Capítulo 63: Indivisa mantent

Saga había vuelto a Géminis tan pronto su confesión con Shion había terminado. Estaba tan cansado que mantener los ojos abiertos comenzaba a ser todo un reto. Le dolía la cabeza, tenía la boca seca, y no podía dejar de apretar las manos y crujirse los dedos en un intento inútil por detener su temblor.

Podía decir que, de momento, se sentía ligeramente más tranquilo tras haber confesado el asunto de Ares. Sin embargo, el nudo imposible de su garganta se apretó cuando la sala de estar se dibujó ante él. Allí estaba Deltha, acurrucada en el sofá con una taza caliente entre las manos. Apenas lo vio, se incorporó de un salto.

Le había estado esperando.

—Hey… —dejó la taza y, en un pestañeo, sus brazos lo rodearon. Su rostro encontró cobijo en el pecho del santo y, por un instante, la joven cerró los ojos y aspiró su aroma. Saga besó su pelo fugazmente—. ¿Cómo estás? ¿Cómo ha ido todo?

—Ha ido bien… Shion ya lo sabe.

—Bien… —ella se separó, buscando sus ojos y atrapando su mano para arrastrarlo consigo al sofá—. ¿Quieres un poco de chocolate antes de acostarte un rato?

Saga negó. No creía ser capaz de retener nada en su maltrecho estómago.

—¿Cómo están los chicos?

—No sabría decir… Creo que hay una extraña mezcla de alivio, frustración y rabia en las Doce Casas…

—Es normal. —Entrelazó sus dedos con los de él, acariciandolos suavemente. Siempre había pensado que Saga tenía unas manos de pianista preciosas, inesperadamente suaves a pesar del castigo del eterno entrenamiento y las batallas libradas.

Pero Saga no siguió la conversación. Estaba inquieto y no era difícil notarlo.

—Tenemos que hablar, Del… —musitó. De modo inmediato, los sentidos de la amazona se afilaron y su cuerpo se tensó ligeramente.

—De acuerdo… —Cambió de postura, enfrentándolo directamente, pero nunca soltó su mano fría y temblorosa.

Saga se humedeció los labios. Sus ojos se pasearon fugazmente por el salón, intentando encontrar la fuerza que necesitaba en algún lugar de la estancia. Capitán Espinito lo miró acusador y, tontamente, el santo agachó la mirada.

"Estúpido cactus con ojos…" pensó.

—Creo que… —Ella esperó pacientemente a que el peliazul encontrase las palabras, aunque tenía un mal presentimiento.

—Vamos, tranquilo… —Acarició su mano una vez más, pero tal y como si su contacto quemara, Saga la retiró, llevando sus dedos a la melena, como hacía siempre que estaba nervioso e inseguro.

—Es hora de que nuestra… aventura termine, Deltha.

Habló tan rápido y tan suave, que si ella no le hubiera estado prestando una atención absoluta, no le hubiera entendido.

Las palabras abrasaron la garganta del santo cuando las escupió. Sus ojos volvieron a humedecerse sutilmente y, aunque no quería, buscaron por ella a través de los mechones azules que, convenientemente, ocultaban su mirada.

Deltha entreabrió los labios y tragó saliva. Sus ojos pasaron de la sorpresa más absoluta al dolor, en un pestañeo. Después, su ceño se frunció y su nariz —esa nariz que tanto le gustaba—, se arrugó sutilmente.

—¿Por qué? —Atinó a decir. Internamente, se repitió a sí misma una y otra vez que mantuviese la calma, aunque el dolor que sintió en su pecho fue tan intenso, que por un segundo, el suelo bajo sus pies tembló.

—Porque… —Saga suspiró.

No pudo seguir ahí sentado sosteniendo su mano. Se levantó rápidamente, como si el contacto con aquellos dedos menudos quemase, y dio un par de zancadas nerviosas por el salón. Después, volteó a verla de nuevo: ella lo miraba atentamente, pero esperaba por su explicación pacientemente.

—Porque soy un estúpido que por un tiempo había olvidado lo peligroso que es estar cerca de mí. —Al escucharlo, el corazón de Deltha se rompió—. Te he puesto en peligro… No solo a tí, a Naia también. Me he dedicado a jugar al adolescente ingenuo y enamorado ignorando quién soy de verdad. Y, Del, soy… —por un momento, buscó sus ojos, y cuando ella devolvió la mirada, se le esfumaron las palabras.

—¿Qué eres…? —alcanzó a preguntar.

Tóxico.

—¡Claro que no! —bufó indignada, poniéndose en pie de igual modo.

—No soy un santo normal, ¿entiendes? Tengo tanta mierda a mis espaldas que era inevitable que antes o después me explotase en la cara. Y explotó… —negó con rabia—. Janelle ha muerto solamente porque quisieron enseñarme que no soy lo que intento mostrar… Intento recuperar cada día al antiguo Saga, al que todo el mundo extraña y adoraba, pero está muerto, ya no existe.

—¡Eres mejor!

—¡Claro que no! Soy peligroso, soy… —gruñó—. ¡Dioses! Siempre tendré una diana en el pecho, ¿entiendes? —Lo entendía más que de sobra, y Saga no se hacía una idea de cuánto dolía—. Ahora más que nunca. Si los apolonios saben lo mismo que nosotros, intentarán por todos los medios eliminarme antes de que Ares… Me sobran enemigos por todas partes. Siempre van a intentar tumbarme y lo harán utilizando todos los medios disponibles. Manteniendote cerca de mí, Del, lo único que estoy haciendo es convertirte en un objetivo.

—No me importa.

—¡¿Cómo no va a…?! ¡Pues a mi sí! —bufó, se revolvió el pelo y apretó los puños—. De una forma u otra alguien va a encontrarme: Apolo o Ares. Y Ares volverá. Me buscará. —Quiso llorar solo de pensarlo—. Yo no puedo controlarlo. ¡No sé cómo hacerlo! —Se lamentó, con la voz rota—. Aniquiló a todos los que fueron más valiosos para mí solo para doblegarme. Y lo hizo de un modo especialmente cruel… —Su corazón latía tan rápido que parecía capaz de abandonar su pecho—. No quiero verte morir en mis brazos como murió Janelle…

Deltha guardó silencio. Sus ojos de miel parecían a punto de derretirse por sus mejillas, pero no se lo permitió. Tenía que ser fuerte, tenía que ser… Apretó los dientes, tragó saliva y tomó una gran bocanada de aire. Recortó la distancia que Saga había interpuesto entre los dos y se paró frente a él, mirándolo a los ojos.

—Saga… —comenzó.

—Además —la interrumpió tan pronto como murmuró su nombre—. Tu lugar no está aquí, no es a mi lado… no es conmigo.

¡Dioses! ¡Cómo le dolió decirlo! Quería hacer las cosas bien, quería mantenerla a salvo… quería que todo volviera a su lugar.

—Pero, ¿qué…? ¿Y cuál es mi lugar? —Una lágrima rebelde escapó de sus ojos y, por un momento, Saga se quedó sin aire.

—Sagitario.

—¿Qué…?

No atinó a decir nada más. Aunque dolía enormemente, podía entender cada uno de los argumentos que Saga le había dado. Menos ese último. Ese no. Aioros le había roto el corazón de muchas formas diferentes.

—Aioros, él… —¿Cómo podía hacerla entender si ni siquiera era capaz de decirlo en voz alta?— Él te necesita, olvidará todo lo que pasó porque te quiere y… —Deltha lo silencio posando su dedo índice sobre sus labios.

—No sigas.

—Pero, Del…

—No. —Su voz sonó dolida pero firme—. Todo lo que has dicho hasta ahora… lo entiendo. De verdad que lo hago. Pero Aioros… —negó—, no todo en la vida se trata de él, ¿entiendes? Él sufre ahora, y sufrió antes… pero tú también, y yo. Saga, yo también sufrí y lo sabes… Le perdí a él y perdí a Naia, pero fue su elección. La de ambos. —Él había recogido los pedazos aunque no se diera crédito por ello—. ¿De verdad crees que lo que yo necesito para ser feliz es volver corriendo junto a él? —El peliazul no atinó a responder. Deltha hablaba con una firmeza asombrosa, molesta—. Te lo diré yo: no. Aioros me rompió el corazón. No solo porque estaba terriblemente enamorada de él, sino porque quebró una confianza eterna que jamás creí que pudiera ser destrozada.

—Os ví en la playa, y…

—Y nada. —Sujetó su rostro, y lo alzó para encontrar su mirada—. Aioros ha sido mi universo, y lo ha sido de un modo casi enfermizo… Su muerte marcó todas mis decisiones, todo. Ha sido el niño y el hombre más importante de toda mi vida… y jamás voy a dejar de quererle. Nunca. —Otra lágrima cayó—. No podría. Pero ya no le quiero de esa forma. No estoy enamorada de él. No deseo despertarme cada día mirándole dormir… —Negó—. Aunque jamás dejaré de preocuparme por él y de desearle todo lo mejor… porque cuando alguien ha sido tan importante en la vida de uno, no puede simplemente hacerlo a un lado. Creo que lo comprendes bien, porque Naia para tí… —Fue igual, quiso decir—. Saga, Aioros siempre va a ser mi amigo, siempre contará conmigo si me necesita y quiere tenerme cerca… Ahora sufre y yo entiendo mejor que nadie por lo que está pasando. —¡Vaya si lo hacía!— Pero nada más. Mi lugar no está a su lado.

Saga guardó silencio, incapaz de decir nada coherente.

—Mi lugar está aquí: contigo. —Se secó las lágrimas de un manotazo—. Porque Aioros fue lo más importante para mí… hasta ahora. Y no voy a irme a ningún lado, no voy a dejarte hacer esto, no permitiré que te quedes solo por miedo.

—No es miedo, es… —salvo que sí lo era.

—No, Saga. ¡No me importa! —negó con el rostro—. Necesito que sepas que… —Se humedeció los labios—. Eres mi mejor amigo: la única persona en quien confío ciegamente. Has logrado crear para mí un pequeño universo maravilloso. Haces que me sienta valiosa, comprendida y querida, que me sienta viva… —Sujetó su rostro de nuevo, con delicadeza—. Imaginarme una vida sin tí a mi lado es imposible: duele. Y ¿sabes qué? No me importa el riesgo. Quizá tú lo hayas recordado ahora… pero yo lo asumí hace mucho tiempo: amor dorado, supone un riesgo dorado… y me da igual. Estaré contigo y enfrentaremos juntos lo que venga: Ares, Apolo… el fin del mundo si hace falta, pero juntos.

