Notas de la autora:

*Redoble de tambores* Finalmente, y tras dos largos meses de espera en vez de uno... ¡Aquí os traigo, por fin, el esperado (?) capítulo final de ECDLS!

Tengo cosas que comentar, y lo haré, como siempre, en las notas finales. Mientras tanto, os dejo leer, y como es un capitulo largo, supongo que tenéis para rato.

Disclaimer: InaGo no me pertenece, sino que es propiedad de Level-5.


Capítulo 11: Que sea yo.

Cuando Kirino cruzó corriendo la puerta principal que daba acceso a los terrenos del instituto, todo el Raimon parecía haberse vestido de gala. Los estudiantes encargados de decorar el campus habían señalizado los caminos, llenado el césped de letreros explicativos y colgado cintas azules y amarillas de las ramas de los árboles. Incluso alguien – del club de caligrafía, a todas luces - había dibujado una enorme pancarta en la que se anunciaba con cuidados caracteres la inauguración del decimocuarto festival de primavera del Instituto Raimon. Al fin, y después de tantos meses de esfuerzo y trabajo, había llegado el gran día.

Y él, como de costumbre, llegaba tarde.

Lo cierto era, sobre todo teniendo en cuenta que Haruna había citado a los actores para después de la hora de comer, que Kirino se había levantado con calma y había pasado la mañana repasando el guión – y pensando, tal vez, en qué iba a decirle a cierto alguien cuando lo viera, porque seguía sin saberlo muy bien – con el claro pensamiento de almorzar algo rápido y salir hacia el instituto para estar allí una media hora antes de lo estipulado. No había contado con su madre poniendo la casa patas arriba otra vez para buscar sus trajes perdidos, ni con Saki ocupando el baño durante setenta y tres minutos de reloj exactos, ni con su hermana mediana, Sayuri, apareciendo en casa de repente y dedicándose a abrazar a toda su familia sin ni siquiera quitarse su elegante traje de ejecutiva. Kirino no podía decir que no hubiera tratado de escabullirse pero, finalmente, su propósito de estar en backstage treinta minutos antes de lo previsto había acabado convertido en una carrera contra reloj para no aparecer en el gimnasio media hora después. Muy a pesar suyo, casi tuvo que darle gracias a su entrenamiento de fútbol diario y a su buena forma física por llegar sólo diez minutos tarde.

Deteniéndose sólo un instante para tomar aire, el chico dejó escapar un suspiro casi imperceptible y echó a correr de nuevo hacia el gimnasio. Sus alrededores, al igual que el resto del campus, estaban llenos de gente: adolescentes uniformados, chicos y chicas ya disfrazados que probablemente actuarían más tarde, padres, amigos y hermanos. El grupo más numeroso, principalmente formado por chicas y estudiantes de primero, se apelotonaba junto al cartel colgado frente a la puerta delantera, que anunciaba el orden de las obras y los estudiantes que participarían. El ambiente estaba terriblemente animado; tanto que moverse, abrirse camino o casi tratar de pensar con calma era prácticamente imposible.

Si tan solo pudiera llegar hasta la puerta...

-¡Ah, mirad, es Kirino-senpai!

El chico parpadeó al oír su nombre, pero antes de poder reaccionar se encontró rodeado por un grupo de muchachas ruborosas en uniforme escolar. La mayor parte de ellas le resultaba apenas vagamente familiar – estudiantes de primero, creía, algunas de ellas de la clase de Kariya y Tenma – pero no le costó reconocer a la que había hablado. No es que él soliera fijarse en esas cosas, pero no era difícil acordarse de la chica que había entregado cartas perfumadas de color de rosa a Shindou durante dos años seguidos en San Valentín – sólo para ser rechazada por él después, dos veces – aunque sólo fuera por el olor a violetas que despedían los sobres. Y no es que a él le pareciera mal que su mejor amigo tuviera fans, pero no tenía tiempo para ocuparse de sus admiradoras ahora a no ser que quisiera que Otonashi-sensei lo estrangulase.

-¡Kirino-senpai! ¿Tienes un momento? ¿Es verdad que Shindou-sama va a ser el Príncipe?

Kirino trató de dar una respuesta vaga y huir hacia la quietud del interior del gimnasio, pero el grupo de chiquillas cerró el círculo a su alrededor.

-Bueno; técnicamente no – acabó diciendo – Es sólo el suplente.

-¡Ah, ¿entonces no va a salir?! – protestó una.

-¡Yo había venido sólo para verle a él! – añadió otra.

-¡Shindou-sama es el único que puede ser el Príncipe!

-Si os sirve de algo, ha hecho la música – murmuró Kirino, encogiéndose de hombros ante la avalancha de preguntas. Una parte de él, nada desdeñable, estaba empezando a sentir lástima por Hayami y su papel protagonista – Seguro que le gustaría que la escucharais.

-¡Ah, es que Shindou-sama toca tan bien!

El chico estuvo a punto de poner los ojos en blanco y preguntar cómo podían ellas saber algo así si Shindou no tocaba nunca en el instituto cuando una mano delgada y morena apareció de la nada para posarse con firmeza sobre su hombro. Por fin, el corro de fans se abrió lo suficiente como para dejarlo escapar, y el dueño de aquella mano no dudó y tiró de él hasta arrastrarlo dentro del gimnasio. Cuando Kirino miró, apenas tuvo tiempo de ver unos ojos oscuros brillantes y el destello de un par de gafas moradas sobre un pelo muy, muy negro.

-¡Hamano!

-Siento haber aguado tu baño de multitudes, Kirino, pero Otonashi-sensei ha amenazado con empezar a cortar cabezas si no le llevamos a su Princesa a backstage – el otro chico siguió caminando y sólo se giró hacia él para esbozar una sonrisa llena de dientes blanquísimos. – Por si no te has dado cuenta, llegas tarde. Más que yo, lo cual es todo un logro por tu parte.

-Me han entretenido las fans de Shindou. – el interior del gimnasio ya estaba preparado, con las paredes forradas con los colores del Raimon, los pasillos cubiertos con una vieja alfombra roja y el suelo repleto de sillas, y el chico le echó un vistazo a todo antes de correr para alcanzar a su interlocutor, que le llevaba varios pasos de ventaja y ya estaba prácticamente en las escaleras que conducían a backstage – Ya sabes cómo se ponen a veces. Si yo fuera Hayami, tendría miedo.

Hamano soltó una carcajada.

-A mí casi me dan más miedo tus fans – murmuró.

-¿Mis fans? Yo no tengo...

-Deberías buscar a Kariya. No tenemos mucho tiempo, tú eres la estrella y hay que vestirte y maquillarte. El pobrecillo anda gruñendo de un lado para otro porque todo el mundo lo reclama y no hay horas suficientes. Incluso se ha vuelto a traer a la persona de su familia que lo estaba ayudando y a pesar de todo está hasta arriba de trabajo.

-¿Otra vez? ¿A quién se supone que se ha traído?

-¿Y cómo quieres que yo lo sepa?

Kirino frunció el ceño, dispuesto a decir algo más, pero Hamano abrió la última puerta que los separaba del backstage y, en apenas un segundo, los dos jóvenes se encontraron sumidos en el caos más absoluto. Los estudiantes de todos los clubs que saldrían a actuar tenían sus improvisados camerinos en aquella zona, y el área común de justo detrás del escenario estaba repleta de payasos, vikingos, caballeros medievales y hasta alguna que otra valkiria con el maquillaje a medio aplicar, charlando, corriendo de un lado a otro o ensayando sus papeles a última hora. Ante aquella escena, Kirino no pudo menos que maravillarse de lo mucho que parecía haberse esforzado todo el mundo para llegar hasta allí. Después, de volvió de nuevo hacia Hamano, que ya empezaba a desaparecer entre la gente.

-¿Sabes si ha llegado Shindou ya? – preguntó – Me dijo ayer que intentaría venir pronto.

Hamano se encogió de hombros.

-¿No tenía un examen? Ya vendrá cuando acabe, ¿no?

-Pues espero que pueda encontrarnos entre todo este jaleo – replicó Kirino. Cerró los ojos un momento y le deseó mentalmente a su amigo mucha suerte con el piano. Tal vez él dijera que no la necesitaba, pero un poco de buena fortuna nunca estaba de más.

-No te preocupes; seguro que está aquí en seguida. – Hamano continuó guiándolo entre el bullicio estudiantil que llenaba el backstage, esquivando a una chica que cargaba con un montón de trajes plastificados con la facilidad del que no está prestando atención – Pero mientras tanto, tú tienes que vestirte y arreglarte, y nuestros camerinos están detrás de esa puerta, así que después de ti, Princesa.

Los dedos de Kirino se cerraron sobre el picaporte mientras el chico abría la puerta con resignación. Una vez cruzado el umbral, los invadió una especie diferente de caos; más familiar, más... propio. La sala que les habían adjudicado era uno de los minúsculos despachos adjuntos de la parte trasera del gimnasio, y la mayor parte del espacio estaba invadido por percheros con ropa, cortinas que hacían las veces de probadores, hilos, retazos de tela y cintas métricas. Kariya estaba en medio del cuarto en mangas de camisa, vistiendo a Sangoku de Rey, a Hayami de Príncipe y ayudando a Amagi a enfundarse en una monstruosidad de gasa rosa que se parecía sospechosamente al engendro de volantes que en su momento habían tratado de adjudicarle a Kurama. El defensa de tercer año estaba observándose una manga llena de puntilla con expresión consternada cuando Kirino entró, y el chico no pudo evitar quedárselo mirando.

-¿Habéis cambiado el vestido de la Reina? – murmuró. - Antes no era tan...

Kariya alzó la vista. Tenía un par de alfileres sujetos entre los labios, así que se los quitó con una mano antes de hablar.

-Amagi se ha pisado los bajos al llegar, así que hemos tenido que sacar el vestido de recambio – sus labios se curvaron en una sonrisa divertida - ¿Qué pasa, senpai? ¿Es que te da miedo que venga otro a quitarte el título de reina del baile?

Kirino iba a responder que, en primer lugar, él no tenía gana ninguna de ser la reina de nada y que, en segundo, con semejante vestuario, Amagi no estaba en condiciones de quitarle el trono a nadie, pero no tuvo tiempo de hacerlo. Como salida de la nada, una figura se materializó detrás de Kariya y lo golpeó en la cabeza con suavidad con lo que a todas luces parecía una copia enrollada del guión de la obra, haciendo que al otro chico se le resbalara la cinta métrica que tenía en las manos.

-¡Kariya Masaki! ¿Cuántas veces tengo que decirte que no hables a tus amigos así?

El interpelado se llevó una mano a la cabeza y comenzó a protestar, pero, a juzgar por su expresión, a su interlocutor sus quejas le daban absolutamente lo mismo. Kirino lo observó de hito en hito: parecía de la edad de su hermana Ayame, tal vez algo menor, llevaba ropa de corte ligeramente formal y tenía el pelo verde, los ojos muy negros y la boca torcida en una mueca de reproche. El chico no supo por qué, pero por alguna razón le resultó vagamente familiar.

-Si no te portas como dios manda, tarde o temprano te quedarás sin amigos – dijo el desconocido, volviendo a blandir el guión con un aire amenazador digno de Haruna.

-¡Midorikawa-san!

El interpelado suspiró, bajó su improvisada arma y puso los brazos en jarras. Al parecer, acababa de percatarse de que todos los presentes en la sala lo miraban porque esbozó una sonrisa de disculpa y saludó a Hamano y a Kirino agitando una mano.

-Creo que a vosotros no os conozco – comentó. De repente, parecía totalmente inofensivo; inocente, incluso. – Soy Midorikawa Ryuuji, algo así como el tutor de Kariya. Estoy aquí echándole una mano con el vestuario. ¿Qué tal estáis?

Kirino ladeó levemente la cabeza.

-¿Midorikawa Ryuuji? – repitió.

-¿De qué me suena ese nombre, ahora que lo dices? – murmuró Hamano.

Sangoku y Hayami se miraron, pero antes de que pudieran hacer nada, el tutor de Kariya soltó una risita incómoda y se llevó una mano al mentón.

-Bueno – comenzó a decir – Supongo que yo no soy de los más famosos, pero jugué con vuestro entrenador Endou en...

Entonces, Kirino cayó en la cuenta.

-¿Eres el mismo Midorikawa Ryuuji de Inazuma Japan? – murmuró.

El joven dio un respingo y se llevó una mano a la sien de modo casi reflejo, como si se sintiera enormemente halagado de que alguien lo hubiera reconocido.

-Bueno... Participé en las preliminares de Asia, así que supongo que...

Hamano, que había permanecido anormalmente callado, soltó una exclamación.

-¡Ah, ya me acuerdo! ¿Tú no eres el que desapareció después de la final contra Corea? Siempre pensé que te habían echado del equipo, ¿sabes? ¿Qué fue lo que te pasó?

La expresión alegre de Midorikawa pasó a ser sustituida por una mueca de circunstancias - que tenía algo de amenazante - en apenas un momento. Durante un instante, Kirino creyó que Hamano iba a llevarse un golpe de guión en la cabeza, pero el hecho de que Sangoku, Hayami y Amagi decidieran acercarse y participar en la conversación pareció salvarlo providencialmente.

