Nota: En esta parte hay una observación a algunos fanfics que tratan la apariencia de Helga. Podría o no podría ser una crítica, al que adivine se lleva una viñeta porque los concursos están de moda (esto también podría ser una parodia).

Importante. Me olvidé de aclarar que a Mary Margaret no me la inventé yo. Ya saben que me gusta meterme más con los personajes de Craig (ja). Ella existe en un libro que hizo Craig con motivo de la llegada del internet a la P.S. 118. Se llama Arnold's E-Files. Lo tengo que decir, Mary no es agradable en lo absoluto, así que no crean que le estoy haciendo bashing (¡no, por Merlín!, aunque tal vez sí, un poquito, je).

Just cast an eye
In her direction.
Oh me oh my,
Ain't that perfection?

Hay un gran almacén a las afueras de Hillwood que no tiene mucho tiempo de abierto, pero que ya se ha hecho muy popular. Le sorprende que sea Helga quien proponga la idea de ir a visitarlo. Terminan tomando el autobús, que está increíblemente lleno para un sábado, y por circunstancias de la vida él se acomoda en la última fila y Helga en uno de los asientos individuales al lado de la ventana. Se demoran treinta minutos en llegar y cuando bajan y se miran, el silencio se ha vuelto extraño. Helga se aclara la garganta y parece que va a decir algo, pero al final sólo suspira y le señala el camino hacia la entrada.

Caminan un buen rato en silencio. Se detienen de vez en cuando, para ver los escaparates de las tiendas más interesantes y cada que hacen el intento de conversar tienen la mala suerte de pasar al lado de grandes grupos de gente ruidosa que no dan espacio para ningún intento de timidez. No deja de ser incómodo, claro, pero ninguno parece excesivamente ansioso. Se comunican con señas y es ridículo porque estaban conversando muy bien antes de subir al autobús.

Es un cumpleaños un poco raro. Le parece, sí, que ha excedido (incluso) los estándares de anormalidad a los que está acostumbrado. Nunca ha tenido cumpleaños silenciosos en el día. Siempre con gente haciendo bulla a su alrededor, despeinándole el cabello y dejándole pasar el rato sin hacer nada mientras ellos se encargan de todo y le prometen pastel en cantidades ingentes y a horas inadecuadas. Sus abuelos y los inquilinos nunca han sabido como ser convencionales y no está seguro si es por fuerza de la costumbre, pero le gusta ese tipo de cariño que no le deja estar solo. Se acuerda de sus padres inevitablemente, de los años que no los ha visto y de la esperanza que nace en la convicción más fuerte que tiene. Los voy a encontrar, hace tiempo que dejó de ser un deseo, es una promesa y sólo hay que darle tiempo al tiempo para que suceda lo que tiene que suceder. Se acomoda, mientras tanto, a lo que tiene. Se adecúa lo más fácil que puede y trata de no arruinar la fiesta para el resto. La punzada, sin embargo, es siempre la misma, ahí, entre el corazón y las costillas, como un soplido gélido que no deja que la tristeza desaparezca por completo.

Este año está paseando con Helga. Están buscando un regalo y es una excusa muy buena, pero no termina de solapar lo que de verdad resalta en importancia. Se está pasando el día con Helga y no es como si lo hubiese planeado, pero le parece bastante lógico dentro de todo. De alguna manera es familiar. Siempre se han encontrado, en celebraciones más alegres o menos tristes, pero con el mismo desgano que les había obligado a soportarse, más que soportarse, en silencio. Esta vez es más agradable, pero le falta carisma. Una Helga que no está molestándolo es una Helga que no conoce. La mira de reojo para que no crea que está estudiándola (aunque así sea), no quiere tentar su suerte por más que se aburra con esa repentina tranquilidad.

Al final escucha un bufido exasperado a su derecha y se voltea inmediatamente. Helga ha sido atrapada por un par de vendedoras insistentes que la han obligado a sentarse para una demostración. Sintiéndose divertido de repente, se acerca con paciencia y evita sonreír demasiado cuando Helga le lanza una mirada de helada censura.

—Ah, pero, ¿es este chico tu novio? —Pregunta una morena muy alta con una sonrisa llena de lápiz labial rojo—. Qué guapo.

Arnold quiere contestar que no, pero Helga se adelanta y su negativa es tan enfática que resulta un poco insultante, la verdad. ¡NO!

—Él ya tiene novia. —Aclara con el ceño fruncido y haciendo el ademán de levantarse de la silla en la que la han obligado a sentarse—. A ver pastelitos, tengo muchas cosas que hacer ahora, así que ya pueden soltarme si no quieren que hable con el gerente.

Pastelitos. Ambas chicas, vestidas de rosa chillón, se quedan en silencio. No borran la sonrisa, desde luego, la acentúan incluso más y se niegan a dar su brazo a torcer. Están vendiendo una plancha multiusos para el pelo y parecen muy entusiasmadas con la idea de darle un cambio de look.

