Autor: Shameblack

Título: Celda 528

Fandom: Naruto

Pairing: Naruto/Sasuke

Resumen: Semi Au. La celda 528 es la maldita de la prisión. Nadie sabe qué hay adentro y nade se quiere enterar.

Género: Romance/Friendship/Misterio/Angst/ ¿?

Disclaimer: Ningún personaje me pertenece, ellos son de Kishimoto.

ADVERTENCIA: Este capítulo -además de ser kilométrico, ups- contiene escenas muy explícitas de violencia, lenguaje vulgar y un montón de angst. En plan, ni yo puedo con él. Así que, ir con cuidado (?).

En fin, disfruten.


Celda 528

Parte V
-Dedicado a Free-eyes. Take this, bitch-

Seguir el rastro de la pelirroja resultó bastante difícil, sin embargo el de Tsunade era un tanto más específico. Se guiaron por el camino, ya con la noche cayendo sobre sus hombros. Naruto se esforzaba en calmarse, y en concentrar su furia y miedo en algo mejor, en algo que les sirviera en esos momentos. Pero simplemente no se podía concentrar del todo. Las palpitaciones en su pecho subían y subían, por lo cual solo se desquiciaba un poco más. Escuchaba el bombeo como si su corazón se encontrara a un lado de su oído, y esas voces revoltosas gritaban, furiosas y acobardadas. Todo en su interior era un caos.

Entonces un grito rompió la decadencia del ambiente. Y a éste le siguieron otros. En la villa se podían apreciar unas cuantas llamas, que coloreaban de anaranjado el panorama tan oscuro que esa noche de luna menguante presentaba.

Kakashi era quien lideraba el rastro, a la par que uno de sus tantos perros ninjas. Iban corriendo por calles, casas y en ocasiones entre algunos árboles que se atravesaban en el camino. Los gritos y sollozos solo iban en aumento, cada vez formando un coro más y más grande. Hasta que Naruto lo escuchó, el pequeño murmullo, un timbre de voz que reconocería donde fuera.

Con el corazón en la mano, y las lágrimas arrejuntadas en sus párpados, se acercó cuánto pudo hacía el lugar de donde provenía la voz de Kushina. Un grito desgarrador, que terminaba en largas notas rasgadas, casi rotas. Seguía corriendo, alcanzando a Hatake e incluso superándolo. Atravesó un par de árboles y llegó.

Su madre se encontraba en el suelo, con sangre alrededor y en su cuerpo. Sus mejillas estaban pálidas, y su cabello desperdigado sin compasión. Cerca de ella la sombra de dos hombres, que la miraban serenos. Uno de ellos portaba una espada reluciente, que apuntaba hacía el pecho de la taheña. Poco a poco aquél hombre se acercó a la bermeja, blandiendo tranquilo la hoja del arma, casi jugando. Kushina entonces comenzó a arrastrarse hacia atrás y estando a punto de hacer sellos el otro hombre, quien no se había movido ni un poco, extendió una mano hacia ella y la cerró. Al instante otro grito desgarrador atravesó la noche, llegando hasta los oídos de Naruto.

El rubio vio cómo su madre se retorció de dolor, cómo arqueó la espalda y gritó con las venas del cuello marcadas en su blanca piel. Las manos se cerraron en la tierra, en un acto de desesperación. El hombre de la espada, todavía sereno, retomó la tarea de acercarse a la mujer, quien se contorsionaba sobre el suelo. Tomó el arma y en lo alto la volvió a apuntar hacía el pecho de la pelirroja. En un instante dejó caer el pesado objeto, partiendo el aire a su paso.

El ruido seco inundó la noche. Todo sucediendo demasiado rápido.

En el suelo, la mancha de sangre seguía esparciéndose, mas la punta de la espada solo tocaba el sucio polvo de la tierra. A unos metros, Naruto sostenía contra su pecho a su madre, que aún jadeaba adolorida. Había alcanzado a sacarla de ahí, a resguardarla del arma blanca que había estado a punto de atravesar su pecho.

Sentía el enfado recorrerle, cómo las garras salían y sus ojos comenzaban a escocer. La presencia de Kakashi no se hizo esperar, posicionándose delante de él, junto con Yamato y Pakkun.

La oscuridad invadía el pequeño prado donde se encontraban, puesto que la luna menguante se encontraba tapada por unas cuantas nubes que surcaban el cielo. El único sonido que hacía eco eran los gemidos de la pelirroja, quien al parecer aún no se había percatado que era su hijo quien la salvó.

—Se la han llevado—murmuró el de la espada, volteando su rostro hacia su compañero.

—Entonces recupérala—musitó el otro, con el porte sereno y las manos laxas.

—Qué molestia—blandió un poco la espada y movió sus hombros—. Pensé que Samehada no tendría mucha acción.

—Apúrate, Kisame. No tenemos todo el tiempo.

El aludido asintió, comenzando a sonreír tranquilo, enfocando a la pelirroja detrás de los otros dos. Y él que había pensado que todo sería más tranquilo. Después de que Sasori se hubiera ido con la vieja pensó que la única interferencia que tendrían sería de Minato, el esposo de la mujer. Pero no, ahí estaban esos dos y el mocoso rubio. Quizá fueran parientes, el hijo probablemente. Nunca había oído hablar de él.

Samehada se movió un poco. Podía sentir la excitación en la espada. No era de menos, la jinchūriki poseía grandes cantidades de chakra y ya había comenzado a emocionar al arma. Sin embargo no sería por mucho, la taheña estaba bastante débil, y más con el jutsu utilizado por Pain.

Sin decir una sola palabra, se lanzó en busca de Kushina, pues su deber era capturarla, para así poder seguir con el plan. Sin embargo el albino que estaba delante, y al cual pensó esquivar lo suficiente, lo desconcertó con un jutsu eléctrico, que lo obligó a regresar a su posición, donde unas barras de madera casi lo atraparon. Maldijo por lo bajo mientras admiraba a sus opositores. Y el imbécil de Pain que no movía ni un pelo. El muy idiota.

Kakashi logró mantener alejado al tipo de la espada, que ahora podía recordar como uno de los Siete Espadachines de la Niebla. Además, ahora que lo había tenido un poco más cerca, su aspecto de tiburón mutado le resultó fácilmente reconocible. Kisame Hoshigaki, la bestia sin cola. No podían tener mejor suerte.

Como era sabido, la espada que portaba aquella aberración consumía chakra, no, corrección, tragaba una cantidad increíblemente ridícula de chakra. Y ¿dónde hay más chakra que en dos jinchūrikis juntos? Además de que uno de ellos estaba completamente débil y el otro con un paro emocional. En verdad, ¿quién dijo que no se habían sacado la lotería? Sin embargo, tanto Kakashi como Yamato sabían que para nadie era conocido que el Kyūbi poseía dos contenedores. Mientras Naruto no hiciera alarde de su gran condición de botecito para el demonio zorro no irían tras él, solo por Kushina. Carajo, la mujer parecía muerta.

Además estaba el otro tipo, que no se había movido nada. No tenía ni idea de quién era.

Reveló su ojo, dejando a la vista el Sharingan. Lamentablemente tendría que hacer uso del dōjutsu. Yamato se acercó un poco, listo para utilizar el estilo madera. Aunque no tenía idea de si aquello sería suficiente para hacerle frente al tiburón.

Kisame, por su parte, se mantuvo sereno, ingeniando y pensando en sus contrincantes. Cuando Kakashi descubrió el Sharingan fue que Kisame lo logró reconocer. Ya había escuchado hablar de él. El ninja copia, un ladrón que usurpó el poder de los Uchiha. No estaba nada mal, probablemente le daría una pelea digna.

—Oye, ese ojo no es tuyo—murmuró sonriente, recargándose a Samehada en un hombro—. Espero que te sirva lo suficiente como para que no te mate.

—¿Qué es lo que quieren?—dijo a su vez Kakashi, ignorando en parte al de piel azul.

—Pelear, pensé que era obvio—suspiró, aún con la sonrisa en la cara y los ojos puestos en la pelirroja, quien ya se veía bien muerta—. Así que no mueran tan rápido, que me quiero divertir.

Poco a poco las vendas que cubrían a la espada comenzaron a caer, dejando a la vista más piel del objeto. Relucientes y filosas escamas a la luz de la luna, que al fin había dejado de ser cubierta por las nubes grises. En otro instante volvió al ataque.

Kakashi logró seguirle la pista, y advirtió a Yamato de su cercanía. Iba por Kushina, de eso no había duda. Con la suficiente rapidez logró hacer otro Chidori que desorientó por muy poco a Kisame. Tenzō, al tiempo, utilizaba su estilo madera para intentar atraparlo. Sin embargo la fuerza sobrehumana del espadachín le valió su salida de la prisión de madera, concentrándose nuevamente en la pelirroja. Si bien, él deseaba con muchas ganas pelear, sabía que no contaban con el tiempo. Así que sin dificultades burló a ambos ninjas y se enfiló hacia la jinchūriki, que era sostenida por el mocoso rubio. Blandió un poco más a Samehada, dispuesto a desgarrarle la cabeza al rubio, y así poder tomar sin dificultades a la mujer.

Con un poco más de esfuerzo, y una rapidez descomunal, descargó la potente arma en donde se encontraba el áureo, esperando ver la sangre salpicar las cercanías. Sin embargo, lo único que apreció fue el polvo que levantó el arma, ahora reposada en el frío suelo.

A unos metros, el adolescente sostenía a la pelirroja, con la mirada puesta en el espadachín. No tenía ni un solo rasguño.

—Oh, ¿sabes?, no es fácil escapar de Samehada—habló, levantando a la susodicha para volver a empuñar hacia el enemigo—, pero tampoco es que la suerte venga tantas veces.

En un silbido que raspó el aire, una barra de madera golpeó su rostro, desequilibrándolo. Por detrás, pudo sentir al ninja copia acercarse. Se apartó lo suficientemente rápido como para que el rayo no le atravesara la espalda. Un raspón, grande y algo sangrante, se hizo paso en su azulina piel. Menos mal que aún podía contar con ellos para la pelea.

Sonriente y regresando su vista hacia los otros hombres movió su larga espada, alejándolos un poco. El del Sharingan robado volvía a hacer unos sellos, pero un golpe dado por Samehada fue suficiente para cortarle la inspiración. El otro, a su vez, realizó unos sellos provocando que ocho postes de madera emergieran del suelo. Kisame podía oler el chakra en ellos. Probablemente era una técnica para encerrarlo.

Con un corte de Samehada se vio libre de nuevo, absorbiendo a su vez el chakra de los postes. Qué ingenuos, un jutsu como ese no lo iba a detener. Regresó su cabeza hacia el adolescente, que se limitaba a mirarlo con odio. Sin un rastro de miedo. Qué curioso.

Haciendo el amago de volver a atacar a Kakashi y al otro, emprendió viaje para hacerle frente al mocoso y arrebatarle a la mujer. Sin embargo, tan solo se acercó lo suficiente como para cortarlo con la espada, el rubio se movió aún más rápido y lo esquivó. Kisame se adelantó más pasos, para volver a blandir la espada, pero de nueva cuenta el áureo evadió el ataque, dejando únicamente la marca del golpe en el suelo.

Para Kisame eso era extrañamente divertido. Nunca había conocido a un niño que tuviera tal velocidad. Además cargaba en sus manos a la pelirroja y aún así lograba esquivarlo. Bastante rápido, quizá más que él. Qué curioso.

Otro jutsu de madera lo golpeó, alejándolo bastante de su objetivo. Al instante el impacto de algo contra su pecho lo aturdió. Ahí, encima de su estómago, estaba la mano de Kakashi, brillando y tronando en la noche, casi de forma elegante. Con otro movimiento de su espada alejó al albino, quien se posicionó delante del adolescente y la jinchūriki.

El dolor se esparcía por Kisame, quien sonreía divertido. La herida le tenía sin cuidado, puesto que se regeneraba lo suficientemente rápido como para volver a dar pelea. Le gustaba el hecho de tener buenos rivales, aunque él en realidad había ido a Konoha con ilusión de enfrentar a otro ninja. El imbécil que siempre se olvidaba de él.

—Vaya, tu ojo robado te funciona mejor de lo que pensé—se rio, apretando los dedos en torno al mango de la espada—. Eso lo hará más divertido.

Kakashi regresó su mirada hacia Naruto, para que este le pusiera atención. Al segundo volvió su cabeza hacia el enemigo.

—Naruto llévate a Kushina. Aléjala de aquí—ordenó, haciendo otra vez unos cuantos sellos que Yamato reconoció.

El albino escuchó las pisadas rápidas del genin, que se alejaba con su madre en brazos. Al mismo tiempo, estaba al pendiente de aquel otro que no se había movido, y solo se limitaba a ser espectador. Si iba tras Naruto iba a ser un gran problema, puesto que con el espadachín era más que suficiente.

—Kisame, se te está escapando—habló aquel desconocido, que fijó sus ojos en el tiburón.

El aludido bufó con un poco de fastidio, pero con el rostro llenó de curiosidad y diversión. Sería entretenido perseguir al rubio, que parecía esquivarle los ataques con tanta facilidad. En cuanto sus pies se pusieron en marcha el albino volvió a cruzarse en su camino. Por la izquierda y de forma silenciosa salió del suelo una mano de madera que lo estrujó. Kakashi posó su mano con el Chidori en la madera, electrocutando a Kisame.

Samehada se revolvió molesta. Kisame solo tuvo que aplicar un poco de fuerza para soltarse, para después golpear a Kakashi en el pecho y abrirle una herida. Yamato se puso delante de él, pero con el mismo movimiento lo mandó bien lejos.

Volvió a correr hacia el rubio, que ya comenzaba a delimitar la frontera con el bosque. En unos cuantos segundos se colocó a unos metros de la espalda del adolescente. En un silbido mandó la punta de Samehada en dirección del mocoso, quien volvió a esquivarlo. Blandiendo de nuevo dirigió la pesada arma para desgarrar por la mitad al rubio, aunque éste se giró a tiempo y pateó con fuerza a Samehada, defendiéndose del ataque.

Debido a la fuerza de la patada Kisame retrocedió dos pasos que Naruto acortó para luego estrellar su mano en el estómago del hombre. Otra vez el dolor lacerante le invadió el cuerpo, obligándolo a alejarse lo más posible del mocoso. Ahí, en su mano izquierda podía ver la sombra de una esfera de chakra. Esa técnica solo se la conocía al Rayo Amarillo.

Pero debía de reconocerle algo al rubio, ya que nunca antes un niño lo había logrado esquivar y atacar. No era de sorprenderse, probablemente era el hijo de Minato, quien había sido el culpable de la captura de Sasuke Uchiha.

Cuando volvió a enfocar al mocoso, éste ya volvía a emprender huída hacia el bosque. La mujer comenzaba a abrir los ojos, enfocando a Kisame de lejos, algo aturdida a decir verdad. El tiburón se tocó el vientre y admiró la sangre entre sus dedos. La curiosidad comenzó a inquietarlo. Ojalá aquel rubiales fuera mayor, para que diera una mejor pelea.

En cuanto volvió a sujetar a Samehada notó cuánta distancia ya tenía recorrida el adolescente. Iba a comenzar a correr cuando los ataques de los otros dos se hicieron espacio. Un rayo, diferente a todos los anteriores, casi le atravesó el pecho, instándolo a alejarse. Kakashi estaba delante de Kisame, con el Sharingan activado y girando de manera rápida. El azulino volvió a sujetar a Samehada con fuerza y se lanzó al ataque. Esta vez la velocidad del albino le hizo frente, logrando frenarle bastantes golpes e incluso encestarle unos cuantos. En un instante, cuando Kisame estaba dispuesto a desgarrar por la mitad al ninja copia, una bifurcación en el cielo, como una paradoja, comenzó a girar cerca de Samehada y de él. Cuando regresó sus ojos hacia el portador del Sharingan comprobó que éste tenía activado el Mangekyō. Al instante y por poco, logró escapar del Kamui.

Sin embargo, el estilo madera volvió a tomarlo por sorpresa, esta vez de manera más fuerte y eficaz que las demás. Con un gruñido tuvo que soltar a Samehada, intentando liberarse de la prisión que había construido Yamato.

Kakashi respiraba algo errático, un poco cansado. Nunca había gustado de utilizar el Mangekyō, pero sabía que con aquel enemigo no tendría otra opción. Era bastante fuerte, además de que iba tras la pista de los jinchūrikis. Empero, la suerte no estaba de su lado, ya que el tiburón mutado había logrado escapar del Kamui. Y con lo mucho que le costaba reunir la maldita energía.

Tan siquiera, verlo bajo la prisión de madera de Tenzō lo tranquilizaba un poco, además de que no tenía a la mano la bendita espada, que se retorcía un poco en el suelo.

—Kisame, se te está escapando—habló Pain, con un tono de voz fastidiado, instando al mencionado a seguir las órdenes y apurarse.

Hoshigaki a su vez rugió desde el interior, molesto de la estúpida madera que simplemente no cedía. ¿Es que acaso estaba hecho de diamante?

—¡Y una mierda! —gritó desde el interior de la prisión. Segundos después un fuerte golpe aboyó una de las paredes, sacando un gesto de sorpresa tanto a Kakashi como a Yamato. Otro segundo golpe logró abrir una grieta.

Al instante Tenzō volvió a hacer unos sellos rápidos, para cerrar aquel pequeño agujero y así evitar la fuga del Monstruo de la neblina, sin embargo, la descomunal fuerza bruta de Kisame fue aún más rápida, logrando crear el boquete perfecto para permitirse la libertad. Con un movimiento veloz, tomó a Samehada antes que los otros y de un golpe le sacó gran parte de su chakra a Kakashi, además de abrirle una herida en el brazo al de la madera cuando se intentó acercar.

—El muchacho y la mujer—murmuró, enfocando a lo lejos la figura, que ya le llevaba gran ventaja.

—Solo ve por ellos—ordenó Pain, levantando su mano en dirección de Naruto y Kushina, recitando unas palabras para sí.

Kisame echó a andar antes de que Pain completara la técnica. No tenía idea de cómo funcionaba, pero era una forma de sumisión para los contenedores de Bijū. Por lo que había visto, un dolor los inundaba provocándoles una pequeña parálisis. Debía de doler de cojones, puesto que siempre gritaban como desquiciados.

Ya estando más cerca de Naruto, Kisame se percató por el rabillo del ojo cómo el tipo del elemento madera trataba de impedirlo, sin embargo esquivar el ataque no se le dificultó en absoluto. Regresó de nueva cuenta la vista, advirtió el momento exacto en el que Pain cerró su mano en un puño apretado. Los ojos de Kisame volvieron a posarse en la parejita que seguía huyendo, esperando el momento perfecto para ver a la mujer caer.

Uzumaki por su parte llevaba en brazos a su madre, aunque ya sin tantas fuerzas. No solo por el hecho de haber utilizado el Rasengan, sino por esa maldita patada a la espada. Casi pudo sentir cómo el chakra se le iba de los huesos. Esa mierda seguramente comía energía, y le había privado de ella cuando la tocó. Además, no era una espada ordinaría. Esas cosas que parecían escamas eran anormales.

Volteó sobre su hombro, dándose cuenta que el híbrido de tiburón y humano estaba casi encima de él, y que a lo lejos Kakashi y Yamato se encontraban algo heridos, sobre todo Hatake, que no se movía del suelo. El castaño iba corriendo en dirección de él y la bestia azul que lo seguía, mientras conjuraba sellos para utilizar el estilo madera. Pero aún más atrás Naruto divisó al otro hombre, ese que no se había movido. Volvía a tener la mano extendida hacía ellos, como cuando vio gritar a su madre. El rubio enfocó los ojos vacíos de aquel hombre, admirando a su vez la mano, que tentativa se elevaba en el espacio que había entre sus miradas y sus cuerpos. Entonces aquella mano se cerró.

Fue como una punzada fuerte y demasiado imprevisible. El dolor lo recorrió por todo el cuerpo, obligándolo a detenerse y caer el suelo, encima de su madre quien también se retorcía adolorida. En menos de un segundo el dolor regresó con más fuerza, instándole gritar y provocando que lo hiciera. Era como un cuchillo, no, como llamas; no, era como todo un conjunto de diferentes dolores esparciéndose por todo su cuerpo, sintiéndose quemar, apretar, picar debajo, encima y en su piel, en su cabeza. Sus manos se crispaban, se movían por si solas y se anclaban a la tierra mientras el grito desgarrador atravesaba la noche dirigida por aquella luna de sonrisa de gato.

No sentía nada más, ni siquiera si aquella espada por fin había logrado alcanzarlo y desgarrarlo. El dolor era tan fuerte que sus sentidos se desconectaron del mundo, lo suficiente como para no saber de casi nada a su alrededor. Solo estando consciente de su dolor y sus gritos, que se iban perdiendo en la oscuridad. Otra ola de llamas, o quizá cortes, se extendió por su pecho y sintió su cabeza ser apretada, estrujada mientras le encajaban cosas calientes, cosas que quemaban su piel, su cerebro, sus ojos. ¡Oh, cómo le ardían sus ojos! Podía sentirlos derretirse, cómo el líquido que antes era sólido salía de sus cuencas y mojaba sus mejillas. Su estómago, ¡su estómago! Los retortijones lo sacudían en una casi convulsión, pateando sin querer a Kushina, aunque probablemente esta ni lo sintiera. En algún momento quedó boca arriba, con la vista nublada dirigida hacia el cielo, oscuro y sin estrellas. El dolor volvió, haciendo que su columna se arqueara y gritando como poseso, estando a punto de suplicar que parase, que se detuviera.

Los gritos de Kushina acompasaban los suyos. ¿Qué clase de horror era eso?, ¿qué técnica lo estaba torturando de esa manera, tan potente, tan real?

Poro a poro el miedo comenzó a invadirlo. Un miedo sin fundamentos, pero que le aceleraba el corazón. Entonces recordó todas esas veces que Ibiki comentó la probabilidad de asesinar a alguien de miedo, por un paro cardíaco. Recordó cuando vio por primera vez a Sasuke en la celda, lo mucho que le asustó su mirada. Se lamentó que no fuera la misma sensación esta vez, ya que ahora resultaba mucho más abrazadora y temible. Iban a matarlos, y era una verdad que lo recorrió de pies a cabeza. Mil mierdas, iban a asesinar a Kushina y el no podría hacer nada al respecto. Estaba tan adolorido.

Volteó su rostro hacía la izquierda, notando los pasos tranquilos que el tipo de la espada daba hacia él. Más atrás, el cuerpo de Yamato en el piso, inmóvil. Subió sus ojos poco a poco, hasta conectarlos con aquellos orbes tan vacíos y tenebrosos. Dos puntos en un cielo azul. En el cielo que vería por última vez antes de morir.

—Qué curioso—comentó Kisame, viendo al niño retorcerse a un lado de la pelirroja—. Ésta técnica solo afecta a los contenedores, ¿por qué te afecta a ti, entonces?

Naruto inhaló fuerte, tratando de concentrarse. Lo único en lo que podía prestar atención era en la gran espada de escamas, escamas relucientes y filosas. El hombre chasqueó la lengua –o eso creyó Naruto-, antes de hablar.

—Bueno, supongo que tarde o temprano nos vamos a enterar—rió, mostrando sus puntiagudos dientes.

Lo iban a asesinar, y a su mamá también. Minato no estaba cerca, ¿dónde estaría? Estaban a punto de matar a las personas más importantes en su vida. Los iban a desgarrar. Le iban a desgarrar el estómago a Naruto y la cara a Kushina. No, por todos los cielos, a Kushina no. Su madre no, primero él pero ella no.

Antes de que la espada pudiera blandirse de nuevo, el puño de Naruto acertó en el estómago de Kisame, mandándolo volar bastantes metros. El tiburón apenas logró recomponerse un poco sintió otro golpe en el rostro, que lo dobló hacia un lado y le desencajó la mandíbula.

Entonces, cuando pudo enfocar la mirada notó la apariencia del crío. Todo un chakra rojo se expandía sobre él. Sus ojos rojos y unas garras bastante largas decoraban su imagen. Y ahí, dos colas de chakra, luciéndose grandes y burbujeantes.

La mirada del adolescente estaba llena de odio. Por primera vez en años Kisame sintió el pequeño miedo de morir.