-Quise preguntarlo cuando se pasó usted por aquí ayer, pero, en fin, lo haré ahora – intervino Hayami - ¿Por qué un jugador de Inazuma Japan es el tutor de Kariya?

El chico empezó a protestar.

-No es así exactamente... El sitio donde estaba viviendo estaba lejos del instituto Raimon, así que cuando vine aquí tuve que mudarme con...

-Se vino a vivir conmigo – completó Midorikawa por él en tono alegre – Y no sólo conmigo, sino con... ¿Os acordáis de Kiyama Hiroto?

-¡Midorikawa-san, por favor!

-Espera un instante, Kariya. ¿Estás diciendo que no solamente vives con Midorikawa Ryuuji, sino también con Kiyama Hiroto? – exclamó Amagi - ¿Tus tutores son dos antiguos jugadores de Inazuma Japan y no habías dicho nada?

-¿Pero el tutor que te firma los comunicados del club no se apellida Kira? – añadió Sangoku en voz baja, casi para sí mismo.

-Kira Hiroto – Midorikawa volvió a esbozar una sonrisa perfectamente inocente – Se cambió el apellido cuando llegó a la presidencia de la empresa de su familia, pero es la misma persona. Yo soy su secretario personal ahora.

Kirino se preguntó a santo de qué tenía el jefe de una empresa que vivir con su secretario, pero acabó decidiendo que casi prefería no saberlo y simplemente suspiró cuando el resto de sus compañeros comenzaron a acribillar a Kariya a comentarios asombrados y preguntas maravilladas. En un primer momento, el otro defensa pareció más incómodo que otra cosa, pero no tardó en cogerle el gusto a ser el centro de atención y, a los pocos segundos ya estaba tratando de contener una sonrisa mientras les hablaba a todos sobre cómo sus tutores le ayudaban a perfeccionar sus hissatsu durante los fines de semana.

-¡Es injusto, Kariya, nos tienes que invitar algún día! – comenzó a pedir Hamano, haciendo que el interpelado se riera entre dientes. – ¡No puedes dejar fuera de algo así a tus amigos!

-Bueno... – la sonrisa de Kariya se ensanchó, exactamente como cuando estaba en superioridad de condiciones para pedir algo y lo sabía, pero su propio tutor no le dejó tiempo para decirle a Hamano qué podía darle amablemente a cambio de una sesión de entrenamiento privada. Como si se hubiera acordado de que, en efecto, estaba allí para algo, observó al grupo de estudiantes delante de él con el ceño fruncido y se cruzó de brazos.

-Lo siento mucho, pero ya está bien de hablar. Por si no os habéis dado cuenta, tenemos a la Princesa sin vestir y vamos mal de tiempo, así que me temo que voy a tener que echaros de aquí a todos menos a Kariya y a Kirino-kun, que supongo que eres tú.

El chico asintió mientras Hamano lanzaba un suspiro derrotado, murmuraba una queja velada y seguía a Sangoku y los demás actores ya vestidos fuera de la pequeña habitación. Fue cuando se hubieron marchado cuando Kirino se percató del calor que hacía en el cuarto y de lo cansados que parecían Kariya y Midorikawa. De nuevo, volvía a quedar claro que todos allí estaban esforzándose mucho, y él sabía de sobra que no podía permitirse decepcionarlos, aunque lo último que le apeteciera teniendo en cuenta su situación emocional durante los últimos días fuera disfrazarse y salir a actuar.

-Está bien, ha llegado la hora de prepararte – tomando aire, Midorikawa se plantó delante del chico con los brazos en jarras y una expresión pensativa en el rostro - ¿Sabes? Por lo que Masaki me había contado de ti, no te esperaba con este aspecto. Con una cara como la tuya, nos será mucho más fácil hacer que resultes creíble que en el caso de la Reina.

Kirino asintió sin decir nada, aunque miró a Kariya con una ceja arqueada. Una parte de él quería saber qué demonios le había dicho el otro defensa a su tutor para que éste "no se lo esperara con aquel aspecto" pero, de nuevo, prefirió sumirse en la ignorancia y dejarse preparar para la función.

Con un tono de voz que, sorprendentemente, era al mismo tiempo amable y autoritario, Midorikawa le hizo entrega a Kirino del primero de los dos vestidos con los que tendría que actuar y le pidió que se cambiara tras una de las cortinas. En cuanto el chico lo hubo hecho y estuvo parado en el medio del cuarto, lo observó de arriba a abajo con el aire aprobatorio que adoptaría una madre al ver un trabajo bien realizado por un hijo suyo.

-El vestido está bien hecho – murmuró – Y te queda bien. Con un par de alfileres para recoger la tela que sobra en la espalda estará perfecto. Has mejorado cosiendo, Kariya.

El otro defensa torció el gesto, como si considerara que ser felicitado por saber coser era un elogio indigno, cuando la puerta se abrió de golpe y Amagi, Hamano y Kurama, que parecía haber aparecido de la nada, entraron en tromba en la habitación.

-¿Qué estáis haciendo aquí? – intervino Kariya, que había pasado de quejarse a observar la escena con los ojos muy abiertos. Hamano le respondió con una sonrisa enorme.

-¡Queríamos ver el gran secreto de estado antes de que se hiciera público!

-¿Secreto de estado? – Kirino repitió la expresión sin entender; luego bajó los ojos hacia su propia ropa – Ah.

-¿Y tanto lío para esto? – Kurama bufó, observando el vestido con los brazos cruzados – Hamano lleva toda la semana dando la lata con verlo, y resulta que es solamente un traje de campesina. Incluso el mío era más bonito.

-Además, yo pensé que Kirino estaría más distinto una vez se disfrazase – añadió Amagi con una risotada – Los chicos de mi clase estaban esperando que pareciera una princesa de verdad, pero, parado ahí en esa pose, lo que único a lo que se parece es al Kirino de siempre, pero con un vestido puesto.

El chico suspiró.

-No sé de qué te extrañas.

-De que es sorprendente que se note más que eres un hombre cuando te vistes de princesa que cuando vienes a clase con el uniforme de los chicos.

-¿Y qué se supone que significa eso?

-Es divertido. Ya verás cuando aparezca Shindou.

Durante un instante, Kirino se vio a sí mismo hablando con Shindou de algo tan importante y que le daba tanto miedo que apenas quería pensar en ello vestido con aquella especie de disfraz ridículo y, directamente, quiso que la tierra se lo tragara. No le quedaban muchas más opciones, pero hubiera preferido poder prescindir del atuendo de Princesa, aunque temía que algo así iba a ser imposible.

-Por si os lo preguntabais, chicos, el vestido que Haruna me ha pedido mantener en absoluto secreto no es este, sino el que va a utilizarse en la escena final – intervino entonces Midorikawa con una enorme sonrisa. Cuando Amagi, Hamano y Kurama empezaron a hablar todos a un tiempo pidiendo verlo, sin embargo, se encargó de llevarlos hasta la puerta y cerrársela en las narices con una eficiencia que casi daba miedo – Lamentablemente, ahora tenemos muchas cosas que hacer, así que ya lo veréis a la vez que el resto, que es en la segunda parte de la obra. Así que, si nos disculpáis...

Se oyó a Hamano tratar de añadir algo por última vez al otro lado de la puerta pero, finalmente, y al ver que no tenían nada que hacer, él y los demás acabaron marchándose, volviendo a dejar solo a Kirino con Kariya y su tutor, que comenzó a encargarse de darle los últimos ajustes al vestido.

-Vaya – comentó en tono divertido – Por lo que parece te has convertido en una atracción para el resto de tus compañeros, Princesa.

Kirino no pudo evitar soltar un bufido al más puro estilo Kurama.

-Qué bien... – después de todo, no podía dejar de tener la impresión de que aquellos compañeros suyos en cuestión no estarían haciendo tanto esfuerzo para verlo vestido de escena si Haruna no les hubiera prohibido expresamente que lo hicieran.

Midorikawa, que seguía trabajando, sonrió.

-No te preocupes, Kirino-san; un disfraz no es nada más que un disfraz. En un par de semanas se les habrá olvidado que lo llevaste.

Kirino hubiera querido decir que, conociendo a sus compañeros de equipo, no estaba del todo seguro de que aquello fuera a ser cierto, pero, finalmente, optó por dejarlo correr.

-¿A qué persona normal podría habérsele ocurrido mandarnos representar justamente a nosotros La Bella Durmiente? – preguntó en su lugar en voz baja.

-Vaya, Kirino-senpai está empezando a tener miedo escénico, ¿eh? – replicó Kariya con una sonrisa burlona.

Midorikawa acabó de ajustar el vestido y se apartó, ignorando aquel último comentario.

-A la gente en general suelen gustarle los cuentos de Príncipes y Princesas. Son bonitos, está todo claro y solemos saber desde el principio que van a acabar bien. Y supongo que son fáciles de representar si vas a hacer una obra de teatro, eso también. ¿Sabéis que yo también tuve que actuar en una obra así cuando tenía vuestra edad?

Kariya entornó los ojos, sorprendido.

-¿Sí? ¿En Sun Garden?

Midorikawa asintió. Kirino comenzó a cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro, tratando de acostumbrarse a sentir el roce no familiar de aquella ropa sobre la piel. Cuando el tutor de Kariya habló, sólo lo escuchó a medias.

-En nuestro caso, teníamos que representar Blancanieves. ¿No te lo ha contado Hiroto? A él lo eligieron Príncipe por votación popular, y llevaba una capa azul y una espada. Incluso le hicieron un caballo de cartón.

Kariya arqueó las cejas y puso una cara muy rara.

-Por favor, Midorikawa-san, dime que tú no eras la Princesa.

-¿Yo? – Midorikawa se rió – No. Yo tuve el enorme honor de hacer de arbusto. Llevaba un traje verde hecho de hojas, ya sabéis.

Kariya y Kirino se miraron. Por primera vez en mucho tiempo, parecían tener exactamente la misma opinión sobre algo.

-¿Qué? – cuando Kariya habló, lo hizo en voz baja - ¿Y para qué se necesitaba que alguien hiciera el papel de arbusto?

-Para crear efecto viento en las ramas, supongo – Midorikawa se encogió de hombros con una sonrisa, y Kariya lo observó parpadeando - ¿Recuerdas a Burn? Había dos arbustos, y él era el otro. Se pasó los tres meses de ensayos y la obra entera gruñéndole a todo el mundo que se le acercara que alguien como él se merecía un papel mejor. Estaba indignado.

-La verdad, no sé por qué podría ser.

Midorikawa trató de mirar a Kariya con una mueca que a todas luces pretendía ser una expresión de reproche, pero que acabó convirtiéndose en una sonrisa divertida.

-Hiroto decía exactamente lo mismo. De hecho, a él todo el asunto le hizo mucha gracia hasta que Burn le saltó encima con disfraz de arbusto y todo.

-Lo recordaré la próxima vez que venga a vernos.

-Mejor que no – tras sacudir la cabeza, Midorikawa pareció volver a recordar que Kirino estaba allí, porque se giró hacia él y se detuvo a observarlo con expresión pensativa, como si estuviera ponderando qué le faltaba a su disfraz exactamente - ¿No te has parado a pensar que estarías mejor con el pelo suelto? – preguntó.

Kirino se llevó una mano a la cabeza. No solía salir a la calle con el pelo suelto, pero suponía que las princesas de cuento tampoco solían llevarlo recogido en coletas. Con suavidad, tiró de las gomas que lo mantenían en su lugar para dejarlo libre, y lo sintió rozándole el cuello y los hombros allí donde no se los tapaba la ropa. Era una sensación extraña, como un peso ligero y suave sobre la piel, casi como el recuerdo de la última vez que lo había llevado suelto delante de alguien. De alguien que, en aquella ocasión, le había hundido las manos en él.

-¿Mejor así? – preguntó, maldiciéndose internamente y obligándose a sí mismo a volver a la realidad y a pensar en cosas normales.

Midorikawa asintió.

-Ya estás listo. – tras un último vistazo, dio media vuelta y comenzó a buscar algo en uno de los percheros tras él. Cuando volvió frente a él, llevaba una especie de enorme albornoz blanco – Tómalo. Por si no quieres pasearte con sólo el disfraz por ahí hasta que la obra empiece. Nosotros ahora tenemos que preparar a la Bruja.

Kirino se cubrió con la gruesa bata de felpa, que le quedaba tan enorme que tuvo que darles varias vueltas a las mangas sobre sí mismas. A juzgar por su tamaño, aquella prenda había sido diseñada, por lo menos, para alguien con la anchura de hombros de Amagi, pero, aún así, la prefería a pasearse por el backstage con sólo su vestido de princesa perdida en el bosque hasta que empezara la obra, para lo cual, por suerte o por desgracia, no quedaba tanto tiempo.

-Muchas gracias por todo, Kariya, Midorikawa-san. Creo que voy a salir a ver qué tal van el resto de preparativos.

-Suerte, Kirino-san.

El chico les dirigió una última sonrisa y salió del pequeño despacho, deteniéndose sin saber muy bien a dónde ir. Kariya había tenido la estupenda idea de hacer un bolsillo oculto donde poder guardar su móvil en el vestido, y Kirino se encontró sacándolo y observando la pantalla con expresión preocupada.

