Bueno al final, debatiéndolo con gente avezada del tema, entendí que la cosa era como yo esperaba, y esto NO es un epílogo (gracias a dios, los detesto). No obstante no tiene canción como los demás capítulos y... bueno, es un poco más largo. Así que, eso es todo...

Muchas gracias a Asuka, Natty y Anatri que me aconsejaron sabiamente a lo largo del fic =) y todas los demás fieles lectores que me fueron dejando reviews muy inspiradores, que me motivaron lo suficiente como para seguir.

Y como este fic no es ningún premio, mejor me dejo de agradecimientos y... ¡A leer!


Capítulo 28: Cuatro meses después...

Caminaba por el pasillo del ministerio, seguida de su recientemente ingresada, ayudante y secretaria, Lily. De estatura era apenas más baja que ella, y aunque Ginny le había permitido (sino sugerido) que usara tacos altos, le había prohibido terminantemente que fueran más altos que los de ella. Y allí estaban, caminando juntas, a cinco centímetros de diferencia.

—Hoy tienes una reunión con el ministro —anunció mientras caminaba a paso apretado, como imitándola por inercia, con una agenda abierta en sus manos, de la cual leía— a las diez. A las once viene Travis para hablar del caso Quick —Ginny asintió—. De doce a dos, ingresan tres novatos para las clases de desmemorización. ¡Ah! Y más tarde también, vendrá el señor Malfoy por el asunto de la nueva ley y el nuevo cargo público.

—Si —continuó, casi llegando a su oficina.

—¡Y no te olvides! A las cuatro está el juicio Miller— Ginny resopló.

—Cierto.

—¡Ah! Y... tu hermano llamó de nuevo.

—¿Por lo mismo? —la miró de soslayo. Lily asintió— ¿Qué le dijiste?

—Que no tenías noticias al respecto porque te habías ido a pasar el fin de semana con amigos.

—Bien, ¿lo creyó?

—De momento... —se encogió de hombros.

—Bien. Gracias, Lil.

—De nada —respondió servicial, deteniéndose antes de que atravesara la puerta.

Otra semana iniciaba. Ginny entró a su despacho, cerrando cansinamente la puerta tras de sí. Hacía tiempo que éste no era el mismo, o ella ya no lo era cuando entraba en él.

Los primeros días luego de "despedirse" de Harry, de "dejarlo ir"... de "abandonarlo" (como le gustaba pensar), aquella oficina había pasado a ser un enorme pensadero, en cuyos recuerdos ella parecía estar sumergida constantemente, presenciando las imágenes protagonizadas por Harry, viéndolas ir y venir frente a ella, más vívidas y crueles que su propia necesidad de tocarlo.

¡Y había intentado apartarse de aquello! Había hecho muchas cosas por ella misma a lo largo de esos meses, para no sentir que su cuerpo vagaba a través de una nebulosa, en donde Harry era el ausente constante. Incluso se había tomado unas merecidas vacaciones. Había disfrutado del sol y la arena de una afrodisíaca playa Portuguesa llamada "Praia do Alemão", y había intentado relajarse, olvidándose de todo lo referido al ministerio, a Harry Potter, o incluso a Eliott Wolf.

En relación a algunas cosas, sí había tenido éxito olvidando. Eliott ya era historia. De hecho, había pasado a serlo casi desde el mismo momento en que Harry se había convertido en su nuevo problema actual. Y el ministerio era fácil de olvidar si sus mayores corruptos ya estaban tras las rejas, para tranquilidad de sus propios nervios.

Pero... Harry era otro tema.

Para empezar, su deseo había sido conocer Ibiza. O quizás alguna de las menos conocidas playas españolas. Pero, cuando entendió que aquello se relacionaba directamente con estar cerca del recuerdo del morocho, había desistido por completo. Se imaginó descansando en la arena, imaginando cuántas veces él habría pisado aquella playa años atrás, de la mano de una Sophia quizás no tan lunática. Aquella imagen la atormentó durante una semana entera, día y noche, por lo que entendió que, España, no era una opción saludable.

Pero su viaje había terminado hacía casi dos meses. Y, aunque había conocido mucha gente (sólo de manera superficial y sin ningún interés mayor), sus experiencias en el extranjero, sumida en una profunda y melancólica soledad, ya habían pasado a la historia. Desde el momento que había vuelto a pisar su país, todos sus problemas volvieron a amontonarse sobre ella como si el tiempo no hubiera transcurrido, o como si en realidad, nunca la hubieran abandonado.

Y lo único en lo que podía pensar ahora, o en lo que se resumía su sensación al respecto, era en que toda la situación había sido injusta; en especial para ella.

Tuviera o no tuviera razón Harry, había sido injusto que a ella se hubiera visto obligada a pasar por lo mismo. Ahora sólo contaba con la autocompasión, que a veces menguaba y a veces... simplemente la doblegaba de dolor.

Y lo odiaba.

Lo odiaba como lo había hecho hacía años, cuando se fue, y como lo había vuelto a odiar hacía meses, al volver. Pero ahora era peor. Ahora no sólo lo odiaba como adolescente ultrajada, sino también como adulta despechada y destruida.

Y lo necesitaba...

Pero se había obligado a ya no pensar en él, a dejar de sumirse en esa autocompasión alienante. Se creía una mujer fuerte y capaz de sobreponerse... y Harry no sería la excepción. O al menos, no dejaría que nadie lo notara. Se había obligado a ya no pensar en él y casi lo conseguía... Ya no era el problema de sus mañanas, ni el pensamiento cíclico de sus tardes... pero otra era la historia al caer la noche. Otra era la historia cuando se veía resguardada tan sólo por la cruda soledad y el invierno de sus sábanas vacías.

Se sentó tras su escritorio, dando inicio al ritual de sus mañanas laborales, y prendió el ordenador. Mientras esperaba que éste iniciara, comenzó a mirar los archivos y expedientes apilados en su escritorio, resoplando.

La puerta se abrió sin sorprenderla demasiado. Levantó la mirada, ya no ilusionada con verlo, como solía sucederle a lo largo de las primeras semanas de su ausencia. Sonrió ampliamente al verlo, y luego bajó la vista para continuar con sus papeles.

—¿Qué hace aquí, señor secretario de ministro? —se burló sonriente— Este ya no es su piso. —El rubio se sentó sobre el escritorio, frente a ella, como solía hacerlo cuando era su colega.

—Es el piso donde comencé ¿no? Es sano volver a las raíces. Además... —tomó algunos de los expedientes sobre el escritorio, y ojeó rápidamente— vine a saludar a una vieja amiga, ¿no puedo?

—Draco —lo miró, cansada—, me ves en todos los almuerzos.

—Bien, pero esto es importante. No puede esperar tres horas más.

—De acuerdo. —Ella cerró las carpetas, cruzó sus manos por encima del escritorio, y lo miró con total atención— Dime.

—Okay —se acomodó—. ¿Qué haces exactamente el día doce de Julio?

—Mmm... no sé, falta como un mes ¿no? ¿Por qué?

—¿Y si te dijera que...? —se calló.

—¿Qué?

Draco mantuvo su mirada en vilo, mientras con su mano hurgaba uno de los bolsillos de su saco, extrayendo una pequeña cajita que abrió con agilidad.

—¡Mierda! —se levantó, espantada. Draco rió, cerrándola rápidamente. Ginny le arrebató la caja de las manos y la volvió a abrir, frente a sus ojos. Una enorme joya resplandecía sumisa, entre el terciopelo decorativo. —Mierda... —volvió a susurrar. Luego levantó la mirada hacia él— ¿Lo sabe? —él negó con la cabeza.

—Creo que lo espera desde que la conozco, pero no.

—Pero Drack... ¿Estás seguro? —él asintió, reprimiendo su excesivo entusiasmo— ¿Completamente?

—¿Por qué no? ¡Peores cosas hice en mi vida!

—Pero... esto es serio. Es un compromiso... serio —repitió, atontada, volviendo a mirar el anillo— y tú no...

—¡Hey! Yo siempre fui serio —le arrebató la joya.

—Si, pero no para esto.

—Lo habría hecho contigo, tiempo atrás —soltó con la facilidad que le otorgaba, la antigüedad de su amistad—. Pero son cosas distintas y... esto lo amerita más que nunca.

—¿Aún cuando... sólo la conocieras de unos meses?

—Aún así —asintió—. Y si no funciona, ¡ya veré luego! Ahora quiero esto —miró el anillo—, con ella.

Ginny asintió, conforme. Volvió a mirar la joya, y no pudo evitar taparse la boca, aún anonadada.

—No puedo creerlo. ¿Y por qué en Julio?

—Bueno, me tomo unas vacaciones esa semana, ¿qué mejor que una luna de miel? —Ginny sonrió, emocionada, y lo abrazó con entusiasmo, incapaz de contener su propia emotividad al respecto.

—Me alegro por ti, Drack. Esto es... maravilloso —logró decir entre la emoción.

Draco sostuvo el abrazo, consciente de que ella comenzaba a aflojar su alegría, cediendo paso a una tristeza que creía que había superado hacía meses. La palmeó suavemente, intentando confortarla.

—No te habrás puesto nostálgica ¿no? —la separó para inspeccionar en sus ojos. Ella se apuró a negar, secando una lágrima que aún no caía de su ojo.

—No. Sólo... no sé... cosas de mujeres.

—¡Eso es mentira! —soltó— Tú nunca fuiste de esas, ¿qué pasa?

—Nada, me emocioné ¿si?

—Hmmm.

Draco la miró suspicaz durante un segundo, debatiéndose entre inmiscuirse o no inmiscuirse en lo que su "emoción" significaba. Finalmente, y creyendo ser sutil, preguntó:

—¿Cómo llevas lo de Potter? —la sonrisa de la pelirroja se borró instantáneamente. —Bueno, uno de los dos debía sacar el tema, colorada.

—Creí haber dicho que no quería hablar de...

—Si, también te dije que me importaba un bledo. Por callarlo todo pasó lo que te pasó con Eliott.

—Está superado —zanjó, para que dejara de cuestionarla—. Lo peor ya pasó, lo sé.

—Bien.

—Aunque... —pareció detenerse en un pensamiento interno, mirando sobre el hombro de él hacia el vacío— he querido llamarlo... y esperado semanas enteras su llamado... y nada.

¿Qué se suponía que respondiera a eso? La veía completamente ajena a su vida, perdida en un presente que no deseaba, pero... ¿qué se suponía que podía hacer para ayudarla? Es decir, sí estaba haciendo algo, y aunque estaba muy cerca de cosechar los frutos de aquello y por fin verla feliz, todavía no era el momento. "Tranquilo, Draco" se repetía "Falta poco". Quizás pronto terminarían de tomar forma sus deseos e ideas, y ella volvería a sonreír.

—Dijo que volvería, ¿no? —sólo dijo. Ella volvió en sí y lo miró con un dejo de tristeza.

—Si, y yo te dije que no le creí ni le creo.

—Colorada, es Potter; la cagó. Ya sabías que sería así —ella asintió, asumiendo su parte de culpa al respecto—, pero si algo te dice la experiencia, es que él puede ser algo más inocente de lo que sueles creer.

—Igual es culpable.

—Si.

—Y se fue.

—Si.

—Y lo odio.

—Es lógico.