Por su parte, Pain miraba sorprendido desde su lugar. Aquella era la apariencia de un jinchūriki en sus primeras fases. Pero el contenedor era la pelirroja. Sin embargo, ahí estaba el mocoso, exponiendo las dos colas de chakra del bijū. Además de la fuerza descomunal que demostró contra Kisame. ¿Cómo era posible que hubiera dos jinchūrikis en la misma aldea? Aquello era imposible. Ellos ya tenían localizados a cada persona con un demonio sellado. Ese niño sobraba. ¿Quizá fuera un experimento fallido? No, además de que tenía un gran parentesco con la mujer y Minato; era el hijo de aquel matrimonio. ¿Pudiera existir el hecho de que el mocoso naciera con parte del chakra de algún demonio?, ¿quizá de Kyūbi?

Kisame se puso de pie balanceando la espada; listo para lastimar al rubio. Éste a su vez, se colocaba en una pose nada humana, incluso imitando la postura de un zorro. El tiburón se precipitó contra el mocoso, divertido por la situación. Samehada estuvo a punto de golpear al chiquillo, pero éste logró esquivarla a tiempo. Lo único que consiguió fue quitarle un montón de chakra, que prácticamente recuperó al instante.

Volvió a la carga, sin embargo en esta ocasión no logró pasar tan cerca del rubio, quien comenzó a sacar una tercera cola. ¿Cómo era posible que tuviera más chakra?

Naruto, por su parte, trataba de alejar lo más posible al espadachín de su mamá. Estaba tan preocupado por ella y tan enojado con aquellos bastardos por agredirle. La iba a defender, incluso si le costaba la vida. Sin embargo, sus fuerzas menguaban drásticamente y la visión en ocasiones se le ponía borrosa y extraña. Si tan solo pudiera hacer algo.

Un golpe le desgarró parte del costado derecho, lanzándolo cerca de donde Kushina, provocándole una racha de dolor que le recorrió rápido y lo hizo enojar más. Pronto la curación se dio lugar, sin embargo la molestia solo se agrandó. Dispuesto a hacer otro Rasengan invocó a un clon de sombras, que mostraba la misma figura que él. Ya a punto de lograrlo notó por el rabillo del ojo la mano, extendida y apuntándolo. Segundos después el dolor paralizante lo sofocó a la altura de la garganta y el pecho. Le intrincó las piernas y los brazos y esfumó al clon.

Volvía a retorcerse, y su madre con él. Poco a poco las colas de energía se fueron disolviendo, quedando como borrones que se llevaba la brisa nocturna. Sus gemidos le llegaban tan lejanos, y el dolor tan al alcance. Sus ojos volvían a escaldarle. Todo su cuerpo, y aquel retortijón en el estómago, como si le metieran una mano y se lo apretujaran, jalándolo para intentar sacarlo. ¡Cómo dolía!

Advirtió cómo se acortaba la cercanía entre él y la espada de escamas. La luz reluciente en sus filosas puntas. Ahora ya no tenía fuerzas, sentía como el arma se las llevaba, dejándolo seco. Poco a poco, el dolor comenzaba a escocer un poco menos, pero el miedo, ¡el maldito miedo! Quería llorar, suplicar por él y por su madre. ¿Qué le habían hecho al mundo para que los tratara así? ¿Acaso era su culpa?

Volvió a enfocar la vista en la punta del arma, filosa y oscura. El espadachín volvió a elevarla, apuntando al torso del rubio. Naruto lo sabía, lo iban a desgarrar, en muchos pedazos. Dios, lo iban a mutilar y él sin poder moverse. Iba a morir. La espada brilló por última vez antes de bajar con velocidad hacia Naruto, siendo secundada por los gritos de súplica de Kushina, que al parecer había recuperado la conciencia lo suficiente como para saber que iban a asesinar a su hijo. Kisame apretó los brazos y muñecas, inyectando más velocidad. Samehada desgarrando todo a su paso. Naruto sintió el dolor cuando la espada rajó su brazo. Pero no sintió nada más, puesto que antes de poder continuar con su recorrido el puño salvaje y duro de Tsunade se hizo paso hasta el espadachín, aventándolo lejos del alcance de su nieto.

—No te metas con mi familia, bastardo—anunció la mujer, que apareció de entre unos árboles, con sangre sobre su cuerpo y su sello desactivado. La rubia apretó los puños antes de lanzarse a correr por el hombre de azulina piel.

Cuando le dio alcance volvió a pegarle, sacándole una impresión a Kisame. ¡Esa perra golpeaba como el infierno! Ya decía él que Sasori no iba a poder encargarse de ella. En algún momento logró escaquearse, retrocediendo adolorido. Maldita familia de subnormales.

Naruto respiró aliviado, tratando de observar a su abuela. Llevaba desactivado el sello de su frente y tenía hilos de sangre por sus brazos y pecho. Pero se alzaba fuerte y poderosa. Sentía la tranquilidad de saber que ella los protegería. Había estado tan asustado.

Kisame se levantó del suelo, sacudiéndose la tierra que ensuciaba sus vestiduras. Se quitó la capa de Akatsuki y la aventó hacia un lado, decidiendo pelear enserio. Sonreía macabro. Y él que pensaba que sería mucho más aburrido.

Para Tsunade todo se revestía de ira y dolor. ¿Cómo había dejado que la alejaran de su nuera? Ese maldito pelirrojo bueno para nada. Pero seguro que ya descansaba en el infierno, el hijo de puta. Volteó un instante sobre su hombro para comprobar que tanto su nieto como Kushina estuvieran bien. Lucían demacrados y moribundos. Había llegado sólo a tiempo para evitar que los asesinaran. Naruto estaba perdiendo mucha sangre debido a la rasgada de su brazo y costado. En tanto Kushina, ella estaba hecha un desastre. Rápido volvió su concentración a la pelea, y al monstruo azul que sonreía sádico, con esa espada tan extraña. Mierda, ¿cómo todo se había descontrolado tanto?

—Haz que sea divertido golpear a una vieja—dijo el tiburón, meneando a Samehada, con inusitado placer.

La rubia apretó los puños. Debía de tomar una decisión, y rápido. No se fiaba mucho de ese híbrido, y menos del compañero que se limitaba a ver todo desde su lugar.

—Naruto, cúrate las heridas que puedas—con voz segura y su mirada al frente, la mujer atrapó la atención de su nieto—. Después toma a tu madre y huye. ¿Escuchaste?, quiero que te la lleves, que la alejes de aquí.

Por el rabillo del ojo vislumbró cómo el adolescente asentía, comenzando a sanarse la herida del brazo, que era la que se encontraba en peor estado. Sabía que le estaba pidiendo demasiado al genin, que era algo casi imposible el poder llevarse a Kushina en su estado, pero ella confiaba en él. Sentía que podía confinarle tal hazaña, porque él sería el único que lo lograría. Su nieto era terco, y era resistente, casi tanto como su madre; además, no había otra persona que llegara a salvarlos. No tenía idea de dónde estaba Jiraiya o Minato, puesto que cuando los bastardos fueron por ellas a la casa se encontraban solas. Así que prestando un poco más de atención a su contrincante, pidió a los cielos y a todos los dioses que conocía que cuidaran de su nieto y su nuera. Por favor, que nada les pasara.

Sin decir ni una sola palabra, Tsunade se encaminó, furiosa y rápida, al encuentro con el tiburón. Comenzando así un intercambio de golpes fuertes y seguros.

Por su parte, Naruto trataba de sanarse lo más rápido posible, estando al tanto que no tenía mucho tiempo, y no solo porque su abuela pudiera cansarse, sino por el otro hombre, ese que provocaba tan terribles dolores. De cuando en cuando miraba de soslayo a su madre, que jadeaba un poco, con los ojos cerrados. A veces Kushina balbuceaba su nombre, pero luego volvía a retorcerse, como si fuera un acto reflejo. Incluso el propio genin aún lo hacía. Después de unos minutos, en los que su abuela seguía peleando con fiereza, logró curarse un poco la herida del brazo, tan siquiera lo suficiente como para estar seguro que soportaría el peso de su madre. En tanto la del costado le tenía sin mucha importancia. Debido a la pequeña transformación se curó casi por completo. Aún sangraba sí, pero ya no tanto. Sin embargo, sabiendo que probablemente era la última vez que dispondría de tiempo para curarse, decidió cerrar un poco más el corte.

—¡Carajo Naruto, muévete!—las dulces palabras de su abuela le llegaron a unos metros, donde la mujer golpeaba sin descaro a la sabandija azulina.

Decidiendo que tenía que irse de ahí ahora, comenzó a hacer unos sellos que le había enseñado Saja. Él en particular era un asco haciendo genjutsu, a diferencia de la muchacha que compartía cuarto con Shikamaru, sin embargo, la joven se había tomado el tiempo y la molestia de enseñarle a su rubio amigo unas técnicas bastante sencillas, que podrían salvarle el culo. Ahora, Naruto estaba a punto de usarlas. Recordando la posición de manos y más que nada el cómo manejar su chakra, aprovechó los ojos de Kyūbi y comenzó con la ilusión. No era la gran cosa, pero tan siquiera le permitiría unos segundos de escape. Tan solo pedía que el otro hombre –el que producía ese dolor- cayera en la trampa y no notara que tanto él como su madre huían despavoridos.

Terminada la ilusión, tomó a su madre en brazos y corrió lejos, mirando por pocos segundos a su abuela, que recibía golpes del tiburón, pero que acertaba muchos más. Tsunade mandaría a aquel monstruo directo al infierno.

Su brazo le dolía todavía, pero era más el miedo que la molestia en su cuerpo. Decidió que era más fácil correr con su madre en la espalda que entre sus brazos, por lo que haciendo lujo de sus dotes de malabarista, acomodó a su madre en su espalda, cuidando de que no se le abriera ni a ella ni a él ninguna herida, mientras corría por sus vidas.

No tenía idea de adónde ir. Quizá a los refugios, pero algo le hacía dudar enormemente de su seguridad. Además, lo que lo hacía un buen refugio era en sí que ya dentro de él alguien lo pudiera cuidar y justo ahora, pues, como que no había muchos candidatos.

Sin embargo, era la opción más factible. No sabía dónde se encontraba su padre, y tan sólo pasó cerca de un camino pudo ver a lo lejos cómo la torre del Hokage se encontraba rodeada de criaturas extrañas. En definitiva, no podía ir ahí. Estaba la otra opción de salir de la Aldea, pero eso era estratosféricamente estúpido, seguro que el enemigo ya los rodeaba desde fuera. ¡Ah!, la maldita herida en su brazo le dolía, y la del costado le causaba gran malestar. ¿Cómo estaría su madre?, parecía que seguía en el limbo, porque no paraba de balbucear cosas sin sentido. ¿Así de tanto la habían torturado?

De repente, corriendo por el bosque, vio cómo una bolita blanca se acercaba bastante. Era diminuta, cabía en su mano, y tenía una especie de cara pintada en ella. Quizá fuera porque se encontraba bastante asustado, pero se alejó por instinto. Bendito instinto que lo salvó de una explosión. ¿Qué mierda estaba sucediendo?

En cuestión de segundos más de esas bolitas explosivas los rodearon. Naruto se detuvo de pronto tratando de recordar cuál era esa táctica de Anko para escabullirse sin problemas. Mierda, el no sabía nada de eso. Así que a falta de una técnica decente, logró volver a hacer sus pies más rápidos de lo que ya y se alejó de las bombas. Atinó a hacerlo justo a tiempo para que no los mataran. Sin embargo, a cada tanto que corría más de esas mierdas se acercaban. Después comenzaron a ser otras cosas, pájaros, grandes arañas del tamaño de su cabeza, plastas extrañas, todos explotando y creando destrucción.

Naruto corría y huía como podía mientras Kushina refugiaba su cara en su cuello, asustada todavía, con el dolor bien metido en la cabeza y el pecho. ¿Cuánto tiempo más tendrían antes de caer? Estaba comenzando a cansarse, resintiendo toda la pérdida de chakra debido a su anterior pelea con el tiburón mutado. No le quedaban muchas fuerzas, y esas debía de guardarlas para desplazarse con su madre a la espalda. Al final, decidió hacer otra bendita ilusión, para poder darles el chance de elegir otra ruta y escapar del maldito que les estaba poniendo tantas putas explosiones.

Y casi lo logra, de no ser porque al final su costado le dio un pinchazo y le destanteó todo. Al instante volvió a estar rodeado de esas mierdas kamikazes. Corriendo lo que podía, tan solo alcanzó a escapar por poco de los estallidos, siendo aventado por la onda de energía unos cuantos metros, rodando y siendo separado de su madre. Terminó contra el suelo, con su costado doliendo y el brazo sintiéndolo sangrar. Se levantó tan rápido como pudo para observar a su madre a unos metros, encogida sobre sí misma, temblando y sudando. Regresó la mirada para notar la destrucción creada por esas malditas bolas blancas. ¿Qué estaba pasando?

—Mira, mira, pensé que aguantarías menos—una voz algo ladina, proveniente del frente, le arañó las orejas junto con un zumbido. Sus oídos escuchaban muy mal debido a todas las explosiones—. Pero bueno, eso no es lo importante.

El rubio genin trató de observar con detenimiento al ente que hablaba, pero su vista estaba algo borrosa, además de que se encontraba muy desorientado. Como pudo gateó –arrastró- hasta llegar a un lado de su madre, para luego pasarle un brazo por encima, como si con eso ya la pudiera proteger.

—¿Naruto? —habló temblorosa la bermeja, levantando la cara y tratando de encontrar la de su hijo.

—Estoy bien mamá—susurró a su vez, quitándole el cabelló de la cara y apretando más el agarre con su otro brazo.

—Qué tierno—de nuevo, el tono burlesco de aquella cosa que no podía distinguir, siendo opacado por el imperioso zumbido que rondaba sus oídos—. Es triste tener que asesinar a un hijo delante de su madre.

Un escalofrío recorrió la espalda de Naruto. Decidió volver a ponerle atención a Kushina, que trataba de incorporarse. Su cabello rojo, sucio de tierra y sangre, a veces se perdía en las manchas carmín y cafés de su cara. Tenía golpes por todos lados, y su estómago sangraba. El rubio no se había atrevido a ver qué clase de herida poseía la mujer en esa zona. Sentía que si lo hacía se paralizaría.

Los pasos, tranquilos y bastante confiados, hicieron temblar un poco la tierra. El adolescente por fin estaba recuperando su sentido de la orientación y la vista, además del oído. Se sorprendía de cómo no había sido destrozado éste último, debido a todas las explosiones anteriores.

—Oye, largo de aquí—el menor de los Uzumaki escuchó la voz de aquella persona, antes de sentir un fuerte golpe en su cara, que lo mandó volar unos cuantos metros—. Y tú—señaló a Kushina— vienes conmigo.

La mujer iba a responderle cuando sintió el tirón en su cabellera, siendo arrastrada por la tierra. Con sus manos, ahora débiles, trató de zafarse, pero aquel hombre -¿o mujer?- tan solo la agarraba más duro y la arrastraba con mayor fuerza, moviendo con descaro su cabello.

Naruto se levantó del piso para ver cómo su mamá era tirada de su cabello, desplazándola por la sucia tierra. Se trató de poner en movimiento pero más de un dolor le hizo doblegarse sobre sí mismo, perdiendo un poco la orientación. Le dolía todo, tanto y tan fuerte. Sentía cómo si alguien estuviera dentro de su estómago y tratara de salir, cómo si una mano, desde dentro, quisiera alzarse, desgarrar su piel y surgir de su ombligo. Además el maldito costado y su brazo sangrante le seguían molestando y ni qué hablar de su oído, que aún pitaba un poco y lo hacía marearse. Empero, los gritos de su madre rompían ese zumbido y se metían bien dentro de su cabeza y su pecho. ¿Así iba a dejar las cosas? Con una mierda que no. Incluso si debía morir, haría un último esfuerzo para recuperar a Kushina, para salvarla.

Encontrando fuerzas en un Kyūbi débil y serpenteante, Naruto corrió hacia el hombre que arrastraba a la bermeja y le propino un buen golpe que lo separó por completo de su madre, quien cayó al suelo, gimiendo un poco. Naruto no esperó y produjo un clon, para poder completar un Rasengan y matar al hijo de puta. Así, se abalanzó sobre aquel bastardo, quien sorprendido apenas se pudo quitar, dejando sólo al alcance del ataque su brazo izquierdo, que sufrió las consecuencias.

El genin se alejó al tiempo, evitando otra explosión que lo aventó hacía atrás, cerca de la taheña. Probablemente el otro hombre había lanzado una de esas mierdas blancas que estallaban cuando él se había acercado para lastimarlo con el Rasengan. La explosión lo dejó un poco aturdido y escuchaba, por sobre el barullo en su cabeza, los gritos de aquel tipo, maldiciéndolo y jurándole que lo asesinaría. Qué importaba.

Con pasos menguantes se acercó a Kushina para ponerla de pie y huir. La bermeja se dejó ayudar, y apenas vio el estado de su hijo compuso una cara de horror. ¿Cómo era que su hijo había terminado tan mal? Ella muy apenas recordaba algo. Solo dolor, mucho dolor.

—Tenemos que irnos—habló Naruto, que jaló de ella para alejarse.

Sin embargo, otro golpe que esquivaron los hizo desistir de su tarea. Ahí estaba ese… ¿mujer? Tenía el cabello largo y bastante afeminado –marica- además de que sus facciones eran muy andróginas. Su color de pelo rubio y sus ojos azules le daba un toque elegante, según Kushina, y homosexual, según Naruto.

—¿Qué?—exclamó sorprendido el genin, tratando de analizar bien a su contrincante— ¿Ahora es una mujer la que nos quiere matar?

—¡¿Mujer?!—gritó con enfado el enemigo—. ¡¿Por qué siempre me confunden con mujer?! ¡Mírame! —Se señaló—, ¿aquí hay pechos? ¡No!, con una mierda, ¡no soy mujer!

—Hay mujeres muy planas—comentó Kushina, observando el cuerpo de… la otra persona.

—¡Mira! —En un instante, la capa y la camisa volaron, dejando a la intemperie un torso de hombre, trabajado y sudado— ¿Ves alguna maldita teta? ¡No! Soy Deidara y soy hombre.

—Bueno, eres una mujer ruda—soltó Naruto, poniendo a su madre detrás de su espalda.

—¡Tú cállate, hijo de puta! —bramó el rubio con apariencia femenina, mientras se acercaba para golpear al niñato.

Kushina por su parte, dándose cuenta del riesgo que corría su hijo, hizo un movimiento de manos para que después cadenas de chakra envolvieran al rubio, apresándolo fuerte y tirante.

—Ni se te ocurra tocar a mi hijo, bastardo—musitó molesta la bermeja, que jadeaba cansada. No poseía mucho chakra, y era algo difícil hacer ese jutsu.

—Los mataré—sentenció Deidara. Después ambos Uzumaki se percataron de algo bastante grotesco y bizarro. Aquel intento de mujer, tenía dos bocas, una en cada mano, que masticaban y masticaban. Después, ésa plasta de cosa blanca salió casi como un globo y fue escupida directamente a la mejilla de Naruto.

Apenas pudiendo quitársela de encima para que no le explotara en la cara, el rubio se percató de cómo más explosiones se hacían paso, al igual de que su madre se desconcentraba y debilitaba las cadenas. Así que no fue difícil para el afeminado rival librarse y comenzar otra vez con sus putas bombas, mientras exclamaba como loco algo referente a que el arte era una explosión.

Entonces, con un golpe en el estómago Deidara aventó lejos de Naruto a la taheña. El adolescente se percató de esto y trató de escabullirse para ir a auxiliar a su madre, sin embargo, el adversario se lo impidió mandándolo de un golpe en la otra dirección. Así el genin, con las pocas fuerzas que tenía, se decidió por luchar contra el de las bocas exóticas, escapando por poco de sus golpes y de las benditas bombas. En verdad, ¿qué no sabía hacer otra cosa aparte de explotar cosas?

En un segundo, que Naruto vio claramente, la oportunidad de evitar al enemigo y acercarse a Kushina se presentó seductora. Esquivando otro golpe, giró hacia la izquierda, para luego sortear con sus piernas las del hombre. Ya estando a punto de salir por completo del radar del rubio, Uzumaki sintió algo extraño en su espalda. Cuando volteó a ver lo único que pudo divisar fue una gran bola de masa blanca, que le miraba desde atrás. Después, todo sucedió muy rápido.

El dolor y la sensación de estar en otro lugar lo inundaron con fuerza. Su espalda le escocía horrores y sentía los pedazos de piel colgando a la par que su ropa, y eso que había hecho el jutsu de sustitución, y aún así había salido afectado. Terminó tirado a un lado de su madre, que se removía inquieta en el piso. Sabía que el que hubiera utilizado su chakra la había debilitado demasiado, además de que los espasmos por el dolor la seguían atacando. Sin embargo, lo único que podía pensar con bastante certeza era que su espalda estaba hecha una mierda. Casi podía ver las heridas, toda su piel desgarrada y quemada, y la demás colgando de pedacitos de carne que pronto darían de sí, dejándolo todo a carne viva, el músculo al aire.

—Vaya, vaya—la voz sonriente del estúpido homosexual le martilleó las sienes. No se había percatado que de nueva cuenta sus oídos trinaban. Se iba a quedar sordo—, casi te me escapas. Pero ya ves, no eres mejor que mi arte. Ahora—el adolescente notó cómo Deidara se llevaba una mano a su costado, metiéndola en una bolsa café. De ahí saco de esa masa blanca, que comenzó a ser masticada por sus asquerosas bocas en las manos— vamos a darte una muerte digna y artística. No te preocupes, soy el mejor en eso.

Con la mano libre, el rubio de coleta arrastró de un brazo a Naruto, para alejarlo de su madre y que la explosión no la matara a ella también. El genin soltó un jadeo de dolor. ¡Su espalda cómo dolía, maldición! Era desgarrador, y ardía como el infierno. Mierda, jamás había sentido tanto dolor en su vida, tanta impotencia y coraje.

Cuando por fin Deidara lo arrojó en un monto de tierra sintió un alivió un poco extraño. Estuvo a punto de voltearse de espalda, pero se contuvo. Probablemente si se acostaba en el piso el dolor arremataría con más crudeza. Decidió hacer uso de su fuerza para poder arrodillarse, sin mover en demasía su cuerpo, que le quemaba por dentro y fuera. Su herida del costado se había abierto, pero pensó que eso no importaba mucho si todo su lomo se encontraba desgarrado y al aire.

—Y ahora, ¿cómo te voy a matar, uh? ¿Qué te parece si te reviento desde dentro?

—Vete a la mierda, maricón teñido.

—Muérete, crío puñetero.

Deidara comenzó a dar forma a la creación que daría por terminada la vida del rubio mierdero, cuando sintió otra presencia en el valle. Como debía de estar precavido, y sabiendo que el mocoso ya no podía dar pelea, volteó con precaución para encarar al malnacido que osaba de interrumpirlo en su escultura. Sin embargo lo que vio lo desconcertó un poco. Ahí, frente a él, se encontraba nada más y nada menos que Sasuke Uchiha, el mismo Uchiha que había sido capturado por el Rayo Amarillo. Y él que hacía muerto al bastardo.

—Uchiha, qué sorpresa—frunció el cejo, denotando su malestar—te hacía bien muerto.

—¿Qué hacen aquí?

—No te interesa—volvió a tomar más masa, para seguir moldeando, aún sin quitar su atención del recién llegado.

—Sí me interesa—refutó el moreno, acercándose más hacia ambos rubios.

Deidara frunció más el cejo, disgustado por la presencia del menor de los Uchihas. No era un secreto que él odiaba a toda esa maldita estirpe, empezando por el puñetero hermano mayor de Sasuke. Esos bastardos se creían tan superiores, tan artísticos y mejores que él. Y una mierda, él era mil veces mejor. Su arte lo era todo, mucho más que el maldito Sharingan. Su arte significaba porque era efímero, porque sólo él podía captar en esos instantes la significación de la vida, de la belleza. Él era el mejor.

—Sólo venimos a llevarnos algo—moldeó la masa—. No es de tu incumbencia.

—¿Piensas matar a un niño?—bufó, divertido y burlón—. Qué bajo has caído, Deidara.

—Cállate el culo, Uchiha—escupió—. Lo mato porque solo necesito a la mujer.