No había nada; ni llamadas perdidas, ni mensajes. Sólo el reloj digital del teléfono, blanco sobre negro en la pantalla bloqueada, indicando que el festival estaba a punto de comenzar, y que pronto el director saldría al escenario para presentar al club que actuaría en primer lugar. ¿Cuánto tiempo les daba eso a ellos? ¿Dos horas?

¿Y por qué Shindou todavía no estaba allí? Se suponía que, si todo había salido bien, su madre tendría que haberlo traído ya a aquellas alturas. ¿Por qué no había acudido ya a buscarlo?

Kirino volvió a guardar el teléfono en el bolsillo, sabiendo que podría sentirlo contra la piel si comenzaba a vibrar a pesar de tenerlo configurado en modo silencio, y miró a su alrededor con expresión dubitativa. Tal vez Shindou sí que hubiese llegado y estuviera con el resto de sus compañeros de club, perdido en algún lugar de aquel caos. No sabía dónde estaban Sangoku y el resto, pero podía buscarlos. O, quizás, hubiese una forma más fácil de comprobarlo.

Ajustándose el cinturón del albornoz, el chico comenzó a caminar entre bambalinas, buscando acercarse al escenario. Como ya había previsto, pudo ver a los miembros del club de tenis, que iban a ser los primeros en salir, preparándose junto al telón, vestidos con los típicos trajes tiroleses de Sonrisas y Lágrimas. Tras pasar junto a ellos y saludarlos con un gesto nervioso con la mano, se apresuró hacia uno de los laterales del escenario, un punto concreto donde, según Haruna les había informado, había un pequeño agujero en el telón para que pudieran observar al público que había acudido allí a verlos antes de tener que salir a actuar.

"Vamos, Ranmaru, búscala" se dijo, acercando un ojo al boquete "Tiene que estar aquí en alguna parte. No puede ser tan difícil encontrarla, ¿no? Iba a sentarse con tu familia"

En un principio, y cuando Kirino había estado buscando el agujero en el telón, le había sorprendido que nadie más estuviera allí mirando al público, aunque fuera por simple y pura curiosidad. Cuando él lo hizo, sin embargo, comprendió el por qué.

Prácticamente todo el mundo estaba ya sentado, y hablaban en voz baja hojeando sus programas. Al observar cómo adecentaban el gimnasio durante los últimos días, las sillas no le habían parecido tantas, como tampoco se lo habían parecido al cruzar toda aquella superficie antes, con Hamano, tratando de acceder al backstage. Pero ahora, todas aquellas sillas vacías estaban ocupadas, y el público presente le pareció una auténtica multitud.

Por primera vez en mucho tiempo, sintió un tirón de terror en la boca del estómago. En apenas unas horas, él estaría recitando pasajes aprendidos de memoria delante de toda aquella gente, que lo observaría en silencio.

Tratando de no pensar en ello, se acercó más al telón y rastreó las filas de padres, familiares y amigos con cuidado, buscando entre todos ellos un grupo de siluetas conocidas de brillante pelo rosa.

Cuando finalmente los encontró, sintió un segundo tirón de náuseas en el estómago, esta vez tan fuerte que lo hizo aferrarse al telón con los dedos. No podía ser. Tenía que haber pasado algo.

Porque su madre estaba allí. Y su padre. Y Saki, y Sayuri, y Ayame y su marido. Y junto a ellos, justo al lado de su madre, había un asiento perfectamente vacío; el asiento que, según ella misma, la madre de Shindou le había pedido expresamente que le guardase para ver la obra junto a la familia de Kirino.

Lo cual quería decir que Shindou no estaba. Que no había llegado aún. Y Kirino estaba observando a toda aquella gente a través del telón y estaba comenzando a sentirse seriamente enfermo. Todo había sido mala idea. Una realmente horrorosa. Ni siquiera sabía si podría salir a actuar.

-Ah, Kirino, estás aquí. – el sonido de aquella voz familiar hizo que el chico se separara del telón y girara en redondo. Hamano dio un respingo al mirarlo a la cara, como si su expresión lo sorprendiera – Otonashi-sensei te estaba buscando, pero... ¿Te encuentras bien? Estás pálido.

Kirino tragó saliva, negando con la cabeza. No podía andarse con tonterías; no podía darle un estúpido ataque de pánico escénico de pronto, ni mucho menos cuando faltaba tan poco tiempo. Eso era algo que, simplemente, no podía permitirse.

-Estoy bien – susurró, tratando de sonreír. El pánico atacó de nuevo y él trató de contenerlo – Estoy un poco mareado, pero se me pasará. Dame sólo un momento.


Shindou alzó los ojos hacia el reloj colgado junto a los altos techos del conservatorio, frunciendo el ceño. Eran las cinco horas y dos minutos, exactamente treinta segundos más que cuando había mirado por última vez. Con un suspiro, se levantó de la silla forrada de tela roja y se acercó a una de las ventanas, tratando de obligar a los latidos de su corazón a calmarse. Lamentablemente, no lo consiguió: el sol fuera estaba bajo; alarmantemente bajo. Si no recordaba mal, se ponía alrededor de las cinco y media, y la obra del instituto comenzaba a las seis. A las seis horas, cero minutos, sí. Y eran las cinco; no quedaba tanto tiempo, y él tenía que cruzar media ciudad para llegar al Raimon. De querer hacer el camino con calma, andando, tendría que haber salido ya; llamar a Kirino para decirle que estaba yendo.

Y, sin embargo, ya eran las cinco y cuatro y él seguía allí.

-Takuto, cariño, ¿qué te pasa? – la suave voz de su madre hizo que el chico diera media vuelta y la observara, tratando de no apretar los labios; de no clavarse las uñas en la piel de la palma de las manos.

-Estoy nervioso, madre. Es tarde.

-Nervioso, ¿eh? – su madre lo observó con un brillo de inteligencia tras los ojos oscuros, y Shindou volvió a recorrer la habitación con el paso rápido del que quiere estar en cualquier lugar menos en aquel.

Podía entender que su madre se sintiese sorprendida: él no solía ponerse nervioso en situaciones así; no de aquella forma, en aquel lugar, ni mucho menos cuando tenía que ver con sus estudios o su familia. Puede que se sintiera inseguro en otro ámbito de cosas, aquello era cierto, pero se había levantado aquel día asegurándose que iba a ser capaz de compartimentar y, hasta hacía apenas unas horas, se había concentrado en las piezas que tendría que tocar para el examen y lo había conseguido.

Porque, para el resto del mundo, la música podía resultar caótica, pero para él tenía un orden. Incluso las melodías más confusas seguían un patrón; y cada remolino de variables estaba únicamente formado por siete notas que él podía repetir en su cabeza, conocer, porque estaban allí, porque el concepto era el mismo, porque eran siempre iguales. Cada uno de sus dedos debía acudir a una determinada tecla del piano al tocar y, aunque no conociera cuál iba a ser la siguiente nota, al menos tenía la certeza de que iba a saber tocarla; de seguir el orden, la armonía, la música. Al despertarse nervioso ante lo que le esperaba en el instituto, se había concentrado en las piezas que tendría que tocar aquella misma tarde durante su examen, y el orden concreto del Claro de Luna, que él conocía como si fuese parte de sí mismo, lo había ayudado a calmarse.

Lo había repetido en su cabeza una vez tras otra, tan concentrado que las horas habían pasado volando; lo había repetido hasta cansarse, hasta asegurarse que se lo sabía de modo perfecto, mientras estaba en casa, mientras su chofer los llevaba hasta allí en coche, mientras esperaban a que el profesor que tenía que examinarse hiciera el favor de presentarse en vez de llegar tan alarmantemente tarde.

Era más sencillo mantener el orden así, sí. O, al menos, lo había sido hasta que las horas habían comenzado a pasar y le había sido imposible continuar mintiéndose a sí mismo para continuar tranquilo. A aquellas alturas, mucho se temía, no probablemente no existiera pieza musical que lograra calmarlo.

No después de haberle prometido a Kirino que hablaría con él antes de la obra y verse atrapado en el conservatorio, sin poder ir, porque su maldito examinador no venía.

-Es verdad que estás muy tenso – volvió a comentar su madre, y Shindou se volvió a dejar caer sobre la silla de la que se había levantado con aire abatido. Había más gente a su alrededor esperando para hacer el examen, y en su mayoría, exactamente como ellos, no eran personas que estuviesen acostumbradas a que se los hiciera esperar – Es curioso, ¿sabes? Llevo acompañándote a los exámenes desde los seis años y no te había visto así desde la primera vez.

-Supongo que no.

-¿Quieres que vayamos a pedirte un vaso de agua, cariño?

-Estoy bien – murmuró Shindou, y su madre se encogió de hombros sin dejar de observarlo. Daba igual lo ocupada que estuviera, o lo absorbente que fuera su trabajo, pero siempre se las apañaba para tener libre la tarde del año en la que su hijo se presentaba a los exigentes exámenes del conservatorio. Teniendo en cuenta lo que viajaban sus padres, y la cantidad de horas diarias que exigía una tarea tan ardua como dirigir una multinacional, Shindou siempre le había estado agradecido por tomarse el tiempo para hacer algo así, pero, a pesar de todo ello, dudaba que su madre fuera capaz de comprender lo que le pasaba o por qué estaba tan nervioso, aunque sólo fuera porque no acababa de entenderlo ni él – Es sólo que el examinador llega muy tarde, y la obra de teatro de mis compañeros del club va a empezar en breve.

Su madre permaneció callada unos segundos.

-¿A qué hora empieza?

-A las seis.

Ella sonrió.

-Bueno, puede que aún llegues a tiempo – comentó, aunque, en su fuero interno, Shindou se permitió dudarlo. Ya eran las cinco y cuarto – De todas formas, tú no actúas, ¿no es cierto, Takuto? ¿Es indispensable que estés allí?

El chico bajó los ojos. El hecho de que tuviera que estar allí era indispensable, pero por otro motivo muy distinto. Kirino jamás le echaría en cara el no poder llegar a tiempo por un motivo como aquel, pero, aún así, el no ir sería...

-No, es cierto. No es indispensable que yo esté allí – murmuró.

"Pero" añadió en silencio "Me habría gustado verlo"

Su madre sonrió, casi como si supiera en qué estaba pensando él, pero no dijo nada y el reloj avanzó otro minuto más. Shindou permaneció sentado en su silla, con los dientes apretados y los ojos clavados en el pantalón de tela oscura de su traje, sintiendo que el cuello de la camisa y la corbata casi lo estaban ahogando. Cuando estaba a punto de levantarse y dirigirse a la ventana de la sala de nuevo, una figura trajeada llamó a la puerta de la salita y entró con paso apresurado. Shindou suspiró, reconociéndolo: era uno de los bedeles del conservatorio. Probablemente trajera noticias.

-Lamentamos la espera, señores – comenzó a decir – El profesor Tanaka ha tenido un ligero contratiempo, pero estará aquí en breve.

Shindou tomó aire con lentitud. Iba a preguntar algo pero como si, de nuevo, pudiera leerle la mente, fue su madre quien alzó la voz en primer lugar.

-¿Llegará el profesor a tiempo para examinar a todos los alumnos a pesar del retraso?

El bedel consultó el reloj que Shindou llevaba toda la tarde mirando, pero, finalmente asintió.

-No se preocupen. El conservatorio no cierra hasta las ocho así que, aunque tengamos que salir con un poco de retraso, todos los alumnos de este curso se examinarán hoy.

La madre de Shindou asintió, aparentemente conforme con la respuesta, y su hijo sintió unas repentinas ganas de acercarse al bedel y gritarle que, por mucho que el conservatorio cerrara a aquella hora, él no tenía tiempo para quedarse allí a esperar. Sin embargo, todo lo que hizo fue apretar aún más los puños y quedarse sentado, quieto como una estatua.

Tenía que hacer aquel examen, necesitaba aprobarlo, como lo había hecho cada año, y su labor para con la obra, por otra parte, ya estaba hecha. Hayami estaba allí y en el Raimon no lo necesitaban. Kirino no lo necesitaba. Podía ir a buscar a su mejor amigo luego; hablar con él después. Sabía de sobra que aquel era el curso de acción correcto; lo que todos – sus padres, sus profesores, Kirino, incluso – esperarían que hiciese.

Y aún así, no pudo evitar volver a alzar la vista hacia el reloj y maldecir en voz baja.


Cuando el club de atletismo, el anterior al suyo en el programa, salió a actuar, Kirino pudo sentir cómo los últimos vestigios de su determinación se le escurrían entre los dedos.

Ya había visto pasar a tres clubes distintos; había escuchado a todos aquellos otros alumnos recitar sus papeles, a los encargados del atrezzo correr de un lado para otro organizándolo todo, a los profesores dar consejos e indicaciones, y, a cada segundo que pasaba, sentía más ganas de sacarse aquel vestido del demonio por la cabeza y salir huyendo de allí.

Había permanecido todo el tiempo al lado del agujero del telón, lo suficientemente atento como para ver a su madre aburrirse y a Saki cuchichear con Sayuri sobre todos y cada uno de los estudiantes que salían al escenario pero, a pesar de todo, el sitio reservado a la madre de Shindou seguía vacío. Sabía que no tenía nada que ver, una cosa con la otra, y que la conversación pendiente con su mejor amigo y el miedo escénico no eran, en absoluto, equiparables, pero en aquellos instantes no se sentía con fuerzas para hacer frente a ninguno de los dos.

