en Hillwood. Helga racionalizó su encuentro con la realidad y se dio cuenta que quizá su método para mantenerlo como un momento feliz había surtido efecto sin dejar consecuencias nefastas en su vida.

O quizá no.

A veces no comprendía lo débil que podía ser. Arnold se acercó con la familiaridad de toda la vida y en lugar de darle espacio, de temerle, de mirarla extraño, de corresponder su indiferencia, salvó la distancia. Se acercó todo lo que pudo y cuanto era posible y la abrazó, sereno, sonriente, lleno de coraje y con esa emoción contagiosa que le brillaba en los ojos cuando estaba contento. Helga se desarmó en ese abrazo, perdió todas las cartas y dejó que sus sentimientos le ganaran. Arnold podía hacer tanto con tan poco, no podía creerlo.

No podía creerlo.

Se pasó la noche pensando en la manera en la que podía caer en sus viejas costumbres y se dio cuenta que nunca había hecho nada efectivo para superarlo y, mientras fuese así, nunca sería capaz de ser libre. Su libertad, entregada a un muchacho, tenía que recuperarla. Entonces pasó todo lo demás. Lo evitó, lo ignoró, olvidó la selva, el beso y la inquietud. Se inscribió en clases distintas, abandonó algunos clubes y renunció al baseball. Todo en honor a la libertad y todavía a la posibilidad de que Arnold y ella no pudieran funcionar. Eso y que Arnold seguía tratándola como una amiga.

Así que Helga no podía decir nada.

Vida feliz = Rhonda = muerte súbita

—¿Qué pasó en la pijamada de Rhonda?

—Comimos palomitas de maíz.

Arnold alzó una ceja, se quedó en silencio.

—Helga, es la última vez que te preguntaré, pero antes de que contestes, me gustaría que recordaras que tú y yo siempre hemos sido amigos, —Arnold le sonrió—, me costó un poco entenderlo, pero eso es algo que nunca ha cambiado. Sé que no te gusta que las personas se metan en tus asuntos y que eres más fuerte que la mitad de todos ellos, pero también sé que eres ruda para ocultar tu amabilidad y que la mayoría de las veces confundes la tristeza con la rabia. No puedo prometer que lo solucionaré, el problema que tengas, pero sí puedo prometerte que te ayudaré a intentarlo.

Helga parpadeó. Odiaba a Arnold, siempre lo había odiado, odiaba sus pequeños discursos y esa facilidad injusta para decirle lo que necesitaba escuchar aunque no tuviera la menor idea de lo que estaba pasando. Lo odiaba y odiaba esa oferta que le hacía, esa pregunta implícita y la posibilidad de huir si las cosas eran demasiado para ella. Lo odiaba, con cada hueso de su cuerpo, con cada latido de su corazón.

—Esa no es una pregunta, Arnoldo, —dijo porque sabía que había perdido.

—Helga, ¿cuál es tu problema?

—Rhonda y la pócima mágica.


Arnold se había quedado en silencio. Eso no podía ser una buena señal. El silencio nunca era una buena señal. Tenía el ceño fruncido, la mirada clavada en su alfombra, los brazos cruzados y parecía profundamente concentrado. Helga se sentía como cuando en sexto grado los obligaron a tomar un examen oral sobre los elementos de la tabla periódica y no se pudo acordar el símbolo del Ununpentio. Le pusieron una B-, pero ese profesor siempre había sido muy mezquino, Arnold seguramente le habría dado otra oportunidad para recordar que el símbolo del Ununpentio era Uup, duh.

—Helga, ¿me estás diciendo la verdad? —La expresión de Arnold era difícil de leer, no porque Arnold fuese bueno ocultando sus emociones, sino porque parecía que habían muchas en conflicto: la incredulidad, la decepción, un poco más de incredulidad y muchísima paciencia. Helga se habría reído de no ser porque la pócima la obligó a responder.

—Sí, todo lo que te he dicho es cierto.

Arnold se volvió a quedar en silencio, meditando, pero finalmente le devolvió la mirada y contestó con firmeza.

—De acuerdo, te creo.

Helga entrecerró los ojos.

—¿Qué?, ¿tan rápido?, ¿vas a creerte una tontería así sin hacerme más preguntas o buscar un método para confirmarlo?

Arnold rodó los ojos.

—Entonces, ¿debería hacerlo?

—¡No! —dijo con vehemencia.

—Bien, porque te creo.

—Eres un bobo.

—Probablemente, pero no sería el mayor bobo en la habitación, me estás dando el poder de preguntar cosas incómodas, aunque sea de forma hipotética.