—Será un momento. —Dice la más baja mientras calibra el aparato que Helga observa con muchísimo recelo—. Te haré unas ondas adelante y te alisaré la parte de atrás. ¡Ya verás que bonita vas a quedar!

Se acerca para quitarle la gorra que trae encima, pero Helga es más rápida y la evita. En el movimiento brusco, sin embargo, se le deslizado hasta la nuca. Mueve la mano y la atrapa antes de que se caiga al piso. Arnold la mira y le parece que la gorra es muy similar a la que tiene guardada en su habitación, aunque claro, la suya es significativamente más pequeña.

—Además que nuestro producto está diseñado para no maltratar el cabello tan lindo que tienes. —Agrega la otra de prisa y empieza a enumerar un sinfín de bondades alucinantes que no deberían costar tan barato. Bondades, por cierto, a las que no les ve el chiste.

—Espero que sepan que están perdiendo el tiempo. —Aclaró con una sonrisa sarcástica—. No pienso comprar absolutamente nada.

Su advertencia, sin embargo, no pareció funcionar. Acostumbradas a esa aclaración desde el inicio de las ventas en el mundo, ambas chicas parecían muy confiadas mientras le agarraban el cabello y le salpicaban con uno de esos productos que huelen raro. Helga se dejó hacer a regañadientes y apretando los puños. La edad le había dado el autocontrol que había estado elaborando desde la niñez y con toda la cantidad de gente pasando y curioseando, lo último que quería era armar un escándalo. Se lo planteaba, sí, pero como última opción.

—Podría comprarla yo, me gustaría ver qué pueden hacer con ella. —Interviene Arnold al propósito, todavía ofendido por la respuesta de Helga—. Ya saben, porque soy su novio.

Su tono es claramente sarcástico. A Helga le empieza a correr la sangre a mil por hora y la furia se expresa mejor en su ceño fruncido y la mirada que advierte que le costará muy caro la bromita. Las vendedoras son las únicas que parecen encantadas, se ríen bajito y le guiñan el ojo. ¡No es verdad!, las corta Helga con el mejor tono vete-a-la-mierda que tiene, pero no le hacen caso. Arnold parece satisfecho mientras asiente levemente y finge estar encantado con las maravillosas opciones de la plancha de pelo.

—Aunque pensándolo mejor… —Su tono es falsamente dulce—. ¿Cuánto dijiste que costaba el aparato este?

Arnold le lanza una mirada recelosa. No te atreverías. Helga se cruza de brazos y parece satisfecha, no dice nada y los ojos le brillan con entusiasmo cruel. Tú has comenzado.

La tensión desaparece en medio de las interrupciones bulliciosas que se alteran y explican con ahínco cuando notan que la gente comienza a reunirse alrededor. Van de aquí para allá, sostienen el cabello largo y lo alisan y le dan brillo. Le hacen volutas y rizos alucinantes en la frente y le dan forma al volumen. El cerquillo se alarga, ondula, se pone de lado y un tirabuzón perezoso cae sobre la mejilla, tapándole el ojo. Es un peinado chistoso a su manera, estilizado en sus combinaciones y demostraciones extrañas, Helga lo aguanta en silencio y con la amenaza bien clara en la barbilla que mantiene en alto.

Arnold todavía siente que algo no está bien. Se aburre, pero es imposible aburrirse mientras se pelea silenciosamente con Helga. Le da risa su terquedad monumental y se siente profundamente inclinado a rendirse por consideración a su mal humor. Le interesa, sin embargo, ver todas esas transformaciones fugaces. Le cambian el lugar del pelo, se le escapan los mechones y puede ver todos los ángulos que nunca muestra. Hay arreglos que le quedan mejor que otros, alisados hacia atrás o con cerquillos extravagantes. Seguro se está muriendo por mandar todo al diablo, pero hay que admirar su fuerza de voluntad. La gente mira fascinada y ya hay muchos que han comprado la dichosa maquinita. Le hacen un tirabuzón larguísimo y Helga arruga el ceño cuando un pastelito se acerca con una pinza, también, súper especial.

—¡No! —Declara con firmeza y le da un manotazo que pone en silencio a todos los curiosos—. Suficiente.

Hay un intento rápido por volver a lo que estaban haciendo, la pinza olvidada por el momento, pero Helga es firme y se levanta de un salto. Arnold da un paso adelante, pero la rubia lo empuja suavemente y se voltea para enfrentarse a las vendedoras.

—Ah, pero, mira nada más que hora es. —Arrastra las palabras y todos sospechan porque ni siquiera se ha detenido a ver el gran reloj que cuelga afuera de una de las tiendas—. Veinte minutos y me regalaban el producto, ¿no?