—Del… —musitó.

—Tsssh… no digas nada más —se puso de puntillas y besó sus labios con suavidad—. No pienso irme a ninguna parte, te pongas como te pongas… —lo besó de nuevo, hasta que Saga finalmente cedió, cerrando sus ojos, y devolviendo la caricia—. Es mi misión en la vida: cuidar de tí y sostenerte cuando necesites un punto de apoyo…

—Dioses… ¿Por qué…? —¿Por qué eres así? ¿Por qué eres tan dulce? ¿Por qué…? Quiso preguntar.

—Además, no puedes pedirme que renuncie a follar así de bien.

De pronto, Saga se respingó sacado de balance por completo. Deltha dibujó una sonrisa traviesa en el rostro y antes de que él pudiera quejarse o responder, lo estrechó en un abrazo. Apretó con todas sus fuerzas, se perdió en la protección de su pecho una vez más y suspiró.

No podía dejarle ir. Nunca.

—Pajarito… —murmuró antes de cerrar sus ojos y perderse en el calor inocente y puro de aquel abrazo.

-X-

Naia nunca antes había estado tan agradecida por el cansancio. De no haber sido porque sus ojos y su cuerpo habían sucumbido ante el abuso del último par de días, no hubiese sido capaz de dormir esa noche.

Despertar la había dejado con resaca, y el letargo que se había apoderado de cada santo o amazona tras el derroche emocional del día anterior, la habían hecho sentir aturdida nomás poner un pie en el Coliseo.

Milo había estado parco durante todo el entrenamiento. Había pasado la mayor parte del tiempo observando, soltando de vez en cuando algún comentario para la mejora de sus subordinados. Solo había hablado lo suficiente, ni una palabra de más, y tan pronto le fue posible, se había retirado. Ni siquiera le había dado oportunidad de abordarlo, o preguntarle cómo estaba. Simplemente se había esfumado antes de que ella pudiera reaccionar.

Con la mitad del día por delante, volver a su cabaña no era una opción.

Pensó en pasar por Sagitario, especialmente ante la ausencia —lógica y comprensible— de Aioros. Sin embargo, detectó rastros de su cosmos en el Templo Papal, y desistió de la visita. Quizás más tarde podría llevarle algo rico de cenar.

Desistió también de ir al taller de Aries. Los ánimos en las doce casas estaban grises, y pensó que era buena idea dar un poco de espacio. Además, estaba segura de que la maltrecha armadura de Sagitario seguramente ya estaría ahí, en espera de reparaciones tras la batalla de Lemnos, y no estaba lista para verla. No después de haber visto a Aioros el día anterior.

Mientras abandonaba el Coliseo, con rumbo al campamento de las amazonas, distinguió las siluetas de Tatiana y de Eire un poco más adelante. Apretó el paso para alcanzarlas, confiando en tener un poco de compañía para pasar la tarde.

—¿Os importaría una más? —preguntó, cuando les dio alcance.

—¡Naia! —Eire, efusiva como siempre, la saludó. La máscara de Tatiana se fijó en la suya.

—Vamos al cuartel del campamento, ¿quieres venir?

—Claro. ¿Sabéis algo de los chicos? ¿Cómo están? He querido hablar con Milo antes, pero no me dio oportunidad de hacerlo.

—Hay una gran nube oscura sobre las Doce Casa, y si Milo está así, imagina a los demás…

—El panorama comienza a complicarse también. Lemnos, Loxia, Janelle… Ha sido una declaración de guerra bien clara —terció Eire, Tatiana asintió—. Y ahora, más que antes, la presión sobre ellos será aplastante.

—En efecto, y el resto de nosotros tenemos que ponernos a la altura. Como siempre, seguramente sean ellos quien lleven la mayor parte de la carga, pero no podemos dejar todo sobre sus hombros.

—Debo admitir que me sorprendió ver a algunos de los chicos de plata en al funeral ayer. Habla de que se preocupan por ellos… Las brechas entre rangos se hacen más estrechas. No recordaba algo así antes —hasta donde Naia recordaba, los lazos entre el rango dorado y los demás, nunca había sido fuertes ni cercanos—, y es fabuloso.

—Se han dado a querer. Por ejemplo, Aioros ya era admirado desde antes, pero después de Lemnos, Asterión y Spartan tienen un respeto mucho más profundo por él. Especialmente Asterión. Esta mañana ha estado preguntando por él, y puedo decir que estaba genuinamente preocupado.

—Diría que lo mismo sucede con Saga, Argol y Jabú. Los dos estaban presentes ayer —dijo Eire, en el mismo momento en que empujó la puerta de la cabaña que servía de cuartel.

—Y con muchos de los demás equipos. —Naia entró tras las dos, y se apresuró a abrir las humildes cortinas.

Echó un vistazo al exterior. La mayoría de las amazonas estaban de regreso en el campamento a esa hora.

A lo lejos, a través de la entrada al viejísimo y pequeño anfiteatro, observó a un par de korees intercambiando golpes. Habían otras amazonas con ellas, e incluso korees pequeñas, así que asumió que solo se trataba de un entrenamiento. A veces, con las amazonas, nada era lo que parecía.

—¿Qué sucede? —Tatiana la cuestionó. Ella negó con la cabeza.

—Nada, creo. Miraba los entrenamientos en el anfiteatro… Espero que sólo sean entrenamientos.

—Con estas mujeres jamás se sabe. ¿Habéis visto si la Cobra o Giste están cerca? —Quiso saber Eire.

—No. Shaina estaba de lo más rara ayer. Se marchó del funeral sin siquiera esperar a por Milo.

—Camus está preocupado por Milo…

—Se le ve abatido, sí… Y ansioso.

—Todos lo están. Lo que sucedido quizás golpeó directamente a Aioros y a Saga, pero les hizo daños a todos. —La rusa apartó algunos de los papeles que estaban sobre su escritorio, sustituyendolos por otros.

—Es lo que tienen las familias, ¿no?

La reflexión de Grulla hundió a las otras dos mujeres en el silencio.

Naia se perdió en sus pensamientos. Sin quererlo, sus ojos buscaron la antiguo butaca de Saga, la cual permanecía más tiempo vacía que ocupada. Sus obligaciones ahora iban más allá del campamento de las amazonas. Ya no era solamente el guardián de un puñado de mujeres y niñas belicosas, sino que al fin su destino de grandeza —ese que siempre había buscado y merecido— le había alcanzado. Pero, ¿a qué costo?

Al más alto. Siempre al más alto.

De pronto, la tristeza volvió a ella, acompañada por la realidad. Agachó la mirada, y en un arranque de rabia, arrebató la máscara de su rostro y la dejó con fuerza en el marco de la ventana.

Su reacción no pasó desapercibida para Tatiana y Eire, y repentinamente, se encontró como el centro de su atención.

—¿Has hablado con alguno de los chicos desde ayer? —interrogó la rusa—. ¿Aioros? ¿Kanon, tal vez?

—Ninguno, ¿por qué?

—Entonces no sabes lo que sucedió en el Chrysos —habló Eire. La morena negó y la irlandesa buscó por el rostro de su antigua maestra—. Debería saberlo. Ella también es parte de la familia.

—¿Saber qué? —Y en un rincón de su corazón, Naia se sintió honrada de ser considerada parte de aquel selecto y especial clan.

—El maestro ha hecho un resumen de todo lo que sabemos acerca de Apolo y nuestros enemigos. Tras la misión de Lemnos, Asterión fue capaz de recolectar muchísima información valiosa que desconocíamos. Además de la obvia agresividad de los apolonios y del triste resultados de los últimos días, el maestro tiene una preocupación mayor.

—¿Venganza?

—Oh, no, no. —Eire continuó—. El maestro también ha dejado claro que lo último que quiere es caer en el juego de la provocación y la sed de venganza.

—Es lo correcto. Pero las emociones están a flor de piel y… —Antes de que pudiera continuar, Tatiana la interrumpió para seguir con su relato.

—Apolo se ha establecido en la región en dónde solía encontrarse Troya. De hecho, ha reconstruido la ciudad y la ha convertido en su base de operaciones.

—¿Troya? —Naia levantó las cejas, sorprendida. Eire asintió, con una mueca de disgusto en los labios.

—Todo indica que desde ahí controla Star Hill. —Al escuchar la aseveración de Tatiana, la amazona de Caelum abrió los labios, completamente incrédula ante esa parte de la historia—. Esa es la razón por la que las estrellas nos enviaron directamente hacia la emboscada de Nomios, en Lemnos.

—Dioses…

—La prioridad de las Doce Casas es recobrar el control absoluto sobre Star Hill, pero eso significa marchar hacia Troya y meterse a las fauces del lobo. Así que, supongo, veremos poco de ellos. Su cabeza ahora mismo y hasta el día de esa batalla, estará en Troya.

—¿Qué pasará con las amazonas? —preguntó Eire—. Hay mucho trabajo aquí y, seamos sinceras, tampoco es como que haya habido demasiado avance. Esto es una tierra sin dueño.

—Triste, pero cierto. La relación entre los chicos, en todos sus niveles, ha mejorado mucho más que la nuestra. Las amazonas somos un clan dividido y enfrentado.

Naia agachó la cabeza. Tatiana ponía en palabras una verdad dura e incomprensible. Como mujeres, su vida en el Santuario ya era lo suficientemente difícil. Luchaban todos los días contra los prejuicios, se esforzaban en demostrar su valor y liderazgo. Eran distintas a los hombres —incluso más fuertes en muchos casos—, y a pesar de todo, tenían que probarse que eran iguales a ellos.

La parte que más dolía era que cada batalla la libraban solas. A pesar de ser un clan pequeño, en el que todas se conocían, también eran enemigas. Siempre algo que causara diferencias o enemistad entre ellas. Muchas cosas dividían y pocas cosas unían.

Era difícil pensar en las amazonas sin pensar en problemas.

—Bueno… Nosotras tres estamos juntas. Eso ya es un paso, ¿cierto? —La voz firme y cantarina de Eire atrajo la atención de las mayores.

—Un paso grande, sí.