—Y... —Ginny lo miró confundida— ¿qué le sigue a eso, Drack? —él se encogió de hombros.

—¿Que aún lo amas y necesitas y extras y esperas que vuelva? —enumeró sin respiro, exagerando.

—Si —susurró, contemplativa—. También todo eso.

Su rostro volvió a teñirse de profunda melancolía, y la vio respirar hondo, como si el aire a su alrededor fuera espeso y a sus pulmones les costara extenderse cómodamente entre sus costillas. Nuevamente perdió la mirada en el vacío.

—Qué extraño; siempre te creí más orgullosa que arrastrada —filosofó, intentando sonsacarle una sonrisa. Ginny asintió. Que aquello no le molestara, ya de por sí era una mala señal.

—Si, yo también —se lamentó—. Pero con Harry perdí mi orgullo hace ya mucho tiempo.

—Hablemos de algo más alegre, ¿quieres? —Ella no respondió, aún inmersa en sus reflexiones— ¿Granger está bien? ¿Cómo te fue el fin de semana?

—¡Genial! —volvió a sonreír, tras una pausa— Tiene el estómago lleno, lleno —se burló.

—¿Y es feliz allá? Me refiero, sola y todo...

—Está con sus padres, Drack, no está sola.

—Sabes de qué hablo. —Ginny lo dudó unos segundos, volviendo a ojear sus expedientes, mientras pensaba en ello.

—Está tranquila y es optimista —enumeró—. Sonríe todo el tiempo, vive con frescura, y tiene un niño creciendo dentro suyo... si todo eso no es felicidad, no sé qué lo es.


Ya casi no había luz en el living. Afuera era casi de noche, y Harry estaba recostado a lo largo del sofá, con el pesado libro entre sus manos, mirando y leyéndolo compenetradamente. El momento era apacible y se sentía tan a gusto, que casi no notaba el volar de las horas. Tampoco se inmutó en absoluto, cuando el timbre de su departamento, sonó estrepitosamente. Continuó con su lectura, inamovible. Segundos después, el cerrojo giró y Ron apareció tras la puerta, con cara de pocos amigos.

—Bueno, como mínimo podrías abrirme la puerta ¿no? —se quejó, cerrando la misma tras de sí, bufando a cada paso.

Harry permaneció inmerso en su lectura. Sus ojos iban y venían en el fraseo impreso en el papel. Llegado a la última palabra, seguida del punto final, cerró el libro con euforia. Sólo entonces le dirigió la mirada a su amigo.

—No es mi estilo— zanjó, lanzando el libro en su dirección, justo para el agarre improvisado del pelirrojo—, pero te agradezco el aporte —se levantó del sofá.

—¿Ya lo terminaste? —miró el libro entre sus manos— ¡Si te lo di hace una semana!

—Leo todas las noches —sonrió a modo de excusa—. Ya que tienes llaves y entras como si fuera tu casa, ¿Por qué no nos invitas unas cervezas? Están en la heladera —apuntó, dirigiéndose al cuarto. Ron acató—. ¡Aguarda! Me cambio la remera y me cuentas...

Ron abrió la heladera y sacó dos botellas de cerveza, que destapó con agilidad. Cuando volvió al living, Harry llegó nuevamente, vistiéndose, y estirando una mano para recibir la botella individual.

—Bien... —señaló el sofá— Dime, ¿cómo te fue?

—Como siempre —resopló, dejándose caer en el sofá—; llegue allí, hablé con ellos, como siempre —recalcó— y me fui... ¡Estoy cansado de hablar con ellos! ¡No quiero enterarme así! ¡Quiero ver crecer a mi hijo, no que sus abuelos me relaten su evolución! ¡Parece un maldito partido de Quidditch!

—Tranquilo.

—Quiero hablar con ella, quiero saber cómo está —enumeró, con desesperación contenida—, ¡No esto! Y sé que cuando toco la puerta, se esconde y escucha lo que digo... ¡Esa no es la Hermione madura que amo! ¡Hasta yo soy más maduro que esa! —se quejó.

—Creo que la palabra exacta es 'precavida'.

—¡Un cuerno! ¡Es egoísmo! —bebió un sorbo y continuó— Lo peor es que, la desgraciada es tan inteligente que... intenté trepar su ventana en la noche ¿sabes? ¡A eso me llevó!

—¡Ron! —lo reprendió.

—¡Si! Y lo peor es que la desgraciada tenía todo cubierto. Hechizó toda la maldita habitación y... ¡no pude verla!

—Creo que es hora de que dejes de intentar.

—¡No! ¡Es hora de que ella deje de evitarme! ¡Es mi hijo! —se desesperó.

—Tu hijo aún no nació, Ron —intentó hacerlo reflexionar.

—Pero está creciendo.

—Porque ella lo protege, Ron —justificó—. Prometió venir para el parto ¿no? Sé feliz con eso.

—No quiero una sala de hospital, Harry, de eso tuve demasiado ya. Lo que quiero es cumplirle los antojos, abrazarla antes de irme a dormir, acariciar su vientre —se exasperó—, ¡No otra maldita cita con Gregory, sentado durante horas en una habitación fría y lúgubre, mientras espero que lo más importante en mi vida, suceda sin que pueda verlo!

—Calma —tomó su hombro, condescendiente. Ron intentó respirar hondo, casi apabullado por propio enfado—. ¿Has hablado con Ginny al respecto? Quizás ella pueda ayu...

—¡Otra desgraciada! —lo interrumpió, retomando su enojo— ¡Te digo que están complotadas, hermano! Su "secretaria" —remarcó con desprecio— dice que no sabe nada porque se fue con amigos a no sé dónde...

—Hmmm... no sé qué decirte entonces.

—Yo si —lo miró determinante—, que si no me atiende este mismo fin de semana, tiraré esa puerta abajo, hechizaré a los Granger, y secuestraré a mi hijo... ¡Con o sin Hermione alrededor! ¡Y es una condenada promesa!

—Calma, malhechor —se burló—. ¿Por qué no dejas que lo intente yo esta vez?

—¿Tú? —se sonrió con sarcasmo— Adelante, intenta transgredir el carácter de esa mujer. Hermione no es Ginny... no tienes idea en lo que te estás metiendo. —Harry frunció los labios, no muy a gusto con aquel comentario.

—Tú deja que me encargue. Mientras... —lo miró con detenimiento— ¿por qué no me cuentas cómo vas en el trabajo? —Ron se encogió de hombros.

—Es un fastidio. Si volví ayer y dejé de insistir con Hermione, es porque hoy era lunes... otra vez.

—Con esa actitud, sólo lograrás que levante una orden de restricción contra ti.

—¿Una qué?

—Nada no importa. Tú déjame a mí.

Ron, no muy convencido, asintió, bebiendo el último sorbo de cerveza. Luego levantó la vista y observó los alrededores, con un detenimiento que no se había permitido antes, a causa de las quejas.

—¿Has remodelado? —Harry lo imitó y miró las paredes.

—Sólo un poco; orden y pintura. —Pero luego se entusiasmó y comenzó a señalar en detalle— Cambié el color de las paredes... y de las cortinas, para que combinaran. —Ron lo miró extrañado— Dispuse los muebles hacia el ventanal, en lugar de... —Harry calló al ver la cara con que su amigo lo miraba— ¿Qué?

—¿Qué mierda pasa contigo?

—¿Qué? Quise renovarme, ¿qué hay de malo?

—¡Por Dios! ¡Este lugar apesta a estrógenos! —frunció la nariz— ¿Hace cuánto que no follas? —Harry sonrió con superioridad.

—Desde lo hice con tu hermana.

Ron se puso serio de golpe. Lo investigó con detenimiento, y luego de un segundo suspendido en el silencio, ambos estallaron de risa casi al unísono.

—¡Que tonto de mí! Debí suponer que todo esto era por eso —concluyó, llevándose la botella vacía a la boca, y comprobando con desilusión, el fin de la bebida.

—No, no es SOLO por eso. No es solo por ella —remarcó—. Es principalmente por mí.

—Menos mal, porque escuché ciertos rumores.

—¿Sobre qué?

—Sobre Draco... aprovechándose de tu ausencia.

—¡Bah! —desestimó, despreocupado— Eso es pasado.

—Yo sólo digo lo que rumorean las secretarias: "Draco compró un anillo, fue a verla, y se escucharon gritos de alegría" —repitió con voz burlesca—, tú saca tus propias conclusiones.

—¿Acaso crees que soy idiota? ¿Crees que me desligué por completo del mundo, dejando a tu hermana sola, a la merced de los mil carroñeros que esperaban que la cagara para avanzar hacia ella? —ironizó. Luego sonrió satisfecho— Si supieras... Créeme, tengo todo bajo control —le guiñó un ojo.


Aquel miércoles había sido tan tranquilo como el resto de la semana. Sus días parecían transcurrir serenamente, entre médicos y clases de pre-parto; entre su familia, Lockett, y un montón de parejas desconocidas, que practicaban posturas y respiraciones a dúo, y solían hacerla sentir sola. Pero definitivamente el tiempo había sido bueno con ella, serenando su espíritu y su alma, y dando espacio a que en su interior, su hijo creciera fuerte y sano.

Ya casi oscurecía por completo. Las tenues luces de la victoriana y modesta casa de los Granger, ubicada a tan sólo unas horas del centro de Londres, iluminaban cálidamente la sala de estar. Sí, los miércoles eran días tranquilos. Lockett ya no la visitaba tan seguido (sólo los lunes, y viernes por medio le hacía un llamado telefónico), y Ron... bueno, Ron solía ir sólo los fines de semana (todos, en un principio), pero ya no más de una o dos veces por mes (lo que su trabajo le permitía, y lo que sus propias ganas lo impulsaban).

Pero tanto Hermione como sus padres, respiraban más tranquilos en los días de semana. Pocas veces había caído él de improvisto,, intentando en vano, verla. Hermione había hechizado el lugar, de modo tal de que nadie pudiera aparecerse en veinte kilómetros a la redonda, y para el resto, sólo había un trasladador, pero se ubicaba a unos cien kilómetros, por lo que, si alguien quería llegar, sólo podía hacerlo en auto. Sólo alguien que no trabajara durante la semana, podría hacerlo.

Aún así, el timbre resonó entre las paredes de la salita, en la cual Hermione, cómodamente sentada en el sofá, leía un libro, y sus padres jugaban ajedrez a un lado. La castaña bajó el libro y miró a sus padres con curiosidad.

—¿Esperan a alguien? —ambos negaron, tan confundidos como ella— Llega a ser Ron y les juro que... —comenzó a refunfuñar mientras intentaba encontrar una cómoda posición para levantarse. Su padre se levantó de inmediato para ayudarla. —Me voy para arriba —advirtió, como repitiendo la misma acción de siempre.

—Hija —susurró su madre—, ¿por qué no te quedas esta vez? Creo que ya está bien... él ha acatado todo este tiempo y...

—No, mamá. Eso lo decidiré yo, no él.

—Es el padre —justificó, intentando hacerla entrar en razón, y a modo de resumen de una discusión que ya habían sostenido varias veces.

—Y yo soy la madre —zanjó determinante. Entonces miró a su padre—. Dile que no quiero verlo y que si sigue molestando, ya no lo tendremos al tanto.

—Pero...

—Por favor, no lo dejes pasar —pidió con suavidad—. Me voy arriba por si acaso.