—Así que te la piensas llevar—afirmó el moreno, avanzando otros tantos metros bajo la atenta mirada del blondo artista.

—Claramente, imbécil—escupió Deidara, comenzando a moldear sus pequeñas bombas, por si las necesitaba utilizar contra el Uchiha. Nunca se fiaría de ninguno de ellos—. Ahora déjame en paz, necesito terminar con esto lo más rápido posible.

El áureo volteó sobre sus pies, depositando la última masa modelada sobre la escultura que asesinaría al adolescente. Lo vio ahí, arrodillado entre la tierra, con la mirada teñida en odio y la sangre empapando todo a su alrededor. Desde su posición notaba los jirones de piel que antes eran su espalda. Estaba seguro que eso debía de dolor horrores. Pues bien, él era bondadoso y acabaría con su sufrimiento rápido.

Sonriendo una última vez, acercó su escultura al muchacho, que no se había movido. Por su parte, Deidara se alejó unos metros, importándole muy poco la posición de Sasuke. Si era alcanzado por la explosión qué mejor para él.

—¡Katsu!—y todo explotó.


Todo se volvió negro durante unos segundos, aunque después el dolor le vino blanco, potente y real. Su espalda, su costado, toda su cara y el brazo además de una de sus piernas le dolían asquerosamente mal. El zumbido eterno en su oído lo turbaba, además que le impedía escuchar nada más. No sabía si tenía los ojos cerrados o abiertos. ¿Qué importaba? Probablemente ya estuviera muerto o a punto dé.

La sensación del aire contra su piel, contra la carne viva, le escoció tan fuerte como el ácido. Contuvo un grito de dolor cuando una presión extranjera le tocó cerca del desastre de su espalda. Podía escuchar los pedazos de carne caer al suelo, haciendo un sonido muy leve que su dañado oído podía captar. La sensación del sudor sobre su piel quemada, y su brazo punzante que probablemente ya estaría infectado. De nuevo esa presión ahora en su costado; ya no reprimió el jadeo y lo dejó correr por el aire, que olía a sangre, a carne quemada y a algo más que no supo identificar. Aún veía todo blanco, un blanco que le martirizaba la cabeza y el pecho. El zumbido trillando en sus oídos y la sangre escurriendo por su cuerpo. Si eso era estar muerto, dolía igual que de vivo.

—…erta…—un eco que muy apenas cruzaba el mar que provocaba el bendito silbido en su cabeza—…ierta…—ahora un poco más fuerte, más cerca.

Probó a abrir los ojos, y fue de nuevo el blanco lo que atacó sus retinas. ¡Dolor, maldito dolor! Le dolía incluso respirar. ¿Respirar?, ¿había sobrevivido o era que las almas también respiraban y sentían los daños?

—¡Ah!—gritó cuando una punzada le atravesó la espalda y le escoció hasta la cabeza. Entonces el blanco dejó de serlo y las formas comenzaron a presentarse ante sus ojos. Oscuro, un cielo oscuro sin estrellas y humo que le picaba en la nariz y en los ojos, pero que resultaba una molestia menor a comparación del resto de su cuerpo.

—¡Naruto!—una voz lejana, aullando por su nombre, que ahora parecía irreal. Trató de fijar sus ojos en algo, pero lo único que atino a ver fue la columna de humo y el cielo. Sus manos apretaron la tela de su pantalón e incluso eso le dolió. ¿Estaba acostado o sentado?, ¿quizá de pie?

Ladeó su cabeza provocando que su campo de visión se ampliara. Notaba una cabellera rubia a lo lejos, detrás de la cortina de humo. Hacía el otro lado y más atrás la mecha roja que era el pelo de Kushina, a quien no alcazaba a distinguirle la cara. Respiró hondo, doliéndole todo. Jadeaba por dolor y por necesidad, no encontrando otra manera de hacer entrar el aire en su sistema.

El ardor, ya más menguado, cuando sintió su espalda tocar el suelo le provocó pequeños espasmos. Seguía con la vista fija en su madre. Pensó que estaba llorando, debido a los movimientos que hacía, porque no distinguía ni un solo sollozo por encima de la capa de zumbido que le perforaba el oído. Luego, pasaron por delante de él unos pies descalzos y mugrientos, llenos de polvo y tierra. Notaba la ropa oscura, pero no veía más allá de sus pantorrillas. Entonces la figura comenzó a caminar un poco más hasta que fue capaz de verle hasta la cadera.

Cuando el humo se disipó logró ver al rubio afeminado, haciendo movimientos exagerados, pareciendo bastante molesto.

Le hubiera gustado seguir al pendiente, sobre todo cuando comenzó aquella nueva pelea, pero el dolor en su espalda regresó potente, además del de su pierna y costado. Trató de fijar sus ojos en algo más, pero no lo logró. No tenía fuerzas para eso ni para nada. Pronto el blanco volvió a sus ojos, doliendo y desgarrándole. Empero duró poco, ya que en cuestión de segundos la oscuridad lo volvió a tragar. A él y a su dolor ciego.


Había alcanzado a alejar a Naruto de la explosión que le costaría la vida, aunque no se había percatado del desastre que tenía en la espalda. ¿Cómo le había ocurrido tal herida? Ni siquiera tenía forma. Había sangre, mucha sangre y tierra. El musculo en carne viva, caliente y frágil. Notó entonces que el adolescente se encontraba desmayado en sus brazos, tiritando un poco y teniendo leves espasmos. Lo apresó contra su cuerpo, tratando de pensar con claridad. ¿Qué haría primero?, ¿matar a Deidara o curarlo? Temía que se le acabara el tiempo para ambas cosas.

Escuchó el berrido de Kushina, que sollozaba lastimera por su hijo. A su lado, Deidara fruncía el cejo molesto, probablemente porque de nueva cuenta le había arruinado los planes un Uchiha. Pero eso a Sasuke no le importaba, solo podía pensar en sentir el latido del corazón de Naruto, en que no se debilitara, o peor aún, que se detuviera. Lo apresó un poco más, susurrándole palabras para que despertara. Era un crío y estaba a punto de morir, y todo por el puto rubio homosexual que gozaba de explotar la vida.

—Despierta, mocoso—susurró enfadado, tocándole sin querer la deshecha espalda, con lo cual logró sacarle un grito de dolor al rubio. Tan siquiera seguía lo suficientemente vivo como para gritar. Sin embargo, Uchiha temía que debido al dolor volviera a quedar inconsciente, o terminara en un estado de coma.

—¡Naruto!—graznó desolada Kushina, que se revolvía en el piso, quizá de desamparo o intentando pararse para llegar cerca de su hijo. ¿Qué era peor que ver morir a tu familia, sin poder hacer nada?

—¡Hijo de perra!, ¡¿cómo te atreves a intervenir en mi arte?! —gritaba Deidara, increíblemente molesto— ¡Te mataré maldito!, ¡terminarás muerto igual que tu hermano!

Dejó el cuerpo del adolescente en la tierra, tratando de que no se lastimara más de lo que ya, aunque eso se le hacía difícil. En su pierna tenía una herida fea, que era mitad corte mitad quemada, y que sangraba bastante, sin embargo no se preocupó tanto, pues estaba seguro que eso era una vena y no una arteria, por lo que tendría más tiempo. Empero, todo en Naruto estaba hecho una mierda. Su costado parecía irreconocible y ni qué decir de su espalda. Luego el brazo, que se encontraba desgarrado, además que del estómago del rubio salía un hilillo negro, que al principio había confundido con sangre. Si Uzumaki se salvaba sería un milagro de estándares mayores.

Se paró y rodeó al rubio, que parecía tener los ojos abiertos. Se posó delante de él, bastante enojado y tenso. Ni siquiera se había dado cuenta de que su Sharingan giraba sin control. Iba a matar al artista, de eso estaba seguro.

—¡Te mataré!

—Ni se te ocurra volver a tocar al niño o a la mujer—advirtió, avanzando unos cuantos pasos, mientras Deidara se dignaba en seguir gritando con ademanes exagerados.

—¡¿Quién eres tú para venir e interrumpirme?!, ¡eres igual de desgraciado que tu hermano!, ¡te crees mejor, cabrón!

—¿Quién más está contigo?, ¿Sasori, Hidan?

—Vete a la mierda, Uchiha—espetó molesto el rubio, mascando más masa, dispuesto a asesinar a Sasuke.

—Nadie toca a mi familia—murmuró, comenzando a dejar correr la electricidad por su brazo. Sin pensarlo activo su Mangekyō Sharingan, sintiendo la furia recorrer sus venas. El imbécil de Naruto iba a morir y todo por culpa de Deidara. Tenía trece años e iba a fallecer de la peor manera. Mierda, era su amigo y no había llegado a tiempo para protegerle. Protegerle de Deidara. Maldito cabrón.

Con movimientos más rápidos de lo que hubiera pensado se acercó al rubio, que le esperaba sonriente. Tan solo tuvo que esquivar un ataque, una explosión y mirarlo atento, sin pestañear. Su puño, bañado en el Chidori se estrelló contra el estómago del artista. Si tan solo tuviera su Chokutō le cortaría en pedazos, le rebanaría el cuello y escupiría sobre su cadáver.

Por el rabillo del ojo notó cómo Kushina se arrastraba hasta quedar a un lado de su hijo, llorando y gimiendo desesperada.

Deidara logró resguardarse un poco de su ataque, aunque igualmente el daño en su abdomen estaba presente. Las aspas en sus ojos siguieron girando, sin contenerse, sin importarle. Mataría a Deidara, de eso no había duda.

—Naruto—susurró la pelirroja contra la cara de su hijo. La sangre humedecía el cuerpo del adolescente. Su ropa, antes naranja, se teñía de rojo y suciedad—. Mi amor, abre los ojos, por favor.

Sasuke prestaba atención al adolescente mientras se preparaba para la estupidez que haría Deidara. No era que el rubio fuera un oponente muy complejo, pero tampoco era de menos. Estaba loco, y Sasuke sabía que odiaba con locura a los Uchiha, así que cualquier movimiento, por más ridículo o impensable, era posible. Además, sabía que el artista se había entrenado especialmente para no caer en cualquier genjutsu y especialmente para estar capacitado si llegaba a pelear contra el Sharingan. Pero Sasuke era el puto genio asesino.

—Naruto—desesperada, Kushina comenzó a hacer posiciones de manos, que no lograba concretar debido a su nerviosismo y el dolor aún presente en su cabeza y estómago. Le era difícil concentrarse y moldear su chakra como para poder hacer algo decente y ayudar a su hijo.

El aire siendo cortado por un grito distrajo lo suficiente a Kushina como para girarse donde la pelea sucedía. Sasuke no se encontraba herido, y por lo que veía, mantenía la calma. ¿Cómo es que los había encontrado? Más aún, ¿podría él ayudar a Naruto a recuperarse? Kushina conocía una táctica especial para sanar heridas, pero le era imposible hacerla sin tener un compañero. Ya sabía que Sasuke cuidaba de Naruto, es decir, lo salvó de esa explosión ¿no? Entonces, no sería un gran problema si la ayudara a ella para curarlo. Pero para eso necesitaba al enemigo inactivo. De preferencia muerto y pudriéndose en el infierno.

—¡Sasuke, te necesito!—gritó con la poca voz que tenía, notando al momento cómo el Sharingan se posaba en ella—. Mátalo ya y ven aquí.

Sasuke regresó su atención al artista, que miraba molesto a Kushina. No tenía tiempo, debía de acabar con eso rápido. Podría asesinarlo, aunque le costaría un poco debido a su falta de práctica por estar encerrado en la cárcel, pero sabía que podría. Si no era matarle, tan siquiera meterlo en un coma o algo por el estilo.

—El único que se va a morir vas a ser tu—el gesto apretado se disolvió un poco—, además del rubio—sonrió—. Cuando acabe contigo, le voy a explotar la cabeza.

El moreno se inclinó un poco hacía adelante, para luego impulsarse con rapidez, con su Chidori en mano, el cual dirigió hacia la cara de Deidara. El artista lo siguió esquivando, como si la cosa no fuera con él. Le pateó en las costillas y aventó una araña de arcilla hacía su cara, la cual explotó al instante. El rubio criminal se echó hacia atrás, saliendo ileso del ataque. Sin embargo, de entre el humo salió reluciente el Sharingan, girando con rapidez.

—¿Por qué no te mueres y ya?

Sasuke había conseguido un kunai de Naruto, y aunque no fuera su fiel espada, era algo. Con un poco de más fuerza y dificultad, logró hacer que la corriente viajara, provocando que el Chidori se extendiera como parte del filo del arma. No era lo mejor que podía hacer, pero era algo. Deidara se movió apenas lo suficiente, solo permitiendo que el rayo cortara parte de su ropa.

Decir que el escultor estaba furioso era poco. Así que en un arranque de desesperación, importándole una mierda la jinchūriki, comenzó a dar vida a su C2, aquel temible dragón. Se alejó lo más posible de Sasuke, distrayéndolo cuando envió un ataque a la pelirroja y el moribundo. Así, mantuvo al moreno ocupado, salvando de las explosiones a los otros dos. Ya no le interesaba el contenedor del zorro; si es que llegaba a morir solo tenía que llamar a los otros para comenzar con la captura ahí mismo. Nada que no hubieran hecho antes. Además, estaba muy por encima de sus prioridades el callarle la boca a los Uchiha y hacerse respetar entre ellos que la misión.

Lo más rápido que pudo esculpió a su dragón, quien estaba listo para soltar sus pequeñas creaciones. Montándose en el, se colocó en las alturas. Con su sonrisa ancha y la más vibrante ira entre sus venas, comenzó a dejar caer bomba tras bomba, destruyendo el bosque y la tierra.

Podía escuchar los gritos de la mujer, aunque se viera minimizado por el estruendo de la tierra al tronar. Incluso si Sasuke fuera el brillante genio que todos aclamaban no podía escapar de tantas bombas, o en todo caso, no con los otros dos; y por lo que había visto, tanto el mocoso como la zorra le importaban.

El humo, cuando comenzó a desvanecerse, dejó ver la mancha de sangre y pedazos de carne en la que se había convertido el cuerpo del niño rubio. La pelirroja estaba un poco más allá gritando y con el brazo reventado, desangrándose. Pero no había rastros de Uchiha.

El sonido le llegó después de la sensación del aire moviéndose. La rajada en su torso le escoció un poco antes de asustarse por el mero hecho de haber sido atacado. Ahí, encima de su dragón estaba Uchiha, con su mirada encendida y ése aura morado expandiéndose. Entonces Deidara se abalanzó contra él y le abrazó.

—¡Katsu!—y desde el suelo Sasuke logró ver al verdadero Deidara, que mandaba explotar a su clon de arcilla.

El dragón explotó también.


La explosión iluminó el oscuro cielo, y sacó ese gritillo entusiasmado al artista criminal, como si estuviera viendo fuegos artificiales. Si se esforzaba en ello, podía ver los pedazos de carne volar por los cielos, y aterrizar chamuscados en la tierra, pudriendo el olor del ambiente.

La mujer, a su espalda, berreaba adolorida y desconsolada. Supuso que era una reacción normal después de haber visto explotar a un hijo. Con complacida calma entornó todo su cuerpo hacia la mujer, que tenía la carne expuesta y deforme.

—Tú te vienes conmigo—caminando tranquilo hacía Kushina, la tomó nuevamente del cabello y la arrastró por la tierra, dándose el gusto de sentirse superior, y en sí, eso es lo que más le gustaba de cumplir una misión: sentirse mejor con él y superior a las ratas callejeras que terminaban siendo sus víctimas. Porque así podía hacerse el ilustre y concluir su explosivo arte.

La grava siendo movida por el cuerpo herido de la taheña era el sonido que Deidara comenzaba a degustar. Partículas de tierra y rocas siendo desplazadas por la carne herida de la jinchūriki. Casi musical, a decir verdad. El sonido del agua arrastrando algo sobre la superficie y…

Su caminar se detuvo porque ya no pudo continuar. Se sintió anclado, más bien, el cuerpo que jalaba se ancló con algo, además de que comenzó a sentir humedad en sus piernas. Cuando entornó la vista notó alarmado que ya no era el cabello de la mujer lo que sujetaba, sino una cadena que apresaba su muñeca, y cómo, poco a poco, todo a su alrededor se consumía en llamas negras y daba cabida a un cielo rojo y asfixiante. Rodeado de agua que se teñía de tonos anaranjados y rojos, sintió el grillete en su otra muñeca. Cuando regresó su vista al frente la mirada roja de Sasuke lo recibió.

¿Cuándo había caído en el puto genjutsu?

—Cuando salí de entre el humo no me fue difícil meterte en la ilusión—explicó Sasuke, que seguía sosteniendo entre sus dedos el kunai que antes había utilizado.

—Hijo de puta…

—No me gusta que se metan conmigo, y en ello se incluyen ciertas personas—el rayo, azul y temible se expandió por todo su brazo, hasta alcanzar la superficie metálica del cuchillo.

De una estocada clavó la superficie llena de corriente eléctrica en el pecho de Deidara, mientras que unas llamas negras se extendían desde el agua, trepando por sus piernas hasta expandirse por todo el cuerpo. Los gritos desgarradores del rubio comenzaron a llenar de ritmo aquel desolado lugar.


—¿Lo has matado?

—No, pero pronto—cierto era que, si bien, aquella técnica que Itachi le enseñó no era frecuente para asesinar a alguien, se podría llegar a hacerlo. Aunque más que nada, había recurrido a ello por el tiempo.

Desde que había visto la oportunidad había atrapado a Deidara en la ilusión, pues el tener que matarle le llevaría un poco más. Así, tan pronto se desocupó de él, corrió hacia la pelirroja, que no paraba de temblar y enfurecerse consigo misma. Al parecer, trataba de hacer un jutsu para curar las heridas de Naruto, pero por algún motivo, la concentración no venía a ella.

—Necesito que controles a Kyūbi, sé que puedes hacerlo. Puedo curar a Naruto con chakra de Kurama, pero justo ahora me es…—un gemido le cortó el diálogo. Sasuke notaba cómo algo le dolía en el interior—, me es difícil concentrarme por mi cuenta, además que no poseo la fuerza para enfocarme. Necesito que lo hagas por mí.

Sasuke asintió, mirando de soslayo al rubio. Su cabello ya se encontraba manchado de sangre, al igual que toda su ropa. La herida de la pierna comenzaba a expedir pus y había una emanación de secreción negra desde su estómago, sin qué decir de cómo estaría su costado y espalda.

Sin perder tiempo activó el Sharingan, para poder volver a aquel lugar que ya había visitado con Naruto. Kushina gimió un poco, pero igualmente se terminó por relajar.

La celda del Zorro no se hallaba muy diferente, quizá un poco más oscura. El sentimiento de la calma se encontraba crepitando por encima del agua, profiriendo ese pequeño sonido que hacía eco en las paredes, junto con el de las gotas que caían desde el techo, el cual era muy opaco como para poder contemplar. Sasuke no pudo pensar en otra cosa que desesperación. Ahí se olía la desesperación por todos lados.

A un lado de él estaba Kushina, que miraba con seriedad al interior de la reja, donde la negrura reinaba.

—No dejes que se descontrole—la taheña ni siquiera le volteó a ver, y se limitó a cerrar los ojos y comenzar a reunir chakra, absorbiendo parte de ella del interior de las rejas.

La energía rojiza se trasladaba desde la oscuridad, hasta perderse en el cuerpo de la mujer. Sasuke miraba todo con ojo crítico, esperando el momento en que el demonio apareciera. No le gustaba que todo se estuviera en calma, porque era ese tipo de tranquilidad desgarradora, que cuando se rompía creaba un majestuoso caos.

—Kushina, deja de intentarlo. El chico no va a mejorar—una voz ronca retumbó en el lugar, haciendo temblar el agua.

Con quietud, unos ojos rojos y la sonrisa sádica se pintaron atrás de los barrotes. Pronto el aliento de la bestia llenó el espacio.

—Lo puedo sentir Kushina. Naruto está más muerto que vivo—la risa grave y cruel le hizo temblar los dedos—. Incluso Uchiha lo sabe. Todos lo saben.

—Cállate.

Kushina seguía juntando chakra, comenzando a sollozar desesperada. Kurama, por su parte, seguía sonriendo despiadado, como si en verdad gozara que eso estuviera pasando. Sasuke pensó que quizá así fuera.

—Deja de intentarlo, o también te vas a matar tú.

—Cállate, zorro imbécil—gemía la bermeja, exasperada.

—Si ambos se mueren, yo quedo libre Kushina. No lo olvides.

Sasuke sentía cómo el temblor en el cuerpo de la mujer comenzaba a afectar al sitio. Era como si él también pudiera sentir lo mismo. Por su parte, Kyūbi seguía sonriendo siniestro detrás de la reja, esperando a que todo se derrumbara.

—Sasuke, le voy a sacar—habló Kushina a su lado, temblorosa y con la voz un poco rota. Escuchó la risa del demonio, grave y burlona.

—Se morirán, Kushina. Tú y tu hijo.

—Necesito que lo controles, Sasuke—la pelirroja ignoró el comentario del zorro y se dedicó a virar la cabeza en dirección del reo. Sus ojos claros se posaron en el criminal, con la desesperación pintada en ellos. Sasuke sintió algo parecido a un escalofrío, pero asintió igualmente.

Kushina suspiró para sí misma y miró directamente hacia los ojos de Kurama. El demonio le regresaba el gesto, casi íntimo, mientras la mujer caminaba en dirección de la reja, para poderlo liberar. No podía evitar temblar, de miedo y desesperación, y preguntarse si realmente eso era lo que debía de hacer. Sabía que tanto ella como Naruto se encontraban en muy mal estado, que estaban más muertos que vivos y que era muy probable que Kyūbi quedara libre. Claro que lo sabía, y temía a aquella opción, pero temía aún más el no hacer nada y perder a su hijo, su amado hijo. Sabía que si no lo intentaba, si no hacía lo que pudiera para salvarlo se odiaría a sí misma, incluso ya muerta jamás se perdonaría el abandonar a Naruto, el dejarlo morir por temor a Kurama.

Antes de desprender el sello giró su rostro hacia Uchiha, quien miraba toda la escena con sus ojos rojos y penetrantes, esperando por el momento de actuar, por el instante preciso en que el demonio quedara libre de su prisión. Kushina suspiró aún con la mirada puesta en el criminal y su mano tomando una esquina del sello. Era tonto pensarlo, pero justo ahora le alegraba que Naruto hubiera conocido al asesino, que hubieran creado, de alguna manera, un vínculo tan fuerte y especial, porque incluso ella lo veía, lo sentía; aquello que movía a Sasuke para ayudar a Naruto no era cosa de todos los días. No era el afecto que se tiene por un conocido y ya. Era algo así como amistad, pero diferente.

Justo cuando Sasuke le regresó la mirada Kushina se decidió. Con algo de coraje tomó el sello y lo rasgó, quitando el candado que cerraba las puertas, despejando el lugar para un demonio, para el zorro maldito, que reía sádico desde la profundidad de la celda, desde la oscuridad.

El aire caliente y rasposo le llenó la cara, junto con el familiar sentimiento de congoja que Kyūbi siempre creaba en ella. Era algo ya muy conocido para su ser, pero no dejaba de robarle el aliento cada que sucedía. La celda comenzó a sentirse diferente, el techo se volvió más negro, más húmedo y tenebroso. El agua comenzó a calentarse y la oscuridad tomó camino, esparciéndose, colándose entre las piernas de Kushina y las manos de Sasuke. Todo en algún punto quedó sumido en la calma antes de la tormenta, en una oscuridad densa y caliente que subía desde el agua y chocaba en el techo.

Sasuke por primera vez desde hacía años se sintió amenazado, no con miedo, pero sí precaución. No era un ninja lo que estaba ahí, entre ellos, tampoco un hombre cualquiera, sino un demonio legendario, de esos que masacraban pueblos y creaban destrucción por doquier. No era algo para tomarse a la ligera.

La sensación era contrastante y extraña. Podía sentir el calor emanar del agua, subirle por los pies hasta la cadera, pero el frío del techo, la humedad helada que se desprendía con parsimonia, recorría su cuerpo, calándole en las orejas y yendo hacía su torso, hasta que chocaba con el calor y se fusionaban en una mezcla que no dejaba de inquietar a Sasuke. El aire se sentía viscoso, como si fuera aceite, sus ojos solo veían oscuridad y sentía la temperatura chocando, haciéndose garras. Había perdido a Kushina de vista desde hacía mucho tiempo, ni siquiera lograba sentirla entre una atmósfera tan espesa, donde todo era confuso.