No, claro que no. Al principio Arnold no entiende, pero pasan exactamente treinta segundos antes de que la gente se aglomere para ofrecerse como voluntaria. Helga alza la uniceja y se ríe en carcajadas escandalosas que nadie oye. Ah sí, lo golpea la epifanía y tiene que rodar los ojos porque es, sin lugar a dudas, el cumpleaños más raro que ha tenido en años.

—Veo que te estás divirtiendo. —Le susurra cuando se da cuenta que está siendo descortésmente ignorado—. En mi cumpleaños, genial.

Se voltea y los bucles le bailan en el rostro. No luce ni sorprendida, ni apenada, ni sarcástica. Está feliz y aunque Arnold anticipa la broma, sabe que es inofensiva.

—No seas egocéntrico, Arnoldo. Todos tienen derecho a divertirse en tu cumpleaños. —Revisa en su morral y saca una gorra azul, de beisbol, que se pone inmediatamente—. Vámonos antes de que se termine asesinando a alguien.

—Camina Pataki, no tendrás cargos criminales mientras andes conmigo.

Ella se encoge de hombros y se acomoda el morral. Retoman el camino que no sabían que estaban siguiendo y se han quedado nuevamente en silencio, pero está vez es más cómodo. Más fácil de terminar y sin la necesidad imperiosa de evitar la mirada.


Se detienen en algunas tiendas de música, más por curiosidad que por verdadera intención de comprar, pero Arnold aprovecha para divertirse con Helga ahora que ha descubierto que, de hecho, ella puede ser muy divertida.

—Ni lo sueñes. —Dice después de un rato. Se han detenido a revisar un teclado recién llegado a la tienda. Es negro, qué novedad, y es tan grande que el bajo a su lado se ve pequeñito—. No me caes tan bien.

—¿Acabas de admitir que, en algún nivel, te caigo bien? —Parpadea—. ¿Helga?

—Te estoy comprando un regalo, no presiones.

—Sí, eso es algo que todavía no termino de comprender. —La pica.

—Lo comprenderás cuando te compre un chicle. —Bufó—. ¿Qué te parece?

—Me parece que mejor seguimos buscando.

Por supuesto.


Helga sonreía y, como es natural, Arnold arrugaba el ceño.

—Es un buen regalo, melenudo. —Carraspeó—. Incluso puedo convencer a todo el equipo para comenzar a entrenarnos…

—No, gracias. —La cortó con sequedad.

—Vamos, tú pide, no está caro. —Soltó una risita—. Y aunque lo estuviera, no me importa el precio.

—He dicho que no, Helga.

—Oh, vamos, Arnold. No seas aguafiestas.

—No quiero un balón de fútbol americano.

—Te estás perdiendo la ironía.

—Es precisamente por la ironía que me estoy negando.


—Bueno, eso fue raro. —Arnold dio un largo suspiro.

—Sí, eh, prefiero no hablar de eso. —Helga parecía profundamente abochornada. Caminó con rapidez, tratando de alejarse lo más rápido posible de la tienda.

—Hey, espérame.

—No. Camina rápido.

Arnold tuvo la mala fortuna de soltar un suspiro exasperado que sonó a resoplido burlón.

—¿De qué te ríes, cara de mono? —Helga paró de inmediato y lo miró con irritación, a la defensiva.

—No me he reído. —Su expresión se volvió sarcástica—. Aunque podría…

—Cállate.

—¿Qué diablos estabas haciendo ahí?

—¡Yo no estaba… ahí! —Se sonrojó—. ¡Estaba viendo las corbatas!

—Ya. —Aceptó renuente.

—¡Nada de ya! —Se acercó y lo agarró del collar de la camisa—. Hablo en serio, Arnoldo, yo no estaba ahí porque quería.

—No sé cómo funciona tu mente, Pataki.

—¡NO ESTABA AHÍ!

—Ya, está bien, no estabas. —Alzó los brazos en rendición y Helga lo soltó con brusquedad antes de darse, nuevamente, la media vuelta y seguir caminando.

Un momento de silencio. Pisadas furiosas y otras haciéndole eco.

—Odio a los vendedores. —Masculló Helga para sí misma, pero Arnold alcanzó a escucharla.

—Así que… ¿no más tiendas de ropa? —Dijo en un tono casi demasiado alegre.

—Muérete, Arnoldo, busca un barranco y tírate.

¿Qué hacía Helga en la sección de ropa interior?


—No lo puedo creer.

—Para que te des una idea de lo increíblemente genial que soy.

—Qué bueno que también seas humilde.

—Sí, lo sé, gracias. —Dijo sarcástica—. Sabes, podríamos considerarlo un regalo de cumpleaños.

—¡Lo he comprado yo!

—A mitad de precio. —Aclaró con la mirada sabionda.

—Creo que no comprendes el concepto de regalo.

—Creo que no comprendes que te acabo de conseguir un descuento en un juego que recién acaba de salir.

—Y por eso, Helga, tendrás mi eterna gratitud. —Hizo una venia y le guiñó un ojo—. ¿No quieres que te compre algo?