Hermione subió las escaleras lo más aprisa que pudo, lo cual no fue mucho, y se encerró en su cuarto. Se sentó en la cama y, simplemente aguardó, aguzando el oído por si acaso fuera él. Siempre lo hacía. Escuchar su voz la tranquilizaba.

Su caso era una extraña contradicción, que siempre se debatía entre quererlo irremediablemente a su lado, e intentar por todos los medios, aferrarse a algo que pudiera hacer odiarlo. Normalmente intentaba no pensar en él, y punto. Con su hijo en medio y las preocupaciones concernientes a él, solía lograrlo... pero el resto del tiempo, simplemente lo extrañaba.

Varias veces había pensado en dejarse ver, pero entonces sentía cómo, un pequeño resto de aquel antaño temor, volvía a ella. Entonces simplemente cerraba los ojos, callaba sus ansias y se escondía en su cuarto. Lo había hablado con Lockett, esperando que le dijera si era o no tiempo de volver, si aquel tiempo habría alcanzado los objetivos mismos que lo impulsaron. Brian sólo le había respondido una cosa: "Jamás te dije que te tomaras un tiempo; clínicamente, nada indicaba que lo necesitaras. Fue una decisión propia y sólo tú sabrás cuando habrá terminado, cumpliendo o no tus expectativas". Y... ¡Maldición, eso no le servía!

Tenía tantas ganas de verlo...

Pero no a través de su ventana y de lejos, como hacía siempre que lo veía alejarse para subirse al auto. Lo quería ver de frente, hablar con él... pero aún no. Aún no estaba segura. No tenía fuerzas y, para el caso, tampoco tenía las excusas para volver. El amor no era excusa suficiente para volver, siendo que tampoco lo había sido en un principio, para quedarse. No, no tenía...

La puerta se abrió, dejando ver a su madre, envuelta en una feliz sonrisa.

—Vino alguien a verte.

—Mamá te dije que no le...

—Me dijiste que no le abra a Ron. Pero a él... —abrió la puerta, dejando ver a un Harry saludable y sonriente, casi renovado.

—¡Harry! —se apuró para abrazarlo.

—¡Herms! —la recibió gustoso— ¡Dios! —sonrió— No puedo cerrar mis brazos a tu alrededor —se burló. Su madre sonrió, conforme de ver un poco más feliz a su hija, y cerró la puerta, dejándolos solos.

—¿Qué haces aquí? —lo separó para mirarlo— ¡Wow! ¿Hace cuánto no nos vemos? —reflexionó a partir del favorable estado de su amigo, en comparación a aquel casi deplorable, con el que había aparecido en su casa a cenar, hacía meses.

Hermione tocó sus mejillas, maravillada. Harry sonreía mientras ella manoseaba y estiraba la piel de su rostro con ahínco.

—Te ves tan... bien nutrido —rió— ¡Qué bien estás!

—Gracias —se sonrojó levemente.

—Y aumentaste de peso —tocó sus brazos—, ¿hiciste ejercicio?

—Sólo un poco, en el tiempo libre en que no leía o pintaba la casa —ella sonrió, incrédula.

—¡Dios! Ginny sí que se podrá contenta cuando te vea... pero, ¿a qué te refieres con tiempo libre? ¿Has empezado a trabajar?

—Algo así, si. Hace un mes.

—¡Me alegro por ti! Ven... —tomó su mano y lo dirigió al borde de la cama— siéntate, quiero saber.

—No, no. No vine para hablar de esto.

—Pero ponme al tanto.

—No, no —repitió, seguro—. Vine con otra misión.

—¿Cuál? —pero, como si hubiera caído en cuenta, lo miró fijo— o te habrá mandado Ronald, ¿verdad?

—No, no estoy aquí por él. Estoy aquí por mí y, bueno, por ti también.

—No entiendo.

—Vine a hablar de nosotros dos —comenzó— y de cómo nos parecemos, Herms. A riesgo de que me escuche Ron y me pegue una buena zurra, yo sí estoy de acuerdo con lo que estás haciendo —confesó, robándole una sonrisa de emoción—. Creo que has sido muy valiente, ¡y fuerte también! Y que te ha tocado, como a mí, ser quien tome la decisión más difícil en pos de un futuro mejor. —Ella asintió, más calmada ahora, ante la idea de un nuevo aliado ante aquello que tanta polémica traía en su entorno— Sé lo difícil que ha sido para ti dejar a Ron, y entiendo que ha sido la única manera de hacer bien las cosas... Pero también creo que ya es suficiente —zanjó. Ella lo miró confundida—. Creo que los dos sabemos que esto ya no tiene sentido.

—Eso no es verdad —interrumpió.

—Tú estás bien, y él te necesita y hará lo que esté a su alcance para que tu te sientas cómoda de volver.

—Si aún insisto en la distancia, es por...

—Por miedo —zanjó—. ¿Por qué no quieres afrontar el hecho de que tú también lo necesitas? ¡Vamos! Los dos sabemos que te mueres por volver con él.

—¿Si? ¿Y cómo es que tú lo sabes? —Harry sonrió.

—Te dije que somos parecidos, ¿o crees que no me costó horrores estar lejos de Gin?

—Pero tuvo sentido la distancia, es decir, ¡Mírate! Lo necesitabas, eso está claro.

—Por supuesto, ¡Y tú también...! Pero ya está —zanjó nuevamente, seguro—. Ya puedes volver.

—¡No! —se encaprichó, contrayéndose casi por instinto. Cuando él estuvo por refutar aquello nuevamente, con algún acertado argumento, ella interrumpió— Y, si así fuera, ¿por qué no volviste tú con Ginny? —acusó, desafiante.

—Ya estoy en eso —aseguró, radiante—, pero convengamos que yo no tengo un hijo con el que extorsionarla y convencerla de que me acepte de nuevo, luego de todo lo que pasó —la miró alusivamente—, yo debo hilar un poco más fino. Y, aunque tengo todo casi listo, créeme, tú lo tienes mucho más fácil que yo. —Hermione permaneció con la cabeza gacha, consciente de que mayormente, él tenía razón, pero seguía sin saber cómo resolver aquello— Herms —buscó su mirada, con la suya, consoladora—, si vine fue para darte ánimos... Quería decirte lo que tú ya venías pensando; sí, ya es hora de volver... y supuse que necesitarías de alguien cercano que pudiera certificarlo por ti. Alguien que haya pasado por algo similar y, te entienda... —Ella lo miró, asintiendo— Dejemos de sufrir.

Emocionada y casi incapaz de retener las lágrimas (más causa de las hormonas que de aquella conversación), asintió. Lo abrazó, pausando sus pensamientos y se dejó acoger por la calidez del entendimiento ajeno. Finalmente se separó de él, y lo miró como concluyendo una reflexión propia.

—Ginny sí que se va a poner contenta cuando te vea —culminó—, y no lo digo sólo por el físico.


Era viernes, al menos eso la hacía feliz. El resto de su vida era un aburrido y repetitivo círculo vicioso. ¡Mierda! ¿Ya era viernes? Eso quería decir que, antes de que se diera cuenta, su fin de semana habría terminado, y el tormento volvería a comenzar.

Bajó del ascensor y su solícita secretaria, la flanqueó de inmediato.

—Buen día, Ginny.

—¡Me asustaste! —se quejó— ¿Qué no duermes?

—Creí que me contratabas para ser puntual.

—No, yo soy puntual, tú eres una obsesiva patada en el trasero. —La castaña sonrió, halagada— Vamos, dime. ¿Qué malas noticias tienes para mí?

—Bueno —leyó la agenda entre sus manos, en voz alta—; a las diez, reunión con el ministro. A las once, cierre del caso Browne. A las doce, ascenso oficial de los novatos.

—¿Los debo ascender yo? —se quejó.

—Si. El ministro dijo que está harto, que ya que tú los entrenaste, te encargaras de la promoción.

—¡Mierda!

—Emmm... —cambió la página— ¡Oh! Almuerzo, claro. A las dos, reunión inter-departamental. Y... ¡Ah! ¡Si! La reunión que tenías con Malfoy a las tres, fue cancelada.

—¿Por qué?

—Dijo que no podía, pero que vendría en algún momento a hablar sobre el tema.

—¿Algún momento? ¿Cómo cuándo? —Lily se encogió de hombros.

—¡Genial! —soltó con sarcasmo.

—Y... recuerda que esta noche tienes una cita.

—¿Qué?

—La cita con Malcom Brooks, en aquel restauran ¿recuerdas?

—Malcom, claro —se golpeó la frente—. Lo siento, es que estoy un poco abrumada.

—Bueno, llamó hace un instante para confirmar y dijo que él compraría el vino esta vez y, que está ansioso por verte. —Ginny hizo una mueca de aceptación y desagrado.

—Hoy no es el mejor día para esto... —bufó— pero... bueno, me hará bien salir un poco... con él. ¡OH, NO! —se detuvo en seco, atormentada.

—¿Qué, qué? —se asustó.

—No había pensado en eso... —la miró, desesperada— ¿Qué voy a ponerme, Lily?

—No te preocupes por eso, encargué el vestido. El blanco que te había gustado, ¿recuerdas?

—¿El Dolce? ¿El Dolce blanco?

—Ese. Ahora mismo voy a buscarlo.

—¡No!, no puedo usar el Dolce, Lily —se mortificó—, parecerá que estoy muy interesada.

—Pero... es tan lindo —se lamentó.

—Pero no, Lil. Es demasiado, recién es nuestra segunda cita.

—Como quieras. Puedo buscarte otra cosa, si prefieres.

—Por favor, si. Algo más discreto.

—Bien.

Ginny entró a su oficina, con un desgano que nada tenía que ver con el hecho de que fuera viernes, o de que ese trabajo ya no le estuviera resultando tan apasionante en su vida, como lo había hecho durante tanto tiempo. Y tampoco tenía que ver con el hecho de que aquella noche debiera actuar despreocupada y maravillosa para un tipo el cual, si bien era un buen candidato, a ella no le interesaba ni medio. No. Aquel desgano tenía el mismo origen que el de los últimos viernes de su vida; tendría dos días y tres noches consecutivas, para ahogarse en la soledad de su casa. Las actividades que podía hacer para despejarse, como leer, ver películas o incluso, como había pensado hace poco más de un mes, estudiar, ya no la distraían ni suponían tal agrado.

Lo único que la tranquilizaba un poco, solía ser ir a visitar a su amiga, y luego a su familia. Los últimos fines de semana los había pasado así; sábado con Hermione, domingo con mamá y papá. Y el resto era aire... aire y espacios inhabitados en su vida.

Tan ensombrecida por su futuro, no escuchó cuando la puerta se abrió, dejando ver al rubio. Sólo cuando se percató de su gesto burlón y la sonrisa joven que solía vestirlo, colocó sus brazos en jarra, volviendo al presente.

—¿Cómo que cancelaste nuestra reunión? —acusó sin siquiera saludar— Debíamos sancionar una ley, crear un nuevo car...

—Momento —la detuvo, borrando la sonrisa ante la agresión en su voz—, lo cancelé porque el cargo ya fue creado, colorada. Y para el caso, el puesto ya fue ocupado.

—¿Cómo? ¡¿Y quién aprobó eso?!

—En principio, Knight y yo. Sólo falta tu firma.

—Pero... ¿quién...?