—Yo me tomé un brebaje, Arnoldo, tengo derecho a decir idioteces. —Lo miró un momento, insegura—. Puedes comprobarlo, si quieres, te dejaré hacerme una pregunta.

Arnold la miró con extrañeza, pero Helga no se retractó. Era extraño intentar guardar un secreto abriendo la puerta de la honestidad absoluta, pero secreto no era opuesto a verdad y, en algún lugar en su interior, siempre había querido que Arnold esté de su lado sabiendo que no estaba mintiendo. Quería que Arnold supiera que no lo había inventado todo y que no era una confabulación para humillarlo o burlase de él. Quería corresponder su confianza con confianza, aunque fuese un impulso ridículo y, probablemente, perjudicial.

—Si es solo una pregunta, no puedo desperdiciarla. Mira Helga, antes no podía diferenciarlo, pero hay cosas de ti que son muy fáciles de leer cuando estás mintiendo. Sé que no me estás mintiendo ahora porque me lo has dicho directamente y tú nunca sueles ponerte en una posición similar, a menos que estés siendo honesta. Confío en ti.

—D-de acuerdo, pero luego no… es decir… ¿por qué demonios estás diciéndome eso?, solo pregunta o no pregunta, es simple.

—Preguntaré, porque me lo has ofrecido, pero cuando realmente necesite una respuesta; —movió una de sus manos, para restarle importancia—. Entonces, ¿estuviste actuando extraño estos días porque no querías que nadie se enterara?

—Exacto, ¿te imaginas las cosas que podría decir?

—No, ¿qué hay de malo con decir la verdad?

Helga rodó los ojos, había olvidado que para una persona simple y abierta como Arnold, el asunto con la pócima probablemente no representaba ningún tipo de inconveniente mayor.

—Lo que hay de malo es que la mitad de la población estudiantil me teme, pero no dudarían en usar esta oportunidad para hundirme en el lodo, Arnoldo. No todos andamos contando nuestras intimidades todos los días.

—Ah, te refieres a lo de Gerald, por ejemplo, —Arnold sonrió de lado y Helga supo inmediatamente que lo había hecho al propósito.

—¿Puedes dejar el tema de Gerald en paz?

—Como tú quieras, Helga, —concedió de buen humor—, pero si me permites darte un consejo, creo que estás exagerando.

—¡¿No te parece que tengo una razón para hacerlo?!

—Lo que quiero decir es que estás haciendo obvio que tienes un problema. Tú nunca evitas a las personas, no huyes, no te escondes, lo que haces ahora puede enviar el mensaje equivocado a los demás.

Si supieras… Helga forzó una sonrisa sarcástica, Arnold evidentemente no conocía ese lado de su personalidad, pero lo que estaba diciendo no era completamente ilógico. Aunque dudaba ser lo suficientemente popular como para que se dieran cuenta que estaba evitándolos, no sabía cuánto podía durar la poción y, con el tiempo, quizá tendría más aprietos de los que estaba intentando remediar. Miró a Arnold y se irritó con su expresión sabionda, pero cedió ante la lógica irrefutable.

—¿Y sugieres que me exponga solo porque sí?

—No, sugiero que actúes como siempre y que improvises cuando llegue el momento.

—¿Cuál momento?

—De decir la verdad, claro.

—No eres gracioso, Arnold.

Arnold se rió, pero su mirada se suavizó cuando notó que Helga realmente estaba sufriendo. Se acercó a ella y la jaló para que se sentara en la cama. Si iba a ayudarla a encontrar una solución, al menos podrían ponerse cómodos, porque no parecía que iba a ser sencillo.

—Antes de ayudarte, me gustaría que me contaras exactamente qué es lo que hace la pócima en ti, si quieres, —escogió con cuidado las palabras, para no terminar haciendo una pregunta.

Helga lo miró con desconfianza y fastidio, pero Arnold adivinaba que era más por haberla jalado que por otra cosa. Así que esperó, paciente, a que Helga terminara de decidir si era confiable o no. Una vez, cuando era niño, había soñado con Helga. Bueno, no fue exactamente una vez, solo que esa resultó la única vez que tuvo la impresión de que su subconsciente estaba bastante afectado por su convivencia con Helga. Era un sueño en el medioevo, él era un caballero de la mesa redonda (habían estado analizando las leyendas artúricas en Literatura) y Simmons lo mandó a enfrentarse a un dragón que estaba aterrorizando al pueblo. No muy seguro de su aventura o de la razón por la cual lo enviaron a él precisamente, se adentró a un bosque y se acercó a la cueva. El dragón resultó ser tan impresionante como el de las portadas de los libros. Era enorme, malhumorado y completamente rosa. Le pareció todo muy gracioso hasta que el dragón le escupió una bola de fuego y tuvo que salir corriendo porque cuando uno sueña, todas las bolas de fuego parecen terriblemente peligrosas. Inició su batalla con el dragón con todo lo que los videojuegos le habían enseñado, valor, coraje y la espada ridícula que tenía en el cinto. Perdió cada embestida y cuando estaba a punto de desfallecer, el dragón adquirió forma humana: una muchacha rubia de ojos azules. La muchacha se rió de su debilidad y de la espada y le señaló lo obvio: nunca vas a ganar con un ataque de frente. Arnold se levantó para defender su orgullo, pero era bastante evidente que perdería, así que le dio la razón a la dragona (porque era niña, ¿cierto?) y le preguntó qué haría ella en su lugar. La respuesta fue "¿por qué crees que iría a pelear con un dragón yo sola en primer lugar, memo?". Se levantó porque le dio risa. Helga era un dragón malhumorado, así que no había ninguna razón para provocarla.