—Sí, tengo hambre, creo que por ahí venden emparedados de pastrami. —Señaló el final del pasillo.

—Estaba bro…

—¿Qué?

—Nada. —Dijo resignado y la siguió.


Llegaron hasta la sección que, Arnold sospechaba, era la que Helga estaba buscando desde un inicio. Sabía que habían estado dando vueltas aquí y allá sin ningún motivo aparente. Helga revisaba todo con curiosidad, pero sin verdaderas ganas de encontrar nada. No le pareció mal seguirle la corriente ya que estaban paseando y, de todas maneras, había sido una tarde agradable.

—¿Qué te parece? —Le dijo mientras señalaba una librería con grandes puertas de cristal—. Un poco de cultura para ese cerebro de ladrillos que cargas en la cabeza. Vamos, melenudo.

—Sí, estoy bastante satisfecho con mi cultura, gracias.

—Debí imaginarlo, debes ser alérgico a los libros. —Hizo una pausa dramática—. No te estás negando a ver libros, dime que no.

—Quizá.

—Arnoldo, no te avergüences en público.

—Discúlpate.

—¿Perdón?

—Te recuerdo que me acabas de decir cabeza de ladrillos.

—¿Y? —Preguntó indignada—. Es verdad.

—No. —Se irritó. Había comenzado como broma, pero la vehemencia de Helga lograba sacarle de sus casillas—. Además, es mi cumpleaños.

—Sí, sí, tu cumpleaños. —Rodó los ojos—. Per… lo… no… ¡AG!

—No entendí.

Sí.

—LosientoArnold. —Dijo lo mejor con pudo, con los dientes apretados y evidentemente apurada—. Ahora, ¿puedes dejar de ser tan melodramático?, hay un libro que quiero que veas.

Se le ocurrió que podía ponérselo más difícil. No he oído lo que has dicho, Helga. Seguramente volverían a pelear y entonces Helga tendría que disculparse por más cosas. Sería divertido porque aunque el argumento era ilógico, era su cumpleaños y la rubia parecía validarlo como legítimo. Apreciaba el esfuerzo que estaba haciendo. Un día de amabilidad y seguramente era el anuncio del fin del mundo. Le llamó la atención, sin embargo, la referencia al libro.

—¿Qué libro?

Helga le sonrió con arrogancia, pero no le dijo nada, avanzó hasta la entrada y desapareció detrás de las puertas automáticas. Arnold se quedó afuera, midiendo, pensando, tratando de entender y de adelantarse. Le dio un vistazo a los escaparates y se distrajo un momento con los libros que estaban en oferta. Le daba curiosidad, por supuesto, pero le cayó la epifanía para enfriarle los ánimos. Al final resultaba que siempre estaba siguiéndola. En la heladería, en el centro comercial, en las aulas y en las prácticas de beisbol. Si ni se hablaban. Sería, posiblemente, pura manipulación. Sería una estrategia. Sería todo y no tenía sentido porque no había un motivo aparente que lo explicase. Para qué. Le dio un vistazo a su reloj de pulsera y se dio cuenta que ya era demasiado tarde para todo. Las cinco y tantas, estaba a punto de entrar a la librería, se estaba muriendo por encontrar a Helga y al dichoso libro.

Sí, bueno, lo inevitable no tendría que siempre ser bullicioso.

La librería era más grande y más impresionante de lo que dejaba ver desde el pasillo. Tenía tres pisos de estantes relucientes y atiborrados que formaban una gran curva. Varios mostradores hacia la derecha y toda una sección dedicada a la música en la izquierda. La gente se movía en silencio, revisando, leyendo, comprando y fijándose en las revistas que estaban colgadas en todos lados. Las paredes eran principalmente blancas, adornadas con chispados desiguales de pintura de distintos colores, probables arcoíris y manchones descuidados que se enroscaban en las columnas. Era enorme, también, porque las losetas del piso eran de negro brillante. Sólo la sección dedicada a la literatura infantil estaba cubierta por una alfombra púrpura. Era un lugar agradable y Arnold no podía evitar preguntarse cómo es que nunca había entrado.

Sí, sí, un lugar bastante agradable. Se demoró un rato en identificar la música que le hacía juego. Eran los Beatles que sonaban suavemente en todas partes. Se escapan y ponían de buen humor a todo el mundo, se encontró haciéndole eco a los coros en su cabeza y se entretuvo un rato siguiendo la letra de Dizzy, Miss Lizzy. Dio algunas vueltas por la primera planta antes de rendirse y decidirse a buscar a Helga desde las alturas. Felizmente eran pisos que se sostenían en el semi techado del primero, si se acercaba a los bordes tendría una visión panorámica.