El golpe en la puerta la detuvo, llamando su atención. Draco se apuró a abrirla, tapando con su cuerpo, la visión de la pelirroja.

—Qué puntual —le dijo al recién llegado.

Cuando por fin el cuerpo del rubio se hizo a un lado y le dejó ver de quién se trataba, Ginny no dio crédito a sus ojos. Su mente se desconectó por completo, evitándole entender, sino hasta varios segundos después, que la figura que acababa de entrar en su oficina, era realmente la de él... la de él, después de tanto tiempo.

—¿Qué...? —Ginny giró la cabeza hacia Draco, intentando hablarle a él, pero sin dejar de mirar a Harry— ¿Qué hace aquí? —logró preguntar, aún sorprendida.

—Él es Harry Potter —lo presentó, en lo que a ella le pareció un absurdo— y se hará cargo del nuevo departamento de Prevención y Seguridad Presidiaria.

—¿Es una broma? —soltó con gravedad, aniquilando a Draco con la mirada.

—No.

—¡Debe ser una broma! —interrumpió, apretando los dientes, desafiándolo.

—Él es excelente para la jefatura, Ginevra. ¿Quién mejor que él sabrá prevenir los incidentes y la corrupción de Azkaban?

—Pero... —miró a Harry con desconfianza, quien agachó momentáneamente la mirada.

—Las firmas ya están —zanjó Draco—. El puesto es suyo prácticamente, pero Knight quería que tú lo oficializaras. Colorada —la miró con seriedad—, si no pones tu firma ahí, todo el trabajo que hemos desempeñado hasta hoy habrá sido en vano. —Ella se dejó intimidar por su mirada un instante, pero él luego la suavizó— Yo ya puse a Potter al tanto de lo que hemos venido hablando nosotros, y sobre cómo desempeñar el cargo. Él se encargará de reclutar algunas personas y... la idea sería que comenzara el lunes mismo. —Draco miró a Harry, y él asintió— Bien. Informado esto, lo dejo en tus manos. Ponlo al tanto de los objetivos a mediano y largo plazo, yo tengo otra reunión ahora pero luego pasaré por aquí. —Miró por última vez a ambos— Adiós.

Draco se fue, liberando un espacio abismal entre ambos cuerpos, separados por los metros que había desde la puerta hasta su escritorio. El aire pareció tensarse sobre ambos, cuyas miradas se evadían, y la distancia pareció agrandarse ahora, como si la oficina se hubiera estirado con ellos adentro, apartándolos aún más uno del otro.

Finalmente, ambos levantaron la mirada, casi al mismo al mismo tiempo. Sus ojos sólo le transmitieron una cosa, o una mezcla de dos; serenidad y seguridad. Aunque no podía decir que fuera una persona completamente distinta, Harry no parecía el Harry que la había dejado, meses atrás.

—Buen día —se atrevió él finalmente, para romper el hielo.

Ginny no relajó sus rasgos en absoluto, pero internamente había decidido tomar una postura, y esa sería la profesional. Siempre había sabido ubicar su profesión como escudo, y aquello sólo era otra transición laboral. Resopló a modo de resignación, y sin devolverle el saludo, con su mano le indicó que se sentara, haciendo ella lo propio, tras el escritorio.

—Acabemos con esto —zanjó seria, dándole a entender que no estaba dispuesta a hablar de nada que no se remitiera específicamente, a los temas del ministerio. Cruzó sus manos sobre el escritorio y clavó su mirada en él, completamente ajena y apartada de los sentimientos que tanta presión hacían, por bullir en su interior— La idea es que, a partir de la nueva ley, el ministro y cada uno de los miembros de Wizengamot, reciba un informe mensual sobre...

—...los reclusos, los guardias, las sentencias, las celdas —enumeró de memoria—, en fin... todo. Ya lo sé. Ya estoy al tanto de todo, Ginny. Fui yo quien ayudó a Draco todo este mes, a poner en orden las ideas y a crear una estrategia de desarrollo. Créeme, sé cómo hacer mi trabajo.

—Aún no es tuyo —zanjó casi molesta—. Qué paradójico; una vez más, tengo tu futuro en mis manos.

—No me sorprende en absoluto —le sonrió de lado, con un galanteo inherente a su persona.

—Si ya sabes cómo hacer tu trabajo ¿a qué viniste? No hace falta que estes presente para la firma de papeles.

Aunque su mirada era cruel y sus facciones, duras, fue imposible para Harry, no encontrar detrás de ellas, las características más seductoras de la pelirroja. Y aunque también ella estaba ayudando a que el aire entre ambos se espesara y los separara con mayor fuerza, había una conexión inmanejable para ambos, que encontraba su punto de inflexión en sus miradas.

Aquella conexión no podía ser una mentira. Y para el caso, no podía evadirse como tanto parecía pretender ella.

—¿Acaso no es obvio? —respondió por fin, sosteniendo su mirada— Te dije que volvería, Gin —agregó con dulzura. Ginny apretó los labios, con un disgusto que Harry le pareció falso.

—Y yo te advertí que si te ibas, no iba a esperarte.

—Pero estás aquí, que es lo que me importa. Y yo contigo...

—¿Y ahora qué? —soltó escéptica— ¿Cuál es el plan? ¿Vernos un mes y luego separarnos de nuevo? Te lo agradezco, pero no me interesa.

—Gin...

—No me digas así —agravó—, no empieces con eso. Si vamos a ser colegas, atengámonos a ello y seamos profesionales —irguió su postura, demostrando que ya no sería la chica débil, frente a él—. ¿Ya sabes qué hacer? ¡Genial! ¡Hazlo! Yo tengo una agenda muy apretada para hoy.

Como si su severidad no lo perjudicara, sonrió agachando la vista, algo compungido.

—¿No vas a preguntarme que fue de mi vida estos meses?

—Si me interesara, te habría llamado —mintió con destreza, intentando sonar lo más cruel posible. Sólo así sentiría una pizca del sufrimiento por el que ella había tenido que atravesar. Él volvió a mirarla, con decisión.

—A mí sí me interesa saber de ti... aunque no te haya llamado.

—Estoy bien, gracias.

—¿Puedes mirarme a los ojos? —le pidió con suavidad. Ella obedeció, resignada— Hola —le sonrió, renovado al ver nuevamente sus pupilas.

—Hola.

—Vine porque... antes que contigo, cumplí conmigo mismo —confesó abriendo su corazón, y exponiendo la sinceridad de su propia reflexión. —Vine para decirte que todo el tiempo que pasamos separados... no fue en vano. No soy el mismo que se despidió de ti —sonrió—, y esta vez lo digo con orgullo.

Ginny aún lo miraba, debatiéndose internamente, entre las distintas posibles reacciones que podía tener frente a ello. Podría abalanzársele encima, callándolo y tirando su orgullo por la ventana. O quizás, podría cortar su sermón allí mismo, gritándole y obligándolo a salir... Pero nada... optó por el silencio.

—Hice todo lo que me había propuesto hacer con ese tiempo, Gin. Leí hasta el cansancio, hice ejercicio... purifiqué mi mente en cierto modo. ¡Renové mi casa! —se entusiasmó— Y estoy seguro de que te encantará el color que le puse a las...

—Basta —soltó, más a modo de ruego—. Basta, no quiero oír más.

—Ven a verla —le pidió—. Fui a algunas clases de cocina también, deja que cocine para ti... ¿Qué te parece esta noche? Es viernes y...

—No puedo. Tengo... planes con alguien.

La mirada de Harry denotó un ligero detenimiento en todo su pensamiento, y aunque por un momento ella lo creyó triste, Harry la miró con condescendencia:

—¿Estás saliendo con alguien?

—No, nada serio —zanjó—, pero será nuestra segunda cita y... —carraspeó— estoy ansiosa por...

—Bueno —interrumpió, y lejos de decaer, persistió:— ¿Y qué tal mañana?

—No puedo.

—¿Y el domingo?

—Veo a mi familia. —Harry apretó los labios, enfatizando la pausa entre ambos, pensando en una nueva estrategia por la cual abordar a la colorada.

—¿Sabes que estoy trabajando? —Ginny frunció el entrecejo, confundida.

—Si, creí que por eso habías venido aquí.

—Hace un mes que estoy trabajando —continuó—. Vengo aquí todos los días. A veces, incluso, llego antes sólo para verte entrar —confesó, ligeramente avergonzado. Ella, que había bajado la guardia por un breve instante, se acomodó en su asiento, volviendo a erguir su cuerpo y a postrar su voz.

—Creí que te habías ido porque necesitabas alejarte —acusó.

—Deberías saber que tenías razón aquella vez, por supuesto —continuó, haciendo caso omiso—; vuelvo tan cansado a casa en la semana, que no tengo ganas de salir ni de ver a nadie... excepto a ti, Gin.

—Quiero que te vayas.

—...Que llego a casa ansioso por tener dos días para mí... pero que no tienen sentido si tú no...

—Basta —interrumpió de nuevo, poniéndose de pie—. Vete, Harry. Vete o llamaré a seguridad —Harry sonrió, levantándose con parsimonia.

—¿Y crees que eso me detendrá? Pensé que había quedado claro; por ti iría a Azkaban de nuevo... ¡y cuantas veces fueran necesarias!

—Basta, Harry —tomó el teléfono, amenazante, pero con las facciones contraídas por el creciente esfuerzo por reprimir las lágrimas y no quebrar su voz.

—Adelante, llámalos. Me encanta verte autoritaria —desafió, prudente.

—Los llamaré si sigues...

—No me iré hasta que no me des una noche. —Ginny ubicó el auricular en su oído.

—Suficiente tiempo te he dado. Quiero que te vayas...

—Te amo —interrumpió.

—Llamaré a seguridad.

—...Y aún me quiero casar contigo. No, aún no —se corrigió—. Ahora más que nunca sé que quiero casarme contigo...

—Pues es tarde... —marcó un número, decidida.

—Vamos, Gin, una cena —rogó con la mirada—. Esta noche... sólo eso.

Ella permaneció en silencio, mirándolo directamente a los ojos, mientras aguardaba ser atendida. Él insistía con sus pupilas, pero ella no parecía ceder. Harry entristeció casi de golpe, al enteder que ella no iba a tolerar aquello y, quizás su plan había sido tonto desde un principio... pero la amaba tanto.

—Soy yo —habló con seriedad, aún con la mirada clavada en la suya, cuando del otro lado del teléfono respondieron—. Lily, llama al señor Brooks... —se aclaró la garganta. Harry lucía confundido— Dile que lo siento pero, esta noche no podrá ser... —lo vio sonreír— y quizás ninguna otra. —Por un momento, él juró que ella le había sonreído también, pero luego volvió a la seriedad— ¡Ah! Y Lily... Cambié de opinión; pasa a buscar el vestido. Creo que lo necesitaré para esta noche.

Ginny cortó finalmente el teléfono, sin dejar de escrutar sus ojos, radiantes de felicidad.

—Haremos esto bien, será sólo una cita formal... —y cuando él estuvo por saltar de alegría como un niño al que le cumplen el capricho, ella indicó con seriedad— Una noche, Potter... —mostró su índice— pondré lo mejor de mí, tan sólo una noche... El resto corre por tu cuenta.