—Y, queremos mejorar las cosas en el campamento. Queremos ayudar a nuestros chicos de oro. —Tatiana asintió, mientras Naia esbozaba una sonrisa pequeña. Siempre serían sus chicos, sin importar los problemas entre ellos.

—Cierto también —dijo la morena.

—¡Pues hagámoslo! Ayudemos a los chicos y mejoremos este sitio de mierda.

—¿Qué propones? —La rusa ladeó el rostro y no pudo evitar sonreír ante el optimismo de su antigua aprendiza.

—En primer lugar, tomemos control de esta cabaña, apoyemos con las labores administrativas —Apartó algunas cosas de la butaca de Saga y se dejó caer en ella—. Después, tratemos de ganar la confianza de las chicas de ahí afuera. Demostremosles que hay que más que serpientes y lagartijas en este lugar, que somos más fuertes cuando estamos juntas.

—¿Cómo…?

—Con tu ayuda, Naia —terció, antes de que la morena pudiera continuar—. El proyecto de las armaduras femeninas, retómalo. Nosotras te ayudaremos.

—Oh…

—Puedes usar la cabaña como taller. —Tatiana quiso aportar—. Las amazonas se sentirán más confiadas de venir aquí, con nosotras, que de caminar hasta Aries, dónde Mu. La maldita máscara puede ser irrelevante para muchas, pero sigue siendo importante para otras ahí afuera.

—¡Exacto!

—Suena genial. El Maestro dio su aprobación, así que podemos empezarlo tan pronto queramos.

—Recuerda que empezarás por mi armadura. —Eire infló el pecho, orgullosa—. Seré la modelo perfecta para tu trabajo, Caelum.

—Y un excelente conejillo de indias.

El desparpajo en la voz siempre grave de Tatiana, las sorprendió. Naia y Eire voltearon hacia ella, y tras intercambiar miradas, soltaron una carcajada. De pronto, el peso que llevaban encima se sintió más ligero, y la compañía era más agradable que nunca.

—Suena a que tenemos un plan —dijo Naia. Tatiana asintió.

—Lince, Caelum… Os doy la bienvenida al primer aquelarre amazónico de la época moderna. ¡Preparos para conquistar al mundo! ¡Llamemos al resto!

-X-

Arles levantó una ceja cuando la figura solitaria de Aioros atravesó la puerta del despacho. No esperaba que se presentase esa mañana a sus labores en el templo.

De inmediato, desvió su mirada hacia Shion, quien —hasta unos pocos segundos antes— permanecía inmerso en los viejos pergaminos, solo para descubrir en su rostro la misma sorpresa que seguramente él llevaba en el suyo. Lo vio dejar de lado los antiguos rollos de papel, y ladear la cabeza ligeramente, sin apartar los ojos de su joven santo.

No recordaba haber visto a Aioros tan agotado como en aquel momento. Había en él un desgaste físico y emocional imposible de ocultar… Una sensación de derrota.

Para empezar, estaban los vendajes de sus heridas, resultado de la batalla de Lemnos. Había alguna que otra herida abierta, pues se alcanzaban a distinguir las manchas de sanguaza a través de la blancura de las vendas. Pero, tanto Arles como Shion, sabían que esas heridas eran las menos importantes. De esas se recuperaría por completo. De las que llevaban en el corazón…

—¿Qué haces aquí? No pensé que vinieras hoy. —Lo oyó decir. Un segundo más tarde, escuchó a Aioros suspirar.

—Si me quedo en casa, me volveré loco. —Aioros entró con pasos lentos y cansados a la habitación —. Necesito mantener mi cabeza ocupada, así que pensé que…

—Pensaste bien. —Shion no lo dejó continuar. No era necesario —. Vamos, siéntate. Arles, ¿puedes servirle un poco de chocolate tibio?

—Por supuesto.

—¿Saga no ha venido?

—Aún no. No sé si venga…

—Ya.

Mientras, con diligencia, Arles sirvió la taza humeante y la trajo consigo hasta el escritorio. Fue entonces cuando reparó en la mochila de Aioros; en el par de orejas peludas y doradas que sobresalían por la abertura. Un segundo después, con un pequeño ladrido lleno de optimismo, Mordis asomó la cabeza.

—¡Dioses! ¡Has traído al perro! —exclamó. Mordis aulló a modo de respuesta.

—Intenté dejarlo en Sagitario. Pero comenzó a aullar como si alguien estuviera matándolo, y no pude decirle que no.

—Tiene que acostumbrarse, Aioros. No puedes llevarlo contigo a todos lados. —Shion intervino. Arles, mientras tanto, parecía lamentar su suerte y la de sus alfombras. El templo estaba repleto de objetos demasiado valiosos como para permitir a un cachorro vagar libre por él.

—Lo sé. Solo será por hoy, lo prometo.

—De acuerdo. —Arles escuchó al lemuriano aprobar y entendió que él no tendría voz en esa objeción —. Será solo por esta ocasión. Mañana deberá quedarse en casa, sin importar cuanto llore.

—Gracias.

—¿Tenemos visitas? —La voz de Saga, quien recién entraba a la oficina, atrajo la atención de los tres. Incluso el cachorro, al escucharle, le reconoció de inmediato y aulló.

—Mordis ha venido por única ocasión. —Aioros miró a Saga. Dioses, se veía tan cansado y maltrecho… Los dos lo estaban.

—No esperaba verte aquí.

—Ya. Shion dijo lo mismo. —El castaño encogió los hombros con un gruñido de dolor—. Quedarme en casa no era opción. Asumo que tú pensaste lo mismo.

—Yo no… No pasé por lo mismo que tú.

—Estás hecho una mierda, Saga. Así que diría que estamos en el mismo barco.

—No me pongas en tu mismo nivel, arquero. —Una sonrisa apenas perceptible apareció brevemente en los labios de Saga, y se contagió a los de Aioros—. ¿Piensas quedarte a trabajar?

—Cualquier cosa que mantenga mi cabeza ocupada.

—Bien, porque tengo un par de ideas sobre lo que deberíamos discutir hoy.

Saga se encaminó hacia su escritorio, aunque a mitad del trayecto fue interceptado por la pequeña bola de pelos, que ladraba y lloriqueaba, ansioso por robar un poco de su atención. Sin poder negarle un mimo, el peliazul se agachó y rascó sus orejas. El cachorro cedió ante su encanto y terminó tumbado panza arriba, mientras Saga le acariciaba la tripita regordeta.

—Hey… ¿Me echas de menos? —Le preguntó, con voz dulce y suave. Mordis ronrroneó de gusto, mientras sus ojitos se cerraban, adormilados por la caricias.

—Eres el encantador de perros… Quizás te contrate como niñera. —Saga volteó hacia Aioros, quien ya se había acomodado en su propio escritorio, y le sonrió.

—Me gustan los bichitos como este.

Aquellos pocos segundos que se escaparon, le resultaron relajantes. Apenas había sido capaz de cerrar los ojos la noche anterior, y cuando lo hizo, las pesadillas y los malos sueños no le dieron descanso. Ni siquiera las caricias de Deltha habían sido suficientes para mantenerlos lejos.

Mientras tanto, Shion guardó una sonrisa para sí. Aquel lado de la personalidad de Saga nunca dejaba de sorprenderle. Sabía que era parte de él —porque Shion conocía a sus hijos mejor que nadie—, y aún así, cuando tenía oportunidad de presenciar esos momentos de dulzura, no dejaba de maravillarse.

Entonces, como si Saga de pronto hubiese reparado en el modo en que le miraba, lo vio detenerse y recobrar su seriedad absoluta. Un instante después, estaba sentado en su sitio, inmutable como siempre solía serlo.

—Vale, ¿nos cuentas de qué quieres que hablemos? —cuestionó Aioros.

—De Troya.

-X-

Eire había dado el aviso, aunque si este fuera a ser escuchado o no, era una incógnita para las tres amazonas. Por eso cuando Marin llegó con cierto retraso, Naia asumió que ya no vendría nadie más. Tampoco la sorprendía a decir verdad, y en un rinconcito de sí —el cobarde—, prefería que así fuera. Por otro lado, se sentía terriblemente decepcionada.

—Siento el retraso —se lamentó la pelirroja, quitándose la máscara.

—No te preocupes, está bien —replicó Tatiana.

—Podemos empezar entonces. —Marin volteó hacia Naia, al escucharla hablar, y aunque no tenía la menor idea de qué trataba aquella reunión, tenía curiosidad. Mucha curiosidad. Más aún por lo que estaba a punto de suceder—. Falta alguien, está de camino.

La amazona de Caelum entreabrió los labios al escucharla, y aunque quiso responder, no tuvo tiempo.

—¿Puedo pasar? —la voz de Deltha resonó con timidez en la entrada de la cabaña.

Todas las miradas voltearon hacia ella, y Marin no hizo sino agrandar su sonrisa. La expresión de asombro en el rostro de Naiara era más que obvia; como también lo era el nerviosismo en la cara de Deltha.

—¡Excelente! —Eire se levantó de un salto de la butaca de Shura—. Pasa Deltha. ¡Ya estamos todas! —La joven Grulla se apresuró a cerrar la puerta, y tras echar una ojeada a sus cuatro acompañantes, su expresión vivaracha se acrecentó—. ¡Que comience el primer Aquelarre Amazónico!

—¿Qué…? —musitó Marin, tomando asiento. La risa suave de Tatiana resonó en la estancia.

—Tati, Naia y yo estuvimos reunidas antes y pensamos que… —de pronto, colocó los brazos en jarras y entrecerró los ojos—. Naia, deberías explicarlo tú.

Deltha se sentía atenazada. No sabía qué hacía allí exactamente, menos aún porque parecía que la cosa tenía que ver con Naia. Así que se había apoyado en la puerta recién cerrada, intentando no ocupar espacio, siendo pequeña e invisible, y contemplaba la escena en absoluto silencio. Intentaba que su mirada no se fijase demasiado en la morena: no quería incomodarla y hacer de aquello una reunión más difícil para ambas. Pero tampoco podía evitar mirarla: su mirada nerviosa siempre volvía a ella, intentando descifrarla.

—Vereis… Los últimos días han sido caóticos y una mierda, para qué mentir. —Ninguna dijo nada, pero no era necesario. Su sentir era muy similar—. Pero previo a todo eso, compartí una idea con Mu. Lo que dije no solo le pareció bien, sino que me convenció para proponérselo al Maestro y me respaldó.