Subía despacio, distraído y con ganas de encontrar a Helga, la verdad, porque quería ver el libro y porque ya sería hora de regresar con sus abuelos y con los inquilinos. Quizá, porque es mi cumpleaños, podría convencer a la rubia de acompañarlo a una incómoda cena familiar. El pensamiento le hizo sonreír.

—¡Arnold!

Dio un respingo y se detuvo en medio de la ancha escalera.

—¿Mary?

La chica sonrió. Era considerablemente más alta que él, un poco pretenciosa, pero agradable finalmente. Tenía el cabello castaño, largo hasta la mitad de la espalda, y los ojos de color chocolate. Arnold se había rendido de salir con ella un montón de tiempo atrás, luego del fiasco y de la confesión apresurada cuando el colegio les había permitido tener cuentas de correo electrónico a cada uno. Luego, un día después de un especialmente exitoso juego de beisbol, Gerald se la había presentado. Ella se había olvidado de todo, claro. Era bueno, supuso, porque era una chica muy bonita y ahora parecía más fácil de tratar. Caminaron toda la tarde y luego que quedar para el fin de semana, las cosas se dieron con más y más naturalidad.

—¡Feliz cumpleaños! —Le dijo con entusiasmo y se acercó a darle un abrazo y un ligero beso en la mejilla—. Llamé a tu casa, pero me dijeron que habías salido y que no sabían a qué hora ibas a volver.

—Sí, bueno, no pensaba demorarme tanto. —Titubeó—. Gracias.

—No seas tonto. —Dijo haciendo un ademán con la mano—. Tengo tu regalo en mi casa, ahora tenía que comprar unas revistas a mi mamá. ¿Te parece si voy más tarde?

—Sí, claro, por supuesto. —Accedió apurado. Supuso que la mirada insistente exigía algún tipo de explicación, se sentía presionado y extrañamente culpable mientras elaboraba su respuesta—. ¿Te quedas a cenar?

—Si insistes. —Su sonrisa se pronunció todavía más—. ¿Y qué hacías por aquí?

Bueno.

—Er… estoy buscando un regalo con una compa… con una amiga.

—¿Un regalo?

—Sí. —Se encogió de hombros—. No me preguntes para quién.

—Oh, pero ahora tengo que saber.

—Sí, lo supuse. —Suspiró, todavía incómodo con la idea—. Es para mí.

—Para ti. —Repitió burlona—. Qué gran amiga.

—De hecho, creo que es una buena idea. —Respondió rápido, sintiendo que debía defender a Helga aunque no estaba seguro si Mary la estaba atacando—. Tenemos gustos diferentes y quiere asegurarse de comprarme algo que me guste.

Sí, eso sonaba plausible.

—Ya veo. —Concedió suavemente—. Pues parece un montón de trabajo.

—No, ha sido divertido. —Contestó por inercia—. No pasamos tiempo juntos muy a menos.

—¿No?

Había algo en la expresión, todavía sonriente, de Mary que no terminaba de cuadrar. Arnold quiso preguntar, pero los interrumpió una tercera voz.

—No. —Soltó cortante—. Te has demorado una barbaridad en entrar, cabeza de balón.

Mary frunció el ceño y Arnold se alegró. Helga había vuelto.

—Me distraje. —Se acomodó en el barandal de la escalera de forma que no estuviese dándole la espalda a ninguna de las dos. Helga que bajaba con un par de libros en las manos y Mary que subía con una bolsa llena de revistas—. Helga, ella es Mary.

—La conozco. —Dijo con simpleza—. Qué tal.

—Me halagas, mucho gusto Helga. —Contestó aburrida—. Yo no te recuerdo de ninguna parte.

Eso no fue amable. Arnold le lanzó una mirada a la rubia, Helga no parecía afectada.

—Seguramente. —Sonrió—. Estoy en la clase de informática. Tú eres la asistente del profesor, ¿no es cierto?

Arnold volteó a mirar a Mary gratamente sorprendido.

—Lo soy, sí, me alegra que te acuerdes de mi. —Se acomodó el cabello detrás de la oreja—. Debo haber dejado una muy buena impresión.

—La dejaste sí. —Contestó inmediatamente y con el tono burlón.

Arnold avecinó la tormenta. Se tensó en su lugar.

—¿A qué te refieres?

—¿No fuiste tú la que se explotó un globo de goma de mascar en la cara?

Un largo e incomodísimo silencio.

—Debes haberte confundido de persona. —Contestó con sequedad. Las mejillas estaban rojas.

—Yo creo que no. —Se encogió de hombros—. Pero qué sabré yo, a lo mejor estaba distraída.

—Sí, me lo parece.

—Te lo parece. —Repitió sarcástica—. En fin, no era mi intención meterme en lo que sea que estuviesen discutiendo. Me voy a pagar esto. Te veo abajo, Arnoldo. Hasta la siguiente clase, Mary Margaret.

—Adiós.

Helga bajó silbando los tonos de la nueva canción que había comenzado. Oh! Darling, please believe me, I'll never do you no harm. Su silbido, sin embargo, era más alegre. Casi convertía las letras de la canción en otra cosa. Oh! Darling.