Lo cual era estúpido, sí. Pero, de un modo u otro, le daba la impresión de que todo lo que había planeado hacer ese día – o, al menos, todo lo que podía considerarse emocionalmente difícil – se estaba estropeando hasta el punto de desmoronarse a su alrededor.

Tenía que ser fuerte, sí, porque en menos de una hora estaría sin Shindou y subido encima de aquel escenario, delante de todas aquellas personas. De lo que no estaba seguro era de poder serlo.

-¡Kirino! ¡Por fin te encuentro!

-¡Ah, Kirino-senpai!

El chico suspiró y se apartó del telón para encontrarse, esta vez, con Sangoku y Hikaru, que habían ido a verlo enviados, sin duda, por Haruna, que parecía muy preocupada por el hecho de que su Princesa tuviera el aspecto de ir a sufrir un ataque de náuseas de un momento a otro.

-¿Te sientes ya mejor, Kirino? Llevas una hora entera aquí tú solo.

Sangoku parecía realmente preocupado, así que el chico asintió. Se sobrepondría, sí. Tal vez sólo necesitara una tila, o quizás veinticinco tazas de chocolate caliente. Para empezar.

-¿Ha llegado ya el capitán, Kirino-senpai?

-No, aún no.

-Vaya, qué raro ¿Y no te gustaría hablar con él? ¿Por qué no lo llamas?

Kirino tomó aire, buscando qué decir. Podría haberles mentido y responder que no tenía razón ninguna para hablar con Shindou en un momento así, pero lo cierto era que, de un modo u otro, se sentía casi como si necesitara escuchar a su mejor amigo hablar, oírlo reírse entre dientes por estar tan nervioso por una tontería como aquella y decirle que, después de tantas horas de ensayo, creía firmemente en su capacidad para hacerlo bien. Shindou sabría qué decirle para calmarlo, aunque sólo fuera porque llevaba años tocando delante de extraños en las representaciones del conservatorio y tenía experiencia en dejarse llevar delante de una multitud. O, si no podía decirle nada, siempre podía besarlo otra vez. La última vez, al menos, había funcionado para calmarlo, ¿no?

Aunque aquello no era algo que pudiera pedir. No ahora. No antes de hablar con él.

-Shindou está en un examen, Kageyama; si no está aquí es porque no puede, y yo no quiero molestarlo. – respondió finalmente, rogando porque su voz sonara total y absolutamente normal – Sus estudios de música son muy importantes, tanto para él como para sus padres, y, de todas formas, aquí no tiene que hacer nada en especial. Hayami está bien, y las partituras ya están compuestas y entregadas. Todo está en orden.

Hikaru y Sangoku se miraron.

-Pero ni siquiera sabes si Shindou-senpai sigue en ese examen – comentó el primero – No te ha llamado, ¿no? A lo mejor ya está de camino.

Kirino dudó, llevándose una mano al bolsillo oculto donde todavía guardaba el móvil. Casi como si lo hubiera invocado, el teléfono vibró súbitamente, haciéndole dar un respingo, y Sangoku lo observó, alarmado.

-¿Qué pasa? – quiso saber.

-Un mensaje.

-¿De Shindou?

-No sé.

El portero y Hikaru lo observaron expectantes mientras Kirino sujetaba el móvil con la mano derecha y desbloqueaba la pantalla, pasando luego a abrir el correo entrante. Durante un momento, casi deseó que se tratara de publicidad, pero los caracteres del nombre de su mejor amigo estaban claramente resaltados en el apartado destinado al remitente.

"De: Shindou Takuto.

Para: Kirino Ranmaru.

El examinador acaba de llegar ahora mismo, y vamos con horas de retraso. Si todo sigue así, creo que no podré llegar a tiempo. Lo siento muchísimo."

Que lo sentía, decía; que lo sentía mucho, y Kirino sabía que aquello no era una excusa, que su amigo decía la verdad, y, aún así, se sintió increíblemente solo. Shindou muy probablemente entraría a hacer el examen en el mismo momento en el que él subiera al escenario, y, a aquellas alturas, el chico ni siquiera sabía de dónde iba a sacar el valor para hacerlo – o, en cualquier caso, de dónde iba a sacar la fuerza para poner las cartas sobre la mesa y decirle a Shindou lo que le quería decir cuando volviera a verlo, teniendo en cuenta lo mal que estaba saliendo todo lo demás.

Aún así, reunió la fuerza para contestar al mensaje diciéndole a su amigo que no pasaba nada, y tragó saliva antes de mirar a Sangoku y a Hikaru, que parecían inusualmente preocupados por él.

-¿Y bien? – quiso saber el portero - ¿Noticias importantes?

Kirino asintió.

-Vamos a buscar al resto del equipo – respondió – Era Shindou.

Sangoku no preguntó más y, tras tragarse un suspiro a medias, se alejó del escenario y comenzó a guiarlo entre bambalinas, hasta llegar al pequeño despacho que habían estado usando de vestuario. Una vez todos los actores habían acabado de vestirse, la sala se había transformado en una especie de camerino común improvisado en el que los miembros del club de fútbol del Raimon se habían encerrado a hablar en corrillo, tal vez buscando aislarse un poco del caos que aún reinaba fuera. Todos parecían sumidos en sus propias conversaciones pero, sin embargo, cuando Hikaru y Sangoku entraron escoltando a Kirino, no hubo nadie que no alzara los ojos para mirarlos.

Tenma fue el primero en acercarse a él, con un brillo de preocupación tras sus ojos azules.

-Estás muy blanco, Kirino-senpai. ¿Estás bien?

El chico tragó saliva.

-Me ha escrito Shindou. Su examinador ha llegado muy tarde, y aún no ha hecho el examen. No cree que pueda llegar a la obra a tiempo.

El murmullo de la voz de sus compañeros comenzó a llenar la sala y, en apenas unos segundos, todos ellos se habían levantado y lo rodeaban. Hayami estaba justo frente a él, con su traje de brocado de príncipe, y tenía el ceño muy fruncido; Hamano, a su lado, estaba cruzado de brazos.

-Vaya un examinador – comentó en un tono de broma que no resultó del todo creíble – Yo pensaba que a la gente rica no la hacía esperar nadie.

Kirino volvió a sentir un peso terrible en el estómago.

-Ya ves que sí. – susurró.

Shinsuke, junto a Tenma, cambió el peso de un pie a otro con expresión afligida. Junto a Ichino y Aoyama, hacía el papel de una de las hadas madrinas, y su disfraz lo hacía parecer extraordinariamente pequeño, mucho más de lo normal.

-¿El capitán no viene? – repitió. - ¿Y está bien que salgamos a actuar si él no está?

-No es bueno que no estemos todos – intervino Hayami.

-Tampoco es que podamos hacer nada – añadió Kurama.

Una vez más, a Kirino le costó volver a encontrar su voz. Ichino y Aoyama, a su derecha, estaban cruzando una mirada entristecida, y Amagi, tan grande y tan vestido de gasa rosa, parecía increíblemente abatido. Incluso Kariya, a quien esas cosas normalmente no parecían importarle, daba la impresión de estar enormemente alicaído. Kirino había querido que Shindou estuviese allí, sí, y lo había querido más que nada, pero, al parecer, no había sido el único.

Aquella obra era algo que todos los miembros del Raimon habían estado preparando juntos, y todos habían querido que el equipo completo, incluyendo a su capitán, estuviera allí para ver cómo acababa la historia.

Todos estaban decepcionados; todos estaban tristes. Si les preguntaran, probablemente una amplia mayoría habría querido colgar al examinador de Shindou por los pulgares por haber aparecido en el conservatorio tan tarde; pero Kirino también estaba seguro de que ninguno de ellos – ni mucho menos su propio mejor amigo – querría tampoco rendirse y aceptar que todo iba a salir mal sólo por un contratiempo como aquel.

Por mucho que las cosas no siempre salieran como se suponía que tenían que salir. Por mucho que nada fuera seguro, o que el público pudiera abuchearle, o que la obra – y todo lo demás – le diese a Kirino tanto miedo.

Porque pasara lo que pasase, tenían que seguir adelante.

-Escuchad – cuando Kirino habló, su voz sonó extrañamente temblorosa, y el chico luchó para que ganara firmeza. Tomó aire y, cuando empezó de nuevo, las palabras sonaron suaves, pero no le temblaron en los labios – Yo... A mí también me hubiera gustado que Shindou estuviese aquí; y a él le habría gustado estar. Él me prometió que vendría, y quería cumplirlo, pero no ha podido ser. Pero, a la hora de la verdad, no importa, ¿no?

Todos lo miraron, sorprendidos.

-¿No importa? – murmuró Tenma.

-¿No se supone que somos un equipo? – Kirino lanzó la pregunta al aire, sintiéndose total y absurdamente idiota siendo él quien diera el discurso – Aunque uno de nosotros no pueda estar aquí, los demás podemos cubrirle, porque para eso es para lo que estamos. Siempre... Supongo que siempre hemos estado acostumbrados a que nuestro capitán esté aquí para animarnos, pero ha llegado la hora de salir allí afuera y hacer que todo salga bien aunque él no esté. Para que pueda sentirse orgulloso de nosotros.

Durante un instante, nadie dijo nada. Todos estaban allí, quietos; Sangoku con su manto y su corona de rey, Tenma y Tsurugi con la camiseta y los pantalones negros que llevaban para camuflarse dentro del dragón, y Nishiki con el tocado de cuernos del brujo malvado. En aquel momento, Kirino quiso decir algo para animarlos, para aflojar la tensión, como sabía que el propio Shindou habría podido conseguir con sólo un par de palabras – bastante menos idiotas que las suyas. Y, entonces, fue cuando Hamano se echó a reír.

-¿Sabes? Tienes razón, Princesa. Shindou ya acabó todas esas partituras que tenía que hacer para la obra. Si tú puedes apañártelas, nosotros estaremos bien sin él.

-¿Yo? – Kirino trató de no mirar a Hamano con una cara muy rara, pero el resto de sus compañeros ya habían empezado a hablar entre ellos, y a reírse, y la tensión y la decepción reinantes en el ambiente ya habían comenzando a desaparecer.

-Vaya, senpai, cuando quieres hasta sabes hablar bien – la voz conocida susurró las palabras a su lado y, cuando Kirino se giró, se encontró con Kariya, que lo miraba con una sonrisita divertida - ¿En qué te has inspirado? ¿En los discursos horribles del capitán?

Kirino se encogió de hombros. Hace unos minutos, se habría planteado seriamente el mandar a Kariya al infierno de un puñetazo en la cara si al otro chico se le hubiera ocurrido venir a tratar de ponerlo nervioso, pero en aquella ocasión, simplemente se encogió de hombros.

-No lo sé. Aunque tengo una duda sobre en quién te inspiras tú.

Kariya parpadeó.

-¿Eh?

-Venga, dime la verdad. ¿Fue Midorikawa-san quien te enseñó a coser o aprendiste tú solo?

El otro chico soltó un gruñido, y Kirino se volvió hacia Sangoku. El chico parecía estar discutiendo algo muy acaloradamente con Hayami y Hamano, pero los tres se quedaron muy callados en cuanto el defensa se acercó.

-¿Ocurre algo?

-Creo que voy a pasarme por el escenario para ver cómo van con la obra anterior. – Kirino sonrió – Tenemos que estar preparados para salir en cuanto acaben, ¿no? Deberíamos revisar que todo esté bien antes que vengan a llamarnos.

Sangoku, que tenía en la cara una expresión que Kirino no supo muy bien cómo interpretar, pareció a punto de decir algo, pero Hamano se puso delante de él y asintió con ímpetu, todo él pelo oscuro, ojos brillantes y dientes muy blancos.

-Está bien, no te preocupes. Ve a echar un vistazo mientras nosotros nos encargamos de revisar todo lo demás. Decorados, disfraces; lo que sea. Déjanoslo a nosotros.

Kirino creyó leer una nota de urgencia en su voz, pero, tras un segundo vistazo a Hamano, dejó el pensamiento pasar, seguro de que habían sido imaginaciones suyas. Hayami lo miró un momento, ajustándose el peso de la capa que llevaba sobre los hombros con aire nervioso, y el chico le dirigió una sonrisa que pretendía infundirle fuerzas antes de salir de la habitación.

Cuando llegó al escenario, los miembros del club anterior estaban acabando el primer acto, y los padres y alumnos que conformaban el público aplaudían ruidosamente. Al volver a observarlos a través del agujero en el telón, Kirino volvió a sentir un tirón de pánico pero, en esta ocasión, pudo controlarlo. Luego, lo invadió una segunda oleada de algo más suave, más profundo; algo similar a la pena, y frente a ella sí que le fue más complicado no dejarse llevar.

Sabía de sobra que estaba en lo cierto cuando les había dicho a los otros que Shindou no tenía la culpa de ir a empezar el examen con retraso, pero, aún así, le hubiera gustado que pudiera estar allí.

Lo cual, en aquel instante, era un pensamiento del todo innecesario. Sobre todo porque tenía otras cosas de las que ocuparse.