Ron apretó el paso con decisión. Había estado toda la mañana pensando en ello y... era intolerable. Su hijo tenía casi siete meses de gestación y aún no le había hablado ni una vez. ¡Su hijo no reconocería su voz! ¡Su propia voz! Había logrado salir una hora antes del trabajo sólo para comenzar a empacar sus cosas, cargar el tanque del auto, y emprender su largo camino de viernes, hasta la casa de los Granger. Sería aquel día o ningún otro... ¡Raptaría a su novia y no le importaba siquiera, atontar a sus suegros si fuera necesario!

Se subió al auto tras terminar de llenar el tanque, y comenzó a andar, mientras con su mano derecha marcaba un número en su celular. Se ubicó el auricular en el oído mientras aceleraba la marcha, ansioso.

—Potter, soy yo... ¡atiéndeme! —se alteró al oír el pitido de su máquina contestadora. Aguardó un segundo, pero no pasó nada— De acuerdo, esto es el colmo. ¡Ya mismo voy a casa! ¡Me importa un cuerno lo que pienses! Tengo un bolso improvisado esperándome. Ya mismo iré a buscarlo y luego... ¡Poco me importa si Hermione quiere o no escucharme! ¡ME LA TRAERÉ DE LOS PELOS! ¿Escuchaste eso? —sonó alterado— Me cansé de ser el tranquilo y racional Ronald, ¡Si ella es infantil, yo lo seré mucho más...! ¡Mierda! —Pegó un rápido volantazo para girar en una de las esquinas. Pasada la maniobra, respiró entrecortadamente, un poco más tranquilo— No intentes buscarme en casa, claramente no volveré por un tiempo... ¡Esto se fue de control! Y... para el caso, ¡¿Dónde mierda estás?!

La llamada se cortó, motivando los improperios del pelirrojo, y obligándolo a arrojar el móvil con cólera, hacia la otra punta del auto. Refunfuñando, tomó con fuertemente con ambas manos, el volante. Apretó el acelerador y acortó las pocas cuadras de distancia que lo separaban de su departamento.

Dejó el auto a medio estacionar y abrió la puerta casi llevándosela puesta, ansioso por llegar lo antes posible, tomar su bolso, y volver al auto para pasar en él, las próximas tres horas de viaje. Subió las escaleras de dos en dos, llegando a su tercer piso en menos de dos minutos, y extremadamente agitado.

Manoteó sus llaves y abrió la puerta de un golpe. No se molestó en prender las luces, casi se hacía de noche, pero aún podía verse lo poco y suficiente como para adivinar el camino hasta su cuarto. Avanzó de a zancadas y comenzó a tirar las cosas de su placard, hasta encontrar un pequeño bolso de mano. En lo que iba del trayecto, jamás había detenido sus improperios y quejas entre dientes. Aquellas incluso, lo motivaban a apurarse aún más. Tomó el bolso de las correas, cargándoselo en el brazo, y volvió a atravesar el umbral de la puerta, en dirección a la salida.

—Ron —lo llamó su voz, suavemente, cuando él estuvo por abrir la puerta de salida.

El pelirrojo se detuvo en seco, preso de la confusión. Giró lentamente sobre sus talones, y miró en dirección a donde había oído provenir su voz. Tan sólo logró divisar una silueta con su contorno, pero definitivamente era ella; la mujer a la que debía secuestrar aquella noche.

—¿A dónde ibas tan apurado? —preguntó con suave interés.

Aún con cierto desconcierto, manoteó el interruptor de la luz. Necesitaba que la claridad lumínica, le confirmara que se trataba de ella, que por fin estaba a su lado... en su casa. Efectivamente, la luz la develó por completo, mostrando a su novia, frente a él. O... mejor dicho, a una versión más grande de la que recordaba que era su novia. Ella estaba hermosamente grande y saludable. De hecho, Ron casi había olvidado lo hermoso que era su rostro y... ¡Dios! ¡Claramente llevaba un hijo suyo en el vientre...! Sino dos.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó absurdamente, olvidando que aquello le convenía y facilitaba su trabajo.

—Pues... —se levantó lentamente de la silla— te estaba esperando. Quería verte.

—¿Por... por qué? ¿Pasó algo? —se preocupó, e inmediatamente miró su vientre— ¿Todo está bien? —se acercó.

—Bueno si. Para empezar, creí que tú también querrías verme.

—Si... ¡Si! Claro que si, es sólo que... venía con la cabeza en otro lado... pensando en que, tendría que derribar a tus padres para que...

—¿Qué? —rió, absurda.

—Iba a buscar— levantó el brazo y mostró su bolso. Cuando entendió que ya no tenía sentido, lo dejó caer al suelo—. Secuestrarte, si era necesario.

—No —sonrió—, no es necesario.

—Pero... —la miró aún incrédulo.

Como olvidándose de toda la rabia que traía encima, se detuvo a observar el abultado vientre de su novia y, paulatinamente, acercarse a él para acariciarlo.

—Ya era hora de que lo vieras —susurró ella, gustosa de dejarse acariciar al fin por él—, de que estuvieras con nosotros. —Ron levantó la mirada con cierto reproche, implícito en sus ojos.

—Ya era hora de que me lo permitieras. —Hermione asintió, aceptando la parte de culpa que le correspondía en ello.

—Lo siento... pero tenía que ser precavida. Lockett había dicho...

—...que estabas bien, eso dijo —se irguió para enfrentarla, dispuesto a tener aquella discusión en aquel momento.

—Dijo que era estable y que podría reponerme, pero...

—¿Y qué te dijo ahora? ¿Sabe que estás aquí?

—Hace dos meses que no lo veo, Ron. Ha dejado de venir a casa, porque yo ya estoy bien.

—¿Y por qué no viniste antes, entonces?

—Pues porque... porque yo no estaba segura... y porque tenía miedo —confesó, avergonzada—. Miedo de que no me aceptaras de vuelta, sin una excusa.

—Esperas un hijo mío, ¿qué mejor excusa que esa, podrías tener?

—He sido tonta, lo sé.

—¿Y con qué excusa vienes hoy? ¿Te mudas? ¿Te embarcas?

—No traje excusas —se encogió de hombros—. Sólo tomé la decisión de cortar con esto, de escapar de la soledad que me hizo tan bien antes, pero que ahora... me está doliendo. Necesitaba verte... ¿excusa suficiente? —indagó en sus ojos, encontrando en ellos, la misma felicidad desmedida que sentía en los propios. Pero él no lo diría, claro— Y, además... ¡Demonios, Ron! ¡Estoy cansada de ser la única que asiste sola a las clases de pre-parto! ¡Tú deberías estar practicando conmigo!

—¡Ya lo sé! ¡Te lo he dicho mil veces! O, al menos... le he dicho a tus padres que te lo dijeran... ¡Mil veces!

—¡Lo sé! —sonrió, dejándose cautivar por aquella conexión tan íntima como espontánea— Pero necesitaba mi tiempo y, ahora lo entiendo... créeme.

—¿Y entonces?

—Y entonces... vine a buscarte, para que hagamos esto juntos. No sólo las clases... todo.

—¿A mi manera?

—A la de ambos.

—¿Y dónde vivirás?

—Pues... —giró su cabeza para señalar con la mirada un bolso mediano, reposando en una de las esquinas del departamento. Bolso del cual Ron no se había percatado hasta entonces— Yo también vine dispuesta a hacer lo necesario.


Bajó las escaleras intentando sosegar sus nervios. Antes de girar hacia el pasillo y encaminarse a la puerta, se detuvo ante el espejo del descanso de la escalera, y se observó un instante, repasando rápidamente todo su atuendo. Se acomodó el cuello de la camisa, y sonrió. Se veía bien. Estaba contento con, la que con gusto llamaba, su nueva vida. El traje de Hugo Boss que Sophia le comprara años atrás, por el que tanto habían discutido entonces, ahora le sentaba de maravilla y lo usaba de buena gana.

Si bien era tan sólo una cena, Ginny y él habían estipulado hacer bien las cosas por primera vez. Sería una cita casi formal... en su casa. Pero esta vez sí estaba preparado, y sí había cocinado para ella.

Repasó todo su atuendo una vez más; la camisa rosada, casi violácea, había sido una decisión impulsiva que, si bien antes le había generado dudas, ahora veía perfecta. No se había puesto corbata, e incluso había dejado desprendidos los dos primeros botones, para lucir más casual. Sus cabellos, aunque ligeramente descontrolados, parecían en su lugar gracias a que aún estuvieran algo húmedos. Se había puesto apenas un poco de perfume con una fragancia de canela y madera de la que, para ser honesto, ni recordaba su procedencia.

Respiró profundo, asintiendo con agrado, y bajó los últimos escalones, hasta el lobby del edificio.

La vio de pie, a través del vidrio de la puerta, de espaldas a él, erguida y orgullosa como ella sola. Aunque los recientes sucesos habían advertido a Harry de que, aquella, era sólo una postura, Harry rogaba que ésta se desvaneciera con el correr de la noche.

Abrió la puerta justo cuando ella se giró para enfrentarlo. Apenas llegó a entender aquel atuendo formado sólo por un sobretodo ligero, color negro, y sus zapatos de tacón, blancos, antes de caer rendido en la seducción de su mirada.

—Buenas noches —le sonrió ella, adelantándose para besar su mejilla.

—Buenas noches —sólo pudo repetir.

Cuando volvió en sí, recordó cerrar la puerta y se apresuró a indicarle el paso. Caminaron lentamente hacia el interior del ascensor, momento en el que se percató del detalle de su pelo largo y suelto, recogido en una media cola alta, y en sus pequeños pendientes, quizás de alguna piedra semi preciosa, quizás de diamantes, brillando en sus lóbulos.

Se acomodaron dentro de la cavidad del ascensor, y justo cuando estuvo por cerrarse la puerta frente a ellos, tres jóvenes llamaron al ascensor, y riendo se apresuraron a entrar en él.

El equilibrio perfecto entre novedad y reconocimiento, entre tensión y relajo, se quebró por completo entre ellos. La intimidad estaba destruida. Harry se acercó ligeramente hacia ella, para ceder un poco de espacio a los nuevos invasores.

A fuerza de acercamiento, fue su perfume femenino el que lo noqueó entonces; esa esencia tan suya de flores y erotismo. La puerta se cerró bruscamente y el ascensor comenzó a escalar los pisos. Los jóvenes convirtieron el gran bochinche y los gritos de un principio, en susurros y miradas significativas. Fue entonces cuando a Harry, no le pasó inadvertidas las miradas atrevidas y gestos lujuriosos, que los tres hacían entre ellos, luego de mirar de reojo (y reiteradas veces) a la pelirroja.

Harry pareció transportarse años atrás, reviviendo aquella noche en que él había "salvado" a la pequeña Ginny, de los buitres ansiosos por devorarla, en la oscuridad de un boliche muggle. Y, aunque aquello estaba molestándole en el presente tanto como en ese pasado determinado, aquel recuerdo, sumado a la sensación y certeza de que aquella mujer se iría con él al final de la noche, lo serenó casi por completo, tranquilizando su semblante.

Como si Ginny hubiera leído sus pensamientos y visto el recuerdo con sus propios ojos, le sonrió ante la nueva y calmada reacción. En cierto punto, estaba orgullosa.