—¿De qué se trata? —quiso saber Marin.

—De las armaduras. Las femeninas, para ser exactas. —Tanto la pelirroja como Deltha fueron discretas en sus reacciones, pero supo que tenía su atención—. Les propuse un proyecto de reforma de la mayoría de ellas. Tras las últimas misiones, arreglé algunas y los rasguños en los ropajes eran obvios. —Por un momento, su mirada voló hacia Del. Las heridas de Apus a raíz de Meteora habían desencadenado todo, a decir verdad—. El diseño de nuestras armaduras tiene muchos defectos que nos colocan en una posición muy vulnerable. Son bonitas pero, francamente, poco funcionales. La mayoría tenéis el abdomen descubierto, o los muslos. Un golpe certero o un corte inoportuno pueden ser letales.

—Y las probabilidades de que eso suceda son altas —acotó Tatiana.

—Exacto. —Asintió, paseando su mirada por sus acompañantes una vez más más. Pero en esta ocasión buscó los ojos de Deltha—. Toda ayuda es poca en combate. Tenemos que cumplir nuestra parte, ser de ayuda y no suponer una carga para nadie. Ninguna quiere eso. —La amazona de Apus negó apenas perceptiblemente. Estaba de acuerdo—. Así que… propuse rediseñarlas para poder solucionar esas deficiencias. Nuestras armaduras son de plata, salvo June y algún otro caso que son de bronce. No son materiales tan valiosos como el oro, por lo que son más fáciles de conseguir; ni necesitamos tanta cantidad de polvo de estrellas o cosmos para darles vida. Al Maestro le pareció una gran idea y, aunque yo no pretendía ocuparme de ello, me dio esa responsabilidad. —Y esa era una enorme viniendo del Maestro. Ninguna de las dos había entrado con buen pie en su vida. Deltha lo sabía bien—. ¿Os parece una buena idea?

Por un momento, hubo silencio. No fueron más que unos segundos, pero a ella le resultaron eternos.

—¿Bromeas? —La voz de Deltha aceleró su corazón—. No solo es una idea fantástica, sino que además, no hay nadie mejor que tú para llevarla a cabo. Eres una mujer y eres la amazona de Caelum.

Tatiana, Eire y Marin, intercambiaron miradas cómplices al escuchar aquella respuesta. Vieron de una a otra, y en su interior, todas pensaron lo mismo: al fin. Naia se había quedado en silencio, perdida en la mirada color miel de Deltha. Por primera vez en muchísimo tiempo veía en aquellos ojos la misma admiración y apoyo ciego que cuando eran niñas. Se humedeció los labios con nerviosismo y esbozó una sonrisa pura.

—Yo creo que Deltha tiene toda la razón —respondió Marin—. ¿Cuándo empezamos?

La sonrisa de Naiara se agrandó. Entusiasmo. Eso es lo que había encontrado en aquellas miradas, y no podía sentirse más aliviada.

—Mañana mismo. Más tarde vendrá Mu, para traerme las herramientas y adecuar esto a modo de taller. Pensamos que es el mejor sitio: nos da intimidad y está en el propio campamento.

—¡Pero yo seré la primera! —El entusiasmo de Grullita siempre resultaba contagioso, y de alguna forma todas se encontraron riendo.

—Ella será la primera —añadió asintiendo—. De todas formas, tengo los diseños en mente, pero antes de nada los hablaré con cada una para que os sintáis cómodas con ellos. Podéis venir cuando queráis…

—Suena fantástico. —Marin sonrió de un modo deslumbrante—. ¿Puedo preguntar…? ¿Aquelarre Amazónico?

—¡Oh! Eso es cosa mía. —Eire infló el pecho orgullosa. Con un gesto de su rostro, Naia le cedió la palabra—. Veréis… Antes de que llegaseis hablamos de la situación de las amazonas en el Santuario. Todas habéis crecido aquí, salvo yo. Supongo que estáis acostumbradas a la manera de vivir, a la dureza e incluso a la crueldad dentro del propio campamento. Para mí, la verdad, fue un shock y aún intento acostumbrarme...

Las chicas escucharon con atención. Lo cierto es que Eire tenía razón, y no se habían planteado lo distinto que resultaba para ella. Al fin y al cabo, había crecido con Tatiana, que además de una excelente maestra había resultado la mejor hermana mayor jamás soñada.

—Tati y yo… —sonrió con cariño—. Siempre ha cuidado de mí. Y ahora que ya soy más adulta, creo que yo también puedo cuidarla a ella. En ningún momento la he visto, ni me ha visto, como competencia o una rival a vencer. Extraño eso aquí… —suspiró—. Además, todas aquí tenemos una relación muy estrecha con las Doce Casas de un modo u otro, creo que… empezamos a vernos como una familia y es una sensación fantástica —Deltha sonrió suavemente—. Ellos se esfuerzan día a día por cambiar todos sus errores del pasado, están más unidos que nunca, y el panorama que enfrentan es muy difícil. ¿Qué voy a explicaros yo que no sepáis ya? —Se encogió de hombros, y por un momento, sus ojos grises se ensombrecieron—. Cómo amazonas, va siendo hora de actuar como un grupo unido, de dejar de temer porque alguien nos saque los ojos en un descuido. Saga y Shura no pueden hacer nuestro trabajo: es nuestra responsabilidad encontrar el equilibrio y aportar en lugar de restar. Así que… aprovechando que todas aquí somos familia, creo que es un buen punto de partida. Dejemos los casos más difíciles para más adelante —Marin rió, sabía que hablaba de Shaina y de Giste—. ¿Qué decís? ¿Somos un equipo?

Extendió su mano al frente. Tatiana no tardó en unir la suya, y Naiara. Marin siguió, y finalmente, Deltha añadió la suya. Eire ensanchó su sonrisa de nuevo. De pronto, todo se sentía más liviano.

—¡Aquelarre! —exclamó. Las demás rompieron a reír.

—¡Aquelarre!

-X-

Tras un rato de agradable charla, donde habían dado buena cuenta de las golosinas que Saga guardaba en el cajón, todas parecían dispuestas a marcharse. Deltha había estado rumiando toda aquella información en su cabeza durante toda la reunión. Cierto era que no había hablado mucho, se había limitado a escuchar. Pero era un comienzo, uno muy bueno, creía.

Así que reunió fuerzas, tomó una bocanada de aire, y se animó a hablar.

—¿Naia? —dijo, llamando su atención. Por un segundo, todas se mantuvieron expectantes.

—¿Sí? —respondió con cierto titubeo.

—El proyecto de las armaduras… —se esforzó por mantenerle la mirada, aunque el corazón comenzaba a amenazar con salirse de su pecho—. Necesitas una ayudante.

—Sería lo ideal, pero…

—Yo puedo hacerlo. —De pronto, el tiempo se paró en la sala—. Quiero hacerlo. No tengo tus habilidades, pero ambas crecimos con Axelle. No sé la cantidad de veces que la vimos trabajar y le echamos una mano con ello. Puedo hacerlo. —Dioses, aquellos ojos violeta parecían capaces de traspasarla—. Si te parece bien…

Nadie se movió. Todas eran de sobra conscientes del enorme paso que suponía aquella propuesta para ambas, y aunque las que no estaban implicadas deseaban con todas sus fuerzas que la respuesta fuera afirmativa, eso solamente dependía de Naia.

—Me parece fantástico —dijo al fin. Las demás soltaron el aire, y ella dibujó una sonrisa que Deltha rápidamente imitó—. No habría nadie mejor para hacerlo que tú…

—¡Pues tenemos equipo! —Se apresuró a decir Tatiana esta vez, pillándolas a todas por sorpresa. Esas muestras de entusiasmo eran más propias de Eire, pero no quería darles oportunidad de arrepentirse—. ¿Qué? A esta anciana también le hace ilusión ver que todo se va acomodando en su lugar. —Rieron.

—Cualquier cosa que necesiteis, solo pedidla… ayudaremos en todo lo que podamos —terció Marin, mientras se ponía la máscara, dispuesta a irse. Las demás se pusieron en pie.

—Chicas… —musitó Naia—. Gracias. Gracias por vuestro apoyo.

-X-

A petición de Saga, Arles había hecho un nuevo resumen de toda la información que tenían respecto a Apolo, los apolonios y Troya. Como siempre, había tratado de ser lo más meticuloso posible, evitando pasar por alto detalles que pudieran volverse de extrema relevancia más adelante. No había sido sencillo. La información que tenían era mucha, pero también estaba incompleta. Había piezas de aquel rompecabezas que no terminaba de encajar y sobre las cuales únicamente podían especular. Arles odiaba especular.

Mientras hablaba, tanto Saga como Aioros habían tomado nota de los puntos más relevantes. Los había visto garabatear alguna que otra frase y, en más de una ocasión, habrían fruncido el ceño o levantado la ceja cuando algo no parecía cuadrar.

—Bien… Pues es todo lo que tenemos —dijo, cuando terminó de recapitular—. ¿Comentarios?

—Sigo pensando que Star Hill es una prioridad. —Saga tomó la palabra de primero. Echó un vistazo fugaz a sus anotaciones—. Es nuestro único contacto con el mundo exterior, y mucha de la información que tenemos, es a través de ella. No podemos darnos el lujo de perderla, o de no confiar en sus augurios.

—Estoy de acuerdo. —Shion asintió—. Y sé que os encontráis ansiosos por ir a Troya y destruir el altar de fuego, pero no os permitiré tal cosa a menos que me presentéis una estrategia sólida y segura, digna de vosotros dos. —Su mayor preocupación era que el motivo del ataque a Troya no fuera el altar, sino la venganza.

—Es lo que tenemos que discutir aquí, hoy.

—Hay urgencia, hijo, pero no prisa.

—Hay las dos, padre.

Aioros miró de uno a otro, intermitentemente. Los intercambios entre Shion y Saga siempre eran divertidos de observar. Había una rivalidad marcada entre ambos, una lucha por el poder en la que ninguno deseaba imponerse al otro, pero tampoco deseaba perder.

En ocasiones, estaba tentado a intervenir… A mediar entre ambos. Pero, joder, a veces era mil veces mejor simplemente observar.

—Necesitamos un nombre clave —intervino al fin, robando la atención de aquel par. Sonrió, con cierta travesura y continuó—. Todas las operaciones secretas necesitan un nombre clave.