—¿Helga Pataki es tu amiga? —Preguntó Marry desconcertada una vez que los silbidos de la rubia dejaron de oírse—. Sabes que es absolutamente insoportable, ¿verdad?

—No sé si insoportable. —Arrugó el ceño—. Pensé que no la conocías.

—Me acabo de acordar. —Explicó sin darle importancia—. Y sí, lo es. Nunca sigue las instrucciones de clase y siempre está haciendo ruido.

No le parecía difícil de creer.

—Lo sé. —No, en realidad no lo sabía—. Hace lo mismo en los demás cursos.

—Ahí está. —Se cruzó de brazos, satisfecha, como si Arnold estuviese dándole la razón.

—Le va bien en todos. —Se aclaró la garganta—. En todos los que llevamos juntos, al menos. Quizá no tanto en álgebra. Helga es bastante agradable cuando llegas a conocerla.

—Dijiste que no pasabas tiempo con ella.

—Lo sé, es extraño, ¿verdad? —Contestó más seguro—. Pensaba invitarla a cenar hoy en la noche. Podremos conversar y entenderás de qué te hablo.

Era innecesario. Muy innecesario, la verdad, pero la espontaneidad no podía detenerse.

—No, gracias.

—¿No vas a venir?

—Me parece que no. —Ya no sonreía, su expresión se había vuelto dura, quizá molesta. Arnold presentía que había hecho algo mal—. Creo que te entregaré el regalo el lunes. Nos vemos.

—Nos vemos.

Seguramente estaba molesta. No entendía por qué, pero en otra ocasión la hubiese seguido. Seguramente se hubiese disculpado por lo que no sabía y con la esperanza de enterarse en alguna conversación honesta. Mary Margaret era muy bonita, después de todo, inteligente, ingeniosa, algo pretenciosa, pero interesante. No tendrían por qué dejar de salir, en las tardes o los sábados en la mañana. Incluso a Gerald le parecía buena idea. Pero entonces tendría que seguir a Mary Margaret hasta el segundo piso. Se demoraría en encontrarla, pero al menos podrían hablar. Tendría que seguirla en un día en el que está siguiendo exclusivamente a Helga. No le parecía bien. Ah, claro, es que no estaba saliendo con Helga. Igual ya lo tenía decidido desde el comienzo.


Inútil. Le había cambiado el nombre de registro al propósito. Era la decimosexta vez que marcaba y el inútil todavía no se dignaba a contestarle la llamada. Cortó por lo sano. Llamó a Phoebe y tuvo que esperar tres largos y exasperantes pitidos antes de que le contestara.

—¿Helga? —Su voz sonaba tímida, culpable. Traidora—. Lo siento mucho.

—Después. —Le dijo irritada—. ¿Ya está todo listo o tengo que matar al idiota del afro?

—Más o menos.

—Sí, bueno, tienen cuarenta minutos como máximo.

—¿Una hora?

—El cobarde de Gerald está usándote porque sabe que lo asesinaré, ¿verdad? —Bufó indignada—. ¿Qué demonios están haciendo en el techo?, ¿le están bajando la luna y las estrellas?

—No… —Dudó—. Pero es sorprende que hayas adivinado la decoración.

—No puede ser. ¿Y cómo es que Rhonda no se está muriendo?

—Rhonda lo aprobó, de hecho…

—¡No me importa! —Se exasperó—. Cuarenta minutos y lo dejaré en la puerta de su casa. —Replicó sarcástica—. Alguien tiene que recibirlo y todo eso.

—Pero Helga…

—Hasta la luego, Phoebe. —Se aseguró que su tono sonara a advertencia antes de colgar.

Estaba teniendo un fin de semana insoportable. Había comenzado bien. Un helado y con la agenda ocupaba para no pensar que era el cumpleaños de Arnold. El chico que le gustaba, como si necesitara más presentaciones. Ridículo, por cierto, pero qué ganaba negándolo. Le molestaba la soberana cursilería del hecho, pero podía vivir con sus sentimientos. Lo que le parecía increíble, además, era lo fácilmente manipulable que era. No sólo había accedido a distraerlo toda la tarde, sino que también le había comprado un regalo. ¡Un regalo que de todas maneras le iba a comprar, pero que sea anónimo!, tenía una boca muy suelta, lo admitía. No le hubiese costado elaborar cualquier mentira y no se le había ocurrido mejor cosa que decirle la verdad de subconsciente y consiente y todo eso. Se negaba, eso sí, a admitir que había sido una tarde absolutamente maravillosa. ¡Con Arnold y en su cumpleaños!, caminando por el centro comercial, bromeando y comiendo pastrami. Tuvo que pellizcarse un par de veces para reconocer que no era un sueño. Quizá no tenía tanta mala suerte. TANTA. Sólo tenía que olvidar el incidente en la tienda de ropa. Pequeño, insignificante y mataría a cualquier que se atreviese a decir lo contrario (Arnold incluido). Ah claro, también tendría que olvidar a Mary Margaret.

