To Sarah for let me borrow her beautiful and wonderful story, I enjoyed every minute of it, and JKR for giving life to these amazing characters and their extraordinary magic world, this has been a wonderful and very challenging journey... THANK YOU!
A Victoria, mi betora por su entusiasmo y su apoyo siempre, y a todos los que continuaron leyendo hasta aquí. ¡GRACIAS!
Epílogo
Harry martilló el último de los clavos en el techo. El sol del mediodía brillaba cálidamente en su cuello, no demasiado caliente para junio aunque lo suficientemente para hacer que Tet dormitara perezosamente en el jardín trasero. Era comprensible que tuviera ya poco interés en las aves, la última le había dejado un muy mal sabor de boca.
Un vecino gritó un amistoso 'hola' el cual Harry devolvió con una sonrisa. De hecho, la mayoría de la gente de Hogsmeade le sonreía y lo saludaba con la mano, un poco asombrados con el hecho de que hubiera optado por no usar magia para restaurar su mansión. Se sentía mejor haciéndolo con sus manos, les decía, y además le encantaba el ejercicio.
Se secó el sudor de la frente con el hombro y miró hacia la calle principal hasta que sus ojos se encontraron con el castillo. Profesor Potter. Se rió al escucharlo. Pero sería el Profesor Potter, sin embargo. Había pasado tanto en tan poco tiempo.
Como todos los casos, el del Códice y la Hermandad, había tomado un par de semanas para cerrarse, aunque éste había sido particularmente complicado por el protocolo de tres gobiernos. El Ministerio había quedado muy contento de que todos los Mortífagos conocidos habían sido arrestados o asumidos muertos. El Concejo Americano estaba igualmente complacido de que la Hermandad de los Ecos hubiera sido desmantelada para bien. Incluso el Concejo Francés, quienes nunca parecían satisfechos con nada, se mostraron bastante satisfechos, con la desagradable, aunque afortunada muerte de Madame Kouszlova.
Aun así, los tres gobiernos exigieron una montaña de papeleo para el siguiente martes o antes. ¿Por qué en todos los libros que Harry había leído sobre misterios siempre se resolvía todo y todos volaban hacia el ocaso? El Wizengamot mismo demostró ser un abrumador oponente, tal como el caballero que había peleado con Harry.
Mientras tanto, Marc no bajó la guardia con respecto al Concejo Americano y permaneció en Kilgraith con Faith. Durante su tiempo en Hogwarts, la niña se había encariñado con el colegio, tanto que incluso, le había pedido a la Directora poder asistir una vez que cumpliera los once, lo cual sucedería en poco más de un año. Después de una gran labor de convencimiento hacia Marc, la Profesora McGonagall convenció al Auror de permitirle a su hija quedarse como oyente. Reconoció que era una acción sin precedentes que una alumna de Estados Unidos asistiera a una institución inglesa, pero reconoció también, que en la labor de un Auror americano, no había cabida para una niña que ya había visto demasiada tristeza en su corta vida. Al final, Aredis accedió, pero sólo después de hacerles prometer a Ginny y Harry que la vigilarían con regularidad.
Eso no sería ningún problema para la Profesora McGonagall, quien fiel a su palabra, presionó a Harry a tomar el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras una vez que el caso estuviera oficialmente cerrado. Harry la rechazó una vez más, argumentando que tenía encima los preparativos de la boda. La verdad, era que no estaba seguro de su siguiente paso. Casi había perdido todo y necesitaba tiempo para recuperar el aliento y estar con Ginny. Además, la Profesora McGonagall sabía que nadie podía meterse con Molly Weasley cuando se trataba de un festejo.
Extasiada no se acercó ni de cerca, a la palabra que describió la alegría de Molly Weasley por la boda de su única hija y el chico que por tanto tiempo había considerado su séptimo hijo. Ginny y Harry no pudieron evitar deleitarse con su entusiasmo, mientras su 'pequeña boda íntima' se infló hasta convertirse en una enorme gala, con jardines encantados (Molly insistió en que fuera en el jardín de la Madriguera en enero). Cada persona que conocían Ginny y Harry, y otros tantos que ni siquiera conocían de vista, se presentaron para el evento. La prensa estuvo prohibida, por lo que Fred y George inventaron un increíble hechizo que hacía que cualquier reportero que se acercara, fuera lanzado más allá de la puerta y cubierto de estiércol. Después los miraban del otro lado y cantaban felizmente en una especie de rap, "somos maaaalos, somos maaaaalos", mientras tanto los de la prensa levantaban sus puños con indignación y se iban del lugar.
A pesar de la multitud, no hubo ni un ojo seco, cuando Harry y Ginny intercambiaron sus votos por segunda vez. Harry se veía erguido y orgulloso, vestido elegantemente con una túnica de Gladrags, mientras Ginny usaba el vestido de novia de su madre, al que se le habían hecho algunos ajustes y añadido una pequeña capa perlas y fino encaje.