—¿Hablas en serio?

—Sí. —Sonrió un poquito más al reparar en la expresión de fastidio de Saga.

—¿Qué hay de malo con "incursión a Troya"?

—Para empezar, la cero discreción. Segundo, es aburrido. Tercero…

—Ya, ya. ¿Tienes alguna idea?

—Pensé en "Caballo de Troya" pero…

—Demasiado cliché. Puedes pensar en algo mejor.

—Vamos, no seas vago y ayúdame.

Saga bufó. Se sopló el flequillo y después regresó su mirada hacia las notas en su cuaderno. Leyó en silencio por algunos segundos, pensando. Su frente se arrugaba ligeramente cuando estaba concentrado, y apretaba los labios sin siquiera darse cuenta. De pronto, algo en sus ojos esmeralda brilló. Levantó el rostro y buscó por Shion de nuevo.

—Decidme con sinceridad, ¿creéis que saben que atacaremos? —cuestionó. Shion levantó los lunares y negó.

—Lo dudo. No creo siquiera que sepan que sabemos lo suficiente.

—Entonces, Troya será nuestro primer gran golpe. Será la primera vez que vayamos un paso por delante de ellos.

—Es probable que lo sea.

—En tal caso, es importante que Aioros y yo vayamos a la cabeza de la expedición.

El modo en que el rostro de Shion se descompuso, casi lo hizo reír. Sin embargo, Saga hablaba más en serio que nunca antes.

—¿Quieres enviar a mis dos segundos al campo de batalla? A una batalla que, francamente, será más complicada de lo que esperamos…

—¿Tienes a alguien mejor que nosotros? —Ante el contraataque de Saga, Aioros levantó las cejas. Ladeó el rostro y buscó con su mirada azul al lemuriano.

—No hay nadie mejor que vosotros, pero no es el punto. Sois indispensables para el Santuario.

—Shion, después de Shura y de Camus, no hay nadie que sepa mejor que nosotros lo que es enfrentar a un apolonio. Aioros consiguió vencer a Nomios, y Loxia… —De solo pronunciar su nombre, una marejada de emociones lo invadía. Ninguna de ellas buena—. Loxia es un ilusionista. Si alguien puede enfrentarlo y vencerlo en su propio terreno, soy yo.

Inconforme, Shion soltó un suspiro. Miró de Saga a Aioros, encontrándolos especialmente interesados en el tema. Aioros apenas había pronunciado palabra, pero el lemuriano sabía que, de hacerlo, apoyaría a Saga. Ni le sorprendía, ni le gustaba. Pero esos dos eran así: cómplices y tercos.

—Este asunto, esta batalla, no va a ser personal, ¿entendido? —replicó, tras unos segundos de silencio.

—Ellos lo hicieron personal, Shion, lo sabes. —Ahí estaba, la voz de Aioros.

—Sí, pero creo que ha quedado en claro que ese fue un error estúpido. —Pudo ver en los rostros de los más jóvenes, que les había ganado esa parte de la discusión—. La misión en Troya no va a ser una cacería de apolonios. La misión en Troya es destruir el altar de fuego y recuperar Star Hill. —Al no escuchar quejas, se permitió relajarse—. En misiones de este tipo, lo mejor es infiltrar a un equipo pequeño, rápido y poderoso.

—Suena como que lo has pensado. —Saga ladeó la cabeza.

—Un poco, sí…

Apenas había sido capaz de cerrar los ojos la noche anterior. Había tenido tiempo de sobra para pensar en Troya, en Apolo, en Ares, y mientras más pensaba en ello, más nervioso se sentía.

—¿Entonces? ¿Pensaste en algún tipo de plan? —Aioros quiso saber.

—Ninguno que contemple la salida del Santuario de mis dos Ilustrísimas suplentes.

Y mientras hablaba, su mirada reposó en uno de ellos en especial: Saga.

Ares y su falta de sellado ya habían sido un temor desde la resurrección, pero ahora que había decidido manifestarse… Ahora eran una realidad. Shion era consciente de que no podía correr riesgos. Mantener a Saga lejos del Santuario, luchando una batalla tan importante, sin saber en dónde radicaba la lealtad de Ares, era —o podría llegar a ser—un suicidio.

Agachó la mirada por un segundo, mientras las amatistas que tenía por ojos se centraban de nuevo en los pergaminos, sin llegar a leerlos. De pronto, sintió sobre sí los ojos de alguien más, y levantó la vista. Saga lo contemplaba en silencio, con ese gesto en el rostro que Shion tanto detestaba: ese dolor y esa inseguridad que solo Ares era capaz de despertar en él. Le sostuvo la mirada por un instante, sabiendo que compartían inquietudes.

Solo esperaba que Saga no confundiera su preocupación con miedo.

-X-

Esa última mirada entre Shion y Saga había sido completamente distinta, despertando las sospechas en Aioros.

La usual tensión derivada del poder que había entre ellos le era común y conocida. Pero lo que veía entonces… No era una lucha de voluntades. Era preocupación por un lado, y casi —casi—rendición por el otro. Había algo curioso en el modo en que, de pronto, la mirada de Saga, aguerrida y segura de unos instantes antes, se apagó. Ahora era un cachorrito, sometido y temeroso ante la voluntad de su amo. Era el crío que deseaba complacer, pero que sabía que había decepcionado. Ya no era regio, ni poderoso, sino frágil.

Y todo había sido solamente a través de una mirada.

Aioros se sintió tentado a dejar pasar el momento. Existían matices de la relación entre Saga y Shion que eran mucho más profundos e íntimos de lo que él se atrevía a indagar, y que hospedaban secretos entre padre e hijo, que él no deseaba violentar.

Sin embargo, tenía la impresión de que los tiempos que vivían no les permitían el lujo de tener secretos, muchos menos cuando dichos secretos eran capaces de opacar de aquel modo a un santo del calibre de Saga, y de convertir la planeación de una guerra en un vacío de silencio. Algo no estaba bien, y quizás él tenía que saberlo.

—¿Qué os sucede? —preguntó. Miró del uno al otro, sorprendiéndose con su silencio—. Uh, así de malo, ¿eh? —Negó suavemente y sopló sus flequillos—. Venga, ¿qué os traéis? Confesad, ahora.

Y en esa última preguntaba, no había el más mínimo toque juguetón en su voz. Por el contrario, había una seriedad poco común en él.

Pero es que Aioros ya estaba harto de los secretos, de las palabras a medio decir.

Desde su resurrección, meses atrás, había comprendido muchas cosas. Una de ellas, era que no había vuelto como el santo de Sagitario que murió la noche de la sublevación de Ares. Ya no era el hermano mayor, no era el heredero de Su Ilustrísima, no era quien tomaba el mando. Sus hermanos pequeños habían crecido y vivido más que él, y habían sido ellos mismos quienes tomaron el papel que le correspondía: eran ellos quien cuidaban de él.

Sin embargo, el último mes había sido… No tenía palabras para definirlo. No sabría como hacerlo.

Primero, había sido el "regreso" al trono, cuando Shion les pidió que se convirtieran en sus segundos, y aquellos había sido una inyección de seguridad, que lo había sacado del letargo en el que había permanecido por tanto tiempo. Incluso y a pesar de los problemas con Saga, compartir el puesto con alguien como él, era un honor que no estaba seguro de merecer, pero que se esforzaría por conservar y, sobre todo, por no defraudar la confianza de nadie.

Joder, y detestaba la idea de sonar de pretencioso… Pero sentía que lo estaba logrando. Al lado de Saga habían hecho un trabajo pulcro y digno de ellos. Shion estaba orgulloso, sus hermanos pequeños también, los demás rangos…

Luego llegaron Nomios y la emboscada en Lemnos: su primera batalla real en solitario en aquella nueva vida. No fue fácil, y Aioros no pretendía que lo fuese. Sin embargo, había sido capaz de anotarse la victoria para orden ateniense. La primera ante los apolonios.

Le habían dolido hasta los dientes, y a pesar de ello, no podía sino sentirse terriblemente orgulloso de sí mismo. De pronto, volvía a sentirse él; aquel chico que había sido antes de su muerte, confiado en sus habilidades y deseoso de cambiar al mundo. Volvía a sentirse grande, sus alas lo llevaron hasta el cielo… Hasta que Loxia arrasó con todo.

Loxia le había causado otro tipo de dolor, uno más difícil —sino imposible— de sanar. Se llevó a Janelle, y con ella, a un pedazo de él. Había intentado matarlo de la manera más sádica: desde adentro. Pero Loxia también había sido un maestro, uno cruel y despiadado, que con un solo golpe lo había obligado a crecer. Lo había obligado a hacerse más fuerte, a recordar porqué y por quienes luchaba, le había dado un motivo para no hundirse… Y algún día, cuando tuviera su vida entre las manos, se lo haría saber.

—Os sigo esperando. ¿Pensáis decir algo? —insistió, ante el silencio irritante de los otros dos. Shion miró a Saga y, de pronto, Aioros entendió que el secreto era del gemelo. Entonces, temió lo peor—. Saga, ¿qué está pasando? —Fue directo a él.

El peliazul cerró los ojos y recostó la espalda sobre el respaldo de su silla. Toda aquella debacle no había podido llegar en un peor momento. Aioros merecía saber. Pero, ¿era el momento correcto? Apenas unas horas antes lloraba la pérdida de su novia y ahora… Maldijo por lo bajo. Maldijo al destino, maldijo a los dioses y se maldijo a sí mismo.

Cuando abrió los ojos, reparó en el rostro de su amigo. Alicaído, oscuro, lleno de dolor, pero decidido. Hasta solo unas pocas semanas atrás, la mirada de Aioros le había resultado distinta. Algo cambió en él y quizás, era momento de reconocer que ya no era el niño al que debía cuidar. Era su igual. Era su amigo. Era el hermano que le había perdonado todo y había prometido estar a su lado sin importar el qué.

—La noche en que luchaste en Lemnos… —dijo, con la voz tan firme como pudo, aunque por dentro se rompía—, Ares dio señales de vida.

—¿Qué…? —El modo en que aquella pregunta abandonó los labios de Aioros y el sutil temblor de la cerámica cuando Arles dejó su taza sobre la mesa, le erizaron la piel.