—Es solo lo que te he dicho, Arnoldo. Me hace decir la verdad, mientras más tiempo pasa, más fuerte es el efecto.

—Te he visto titubear antes de responder, entonces no es tan inmediato.

—Eh… es porque he estado practicando…

—Estabas practicando… —Arnold le lanzó una mirada significativa.

—La verdad es relativa, —contestó de mal humor—, si me concentro en la literalidad de las preguntas, puedo contestar más o menos como yo, pero es difícil.

—Ya veo, lo has estado haciendo para salvarte… espera un momento, ¿desde cuándo lo estás haciendo?

Arnold y Helga abrieron los ojos grandes, como platos.

—¡Lo siento! —Se disculpó Arnold de inmediato.

—¿Desde cuándo estoy haciendo qué? —dijo Helga, mecánica, mientras le lanzaba una mirada irritada—. ¡Dijiste que no me ibas a preguntar!

—Lo sé, lo siento, fue sin querer. Por cierto, lo has perfeccionado, ¿estuviste…? Ah, diablos, es difícil hablar sin preguntar…

—No me digas, es más difícil intentar ser tú mismo, ¿no te jode?

—Las mentiras no son tu personalidad, Helga. Por muy mentirosa que quieras ser, siempre dices lo que piensas, aunque sea de manera irónica. No intentes engañarme, porque no lo lograrás.

—Tú no lo sabes.

—Lo sé.

—Claro que no.

—Lo sé y se me acaba de ocurrir algo.

—¿Qué cosa, genio?

—Solo necesitas a alguien que responda por ti.

—Explícate.

—Dices que te preguntan y respondes, ¿verdad? Imagina que alguien más está ahí y responde esa pregunta como si se la dirigieran a él. Ya no habría problemas porque no tendrías que decir nada y podrías guardar cualquier secreto que tengas.

—Buen plan, Arnoldo, pero Phoebe no tiene todas las clases conmigo.

—No hay problema, yo puedo ayudarte en las que no estés con ella.

—Claro que no, nosotros tampoco tenemos clases juntos.

—Biología, Historia, Literatura y Teatro, —enumeró.

—¿Y se puede saber por qué estás tan dispuesto a ayudarme?

—Ah, eso… —Arnold sonrió—, porque voy a pedirte algo a cambio.

—¿Qué? —Helga se puso de pie, indignada—. ¿Vas a cobrarme?, eres Arnold, no puedes hacerlo.

—¿Por qué no?

—¡Porque tú ayudas a todos sin pedir nada a cambio!, ¿por qué tienes que hacer diferencias conmigo? —Helga se mordió la lengua—. Es decir, ¿por qué demonios crees que te voy a dar algo a cambio?

Arnold arrugó el ceño.

—Yo no hago diferencias contigo.

—Claro que sí, —Helga abrió los ojos, asustada. Arnold la miró con curiosidad y soltó un "ahh" repentino que hizo que la rubia lo mirara mal.

—No puedes controlarlo cuando estás enojada, —aclaró—, necesitas estar muy concentrada para no decir todo lo que piensas, ¿verdad?

—No lo sé, —Helga se removió incómoda—, parece que sí.

—Está bien, es bueno saber cuáles son tus límites, —animó—; sobre lo otro, yo no hago diferencias contigo.

—Siempre eres amable con todos los demás, menos conmigo. —Helga decidió que si ya había comenzado algo, bien podría terminarlo. Además, desde el asunto en cuarto grado, nunca había obtenido una respuesta sobre ese trato diferenciado.

—Claro que no, —Arnold arrugó el ceño.

—Le abres la puerta a los demás para que pasen, —acusó.

—Cuando lo hago para ti, dices que me meta en mis asuntos y me empujas.

Helga se cruzó de brazos.