Si le preguntaban, se había imaginado que la liberación de Kurama sería mucho más violenta, con una explosión o el intento de muerte de alguien. Sería mucha más acción y menos espera. Pero lo que ahora sabía era que eso no era violencia, sino expectación; era miedo compactado en ese lugar, era la locura que provocaba el no saber, el no ver lo que sucedería. Sasuke pensó que era mucho peor que la explosiva ferocidad que se había figurado.

Entonces el calor arremetió con fuerza, y el aire en un zarpazo violento lo movió un poco. No podía ver nada, pero lo sentía. Comenzó a hacer girar su Sharingan y a tratar de enfocar al demonio, que los rodeaba desde las tinieblas.

—¡Sasuke! —el grito de la pelirroja y el gruñido del zorro que le siguió después le despertó aún más. El calor se convirtió en frío, la calma en tempestad y la espera en acción. Entonces, cuando logró visualizar algo, cuando pudo sentirlo con más firmeza, la oscuridad desapareció.

Como si solo hubiera parpadeado, la negrura se desvaneció, y enfrente de él, con ojos de locura e ira indomable estaba el demonio, con sus colmillos filosos y el pelaje de fuego. Kushina se encontraba parada justo en frente, con las manos tiesas y firmes en un agarre delante de su pecho. Sasuke se encontraba un poco más lejos, pero no demasiado. Sentía el ardor del Sharingan en su ojo, y la intranquilidad producida en el demonio, pero aun así lo mantenía controlado.

—Voy a empezar—informó la bermeja, respirando con agitación.

—Solo vas a hacer que se maten, y que yo termine libre.

—Cállate, zorro de mierda.

Kurama gruñó y se agitó un poco, para luego quedar estático y con los ojos puestos sobre Sasuke, quien veía cómo el chakra rojo era desprendido a grandes cantidades del demonio e iba a parar al cuerpo de la pelirroja, quien temblaba cada cuánto. Al reo le parecía que tanta energía la haría descontrolarse y colapsar, pero al parecer la mujer sabía manejarlo, pues aunque temblara y jadeara un poco, la energía nunca detuvo su flujo y no sucedió más percance que los gruñidos exasperados de Kyūbi.

Cuando el chakra que comenzó a salir de Kurama se volvió negro Sasuke se preocupó. No es como si supiera mucho sobre energía demoníaca, pero no pensaba que el cambio en el color fuera algo bueno, sobre todo si se volvía energía tan oscura como aquella. Kushiha entonces volteó a verlo, sus ojos antes claros y firmes ahora eran un lienzo en blanco. Sin pupila, sin iris, solo blancura infinita y desgarradora, que lo arrastraron de alguna manera al mundo, a la realidad, donde un Naruto moribundo era rodeado de chakra rojo, mientras las heridas se sanaban a tiempo récord.

Sasuke aún sentía el control sobre el zorro, y sus pies, de alguna manera, no habían perdido la percepción del agua caliente, que poco a poco se volvía tibia hasta llegar a helada. Era como si estuviera en dos lugares al mismo tiempo y tuviera conciencia de ello. La atmósfera densa de la celda lo seguía acompañando, aunque ahora lo que veía fuera el paisaje nocturno de los bosques de Konoha.

El criminal volteó hacia Kushina, que mantenía aquellos ojos albinos y sus manos no dejaban de traspasar energía hacia el rubio, que no se movía. Por alguna razón el ver aquella escena lo asustó, como si en algún momento algo muy malo sucediera, como si todo eso solo fuera la introducción al verdadero horror de la noche.

Kushiha colocó sus dedos sobre el pecho de su hijo, para luego levantar con tranquilidad la camiseta del áureo y dejar al descubierto el sello en su estómago. Las marcas antes negras se desvanecían un poco y sobre éstas se alzaban unos trazos rojos, como si estuvieran tan calientes como el hierro fundido. Uchiha no lograba encontrar sentido o forma a aquellas líneas, ni tampoco a las que se derivaban de las mismas. Las líneas rojas siempre mantenían su forma original, esa que el criminal no lograba definir, pero las otras, las negras que se desprendían de las rojas se movían constantemente, cambiando su estructura y longitud. De ésos trazos se despedía una sustancia viscosa y negra, como si fuera sangre, pero de un color oscuro y hedor penetrante. Parecía que el estómago de Naruto estuviera podrido.

Un tirón a su pecho lo llevó de nueva cuenta a la celda, donde Kurama se revolvía ansioso, gruñendo con ferocidad a todas direcciones. Uchiha lo miró con quietud y lo volvió a manejar, dejándolo quieto y tranquilo. Kushina, quien seguía adelante del hocico del demonio mantenía sus dedos juntos y no había cambiado su postura ni un ápice. Sasuke se acercó con cuidado, sintiendo la dificultad para caminar en aquel sitio, como si sus piernas estuvieran ancladas a algo, o pesaran toneladas. La respiración también se le complicaba, pues parecía que en ese lugar no había oxígeno, sino aceite hirviendo.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo apreciar en mayor detalle a la taheña. Sus manos unidas frente a su pecho sangraban, y de su estómago un hilo de la misma sustancia oscura que despedía el sello de Naruto recorría su cadera y piernas, comenzando a diluirse con el agua debajo de sus pies. La visión era simplemente espantosa, casi irreal, sacado de una pesadilla. La oscuridad que inundaba el interior de las rejas comenzaba a regresar, como si fuera una brisa helada. El pelaje de Kyūbi dejó de arder, y se limitó a brillar en un anaranjado intenso, casi lustroso. Cuando las sombras se colaron entre sus piernas el techo de la celda crujió, y dejó caer un pedazo de roca, provocando que el agua salpicara y las ondas viajaran hasta sus pies. El líquido negro seguía mezclándose con el agua.

—Estúpida, te estás muriendo y Naruto también—murmuró el demonio, que levantó un poco su hocico, sonriendo macabro y llenando el espacio con su risa de ultratumba—. Te estás muriendo, Kushina; te hundes.

La aludida seguía en la misma posición, pero el asesino logró corroborar que en efecto, los pies de la mujer se iban perdiendo en el agua, comenzando a enterrarse hasta los talones. Aquella sustancia negra comenzaba a burbujear al lado de la piel de Kushina y el ruido al reventar hacía eco en las paredes.

—Pero tú te hundes conmigo.

El demonio gruñó y lanzó una mordida hacía la Uzumaki, aunque no la alcanzó. Kyūbi sabía que era verdad, que aunque llegara a quedar libre si sus contenedores morían él quedaría en tan mal estado que no sería muy difícil volverlo a sellar en otro maldito humano. Sí, tanto madre como hijo se estaban hundiendo, yendo hacia la oscuridad, pero Kurama iba de la mano con ellos. No es que despreciara a la familia, en realidad los soportaba bastante bien y Kushina nunca le había caído mal; la consideraba una chiquilla terca y algo desesperante, pero honesta y constante, cosa que le agradaba. Sin embargo, debía de reconocer que le asustaba, de alguna manera, desprenderse de ese par tan rápido. No quería tener que acoplarse a otro jinchūriki, ni a su chakra ni a su alma. Kushina ya lo había preparado para compenetrarse de mejor manera con Naruto, pues ambos eran muy parecidos. Él ya conocía a esos dos, los olía y comprendía; los podía ver casi con transparencia, se sentía cómodo con ellos, así que no quería quedarse sin ninguno. Si el chico moría Kushina quedaría devastada, sería una lástima, sí, pero ella sobreviviría, si era necesario Kurama la ayudaría. Haría que se recuperará y él no tendría que pasar a otro humano hasta que la pelirroja muriera. No tendría que acomodarse en el cuerpo de alguien más y unir sus almas mientras él se mantenía débil y escuálido. Simplemente Kurama no quería perder su comodidad.

Lamentablemente, a como Kushina siguiera igual, tanto ella como Naruto morirían. La pelirroja había comenzado a transportar la energía más oscura que Kyūbi poseía, aquel chakra tan maligno que guardaba tan dentro de su ser. Sí, era mucho más efectivo, pero el doble de peligroso. La mujer jamás había tratado con él, y aunque el demonio admiraba que sabía controlarlo, la dejaría peor que mejor. Aquel tipo de energía se llevaba parte de Kushina consigo, e iba a parar a Naruto. Aunque lo más probable era que el mocoso –si sobrevivía- fuera altamente compatible con él, existía la posibilidad que debido a ese chakra oscuro se creara un rincón igual de negro. Se corrompería un pedazo del alma del rubio, ese pequeño cacho que permanecería al acecho, aguardando el momento para salir a flote, para infectar todo.

A Kurama ya le había sucedido con otro jinchūriki hacía muchos años. Su alma humana se había visto corrompida por un accidente, en donde para salvarse había hecho lo mismo que Kushina: utilizar deliberadamente el chakra de un bijū. Lo que terminó pasando fue que Kyūbi acabó encerrado en un cuerpo que cada día iba pareciendo más demonio que humano, hasta el punto en que ambos colisionaron. Naturalmente la confrontación provocó mucho desastre, la muerte de miles de personas y la liberación momentánea del Zorro de Nueve Colas. Al final, asesinó a su ex-jinchūriki y fue sellado en otro humano, pero el hecho era que aún a la fecha podía sentir el alma, rota y pútrida de aquel humano que no supo resguardarse, que jugó con fuego y se quemó. Temía que Naruto o Kushina terminarán igual.

—Vamos puto zorro, sálvalo—murmuró la pelirroja, que seguía hundiéndose cada vez más en el agua.

Kurama no quería tener que ir a otro cuerpo, no quería tener que volver a ser sellado en un desconocido, no aún.

—¡Sálvalo! —el grito hizo crujir el techo, que volvió a romperse dejando caer pedazos de roca que salpicaron en el agua. Sasuke no se inmutó, sino que mantuvo su vista fija en el demonio.

El zorro viró sus ojos hasta clavarlos en el Uchiha, y sonrió un poco. Hacía mucho que no veía a uno de esos. Era curioso que aquel hombre se hubiera hecho cercano a Naruto, tanto como para ayudarlo, salvarlo. Podía sentir el lazo que los unía, una línea que seguro se haría más fuerte con el tiempo, si es que el rubio sobrevivía.

Naruto era joven, y estaba en mejores condiciones que Kushina, su cuerpo tendría más resistencia, además que no le sería desconocida su alma, pues parte de ella ya se encontraba unida a la suya propia. Incluso si llegaba a poseer un rincón de maldad, no sería nada que un demonio como él no pudiera controlar. Kushina ahora estaba más que deteriorada y probablemente las secuelas del chakra negro la dejarían marcada de por vida.

Regresó su vista hacia la bermeja, que no dejaba de hundirse y de llorar enfadada.

—Yo no puedo salvarlo por mi propia cuenta. Estoy débil y tú me estás dejando peor— el demonio pausó—. Sin embargo, hay algo que podemos hacer.

—¿Qué?, ¡¿qué es?!

Sasuke sintió de nueva cuenta los ojos y la sonrisa sardónica del demonio sobre su ser, haciendo que un escalofrío lo recorriera sin compasión. Era esa sensación, la de que aquella cosa que provocaría caos estaba a la vuelta de la esquina, la estaba a punto de acariciar con los dedos. El miedo lo invadió rápido, aunque no dejó que se vislumbrara. Sin embargo, la ansiedad se esparció por su cuerpo, esperando la respuesta. Esperando que el choque llegara.

—Te lo diré, pero será nuestro pequeño secreto—los ojos demoniacos se incrustaron aún más en Sasuke—. De los tres.

Entonces el golpe llegó.


Respirar le dolía, y sentía que acababan de triturarle todos los huesos, no dejando ni uno enterito. Era como si pudiera percibir cada fractura, cada fisura en todos ellos, cada corte, desgarre y golpe que había sufrido. Si así era estar muerto era una mierda. La muerte dolía, era una farsa aquello de que ibas a un lugar mejor porque eso estaba igual de jodido que estar vivo.

Jadeó por busca de aire, aunque al instante todo le quemó, sintiendo la garganta arder. Los ojos le escocían y no sentía sus piernas, aunque si sus brazos y su espalda, que le quemaba entero. Intentó gritar, pero supo que lo que salió de su boca fue un ruido totalmente inhumano, pues incluso él logró escucharse. Apretó los puños y notó tierra debajo de sus dedos. Tierra caliente y húmeda. Probó a abrir los ojos pero el solo hacerlo le hizo doblegarse. Todo le ardía, debajo de su piel era como si estuvieran clavándole hierro caliente. Sintió algo cálido en su mano, apretó por inercia, para poder aferrarse a algo, incluso si no sabía qué era.

Respiró hondo varias veces hasta que volvió a intentar abrir los ojos. Al principio el dolor era grande y fuerte, pero con el tiempo logró acostumbrarse lo suficiente como para ver un poco, sombras difusas que no tenían forma. Los sonidos fueron llegando lento, muy lejanos y dispersos, hasta que poco a poco el sonido de voces le venía más fuerte. La visión se le fue clareando, hasta que pudo determinar que lo que veía era el cielo oscuro. Cuando giró su cabeza identificó la sonrisa de Kushina.

—Mamá—estiró su mano, que ahora notaba se agarraba con clemencia a la de su madre. Aún no lograba verla con determinación, pero podía ver el patrón de su inconfundible sonrisa. Era hermosa.

—¿Te duele mucho?

Negó por inercia, aunque después un gemido le rompiera la poca credibilidad que tenía. Sí le dolía, pero ya no le importaba. No recordaba mucho, pero saber que su madre sonreía le aliviaba.

—Dime qué sientes.

Probó a decirle que dolor, pero se calló. Comenzó a sopesarlo en realidad. Los huesos ya no le dolían como antes y a decir verdad sus músculos estaban tensos pero no muy adoloridos. Ya sentía las piernas, y sentía molestia en ellas, pero no dolor como tal. Su cabeza había dejado de darle punzadas y aunque todo se mantenía con cierto tapiz de irrealidad no le causaba ningún malestar. Pero entonces, como si algo muy pesado estuviera en su pecho, le comprimió un poco el corazón y los pulmones. No dejó de respirar, ni de sentir sus latidos, pero el peso era diferente, algo a lo que no estaba acostumbrado.

—Mi pecho—cada vez la opresión iba en aumento, hasta que comenzó a arder con fulgor. Se miró ahí, tratando de verificar que no había ninguna llama que estuviera sobre su piel—, me arde, mucho—jadeó—. ¡Cómo arde!

—Se pasara—una de las manos de Kushina se posó ahí, donde podía jurar su piel hervía. El alivio no llegó al instante, pero si después de unos segundos.

Naruto se incorporó sobre sus codos, inspeccionando el lugar. Paseó su vista por todo el bosque que los consumía, aunque éste ya se encontrara en una situación deplorable. A lo lejos divisó llamas, un crepitar que elevaba al cielo el humo denso y gris que se esparcía en la noche. A un lado estaba un cuerpo, al que sólo lograba identificarle el cabello rubio y largo. Rubio y largo.

Entonces cayó en cuenta ¡El afeminado que los iba a matar! Se levantó de un salto e inspeccionó a su madre, que lo miró confundida. Ella se encontraba bien, en realidad, se veía mejor que antes. Pensó en sus propias heridas, en la del costado, pierna y espalda. Ya no había nada, estaban sanadas. Su espalda, la cual recordaba era un desastre, ahora se encontraba bien, sin ninguna cicatriz. Miró a su madre exigiendo respuestas. ¿Qué había pasado? El recordaba a su madre en el piso y gritando y a él casi explotando; el dolor y la molestia, el miedo, pero sobre todo el dolor. ¿Qué había sucedido?, ¿cómo es que todo se había solucionado? Cuando giró para terminar de ver el lugar, tratando de encontrar explicaciones fue que lo comprendió.

Ahí, cerca de un árbol con la vista puesta fijamente sobre la corteza, estaba Sasuke, con sus ropas de pordiosero y su rostro sucio. Sus pies descalzos se encontraban mugrosos de tierra y sangre. Cuando el criminal sintió su mirada le regresó el gesto, clavando sus oscuros ojos en los suyos. Algo parecido a alivio y sorpresa se instaló en el pecho de Naruto. ¿Sasuke los había salvado?, ¿había sido él quién asesinó a Deidara?

—Al fin despiertas—murmuró cuando ya se había acercado, con el rostro impasible—. Tenías a tu madre preocupada.

—¿Cómo…—se humedeció los labios, viendo alrededor antes de regresar su mirada a la cara de Sasuke— ¿qué pasó?

El mayor no respondió y se limitó a observarlo con seriedad. Naruto sentía la opresión en su pecho acrecentarse, y la mortificación inundó su cabeza. Se fijó en la cara del asesino, llena de tierra y sangre, al igual que sus manos y ropas. Fue entonces que notó que el suelo estaba lleno de sangre en diferentes lugares; incluso su ropa estaba empapada en ella ¿Qué había ocurrido? ¿Qué habían hecho?

—Todo está bien—susurró el reo, mientras le ponía una mano al hombro. Había visto la confusión en el rubio, cómo poco a poco la conmoción llegaba a él. No podían dejar que eso siguiera, no podían dejar que Naruto quisiera saber, que supiera que todo estaba bien era más que suficiente.

Naruto tragó saliva y asintió. Confiaba en Sasuke, incluso si no debiera, lo hacía. Si él le decía que todo estaría bien, le creía. Así que suspirando aliviado se volteó hacia su madre, que ya se encontraba de pie a unos metros más allá.

—¿Estás bien?

—Si cariño—sonrió—, estoy perfectamente.

Naruto sonrió a su vez, caminando al encuentro con Kushina. Cuando estuvo cerca la abrazó y hundió su cara en su pecho, respirando ahí, inundándose del aroma de su madre. Sentía tanta tranquilidad, tanto alivio al verla con bien, el verla viva y a su lado. No había nada mejor que eso.

Kushina por su parte le abrazó con cuidado y lo apretó contra su seno mientras trataba de controlar el temblor de su cuerpo. Las lágrimas calientes recorrieron su cara y empaparon un poco el cabello de su hijo. Le dolía en el alma, le entristecía entera, sin embargo temía que Naruto lo notara. Abrió la boca para respirar, sin hacer ni un solo ruido, porque no debía dejar que Naruto la viera así, no podía dejar que su hijo le preguntara qué pasaba. Miró en dirección de Sasuke, que la veía a la distancia con ojos de firmeza. No, no debían de dejar que Naruto supiera.

Era un secreto que se llevaría a la tumba.


El viento le golpeaba la cara y calaba en sus ojos. Sentía el cuerpo adolorido, pero la preocupación podía más con él. No lo habían previsto, ese ataque llegó sin anunciar. No lo había visto venir y temía que ahora sufriera las consecuencias.

La explosión inicial había sido escuchada por toda la aldea y sus alrededores, pues él, que andaba fuera llevando a cabo un reconocimiento que el mismo Hokage le encargó, pudo escucharla. Y no necesitó más de dos segundos para salir corriendo hacia Konoha.

No comprendía cómo es que lo habían hecho. Desde hacía meses que se había encargado a un equipo ANBU especial –el cual estaba a su mando, cabía aclarar-, colocar sellos a los alrededores de Konoha, pues debido a ataques a otras villas el Gobierno tenía una idea del modus operandi del enemigo. Y él había supervisado cada proceso y técnica. Incluso en algún momento le había pedido ayuda a Kushina para saber exactamente qué sello utilizar. Él había estado ahí, protegiendo a su aldea, a su familia. ¿Cómo era posible que esos desgraciados lograran burlarlo?

Pero durante esos dos segundos de reacción no le interesó demasiado, pues el pensar dónde estarían Kushina y Naruto le llenó la mente. Sabía que ambos tenían guardianes, pero el sentimiento del pecho no se iba. Incluso si tenían una idea de qué era capaz el enemigo, no podían estar completamente seguros.

Todo lo que sabía de ellos era por informes de otras Villas, que debido a los atentados habían decidido crear una especie de alianza para la protección del mundo y la preservación de los jinchūrikis, pues habían estado secuestrando y asesinando a otros contenedores. Ya iban tres muertos y un desaparecido. No tenía idea de qué era lo que hacían con el demonio, pero debido a los informes conocía el cómo encontraban los cuerpos: con un extraño sello cruzándoles el pecho. El problema era que cada sello encontrado en un cadáver era diferente de los anteriores y nadie había podido descifrar para qué era o qué relación podían mantener.

Sin embargo siempre existía la posibilidad que fuera más de un atacante. No sabía si aquellos que iban detrás de los jinchūrikis fuera una sola banda; tampoco si ellos habían sido los responsables del ataque a la Cárcel de Konoha de hacía unos meses. En aquel atentado habían desaparecido tres reos, cada uno sin relación aparente con el otro. Minato no tenía idea de cuál podía ser la relación, si es que solo fuera un enemigo o más. No sabía nada de ellos, solo que iban detrás de su esposa e hijo.

Se encontraba ya en dirección de Konoha, más decidido que nunca. Al impulsarse en un árbol la pierna le crujió un poco y no pudo evitar hacer una mueca de dolor. No había quedado tan mal parado de la batalla, aunque no en las condiciones que él hubiera deseado.

En su retorno a la Villa fueron atacados por un grupo de ninjas no identificados. Iban cubiertos en atuendos oscuros, y sólo se podía vislumbrar débilmente sus ojos, oscuros como la noche, en un rostro cubierto en sombras. Minato quiso suponer que eran parte de aquellos que atacaron Konoha, y por tanto, dio orden de aprehender tan siquiera a uno. Su sorpresa llegó a la hora de la batalla. Sus movimientos no eran humanos, sus ataques y su fuerza mucho menos. Basta decir que incluso a él le hicieron pasar un mal rato. En resumidas cuentas, cuando al fin podían atrapar a uno, entre la brisa el cuerpo del ninja enemigo desaparecía, se volvía una ceniza blanca que volaba en el aire y se elevaba al cielo. Nunca había visto ningún clon de sombra desaparecer de ese modo. No, porque esos no eran clones de sombra. No eran nada que hubiera visto antes.

No pudieron atrapar ni a un solo de los agresores. Tuvieron tres bajas.

—Namikaze-san, ¿se encuentra bien? —uno de los ANBU le preguntó al darle alcance. Al llegar a Konoha había ido directamente en busca de su esposa e hijo. El no encontrarlos solo propicio a que iniciara su búsqueda exhaustiva.

La Aldea estaba en llamas, había gente herida por las calles y mandó a los demás ANBU a ir a auxiliar a quienes lo necesitaran, sin embargo Noriko, una de las más jóvenes del grupo, había decidido acompañarlo un trecho, pues ella iría a vigilar qué era lo que sucedía en la zona noreste de la villa.

—Tiene una herida en el brazo.

—No es nada—dijo quitándole importancia, corriendo un poco más aprisa—. Será mejor que vayas al noreste, desde aquí puedo ver fuego.

La muchacha asintió para después separarse del rubio.

Minato por su parte se concentró en sentir a Kushina o a Naruto. Se asustó aún más al comprobar que nada venía a él, que no los lograba localizar. Había llegado tarde, los había perdido y ya no habría nada más que hacer.

¿Qué era lo que estaba sucediéndole a la Villa?, ¿quiénes eran los que estaban atacando?

El viento sopló una vez más antes de que el fuego alcanzara sus ojos.


Algo en el bosque había cambiado. El aire se respiraba diferente y los árboles dejaron de moverse. El tiempo pareció detenerse y el único sonido audible era el crepitar del fuego abrasador. La noche entraba oscura y fiera, y Naruto no dejaba de sentirse extraño, fuera de lugar. El bosque le sabía diferente, como si no lo conociera, su tierra era más pesada y él se sentía embotado, como si nada de eso fuera realidad. Kushina caminaba a un lado de él y enfrente lideraba el paso Sasuke, con sus ojos negros perforando la oscuridad.

Algo andaba mal.

—Mamá—pero la voz le salía cortada, y sus manos comenzaron a pesarle. Su pecho seguía ardiendo, pero se estaba acostumbrando, era un dolor que podía soportar. Apretó entre sus dedos la mano de su madre y se prometió no soltarla.