El telón había caído, por fin, dejando a los actores unos cuantos minutos de descanso entre los dos actos. Desde algún lugar de las sombras del backstage a su izquierda, aparecieron unos cuantos alumnos más – compañeros de club de los que estaban actuando, probablemente – y se apresuraron en darles agua, observar el estado de sus disfraces y guiar a los protagonistas hacia su vestuario. Kirino permaneció donde estaba, con los ojos puestos en ellos y, finalmente, y tras un momento de duda, se adelantó hasta dejarse ver claramente.

-¿Kirino-kun? – una de las encargadas de decorado, de largo pelo oscuro, lo reconoció y se lo quedó mirando con expresión extrañada. El chico sonrió, divertido: tenía que tener un aspecto muy curioso ahí parado, con el pelo suelto y un albornoz viejo cuatro tallas más grande cubriéndolo desde los hombros hasta los pies.

-Ah, perdona – le dijo, tratando de recordar su nombre, pero sin conseguirlo – Sólo venía a preguntaros cuánto tiempo creéis que falta para que acabe vuestra obra. Nosotros somos los siguientes.

La chica se llevó una mano a la mejilla con aire pensativo.

-Bueno... – murmuró – Contando con el descanso, yo diría que unos cuarenta minutos.

Kirino asintió.

-Ya veo, muchas gracias.

-De nada, Kirino-kun, y mucha suerte con vuestra obra. Es la Bella Durmiente, ¿no?

-Sí.

-Mi hermana tenía muchas ganas de verla. Decía que tú...

Kirino ladeó la cabeza, interesado, pero nunca llegó a enterarse de lo que decía la hermana de aquella chica. Porque, de algún lugar en el fondo del backstage le llegó el sonido grave y repentino de algo cayendo al suelo con fuerza, acompañado del grito asustado de una voz humana. Una voz que, por desgracia, conocía muy bien.

-¿Qué ha pasado? – murmuró la muchacha morena - ¿Estará todo bien?

-No lo sé. Tengo que ir a ver; lo siento.

Sin saber muy bien qué estaba diciendo, Kirino dio media vuelta y echó a correr, maldiciendo a cada segundo aquel albornoz enorme que se le enredaba en las piernas a cada paso. Creía saber quién había gritado, y esperaba poder equivocarse pero, cuando llegó a la zona de backstage en la que sus decorados ya estaban preparados, todos los demás ya estaban allí.

Jadeando, el chico se acercó, y observó, asustándose cada vez más, cómo una de las cajas que contenía decorados extra se había venido abajo, aplastando a alguien en el proceso. A alguien que seguía semienterrado entre las piezas de madera pintadas, con los ojos cerrados, una mano sobre la pierna y una expresión de dolor pintada en la cara.

"No" quiso gritar Kirino.

-Hayami... – murmuró en su lugar.

El otro chico lo observó, abriendo los ojos por primera vez para mirarlo. Hamano estaba a su lado, apartando los trozos de madera caídos con expresión alarmada pero, a juzgar por el aspecto de su amigo, ya era demasiado tarde como para que todo estuviese en orden.

-Hayami, ¿estás bien?

El otro chico apretó los dedos en torno a uno de sus tobillos.

-Kirino-kun – murmuró – El tobillo. He caído sobre él.

El defensa tragó saliva, sin saber en qué pensar, sin saber qué hacer.

-¿Es el mismo en el que te hiciste daño cuando tuvimos el accidente con el dragón? – susurró. Cuando Hayami asintió, sintió como si un nudo enorme estuviera apretándole la boca del estómago - ¿Puedes andar?

-¡Hayami-kun!

Los alumnos se apartaron en silencio para dejar paso a Haruna, que se arrodilló junto el muchacho caído cubriéndose los labios con una mano. Sin saber muy bien qué hacer, Kirino se quedó de pie a su lado, entre Tenma, Kariya y Hikaru.

-¿Hayami-kun? ¡Dios mío! ¿Puedes mover la pierna?

El chico comenzó a moverse y, tras quedar sentado, hizo amago de apoyar parte de su peso en la pierna herida para levantarse. Se interrumpió de golpe, soltando un quedo gemido de dolor.

-Creo que me he torcido un tobillo.

Kariya lanzó un resoplido burlón.

-Te dije que hacer tantos decorados de repuesto no iba a valer para nada, Kageyama. Mira lo que ha pasado.

Hikaru gimoteó algo ininteligible, y Kirino se volvió hacia el otro defensa con los labios tan apretados que estaba seguro de que en aquel instante llegarían a parecer incluso blancos.

-¡No es culpa de Kageyama, Kariya! – acusó.

-¿Y qué más da de quién sea la culpa? – replicó él - ¡Uno de nuestros príncipes ha sido aplastado por una montaña de nubes de madera y el otro está en un examen de piano! ¿Qué es lo que propones, Kirino-senpai? ¿Que Hayami salga a actuar sentado en una banqueta?

Kirino estuvo a punto de decirle que gritar tampoco era la solución pero, para ser sincero, él tampoco veía muchas otras posibilidades. A juzgar por su expresión de dolor cuando Haruna lo ayudó a incorporarse, Hayami no estaba en condiciones de participar en ninguna obra escolar, y Shindou seguía en el conservatorio.

-Kirino-senpai – era Tenma, a su lado, hablando en una voz tan queda que era inusual en él - ¿Qué vamos a hacer?

-¿No podrá Shindou-senpai acabar a tiempo?

-Yo... – Kirino se imaginó a Shindou a punto de entrar al examen, preguntándose qué tal estarían. No tenía muy claro en qué había estado pensando su amigo, pero el chico estaba seguro de que se había ofrecido como Príncipe suplente por él. De hecho, todos sus compañeros lo miraban, como si estuvieran pensando que él debía ser quien decidiera qué había que hacer a partir de aquel momento, pero él no quería tener que decidir algo así. No. – Shindou no va a poder llegar. Tiene que hacer un examen.

-¿Y no deberíamos llamarlo de todas formas? – intervino Ichino sin alzar el tono – Es el Príncipe suplente y el capitán, ¿no? ¿No debería al menos saber qué pasa?

Kirino observó al muchacho, vestido de hada y detenido al lado de Aoyama, que, con un disfraz casi idéntico al de su amigo, parecía mucho más delgado de lo normal. Estaba claro que los dos pensaban lo mismo, y él no podía culparlos.

-La familia de Shindou se toma la música muy en serio. Aunque supiera lo que pasa, no podría venir.

Sangoku carraspeó.

-Kirino tiene razón en lo que dice. No tenemos por qué preocupar a Shindou en vano antes de un examen tan importante.

-Pero, ¿no es peor ocultárselo sin más? – protestó Ichino. – A mí no me gustaría que me escondierais algo así.

-Yo puedo salir – ante el sonido de aquella voz, todos se giraron hacia Hayami. Kirino sintió que el nudo en su estómago se hacía más grande – Si me vendáis la pierna, podré hacerlo.

-No pienso permitirlo, Hayami-kun – era Haruna, preocupada y seria – Si no hay más remedio, cancelaremos la obra. No voy a dejar que te hagas daño así.

Todos se miraron, súbitamente alicaídos de nuevo, y Kirino permaneció donde estaba, muy quieto, con el albornoz cayéndole como un manto enorme sobre los hombros y la vista baja. Había estado seguro de que todo iba a funcionar, pero ahora ni siquiera Tenma o Hamano parecían convencidos. Hayami estaba herido, Shindou estaba lejos, y su teléfono móvil era un peso muerto en el bolsillo secreto de su disfraz. ¿Debía Shindou saber aquello? ¿Podría mantener su historial de sobresalientes perfectos, tal y como su padre exigía de él, si Kirino le daba una noticia tan horrible? Shindou no querría decepcionar a su padre, claro que no.

Pero, por otro lado, y después de haberse esforzado tanto como los demás, ¿acaso se merecía que le ocultaran algo así? ¿Sería lo que Shindou hubiera hecho de ser Kirino quien estuviese haciendo un examen?

El chico dejó escapar el aire de sus pulmones poco a poco, hasta que quedaron vacíos. Después, cerró la mano derecha sobre la superficie metálica de su teléfono.

-Está bien – dijo alzando el tono; un tono mucho más firme de cómo se sentía en realidad – Voy a llamar.

Nadie dijo nada mientras Kirino desbloqueaba la pantalla, buscaba el número en la agenda, pulsaba el botón de llamada. Todo se convirtió en silencio mientras se establecía contacto con la línea, mientras comenzaban a sonar los tonos.

Kirino contuvo la respiración. Hasta el momento, no había sido consciente de cuánto lo necesitaba, pero había una parte de él que estaba desesperada por escuchar a Shindou hablar. No importaba lo que dijera, ni cómo lo hiciera; ni siquiera que las palabras estuvieran dirigidas a él o a todos. Necesitaba oír su voz, sólo un segundo, sólo un instante, como había sido siempre, cuando no había habido malentendidos ni problemas.

Y entonces los tonos cesaron; se oyó silencio. Y luego, a él.

-¿Kirino?

Los dedos del chico se aferraron con fuerza al teléfono. Todos lo estaban mirando, así que, a pesar de todo, tomó aire y habló.

-Shindou – murmuró, y no supo si sentirse más confuso o más tranquilo.


Dos personas. Sólo dos malditas personas más.

Lanzando un nuevo vistazo airado a la puerta cerrada de la sala, Shindou se cruzó de brazos con tanta fuerza que casi sintió cómo le crujían las articulaciones. Si tan sólo todos los que se examinaban antes de él pudieran darse un poco más de prisa... Si tan sólo el profesor no hubiera llegado tan escandalosamente tarde... Si las cosas fueran distintas, él habría salido de allí hacía una hora y a aquellas horas ya estaría en el instituto, listo para hacer lo que quisiera que tuviera que hacer para...

-Takuto, por favor, deja de moverte tanto – la voz de su madre, suave pero firme, le hizo alzar los ojos. Él no se había estado moviendo. No mucho. Sólo se había recorrido el pasillo un par de veces. O tal vez un par de docenas, no lo sabía. Tampoco es que importara, de todas formas.

-Lo siento, madre – susurró.

-Pero, ¿se puede saber qué te pasa hoy? Nunca te habías puesto tan nervioso por culpa de un examen, ya te lo he dicho.

Shindou volvió a disculparse, pero no añadió nada más. Porque no era por el examen. Era el accidente de Hayami; era todo el esfuerzo de sus compañeros, estropeado por una casualidad horrible, algo que no tenía que haber pasado. Había sido él, asegurándoles a los demás que podía ser el suplente cuando, finalmente, no iba a poder llegar a tiempo. Y era la voz de Kirino, sobre todo eso: un murmullo que trataba de sonar tranquilo al otro lado de la línea mientras su amigo hacía su mejor esfuerzo para ocultar la preocupación, la decepción, la desesperación, incluso.

Su amigo solía ser bueno en esconder lo que le pasaba, en guardarse sus propios secretos, pero, en aquella ocasión no había sido capaz de engañarlo.

Kirino lo necesitaba y, tan sólo un día atrás, él le había prometido que estaría allí. No sabía si estaba más preocupado o angustiado por el hecho de no poder cumplir aquella promesa.

-¡Siguiente! ¡Satou Izumi!

Una chica de largo cabello claro vestida con una pulcra falda marrón se levantó, lanzándole una mirada entre curiosa y ligeramente confusa antes de entrar a la sala de exámenes. Sólo una persona más. Sólo una más y sería libre. Pero, aún así, no le daría tiempo. Faltaban veinte minutos, veinte movimientos más de la aguja de un reloj que él estaba comenzando a desear poder arrancar de la pared. Si pudieran esperar un poco más. Si Kirino tan sólo pudiera...

-Por dios, Takuto, ya está bien. ¿Qué pensaría tu padre si te viera comportarte así?

Shindou volvió a guardar silencio. Dudaba que su señor padre se sintiera especialmente orgulloso de él si descubriera las ganas que sentía de tirar aquel maldito reloj por la ventana ahora mismo.

-Lo siento – volvió a murmurar.

Su madre suspiró.

-No es el examen, ¿verdad? Llevas nervioso toda la tarde, pero no es por eso – Shindou trató de responder, pero su madre lo interrumpió con suavidad - ¿Quién te ha llamado antes?

El chico tragó saliva.

-Madre...

-Takuto. ¿Quién?

-Kirino – el nombre salió de entre sus labios demasiado deprisa; las íes muy cortas, la o final apenas un susurro – Tenía malas noticias: uno de los actores protagonistas de la obra se ha hecho daño en el pie. No puede andar.

-¿Y?

-Era el actor a quien yo sustituía, madre. El Príncipe. No pueden representar nada si no lo tienen a él.

-¿Y te necesitan?

Shindou dudó.

-Kirino dice que se las apañarán, que sólo quería avisarme – murmuró. No pudo evitar volver a hablar – Pero estaba mintiendo.

Su madre lo observó durante un largo rato y, por un instante, Shindou creyó que lo dejaría ir. Fue apenas un segundo de euforia, que duró lo mismo que un fragmento de luz antes de extinguirse.

-Tienes que examinarte – le dijo, reprendiéndole con una sonrisa. Su madre no entendía; no podía entender. – Lo otro es solamente una obra de colegio, ¿no?