Antes de tomar respetuosamente la mano de Ginny, Harry se detuvo sólo para ser abrazado calurosamente por Arthur. Después se le formó un nudo en la garganta cuando el mayor de los Weasley puso la mano de su hija en la suya y le susurró algo sobre el amor que no pudo entender bien, pues su voz se había vuelto muy ronca. Luego se giró hacia su hija y la besó en la mejilla.
Así, tomados de la mano, pronunciaron las antiguas palabras. Ginny repitió cada palabra que Harry pronunciaba hasta el final y una solitaria lágrima recorrió su mejilla. Él tocó suavemente su rostro y le sonrió. Ginny cubrió su mano con la de ella para alargar ese momento de felicidad y hacer el primero, de muchos, muchos más.
A partir de ahí, el camino fue sencillo. El caso le había mostrado a Harry que tenía derecho a ser feliz y que si no lo aprovechaba, podría irse en cualquier momento. Para su luna de miel, Ginny sólo pidió dormir y a Harry, nada más. Él, sin embargo, estaba preocupado por las famosas molestias matutinas y le insistía que comiera.
- Amor, si estás preocupado porque no como, podríamos pasar la luna de miel en la Madriguera entonces.
Si la hubiera amado menos, podría haberse reído. Pero no, irían a la Campiña Italiana. Y Harry se superó y encontró a la mejor chef mágica cerca de Venecia quien también esperaba su primer hijo. Ginny comió como nunca antes. Dieron largos paseos y hablaron del futuro. Y fue en un antiguo jardín en el campo donde su plan nació. Ginny sonrió y Harry se echó a reír mientras la besaba bajo el sol de la tarde. Sí, podría funcionar.
Cuando volvieron, Harry fue a ver la Profesora McGonagall quien lo hizo pasar a su oficina con una expresión de sabelotodo. Apenas pudo contener su alegría cuando Harry aceptó el puesto, aunque con la condición de que viviría en Hogsmeade. Muchos otros miembros del cuerpo docente tenían su hogar en el pueblo, por lo que su deseo fue concedido. Así que a la llegada de septiembre, Harry le daría la bienvenida a su primera clase. Después la profesora McGonagall lo condujo hasta la ventana y señaló hacia el campo de Quidditch. "Por cierto…" comenzó. De alguna manera el año escolar iba a ser mucho más activo de lo que Harry había anticipado.
Su hogar lo encontraron de inmediato. O como a Ginny le gustaba decir, la casa los había encontrado. Era una mansión destartalada, con escaleras que conducían en todas direcciones y libreros en cada pared. Tenía una chimenea en cada habitación y las ventanas daban a los bulliciosos jardines. De hecho, tenía un poco de Hogwarts en ella. Las habitaciones parecían cambiar, nichos y rincones y grietas aparecían en extrañas ocasiones, pero afortunadamente el fantasma del ático cantaba las baladas más suaves, como anticipando la llegada del nuevo Potter.
Ginny había pasado grandes dolores de cabeza con la habitación del bebé, intentando hacerla parecer… una habitación de bebé. Aún le causaba una alegría asombrosa pensar en su próxima maternidad, después de haber trabajado por tanto tiempo con niños que también necesitaban de su cuidado. Ella, como los jardines que rodeaban la casa, parecía florecer con el embarazo y por las mañanas, Harry se quedaba simplemente contemplándola en la mesa del desayuno o en la noche mientras la tenía en sus brazos. Irradiaba algo tan brillante, que le quitaba el aliento.
Uno de los primeros días de primavera, Ginny llegó de Santa Dymphna temprano. Harry estaba lijando las largas vigas de madera del piso de la cocina cuando escuchó sus pisadas. Su corazón se detuvo en un momento de tensión. Ella nunca volvía a casa temprano. Era dedicada hasta el final. Eso lo había preocupado intensamente durante el embarazo. No por el hechizo, pues Ginny había superado ya esa pesadilla, sino porque se hubiera sentido mal y hubiera sido traída del hospital. Ella abrió la puerta y se quedó mirándolo en el piso. Sin decir nada, Harry se levantó para saludarla y ella tomó su mano en la suya y le sonrió, haciendo que el pulso de Harry se normalizara, un poco, antes de que ella susurrara, - Ven conmigo.
Caminaron por la calle, con Harry siendo arrastrado por Ginny, quien se movía demasiado rápido para una mujer embarazada. De pronto se detuvo frente una tienda abandonada. Un letrero que decía "cerrado" colgaba de la ventana enmarcada, mientras una caléndula intentaba crecer en vano sobre los restos del marco de la ventana.
Ginny lo miró y dijo. - Hoy renuncié.
- ¿Renunciaste?
- Bueno, no exactamente. Sólo les di mi aviso. Quiero revisar algunos pacientes todavía antes de irme. Tomé otro trabajo.
Harry la miró sin entender. Ellos hablaban de todo, todas las decisiones las tomaban juntos. ¿Estaba pensando realmente en volver a Londres y trabajar en San Mungo? Nunca se verían.