El bosque, poco a poco, comenzó a cernirse sobre él, a quitarle el aliento. Todo comenzaba a volverse tan turbio, tan espeso.

—Mamá—susurró a media voz, con sus ojos fijos en la espalda de Sasuke. Intentó girar la cabeza pero no podía. El camino se volvía más y más pesado, hasta que comenzó a ver el naranja resplandeciendo contra el costado de Sasuke. Había fuego, estaban rodeados. Entre sus manos acarició las de su madre, pero ya no las sentía, sólo veía a Sasuke y su nuca, su espalda ancha y desgastada. Solo veía cómo todo alrededor se iba haciendo más y más espeso y el dolor en su pecho comenzaba a desgarrarle, pero él no gritaba. No debía, el bosque se lo decía.

—Sasuke—le llamó, con el fuego opacando su voz y los árboles danzando en un mudo silencio. El suelo se hizo de porcelana y se craqueó. Dejó de andar y se llevó las manos al pecho. ¿Cuándo había dejado de sostener a su madre? ¿Cuándo el fuego los había alcanzado?

Sasuke se detuvo y con una tranquilidad ajena comenzó a voltear. Sus ojos, rojos como el rubí lo miraban y penetraban profundo, muy profundo. ¿Cuándo los ojos de Sasuke habían cambiado? ¿En qué punto? ¿Qué estaba pasando?

—Solo te estás muriendo—le respondió Sasuke, con una sonrisa sangrienta y los ojos ahora oscuros como la infinidad. El fuego se extendía por su piel y de su pecho emanaba un gas oscuro.

Naruto cayó en la tierra, aún con sus manos sobre su pecho y los ojos escociéndole. Estaba llorando y no sabía por qué. No sabía nada, sólo que le dolía y que se estaba hundiendo, sentía el agua en la garganta, pero ahí no había un lago, ni tampoco lluvia, pero podía sentirla bajar por su tráquea y llegar a sus pulmones. Sentía todo arder. Sasuke y sus ojos de infinidad se acercaron, hasta que se convirtieron en lo único que Naruto podía ver. Sasuke ya no tenía cara de Sasuke, sino de un muñeco de trapo, sus dedos se habían convertido en garras y una melodía silbante salía de entre sus dientes afilados al exhalar en una sonrisa.

—Bienvenido al otro lado, Naruto.


—¡Cuidado!—fue lo que Sasuke gritó cuando sintió la explosión venir. Kushina se había inclinado sobre su hijo para protegerlo, y justo cuando la última sílaba del grito de Uchiha sonaba en el aire, opacada por el sonido de la explosión, fue que Naruto se dobló del dolor y cayó al suelo.

Estaban en una explanada, iban corriendo, lo más rápido que podían para llegar al refugio y buscar ayuda. Sin embargo un sonido rompió la noche y se sucedió una explosión. Kushina no tenía idea realmente de qué estaba sucediendo, ni sabía nada de su alrededor ni de su hijo, que pronto se había tirado al suelo a gemir y tocarse el pecho. Sus ojos azules se encontraban ahora vacíos y opacos. Kushina gritó asustada, tomando entre sus manos el rostro de su hijo, sintiendo después los brazos de Uchiha, que cargaba a ambos para luego comenzar a correr. No debían de quedarse quietos, debían de llegar, debían de ponerse a salvo.

La pelirroja pataleó y se liberó del agarre, comenzando a correr a la par que el asesino, quién en sus brazos llevaba a un Naruto silencioso, con sus ojos vacíos y las manos apretando en su pecho.

—¿Qué le ha pasado?—preguntó Sasuke, mientras corría y bordeaban pozos. Kushina negó con la cabeza, no pudiendo hablar. La garganta la sentía cortada y las lágrimas no la dejaban pensar ni ver con claridad.

Por algún motivo sentía un miedo creciente en su interior, sentía que algo andaba muy mal. No sabía qué estaba ocurriendo con su hijo, no sabía qué estaba ocurriendo con el mundo pero ella solo deseaba que parara, solo quería sumirse en un sueño profundo y llorar hasta secarse.

Sintió un brazo en su cintura y cómo tiraron de ella. Sasuke la había tomado y sacado del alcance de un ataque. La mente de Kushina se encontraba embotada y el problema era que ella sabía que no solo se debía al shock que le dio ver a su hijo así, si no que era un factor externo. Entonces, cruzando la explanada, entre matorrales en llamas pudo ver aquella mirada. Fue como si todo sucediera lento, muy lento y Kushina poco a poco fue consciente de lo que iba a suceder. En su mente todo pasó despacio, la mano levantada en su dirección y cómo se cerraba, cerniéndose sobre su vida, sobre el aire. Mientras que todo aquello pasó lento en su cabeza, el dolor le llegó rápido, de la misma manera que hicieron presencia sus gritos desgarradores. Sintió a Sasuke pegarla a su costado, el cómo Uchiha no la soltó, ni a ella ni a Naruto. Kushina se dobló, movió la cabeza hacia atrás hasta que el cielo y las ramas pasando fueron lo único que veía.

Sasuke le hablaba, le pedía que reaccionara. Le decía por su nombre -¿cuándo Uchiha había aprendido su nombre? ¿Naruto se lo había dicho?-, mientras ella seguía con el dolor en los nervios, debajo de su piel. Su cabeza estaba sumida en bruma y agonía, su garganta le escocía y por el rabillo del ojo veía la muerte, que estaba cerca, que no se despegaba de ella. Entre el dolor y los espasmos Kushina solo podía rogar porque pudiera ver a Minato, porque él pudiera abrazarla una última vez.

—¡Ah!—gritaba lastimosa la mujer, que se revolvía bajo su brazo, que se meneaba y sollozaba. Sasuke la agarró con más fuerza y se la echó al hombro, mientras con la otra mano sostenía a Naruto contra su pecho. Los estaban siguiendo, pero hacerles frente no era opción. Sasuke no confiaba en que pudiera defenderlos como antaño, y probablemente no le haría frente al enemigo. No si tenía en mente cuidar de ambos jinchūrikis. Por ello se había decidido a huir, por más cobarde que sonara en su cabeza y por muy poco que le agradara la idea.

Corriendo entre los árboles es que podía ver a lo lejos la aldea en llamas. Sentía las presencias más y más cerca. No tenía mucho tiempo, y era justo eso lo que necesitaba. Descansando en una rama alta, dejando a Kushina y Naruto recargados contra el tronco –el primero con la mirada perdida y una expresión de calvario en su faz, mudo en su totalidad, mientras que Kushina se movía inquieta, sollozaba por lo bajo y mantenía sus ojos cerrados a momentos, abiertos por otros, con lágrimas recorriéndole las mejillas- se decidió por lo más fácil que podía hacer. Necesitaba meter en un genjutsu a quienes los seguían, para ganar tiempo y tener una probabilidad mejor de encontrar o ya fuera alguien que los ayudara, o un escondite donde Sasuke pudiera dejarlos a ambos para pelear sin distracciones. Utilizar Amaterasu quedaba descartado; hacía mucho que Uchiha no lo usaba y probablemente no tendría la misma habilidad como para poder dejar las llamas arder sin perder el objetivo.

Conjurando sus rubíes ojos, y haciendo movimientos de manos esperó, hasta que el viento dejó de correr y hasta que pudo sentir la presencia del enemigo. Sintió su visión tornarse diferente, el escozor en el ojo hasta que pudo estar seguro que la ilusión le daría unos cuantos minutos de ventaja. Volvió a cargar con ambos Uzumaki y siguió su camino, rogando porque alguien pudiera ayudarle a que ninguno de ellos se muriera. Sabía bien que el plan seguía siendo relativamente el mismo: no dejar a Naruto morir. Kushina se lo había explicado –si no es que exigido también-, que su vida ahora ya no era relevante. Que si ella lo lograba solo sería una victoria secundaria, pues era Naruto en quien depositaba toda su devoción y suerte. Sasuke lo sabía y comprendía. Comprendía que si debía dejar a alguien atrás sería a la mujer, por más que el adolescente se quejara, por más que gritara y suplicara. Sabía también que si aquello llegara a suceder Kushina le pediría que la matara, para morir rápido y sin dolor. Pero Uchiha no deseaba nada de eso. Su idea no era dejar a nadie atrás, no de nuevo, y aunque le costara llevaría a ambos con Minato, o con cualquiera de confianza y les cuidaría, porque sentía que era lo correcto a hacer y lo único en lo que podía ayudar.

Reacomodándose a Kushina en el hombro, aplicó más fuerza y rapidez en sus saltos, para poner distancia entre ellos y el enemigo y contar con mayores probabilidades de éxito.

Pronto, aquella villa en llamas se manifestaba más y más cerca, con sus casas ardiendo, sus calles reviviendo el fuego del infierno. El bosque se acabó –o aquella zona arbolada-, y pronto Sasuke se encontró corriendo entre calles incendiadas y sorteando cadáveres ardientes y pedazos de edificios desprendidos o a punto dé. El humo comenzó a picarle en los ojos y parte de la garganta, pero no así disminuyó la velocidad o la fuerza de sus brazos abrazando a los Uzumaki. La pelirroja había dejado de berrear y ahora se mantenía quieta y callada, solo teniendo espasmos ocasionales. Por el otro lado, Naruto seguía igual que antes: mudo y con la mirada perdida, apretando de cuando en cuando la tela de su pecho y soltando gemidos queditos, casi inaudibles. Uchiha ya había probado llamándole por su nombre, por apodos e insultos, pero el rubiales parecía ido sin más, sin un retorno fijo. Sasuke temió por un momento. ¿Sería aquello de lo que Kyūbi les había advertido?

Siguiendo el camino que Uchiha se acababa de inventar –habían remodelado la aldea y las calles no eran iguales a las que él conoció, se perdía entre los recuerdos y lo que ahora veía bañado en fuego naranja y humo denso- fue que volvieron a quedar en una zona sin tantos edificios, que por un lado era circundada por arboles que quizá en otros días vieron sus hojas brillar bajo el candente sol, pero que ahora solo refulgían en lumbre dorada. Era ridículo que ni en un momento se hubiera topado con un ninja que pudiera ayudarle, y entre tanto alboroto, entre el rugir del viento y las explosiones ocasionales de ventanas no podía concentrarse, no cuando volvía a sentir la preocupación reptarle por la garganta.

—Kushina, necesito que te concentres—dejó a la mujer en el suelo con todo el cuidado que pudo. Ella se quedó sentada ahí, viendo hacia la nada—. Kushina, ¿a dónde los llevó?, ¿dónde está el refugio?

Pero la bermeja seguía prendida del dolor y en su cara solo se advertía el temor en sus ojos. Sasuke gruñó frustrado, se hincó al lado de la taheña y la zarandeó, pero nada ocurrió. Sintiendo el tiempo gastarse rápido y sin contemplación se decidió por lo único que se le ocurría para que Kushina saliera del trance. La abofeteó.

—¡Concéntrate, carajo!

La mujer cerró los ojos, para luego regresar la cara y mirar con duda y algo de rencor al criminal.

—¿A dónde carajo los llevo? ¿Dónde está ese maldito refugio?

Ella boqueó dos segundos, para después fruncir el cejo y levantarse del piso. El dolor aún tenía sus estragos en su cuerpo pero eso era lo último que la preocupaba. El refugio quedaba hasta casi el otro lado de la aldea y Kushina sabía que no lo lograrían, que no había ya tiempo. Intentar llegar a aquel lugar solo les cobraría la vida.

—No hay tiempo—susurró enojada, consigo misma, con todo. Apretó los puños y se mordió el labio. Miró a Naruto y su rostro magullado con sus ojos vacíos le partió el corazón—. Si intentamos llegar allá nos van a atrapar. No es una opción.

—Entonces, ¿cuál es el plan?—preguntó con mal humor el hombre, que miraba de un lado a otro, pendiente de los extremos por si sentía más cerca al enemigo. La mujer respiro hondo y juntó sus manos de aquella misma manera que la había visto hacer en la celda del Zorro.

—Puedo llamar a mi esposo, o a cualquiera que me pueda sentir—explicó entre dolores la Uzumaki, mordiéndose los labios. Si bien en otras circunstancias podía hacerlo, era cierto que en ese justo momento no estaba segura, pero esperaba que sí. Minato siempre había sido precavido con ella, y Kushina estaba segura que probablemente su marido se estuviera desviviendo por encontrarlos a ambos, siguiendo cualquier trazo que le ayudara a dar con ellos.

Entre que liberaba chakra para que Minato lo sintiera, se dispuso a percibir cualquier presencia alrededor de ellos –como aquellos dos sujetos que los seguían, lento y poco concisos, pero que iban por su rastro-, Kushina notó algo horrible. Exclamó sorprendida y aterrorizada por igual, abriendo los ojos en miedo puro. Uchiha la miró desconcertado.

—No siento a Naruto.


Aquel lugar era escalofriante, por decir lo poco. "El otro lado" como lo había llamado el Sasuke de trapo (que en realidad ya no se parecía en nada a Sasuke, pues su cabello antes oscuro se había tornado marrón opaco y sus facciones se agrietaron y la piel se notaba muy oscura) era una pesadilla de la cual Naruto parecía no poder despertarse. Se encontraba caminando entre la aldea, pero no era la aldea de siempre. No estaba sumida en llamas –o no completamente, solo algunos pedazos, una o dos casas por manzana-, pero el aire que la rodeaba era pesado, seco y rasposo. La noche que la consumía no era una noche común, pues la luna roja sangraba y las pocas estrellas que se atisbaban parecían gritar. En cada esquina había ojos que lo seguían, bocas que le sonreían y dientes que parecían deseaban morderle. Había cadáveres en todos lados. Mujeres y hombres mutilados, niños clavados a la pared. Al pasar a la orilla de una calle que corría paralela a una zona con árboles, Naruto notó cómo de las ramas de éstos pendían, con calma y silencio, cientos de cadáveres, colgados del cuello y meciéndose a una sintonía distinta de la del viento.

—Ése es el boque de los muertos—le explicó sonriente el Sasuke-ya-no-tan-Sasuke de trapo. Uzumaki tragó duro y el terror se le juntó en el pecho. Después, una mujer que colgaba entre aquellos cadáveres abrió los ojos y los clavó en los suyos. Por puro miedo Naruto se echó hacia atrás, aterrorizado. Quería dejar de caminar, pero no podía. Quería dejar de estar en ese lugar pero no veía salida alguna. El Sasuke de trapo le había dicho que intentar escapar por la puerta de Entrada/Salida de la aldea era, por donde se viera, una idea estúpida. Que fuera de los muros no había el mundo que Naruto conocía, si no aquel que nadie, ni en mil vidas, desea llegar a conocer. Le aseguró que lo único que rodeaba las murallas era oscuridad.

—¿Qué hago aquí?

El hombre de trapo (se negaba a seguir nombrándolo como Sasuke cuando ya no tenían parentesco) siguió su ruta, caminando a paso lento pero seguro por la vereda de tierra caliente. Naruto volvió a hablarle, pero no obtuvo respuesta. Con un silencio en su boca se dedicó a mirar aquella espalda, porque voltear y ver a su alrededor le causaba conflictos. Era una espalda muy ancha y encorvada. El hombre de trapo –que si lo veía bien, lo único que tenía de trapo era la cara, con grietas que parecían estar cosidas con hilo y aguja, pues el cuerpo era diferente- era alto, muy alto. Su espalda estaba encorvada y por donde debía estar su columna salían pequeños picos. Sus brazos eran extensos y terminaban en garras afiladas. Sus piernas eran largas y no humanas; parecían las piernas de una cabra, con aquellas flexiones extrañas hacia delante. Sus pies tenían forma de manos curtidas y amplias, con uñas tan granes y afiladas que podían pasar por zarpas. Su color, en general, era un café oscuro y mugriento. Caminaba frente a él y aunque Naruto no quería seguirle los pasos no encontraba nada más que hacer, pues ir solo a explorar aquel lugar le daba miedo.

—Hemos llegado—concluyó el hombre de trapo, deteniéndose en la escalinata que conducía a la entrada principal del edificio del Hokage, o lo que en ese lugar era el paralelo al edificio del Hokage en Konoha. No se veía muy diferente, quizá solo por las paredes desgastadas y agrietadas, aunadas a la oscuridad densa que rodeaba el perímetro. Los escalones se encontraban rotos y oscuros, con cadáveres adornándolo en toda su extensión. El hombre de trapo comenzó a avanzar, sin importarle si aplastaba algún cuerpo en su travesía hasta la puerta principal. Naruto le siguió con la distancia prudente, él sorteando a los cadáveres que el otro había pisado sin preocupación.

Recorridos los últimos tres escalones –donde ya no habían muertos-, el rubio se topó con la puerta, grande y destartalada, de la entrada al edificio. Estaba custodiada por dos hombres, que en sí no tenían mucho aspecto humano, solo la característica que se encontraban de pie en dos piernas (¿o patas?). Tenían rostro de coyote, torso de humano –quizá- y piernas de pájaro. En sus manos/garras descansaban lanzas grandes y filosas, que formaban una cruz frente a la puerta. Al verle ambos guardias gruñeron con desprecio, pero callaron ante la mirada del hombre de trapo. Con gestos renuentes quitaron las lanzas de en medio y aquella puerta se abrió rechinante hacia el interior oscuro del edificio. El hombre de trapo comenzó a avanzar, con aquellos pasos lentos.

—No pienso entrar ahí—avisó el rubio, sin moverse de lugar. Al escucharle el hombre trapo se detuvo y giró su estampa para encarar al adolescente. Naruto entonces no supo a qué temerle más, si al edificio aquel o al sujeto frente a él.

—Tienes que entrar—se acercó un paso que Naruto retrocedió por instinto—, ¿cómo piensas pagar, si no entras?

—¿Pagar qué cosa?

—Tienes que entrar—sentenció con voz grave—, pero si no quieres puedes quedarte aquí, haciéndole compañía a los guardias y a los muertos.

Naruto viró su mirada para chocar con la de los coyotes sobre él, que gruñían por lo bajo y le mostraban los dientes manchados de sangre.

—Bueno, eso depende. ¿Allá adentro va a haber más muertos y cosas como ellos?—señaló a los guardias, que gruñeron aún más fuerte.

—Puede que sí, puede que no. O puedes quedarte aquí para que te hagas su amigo.

Los guardias soltaron una especie de ladrido, que hizo a Naruto retroceder asustado. Si era entre esperar ahí a que los coyotes lo mataran o entrar y tener la posibilidad de no morir o morir de una manera mucho peor, prefería entrar.

—Bien, si entro. Pero, ¿qué es eso de que tengo que pagar? —volvió a preguntar Naruto, ahora siguiendo los pasos del hombre de trapo hacia el interior del lugar, que era todo oscuro.

Al pasar la puerta ésta se cerró detrás de él y por unos segundos Naruto no pudo ver nada, pues solo había negrura a su alrededor. El ambiente, a diferencia de afuera, era frío, tanto que si Uzumaki pudiera ver estaba seguro que notaría el vapor salir cada que hablara.

—No veo nada—se abrazó a sí mismo, comenzando a frotar sus brazos en un intento de darse calor—, y qué frío—susurró Naruto, quedándose parado en su lugar.

—Sígueme.

—¿Qué te siga?—preguntó incrédulo el muchacho—. No se ve ni un carajo, ¿a dónde te voy a seguir y cómo si no veo nada? No sé dónde estás.

—Solo estoy. Sígueme.

—Pero ¿cómo mierda te sigo?—preguntó frustrado el adolescente, ya algo harto de la situación. Entonces escuchó los pies del hombre de trapo comenzar a caminar, a alejarse de él. Naruto entonces entró en la preocupación y trató de seguir el ruido, que en unos instantes después desapareció. El rubio en aquel momento se detuvo, sin saber a dónde ir.

—Si te detienes ya luego no vas a poder seguir—dictaminó el hombre trapo, con su voz grave y de ultratumba viajando de un lado a otro, hasta perderse.

Naruto avanzó, volteando de un lado a otro pero sin lograr ver nada. No sentía suelo concretamente, solo sabía que podía caminar, pero no sabía sobre qué lo estaba haciendo. Sus manos se estaban congelando y le parecía que cada vez le era más difícil respirar. Se decidió por avanzar derecho, porque no tenía de otra. No percibía nada más, ni arriba ni abajo. Probó a estirar los brazos, cada uno a un lado de su cuerpo, pero no había nada que tocar, inclusive si se balanceaba para tener más acceso. Se le ocurrió tratar de iluminar con algo de chakra, pero cuando lo intentó –sin dejar de caminar, por supuesto- no ocurrió nada. No sentía ni una pizca de energía.

—Ni aunque lo intentes—retumbó la voz del hombre de trapo, entre una risa burlona.

—¿Por qué?—exclamó fuerte el muchacho, porque creía que su voz iba a salir silenciosa—, ¿dónde estás?

—Sigue caminando.

—¿Voy bien por aquí?—dijo con ilusión el muchacho, que apretó el paso.

—No, pero sigue caminando.

—¡Qué la… ¿dónde estás, maldita sea? ¡No veo ni una mierda!

Sin embargo el ninja no dejó de caminar, ya algo cansado de preguntar y no obtener respuesta. Poco a poco el frío dejó de sentirse y aquella eterna oscuridad se comenzó a disipar lenta, muy lentamente, hasta que Naruto fue capaz de mirar el borde de sus manos. Sin embargo, fuera de eso no veía nada más a su alrededor. Siguió derecho y estuvo tentado a correr pero desistió, probablemente no era lo más sabio a hacer.

—Sigo viendo nada.

—Porque hay nada. No te detengas.

A cada paso Naruto se sentía más pesado, hasta que por fin la oscuridad fue quedando menguada cada vez más. De pronto el rubio se notó en un pasillo, largo y decrépito, con una antorcha colgada en un costado, alumbrando pobremente alrededor. Cuando se miró las manos, sin haberse detenido aún, pudo ver cómo un humo negro y suave se escurría por entre sus dedos. Al levantar la cara notó ver al hombre de trapo esperándole junto a la antorcha que ardía en fuego verde.

—No te vuelvas a detener tanto. Ahora sígueme—musitó antes de dar media vuelta y seguir avanzando por el pasillo.

—No, no, espera—pero el hombre de trapo siguió avanzando, sin embargo eso no detuvo al ninja de seguir preguntando—, ¿qué era eso que acabamos de cruzar?

—Nada.

—¡Contéstame, maldición!

Entonces el hombre se detuvo y giró la cara en un ángulo imposible para cualquier humano.

—Acabamos de pasar nada. Ahí no había nada, sólo tú. No había aire, no había sol, no había tierra. Solo oscuridad producida por la falta de luz. Es lo que nosotros conocemos como "Nada". Algunas almas van a parar ahí, se pierden y con el tiempo se desintegran sin más. Se vuelven un recuerdo en la mente de alguien hasta que el recuerdo deja de pasarse a alguien más y todo muere.

Naruto se quedó mudo por un momento, no sabiendo si reír o llorar. Sentía frío a su espalda y pronto escalofríos le recorrieron del talón a la punta de la cabeza. No tenía idea de qué estaba pasando, el solo quería regresar, con su mamá, con Sasuke. Con su padre –que no tenía la menor idea de dónde estaba-, su abuelo. Solo quería no morir, y que nadie más lo hiciera.

—¿A dónde vamos?

El hombre de trapo comenzó a avanzar, girando su cabeza hacia el frente y siseando algo que el rubio no logró entender.

—Haces muchas preguntas.

El ninja le siguió los pasos, mirando alrededor, tratando de pensar en algo, cualquier cosa. El pasillo no cambiaba mucho conforme avanzaban. Cada veinticuatro pasos –aproximadamente- había una nueva antorcha, que iluminaba con fuego verde su entorno. Las paredes no cambiaban, eran del mismo tono. Llegó un punto donde el tiempo le fue imposible de determinar, porque en aquel lugar parecía que no importaba, que los segundos, los minutos, los años daban igual. Al final, llegaron a una puerta de madera –roble, a su parecer-, destartalada y con una raja que la dividía en dos. El hombre de trapo la empujo hacia adentro, dejando paso a una oscuridad parecida a la que existía en "Nada".

—¿Qué es eso?