Llegados finalmente a su piso, la puerta se abrió, y Harry la dejó bajar primero, dedicándole una severa mirada a los mocosos, antes de bajar del mismo. Aquel instante de superación lo había hecho sentir tan seguro de sí, que al salir, se atrevió a colocar su mano en la espalda de la pelirroja, a la altura de la cintura baja, y guiarla a través del pasillo con seguridad y confianza. A Ginny no le pasó inadvertido el contacto y la absurda excusa que lo sustentaba; ¡Como si ella no reconociera su departamento! No obstante disfrutó de la calidez que la sensación de su mano, generaba sobre su piel, aún debajo de la fina tela del sobretodo.

Se detuvieron frente a la puerta, donde él comenzó a manipular las llaves y, finalmente, a abrir la cerradura. La puerta se abrió de par en par, y él la dejó pasar primero. Entró decidida y casi como si aquella situación fuera cotidiana o un acto menor en su vida, pero al encontrarse adentró, se detuvo casi en seco, mirando maravillada, los alrededores.

—Haremos esto bien, será sólo una cita formal... —y cuando él estuvo por saltar de alegría como un niño al que le cumplen el capricho, ella indicó con seriedad— Una noche, Potter... —mostró su índice— pondré lo mejor de mí, tan sólo una noche... El resto corre por tu cuenta.

—¡Wow! —soltó con naturalidad, incapaz de sostener su postura de superada inmutable— ¿esta es tu casa?

—Si —se sonrió mientras cerraba la puerta, luego se acercó a su lado—. Necesitaba cambiar de aires y... era esto o comprarme un departamento nuevo.

Ginny miró las paredes con detenimiento. Los colores eran mayormente de un tono pastel o no muy fuertes, pero cada pared estaba pintada de un color distinto; las paredes izquierda y derecha, tenían un color amarillo muy sutil, casi huevo. La pared frente a ellos (donde se ubicaba el ventanal) y la trasera (donde se ubicaba la puerta), eran ambas de un color más bien anaranjado. El resto, que pertenecían al ambiente de la cocina, eran blancas. Y el piso, que antes había sido de una triste alfombra casi en su totalidad, ahora era de una armónica madera plastificada, cambiando el aspecto despreocupado o abandonado del lugar, por uno acogedor.

Para finalizar, los muebles ya no se disponían en torno a su televisor pantalla plana, sino en dirección a un hogar a leña, el cual claramente había sido recientemente agregado, dándole el acabado final del buen gusto. Ginny casi se sentía seducida a no abandonar jamás, aquel lugar.

—Sé que es medio estrambótico —se excusó, mirando los colores de las paredes—, pero el mejor momento de este departamento, es por la tarde; el sol se pone justo frente al ventanal —señaló, captando su atención— y la luz da justo sobre la pared de la puerta. Me gustó la tonalidad de la luz que reflejaba ese color en la pared, cuando la luz del ocaso le pega de lleno... —Ginny lo miró asombrada— No dura mucho, quizás una hora... pero es la mejor —aseveró, sonriente. Sostuvo su mirada en él, momentáneamente maravillada, como presa de una ilusión, y luego volvió a dar un vistazo general.

—Es magnífico, Harry. Seguro ha de ser muy acogedor.

—Hace unos meses fue mejor... o se notó más. Lo primero que coloqué fue el hogar a leña —señaló—, y entonces cambió todo. Ahora no lo notarías porque es primavera, pero hace unos meses, con el frío de afuera... éste era un lugar maravilloso —repuso con cierto orgullo—. Nunca me sentí tan a gusto de volver a casa, como el invierno pasado.

—Lo imagino —suspiró. Harry volvió en sí y la observó, aún en transe.

—¿Y tú estás bien? ¿Estás a gusto o hace frío?

—Está perfecto.

Se miraron intensamente. Como absorvidos por la densidad del momento, sus cuerpos se inclinaron ligeramente, tentados a unirse en alguno de los posibles contactos, pero antes de concretarlo, Ginny carraspeó, acomodándose en su postura e irguiéndola. Tiró hacia atrás sus hombros para comenzar a sacarse el sobretodo, y lo miró de reojo, como afirmando que no le dejaría la velada tan fácil. Harry asintió, sonriente, aceptando dicho desafío.

—Permíteme —se ubicó detrás de ella, dispuesto a tomar su tapado.

—Gracias.

Cuando la prenda terminó de deslizarse de sus hombros y ella avanzó para librarse de la misma, Harry obtuvo una visión escultural de su cuerpo, que lo tornó inmóvil de momento.

El vestido de encaje blanco, que ajustaba los mejores contornos de su silueta, lo invitó a pasear por los rincones de su memoria, en cuyas esquinas yacían los recuerdos, de las noches de pasión vividas a su lado. Era un vestido sencillo, como todo lo que ella usaba, pero del mismo modo, adecuado y reveledor al punto justo. Por los entretejidos de la tela, su piel era tan visible como imaginable, y la media espalda descubierta que dejaba al aire el corte del vestido, llegaba apenas medio centímetro por debajo del tatuaje, que Ginny ni siquiera se había molestado en ocultar.

Lo último que observó en su recorrido, por orden de aparición, fueron sus magníficas piernas, descubiertas desde la mitad inferior de sus muslos hasta abajo, decorados finalmente, con los infaltables stilettos blancos.

—Maldito afortunado... —susurró a modo de reflexión.

—¿Perdón? —se dio vuelta para enfrentarlo, casi ofendida. Harry sacudió la cabeza.

—Este tipo iba a salir esta noche, contigo vistiendo así —la miró de arriba abajo, con la mezcla justa entre impertinencia y admiración—, y en lugar de eso estás aquí conmigo... vistiendo así —volvió a mirarla—; soy un maldito afortunado.

Ginny sonrió con la espontaneidad del regocijo, y volvió a darle la espalda, para censurarlo del placer de aquella mínima victoria. Sólo entonces, ella se percató de la mesa, pues al entrar no lo había notado, pero la acogedora mesita redonda para dos, estaba preparada para una acogedora cena romántica.

Sobre la misma había un mantel color borgoña, dos de sus mejores platos y cubiertos, y había dispuesto dos copas para cada uno; la de agua y la de vino. Las servilletas enrolladas casi profesionalmente, y un pequeño florero en el medio con dos espectaculares rosas rojas, completamente florecidas. El look terminaba de completarse con dos pequeñas velas en ls laterales. El lugar no podía ser mejor.

—No te habrás vuelto vegetariana en estos meses ¿verdad?

—¿Qué? —rió, absurda.

—Porque yo si. La cena de hoy son... básicamente, verduras.

—¿Te volviste vegetariano? —lo miró, incrédula— ¿Por qué?

Harry adoptó su aire despreocupado mientras se adentraba en la cocina y revisaba el contenido de las humeantes ollas. Ella lo observó ir y venir a lo largo de la cocina, a través de la arcada en forma de desayunador, que conectaba un ambiente con otro.

—Bueno... —explicó mientras revolvía una gran olla— No venía comiendo muy bien. No me agradaba cocinar y, ya desde mi relación con Sophia, me había acostumbrado a vivir del delivery —sonrió—. No sé si recordarás pero, lucía bastante mal entonces.

—Si, pero no toda la culpa era de tu alimentación, ¿o me equivoco?

—No, tienes razón. Pero porque tampoco le daba importancia.

—¿Y ahora?

—Y ahora... Entre no comer nada o comer muy mal, preferí comer bastante y sano. Todo empezó porque leí un libro sobre lo saludable de la vida verde —sonrió—, y luego otro, y otro... hasta que dije "¿por qué no?" —se encogió de hombros y dejó de revolver, para mirarla—. Y desde entonces lo estoy intentando. No representa ningún esfuerzo en realidad; me siento bien, y como variado y rico.

Ginny se quedó mirándolo con ojos del redescubrimiento. Ese hombre gustaba de la tranquilidad del hogar, de la lectura abundante, el trabajo arduo, el ejercicio físico y la buena alimentación; ¿Qué tantas otras cosas podría haber cambiado?

Y sin embargo, hundiéndose en sus ojos verdes, seguía encontrando aquella chispa de personalidad que, a lo largo de los años, jamás había dejado de cautivarla y atraerla en exceso. Si Harry era realmente quien parecía ahora, y si realmente estaba en busca de algo serio (finalmente) con ella... ¡sin duda se había sacado la lotería!

"Pero no... no nos apuremos" se detuvo internamente, "Otras tantas veces has pensado lo mismo y..."

—Espero no te moleste comer verdura —se disculpó, sacándola de sus pensamientos.

—Es tu casa; tú pones las reglas —soltó sin pensar en el mensaje subliminal de aquella frase, sino hasta que él sonrió aún más amplio.

—Quizás debiéramos encontrarnos aquí más seguido, entonces. —Ella sonrió con cierta superioridad.

—No tan rápido, galán, no tan rápido. Ni tú estás disculpado, ni yo te estoy dando el pie para...

—¡Uff! Esto da para largo... —se burló, ganándose una mirada reprobatoria— La comida, me refiero.

—Si, claro. —Harry sonrió victorioso, por haber evadido el tema.

—No, en serio, le falta un poco. ¿Qué te parece una copa de champagne en el balcón? —alzó las cejas. Ella dudó un instante; ya había mezclado al alcohol con el "Harry", y nada bueno había salido de ello... o digno de ser recordado, al menos— Sólo una copa —agregó como leyendo sus pensamientos—, en diez minutos esto estará a punto caramelo —guiñó el ojo, despistando a la pelirroja; ¿Seguían hablando de la comida?

—De acuerdo —Al cabo que ya tenía calor en aquella cocina y, un poco de aire no le vendría mal.

Harry, que ya tenía una botella descorchada y preparada dentro de un cubetero, sirvió dos copas hasta casi el borde, y las tomó elegantemente en sus manos. Señaló con la mirada el balcón, invitándola a adelantarse. Ginny obedeció, caminando hacia la salida. Él la siguió de cerca, decidido a no perderse uno solo de sus movimientos.

La persiana estaba ligeramente baja sobre el ventanal, por lo que Ginny tuvo que agacharse apenas para salir al balcón. Harry sonrió involuntariamente; De acuerdo, no lo había planeado. Pero de haberlo hecho le habría salido espectacular. Al agacharse, sus piernas le habían dado un pequeño espectáculo y su trasero... simplemente era la estrella, sin importar dónde o cómo se mostrara.

Harry también se agachó levemente, para salir detrás de ella, mientras volvía a sonreír, esta vez soltando una pequeña risa.

—¿Por qué sonríes? —le preguntó una vez afuera. Él negó con la cabeza, risueño, y le ofreció su copa.

—Hoy no te molestaste en ocultarlo —miró su espalda, haciendo alusión a su tatuaje.

—¡Ah, eso! Emm... no. —Tomó su copa y se reposó sobre la baranda del balcón— No. Me di cuenta de que ocultarlo no me ayudaba a esconder el dolor. Eso era sólo un autoengaño fallido —se encogió de hombros—. Al final terminaba recordando la estupidez que me mandé, todas las mañanas cuando realizaba el hechizo. Así que preferí dejarlo así. De este modo sólo lo recuerdo cuando alguien lo ve y me pregunta. —A esta altura, Harry alzó la ceja, asombrado y no de buen modo.

—¿Alguien? ¿Acaso lo ven tantas personas?

—No puedes culparlos; es llamativo —bebió un sorbo.