La expresión en el rostro de Harry debió haber traicionado sus emociones, porque Ginny tomó su mano en la de ella y le preguntó, -¿Puedes hacerlo? ¿Puedes ayudarme?
- Te ayudaré con lo que sea, ¿pero qué es lo que quieres?
- Voy a abrir mi propia clínica. Hogsmeade necesita un Sanador. El Sanador Hodges está demasiado viejo para seguir practicando. Además, vive muy lejos y es muy difícil para la gente de aquí, trasladarse hasta allá. Sé que no es mucho, pero no necesito mucho al principio. Además tendría mi nombre aquí y estaría cerca de casa. ¿Qué te parece? ¿Me ayudarías a renovarlo?
Harry la miró por un largo rato. - Creo que es brillante. Tú eres brillante. Con un movimiento de su varita, creó una pequeña placa de bronce. - Sanadora Ginevra Weasley.
Ginny se rió y movió su propia varita. - Sanadora Ginny Potter. ¿Todavía no puedes creerlo, no?
El sonido del tren silbó despertando a Harry de sus pensamientos. Dejó el martillo a un lado. Se puso de pie sobre el techo, levantó su rostro hacia el sol y dejó que los rayos lo animaran. Miró al tren que traía a Ginny de vuelta a casa para siempre. Había sido su último día de trabajo en Santa Dymphna antes de la llegada del bebé, estaba demasiado embarazada para Aparecerse.
- No- sonrió hacia el cielo, - No puedo creerlo.
Bajó corriendo y se fue trotando hasta la estación de tren. La máquina roja comenzó a detenerse, lanzando golpecitos de humo alegremente sobre ella. Ginny estaba cerca de la puerta sonriendo y saludando a Harry mientras él corría y reía junto al tren hasta que éste desaceleró y Harry saltó para encontrar los brazos de Ginny.
- Bienvenida a casa- le susurró y la abrazó con fuerza hasta que el tren llegó a la estación.
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Las estaciones del Metro Mágico de Manhattan, estaban muy por debajo de la ciudad. Rivalizaban a las estaciones Muggles por el aire sofocado y la suciedad. Parecía que ninguna cantidad de magia podía erradicar a los roedores, ni al calor amazónico del verano en Nueva York.
Marc Areids salió cojeando de la línea ZZ en la parada de Tribeca. Dejó escapar un suspiro, medio en bienvenida y medio en disgusto. Como cualquier neoyorquino, amaba odiar la ciudad. Era tarde, casi la media noche. Acababa de regresar de Escocia. Sabía que había tomado la decisión correcta al dejar a su hija al cuidado y vigilancia de los maestros de Hogwarts. Faith se merecía una vida tranquila y feliz. Ahí podía sanar, realmente ya había llegado lejos. Aun así, se sentía muy inquieto.
Él, en cambio, no tenía tanta suerte. Su pierna había visto mejores días. Era un milagro que aún pudiera permanecer en el Escuadrón de Aurores. Quizá debería tomar un puesto de docente como Potter. Se rió para el mismo ante la idea. ¿Él enfrente de un montón de estudiantes sarcásticos? Los terminaría hechizando antes del recreo. Buscó en su bolsillo, sintiendo el antojo repentino de un cigarrillo. Sus dedos se cerraron entorno a lo que parecía ser una pequeña piedra. La sacó y se echó a reír. Un dulce de limón. Sus dedos se cerraron sobre él y sonrió. Dios, odiaba esas cosas.
- ¿Qué es tan gracioso?
Sus ojos se abrieron y buscó su varita, dándose cuenta de repente que una figura estaba de pie en la esquina envuelta por la oscuridad. Un momento después, salió a la luz difusa que brindaban las lámparas de la pared. Vestía un abrigo ligero negro, con unas botas de tacón de aguja y por lo que se veía, nada más. Su cabello estaba atado en una coleta, algunos mechones bailaban cerca de su cuello. Se veía demasiado fresca para un calor así.
Areids caminó hacia ella. Volvió a poner el dulce de limón en su bolsillo. No dijo nada.
- Me han asignado al Escuadrón de Manhattan por un tiempo. Trabajo de escritorio, ya sabes, por mis lesiones y eso...
- Debes odiarlo.
Un toque de picardía pasó de los ojos a los labios de Tamsyn. - Conozco un bar de vampiros excelente en la ciudad. Y dicen que es mejor no beber sola. ¿Te importaría acompañarme?
Areids la estudió mientras ella le sostenía la mirada. Luego la tomó del brazo y caminó con ella la larga, muy larga escalera. - Sabes T, esto podría ser el principio de una interesante amistad.
- Ustedes los estadounidenses y su cursilería. Sólo invítame un trago. Después ya veremos.
FIN.
GRACIAS OTRA VEZ, ESPERO QUE HAYAN DISFRUTADO DE ESTE HISTORIA TANTO COMO YO. UN ABRAZO HASTA DONDE ESTÉN Y HASTA QUE OTRA HISTORIA NOS VUELVA ENCONTRAR.
HASTA PRONTO. FELIZ, MUY FELIZ 2015.