Shindou apretó los puños, tratando de asentir. En teoría, lo era. Una obra insignificante, parte de un festival que ningún año valía para nada más que para tener una excusa para vestir a los alumnos con un disfraz ridículo. En primero, habría dado cualquier cosa por haber tenido un examen en lugar de tener que acudir al desfile. Ahora, habría hecho lo que fuera para que la situación fuese al revés.

-No – susurró. Y, en cuanto lo hubo dicho, su voz ganó en firmeza – No – repitió – Todos llevan esforzándose meses para que todo esto salga bien, y yo me ofrecí para el papel suplente. Tengo que hacerlo; les dije a todos que lo haría, y soy su capitán. Tengo que estar allí. Le prometí a Kirino que iría, y cuando me llamó sonaba tan...

Su madre lo miró con los ojos muy abiertos, y Shindou cerró la boca de golpe. Ni siquiera sabía qué demonios había dicho, y no estaba muy seguro de querer saberlo en cualquier caso.

-Así que es eso – murmuró la mujer. De repente, sonreía.

-¿El qué?

-Quieres estar allí; tienes que estar allí, porque Kirino te lo ha pedido.

Shindou se encontró incapaz de responder. Tenía la boca seca, los dedos de las manos entumecidos de tanto mantenerlos apretados contra sus propias palmas. Sabía que lo que su madre había dicho era la pura verdad, lo único que era cierto en aquel caos que no podía entender.

Asintió.

-Supongo que eres consciente de la importancia que da tu padre a tu educación, especialmente en lo que respecta a tus notas en clase, y a la música – cuando su madre habló, lo hizo en un tono perfectamente neutro, como el que constata un simple hecho. – También sabes de sobra que puedes participar en las actividades de tu club siempre y cuando cumplas el resto de tus obligaciones. Un examen de fin de año del conservatorio no puede perderse por algo tan trivial.

Shindou apretó los puños. Aún más. Si seguía así, se haría sangre en las palmas y no podría tocar nada en cualquier caso.

-Ya lo sé – susurró, y llegó a sorprenderse de lo furiosa y desesperada que sonaba su voz. Como cuando Tenma y Shinsuke habían llegado al Raimon, como cuando el Sector V había enviado a Tsurugi a destruirlos; como cuando llevaba una carga demasiado pesada sobre los hombros y se veía incapaz de quitársela de encima. Kirino se lo había pedido. Y él no estaba allí – Pero, mamá, yo sólo...

Su madre le devolvió la mirada, impasible, con los labios levemente fruncidos y una mano sobre la cadera. Luego, y casi a cámara lenta, sonrió.

-¿Hacía cuánto tiempo que no me llamabas mamá? – preguntó, su voz casi divertida – Siempre he sido "madre", "madre", ¿desde hace cuánto? ¿Desde que tenías ocho años? – Shindou parpadeó, pillado tan absolutamente por sorpresa que no supo ni a qué venía todo aquello - ¿Sabes, Takuto? Te pareces a tu padre. Mucho; tanto que hace gracia. Tanto que, a veces, olvido lo más importante.

Shindou logró encontrar su voz perdida en algún lugar oculto de su garganta.

-¿El qué? – quiso saber, y su madre se rió.

-Que, a pesar de todo, y por muy maduro que parezcas ser, solamente tienes catorce años.


Kirino cerró los ojos y contó lentamente hasta diez, cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro. Haruna le había dado aquel consejo antes de dejarlo allí, poco después de decirle que hiciera todo lo que pudiera, que representara su papel como mejor supiera y que los demás ya se las apañarían para buscar un arreglo al asunto del Príncipe.

El chico había asentido y le había dado a la profesora su palabra. Por muy inseguro que se sintiera, no iba a decepcionar a los demás; y confiaba en ellos. Tal vez pudieran sacar a Hayami a escena sentándolo sobre uno de los caballos de cartón piedra. Tal vez Kariya – aunque él había insistido una y mil veces en que no – se supiese todo el papel después de todo y pudieran apañárselas con él. No lo sabía. No sabía nada, y no quería saberlo. De lo único de lo que estaba seguro era de que Shindou no iba a poder llegar a tiempo, por mucho que lo intentase.

Pero ya daba igual; como llevaba repitiéndose toda la tarde, había cosas mucho más importantes. Y él no podía permitirse perder la cabeza; no ahora.

Su primera escena – con las hadas, Ichino, Shinsuke y Aoyama, en la casita del bosque – había salido decente; bien, incluso. Cuando había pisado el escenario, había sentido el ya familiar nudo de pánico tirando de él, no dejándolo respirar, ni mucho menos hablar. Había observado al público y había visto al entrenador Endou, a Kidou, a las admiradoras de Shindou, a su familia; se había detenido en el asiento vacío junto a su madre y no había querido volver a mirar.

En lugar de eso, había cerrado los ojos y se había concentrado en la música; una música que conocía demasiado bien – igual que conocía a quien la había compuesto. Nadie la había escuchado hasta entonces, salvo él, que había tenido el privilegio de escuchar una pieza que no era aquella, antes de todo lo demás, antes del caos. Y, sin embargo, era como si él casi pudiera tararearla, como si aquellos meros acordes pudieran calmarlo.

Y entonces había alzado la cabeza y había hablado.

Todo había seguido bien a partir de entonces. Se había sentido vagamente consciente de todos los ojos sobre él, y del hecho de que estaba disfrazado, detenido en medio de un escenario, recitando su papel mirando a la cara a Ichino, Aoyama y Shinsuke, que apenas eran tres borrones vestidos de rojo, verde y azul.

Tal vez su voz hubiera temblado, sólo un poco. Tal vez sus movimientos hubieran sido un poco rígidos. Shindou le habría dicho que, después de tanto ensayo, el resultado final tendría que haber sido un poco mejor, y él se habría reído y lo habría mandado al cuerno.

Pero la escena acabó, dio paso a otra y a él Hikaru se lo había llevado a una esquina oscura para prepararlo; para pasarle un peine por el pelo y retocarle el vestido. Quiso quitarle el móvil, y él, por primera vez desde que había llegado, se resignó a soltarlo y dejar que el chico se marchase con él.

La siguiente escena era la del bosque, después de todo; el punto favorito de Haruna de toda la obra. Y Kirino esperaba que hubiesen encontrado un modo para que Hayami lograra caminar derecho; para que Kariya se aprendiera las líneas de texto que no había tenido que ensayar en apenas cinco minutos.

Por eso estaba allí, solo junto a la salida del escenario mientras la música sonaba y el telón se abría. Porque de aquella escena dependía que la obra saliera bien o mal. Y él era la mitad de esa escena.

"Allá voy" se dijo "Todo saldrá bien, ¿no, Tenma?"

Y se obligó a caminar, con los ojos cerrados, y, cuando se detuvo, supo que estaba en el centro del escenario y los abrió. El público aguantaba la respiración a uno de sus lados; la salida por la que el Príncipe aparecería era un agujero negro detrás de él. Haruna estaba oculta entre bambalinas, justo donde él podía verla y, tras clavar sus ojos en los suyos, asintió suavemente con la cabeza y desapareció.

Aquello había sido el visto bueno; Kirino podía empezar a recitar.

Así que comenzó, con la voz más firme que logró conseguir. Debía poner palabras a una larga poesía, casi una canción, y trató de concentrarse completamente en lo que decía. En algún punto cercano al final de su recital, el Príncipe debía de aparecer en escena, a su espalda, y, durante un instante, temió que no viniera nadie. Luego oyó pasos, el quedo murmullo del público, y supo que había alguien más allí. O Hayami o Kariya; o Kariya o Hayami. Pronto lo averiguaría, suponía, así tomó aire y comenzó a pronunciar las palabras de aquella última frase en solitario.

-Una vez...

Y otra voz, tal y como rezaba el guión, lo interrumpió.

-...Una vez en un sueño.

Kirino se quedó clavado en el sitio. Parpadeó, tratando de dilucidar si seguía de pie, en el escenario, o si una de las nubes de madera de Hikaru se había desprendido del techo y le había golpeado en la cabeza. Porque tenía que ser aquello; tenía que ser algo así. Porque él, a pesar de todo, y por mucho que estuviera parado en medio de un escenario, disfrazado y rodeado de gente, habría podido reconocer aquella voz en cualquier parte.

Así que se giró. Y entonces lo vio.

"Shindou"

Estaba... raro, vestido de azul, y rojo, y oro, con los ojos oscuros muy brillantes, la respiración tan agitada como si hubiera llegado allí corriendo y el botón superior del traje suelto a causa de las prisas. En otra ocasión, Kirino se habría reído; habría bromeado diciendo que aquel disfraz le quedaba que ni pintado si lo que quería era dar órdenes al servicio de su casa, pero en aquel momento se quedó mudo, mientras parte de él se preguntaba cómo demonios había hecho Shindou para lograr estar allí a tiempo y la otra simplemente se alegraba de verlo, con un alegría que era casi doloroso.

Shindou, frente a él, tampoco se movía. Cuando lo había mirado por primera vez, había parecido extrañamente resuelto, con los ojos echándole chispas y el ceño fruncido, pero ahora daba la impresión de estar confuso, como si no supiera bien cómo mirarlo, o siquiera qué estaba haciendo allí.

Por suerte, en aquella escena, tanto el Príncipe como la Princesa tenían que parecer estúpidamente sorprendidos, así que el público no pareció notar nada extraño cuando Kirino comenzó a recitar su diálogo con un par de segundos de retraso, ni cuando Shindou pareció detenerse unos instantes para ordenar sus ideas y recuperar la compostura antes de responder. De hecho, el chico no supo cuánto duró la escena, ni cuánto tardaron en recitar todas las líneas. Incluso siguió sin ser capaz de pensar durante todas sus escenas, al menos hasta que Nishiki le pinchó el dedo con el huso de una rueca y lo ayudó a caerse al suelo de modo convincente.

Después, el telón cayó y los aplausos sonaron y, cuando se acallaron, un corro de gente lo rodeó.

-¡Muy bien, Kirino! – lo felicitó Hamano - ¡Hasta yo me lo he creído!

-¡Has estado genial, Kirino-senpai! – Tenma, esta vez, corriendo hacia él.

-¡Ha sido estupendo! – añadió Nishiki, soltando una carcajada – Aunque los de tercero tienen razón cuando dicen que deberías aprender a andar más como una chica. Así, en vez de una princesa, más bien pareces la hermana marimacho de Midori.

-¡Eh, Nishiki! ¡Te he oído!

Las voces continuaron durante un rato más, así como los apretones de manos y las palmaditas en la espalda. Kirino no pudo evitar alegrarse de, después de todo, hubieran logrado salvar la primera parte de la obra después de tanto desastre, pero algo en él casi agradeció que Haruna apareciera de repente para dispersarlos.

-¡Vaya, muy bien, Kirino-kun! – dijo – Y tú también, Shindou-kun. A estas alturas, pensé que no llegabas. ¡Apareciste justo a tiempo para salvarnos a todos!

Kirino dio un respingo. Ni siquiera se había dado cuenta de que su amigo estaba allí, pero Shindou estaba mirándolo a él, directamente, con una expresión absolutamente indescifrable. El chico clavó la vista en su profesora.

-Otonashi-sensei... – comenzó, pero ella hizo un gesto con la mano.

-Tengo que encargarme de los decorados para el segundo acto – comentó – Aprovechad el descanso, ¿de acuerdo?

Kirino quiso protestar, pero, para cuando pudo abrir la boca, Haruna ya no estaba. Alarmado, descubrió que allí no quedaba nadie más, que aquella zona del backstage estaba tranquila y absolutamente silenciosa, como si todos los seres vivos en aquel lugar se hubieran puesto de acuerdo para dejarlos solos a Shindou y a él.

Lo cual quería decir que ya había llegado la hora. El momento de poner las cartas sobre la mesa. Kirino ni siquiera había pensado que hubiera podido haberlo estado esperando con tantas ansias, o que pudiera tener tantas ganas de salir corriendo de allí, todo a la vez.

Lo peor de todo era que no sabía qué decir. Y que, a juzgar por lo tenso que parecía estar, Shindou tampoco tenía ni la menor idea. Así que pensó que lo mejor que podía hacer era romper el silencio; hacerlo estallar de una vez por todas y acabar con aquello. No estaba acostumbrado a sentirse incómodo delante de su mejor amigo, y el sentimiento no le gustaba en absoluto.

-Has venido – susurró, y su voz sonó tan ronca como si no hubiera hablando en cien años.

-Sí.

-¿Cómo has podido...? Creía que no había tiempo. ¿Y el examen?

Shindou dudó un instante, pero finalmente suspiró y lo miró a los ojos.

-No lo he hecho.

-¿Qué?

-Que no lo he hecho. Me llamaste, Kirino, y tenía que venir. El examen no era importante.

El chico parpadeó, tratando de asimilar la información. Estaba lo suficientemente familiarizado con las clases de piano de Shindou como para saber que aquel examen sólo se hacía una vez cada doce meses, sin excepciones, y que no presentarse implicaba suspender hasta la próxima convocatoria; un año entero después. Kirino sabía que tendría que haberse sentido conmovido por el hecho de que su amigo hubiera hecho semejante tontería por él. Tal vez hubiera sido capaz de considerarlo si no hubiera sentido ganas de dejarle el ojo morado de un puñetazo.