—Yo estaba dormido en Géminis. Nunca duermo, o al menos, nunca duermo tan profundo, pero mi consciencia estaba en Lemnos, viéndote a través de los ojos de Ares—continuó, sin que nadie se atreviera a interrumpirle—. Ví toda la batalla. Te ví siendo atrapado por el Infinity Break, ví a Asterión en peligro. Dioses, te ví volar… —Saga se llevó las manos a la cabeza. Cada segundo de aquella experiencia se le había grabado a fuego—. Ares habló conmigo. Me explicó que alguien estaba cazando a los de su tipo, que Hefestos había caído. Él estaba ahí, esperando encontrar su lanza, para protegerse. Está asustado. Ares jamás estuvo asustando antes, no así…

—¿Intentó…?

—¿Poseerme? No. —Saga negó—. Sin embargo, me necesita. Mientras solo sea un espíritu sin cuerpo, está indefenso. Necesita a su avatar para tomar fuerza y defenderse.

—Eso significa que volverá a por ti.

—Al menos lo intentará.

—¿Estamos seguros de que esto no fue sólo un sueño? —Aioros buscó a Shion. El lemuriano subió los lunares, con cierta resignación en el rostro.

—No estamos seguros de nada. Sin embargo, Saga está seguro de lo que ha vivido, y los detalles de lo que Ares le mostró concuerdan con la versión de Asterión de lo que pasó. No hay forma de que Saga pudiera conocer tantos detalles, a menos que realmente hubiese estado ahí.

Aioros tragó saliva. Asintió, perplejo ante lo que escuchaba, y se sobó los ojos, tratando de asimilarlo.

Mientras lo observaba, Saga se sentía enloqueciendo de ansiedad. ¡Joder! Confiaba en Aioros, pero la sombra de Ares era demasiado grande y su oscuridad era demasiado densa. Ya una vez, visiones menos certeras habían estado a punto de separarlos. ¿Qué pasaría ahora que el regreso de Ares una realidad?

—Aioros… —pronunció su nombre en un murmullo, como si esperase que al escucharle, todo colapsara—. Yo no...

—No, no—respondió el arquero—. Solo intento poner orden en todo esto. —Suspiró, levantando el rostro, con aquel gesto de seriedad tan poco suyo—. Ares es una mala noticia, siempre lo es. Lo siento, Saga, de verdad que lo siento. —Miró a su amigo—. Pero esta vez, no estás solo. Lo sabes, ¿cierto?

—Lo sé…

—Bien. —Le sonrió ligeramente. Sabía que no era suficiente, que Saga tenía que estar aterrorizado. Pero, por ahora, hacerle saber que estarían bien, era lo único que podía ofrecerle—. ¿Habéis pensando en algo para…?

—No, aún no. —Shion se adelantó—. Por ahora, todo lo que podemos hacer, es estudiar este nuevo tipo de contacto entre Ares y Saga, y estar atentos.

—Entiendo…

—¿No estás asustado? —Saga quiso saber. Aioros lo miró directamente a los ojos.

—Sí, lo estoy. Como tú. Es Ares, y la última vez… El precio fue alto para todos. —El santo de Géminis se mordió el labio con nerviosismo—. Pero, no sé, de alguna manera también estoy aliviado.

—¿Por qué?

—Porque por fin podemos descartarlo como el cómplice de Apolo, porque está asustado… Porque ésta vez, él es quien está en desventaja.

Con un gruñido, Saga agachó el rostro. No tenía ni una pizca de aquel optimismo que Aioros intentaba mostrar, ni estaba seguro de tenerlo algún día. Aunque la lógica le dictaba que en muchos puntos tenía razón, habían demasiados puntos en los que no encontraba consuelo. Ares, después de todo, era peligroso y siempre vería por su conveniencia. Ahora mismo no era el cómplice de Apolo. Pero, ¿quién garantizaba que no llegaría a serlo?

Un poco más allá, desde su propio escritorio, Arles miró a Shion. Había permanecido en silencioso, quieto… Casi invisible. Simplemente escuchando.

Su mirada mostraba dejos de inquietud, pero también mucho auto control. Arles no pintaba canas en vano, y si alguna vez había sido capaz de ver a través de los engaños a Ares, lo haría de nuevo. Se aproximaba una guerra llena de complejidades, en la que por primera vez, tendría la oportunidad de actuar al lado de sus chicos.

Casandra—dijo, rompiendo la tensión del momento y atrayendo la atención hacia sí. Shion ladeó el rostro, confundido.

—¿Eh?

—El nombre clave de la misión… Deberíamos llamarla Casandra.

—"Aquella que confunde a los hombres". —Saga enunció el significado de aquel nombre, y esbozó una sonrisa apenas perceptible—. Diría que me gusta.

Desde su lugar, Arles ensanchó su sonrisa.

—Pues, si hay consenso, Casandra será—complementó Aioros.

Shion asintió, echando una última mirada a sus chicos. Habían cambiado tanto en el último par de días, pero en el fondo, seguían siendo los mismos. Ahí estaban: Aioros luchando para que su optimismo se abriera paso en medio de la oscuridad, y Saga, atormentando por sus demonios, en su eterna búsqueda de paz y redención.

—Casandra—susurró.

Y de pronto, pensó en que no podía haber un mejor nombre. Casandra… La mujer condenada a ver el futuro, sin que nadie creyese en sus augurios.

-X-

Cuando Saori llamó a la puerta y asomó el rostro con decisión, sin rastro alguno de la timidez y el recato que solía caracterizarla, los cuatro santos supieron que se traía algo entre manos.

—Os he traído bollitos de crema —dijo—. En la cocina me dijeron que eran los favoritos de sus Ilustrísimas de Géminis y Sagitario cuando eran niños.

Dejó la bandeja en la mesa, disfrutando las caras de póker y súbita nostalgia en el rostro de sus chicos, mientras guiñaba un ojo a Shion con picardía.

—Gracias… —musitó Saga, tomando uno.

—¿Te contaron también que solían ser atrapados robandolos de las cocinas a escondidas? —cuestionó Arles.

—Y esa fue mi primera aventura el día que llegué al Santuario —terció Aioros, mientras mordisqueaba uno, dejando escapar un gemido de goloso placer.

—Algo me han contado… —Se sentó en la silla que quedaba libre: la decrépita silla de castigo que algún día terminaría estrellando a alguien contra el suelo. Por un momento, todos contuvieron la respiración, hasta que comprobaron que soportaría el ligero peso de Saori—. De hecho, anoto todas esas anécdotas en un blog personal. —robó un poco de crema con el dedo—. Tengo un montón de lectores del campamento.

—¿En serio…?—La princesa hubiera jurado que Saga perdió incluso un poco de color, aunque no era que tuviera demasiado.

Ella sostuvo su mirada por un momento, y entonces, sin previo aviso, rompió a reír. Saga suspiró aliviado: sus secretos de la niñez continuaban a salvo.

—¿Qué te trae por aquí, princesa? —preguntó Shion.

—Pues acabé mis pendientes por hoy, y quería saber cómo estaban las cosas por aquí… —vio de Aioros a Saga alternativamente. Se veían terribles.

—Aquí estamos, intentando salvar el mundo —respondió el arquero.

—Me alegra escucharlo. —Y era cierto.

Shion y Arles la habían puesto al día de todo lo que los chicos no habían hablado frente a ella. Lo buscó fugazmente con la mirada, y un sutil gesto del lemuriano basto: Aioros ya sabía las noticias sobre Ares. Cuando supo del sueño de Saga, temió lo peor. Había estado ciertamente ansiosa desde la noche anterior, esperando el momento en que el arquero lo supiera. No quería que las cosas se estropeasen aún más.

Respiró aliviada al mirarles de nuevo. Se veían lo suficientemente calmados como para asumir que la confesión había salido tan bien como cabía esperar.

—¿Algún avance en los planes?

—No, al menos no gran cosa —respondió Aioros.

—Bueno, no importa. Sé que encontrareis un plan. —Se puso en pie de nuevo, y buscó dentro de sí por aquella autoridad que Shion le enseñaba a entender y utilizar—. Tengo una misión importante para vosotros.

—¿Nosotros? —Saga alzó una ceja con curiosidad.

—Sí, Aioros y tú.

—Y… ¿cuál es esa misión? —preguntó el arquero.

—Entrenarme.

Les miró fijamente, sin retirar la mirada un solo segundo. Ellos, por su parte, la miraban perplejos.

—¿Entrenarte…? —la voz de Saga sonó suave, llena de duda. Era obvio que el peliazul no se había recuperado de la conversación con Aioros: aún se sentía y se oía vulnerable.

—Sí. Desde que volvimos, he estado estudiando cada día infinidad de temas de la Orden, del pasado, del presente, del posible futuro. Shion y Arles se han ocupado de eso. —Les sonrió con dulzura y agradecimiento—. Además, Shion me ha estado enseñando diferentes técnicas de combate. —Se tomó un momento y suspiró—. No soy una diosa experta. ¡Ni siquiera soy una diosa completa! —No le importaba sonar desesperada, porque en realidad lo estaba—. He ido aprendiendo sobre la marcha… he improvisado… Y no siempre salió bien. —Eso le dolía más que nada—. Mi ignorancia puso en peligro no solo a mis santos, sino al mundo. —Buscó la mirada de ambos. Sus ojos grises relucían con decisión—. No volverá a pasar. Soy la Diosa de la Guerra y no volveré a fallaros.

—Nunca nos fallaste.

—Y nada de lo que pasó fue culpa tuya, princesa. —Ah, cuando Saga utilizaba el "princesa", su coraza amenazaba con fortalecerse y hacerlo inaccesible. Sabía todo lo que estaba pensando, cómo se sentía al respecto. No podía explicar porqué, pero simplemente existía ese vínculo silencioso entre los dos. Habían pasado por muchas cosas juntos, al fin y al cabo, y sus miradas se habían cruzado y se habían mirado con devoción en momentos especialmente duros.

—Le fallé a Seiya y los demás —replicó a Aioros. Después, buscó al gemelo—. Y quizá no todo fue culpa mía, pero tengo mi parte, al menos desde que descubrí mi identidad. —Suspiró—. Pero todo eso carece de importancia. No va a volver a pasar y vosotros vais a ayudarme.

—¿Es una orden? —preguntó el castaño, ladeando el rostro con cierta travesura.

—Sí. —Firme, sin lugar para la duda. Sin fisuras. Así sonó.

