Los pasos, según el plan

La inevitabilidad del choque siempre le sorprende. No es una sensación a la que esté acostumbrado. Para Tim, la vida está hecha del sabor de los planes bien ejecutados, del regusto amargo que le deja en la boca la previsibilidad.

Jason está hecho de caos, del tipo de locura que impulsó a la persona que inventó la ruleta rusa y la convirtió en un juego.

Desde cierto punto de vista, no es más que un reto, un puzzle, un rompecabezas hecho de fotos e imágenes de cámara de seguridad y uniformes ensangretados.

Jason Todd está loco, loco de odio, rabia y dolor. Se matará algún día, y es lo bastante hábil como para llevarse a la mitad del mundo por delante mientras está en ello.

Es por eso que Tim no se sorprende. En el caos de Red Hood, es esa idea, esa certeza, lo único que le ancla a la realidad, mientras el mundo vuela en pedazos y el calor levanta ampollas en la piel de su espalda.

Golpean el asfalto con fuerza, Jason debajo y Tim encima, y ruedan y ruedan hasta dar contra las ruedas de un coche.

Jason le empuja hasta que Tim da con su culo en el suelo, y después se quita el casco, furioso.

- ¡¿Qué coño haces, Drake?

Tim tiene que leer las palabras en sus labios - cortados, manchados de sangre - porque aún le zumban los oídos.

Tiene que decirle a Bruce que le diga a Lucius que mejore el material aislante de los trajes. Quizá algún tipo de corcho sintético... o un vacío artificial.

Jason gruñe, aún despatarrado en el suelo, y Tim vuelve al presente. ¿Una concusión? Tiene que concentrarse.

- Salvarte la vida.

Le duele el torso como si le hubiera pateado un caballo, pero no cree tener ninguna costilla rota. Aparte de algunas quemaduras leves, y el golpe que se ha dado en la cabeza - ¿cuándo? No puede recordarlo - está relativamente ileso.

- ¿Qué?

- Ya has muerto una vez. Creo que - se está mareando. Mierdamierdamierda. Sigue hablando, no pierdas la consciencia -, creo que con una vale.

¿Qué estás diciendo, Tim?

No sabe quién pregunta eso.

Le cuesta fijar la mirada en las cosas.

- ¿Drake?

- Golpe... en la cabeza.

- No me jodas.

Le duele la cabeza. Siente la piel húmeda, caliente e hinchada bajo la capucha. El pelo se le pega en mechones a la frente. Tim se está mareando, siente la inconsciencia respirándole en el cuello, y no, no puede desmayarse ahí. Está con el puñetero Jason Todd, mientras las llamas consumen el edificio a su espalda. No han acabado con todos sus enemigos - una banda de narcotraficantes - y está lejos de Gotham, de América, de toda ayuda.

Tim lucha contra la oscuridad, y pierde.

Algún lugar en alguna isla del Caribe. Hace calor - húmedo y sofocante -, y la habitación del motel en el que se está quedando Jason huele a cosas muertas, a sudor y a pies. Después de un par de semanas allí, él ya se ha acostumbrado. Sin embargo, el hedor es lo primero que golpea a Tim en cuanto se despierta.

Está tumbado en una cama deshecha, en una habitación pequeña y desordenada en la que suena el ruido de alguien duchándose. A través de la ventana abierta le llegan el sonido de coches, conversaciones, y la luz anaranjada del atardecer. Le duele la cabeza, y durante un par de confusos y maravillosos instantes, Tim cierra los ojos y se concentra en la caricia de la cálida brisa que entra por la ventana sobre su piel desnuda.

¿Dónde está su traje?

Tim abre los ojos al tiempo que la ducha deja de sonar. Está fuera de la cama y revolviendo entre el desastre de armas y ropa sucia que es la habitación antes siquiera de haber procesado la información.

Está mirando debajo de la cama cuando se abre la puerta del baño. Tim se levanta a toda prisa, y se encuentra con un muy mojado y muy poco vestido Jason Todd.

- Si estás buscando tu traje - se aparta el pelo húmedo de la frente, y le mira, socarrón, los brazos cruzados sobre el pecho lleno de cicatrices - está en el armario.