-Shindou Takuto, eres imbécil.

-¿...Eh?

-¿Has salido corriendo antes de un examen, has dejado plantado al profesor? ¿Tú, entre todas las personas de esta ciudad, vas a repetir el curso de piano por venir a hacer de Príncipe en una obra de instituto? ¿Sólo porque yo te llamé? – Shindou asintió, y Kirino se acercó más a él, sin alzar la voz. De haber comenzado a hablar en gritos, estaba seguro de que lo habrían escuchado desde el conservatorio, y no es que estuviera precisamente cerca, ni que tuviera muchas ganas – De haberlo sabido, me habría quedado callado. O habría tirado el teléfono a la basura, directamente. ¿Pero sabes lo que has hecho? Tus padres van a matarte.

-Mi madre me ha traído hasta aquí en el coche de la familia, Kirino – replicó su amigo en un tono repentinamente tan ligero que parecía casi divertido. Durante un momento, el chico se preguntó qué le parecería tan gracioso. Después, cayó en la cuenta de que, en la mayoría de los casos, Shindou era quien lo reprendía a él, y él quien esbozaba la sonrisa más inocente posible y buscaba una buena excusa. Era un cambio curioso, aquel. Daba menos miedo que todo lo que implicaba, que lo que iba a venir a continuación – Y sí, sé perfectamente lo que he hecho. Te conozco, mucho mejor de lo que tú crees: no me habrías llamado si no me necesitases, y yo ayer te prometí que vendría.

-No tendrías que habértelo tomado tan en serio. No hacía falta que...

-Sí – Shindou pronunció aquella palabra con tanta firmeza que hizo que Kirino sintiera un escalofrío – Porque tú y yo tenemos una conversación pendiente, ¿verdad?

El chico deseó poder encogerse sobre sí mismo; cerrar los ojos y desaparecer. Había creído que, una vez puestas las cosas claras en lo que se refería a sí mismo, el miedo desaparecería, pero aquel sentimiento todavía estaba allí, reacio a marcharse. Miedo al rechazo. Miedo a que las cosas se torcieran. Miedo a que, llegado un día, Shindou y él no pudieran encontrarse frente a frente. A que su mejor amigo nunca jamás considerara seriamente el repetir un curso entero de piano para venir a hablar con él sólo porque Kirino estuviera seriamente desesperado.

Pero no había vuelta atrás. Ya no. Aquel era el día en el que aquel problema quedaba resuelto, de un modo u otro.

-Está bien – murmuró – Adelante.

Shindou entreabrió los labios, como si buscara las palabras, pero no fue capaz de encontrarlas. Kirino lo observó, expectante, sin mover un solo músculo, hasta que su mejor amigo reaccionó y dijo una única frase, que tampoco aportó nada especialmente nuevo.

-Te... besé.

Kirino se oyó soltar una risita estúpida, casi un resoplido ahogado, entre dientes.

-Creo que yo también tuve mi parte de culpa en eso – susurró.

-Supongo – Shindou esbozó una réplica de la sonrisa culpable de antes, sólo que más tenue – Pero el que empezó fui yo... Así que por eso...

-¿Sí?

Su mejor amigo tomó aire y lo miró. Cuando lo hizo, en sus ojos había algo, una especie de luz, casi como fuego. Su voz también pareció impregnada de esas mismas llamas: fuego de dudas, temores, secretos, quemando el espacio entre los dos.

-Mira, Kirino, es... No sé cómo explicarlo claramente, pero es como si me estuviera volviendo loco, ya te lo dije. – sorprendido, el chico intentó hablar, interrumpirlo, pero Shindou no le dejó – No sé qué ha pasado; no sé por qué ha pasado. Probablemente fue algo gradual, no lo sé, pero hay algo que ha cambiado entre nosotros; algo que no puede volver a ser lo mismo. Todo lo que sé seguro es que hay algo que es distinto, y yo sólo...

Kirino permaneció callado, expectante, sintiendo que los latidos de su corazón amenazaban con dejarlo sordo. ¿Podía ser...? ¿Aquello...?

-De acuerdo – Shindou se apartó el pelo de la cara y volvió a empezar, con un aire increíblemente frustrado – Cuando salí corriendo detrás de ti; cuando querías marcharte a casa y yo no te dejé, me preguntaste qué quería. Y yo te besé. Y no me arrepiento. Tal vez tendría que hacerlo, no lo sé; tal vez debería tener en cuenta que tú estabas enfadado, que llevamos juntos desde pequeños, de que esto tal vez vaya para peor. De que tal vez te esté forzando a...

Kirino no pudo evitar soltar una carcajada. Fue un sonido ahogado, prácticamente inaudible, pero, en el silencio tras el escenario, Shindou lo oyó con claridad y se quedó callado, completamente estupefacto. Kirino no pudo evitar sonreír otra vez, en esta ocasión porque había comprendido algo. Estaba pretendiendo que fuera Shindou quien hablara cuando era obvio que no había encontrado las palabras. Quería que él le dijese lo que necesitaba oír, pero tal vez fuera el propio Kirino quien tuviera que hacerlo.

Así de simple; así de claro. Porque él sí que tenía las palabras.

-¿Forzarme a qué? ¡Por dios, Shindou, si hubiera querido que pararas, te aseguro que te habrías enterado, por las buenas o por las malas! – Kirino volvió a reírse, esta vez de verdad. Se sentía muy extraño; débil y fuerte al mismo tiempo; asustado y muy valiente – Tengo que pedirte un favor. Yo también tengo que decirte algo, así que, ¿podrías esperar en silencio hasta que acabe? ¿Escucharme hasta el final a mi primero?

Shindou lo observó como si estuviera considerando seriamente el continuar su verborrea sin sentido pero no tardó en asentir.

-¿Recuerdas el momento en el que comenzamos a ensayar la obra y tú quedaste con Yamana? ¿Cuando yo os seguí?

Kirino casi se esperaba el momento en el que Shindou empezó a protestar, poniendo su mejor cara de circunstancias, como si estuviese en medio de un partido y le hubiesen pitado una falta injusta en contra.

-Eso no tiene que ver con...

-¿Quieres dejar de pretender organizarlo todo, capitán? Es mi historia, y me has dicho que me ibas a dejar contarla, ¿no?

Muy a su pesar, y confuso como estaba, Shindou volvió a cerrar la boca.

-Cuando lo descubriste, te enfadaste conmigo, ¿recuerdas? – Kirino continuó en tono suave, descubriendo que las palabras salían solas, una detrás de otra, después de tanto tiempo ocultándolas – Hubo un momento en el que me pediste saber por qué lo había hecho, y yo no te pude contestar, así que tú me perdonaste. Me dijiste, exactamente, que ya te diría lo que tuviera que decirte cuando estuviese listo para hacerlo.

Cuando Shindou preguntó, lo hizo en un susurro.

-¿Y ahora es cuando me lo cuentas?

-Ahora. Ahora o nunca – murmuró Kirino, consciente de que era cierto. – Así que ahí va. – una pausa, otra pausa y palabras - ¿Recuerdas todo lo que hice? Lo que dije, las mentiras que conté... Todo, supongo, fue por algo estúpido. Estúpido porque estaba celoso de alguien, sólo eso. Lo cual me lleva a otro asunto, supongo, a otra razón más profunda. La razón de verdad.

Esta vez, Shindou no habló. Estaba absolutamente atento, con el rostro en penumbra y los ojos muy brillantes. En ocasiones, si se los observaba con atención, podía distinguirse un brillo casi rojizo en aquellos ojos, y hoy era uno de los días en los que aquello parecía especialmente patente. Kirino pensó que eran bonitos. Siempre lo había pensado; como una constante, así que se aferró a ello y clavó la vista en ellos antes de seguir.

-La razón por la que hice todo eso, la auténtica razón, es porque estaba... enamorado; completamente. Y... y todavía lo estoy. – Kirino suspiró. Por primera vez, desde que todo había empezado, se sintió extrañamente libre, casi como si pudiera flotar, y sonrió. Aquel era su último instante para mentir, para rendirse al miedo y guardar secretos. Así que habló, en tono suave, sin dejar de mirarlo - ¿Sabes? Es curioso. Podía haber sido cualquier persona; pero eso no podía ser, ¿no? Tenías que ser tú. Tú, como siempre.

Kirino permaneció donde estaba, quieto como si alguien hubiera detenido el tiempo. Pudo observar cómo Shindou daba un respingo al escuchar sus palabras; cómo sus ojos se iban abriendo más y más mientras iba asimilando la información; mientras comenzaba a ser consciente de lo que implicaba.

-¿Yo? – murmuró con un hilo de voz.

Kirino asintió, y se sintió sonreír.

-No es... ¿Sabes? No pretendo nada con esto. No quiero forzarte a nada, ni quiero que sea una carga. Simplemente pensé que debías saberlo.

Shindou clavó los ojos en el suelo, todavía sin responder. Aún no había salido corriendo, y aquello era bueno, pero su falta de palabras estaba haciendo que la calma que Kirino había conseguido reunir se desmoronara por momentos.

-Shindou – murmuró, y su voz, por primera vez, tembló – Shindou, por favor, di algo.

Durante un instante, Kirino creyó que su amigo ni siquiera lo había escuchado, pero entonces, el otro chico, por fin, reaccionó. Moviéndose de un modo tan súbito que él apenas pudo sentirlo hasta que fue demasiado tarde, Shindou lo aferró del brazo y lo atrajo hacia sí hasta que los dos estuvieron tan cerca que su piel quemaba. Aquello tenía que ser bueno; o quizás no: a aquellas alturas daba igual, porque sus caras estaban tan sólo a unos pocos centímetros, y él no podía pensar en nada lógico.

-Kirino – murmuró su amigo, y él se sintió estúpidamente anhelante; estúpidamente frágil. ¿Iba Shindou a decir algo? ¿Iba a añadir algo más o iba a...?

-¡Shindou-kun! ¡Kirino-kun! ¡Se acaba el descanso!

Ante el sonido de aquella voz conocida – de Haruna, por supuesto – los dos dieron un respingo y se separaron de un salto justo en el momento en el que su profesora aparecía en aquella equina del backstage junto con todo el equipo de disfraces. Kirino recordó el instituto, a sus compañeros, la obra; durante un instante, se había olvidado de todo.

-¡Shindou-kun, tienes que salir al escenario! Y tú, Kirino-kun, tienes que ponerte la ropa de la escena final. Y procura intentar que los del club de periodismo no te vean, ¿de acuerdo? A saber dónde pueden estar, esperando para conseguir una buena foto de portada.

El chico asintió, tratando de ubicarse. Una parte de su mente comentó con vocecilla irónica que esperaba que no hubiera habido ningún periodista amateur en esa sala antes, pero él la ignoró. Estaba comenzando a sentirse más y más avergonzado por momentos, y girarse hacia Shindou con aire aparentemente natural le supuso todo un reto.

-¿Te veo ahora?

Su amigo se quedó callado, y Kirino suspiró y dio media vuelta. Acababa de dar el primer paso cuando una mano lo aferró por la muñeca, obligándolo a detenerse con suavidad.

-¿No quieres una respuesta? – murmuró la voz de Shindou tras él. Sonaba justo junto a su oído, tan baja que Haruna y los demás probablemente ni se habrían dado cuenta de que había hablado, pero a Kirino le bastó para sentirse completamente expuesto, extraviado como un niño.

-¿Es verdad que tienes una? – preguntó.

-¡Kirino-kun, date prisa!

El chico se giró, pensando. Necesitaba saber aquella respuesta, pero no podía ser ahora. Así que habló, justo en el oído de Shindou, y dijo lo primero que se le ocurrió.

-Bésame – murmuró.

-¿Ahora?

Kirino negó con la cabeza.

-No. En la obra. La escena del beso es la próxima que tenemos juntos, ¿recuerdas? El público está sentado muy abajo, así que, si simplemente te acercas mucho, aunque no llegues a besarme no se enterarán. Si tu respuesta va a ser que no me quieres, o si tienes alguna duda, por pequeña que sea, sobre todo esto, no me beses de verdad. Pero si tú... En fin, ya sabes; entonces hazlo en serio. ¿De acuerdo?

Kirino ya le había dado la espalda cuando oyó a Shindou suspirar.

-De acuerdo.

El chico llegó hasta el equipo de disfraces y, tras un último vistazo atrás, los siguió hasta el despacho que utilizaban como vestuario. Durante el camino, agradeció la semipenumbra de los pasillos, porque tanto Kariya como Hikaru, que volvía a acompañarlo a modo de asistente, lo estaban observando con un aire que no era del todo casual, y a él le estaba empezando a dar la impresión de que las mejillas le estaban ardiendo de un modo que no dejaba lugar a ninguna duda.

¿Se podía saber a santo de qué le había dicho a Shindou semejante cosa?


El resto de las escenas pasaron casi demasiado rápidas, la mitad de ellas mientras Kirino acababa de enfundarse en su último disfraz, la otra mitad mientras esperaba entre bambalinas a que llegara su turno.

El Príncipe – Shindou – escapó del castillo donde el brujo lo tenía prisionero, corrió a través de los bosques, mató al dragón. Luego, el telón cayó, y todos se movilizaron para preparar aquella última escena, el momento final que acabaría de decidir si todo había acabado tal y como debería.