Pequeña arpía entrometida. Tan castaña ella, oliendo siempre a goma de mascar y diciéndole a todo el mundo que salía con Arnold. No tenía vergüenza. La odiaba como a todas las demás, pero más que a las demás porque ella de hecho disfrutaba salir con Arnold. Había decidido no entrometerse. No por ellos claro, le importaba un carajo el amor altruista que miraba desde lejos (oh, ironía). Por los chismes. Todo el mundo estaba atento a cualquier actitud que no fuese de puro cinismo. Tenía una imagen que cuidar, además. Además. Y estaba esa cosa, esa, que le estrujaba el pecho de vez en cuando. Si Arnold salía con Mary Margaret era porque le gustaba. Le gustaba y debía ser mucho si ya llevaban varios meses viéndose empalagosamente en los pasillos y los fines de semana. Viéndose delante de todo el mundo y después de que Mary Margaret lo había rechazado. A Helga le molestaba que Arnold no tuviese dignidad. Eso, le daba pena. Pena y se moriría antes que admitir que era por algo más.

—Helga. —Una mano en su hombro. Dio el salto más acrobático y espectacular que había dado en toda su vida.

—¡AY! —Se alejó tres pasos—. ¿Qué demonios te pasa?, ¿es que no sabes ser normal y dejarte ver sin asustar a la gente?

Le latía el corazón en la garganta.

—Parece que no. —Le lanzó una mirada extraña—. Te estuve llamando.

—Estaba distraída. —Se sonrojó y la ansiedad hizo que le comenzaran a sudar las palmas de las manos.

—Seguro.

—Déjame tranquila. —Respondió de mal talante. Apretó las asas de la bolsa de plástico que tenía en la mano derecha y al final decidió no alargar más lo inevitable—. Hey, aquí, toma. Si no te gusta eres un cabezón con el peor gusto de la historia.

—Gracias, me alegra que dejes que tenga mi opinión. —Intentó ser sarcástico, pero el agradecimiento le salió entusiasta. Tomó la bolsa y le sorprendió que el libro estuviese envuelto en papel de regalo. Era azul con un listón dorado. Miró a Helga, pero ella estaba ocupada mirando un escaparate de revistas. Supuso que no debía presionarla y decidió abrir el regalo con cuidado.

—Es papel, Arnoldo, sólo lo tienes que rasgar.

—Lo siento, es el primer regalo que me has dado, quiero guardarlo.

—¿Eh? —Replicó desconcertada—. Sí, sí, sabes, tengo que ir… sí, ya, tú sólo termina de… nos encontramos por allá. —Señaló la sección infantil con un gesto vago y se fue, apresurada.

El libro era pequeño y grueso, de tapas duras y marrones, con las puntas metidas en triángulos de cuero y con reflejos dorados que se parecían al pan de oro. Las hojas eran color hueso, gruesas y con la tipografía clara y grande. Pasó los dedos por las letras de la portada y poco a poco el olor inconfundible de libro nuevo le fue llenando los sentidos. Viaje al centro de la tierra de Julio Verne. Había escuchado hablar de él en las clases de literatura. Nunca le prestó mucha atención, pero parecía interesante. Pasó las hojas con mucho cuidado y se detuvo un momento en el criptograma dibujado entre las primeras. Eso le pareció interesante. Se adelantó un poco más, justo al comienzo del capítulo ocho cuando un párrafo llamó su atención.

La pasé soñando con precipicios enormes, presa de un espantoso delirio. Me sentí vigorosamente asido por la mano del profesor, y precipitado y hundido en los abismos. Me veía caer al fondo de insondables precipicios con esa velocidad creciente que van adquiriendo los cuerpos abandonados en el espacio. Mi vida no era otra cosa que una interminable caída.

Qué distinto de la poesía. De las metáforas, de Emily y de los símbolos que no llegaba a comprender. Una pesadilla, el vértigo y lo entendía perfectamente porque él también había tenido pesadillas tenebrosas. Caídas por barrancos interminables, en medio de gritos y de llamados desesperados. Dónde podría caerse y encontrarlos, dónde se acabaría el eco. Le recordó la búsqueda que no comenzaba. Le habían dado ganas de leer el libro.

Oh ain't she nice. Parpadeó. La música se había elevado un grado y ahora no veía a Helga por ningún lado. Guardó el libro de nuevo en la bolsa y avanzó hasta el mostrador donde estaban las cajas registradoras. When you look her over once or twice. Empezó a tararear en su cabeza. Si tuviese una mesa cerca, tamborilearía los dedos para seguir el ritmo de la guitarra. Yes I ask you very confidentially. Dio un par de vueltas por los estantes y le entró la incertidumbre del abandono. Helga no sería capaz de dejarlo ahí, solo, luego de haberle comprado el regalo. No, de ninguna manera. ¿Dónde se había metido?, a lo mejor era una broma. No le sorprendía. Ain't she nice? Quizá eran los Beatles que se ponían sarcásticos.