—Ya lo creo —refunfuñó por lo bajo, haciendo un excesivo uso de su autodominio, por controlar sus celos—. De modo que para ti sigue siendo todo un error. —Ella lo miró con severidad.

—Lo fue para ti ¿o no? ¿Por qué sería diferente conmigo? Tú mismo lo dijiste cuando te enteraste; esa noche no debió suceder.

—No quise decir eso, y lo sabes.

—Si, bueno. Hubo muchas cosas que no quisiste decir o hacer y sin embargo... así estamos —reprochó mirando hacia el horizonte, sin siquiera dignarse a acusarlo con la mirada... como si él no lo valiera.

—Eso es injusto.

—¿Yo soy injusta? —lo miró finalmente, exacerbada.

—Si, eres injusta, porque jamás hice nada con intención de herirte, Ginny. Lo que olvidé hace años, no fue mi culpa, y lo de...

—Y lo de dejarme hace cuatro meses ¿de quién lo fue? ¿Mía?

—Creí que había sido claro, que entendías que...

—Lo único que entendí es que acomodaste todo a tu parecer; te mandaste una cagada, me buscaste, te solucioné los problemas, y te borraste del mapa, ¡punto final!

—¡Tú no crees eso! —acusó— No puedes creer lo que estás diciendo.

—Claro que lo creo. Lo creo porque lo sentí, Harry. Sentí el dolor de la despedida. —Apuró el contenido de su copa de un sorbo, y tras una ligera pausa prosiguió— Un dolor que evidentemente tú no sentiste —apuntó, encajándole de prepo, la copa vacía. Harry la tomó casi por inercia, pero sin dejar de mirarla con fijeza y desilusión.

—No tienes ni remota idea de lo que sentí.

—No me importa lo que sentiste —zanjó. Aquello comenzaba a sonar absurdo—, después de todo tú te lo buscaste.

—Lo único que busqué fue no ser egoísta por una vez en mi vida, ¡Y encima te ofendes!

—¿Ofenderme? —soltó irónica— No, esto es mucho más que una superflua herida de orgullo. Lo que tú hiciste fue hacerme revivir el peor momento de mi adolescencia, diez años después. —Se acercó a él, amenazante y causadora, como solía hacerlo en el estrado— ¡Cómo si no hubiera tenido suficientes problemas con estúpidos que intentaran herir mi ego! ¡Tan sólo me faltabas tú!

Tenía que decir algo. Tenía que haber algún argumento, capaz de hacerla entrar en razón, pero... ¿cuál? ¿cómo? ¿dónde? Ella estaba atragantándose con sus propios reproches, suprimiendo su capacidad de defensa.

—¡Ni siquiera llamaste! —continuó indignada— ¡No llamaste ni una maldita vez! No puedes decirme que eso no fue egoísta. —Le arrebató la otra copa de las manos, la cual no había sido siquiera probada, y vació su contenido de un único y ansioso sorbo. Tras llegar al fondo de la bebida, apretó los párpados, dejando pasar un leve mareo, y luego le devolvió la copa vacía.

—Necesitaba un tiempo.

—¡Y yo te necesitaba a ti! Y no por eso te obligué a estar conmigo.

—Ginny...

—Basta —susurró, ligeramente acalorada—. ¿Sabes qué? Esto fue un error, no debí venir. Tú no debiste aparecer en mi oficina, y yo... —se atormentó de pronto— yo no debí plantar a Malcom. No sé qué esperaba de esto... pero no funcionó.

Rápidamente, y antes de que él pudiera reaccionar en contra, ella volvió a agacharse apenas para entrar a su departamento. Cuando entendió la imagen y lo que pasaría a continuación, se apresuró a adentrarse, haciendo los malabares pertinentes para atravesar el ventanal y mantener intactas las copas.

—¡Ginny...!

—Lo siento por la cena pero debo irme —Harry se apresuró a dejar las copa sobre la mesa, para poder alcanzarla antes de que abriera la puerta.

—¡Ginny, aguarda! Has querido hablar de esto todo este tiempo... ¡hablemos!

—¡No! —se detuvo en seco para enfrentarlo, molesta— ¡Has tenido cuatro malditos meses para hablar de esto! —acusó con su índice en su pecho— ¡Para llamarme, para decirme lo que sea que esperabas decirme esta noche! ¡CUATRO MESES! En los que yo ilusamente, esperé un mísero llamado; ¿Qué te costaba? No te interesaste por mí ni por las estúpidas salidas a las que recurrí con tal de evitar sentirme sola. ¡Me fui de vacaciones! —soltó, colérica— ¡Conocí muchísima gente...! ¡Y NI SIQUIERA LO DISFRUTE! ¡Todo por tu maldita culpa! —escupió.

Volvió a girar sobre sus talones y abrió la puerta en un rápido movimiento.

—No, Ginny —cerró la puerta con la única fuerza de su mano, y se interpuso entre ella y Ginny—. Seamos civilizados, te lo ruego —la miró con suavidad—. No te vayas así.

—No quiero estar aquí —intentó hacerse un espacio, pero él no la dejó.

—Eso no es verdad. Si no quisieras estar aquí no habrías venido. Quieres estar aquí porque confías en mí, pero tienes miedo de que mi cambio no sea serio.

—¿Y qué si sabes cocinar? —lo desafió— ¿Qué, si puedes ir por la vida sin golpear mocosos? ¡Eso no me dice nada de ti!

—Dice que lo intento, que lo intento hace mucho y sólo ahora comienza a dar resultados. Entonces... ¿por qué te vas si los dos queremos esto?

—No. Yo QUERIA esto... cuatro meses atrás. Tú sólo quieres demostrarnos a ambos, que puedes ir y venir de la vida, haciendo lo que te de la gana.

—De haber sido así, jamás te hubiera dejado.

—Quiero que me dejes ahora, ¡Déjame salir! —Intentó empujarlo, pero él se mantuvo firme.

—Sólo debes calmarte. Cuando te tranquilices verás que tengo razón.

—¡No quiero tranquilizarme, quiero que dejes de decidir todo por mí! —continuó empujándolo.

—Prometiste poner lo mejor de ti esta noche, ¿recuerdas? Y la noche recién empieza.

—¡Déjame salir o empiezo a gritar!

—Ya estás gritando.

—¡DÉJAME SALIIIIIIIR! —Gritó lo más alto que le permitió su garganta, asustando ligeramente al morocho.

—¡Ginny alterarás a todo el edificio! ¡Baja la voz!

—¡ME TIENE SECUESTRADA!

—¡Basta, Ginevra! ¡No seas infantil!

—¡QUIERE VIOLAAAARM...!

Aterrado ante la idea de que los vecinos pudieran creer aquello, tomó su rostro fuertemente entre sus manos, y le selló sus labios con los propios, obligándola a callarse. Ginny pataleó e intentó alejarlo durante varios segundos, pero su fuerza era mayor, y su determinación, imperturbable.

Aflojó sus brazos a los costados en señal de rendición, por lo que él suavizó sus modos soltándola apenas. Pero el beso jamás se rompió entre ellos. Harry seguía llevando la batuta, pero la danza de sus labios y su lengua había pasado de ser frenética y autoritaria, a ser gentil y amena.

Envuelta por un cúmulo de confusiones, Ginny se dejó besar pausadamente, debatiendo internamente entre alzar su rodilla, y golpearlo en la ingle para poder escapar... o abrazarse de su cuello y comenzar a encaminarlo hacia la habitación.

Sus labios tenían el exquisito sabor del recuerdo y la lujuria, ¿cómo iba a abandonarlos? Lentamente comenzó a ceder, acompañando sus movimientos con los propios, e interviniendo con su propia lengua. Y en un lapsus de descontrol, enrolló sus brazos alrededor de su cuello, atrayéndolo más hacia ella y permitiéndole por fin, hacer consigo lo que quisiera.

Harry aprovechó su avance para estrecharla contra la pared, permitiendo así, mayor contacto entre sus cuerpos. Y las manos que antes sostenían su rostro con vehemencia, ahora la recorrían con premura, delineando su silueta y manoseando sus contornos. De pronto, su vestido no le encantaba en absoluto y sólo le representaba un incómodo obstáculo.

Ginny enredó sus dedos entre sus peinados cabellos, arrebolándolos y abriéndose paso entre ellos. ¡Lo necesitaba tanto! Su piel lo extrañaba y pedía a gritos que arrancara uno a uno los botones de su almidonada camisa, y dejara aquel maravilloso torso al descubierto. ¡Dios! La estaba volviendo loca... Sus brazos la recorrían enteramente, y aunque recordaba vagamente aquella sensación, ahora era mil veces más maravillosa, pues sus brazos era el doble de anchos y su espalda, doblemente sólida. ¡El desgraciado había jugado sus cartas demasiado bien!

—Harry... —soltó en un gemido, que él reconoció como súplica. Aquello era una invitación. Harry tenía luz verde ahora para abordarla como quisiera... y sin duda lo haría.

La estrechó aún más contra la pared, gustoso de sentir la presión de sus senos contra su pecho. Mordió su labio inferior con premura.

Un chirriante y desubicado sonido los hizo despertar de aquella obnubilación de los sentidos, trayéndolos nuevamente al presente de una cita inconclusa y una cena aún por comenzar. El cronómetro del horno sonaba con incesante apremio, de modo que hasta el vecino debía estar oyéndolo.

Se separaron como dos adolescentes a los que acababan de encontrar in fraganti, y la incomodidad se adueño de sus castaños ojos. Ligeramente avergonzada por haberse dejado dominar por él, se acomodó la ropa y carraspeó.

—Creo que algo está por quemarse —le advirtió con las mejillas sonrosadas, aún sin la autoconfianza necesaria como para mirarlo. Harry sonrió, acomodándose el cuello de la camisa, que ella había arrugado durante el arrebato.

—Creo que es hora de la cena —alzó las cejas.

De pronto, Ginny no tuvo la fuerza necesaria para seguir gritando o pataleando, pero sobretodo, ya no tenía la voluntad suficiente para alejarse de él, y dar por terminada la noche. Después de lo que acababa de recordar vívidamente... sería una estúpida si se empecinaba en irse y acabar sola, en la frialdad y soledad de su cama.

Y antes de que pudiera decir si sí o si no, él tomó su mano con dulzura como en una invitación, y la dirigió a la mesa. Ginny se dejó guiar, aún sedada por el calor que corría en sus venas, y las imágenes comprometidas del cuerpo del morocho, que surcaban su mente.

Harry le apartó la silla invitándola a sentarse, lo cual ella hizo, muda y expectante. Y antes de que pudiera levantar la vista y mirarlo, él se había adentrado en la cocina. Aquel era el momento; si quería escapar era entonces. Divisó la puerta; sería una huida rápida, él no haría a tiempo a retenerla. Ensayó el movimiento de pies, pero no resultó. Sus piernas parecían estar atadas a dos pesados yunques y sus manos, pegadas a la mesa. ¿A quién quería engañar? Ella no quería irse. Ni siquiera quería seguir gritándole, aún cuando tenía un sinfín de reproches por hacerle... ¡Y tampoco quería cenar!

Harry atravesó el umbral de la cocina, con una fuente entre sus manos. A Ginny no le pasó por alto el hecho de que se había acomodado ligeramente los cabellos que ella había desordenado en su arrebato, quizás con el objetivo de que ella no desviara su atención de la cena, cada vez que los mirara.