Kirino, hecho un mar de pelo rosa y volantes blancos, simplemente se dejó llevar por Haruna, que se encargó de acostarlo, colocarle bien el disfraz – su enorme secreto de estado, a punto, por fin, de desvelarse – sobre su improvisada cama y dejarlo solo en medio del escenario, tras saludarlo con la mano y salir de su campo de visión.

El chico escuchó sus pasos. Luego, nada. En teoría, el telón debería de alzarse pronto, así que simplemente decidió dejar el cuerpo inerte y cerrar los ojos. Al menos, una vez la escena diera comienzo, podría concentrarse en la música. Si se dejara llevar por ella, tal vez no escuchara al público cuchichear delante de él, ni tampoco a Shindou venir. Al menos, podría quedarse tranquilo en la ignorancia en vez de verse seriamente tentado a levantarse de allí, salir corriendo y llevar a Kurama al escenario a empujones para que representara el maldito papel que le había tocado en el sorteo.

Ojalá pudiera, sí. Ojalá pudiera.

Los segundos pasaron, tan largos que parecían minutos, y los minutos se convirtieron en horas. Finalmente, y tras lo que pareció una eternidad, se escuchó el sonido del telón al subir y las voces del público se apagaron.

Y después, silencio.

Durante un momento, Kirino se sintió tan desconcertado que estuvo a punto de abrir los ojos y mirar a su alrededor. Se suponía que la escena ya había empezado, así que, ¿dónde estaba la música? Shindou había preparado cada pieza con meticuloso cuidado antes de entregárselas a Haruna, ¿no? ¿Por qué, entonces, no sonaba nada?

La voz de Shindou, desayunando en su casa, le vino entonces a la cabeza.

"Hay un tema para la obra que no he logrado acabar a tiempo"

Y después, su propia respuesta, tan furiosa como enfadado había estado él aquella mañana.

"A lo mejor si no se te ocurre nada quizá sea porque en esa escena no haga falta música. Tal vez todo lo que se necesite sea un poco de silencio, para variar"

Pues bien, al parecer, Shindou lo escuchaba incluso en los momentos en los que discutían y le había hecho caso con la escena en cuestión. Lo que Kirino no había sabido era que se trataría precisamente de aquélla, ni de que no sólo se trataría de una escena más. En ocasiones, sentía deseos de estrangularse a sí mismo por no poder mantener su enorme boca cerrada.

"Maldita sea, Shindou" pensó, y trató de concentrarse en su propia respiración, tan acompasada que parecía imposible que una parte de él estuviese temblando por dentro.

El público permaneció callado, expectante, y Kirino sintió cómo la tensión crecía también en su interior, dejándolo absolutamente inmóvil. Más allá, sólo había silencio; un silencio casi sobrenatural, asfixiante.

Aquella quietud horrible se extendió durante algunos segundos más. Luego, llegaron los pasos.

Kirino contuvo un respingo. Conocía aquellos pasos; conocía la cadencia al caminar. Cuando resonaron sobre el suelo de madera, casi parecieron ahogarlo todo, acercándose más y más, a un ritmo lento y constante. Se vio a sí mismo detenido en medio de aquel gimnasio, hacía tanto tiempo atrás que casi parecía una eternidad, observando a Shindou dormir, y no pudo evitar esbozar una sonrisa asustada a pesar de todo, porque las tornas habían cambiado de nuevo. Los pasos no tardaron mucho en llegar a su lado; parecieron dudar, se detuvieron. Luego, el colchón se hundió levemente bajo el peso de un cuerpo humano, como si alguien se hubiera sentado allí, y Kirino aguzó el oído, contuvo la respiración, cerró los ojos con más fuerza.

Todo se detuvo un instante; todo se quedó en silencio. El chico tomó aire, despacio, y lo soltó de súbito al oír el sonido del susurrar de tela, como si alguien se moviera, inclinándose hacia él.

Kirino tuvo que reunir toda su fuerza de voluntad para no abrir los ojos. La ceguera era insoportable. La incertidumbre lo era aún más. Podía sentir a Shindou allí: una mano sobre el colchón, junto a su hombro; el peso de su cuerpo, en el borde de la cama; su respiración, apenas agitada, partiendo el silencio primero; después, sobre su piel, sobre su rostro, sus labios. Tan cerca que su calor casi dolía.

Todo permaneció así durante unos instantes, con el público enmudecido y Kirino quieto, absolutamente quieto, tanto que creyó que el corazón, que en aquel instante latía como si fuera un tambor, se le iba a parar en el pecho. Pasó un segundo. Luego otro.

Y luego absolutamente nada más.

Kirino tragó saliva, sintiendo cómo una punzada de amargura le cruzaba el pecho. Cerrando los ojos con más fuerza, escuchó a su amigo tomar aire, deseando poder moverse, salir de allí.

Y, entonces, Shindou se movió hacia delante, y de repente lo estaba besando, y Kirino se había quedado sin aire, y sin palabras, y sin capacidad para respirar. Y cuando su amigo se retiró, se olvidó de que se suponía que tenía un guión que representar, se olvidó de Haruna, de todos los demás y abrió los ojos.

Shindou estaba allí, todavía muy cerca, con el eco de una sonrisa en los labios, y Kirino no necesitó nada más para estar seguro.

-¿De verdad tú...? – musitó.

Su mejor amigo pareció a punto de echarse a reír.

-Siento haber tardado tanto.

Kirino sintió ganas de soltar una carcajada, de llamarlo idiota allí mismo, de pellizcarse hasta hacerse sangre para cerciorarse de que todo aquello no era alguna clase de sueño. Al final, lo mandó todo al infierno, se incorporó hasta quedar de rodillas sobre el colchón y lo volvió a besar.

Pudo escuchar a Shindou soltar una especie de exclamación ahogada, lo notó perder el equilibrio y, durante un instante, pensó que los dos iban a caer al suelo - y le dio igual. Después, sintió cómo su amigo resbalaba del colchón hasta quedar de pie, cómo lo sujetaba por la cintura para pegarlo contra él y, de repente, la falta de equilibrio ya no era un problema.

Fue entonces cuando alguien los vitoreó y el público empezó a aplaudir.

-¿Qué...? – Shindou se separó de él y miró a su alrededor. A juzgar por la expresión en su cara, acababa de recordar dónde estaba exactamente, y Kirino no podía culparlo. Él tampoco había se había acordado de los disfraces, ni de la obra, ni de las doscientas personas de público que probablemente ahora deberían de estar pensando que acababan de ver la escena de beso más fielmente representada de toda la historia de los festivales estudiantiles hasta que habían empezado los aplausos.

-Sonríe – murmuró. – Ya baja el telón.

Shindou lo observó como si acabase de ver un fantasma pero, a los pocos instantes, estaba haciendo serios esfuerzos para no echarse a reír. Cuando el telón cayó, lo observó tratando de parecer muy serio.

-Otonashi-sensei nos va a matar. Creo que le hemos cambiado el guión.

Kirino bajó del colchón de un salto y se echó a reír. Recordaba que, cuando todo aquello había empezado, había creído imposible que Shindou pudiera ser su mejor amigo y corresponderle a la vez. Ahora, todo aquello le parecía la cosa más estúpida del mundo.

-Puede. Un poco. – bromeó – Pero creo que el público no se ha dado cuenta.

Shindou suspiró.

-Les hemos dado su final feliz después de todo, ¿no?


Todo lo que pasó a continuación fue como un torbellino borroso.

Los aplausos y más aplausos del público, que parecían realmente entusiasmados, las felicitaciones de sus compañeros de equipo y sus patentes e inexplicables miradas de alivio; los reproches fingidos de Haruna por el cambio final de guión... Incluso la expresión sorprendida de Kirino y el codazo en las costillas que le dio al ver a Hayami cruzar el escenario andando fueron para Shindou poco más que una acumulación de recuerdos almacenados en desorden en una esquina oculta de su memoria.

-Tenéis que salir a saludar – les habían dicho, y él había obedecido, caminando detrás de Kirino, que actuaba como si estuviera entre sorprendido y absolutamente eufórico.

El público pareció estallar en aplausos delante de ellos: alumnos que no conocía, miembros de otros clubs. Incluso, al fondo, los padres y las tres hermanas de Kirino, y su propia madre, que, incluso en la distancia, lo miraba como si no tuviese remedio.

Sabía que, más adelante, tendría que reunir toda aquella información, clasificarla, decidir qué le gustaba de aquello y qué no, pero en aquel instante se sentía incapaz de pensar en nada racional.

Todo lo que podía recordar era la angustia durante el trayecto desde el conservatorio hasta el instituto, pensando en que no llegaba, que Kirino tendría que apañárselas sin él; cómo había corrido hasta casi quedarse sin aliento; cómo había logrado cambiarse de ropa y subir al escenario justo a tiempo, y en cómo su mente había seguido siendo un caos, incluso después de encontrar a Kirino. Incluso después de comenzar a hablar con él.

Porque a Shindou, después de todo, no le gustaba el caos y, en los últimos meses, el orden en el que se empeñaba en someter a todas las cosas a su alrededor había saltado en pedazos, las líneas se habían desdibujado y el mundo había parecido estallar. Y entonces, y cuando todo parecía demasiado confuso como para ser real, Kirino se había parado delante de él, con los ojos turquesa brillantes y una sonrisa en los labios y había hecho que todo estuviese bien con apenas un par de palabras.

"Podía haber sido cualquier persona" le había dicho "Pero eso no podía ser, ¿no? Tenías que ser tú."

Y Shindou lo había comprendido. Y las piezas habían encajado. Así, todo tenía sentido; era mucho más fácil creer que aquello tenía que ser así; mucho más sencillo darle un nombre y pensar, con total seguridad, que, de un modo u otro, todo saldría bien.

En el presente, los aplausos del público crecieron en volumen. Todos los actores estaban saludando, con Kirino y él en el medio y, casi como si se tratase de un movimiento reflejo, los dos se miraron, se cogieron de la mano y se inclinaron en una reverencia al mismo tiempo.

Era casi divertido, después de todo – lo curiosa que podía llegar a ser la vida. Porque, después de tantos meses de dudas; después de las peleas, los malentendidos y las noches de insomnio que parecían interminables, Shindou no había tardado ni un segundo en saber que iba a besar a Kirino en el mismo momento en el que había subido al escenario.

Lo había sabido desde antes, en realidad. Desde el mismo instante en el que su amigo lo había mirado y le había contado en qué consistía el secreto que había estado guardando durante tanto tiempo.

Porque en el momento en el que Kirino había empezado a declararse, cuando había hecho una pausa después de decirle que estaba enamorado de alguien y antes de decir el nombre, él sólo había podido pensar en una cosa, de un modo tan fuerte y tan continuo que el impacto de aquello lo había dejado sin palabras. Una sola frase, apenas unas cuantas sílabas que, sin embargo, tenían un significado mucho más profundo.

Una frase que indicaba que, quizás, Shindou fuera incluso mejor que Kirino guardando secretos. Porque podía esconderlos muy bien, incluso de sí mismo, hasta que eran tan obvios que tenía que dejarlos salir.

Apenas un pensamiento, un ruego.

Un simple "Por favor. Por favor, que esa persona sea yo"


Notas de la autora:

En fin, aquí estamos, después de casi un año de fic y, por fin, la historia como tal se ha acabado.

¿Qué os ha parecido? ¿Comentarios, opiniones, patadas en la cara? Me interesaría mucho saber qué pensáis.

Dicho esto, queda añadir que sí, ECDLS tiene un capítulo más, un epílogo, que subiré dentro de poco y que cierra un poco, por decirlo así, lo que ha venido pasando con los personajes secundarios. Shindou y Kirino aparecen también, tsk tsk, pero lo que es la historia, tal y como se narra, ha llegado al final. Haré unos agradecimientos como dios manda en el momento de subir el epílogo como tal pero, por lo pronto, muchas gracias a todos los que habéis leído esta historia hasta el final y me habéis animado a seguir con ella.

Como último punto de shameless spam, además, os recuerdo que tengo otro fic empezado, Punto Ciego, y os animo a echarle un vistazo ^^

Dicho esto, paso a contestar los reviews anónimos y me despido de vosotros hasta el epílogo de ECDLS.

R&R!


Contestación a los reviews anónimos.

ShindouTakuto:

¡Hola de nuevo, y gracias por el review! La verdad es que, en parte, a mí también me ha sorprendido que la historia como tal se haya acabado ya, pero todo termina tarde o temprano :'D En cuanto al tema de una continuación, es algo que ya me han comentado, pero prefiero dejar la historia como está, tal que así, y empezar otra. Curiosamente, de todas formas, mi nuevo fic se ambienta exactamente en un momento del tiempo en el que Shindou y Kirino son algo más mayores así que, aunque para mí sean fics completamente independientes, siempre podría tomarse como una especie de segunda parte rara (?). OKNO, pero bueno, cada lector imagina lo que quiere xD

Y sobre otro tipo de temas... Tsk, tsk, tsk xD ECDLS no está preparado para el R-18 (?) XDDDD Simplemente, estaba pensado para ser adorable, no sexy (quitando ciertas escenas con paredes involucradas), y por eso el Rating es sólo de T xD

Dicho eso, un saludo, y espero que sigamos leyéndonos ^_^