—Haces muchas preguntas, ya te lo dije—y entonces el hombre de trapo dio dos pasos, introduciéndose completamente en la oscuridad de la habitación. Naruto inhaló aire para darse valor, y siguiendo el mismo camino se adentró por aquella puerta.

Igual que en Nada, ahí no se veía ni una mierda. Pero el aire se sentía distinto y escuchaba sus pies pisar un suelo firme. Escuchaba los pasos del hombre de trapo más adelante y un susurro extraño que bordeaba. Al final la oscuridad también fue desapareciendo, hasta que de pronto, una luz extranjera que no sabía de dónde salió inundó febrilmente el lugar. Era un cuarto, no sabía qué tan grande, pues solo alumbraba la porción donde el hombre de trapo y él se encontraban.

Frente a ellos había una mesa, que tenía una placa de la cual el nombre había sido rasguñado, tenía una bandera blanca salpicada en rojo –al parecer sangre- y justo en medio estaba un pergamino cerrado, con una pluma a su costado. Dos metros atrás del escritorio todo volvía a ser negrura.

—¿Ya puedo preguntar?

—Tienes que firmarlo—informó el hombre de trapo, moviéndose hasta quedar del otro lado del escritorio, de frente a Naruto—. Tienes que firmarlo para que el proceso se complete. Si no lo firmas no podrás salir de aquí. No vivo.

—¡¿Qué mierda está sucediendo?!, ¿firmarlo para salir vivo?, ¿qué clase de broma es ésta?—gritó molesto el genin, que miraba alrededor, con ojos furiosos. ¿De qué se trataba todo eso?, ¿dónde estaba? El maldito aquel no le contestaba nada en específico y estaba exhausto de vagar sin saber a dónde.

—Todo está en el pergamino—con un ademán señaló el objeto—. Lo puedes leer, si eso es lo que quieres. Pero al final firmarás.

—¿Qué te hace pensar que voy a firmar?—espetó molesto el adolescente, acercándose al borde del escritorio.

En respuesta el hombre de trapo sonrió, con esa mueca socarrona, como si lo supiera todo, como si le divirtiera. Sus dientes se notaron por el filo, y las costuras se tensaron ante la expresión. Naruto podría recordar aquella cara como la más terrorífica que en su corta vida había tenido el desagrado de ver.

—Todos firman. Tú no serás la excepción.


—¿A qué te refieres…

—¡No siento a Naruto!—gritó aterrorizada la mujer, hincándose para luego acercarse a su hijo, que no cambiaba de expresión—. Sasuke no lo siento, ¡no lo siento!—gritó la pelirroja, antes de abrazar contra su pecho al adolescente y llorar entre gritos.

—¿No sientes su chakra?

—No siento nada de él—murmuró adolorida la mujer, abrazando a su hijo contra su seno, recargando su mejilla contra el cabello trigo de Naruto mientras lloraba—. No hay nada. Como si estuviera muerto, Sasuke. No hay nada de él. No está, simplemente no está. Mi bebé, ¿qué he hecho?

—Le has salvado la vida—se agachó hasta estar a su altura, la mujer abrazó con más fuerza a su hijo—. Kushina, necesito que llames a alguien, a tu esposo o a quien sea. Porque si no recibimos ayuda Naruto en verdad se va a morir.

—Mi hijo, mi niño—susurraba la bermeja, temblando entre sollozos—. ¿Qué hice, Sasuke?, ¿qué le hice?—Kushina giró el rostro hacia Naruto, hasta que lo único que Sasuke podía ver era la mata de cabello rojo de la mujer caer en cascada por un lado—. Perdóname mi amor, perdóname.

El asesino iba a volver a insistir pero la frase murió en sus labios al notar cómo chakra rojo emanaba, ligero y delicado, de Kushina. Supuso que estaba llamando a su esposo, y entre el coraje por haberle hecho lo que sea que tenía Naruto, la ira se había transformado en energía que producía calor.

Por su parte, Uchiha ya sentía a los enemigos más cerca, y meditó que no servía de nada moverse, porque ya solo era cuestión de tiempo para encontrarlos. Tomo entre sus brazos a ambos, sintiendo el escozor en su piel que entró en contacto con el chakra de Kushina, y llevándoles hasta los árboles, para esconder un poco su ubicación. La explanada, lisa y sin piedras, que se extendía frente a ellos dejaba al viento retozar contra el suelo, mientras aquellos dos hombres se acercaban con más decisión. A su lado, entre los árboles y matorrales, Kushina seguía llorando, pidiéndole perdón a un Naruto mudo y vacío, que al parecer podría estar muerto si no fuera por el latir de su corazón. Sasuke prefería no pensar en eso, no cuando un ataque inminente estaba cercano, no cuando debía de protegerlos a ambos.

Poco después, Sasuke vio entre las sombras las siluetas de aquellos dos. A uno le reconocía, porque había sido su hermano quien se lo presentó. El otro lo había visto dos veces en su vida, ninguna de una prolongada duración. Fue primero Kisame quien salió a la explanada, buscando con la vista por entre los árboles.

—Uchiha sal ya de una vez—gritó Kisame, recargándose en su espada—. No tiene mucho caso que se escondan. A la mujer la hemos sentido desde hacía mucho. Justo ahora lo estamos haciendo.

—¿Para qué la quieren?—preguntó desde su escondite el asesino, mientras sus ojos se tornaban de ese rojo extraño.

—Eso a ti no te interesa. Si no quieres perder la vida, será mejor que sólo la entregues.

—Deberían dejarla en paz. A toda la villa en realidad.

—No hemos venido a hablar contigo—respondió el otro, con una voz densa, casi molesta—. Sólo nos estás haciendo perder el tiempo.

—No tengo problema con ello—dijo Sasuke mientras salía de entre los árboles. Suponía que, si debía de ganar tiempo, hacerles frente por unos minutos, era la mejor opción. Detrás de él Kushina seguía llorando, bajito, en un murmuro que se escuchaba completamente desesperado. Sasuke sólo podía pensar en que Minato llegara de una vez, que si no, los tres iban a morir. Después de lo acontecido en la celda del zorro, ni él ni Kushina se encontraban en las mejores condiciones, y Sasuke dudaba que pudiera dar mucha pelea, pero no tenía de otra.

Kisame fue el primero que se movió. Lo pudo ver echarse hacia delante y correr hacia él, con su horrible espada desenfundada y su cara de loco por toda la cara. Sasuke estaba fuera de forma, pero aún así logró esquivar la tajada y el otro golpe que Kisame trató de darle. Sintió sus ojos arder, el rojo apareciendo débilmente. Sabía que el tiburón no era muy susceptible al Sharingan –gracias a su hermano, por supuesto, el cabrón-, pero no tenía nada más que intentar. Por la periferia podía ver al otro moverse, comenzando a caminar de manera algo apurada. Uchiha esquivo otro ataque y logro golpear en un costado al tiburón e impulsarse para interponerse entre el otro. Si tuviera su fiel katana todo sería ridículamente más fácil. Joder, ¿qué es lo que iba a hacer?

Sin embargo, lo único que logró fue llegar a mitad de su plan, porque una mano fuerte y azulina le tomó del tobillo y lo arrojó en la otra dirección. Kisame boqueaba extasiado, como si esto le entretuviera sobre manera.

—Peleas muy diferente a tu hermano—comentó, con esa sonrisa sardónica—, errático y desubicado. Es raro ver a un Uchiha así.

—No hables de mi hermano.

Kisame era una molestia, no podría hacer nada sin recurrir a mejores ataques. Sus ojos ya le dolían, pero no tenía de otra. De cualquier manera, la Villa ya estaba ardiendo, ¿no? Un poco de más fuego no haría mucha diferencia. Lo único en lo que debía de concentrarse era en ser rápido, y confiar en que nada se saldría de control.

Volvió a atacar a Kisame, y este, ni lento ni perezoso le respondió, gimiendo de satisfacción, riéndose de él por no poder hacerle mucho daño. Sasuke sólo pensaba que necesitaba un poco más de tiempo nada más, algo que le dejara reunir toda la energía que necesitaba, pero le era difícil hacerlo cuando su concentración se resbalaba hacia el otro hombre que se acercaba más y más hacia los Uzumaki. Sasuke trató de acercársele, pero Kisame volvía a interferir. Uchiha volvió a hacerle frente. No podía detenerle, no podía evitar que llegaran a Naruto y Kushina. Los iban a matar y el no podía hacer mucho.

—¡Kushina, tienes que hacer algo!

El hombre de cabello naranja sólo lo miró de reojo, molesto. De igual manera siguió avanzando hasta que corrió –para la desgracia de Sasuke- y de entre los matorrales sacó a tirones a una Kushina enfadada, débil y sollozante. El hombre la tomó del cabello y jaló, riéndose. La pelirroja trató de hacer algo al respecto, pero pronto su cuerpo volvió a arquearse hacia atrás, con los ojos muy abiertos y los labios partidos. Pronto sus gritos se hicieron presentes y comenzó a retorcerse mientras la arrastraban por el suelo. Después, aquel hombre la dejó ahí, tirada, mientras regresaba sobre sus pasos hacia la misma dirección. Hacia Naruto.

—¡No!—gritó aterrorizada Kushina, que seguía retorciéndose, con la cabeza echada hacia atrás y lagrimas mojándole las mejillas.

Sasuke pensó que no importaba mucho si podía controlar las llamas, si éste las convocaba y ellas no le hacían caso, si no seguían sus órdenes, tenía que hacer algo, cualquier cosa, para evitar que tocaran a Naruto. Era la promesa que le había hecho a Kushina, y el pacto que quedó grabado en la celda del demonio zorro.

Kisame le hizo una cortada en el torso con su espada, quitándole gran parte de la energía que había logrado reunir. Uchiha se balanceó hacia atrás, tocándose la herida. Estaba mucho más débil que antes y le costaba reunir nueva energía. Pero no podía darse el lujo de no hacer nada, de quejarse y esperar por algo. Así que, haciéndose valer de lo poco que quedaba de él, pensó en el fuego, en el dolor, en su ojos girando infinitamente y en que el espadachín muriera.

Amaterasu—susurró enfadado, y de pronto, las llamas oscuras del averno se cernieron sobre la espada monstruosa y su usuario, que no pudo evitar el ataque. Sasuke sintió su ojo escocer fieramente, la sangre sintiéndose cómo lágrimas calientes por sus mejillas.

Se volteó entonces hacia aquel hombre, y sin meditarlo, sin siquiera pensarlo, su cuerpo actuó y de su brazo aquel chakra morado se extendió y pronto el brazo de Susanoo se interpuso como barrera entre Naruto, aún inmóvil e impasible sobre la hierba, y el hombre, que retrocedió rápidamente.

No era ni siquiera su forma con músculo, sólo era la versión decrépita del esqueleto, pero no era por ello menos dolorosa. Sasuke había incluso olvidado cómo se sentía, el dolor interno, profundo y acentuado. El escozor general, la superficial desesperación rondarle. Estaba tan cansado, tan abrumado. Atrás aún podía escuchar los gritos de Kisame, sus berridos histéricos porque todo quemaba, todo se estaba fundiendo y él estaba en medio. Escuchaba la maldición, la promesa de venganza, su nombre siendo una blasfemia, condenándolo.

Pero a Sasuke no le interesaba. Sólo le importaba Naruto, que seguía sin dar señales de nada. Cerró sus ojos frente al otro hombre, pensando en la forma, en el movimiento y en las llamas corriendo aquel cuerpo ajeno. Pero no, estaba tan fuera de forma, se había vuelto de alguna manera tan complicado seguir, que las llamas no alcanzaron a su enemigo, que se quedaron bailando en la nada. Cuando pudo volver a pensar y ver con claridad, podía ver a Kushina en el suelo y frente a ella aquel imbécil. No podía recordar su nombre. No podía siquiera recordar cuáles habían sido aquellas ocasiones donde le conoció.

—Te estás haciendo un desperdició de fuerza, Uchiha—murmuró, sacando un palo afilado detrás de sus ropas. Tenía la punta aguda y brillaba contra la luz de la luna, las llamas naranjas de alrededor, la fría noche—. Es una lástima.

Volvió a pensar en las llamas, pero aún seguía siendo lento. Cada parte de su cuerpo le gritaba que parara, que se detuviera. Como antaño, como cuando había comenzado todo aquello. Pero no podía detenerse. El brazo de su armadura corrió junto a él, y trató de tomar entre sus dedos a la mujer, alejarla, cuidarla. A ella y a Naruto.

Pero todo seguía pareciendo en vano. La sangre seguía emanando de su ojo, empapándole la visión. La desesperación comenzaba a bullirle en el pecho. Sentía que no lo iba a lograr. Las llamas no lograban acariciar al de pelo naranja, no lograban acercarse lo suficiente. En un instante, casi tocan a Kushina. Hijo de puta, la estaba usando como escudo, y Sasuke no tenía la confianza suficiente como para saber que podía evitar que la tocaran. Por un segundo temió que las llamas desobedecieran y la quemaran a ella.

Sasuke estaba tan concentrado en ellos, en ayudar a la pelirroja, en sacarla de ahí, que no escuchó aquel murmullo de pasos detrás de sí hasta que fue muy tarde. Una sombra oscura tenía entre sus brazos al adolescente, que se veía aún más pálido que antes. Sasuke pensó en las llamas, en algo, en lo que fuera, pero ahí ya no había nada. Cuando regresó su mirada al frente Kushina estaba ahí, gimiendo y llorando y a un lado Naruto, rodeado de unos brazos oscuros, de un vapor negro que tenía forma humana. Parecía un ninja, pero Sasuke podía saber que no era una persona. Solo una sombra. Creía recordar haber visto algo parecido en el pasado.

Sus rodillas cedieron y dieron contra el suelo. El brazo de Susanoo fue cayendo poco a poco, el chakra morado difuminándose entre la noche. No podía dejarse vencer, pero el cuerpo le gritaba, no podía respirar bien y ya ni siquiera era capaz de abrir su ojo izquierdo. Apretó sus manos enfadado. Había fallado en lo único que Kushina le había pedido. No había contado con que terminaría tan débil después del pacto con el demonio zorro. Sabía que era vital que encontraran ayuda, porque ni él ni Kushina podían hacer uso de sus energías. Pero aún así…

Todo tiene un límite, y Sasuke lo sabía. Había alcanzado el suyo mucho más rápido de lo que pensaba, por estar fuera de forma, por haber ayudado a Kushina, por utilizar deliberadamente técnicas tan demandantes como Amaterasu y Susanoo. Pero para Sasuke era lo único lógico a hacer. Pelear hasta el final. Ya ni siquiera le interesaba si él moría o no pero Naruto… Era injusto pensar que al final, después de todo lo que hicieron, sus esfuerzos fueran en vano. Sasuke sólo podía pensar que no, no podía terminar así.

Pero sus pensamientos se cortaron cuando vio a aquel hombre atravesar con ese palo oscuro el pecho de Kushina, que se retorció y grito al aire. Supo que no podía moverse, que sus músculos se habían quedado inmóviles cuando intentó correr a hacer algo. Se dio cuenta que sus ojos rojos habían desaparecido porque intentó crear cualquier cosa, intentó llamar a las llamas, pero a él no acudió nada ni nadie. Por primera vez en muchos años, Sasuke se sintió impotente y débil. Inútil.

Quizá sólo era su maldición personal. Quizá sólo era que estaba destinado a ver a todos morir.

Y entonces un rayo amarillo entró en su visión y aquel hombre tuvo que retroceder del golpe que le propició Minato. Sasuke respiró aliviado al fin.

Ahí, entre la oscuridad de la noche y las llamas oscuras, se erguía el Rayo Amarillo, con un kunai en mano y los ojos inyectados en ira. Sasuke ni siquiera pudo ver qué fue lo que hizo, pero en segundos, la pelea entre Minato y el enemigo se desataba. Sasuke apretó sus puños sobre la tierra y se concentró en él mismo, en qué iba a hacer. Con manos temblorosas y las piernas muy débiles consiguió darle alcanzo a madre e hijo, que se encontraban tirados en el suelo. La imagen partía un poco el corazón. Naruto aún con sus ojos vacíos y Kushina llorando, con una estaca en medio de su pecho y la sangre comenzando a emanar, rodeándole a ella en un aura roja y decadente.

Sasuke se arrodilló a su lado, y Kushina posó sus ojos en él, le sonrió con tristeza y frunció sus ojos cuando un espasmo del dolor le cruzó el cuerpo.

—Hiciste bien—le dijo, con las manos en la tierra, manchándose de su propia sangre.

—Fue tu esposo, en realidad.

La pelirroja meneó con la cabeza, esa sonrisa pequeña aún en su rostro. Sasuke podía ver su mirada decir mil cosas, cosas que él no quería escuchar. No quería que se lo pidieran. Cuando volteó más allá y vio a Naruto en el mismo estado catatónico algo en su pecho se apretó. Quizá, sólo quizá, sus esfuerzos no tuvieran que ser en vano.

—Sabes lo que sucederá, ¿verdad?—ella habló con dificultad, sus ojos fijos en los del asesino—. Quizá Minato no lo entienda el principio, pero tí lo haces, ¿no es así?

—Naruto sigue igual. ¿Qué tal si en realidad ha muerto? ¿O entrado en un estado de coma?—la idea no le gustaba, pero no podía descartarla. El muchacho no había hecho nada—. Tal vez lo que hicimos…

—Fue la mejor decisión que pudimos tomar, Sasuke. No me arrepiento—sentenció la mujer, con seguridad—. No estoy en las mejores condiciones para ayudarte a la transición, pero no hay tiempo. Si muero y Kyūbi sigue dentro de mí puede que nada vaya a funcionar.

—¿Qué si Naruto muere?—Uchiha vio los labios de Kushina tensarse y sus ojos oscurecerse por un momento.

—Entonces no importa, porque de cualquier manera no voy a sobrevivir—una mano tambaleante y fría se posó sobre la de Sasuke. Kushina apretó sus dedos entorno al reo y le sonrió con algo parecido a ternura—. Pero Naruto no va a morir; le conozco, y resurgirá de los escombros y el vivirá por ambos—las lágrimas siguieron emanando, y Uchiha se sintió incómodo siendo es espectador de tan puro afecto. De un amor tan sincero como el de una madre hacia su hijo—.Sólo prométeme que le vas a cuidar, Sasuke. Promételo, por favor.

—Lo haré.

—Bien—sonrió la bermeja, cerrando los ojos y suspirando, luego comenzando a toser con dolor—. Tienes que empezar ya, Sasuke. Tienes que abrir una puerta y comenzar la transición hacia Naruto.

—No creo poder controlarlo, no tengo mucho chakra.

—Toma lo que queda del mío. Kurama te dará del suyo también. La misma muerte te dará la energía si la necesitas, pero tienes que comenzar.

Sasuke elevó su vista y a lo lejos vislumbró la pelea entre el Rayo Amarillo y Pain. Pain, ese era su nombre, ¿no? Así era como le había conocido varios años atrás. Alguien poderoso, había escuchado a su hermano decir en alguna ocasión. No te metas en líos, fue lo que había dicho después. Suponía que era muy tarde para eso.

Uchiha volvió a serenarse, tratando de encontrar la estabilidad para comenzar con tal acción. Podía sentir la vida de Kushina escurrirse lentamente, así que no quedaba mucho tiempo más. Con la poca fuerza que aún le quedaba volvió a invocar sus ojos rojos, y tomando prestada parte de la energía de la bermeja, comenzó al ritual, abriendo una puerta de chakra en el interior de Kushina, que pronto disparó una ola de energía alrededor. Sasuke podía sentir al zorro rugir debajo de sus dedos, la excitación presente en el demonio. La energía demoniaca comenzó a proliferar del cuerpo de la mujer, creando una prolongación. La primera cola, pensó Sasuke, quien en seguida se dispuso a hacer el cambio, redirigiendo el chakra hacia Naruto.

Sintió, más que escuchar, cómo alguien se acercaba por detrás. Volvió la vista un segundo y pudo apreciar una de esas sombras tomar forma humana e intentar atacarle. Sasanoo se manifestó de pronto, salvándole de un ataque directo. No podía defenderse y hacer la transición al mismo tiempo. Le iba a costar la vida si seguía así, y no sería capaz de salvar a Naruto.

Cuando su energía flaqueó, y quedó al descubierto, Sasuke se preparó mentalmente para recibir el golpe, pero éste nunca llegó. En su lugar, se paraba furiosa Tsunade, con la energía recorriéndole por el cuerpo y la ira borboteando en su mirada. Cuando posó sus ojos en Kushina y Sasuke, sin embargo, su cara palideció y se acercó temerosa hacia la pelirroja.

Sólo tuvo que vera por dos segundos para poder saber que Kushina no lo iba a lograr, Sasuke lo notó por la forma en que miraba a su nuera, por la tristeza en sus ojos y sus puños apretados.

—¿Estás transfiriendo al Kyūbi hacia Naruto?—pregunto por lo bajo, con las manos apretando cada vez más la tela de su ropa.

—Sasuke hará los honores. Es el único que puede domarlo—explicó la mujer, tosiendo sangre.

—¿Naruto está bien?

—No—respondió Sasuke esta vez, con la mirada fija en el cuerpo del adolescente—. Está en un choque. No tenemos idea de qué le ocurre.

—Sobrevivirá—dictaminó su madre, con una sonrisa orgullosa en su rostro—. Tsunade, tienes que ayudar a Sasuke a completarlo. Si muero antes…

—Lo sé—le interrumpió la rubia, frunciendo el ceño—. Pero no lo van a lograr si vas pasando tan poca energía, Uchiha. Tienes que sacarlo por completo.

—Protégenos, no puedo concentrarme si me preocupo porque nos ataquen.

—Lo haré. Te ayudaré con el chakra si eso es lo que te hace falta.

Una mano débil y pálida se elevó de la tierra y tomó con delicadeza la de Tsunade, que sorprendida giró su rostro para contemplar a su nuera, sonriéndole dulcemente. Kushina articuló un "Gracias", con las mejillas pálidas y los labios curtidos, pero la sinceridad en sus ojos. Tsunade le apretó suavemente la mano y asintió, levantándose después del suelo y posándose detrás de los tres, lista para cualquier ataque.

Más sombras se hicieron presentes y pronto Tsunade comenzó su propia lucha, mientras allá, Minato aún peleaba contra el enemigo.

Sasuke tomó aire nervioso. No estaba seguro si podría controlar a Kurama, pero no tenía de otra. No podían dejar que Kushina muriera aún con el Kyūbi en su interior. Ambos sabían qué consecuencias pudiera tener aquello. Respirando hondo, su Sharingan le llevó de nueva cuenta a la celda del zorro, donde el aire era caliente y rasposo, pero el agua estaba helada.

La sonrisa y ojos diabólicos le recibieron desde el otro lado de las rejas. Sasuke frunció el ceño y se acercó, notando cada vez más fuerte el calor del lugar.

—Compórtate.

A toda contestación el zorro emitió una risa sardónica, que retumbó en cada una de las paredes del lugar y se deslizó por el agua. Sasuke tiró del sello que cerraba la reja y esperó por el impacto.


El hombre de trapo le seguía mirando a través del escritorio, con esa sonrisa demente y los ojos profundos. A Naruto sólo le incomodaba cada vez más el estar ahí. Deseó poder estrujar y romper el pergamino que yacía entre sus manos, pero no podía. No comprendía parte de los símbolos que estaban implantados en él, pero aquella sección que sí que podía leer le aterraba.

Aparentemente se encontraba en el reino de los muertos, en un estado de mediación entre los vivos y los de más abajo. Aquel pergamino, en pocas palabras, lo avalaba como un visitante admitido dentro de ese lugar. Podía salir de ahí, regresar a su vida –porque aquel no era su cuerpo, según le explicó el hombre trapo, sino una proyección de su alma-, volver a su verdadero cuerpo y seguir, tenía que firmar el pergamino y con ello dar a cambio un pedacito de él. Sea lo que eso se refiriera.

—¿Qué tengo que dar de mí?

—Solo es una parte, no es el todo.

—¿Pero una parte de qué?—volvía a preguntar irritado Naruto.

—De ti.

La misma respuesta una y otra vez. Uzumaki no tenía idea de qué era lo que ese espectro de hombre le decía. ¿Una parte de él? ¿Un brazo, una pierna, un ojo? O ¿se refería a algo más espiritual como su alma? Pero no podía dar su alma, porque según el hombre trapo solo era una parte, no el todo, y para Naruto el alma podía definirse como el todo.