—¿Veis? Mandona… —Finalmente, Saori sonrió al escucharlo.

—¿Cuál es tu plan? Porque suena a que tienes, o tenéis, uno—quiso saber Saga, mientras su mirada volaba fugazmente hacia Shion. No le cabía ninguna duda de que aquel era un plan conjunto entre princesa y patriarca.

—Lo tenemos —sonrió satisfecha, mirando fugazmente al peliverde—. No tengo experiencia en combate. —Aioros se revolvió los rizos con nerviosismo: a él tampoco le sobraba—. Todo este tiempo, he estudiado vuestras habilidades, las de los trece: vuestros puntos fuertes, debilidades, estilos de pelea… He estudiado vuestras batallas desde los combates de sucesión. —Saga alzó una ceja sorprendido—. Y aunque no resultó una sorpresa, vosotros dos sois los más complementarios de toda la Orden. Eso os hace perfectos.

—Eso es cierto —acotó Arles, con cierto orgullo.

—Entre los dos alcanzais un dominio magistral del cosmos y del cuerpo a cuerpo. Tú —buscó a Aioros— eres el corazón, el fuego de mi Orden: la fuerza, el aguante. Y tú, Saga… —sonrió—, eres el cerebro: estratega y con más experiencia de la que deberías. Eres el viento que aviva las llamas y no tienes miedo a quemarte.

—Dioses, princesa, eso es… —al arquero le resultó imposible ocultar la sonrisa de su rostro.

—Hermoso —terció Shion—. Pero asombrosamente cierto.

—Los dos sois el tándem perfecto para ayudarme. Y sé bien que tenéis mucho trabajo, muchas responsabilidades y presión sobre vosotros… —estiró la mano y les tomó a ambos de la suya—. No voy a entorpecer vuestros quehaceres, pues son prioritarios. Ni tampoco pido mucho de vuestro tiempo.

—¿Has pensado en Roshi? Porque él es…

—He pensado en Aioros y en tí. —Lo miró a los ojos—. Sois a quienes quiero en esto: sois las dos personas en que quien confío ciegamente y con las que me siento absolutamente cómoda.

A sus palabras les siguió un silencio. Saga era un santo formidable, pero su conciencia pesaba demasiado en ocasiones. Mas ella no iba a ceder. No iba a dejar que ninguno de los dos se escondiera tras sus miedos, menos aún él… dadas las circunstancias. Saga necesitaba saber que era capaz de hacer mucho bien.

—Se que os sentiréis intimidados por la idea —continuó—, que remueve muchas emociones sobre lo que debió ser nuestra historia... La de los tres. Pero, ¿sabéis qué? Los dioses nos robaron nuestra vida. —Una vez más, buscó la mirada de cada uno, que la escuchan con atención, sin quitarle ojo de encima—. Debí crecer a vuestro lado, tomada de vuestra mano —Siguió hablando con una firmeza que nunca antes le habían conocido—. Debisteis ser vosotros quienes me convirtieran en la diosa que siempre debí ser. Vosotros debisteis tener una vida muy distinta a lo que os tocó…—Apretó sus manos—. ¿Y sabéis qué? Se acabó. Es tiempo de recuperar lo que nos pertenece. Nuestro tiempo. Es tiempo de que escribamos nuestra propia historia juntos.

Dos sonrisas se dibujaron en aquellos rostros dorados.

Harían lo que fuera por ella. No había duda.

Al fin y al cabo, ella tenía razón. Era un equipo. Los tres.

-X-

Milo estaba francamente cansado. Quizá era solo el cúmulo imprevisible de acontecimientos que habían sacudido al Santuario… aunque también era probable que tuviera que ver con el hecho de que Shaina no había abierto la boca en horas, ni lo había mirado a los ojos.

Y él no era estúpido.

Quizá no contaba con una experiencia sentimental previa… pero tenía algunas habilidades para leer a las personas. O al menos las tenía con la Cobra, a diferencia de todo el mundo. Era un privilegiado. Mas lo que leía en ella no le gustaba.

Así que, tras dejar escapar un inmenso suspiro, se propuso afrontar la situación cuanto antes.

—¿Shaina? —la llamó. Estaba absorta en una taza de té, cuya cucharilla daba vueltas sin cesar.

—¿Sí? —preguntó la amazona. Él entró a la cocina, casi conteniendo la respiración mientras la miraba fugazmente. Se revolvió sus ya alborotados cabellos, y se apoyó en la mesa, enfrentándola.

—¿Qué te pasa?

La peliverde guardó silencio. Sus ojos verdes —que se habían alzado para verle al entrar— volvieron a la taza que sostenía. Se mordisqueó el labio, tratando de buscar las palabras apropiadas y, por un momento, maldijo al escorpión dorado que podía leerla como nadie. Había pensado tanto en esa conversación, que de veras la frustraba el nudo de su garganta.

—Es que… —atinó a decir.

¿Cómo empezar? ¿Cómo explicar lo que sentía y hacer que él entendiera si ni siquiera ella misma se comprendía? Milo la miraba con una paciencia rara en él. Su preciosa mirada celeste lucía apesadumbrada y, su rostro, cansado. Tragó saliva.

—Solo habla, ¿sí? Sácatelo de dentro y… —¿Y? ¿A quién pretendía engañar? Quería ser el adulto de los dos, pero en aquel momento solamente quería vivir en la ignorancia—. Empieza por el principio.

Shaina chasqueó la lengua, dejó la taza en la encimera y alzó el rostro fugazmente. Algo dentro de Milo tembló al mirarla. Esa cara… ese rostro perfecto y angelical que era tan diferente al carácter indomable de su dueña —tanto, que dolía. Se cruzó de brazos, y esperó a que ella se decidiera a hablar.

—Últimamente he estado pensando mucho en… —negó—. En todo, a decir verdad. Pero ayer, en el funeral… —Se sopló el flequillo—. Me di cuenta de algunas cosas importantes.

—¿Cómo cuáles?

—En que se ha formado una familia muy peculiar en las Doce Casas. —Milo sonrió suavemente: tenía razón—. Vosotros, los santos dorados, estáis mucho más unidos de lo que nunca hubiera pensado dadas las circunstancias, y además…

—No estamos solos —acotó él.

—No, no lo estáis. Las demás chicas han formado una especie de equipo unido que os respalda y… —su voz se apagó.

—¿Y…? —Shaina hablaba de ellas, pero no se incluía, nunca lo había hecho. Y a decir verdad, le dolía que no lo hubiera intentado siquiera.

—¿A quién vamos a engañar, Milo? Yo no soy como ellas. —Esperó, por un instante, que él dijera que no era lo que necesitaba. Pero no era tan ingenua—. No me siento parte de vuestra familia, ni tampoco lo quiero. No tengo esa necesidad… Yo no… —negó de nuevo y se mordisqueó el labio sin darse cuenta—. Soy diferente.

—Siempre lo has sido, ¿no? —musitó.

—Sí, siempre. Pero creo que tú esperabas otra cosa. —Dibujó una sonrisa triste al mirarle, sabiendo que tenía razón—. Porque tú eres diferente. Nunca lo hubiera pensado, pero los Trece necesitáis… —Suspiró—. Eres como ellos… necesitáis una familia unida a vuestro alrededor, necesitáis ser una piña. Al menos en esta nueva vida es así. Todas las demás han sabido verlo, han sabido encajar y han sabido…

—¿Qué?

—Han sabido encontrar algo más que compañeras de armas en las demás: incluso Apus y Caelum. Yo no. Ni siquiera siento la necesidad de compartir mi aire con ninguna de ellas… o con vosotros. —Milo quiso decir algo, pero ella lo impidió—. ¡Y os respeto! Aunque no lo parezca en ocasiones…

—¿En ocasiones? —Milo ladeó el rostro—. Has sido un dolor en el culo para un montón de gente desde que volvimos, Shaina, has sido cruel… y lo peor es que no tenías motivo alguno. Has hecho daño deliberadamente, y les has aventado un montón de problemas innecesarios. Yo entiendo que no tienen porque caerte bien, ni ellas, ni ellos, pero… joder.

—Lo sé… —agachó el rostro. Quizá en algún punto debiera disculparse con Saga, después de todo—. Y no puedo decir nada en mi defensa.

—Ni siquiera entiendo por qué… Tú eres diferente. La Shaina que yo conozco, no tiene que ver con esa chica cruel de ahí fuera. Tienes un corazón precioso tras la coraza.

—Siento todo lo que ha pasado, Milo…

—Es tarde para eso, la verdad. —Por un momento, sonó inesperadamente duro a oídos de ella.

—Lo sé, y tampoco es el punto.

—¿Y cuál es?

—Ya lo sabes…

El modo en que lo dijo: el ligero temblor en su voz, la tristeza palpable en esas tres palabras, y su rostro delicado emborronado por la resignación. Tenía razón, Milo lo sabía.

—Dilo, Shaina. Sé valiente.

—No podemos seguir juntos. —Ahí estaba. Lo había dicho, aunque su voz temblase al hacerlo—. Eres… fantástico. Nunca creí que un tipo al que tenía en concepto como el que tenía de tí iba a resultar tan… —sonrió—. Tienes un corazón gigante, inmensamente noble. Me tratas como una adulta… no como a la pobre Shaina arrastrada de corazón roto, ni como a la loca sin remedio que todo el mundo ve. Has sabido conocerme, has querido hacerlo. Me has hecho sentir única contigo. Has soportado mis arrebatos y berrinches… me has tenido paciencia, me has enseñado muchas cosas.

—Soy un caramelo, ¿eh..? —lo dijo con amargura, y por un momento, los ojos de Shaina se nublaron.

—Te quiero muchísimo, Milo. No he dejado de hacerlo. —Se acercó a él, y tomó su rostro entre las manos—. Pero yo no soy lo que necesitas, ni esto es lo que yo necesito. Al menos no ahora, no en este momento de mi vida. —Él cerró sus manos sobre las de ella—. Las parejas y las familias no son para todo el mundo…

—Dioses, Shaina…

—Me has enseñado el amor de verdad. Me has enseñado a quererme… y a entender que lo que sentía por Seiya no era más que algo enfermizo y dañino. Me has enseñado a no humillarme más. —Besó sus labios fugazmente—. Has sido mi primera vez… —sonrió, a la vez que sus mejillas se ruborizaban—. Y no cambiaría eso por nada.