Se sentó frente suyo y destapó la fuente. Una pequeña nube de vapor se alzó sobre ellos, y sólo entonces Ginny pudo apreciar el verdadero esfuerzo que él se había tomado en todo aquello. Dentro de la misma, había un soufflé espectacular, sacado justo a tiempo.

—Por Dios... —susurró— ¿Hiciste Sufflé? ¿Con lo difícil que es? —lo miró intrigada, olvidándose de la furia, e incluso momentáneamente, de la pasión.

—No es difícil, sólo hay que seguir las pautas al pie de la letra. Lo que pasa es que hay gente a la que no le gusta eso —sonrió, haciendo alusión a sí mismo.

—Si lo sabrás tú —farfulló.

—Pero mira como evolucioné —se jactó, alzando un pedazo para servírselo—. Es de queso y puerro.

Olía exquisito... pero no se lo diría. Se deleitó durante prolongados segundos, y luego apoyó su plato, dispuesta a comenzar.

La cena había iniciado por fin, sumida en un reflexivo silencio, el cual cada uno se tomó para derivar sus pensamientos en la línea que mejor les pareciera. Aunque ella casi se le escapaba de las manos, él estaba más que conforme con el modo en que habían ido evolucionando los hechos. Sin duda Ginny había necesitado descargar todo aquello, y en adelante las cosas sólo podían mejorar.

Aunque ella había apuntado internamente no hacer ningún comentario más acerca del pasado de ambos, para tener la cena en paz, cuando ésta hubo finalizado, y la sobremesa había dado pie a que se miraran a los ojos durante demasiados segundos sin pestañear, ella se atrevió a lanzar aquella pequeña bomba:

—¿Sabes que hablé con Hermione? —Inició como al pasar, captando su atención— Me advirtió de esto —giró la copa de vino, entre sus dedos—. Me dijo que debía perdonarte... que vendrías a buscarme y, que merecías una oportunidad —él sonrió—; que no eras el mismo Harry.

—En eso tuvo razón —asintió con la cabeza, mientras se llevaba su copa a los labios.

—¿Y si a mí me gustaba el antiguo Harry? —soltó prepotente, captando fijamente su mirada como si aquello lo hubiera inquietado— Porque a mí nadie me preguntó nada, ¿y si yo hubiera preferido que el antiguo Harry se quedara?

—¿El agresivo, celoso y posesivo? —repuso, dejando la copa sobre la mesa, incrédulo— ¿Lo prefieres en serio?

—Estaba enamorada de ese Harry.

—Ginny, no hubieras durado ni dos días con él, créeme. Eres demasiado inteligente y fuerte, como para haberlo tolerado a tu lado —sometió, y luego la miró con seriedad—. Separarnos fue lo correcto.

—No estoy diciendo que esta... versión de ti, no me guste. Sólo digo que... todas tus versiones me han enamorado, Harry. Todos tus defectos y virtudes merecen la pena. Lo que no lo vale, es el tiempo.

—No sabes lo que dices —se molestó ligeramente—. Fueron sólo cuatro meses, Gin. Cuatro meses de soledad, te ahorraron años y años de desgracias e infelicidad.

—¿Años? —se asombró.

—No, tienes razón, años no. ¡Una vida! ¡Cuatro meses te ahorraron una vida de infelicidad!

—¿Eso crees que busco?

—Eso es lo que yo busco, Ginny. Las relaciones son mayormente egoístas; YO te quiero el resto de MI vida al lado, no sé qué quieres tú. Pero si llegado al caso tú también lo querías, como entendí cuando nos despedimos, debía asegurarme de que fuera con la mayor felicidad posible.

Ella simplemente calló, esperando escrutar sus intenciones a través de sus pupilas. Pero no había necesidad alguna, sus ojos estaban siendo tan transparentes como sus palabras.

—Supongo que tienes razón. —Se encogió de hombros y bebió un sorbo de vino, mirando hacia el vacío— Aunque… Después de todo, es ligeramente reconfortante saber que no todo en ti cambió. —Él la escrutó con detenimiento, confundido ante sus palabras. Ella señaló con la mirada, la esquina en donde ambos se habían descarrilado, minutos atrás— Lo de recién no fue muy distinto al primer beso que me diste aquí, en tu habitación. —Harry sonrió, complacido ante su aparente ingenuidad.

—Lo de recién no se pareció en nada a lo de entonces. Tú mejor que nadie, deberías saberlo.

—¿No fueron ambos, en contra de mi voluntad?

La conversación que ella se había esmerado por hacer sonar seria y quizás severa, se tornó excesivamente lúdica para él, incapaz de contener una risa natural. Y, por supuesto, a Ginny no le agradó.

—¿Contra tu voluntad? Ginny, ¿a quién quieres engañar? Ninguna de las dos veces fue contra tu voluntad.

—¡Yo no quise que me besaras la primera vez!

—¿Lo ves? Entonces lo de recién sí lo buscaste —volvió a sonreír—. Para el caso, no oí quejas tuyas en ninguno de los dos.

—Mi queja siempre será la misma; tú y tu endemoniada costumbre de tomar decisiones por mí. Dejarme, porque soy ingenua y puedo salir lastimada; volver, porque necesito recuperar mi confianza en los hombres; dejarme de nuevo, porque no te consideras el adecuado…

—¡Hey! En mi defensa… jamás me consideré el mejor ejemplar. Si me ofrecí como conejillo de indias para que tu corazón intentara volver a sentir conmigo, lo que Eliott arruinó, fue porque todo pareció indicar entonces que era lo mejor.

—Si, hasta que caíste en Azkaban y te convertiste en lo mismo que él.

—Efectivamente —sonrió—, hasta entonces.

—¿Y ahora qué, Harry? ¿Qué te consideras?

—Soy el mismo, Ginny —soltó finalmente, dejando el sarcasmo de lado—, la única diferencia es que ahora estoy en un mejor lugar —se sinceró—. Desde aquí puedo intentarlo, Gin. Sé que puedo.

No se atrevió a bajar la mirada entonces; él seguía sus reacciones de cerca y, quitar las pupilas de encima de las suyas, quizás le daría una idea errada respecto de sus emociones. Así, el silencio se erigió sobre ellos como maravillosos soldados de batalla, dispuestos a dar el primer lanzazo. En él, ella sucumbía lentamente a las tácitas palabras de sus ojos, y… ¿comenzaba a perdonarlo, quizás?

—¿Puedo…? —Harry pareció dudar, pero luego prosiguió— ¿Puedo mostrarte cuál es ese lugar?

Ginny frunció el ceño, tan confundida como intrigada, pero asintió antes siquiera de darse cuenta. Entonces, él le ofreció la mano y se puso de pie. Ella lo imitó, llena de curiosidad.

—Dentro de la remodelación que he hecho... me falto mostrarte la habitación.

—¿Ese es el lugar? ¿Un lugar físico? —se dejó guiar con cierto desgano.

—No te precipites.

Volvió a colocar la mano en su cintura baja, y la condujo. Entraron en la habitación pero en lugar de encender la luz, como ella hubiera esperado para poder apreciar los colores de las paredes, giraron hacia la izquierda, abriendo una puerta de la cual, Ginny no sabía ni su existencia. Harry palpó la pared y encendió la luz. Ginny casi se cae del asombro, al entender que aquello frente a ella, era una cuna.

—¡Mierda! —soltó, incapaz de controlarse.

—¿Te gusta?

El maldito había reducido su habitación a la mitad, para... levantar un cuarto de bebé. ¡Y lo había pintado y amueblado!

—Mierda... —susurró nuevamente, ahora más calmada.

—Creo que sigues dudando de lo que te digo. Pero de acuerdo, guíate por mis actos —señaló la habitación—. Luego del hogar a leña, esto fue lo segundo a lo que me dediqué —observó de lleno su reacción—. Porque es lo que quiero contigo... luego de la luna de miel y la convivencia —sonrió.

Ginny se giró levemente para sonreirle con naturalidad, por primera vez en la noche.

—Estás loco —negó con la cabeza—. Jamás te exigí algo así.

—No, esto es lo que yo quiero. —Tomó coraje y tomó su mano. Sus miradas se volvieron intensas— ¿Qué quieres tú, Ginevra?

—¿Yo...? —Titubeó, riendo— ¡Si serás un maldito caradu...!

Pero antes de terminar la frase se abalanzó sobre él, para besarlo de lleno. Harry la recibió con el reflejo justo para abrir sus brazos y rodearla a tiempo, respondiendo con tanto fervor, como ella con sorpresa. Sus labios se hallaron nuevamente en el lugar de partida; donde todo había comenzado, y donde todo hallaba su fin.

…Antes de que se dieran cuenta, la cita había terminado, dando inicio por fin a su relación.

Ginny no estaba segura de qué había sido; el trabajo, su cordialidad, la remodelación, su serenidad, su romanticismo, su comida o su sensibilidad y anhelo de ser padre... pero eran demasiadas cosas para su pequeño corazón. No podía luchar contra todo aquello al mismo tiempo. ¡Y todo en una maldita noche!

—Esto no fue era innecesario —dijo, haciendo alusión a la cita—; supe desde que te vi esta mañana en mi oficina, que tarde o temprano, todo se resolvería así.

—¿Si? ¿Y por qué quisiste irte?

—Pues… para hacer las cosas más interesantes. Me enojé tanto contigo cuando te fuiste, que me juré hacerte sufrir un poco aunque sólo fuera. Pero todo esto era… innecesario —lo abrazó—. Y habría sido igual de innecesario así hubieras tardado tres años en volver. Harry, si después de todos estos años, y las cosas que me han pasado, no pude evitar enamorarme de ti de nuevo... ni otros diez años, ni otras Sophias o viajes a España, podrían haberlo logrado. —Harry sonrió, completamente incapaz de reprimir su euforia.

—Los dos sabemos que no lo habría soportado, linda. Cuatro meses han sido un calvario.

—Pero pasaron.

—Iba a esperar tanto tiempo más —se burló de sí mismo—. Ya ves; es imposible. Te amo, Ginny —rozó sus labios—. Te amo, probablemente desde la primer noche que pasamos juntos y olvidé por completo —rió.

—¿Cuánto tenemos? ¿Una vida, dijiste? —interrogó con la mirada— Tenemos una vida para rememorar esa noche, todas las noches —lo besó.

FIN.


Como siempre...
Espero sus comentarios (positivos Y negativos), no se guarden nada ;).

Aunque Anatri y Natty tienen espectaculares ideas respecto de un posible Epílogo, y ambas insisten en leer uno (en especial Natty ajajaja), por el momento no voy a escribir nada. Suficiente me costó en sí cerrar la trama, como para hacer un bucle final. Además...bueno, detesto los epílogos, y creo que este fic no amerita.

Además... tengo varios proyectos para comenzar a escribir otro, pero dos que son en los que mas me voy a enfocar; uno que empecé con Joanne Pottershop, y otro con Natty. De seguro ambos se subirán desde cuentas compartidas (y nuevas) por ejemplo, con Joanne ya tenemos una hecha, que se llama "DiablaLok-Pottershop" y la que comparto con Natty se llama "Diabla_Natu" así que, por ahí las próximas publicaciones se den en esos.

Nos leemos entonces :D

Paz, Amor y... Torta frita!