Entonces, quizá solo sería una parte de su alma. Lo cual no dejaba de asustarlo enormemente y la confusión no dejaba su ser. ¿Qué mierda iba a hacer?

—Entonces, no puedo regresar si no firmo, pero al firmar te doy una parte de mí, lo que sea que signifique eso.

—Sí.

—¿Y si no firmo?

El hombre trapo le sonrió, como un adulto le sonríe a un niño que acaba de decir una estupidez tierna. Pero más falso. Más terrorífico. Naruto deseó poder borrarse la imagen de su mente.

—Firmarás.

Naruto sabía que sí, porque estaba atado de manos. La idea de quedarse ahí no se le antojaba para nada, pero el sólo pensar qué era aquello que iba a tener que dejar atrás le asustaba.

—¿Tendré consecuencias? Es decir, si firmo y me quitas una parte de mí, ¿habrá efectos adversos o algo por el estilo?—preguntó vagando su mirada por toda la extensión del pergamino, tratando de descifrar algo más.

—Por supuesto—respondió tranquilo el hombre trapo, con la interminable mueca de sonrisa en su rostro. Naruto elevó la vista, esperando a que el monstruo elaborara, pero este se mantuvo en su misma posición, con la espada encorvada y los brazos largos.

—¿Serías tan amable de decirme qué efectos adversos voy a tener?

—Una parte de ti se va a quedar aquí, así que es posible que bajes de vez en cuando. Un contacto más estrecho con nosotros, los de abajo. Probablemente crezcas más opaco, y veas cosas que antes no podías observar. Sin embargo—la sonrisa creció una pulgada más, estirando la piel alrededor, jalando de los hilos y dejando ver más aquellos afilados dientes—, Kurama te explicará después. Tienes que firmar.

—¿Kurama?, ¿qué tiene que ver con…

—Se te acaba el tiempo. Tic toc—una de las manos del hombre trapo se dirigió hacia su otra muñeca, como si estuviera señalando un reloj de mano. Su cabeza se inclino hacia la izquierda, mirándole atentamente—. Tic toc.

Pronto, en todo el lugar Naruto comenzó a escuchar las manecillas de un reloj. Tic toc, tic toc. Se te acaba el tiempo, Naruto, una voz en su cabeza susurró, muy dentro, con suavidad y lentitud. Al rubio le asustó aún más no poder reconocer de quién era aquella voz, porque algo le decía que sonaba justo como él mismo, pero diferente. El hombre trapo le seguía sonriendo del otro lado del escritorio y por un segundo a sus manos les pesó mucho más el pergamino que sostenían. ¿Qué era aquello que iba a dejar aquí?, ¿su alma, su cordura? ¿Qué era?

—El tiempo se agota.

—¿Con qué coño quieres que firme?—preguntó molesto el adolescente, porque no le habían dado nada para poder firmar.

—Con tu sangre basta—el hombre trapo le extendió un cuchillo delgado, de punta aguda y brillosa. El mango se encontraba igual de limpio que la hoja, resplandeciendo en la tenue luz de la habitación. Si algo sabía Naruto, era que firmar un pacto con sangre le daba más que mal rollo. Era tremendamente horrible.

Suspiró rendido, tomando por el mango el cuchillo y mirándolo por varios segundos. Se repitió que no había otra opción, que no iba a salir de ahí por otro camino. Apoyó el pergamino en la mesa y lo desenrolló hasta poder ver la línea al final de la hoja, donde se esperaba firmara. Solo tuvo que tocar por una fracción de segundo la punta de la daga para que la herida se produjera, comenzando a sangrar profusamente. Sabía que estaba temblando, porque gotitas de sangre se comenzaron a diseminar por el papiro mientras acercaba su dedo. Escribió su nombre, porque no sabía de qué otra manera podía firmar, Aplastó su dedo a un lado de la firma, dejando la huella impregnada en sangre. Subió su mirada para toparse con la del hombre trapo, que, si era posible, sonreía aún más abiertamente.

—Buen chico—susurró divertido, lo que le provocó un vuelco en el estómago a Naruto—. El Cuervo te llevará de vuelta.

Con su mano –zarpa, garra. Lo que fuera- indicó el camino que corría detrás de él, que comenzó a iluminarse con las mismas antorchas de fuego verde que las anteriores en el pasillo. A unos metros más allá podía ver una figura oscura, un ovillo negro en mitad de la senda.

Naruto tomó el pergamino, lo enrolló y se lo metió dentro de la ropa, justo por la parte de atrás, atorándolo en la cinturilla de su pantalón. El hombre trapo se limitó a seguirlo con la vista, mientras el genin avanzaba hacia las antorchas. El aire volvía a sentirse diferente, y el pecho comenzó a dolerle.

Cuando llegó más próximo a la figura negra, pudo apreciar que aquello terso y suave que se veía eran plumas. Plumas enormes y negras, que se movían al compás de una respiración tranquila. Dando pasos inseguros logró acercarse aún más, hasta observar un ojo mirándole de entre las fibrillas de la pluma. De pronto, la figura comenzó a desenrollarse, hasta que un pájaro gigante, se extendió en su máxima longitud, que Naruto calculó cerca de seis metro de ala a ala, y una altura un poco más de tres metros. La cara era semi humana, pues conservaba el pico y los ojos de ave, pero los labios y la figura del rostro eran de una persona. El ave se acercó hacia él, y le olisqueó el cabello, para luego erguirse de nuevo y sacudirse todo el cuerpo, erizando las plumas en su cuello.

—¿Estás listo?

Naruto no supo bien que responder, así que se limitó a asentir. Aquella monstruosidad de pájaro le asustaba aún más que el hombre trapo. Por su mente pasó la idea que aquel grueso pico podía atravesarle como si estuviera hecho de papel, como si ni siquiera necesitara ponerle esfuerzo verdadero. El Cuervo le sonrió desde arriba y de un salto, le tomó con sus patas, con uñas largas y filosas, de los hombros y emprendió vuelo, hacia la oscuridad eterna que las antorchar no podían anular.

El adolescente no pudo evitar dejar escapar un gemido de miedo, y trató de afianzarse de aquellas garras, para que no le dejaran ir, para que no se perdiera en aquel abismo.

—¿Sabes a dónde vas?—gritó horrorizado, tratando de ver algo, lo que fuera. Sintió un jalón y pudo presentir que se dirigían hacia arriba.

—Nosotros siempre sabemos a dónde vamos. Es arriba o abajo.

—¿Vamos para arriba?

—Vamos a donde hay que ir. Yo sé a dónde voy. ¿Tú sabes a dónde vas?

Naruto odiaba con intensidad las pláticas que cada frase era más un acertijo que una respuesta. Había sido lo mismo con el hombre trapo, y estaba resultando igual o peor con el pájaro. ¿Cómo mierda iba a saber a dónde iba si no veía nada? El Cuervo se rió.

—No necesitas ver para saber a dónde vas.

¿Le había leído la mente?

—No es un pensamiento. Ya te lo dijeron antes. Esto es una proyección de tu alma. No hay algo como "la mente" ni "pensamientos". Hay lo que hay. Si no lo hay, es que no está o no existe.

—Esto es tan raro.

Ahora, el jalón hacia arriba se había detenido, y sentía que volaban en línea recta, sin un cambio. Probó a pensar en el aire, en la sensación sobre su piel, pero no podía sentirlo como tal. Cuando se concentraba en ello no sabía explicarlo, porque no era una sensación normal, porque no era como el aire contra su cara cuando iba corriendo entre árboles. Era como un vacío acariciarle el rostro. No era algo natural.

No tardó mucho para que el vuelo cambiara de dirección otra vez, sin embargo ahora hacia abajo, como si estuviera cayendo al vacío. La sensación que hacía su estómago al saltar de un lugar alto se intensificó, le provocó náuseas y una desesperación agobiante. Sentía que se hundía y que no había nada que le frenara.

—Niño, ¿sabes lo que te espera allá a dónde vas?—la voz grave del Cuervo le distrajo un poco de aquella horrible sensación. Las garras en sus brazos le apretaron con más fuerza, y eso logró calmarlo de alguna manera. Se sentía más seguro.

—No tengo idea.

—No querrás que te arruinen la sorpresa, ¿verdad?—rió con crueldad el pájaro, mientras Naruto volvía a sentirse caer y caer. El aire se le escapaba de la nariz, de la garganta y el no poder respirar comenzó a hacerse presente—. No olvides aguantar la respiración, y nada hacia donde te dirija la corriente.

Después las zarpas le soltaron y Naruto comprendió que, en efecto, iba cayendo en el abismo. Gritó, con toda la voz que logró encontrar en el fondo de su ser. Un bramido de terror, de no saber, de sentir la muerte encima. Sintió un golpe en todo su cuerpo, y ahora ya no caía, ahora se hundía. Había agua por todos lados, pero seguía sin ver nada, solo podía sentir su cuerpo pesado, con la resistencia que el agua ejerce en los cuerpos que hay en ella. Luego, la marea le arrastró abajo, más abajo y respirar ya no era posible. Había agua en sus pulmones, en su cuerpo. En todo. Respiraba agua y sentía que moría.

Después, todo se apagó y percibió que tocó fondo.


Abrió los ojos y gritó asustado, luego comenzó a toser, a respirar con firmeza. Estás vivo, estás vivo, se decía, porque no podía comprenderlo, porque aún sentía el agua en su garganta, en sus pulmones. Sentía la oscuridad cerniéndose en él.

Sin embargo cuando giró su cara no comprendió lo que veía. Su madre estaba a unos pasos de él, en el suelo, con una vara metálica en el pecho y sangre a su alrededor. Atrás de ella estaba Sasuke, con el Sharingan refulgiendo en su mirada y el ceño fruncido. Su abuela estaba más atrás, peleando, gritando cosas que Naruto no podía comprender.

El pecho comenzó a dolerle de manera menguada, pero entonces una punzada fuerte le hizo flexionarse y tocarse el estómago. Ahí, había un flujo de chakra que entraba. Al regresar a ver a su madre vio entonces el mismo flujo de energía en su estómago, pero no entraba, sino salía.

—Mamá…

Un rugido le rompió la voz, e hizo que todo el suelo retumbara, los árboles se movieran con violencia y sus ropas revolotearan a su alrededor. Se volteó sobre su torso y ahí, en medio de la noche, con las fauces abiertas y las colas alborotadas, estaba Kyūbi, gruñendo colérico, con su pelaje brillando de un naranja intenso, rompiendo las sombras. Naruto temió, quizá aún más, que cuando vio al Cuervo extenderse enfrente de él, con su pico enorme y sus alas inmensas. Más que cuando cayó en el agua oscura y supo que se ahogaba. Jamás había visto a Kurama libre, jamás le había visto por completo, y se asustó. ¿Cómo era posible que eso viviera dentro de él y su madre? Aquella magnificencia, esa vorágine de furia, de naturaleza ondeando en el viento de la noche. Era una bestia enjaulada, y el rubio adolescente no podía entender cómo aquella fuerza demencial podía ser contenida por un humano cualquiera.

Pero no pudo concentrarse en ello porque otra oleada de dolor le hizo volver a doblegarse sobre sí mismo. No podía dejar de sentirlo, le dolía en el interior, no era un dolor que hubiera experimentado antes. No era ardor, ni algo tratando de cortar su piel. Era mucho más profundo y más extenso. Le dolía en el alma. En algún punto comenzó a gritar, porque sintió la mano de su madre tomarle la suya, y la escuchó decirle que se calmara, que todo estaría bien. Pero era mentira, porque eso dolía demasiado, porque sentía que todo dolía en él, que todo se caía a pedazos y que se seguía ahogando, pero ahora en un río de llamas, de sus propias lágrimas calientes y desesperadas porque no había un final, porque esto seguiría por la eternidad.

Después sintió otra mano posarse en su hombro, para que al abrir los ojos viera los rubíes de Sasuke.

—Vas a estar bien—le decía, una y otra vez, con una certeza enorme en su mirada.

Naruto no pudo creerle.


Sasuke había esperado que liberar al demonio Zorro fuera catastrófico, pero no pensó que fuera así de siniestro e imponente. La bestia rugía con fiereza y moldeaba el aire a su alrededor. Uchiha le controlaba lo más que podía, mientras lo transfería por completo a Naruto, dejando vacía a Kushina, quien desde hacía unos minutos se había quedado quieta, sin hablar, sólo mirando hacia su hijo, con lágrimas escurriéndole por la cara.

Minato, más allá, seguía en la pelea con Pain, pero si Sasuke debía de ser honesto, se mostraba mucho más capaz de lo que pensó para hacerle frente. Pain no había podido acercarse ni un poco hacia ellos, y vaya que lo había intentado. Uchiha nunca había visto en el cénit de su esplendor al Rayo Amarillo de Konoha, pero ahora comprendía en parte todos aquellos rumores e historias que corrían entorno a él. Era asombroso.

Tsunade, cada tanto, iba y le traspasaba chakra para que pudiera seguir teniendo bajo control al Zorro, que gruñía y lanzaba alaridos furibundos. Sasuke no comprendía qué era aquello que lo había puesto de tan mal humor. Sin embargo, poco tiempo después escuchó un grito de miedo, y al voltear a corroborar ahí estaba Naruto, tosiendo con fuerza y agarrándose el pecho. Volteó a verlos, con su mirada perdida y sin comprender, aunque poco después algún dolor le hizo doblarse sobre sí mismo y tocar su estómago. Regresó su mirada a Kushina, y el asesino creyó escucharlo hablar, pero otro rugido de Kyūbi le cortó las palabras e hizo voltear hacia la bestia, y Sasuke pudo ver cómo su cara palidecía el observarle. Uchiha no le culpaba, porque a él también le había quitado el aliento por unos segundos.

Empero, no tardó mucho para que Naruto volviera a tocarse el estómago y comenzara a gritar desesperado. Kushina lo notó y le tomó de la mano, llorando a caudales, diciéndole que todo estaría bien, que se calmara, que ella estaba ahí. Pero Naruto parecía perdido, parecía enloquecido en dolor y Sasuke no pudo evitar acercarse y tocarle el hombro, hacerle saber que él también estaba ahí, que el dolor se iría tan pronto él acabara y que todo estaría bien.

Con más determinación que antes, procedió a hacer la transición aún con más rapidez que antes. Tsunade gritaba a Minato, para que se apresurara y a Jiraiya –quien había llegado justo a tiempo para ver cómo Sasuke liberaba al Kyūbi- para que no dejara que nadie se les acercara y el reo pudiera completar el ritual.

—¿Por qué está tan enfadado?—le gritó Tsunade desde un extremo, combatiendo aquellos ninjas de sombra que se elevaban desde la tierra.

—No lo sé—masculló molesto Sasuke. No tenía idea de qué había hecho que el demonio se pusiera de un humor tan agresivo, pero algo le decía que tenía que ver con Naruto.

—¿Por qué grita?—preguntó ahora Jiraiya, refiriéndose a Naruto, que había comenzado a retorcerse en el suelo.

—No lo sé—volvió a responder el asesino, que trataba de enfocarse solamente en el demonio, en que tenía que traspasarlo a Naruto y sellarlo en él. No tenía idea de qué clase de sello pudiera hacer, jamás había pensado que algo por el estilo le ocurriría en la vida.

—Oye viejo, ¿sabes cómo sellar al zorro?—gritó Sasuke hacia Jiraiya, que había esquivado un golpe de uno de esos ninjas y ahora le miraba extrañado—. No sé hacer ninguno, y hay que sellarlo.

Sasuke contó casi tres segundos en lo que el hombre le contestó, con una voz seria y la mirada fija en su nieto.

—Sí, lo sé hacer. Avísame cuando lo necesites.

Sasuke asintió y volvió a concentrarse en la transición, en que tenía que terminar rápido, antes de que Kushina muriera o que Pain pudiera evadir a Minato como para acercarse. Sin embargo, de súbito, Naruto dejó de hacer ruidos y se mantuvo sereno en el suelo, mirando hacia el cielo sin estrellas. Luego giró la cabeza hacia Kushina y se quedó ahí, contemplándola por algún tiempo. Después Sasuke escuchó sus palabras y trató de no pensar en ellas.

—Mamá, ¿te vas a morir?


Minato seguía enfrentándose a aquel individuo de aspecto extraño y capacidades aún más inusuales. Había logrado encontrar el patrón, y aquellos cinco segundos de vulnerabilidad. Kurama había sido liberado, y no tenía la menor idea de qué era lo que estaba ocurriendo, pero había visto a sus padres ahí, así que confiaba en que fuera lo que fuera, ellos tenían la situación bajo control. Por otro lado Kushina…

Había llegado demasiado tarde, apenas había sentido a su esposa había salido corriendo en su dirección, pero fue muy tarde, porque no pudo detener aquella vara atravesarle el pecho. No quería pensar en lo peor pero… ¿por cuántas razones se podía liberar a Kurama a voluntad? Minato sólo sabía de una en concreto, aquella que le zumbaba en el fondo de la cabeza: para traspasarlo a otro contenedor. Sin embargo, aquella idea solo significaba una de dos cosas, o Kushina se encontraba tan débil por culpa del Zorro que era mejor quitárselo del todo para curarla; o Kushina se estaba muriendo y decidieron transferir por completo a la bestia a Naruto, mientras su esposa aún seguía viva y tenía algo de control sobre el demonio.

Incluso si ninguna opción le gustaba, la segunda le aterraba mucho más. Quizá fuera por el hecho de que era la más factible a que estuviera sucediendo.

Pero no podía seguir pensándolo mucho, porque justo en ese momento tenía un asunto a tratar.


Habían tocado el punto donde todo el zorro, toda su energía almacenada en la pelirroja, había abandonado por completo a Kushina. Por fin había sido deslindado de ella, y ahora todo aquello se encontraba libre, aún continuando la transición hacia Naruto.

Tan pronto como la última parte de chakra salió de Kushina, y esta gimió adolorida, Tsunade se encontró a su lado, curándole lo que podía. Jiraiya atrás no dejaba de pelear, defendiéndoles. Sasuke se obligó a pensar solamente en Naruto y Kurama, en que debía de mantener al zorro en suficiente calma para poder seguir encerrándolo en el adolescente. No quedaba mucho más qué transferir, pero aún había una parte considerable fuera del crío.

No supo cuánto tiempo pasó, pero en algún momento sintió a Minato acercarse, yendo hacia Kushina y abrazándola. En el momento en que aventuró su mirada se percató que Pain ya no estaba ahí, y que si lo intentaba, ni siquiera podía sentirle. ¿Quizá había huido al ver sus planes frustrados? ¿O simplemente había retrocedido por ahora, esperando atacar de nuevo?

—Vas bien Uchiha, mantén ese ritmo. Te ayudaremos a sellarlo—le murmuraba Jiraiya desde su derecha, al tiempo que Minato abrazaba a su esposa y le besaba la frente. Aún seguía viva, pero Sasuke no le calculaba mucho tiempo más.

Los minutos transcurrían lento, el asesino sin saber exactamente cuántos de ellos habían pasado, pero sólo logro concebir el momento en que toda la energía de Kurama había sido introducida en Naruto, y sólo quedaba el sello.

Gritó a Jiraiya, aunque éste ya se encontraba hincado a un lado de su nieto, descubriéndole el estómago, que brillaba de un naranja intenso. Minato entonces se encontró en el otro lado, con una mano sobre el estómago de su hijo y la otra tomando la de su esposa, quién seguía agarrando la mano de su hijo, mirándole todo el tiempo.

—Todo va a estar bien, amor—escuchó susurrar a Kushina, y quizá a Sasuke le incomodara un poco no saber si se lo decía a Naruto o a Minato.


Todo el cuerpo le dolía, pero había entrado en un estado donde no le importaba. Sólo podía ver a su mamá, tirada en el suelo igual que él, con la cara sucia y el cabello enmarañado. La sangre empapándole la ropa y parte de su brazo. Sus ojos bañados en lágrimas y la respiración entre cortada.

—Mamá, ¿te vas a morir?

La vio cerrar los ojos desesperada, pero sonriéndole con tranquilidad aún así. Meneó la cabeza en negación, sin poder decir palabra, y Naruto sonrió triste, sintiendo las lágrimas empaparle las mejillas.

—Mentirosa.

Se decidió a dedicar aquel tiempo, cuanto fuera no importaba, a tomar la mano de su madre entre la suya, y aprenderse de memoria su rostro, sus ojos y tratar de decirle lo mucho que la quería. Lo muy injusto que era todo, también. Parte de su mente no entendía qué había sucedido en ese transcurso en que llegó al mundo de los muertos, pero otra parte pensaba saberlo. Aquella parte que tenía suposiciones al respecto era la misma que no dejaba de escuchar a Kurama en su cabeza. Vio los labios de su madre moverse, diciéndole "No le hagas caso", pero Naruto creía que ya era algo tarde para ello.

Se va a morir Naruto, eso era inevitable y ya lo sabías. Lo que puedes evitar es morir tú también—decía el demonio en su cabeza, con su voz ronca y rasposa. Naruto sólo podía seguir viendo a su madre a través de la tierra y la sangre.

El rubio adolescente se esperaba que ese día llegara, el día en que Kushina pereciera y se fuera de este mundo, pero no pensó que llegaría esa noche, que después de tanto, aún así no lograra salvarla.

—Te amo—susurró su madre, con la misma sonrisa de siempre y los ojos bañados en ternura y afecto.

—¿Qué voy…

—Todo va a salir bien—le volvía a asegurar su madre, quién después gimió de dolor. Naruto notó que el flujo de energía había dejado de salir, y que al instante su abuela se hincaba a un lado de la pelirroja, curándola.

Naruto la siguió viendo, sin perder detalle, sin hablar, limitándose a llorar de forma incondicional. Se sentía tan débil y la tristeza tan fuerte. Sentía que no había nada que pudiera hacer por ella y eso le enfermaba sobremanera. Ni él, ni su abuela, ni su padre, ni cualquier dios en el mundo, podían evitar nada de ello.

No dejó de ver a su madre, incluso cuando vio a Minato acercarse a ella y abrazarla y besarla. Cuando lo vio llorar sobre su cabello y susurrarle palabras que no logró comprender. Tampoco cuando sintió a su abuelo colocarse a su lado y levantarle la camisa, o cuando su padre hizo lo mismo y le tocó con sus dedos calientes su estómago. No dejó de verla en ningún segundo, aunque supuso que Minato deseaba hacer lo mismo.

—Todo va a estar bien, amor—murmuró con cariño Kushina y Naruto le sonrió, con las lágrimas desbordándosele de los ojos.

Naruto no pudo creerle ni una sola vez.


El viento se colaba por la ventana, moviendo la fina cortina blanca que la cubría. La luz del sol se reflejaba en el piso y creaba sombras delicadas en él. Tenía la vista posada en el árbol que se vislumbraba por la apertura, meciéndose con la misma suavidad que la cortina por causa de la brisa.

—¿Cómo te sientes?

Naruto dejó de ver aquel árbol y su tranquilo vaivén, para encarar a su abuela, que le miraba con expresión preocupada desde el extremo de la cama.

—Mejor, supongo.

La vio acercarse y abrazarle con cuidado, para luego depositar un beso en su frente. Naruto la abrazó de vuelta y la dejó ir casi inmediatamente. Ella le miró con el ceño fruncido en desasosiego.

—¿En verdad quieres que te deje solo?

—Si—volteó a ver al árbol—, en verdad quiero estar solo.

La escuchó suspirar rendida, y después sus pasos alejarse y la puerta cerrarse y abrirse con sutileza. Naruto agradecía que su abuela no estuviera siendo más terca, y que le diera el espacio que necesitaba. Porque justo ahora, no soportaba a nadie.

Se miró las manos, ya sin cortadas, como si no hubiera pasado nada. Las cerró en puños y las vio volverse blancas por la fuerza. Abrió los dedos y el color regresó a su normalidad. Ni siquiera sabía qué sentía.

Habían pasado dos días desde el ataque a la villa. Dos menguantes días donde Naruto había tenido que irse acostumbrando a la idea de lo que había pasado, que Kurama ahora sólo se encontraba en él, y que Kushina había muerto mientras su padre y abuelo sellaban al demonio en su interior. Había tenido que asimilar que su madre no iba a volver y que nada de lo que pudo haber hecho hubiera cambiado eso. Sabía que tenía que irse acoplando a la idea, pero eso no hacía que le doliera menos.