—No todo el mundo puede decir eso, ¿eh? —A pesar de todo, sonrió con travesura.

—No, no pueden… —Una lágrima cayó de sus ojos—. Pero tu mereces algo más. Mereces a alguien que te respalde del modo en que necesitas, mereces encontrar el eslabón que le falta a tu cadena… que encaje en tu mundo, y desee lo mismo que tú.

—Me estás rompiendo el corazón.

—Los dos sabemos que no… —lo besó de nuevo, queriendo grabarse el tacto de sus labios en la eternidad de sus recuerdos—. Sabías que esto sucedería, solo que…

—Ven aquí —la estrechó en un fuerte abrazo, y besó su pelo. Aspiró su aroma—. Niña tonta… —Sus ojos se humedecieron y su voz tembló—. ¿Estarás bien?

—Lo estaré. Soy un espíritu libre.

—Indomable sin duda. —Ella le guiñó el ojo con complicidad. Después, él secó las lágrimas que surcaban aquel rostro con sus pulgares—. Siempre estaré aquí para tí, Shaina. ¿Lo entiendes? Siempre.

—Lo sé —asintió—. Así de bobo eres…

—Así de bobo soy… —posó su frente sobre la de ella, y acarició su nariz con la suya—. Prometeme que estarás bien, que intentarás…

—Ser mejor. Siempre ser mejor. —Asintió—. Lo prometo. Lo prometo.. Prometo intentar cambiar lo peor de mí, pero no pienses que cambiaré nada más.

—Nunca lo esperaría.

—Vas a cuidarte, ¿verdad? —musitó ella—. La guerra…

—Lo haré lo mejor que pueda. Te lo prometo —atrapó su meñique con el suyo, sellando su promesa—. Y guardaré el secreto que se esconde tras tu máscara y tu coraza.

Shaina sonrió, y Milo no pudo sino verla más bonita que nunca. Quizá porque comprendía lo que decía, o tal vez era porque, tal y como había afirmado, él ya lo sabía, ya lo esperaba. A decir verdad, no se había embarcado en esa relación pensando en algo estable o duradero. Había sido un juego.

Pero Shaina le había gustado, a pesar de poner todo siempre tan difícil. ¿Estaba enamorado? No podía afirmarlo, tampoco negarlo. Tenía claro que no se sentía como Aioria respecto a Marin. Sin embargo, la decisión que ella había tomado, dolía.

Suspiró, robando después un último beso de sus labios. Así era ella, así le había gustado, y así se marcharía: fiera, indomable, solitaria.

-X-

Kanon entreabrió los labios sin saber qué decir. No era usual en él quedarse sin palabras, pero cuando Milo le llamó vía cosmos, y le pidió que se reunieran en la taberna, no esperaba que fuera para contarle que la Cobra había terminado su relación con él.

Bebió un trago de cerveza para humedecerse los labios y, de inmediato, devolvió su atención hacia su hermano pequeño.

—Y… ¿Cómo estás? —preguntó, casi en un susurro. De pronto, se sentía como un pez fuera del agua. Discutir aquellos temas, con Milo o con cualquiera, dejaba al descubierto sus carencias emocionales.

—Tranquilo. Estoy tranquilo —respondió el escorpión, con la mirada perdida en su tarro de cerveza—. Sinceramente, no me ha pillado desprevenido; Shaina es una criatura tan especial como única, que no está hecha para atarse a nadie. Aunque voy a extrañarla…

—Lo siento. De verdad.

—Yo también. Espero que ella esté bien y que algún día pueda encontrar cierta paz consigo y con el mundo. Vosotros no tuvisteis la oportunidad de conocerla como yo, pero en algún sitio dentro de esa pequeña fiera, hay una mujer excepcional y maravillosa, que merece ser feliz también.

—Joder… —Se quedó sin palabras.

Milo era la única persona que podía expresarse así de ella. Quizás era verdaderamente amor, quizás optimismo… O quizás, Milo había sido el afortunado al que ella le permitió conocer a su verdadera esencia, más allá de la máscara de amargura y rabia de amazona.

Sin nada más que decir —y sin saber cómo hacerlo— chocó su tarro de cerveza con el del escorpión. Dibujó una sonrisa ligeramente amarga en sus labios, y esperó que su mirada pudiera decirle a Milo todo lo que sus palabras no eran capaces de explicar: que lo único que deseaba era que él estuviera bien.

—Eh, no esperaba encontraros aquí… —Ángelo interrumpió la paz del momento, cuando llegó como un huracán y se sentó en la banca, al lado de Kanon. El italiano miró de uno al otro, encontrando extraño su silencio, e inquietante su seriedad. Levantó la ceja y arrugó los labios. —¿Estáis bien? ¿Qué sucede? —No más tragedias, por favor. No más tragedias.

—Shaina terminó lo nuestro.

—¿Eh…?

—La Cobra lo dejó.

—Mierda…

—Eso digo yo… —Milo llevo el tarro de cerveza a sus labios.

—Lo siento… —masculló el italiano. Aunque, a decir verdad, no lo sentía tanto. Milo era demasiado bueno para la Cobra. Demasiado. —¿Cómo estás?

—Viviré. Aplicaré mis propios consejos y me entregaré al mundo de la soltería.

—De la golfería, querrás decir.

—También. —Milo soltó una pequeña carcajada, pero a diferencia de sus risas usuales, aquella había sido insípida y no se molestaba en ocultar un dejo de tristeza.

—De verdad lo siento, Milo... —Ángelo levantó el brazo para atraer la atención de las meseras—. Os invito a otra ronda de cervezas…

La mesera se apresuró a atenderlos, a pesar de que la taberna estaba llena. Era una de los dos chicas que trabajaban ahí. Una monada delgada como una espiga, de piel blanca y pecosa, y melena larga y lisa, naranja como el sol del atardecer.

—¿Qué os sirvo ahora? —preguntó, acompañando sus palabras con un toque de descarada coquetería.

—Una ronda más de cervezas y patatas fritas, por favor.

—Enseguida. —Con una reverencia, se marchó a toda prisa, llevándose consigo la mirada de los tres santos.

—Me gusta cuando me atiende Ombligo

—¿Ombligo? —Milo y Kanon preguntaron a la vez.

—Sí. ¿Sois ciegos? Siempre usa esos tops cortitos que dejan a la vista su ombligo. Es súper sensual.

—Ahora que lo mencionas…

—¿La otra tiene sobrenombre? —Quiso saber Kanon. De pronto había visto cierto interés en Milo que lo mantenía lejos de su tragedia, y confiaba en que el momento pudiera alargarse un poco más.

—¿La rubia? Yo la llamo Piercing.

—¿Lleva uno en algún sitio que no alcancemos a ver? —Porque, hasta donde los ojos del gemelo alcanzaban, no había señales de perforaciones en aquel cuerpo más voluptuoso que el de Ombligo, pero igual de sexy.

—No que yo sepa, pero siempre está pegada a Ombligo. Incluso cuando no están trabajando.

—Oh… —exclamaron, de nuevo al unísono.

—No sé si pensar que eres un tipo observador o un acosador… —gruñó Kanon.

—¡Eh! Soy observador, me gusta observar a las personas.

—Más a las personas con cuerpos bonitos. —Milo río por lo bajo, y Ángelo dibujó una sonrisa pícara.

—Sí.

—¿Por eso observas tan de cerca a la inquilina de mi templo?

—¡Claro que no! —Se defendió, ofendido, pero el rubor en su rostro solo desencadenó las risas de los otros dos peliazules—. ¡El pajarito cuida de Saga y yo cuido del pajarito!

—Ya, ya…

—Aquí os traigo todo. Los aros de cebolla son cortesía de la casa —Ombligo interrumpió justo a tiempo—. Si necesitáis de algo más, decidme. —Y tras dirigirles una mirada provocadora, se marchó de ahí.

Los santos intercambiaron miradas, sin que a ninguno le pasara desapercibido el gesto. Cada cual cogió una patata y sus tarros de cerveza chocaron nuevamente antes de que diese un trago.

—Deberíamos venir más seguido por aquí. —Ángelo giró los ojos, y esbozó una expresión de falsa inocencia.

—Estoy de acuerdo.

—Golfos… —replicó Kanon.

—Declararemos esta mesa propiedad de la Orden Dorada —prosiguió el italiano.

—No sé si los viejos estén de acuerdo en que la sala de juntas de nuestra Orden se ubique en un sitio llamado el "Tíaso de Dionisio".

—Kanon está en lo cierto.

—Podría ser peor —dijo Ángelo, y sus boca se curvó hasta formar una sonrisa descarada—. podría ser en el burdel…

Ante la observación, los otros dos santos estallaron en risas, y por un fracción de instante, todo lo malo pareció extinguirse tras aquel sonido lleno de libertad.

Continuará...—

NdA:

Kanon: Cof ... Cof... A ver, aquí dice que como suplente de los suplentes tengo que hacer algunas traducciones…

Angie: Te ves muy respetable en tu puesto, Kanon…

Kanon: Gracias, Ángelo. Seguí el ejemplo del arquero y me peiné…

Angie: Ya lo veo... ¿Has usado las planchas de Saga también?

Kanon: ¬¬ ¡Venga! Dejadme continuar... Primero, el título del capítulo es latín y significa "Unidos Permanecen."

Milo: Más o menos...

Angie: ¿Hay una traducción en latín para "No follan más"?

Milo: Esa es muy cruel... T_T

Kanon: ¡Ángelo! Si sigues así, te retiraremos la membresía de la mesa oficial dorada en la taberna…

Angie: Mis disculpas... Mis disculpas... Continúa, por favor n_n'

Kanon: Hablando de la taberna. El Tíaso es un grupo de juerguistas borrachos que acompañan a Dionisio como su séquito.

Milo: Que venimos a ser nosotros, en este caso..

Shion: Y no, no apruebo que la sala de reuniones doradas esté ubicada ahí…

Kanon: Y yo no apruebo que tengas una silla de tortura en el despacho.. Así que, ¡esto es lo que hay!

Angie: Podía ser peor, ya lo mencioné…

Kanon: Como sea, toca despedir el capítulo. En la continuación quizás sus Ilustrísimas Suplentes ya hayan recuperado sus neuronas y retomen el puesto.

Angie: ¡Confiemos en que sea así! Iré a vigilar que el pajarito se sienta bien... ¡Hasta el próximo capítulo!