Tim es muy consciente de que está en ropa interior en la habitación de la persona que le precedió como Robin, que, además, es uno de los principales enemigos de su mentor, un loco homicida, y, también, el tío al que besó aquella vez en Gotham.

No le cuesta demasiado recordar por qué le pareció una buena idea, en aquel momento. La compulsión sigue ahí, escondida tras el latir en su cabeza y la sangre seca.

Darle la espalda es mala idea. Tim abre las puertas de madera - pegajosas, a causa de la humedad y la falta de limpieza -, y mira en el interior del armario, vigilando por el rabillo del ojo a la figura medio desnuda que permanece inmóvil en el umbral del baño.

El sonido de las gotas de agua que caen de su pelo al suelo le distrae.

El traje está ahí, en una esquina, hecho un gurruño de cuero chamuscado. También están sus botas, manchadas de polvo. Tim olvida a Jason durante un par de segundos y lo saca, revisando primero con la mirada y luego con movimientos eficientes si falta algo.

- No he cogido nada. - Jason parece ofendido, y Tim no puede contener un resoplido burlón. - No soy un ladrón.

Tim le mira de frente entonces, la ceja izquierda algo levantada, y Jason aparta los ojos, el ceño fruncido.

Ambos están pensando en ese niño que intentó robar las ruedas del batmóvil y acabó siendo el compañero de uno de los vigilantes enmascarados más famosos de todos los tiempos. En el Robin que murió.

- Drake, lárgate.

Jason se pone a buscar entre la ropa revuelta que hay en la maleta abierta que está en el suelo. Saca una camiseta blanca y se la pone antes de deshacerse de la toalla, sin prestar atención a la presencia de Tim a su espalda.

- ¿Por qué me has traído aquí?

- No quería deberte nada.

- Ah. - lo suponía. Se siente extrañamente aliviado porque no sea por nada más.

Es más sencillo así.

O de eso intenta convencerse Tim mientras se mete en el baño, el uniforme un bulto arrugado en sus brazos y sin saber muy bien porque no está aprovechando las crecientes sombras para irse de allí. Cierra la puerta tras él, y tras dejar la ropa encima de la tapa del váter, abre el grifo de la ducha. El agua sale primero marrón y tibia, pero al poco tiempo cambia de color. Está bajándose los calzoncillos cuando Jason irrumpe el pequeño cuarto de baño, con un portazo y una mirada de desconfianza mezclada con confusión mezclada con algo más en los ojos.

- Te he dicho que te largues, Drake.

Tim le ignora. Deja que los boxers - oscuros, color carbón, especialmente diseñados por Wayne Tech para ser llevados bajo el uniforme - caigan al suelo de manchadas baldosas blancas. Sale de ellos y se mete bajo el chorro de agua fría, estremeciéndose ligeramente por culpa de la diferencia de temperatura.

La sangre seca se disuelve y cae en regueros de agua sucia hasta la porcelana resquebrajada, amarillenta, del suelo del pequeño cubículo. Tim cierra del todo las cortinas de la ducha - para no mojar el suelo -, y se concentra en la sensación del débil chorro de agua helada en sus hombros doloridos.

Jason abre la cortinas de plástico de un tirón, le agarra de la nuca con una mano grande y caliente, y se mete aún vestido en la ducha para besarle.

Y es extraño, pero no sorpredente; se siente como el siguiente paso de un plan que Tim conoce de forma incosciente. A lleva a B y B lleva a morderle la boca y saborear la sangre mientras Jason le apreta el culo con una mano y le tira del pelo con la otra.

La realidad está empezando a perder su definición, pero Tim es incapaz de concentrarse en nada que no sea la falta de aire y el torrente de sensaciones que llegan de forma desordenada, caótica, como si su sistema nervioso hubiera perdido todo filtro. Todo va demasiado rápido, piensa con la espalda contra la pared sucia de la ducha, mientras se le clava el grifo en el muslo y Jason jadea en su boca.

Tim cierra los ojos e intenta convencerse de que el mundo está hecho de agua fría con sabor a cal, de olor a cuero y cigarrillos y heridas sin cicatrizar.