Supone que lo que más le molestaba en sí, era no saber si había visto el último momento de su madre, pues aparentemente se desmayó y despertó un día después en esa cama de hospital, en un nuevo día, con la noticia que su madre no había logrado salir con vida.

Ni siquiera había visto a su padre. No tenía el coraje para verlo, para ver en él la misma tristeza que sentía en su corazón y saber que en efecto, ambos la habían perdido para siempre. Naruto gustaba pensar que le estaba haciendo un favor a Minato también, porque si para él era doloroso, para su padre lo sería igual.

Había decidido no saber de nada más. No quería saber quiénes habían atacado la villa, ni tampoco qué era lo que había ocurrido al final. No quería saber quiénes habían muerto y quiénes no, si los aldeanos se encontraban bien o si el Hokage había logrado tomar cartas en el asunto a tiempo. Ni siquiera saber de Sasuke le interesaba ya. Su abuela le había dicho que gracias a Sasuke la transferencia del Kyūbi había sido un éxito y que no había presentado caos, como por lo general sucede, pero a Naruto le importaba un bledo. Todos podían irse al infierno si fuera por si él.

Desde que había despertado no se había permitido llorar. Se le hacía extraño hacerlo. Parecía todo tan surreal, como si cuando lo dieran de alta, al pasar por la puerta de entrada del hospital todo volviera a su curso natural, a su vida cotidiana y la rutina del día a día. A llegar a su casa y saludar a su padre, y preguntarle a su mamá qué había hecho de comer. Todo parecía como de ensueño, como si en algún momento fuera a despertar.

Por unos momentos, deseó que fuera así.


Lo dieron de alta cuatro días después de que había ingresado, con un buen visto por parte del médico y aún más importante, de su abuela. A su encuentro lo habían recibido su abuelo y Kakashi, con esa sonrisa que no se notaba, pero que sabía presente debido a cómo se le entrecerraba el ojo. No dijo una sola palabra, y se limitó a caminar, poner un pie detrás de otro pie y mirar los cambios.

Las calles estaban desechas y la mayoría de las casas también. Poco a poco le fue recordando a aquel lugar que había visitado, el mundo de los muertos, aunque a decir verdad ya era difícil saber si en realidad había ocurrido o simplemente había sido su imaginación, una alucinación provocada por la extenuación. Era difícil saber qué era verdad y que no, y eso le desesperaba muchísimo. Había comenzado a tener brotes psicóticos, donde alucinaba cosas que simplemente nunca antes había visto, pero se veían tan reales como sus manos. Su abuela le había asegurado que era normal y comprensible después de la cantidad de estrés por la que había pasado. A Naruto realmente no le preocupaba tanto. Quizá sólo aquella ocasión donde alucinó que su madre se encontraba en su habitación, sentada en la silla junto a la cama, leyendo uno de sus libros favoritos mientras esperaba que despertara. No recuerda mucho más, porque comenzó a llorar desesperado y los doctores tuvieron que intervenir para que no se lastimara. Cayó dormido en cuestión de segundos. Al parecer, también era importantísimo no dejarle entrar en un estado nervioso, pues era muy probable que –accidentalmente, por supuesto- liberara a Kyūbi en medio de uno de ellos.

Si alguien se había sacado la lotería, era él, evidentemente.

Al final, sus pies dieron con su casa, que sólo se encontraba chamuscada del lado izquierdo y tenía unos cuantos vidrios rotos y la puerta algo desvencijada. Su abuelo se le adelantó, pero Naruto se escuchó por primera vez aquel día, pidiéndole que no, que prefería entrar solo. Supuso que ni a Kakashi ni a su abuelo les agradó la idea, pero se limitaron a asentir y dejarle pasar. Naruto no volteó atrás ni una sola vez, empujando la puerta con su mano derecha y escuchándola chirriar al moverse.

Dentro de su casa las cosas no estaban tan diferentes. Las cosas habían sido recogidas y habían hecho el favor de componer todo lo que antes estaba roto. Las manchitas de sangre en el pasillo habían desaparecido y ahora lo único que se percibía en su casa era la soledad. Se acercó a la cocina y sintió un tirón en su pecho al verla como siempre, con los platos recogidos y limpios y el delantal de su madre colgado del ganchito en la pared. Se quedó ahí un rato, respirando, hasta que se asomó al pasillo y vio al final de éste la puerta de la recámara de sus padres. Estaba entreabierta y Naruto supuso que ahí se encontraba Minato. Comenzó a caminar hacia allá, sintiendo la opresión en su pecho. Tocó con la yema de sus dedos el pasillo, donde antes había encontrado sangre, ahora sólo había pintura nueva, que se sentía lisa bajo su piel. Caminó sin pensar en nada, hasta que llegó a la puerta y colocó su palma caliente en ella y la empujó, revelando poco a poco el cuarto donde Kushina había pasado sus últimos días.

En al borde de la cama estaba Mianto, con los codos sobre las rodillas y la cara en sus manos, respirando tan fuerte que Naruto creyó estaba llorando. Quién sabe, a lo mejor sí que estaba llorando.

Fue hasta que la puerta hizo ese sonido característico que Minato levantó la cara de entre sus manos y volteó a verle, con los ojos empapados en lágrimas y las mejillas sonrojadas. Se quedaron mirándose por unos segundos, que a Naruto le parecieron inmensos.

Lo que más había querido evitar era ver a su padre porque sentía que le iba a doler muchísimo, que simplemente todo iba a hundirse y caería en la realidad, aquella donde su madre efectivamente estaba muerta y su padre estaba roto por donde lo viera. Pero también era porque no quería volver a ver ese fantasma de Minato, esa versión horrible que su padre había adoptado durante los últimos tiempos, cuando Kushina había caído enferma. Naruto odiaba esa versión de su padre, y sentía que desde que su mamá había fallecido, sería lo único que vería de él.

Así que, al verlo, no le sorprendió encontrar que le dolía mucho, que la idea de que su madre ya no estaba se hiciera presente y real, pero sí le extrañó descubrir que, incluso si estaba llorando, si se veía deshecho en todos los aspectos, Minato ya no lucía como su fantasma, sino como su padre, hecho mierda porque así era como se sentía, como ambos se sentían.

Fue hasta que lo vio, en sus ojos azules y en las ojeras oscuras debajo de ellos que Naruto soltó el aire que no sabía tenía guardado y se permitió llorar. Dejó derramar las primeras lágrimas y correr a abrazar a Minato, a enterrar su cara en su pecho y dejar que los brazos de su padre le envolvieran, que le aislaran del mundo, porque era cruel y ellos no sabían qué hacer.

Dejó que su corazón sintiera la tristeza, la pérdida de Kushina, pero también el amor y el afecto que Minato le hacía sentir. Escuchó cómo su padre lloraba con él y sólo pudo sentirse mejor, aliviado también. En algún momento habían subido a la cama y se habían quedado dormidos llorando, porque al anochecer y despertar, fue la cara pacífica de su padre lo primero que vio. Después al voltear, el espacio vacío que Kushina siempre ocupaba en la cama.

Volvió a dirigir sus ojos a su padre, y enterró de nuevo su rostro en el centro de su pecho, y le abrazó con más fuerza que antes.

—Gracias por regresar—susurró al silencio de la habitación. Quizá, después de todo, podrían estar rotos siempre que se tuvieran al otro.


Aún seguía siendo extraño sentarse a la mesa y ver desocupado un tercer asiento. Voltear a ver la habitación y saber que sólo podrían llenarla ellos dos, que ahora el todo eran ambos. Seguía siendo doloroso ver las pantuflas de su madre a un lado de la cama, y su vaso favorito guardado en la alacena. Era curioso que ese tipo de detalles dolieran más que las fotografías en la pared, donde los tres sonreían abiertamente. A Naruto le costaba más no llorar al despertarse y saludar a su madre por inercia, callarse después y mirar al suelo, que ver los videos de los tres en sus últimas vacaciones. Pero le costaba mucho no llorar cuando, sin querer, escuchaba a su padre hablar al aire, hablándole a su madre y platicarle de lo que había ocurrido en el día. Siempre terminaba diciéndole lo mucho que la extrañaba, y que no sabía qué haría sin ella.

Un día, se encontraban acomodando la comida que habían ido a comprar a la tienda, cuando Naruto habló por hablar, una pequeña idea que se había ido tornando más fuerte cada día. Por algún motivo había comenzado a pensar que quizá su padre sería más feliz si hubiera sido él quien hubiera muerto y no su madre, como sucedió. Al decirlo, sin percatarse realmente de sus palabras, sólo pudo comprender lo que había pasado cuando sintió las manos de su padre quitarle de entre las suyas las manzanas que iba a guardar y hacerlo voltear a mirarle.

Naruto no encontraba gran satisfacción en ver los ojos de su padre, porque se le hacían muy parecidos a los suyos. Eran azules, del mismo color que aquellos que le regresaban la mirada cada mañana en el espejo. Pero, si era honesto consigo mismo, los de Minato siempre expresaban una amabilidad innata, y una sabiduría que pocas veces le había visto a alguien más. Últimamente los había visto con mucha tristeza, que en ocasiones opacaba la amabilidad de ellos. Sin embargo en aquel momento, más que tristeza y amabilidad, lo que había en los ojos de Minato era horror, y en su rostro se dibujaba una mueca extraña, como si no pudiera comprender, como si estuviera viendo algo malo.

—Jamás vuelvas a pensar algo como eso, Naruto—le habló, con la cara seria pero los ojos aún pintados de ese miedo que el genin nunca antes le había visto—. No te permitas, ni por un segundo, pensar que preferiría que tú estuvieras muerto.

—Yo…

—Escúchame. Te diré esto, que no es un secreto, pero necesito que lo guardes muy bien en tu mente hijo—interrumpió Minato, llevando una de sus manos a su mejilla, acariciándola, llenando poco a poco sus ojos de ese amor sincero—. Siempre, la prioridad de tu madre y mía fuiste tú. Si algo te hubiera pasado a ti, ninguno de los dos nos lo hubiéramos perdonado. Amo a tu madre, la amaré por siempre, pero nosotros sabíamos que, por sobre todas las cosas, siempre estuviste tu. Eres lo más importante en el mundo para nosotros. Eres lo más importante para mí, Naruto.

—Lo siento—se disculpó, bajando la mirada y notándola borrosa por las lágrimas. Minato le abrazó después, le besó el cabello y le acarició la espalda. Naruto se dejó hacer, se dejó consolar y pidió perdón muchas veces más. Sentía que nunca serían suficientes.

Una voz en su cabeza le dijo que nunca lo serían.


—Así que, ¿no lo van a ejecutar?

Se encontraban en el despacho de su padre, su abuelo estaba sentado en el sillón y su abuela de pie a un lado de Naruto, que estaba sentado en la silla enfrente del escritorio. Su papá estaba sentado en la esquina de éste, con los brazos cruzados y una sonrisa tranquila en su rostro.

—Aún no ha ocurrido, pero es muy probable que mientras controlas la nueva cantidad de energía, sucedan algunos accidentes. Sasuke sería el único capaz de dominar al Kyūbi con suficiente destreza como para no causar daños potenciales.

—Entonces, no lo van a ejecutar.

—No.

—Si nunca aprendo a controlarme, técnicamente, nunca podrían deshacerse de Sasuke.

Minato sonrió divertido, haciendo a Naruto sonreír también.

—Técnicamente, no, no podríamos. Pero, sé que lograras controlarte, es sólo cuestión de tiempo.

—Solo estamos desplazando su condena—respondió su abuela, con el aire serio que siempre la caracterizaba.

—Ya. En realidad, con eso me basta. ¿Sólo querías decirme eso?

—Creí que sería importante para ti—dijo algo sorprendido su padre, mirándole extrañado.

—¡Lo es, lo es!, pero, ya que estamos hablando del tema, papá, y viendo que Sasuke en realidad hizo más bien que mal…

—¿Qué quieres?

—Solo pienso que es inhumano que no lo dejen darse un baño.

Casi pudo escuchar a su abuela rodar los ojos, y a su abuelo reír con sinceridad más atrás.

—Dicen por ahí que en realidad es muy pálido.

—¡No te creo, abuelo!


Al final resultó que Sasuke no era pálido, era lo que le seguía. ¿Muerto viviente quizá? Tenía el cabello oscuro como la noche y la piel tan clara que Naruto podía jurar le dolieron los ojos al verle.

Minato había logrado mover sus contactos y hacer que Sasuke tuviera permitido darse un baño. Naruto había ido que corriendo a decirle a Uchiha las buenas nuevas, quién en primera instancia se burló de él por ingenuo, pero después pareció pensárselo un poco.

Kakashi, Yamato y su abuelo habían sido los escoltas oficiales que llevarían a Sasuke a darse un baño. Los guardias habían decidido que Naruto se quedara afuera esperando, mientras dentro surgía la magia, que tardó exactamente veinticuatro minutos con treinta y siete segundos en suceder. No que Naruto estuviera contando, por supuesto.

Tanta había sido su emoción que incluso le había conseguido rompa nueva y limpia de la cárcel, que el mismo adolescente había lavado en su casa. Ahora que salía de los baños, parecía muchísimo más joven que antes, y las facciones de su cara podían discernirse. En alguna ocasión su madre le había dicho que los Uchiha eran una familia bien parecida, Naruto se había reído de ello, porque Sasuke se veía horrendo. Ahora que lo miraba limpio y afeitado, con ropa que no parecía de pordiosero, podía darle la razón a Kushina.

Sasuke le miró entonces, con esa sonrisilla de superioridad que tanto desesperaba a Naruto, pero no evitó que se acercara entusiasmado a su encuentro.

—Wow, ¿te han dicho que pareces mujer?


Por convencimiento de parte de Naruto –hacia Sasuke y hacia su peluquero personal-, habían acordado cortar aquella maraña de cabello del Uchiha, que no solo lo hacía parecer más mujer –en opinión de Naruto- pero que se enredaba fácilmente y era un problema para el reo.

Así fue como, después de un segundo baño –en el que sólo fueron necesarios Kakashi y Yamato, en vista del buen comportamiento de Sasuke e insistencia de Naruto- Sasuke había renacido, con su piel blanca como el mármol y su peinado, aun extraño, pero más sofisticado.

—Eh, Sasuke, ¿siempre te has cortado así el pelo?

—¿Qué tiene?

—Parecer cacatúa con tendencias suicidas.

Y así fue como casi Sasuke le quemó el trasero a Naruto.


Había sido otro de esos malos días, donde tanto él como su padre se despertaban tristes y no se veían capaces de salir de ese humor. Naruto debido a un sueño que había tenido, y al pequeño brote psicótico que le aconteció en la mañana, donde había visto a su madre en la cocina, haciéndoles el desayuno y saludándole con la sonrisa de siempre.

De ahí en fuera, todo había ido en picada, y aún ahora, no lograba salir de la misma nube. Ni siquiera ahora que iba a ver a Sasuke, parte de su día que se había convertido en su favorito. Al verle entrar el reo frunció el cejo, extrañado al ver tan decaído al rubio idiota.

No le dijo nada y abrió la reja –la puerta grande, por donde Sasuke entraba y salía, últimamente Naruto prefería entrar y quedarse ahí con él, a dejar que los barrotes los separaran-, entrando en la celda y dejando la charola enfrente del asesino, para luego dejarse caer a su lado y mirar a la pared, con la vista perdida y apagada.

Sasuke prefirió no comentar nada al respecto y se limitó a comer. Suponía que, fuera lo que estuviera pasando con Uzumaki, ya llegaría el momento en que se lo diría. Se había acostumbrado mucho al adolescente, y de alguna manera, lograba saber qué era lo mejor a hacer cuando Naruto se presentaba con un humor así de extraño. Por lo general era ocasionado por algo referente a Kushina. A veces eran conversaciones con su padre, o susurros que escuchaba en la calle; pero Sasuke había notado que le afectaban más de lo que a Naruto le gustaba aceptar. Suponía que ese día no era distinto a los demás.

Incluso si ya habían pasado casi seis meses, sabía que al genin no dejaba de dolerle ni un poco. "Solo es más tolerable", le había dicho en alguna ocasión. Sasuke, para su desgracia, le comprendía demasiado bien.

Al terminar de comer, se colocó en la misma posición que el rubio, con la espalda en la pared y la vista al frente. No tuvo que esperar mucho hasta que Naruto comenzó a hablar, despacio y bajito, sobre cómo cada día a veces era más complicado darse cuenta que ésta era su nueva rutina. Que no ver a Kushina, y sólo saber que tenía a su padre, era su realidad.

—Hoy la vi—murmuró, con varias lágrimas cayéndole del rostro—. Me desperté y fui a la cocina a preparar el desayuno para papá y para mí, porque era mi turno, pero…—Sasuke le vio bajar la cabeza, y suspirar cansado—, pero volví a alucinarla. Ella estaba ahí, con su delantal puesto y al entrar giró su cabeza y me sonrió como todos los días, me dijo que me sentara y que ya casi estaba lista la comida. Hice caso, ¿sabes? A veces es así de sencillo, y hoy lo era aún más, porque todo se veía tan real, tan normal. En otras ocasiones la veo, pero sé que está mal porque hay sangre, porque sus ojos están vacíos o porque simplemente la veo tendida en el suelo, alzando su mano hacia mí y muriendo. Esas son las peores, y las aborrezco casi de la misma manera que me aborrezco a mí por tenerlas. Pero hoy no había sangre, no había nadie muriéndose y sólo era ella, haciéndonos el desayuno. Como si nada hubiera pasado. Me dijo que me quería y me acarició la mejilla e incluso eso lo sentí real, porque sus dedos estaban tibios y suaves. Tuve que masticar el puto aire para darme cuenta que todo lo había imaginado y lo único que estaba conmigo en la cocina era la nada. Ya no puedo seguir diciéndole estas cosas a papá, no cuando él lo intenta tan duro, el parecer compuesto y firme para mí. Le he dicho que ya no he tenido estos brotes, que ya estoy bien, porque no tengo el valor de hacerlo sentir más miserable; de que se dé cuenta que su esposa está muerta y su hijo tiene alucinaciones con ella. Joder, simplemente no sé qué hacer. Y me frustra aún más no saber cómo fueron sus últimos minutos, qué fue lo que dijo, si sufrió o no. Si papá estuvo con ella o…

La voz se le cortó y comenzó a llorar con intensidad, llevándose las manos a la cara y ahogando las lágrimas entre sus dedos. Sasuke volteó a verlo y respiro con tristeza. No podía decirle mucho a Naruto sobre su madre, porque lo habían prometido y él no rompía promesas. Pero suponía que ni su abuelo ni su padre habían tenido el valor de decirle exactamente cómo fue. Quizá fuera para evitar más tristeza, pero a su punto de vista, sólo ocasionaba más amargura en el rubio.

Naruto se había desmayado, aproximadamente, cuatro minutos antes de que Kushina pereciera. Ella seguía acariciando la mano de su hijo con la suya, mientras que la otra tomaba la de Minato. Sasuke los veía a unos cuantos pasos, la mirada fija en Naruto y en parte en Kushina. Naruto perdió la conciencia y Kushina al instante comenzó a llamarle, a llorar y a decirle lo mucho que le amaba. Le decía que el viviría y viviría por ella también. Minato había comenzado a llorar también, diciendo palabras tranquilas a su mujer, que no alejaba su mirada de su hijo.

Minato, dile lo mucho que lo amo, por favor—había suplicado la pelirroja, apretando con fuerza la mano de su hijo.

Lo haré.

Cuídalo, por favor Minato, cuida a nuestro bebé—comenzó a toser, y respirar con dificultad. Movió su cabeza hacia atrás hasta que enfocó a Sasuke y le sonrió con tranquilidad, sólo como una madre sabe hacer—. Sasuke, tu también cuida a mi hijo, por favor. Confío en ti.

Lo cuidaré—había murmurado Uchiha, sintiendo el nudo en su pecho apretarse.

Nadie nunca me había hecho tan feliz. Los amo—susurró Kushina, con una sonrisa en su rostro, mientras Minato le besaba su mano y la contemplaba con tristeza. Ella le miró a él antes de quedarse quieta y tranquila, cerrando sus ojos, que ya se encontraban apagados.

Sasuke lo había visto todo, y ahora, en esa celda a un lado de Naruto, creía que no hacía daño comentarle el hecho.

—Tu padre estuvo con ella, sí. Le besó la mano mientras ella se iba—habló, con la voz rasposa, como si hacía mucho no la hubiera utilizado—. Dijo que nunca nadie la había hecho así de feliz. Dijo que los amaba, a ti y a tu padre. Esas fueron sus últimas palabras. Murió sosteniéndote la mano, nunca te soltó.

—¿Estaba sufriendo?

—No. Tenía una sonrisa en la cara.

Naruto le miró a los ojos por largos segundos, en los cuales las lagrimas volvían a formársele entre las pestañas y a descender por sus mejillas. Poco a poco su cabeza se fue inclinando hasta que tenía el rostro del adolescente sobre su hombro, llorando incansablemente, sosteniéndose de su ropa de prisionero como si fuera lo único que existiera. Al final, el asesino le pasó un brazo por la espalda y le dejó abrazarle también, dejar que su cara se acomodara en su pecho, cerca de su cuello y llorar. Sin embargo, eso no le impidió escucharle murmurar, de la manera más honesta que Sasuke nunca antes había escuchado:

—Gracias.


N/A: Chan chan cha. El tan esperado -no tanto- capítulo de este fanfic kilométrico. Si lo quieren saber con algo (un poco) de exactitud, este capítulo fue de 32k palabras. No tengo idea de dónde salieron, a decir verdad.

Sé que hice sufrir muchísimo a Naruto en este capítulo. Yo también me sentí mal cuando me puse a reflexionar y me di cuenta que al pobre no le di ni un descanso. Así que, perdón si no puse en advertencias algo como "Muerte de un personaje" o qué se yo. Pero siempre presiento que es algo medio spoiler poner una etiqueta o advertencia diciendo eso. Fuera de eso, espero les haya gustado el cap, trate de implantar el amor madre-hijo (que en lo personas considero uno de los más intensos, sino el que más) y cómo, pese a todo, Minato al final se recompuso y Naruto y el pudieron comenzar a sanar juntos. Aunque no lo crean, el mundo de los muertos es relevante en el futuro, igual que el pacto que Kurama, Kushina y Sasuke hicieron.

Fuera de eso, lamento la espera, pero a mitad del capítulo me encontré trancada y ya no supe qué mas hacer. Llevaba unas 20K palabras del fic y me había quedado ahí, lo dejé pasar hasta que hace unos días me decidí a terminarlo y otras 12K salieron y quedé satisfecha con ellas.

Muchas de las cosas aquí mencionadas, y probablemente en el futuro, no seguirán el canon. Además de que ésto es un semi AU, lo comencé a escribir muchisimo antes de que Naruto terminara, así que muchas de las cosas que establecí en este universo me las inventé porque aun no se conocían en la serie. Así que inexactitudes habrá por montón -aunque trataré que no-.

Me esforzaré por terminar esta historia en seis capítulos. Así que probablemente el siguiente capítulo sea el último -cualquier momento que suceda eso, claro-, y si están ansiosos por saber qué pasará, pues estará ubicado tres/cuatro años en el futuro de éste capítulo.

Por decir poco, muchísimas gracias a todas ustedes personas maravillosas que leyeron este fanfiction! Por todos los hermosos comentarios -cada uno lo leo con un cariño que no tienen idea-, por seguir aquí, si lo hacen, y por querer hacerlo en un futuro. Sé que tardo mucho en actualizar, pero ya es inevitable, sé que tardaré para el siguiente capítulo, pero no pienso dejar la historia inconclusa. Así que tarde que temprano, tendrán su final con un montón de feels -intentemos que no tan tristes como los de ahora-.

Disculpen por cualquier error gramatical, ortográfico, de sintaxis, lógica o respecto al canon.

¡Gracias por leer esta historia, y por dejar comentarios! Espero que tengan una maravillosa semana y que les haya gustado éste capítulo en la misma manera que a mí me gustó.

~Shameblack~

Btw, está dedicado a la insufrible de Free-eyes, que no dejó de joderme con que terminará el capítulo por todo este tiempo. Aquí lo tienes, perra. Disfrútalo.