—Cuando llueve y Rhonda se queja, compartes el paraguas con ella.

—Te lo ofrecí una vez y dijiste que no necesitabas ayuda de un "cabeza de balón y su paraguas para perdedores".

—Cuando me toca guardar el equipo de baseball, siempre te vas con Gerald, cuando le toca a él, te quedas hasta el final.

—Cuando te ofrezco mi ayuda dices que no la necesitarías aún si te arrancaran un brazo. —Arnold rodó los ojos.

—Eso puede ser verdad… —Helga no dio su brazo a torcer—, pero igual sería un poco más agradable que lo ofrecieras. Rhonda es antipática todo el tiempo y la sigues ayudando.

—¿Qué…? Ug, eh… —Arnold suspiró—. No entiendo por qué estás diciéndome esto de repente, pero siempre te has dedicado a demostrar que eres bastante autosuficiente, incluso cuando he ofrecido mi ayuda.

—Como te digo, Arnoldo, es agradable que te pregunten de vez en cuando.

—¡Bien, lo que sea!, lo haré si prometes que la aceptarás. Es agradable que acepten tu ayuda sin insultarte de vez en cuando, —retrucó.

—Bien, lo prometo, no tienes que ponerte dramático, Arnoldo.

Arnold suspiró, pero decidió apelar a su paciencia.

—Como sea, —se acercó—, ¿tenemos un trato?

—¿Cuál trato?, ¿qué es lo que me vas a pedir?

—Nada que sea imposible de realizar, —explicó—, necesitamos un cuarto para inscribirnos en el decatlón académico interestatal de este año y tú siempre has sido buena en los concursos.

—Eh… —Helga miró para otro lado y arrugó el ceño. Phoebe ya le había ofrecido el lugar, pero se había negado porque no tenía ganas de pasar tiempo con Arnold y mucho menos de inmiscuirse en un concurso tan nerd—. ¿Estás seguro?, perdí el de ortografía y el de cuarto grado realmente solo fue suerte…

Arnold arrugó el ceño.

—Phoebe dijo que sabes casi tanto como ella, pero no habías querido participar porque tenías que sacar a pasear a tu lagarto.

Helga sonrió de lado, sarcástica.

—Ahí lo tienes.

Arnold rodó los ojos.

—Confío en ti y, si lo piensas con cuidado, realmente es muy poco para todo lo que obtendrás.

—No me digas, —su tono era irónico.

—Vamos, Helga, será en Nueva York, seguramente quieres ir.

—La verdad no.

—Estará Phoebe.

—La veo todos los días.

—Te darán un trofeo más grande que todos los que alguna vez ha ganado tu hermana.

Helga titubeó.

—¡No!, ¿de qué me sirve un trofeo a mi?

—El presentador será una celebridad.

—Todas las que admiro están muertas.

—Te dejaré hacerme una broma.

—Como si pudieras evitarlo…

—Le daré de comer a tu lagarto por una semana.

—No necesito ayuda en ese sector.

—Si ganamos, nos tocará 1000 dólares a cada uno.

—Tienes un trato, Arnoldo, —Helga estiró su mano para hacerlo oficial, —dile a tu gente que si arruina mis posibilidades de irme con dinero, haré que se arrepientan el resto de su vida escolar.

—Genial, —Arnold le correspondió, animado—. Eso quiere decir que te reunirás con nosotros después de clases.

—Nunca acepté eso.

—Tenemos que practicar, Helga.

—Individualmente. Solo asegúrense de tener la nariz metida en los libros y será suficiente.

—La información de los libros siempre está desactualizada, por eso cada uno obtiene información de internet sobre alguna materia y la comparte con los demás.

—¿Cuántas veces se reúnen a la semana?

—Tres.

—Estás matándome, Arnold.

—Es bastante poco en comparación a los cinco días que pasaré salvándote de tus impulsos, ¿no te parece?

—No sabía que te habías vuelto chantajista, melenudo, no sé si pueda confiar en ti, —dijo Helga de mal humor.

—Descuida, Helga, estás en buenas manos, —dijo Arnold, sonriendo.

Helga sintió un escalofrío, la señal clara de que no debía confiar en Arnold.

Notas de la autora:

Dos capítulos en un día, ¿ya estoy ganándome el camino hacia su perdón? Disculpen que me demore tanto en actualizar, les prometo que es por razones perfectamente razonables y adultas, pronto seré millonaria y podré subir capítulos diarios. Espero que les haya gustado. Estaré más activa durante este mes porque son mis vacaciones, así que espero que nos podamos leer más seguido.

Muchas gracias por sus comentarios y por no perder la esperanza en mí.

¡Los amo, retoñitos!

¿Clic al botoncito? :3