Oh I repeat
Well don't you think that's kind of neat?
Yes I ask you very confidentially:
Ain't she sweet?

La encontró agachada junto a una pila de libros acomodado en el centro. Estaba revisando un libro de fotografía y parecía ensimismada en las imágenes. Se le ocurrió que podía escabullirse desde atrás para asustarla. Para terminar lo que no había terminado en la mañana. Se rindió antes de comenzar porque recordó que Helga siempre encontraba la manera de arruinarle los planes más avezados. Caminó desde atrás, sin embargo, siguiendo las líneas de la página y preguntándose si de verdad estaba ocupada o sólo estaba pasando el tiempo para evitar un momento embarazoso. La imagen era de la noche absoluta, con una gran luna llena que iluminaba sin iluminar y que reinaba en el vacío. Helga pasaba los dedos por los bordes de la circunferencia y murmuraba para sí misma. Trató de no hacer ruido mientras se acercaba, quería escuchar lo que estaba diciendo. Ya varías veces la había encontrado hablando sola.

Oh hermosa Selene en el cielo índigo,

espejo de las estrellas lejanas e iluminadas,

motivo que inspira los desiertos de mi alma,

en ti confío mi búsqueda.

Tú que lo observas todo en tu palacio infinito,

me dirás…

—Perdona, ¿vas a querer que te lo envuelva? —Preguntó uno de los vendedores con amabilidad. Tanto Arnold como Helga le lanzaron miradas llenas de irritación.

—No. Así estoy bien, gracias. —Contestó Helga con sequedad y cerró el libro sin muchas ceremonias, se lo entregó y se giró en su lugar—. ¡ARNOLD!

El vendedor decidió retirarse.

—Hey… —Saludó sin muchas ganas.

—¿Me escuchaste? —Preguntó con el tono agudo, se había puesto pálida de repente.

—No. —Mintió de inmediato—. Estaba buscándote… como parece que me toca hacer por el día de hoy.

—Entonces, ¿no me escuchaste, verdad? —Soltó una risita nerviosa—. Genial, ya vámonos, se está haciendo tarde. —Se movió hacia la salida, pero Arnold la tomó del brazo.

—Espera, el libro, muchas gracias. —Le sonrió—. ¿Por qué me has comprado este?

Dio un resoplido descreído, ya casi parecía ella misma nuevamente.

—Llevamos la misma clase de literatura, Arnoldo. —Sus labios se torcieron en una mueca burlona—. Sé que no has leído a Julio Verne.

—No me digas.

—El profesor te hizo una pregunta y contestaste pensando que era un poeta.

—Yo… espera. —Lo recordó de pronto—. No puede ser.

—Sí, bueno, no me sorprende. Deberías leer más.

—¿Y lo compraste sólo por eso?

—¿Por qué más?

—Gracias, Helga. —Repitió algo desanimado.

—Sí, ya vámonos zopenco. —Dijo incómoda.


Caminaron en silencio hasta la parada del autobús. Tuvieron mejor suerte que en la mañana, no había casi nadie y todos los asientos desde la mitad hasta el final estaban vacíos. Pasaron un eterno segundo de indecisión, pero al final se sentaron juntos. Helga al lado de la ventana y Arnold para el lado del pasillo. El conductor no escuchaba la radio, así que el sonido era mecánico y aburrido, la fricción de las ruedas con el asfalto, las bocinas de los demás autos y los murmullos quedos de los que conversaban a secretos o conversaban por el celular.

Helga sabía porque Arnold era muy obvio. Sabía porque lo había observado toda su vida. Sabía porque le gustaba y tenía cierta debilidad (una gran debilidad) por sus expresiones más tristes. Ayudaba el paseo monótono y el aire melancólico del silencio. Era el cumpleaños de Arnold y todo se veía tan triste y solitario. Tan parecido a lo que estaba acostumbrada. No le pareció justo aunque Arnold fuese un zopenco cerebro de ladrillos de lo peor. Se armó de valor y de toda la intrepidez que les sobraba a los Pataki para coger todo el aire que podía con sus pulmones y comenzó a hablar sin ponerse demasiados filtros.

—No te compré el libro sólo porque seas un cabeza de balón sin ningún tipo de gusto por el arte. —Bromeó con la voz débil.

Arnold dio un respingo y volteó el rostro hacia ella, en silencio.

—Tengo gustos bastante malos. —Dijo con suavidad—. Quizá puedas enseñarme.

—Podría, claro. —Le salió la burla a medias—. Tú quieres viajar, ¿no es cierto?

—Sí.

—A veces te miro. —Se sonrojó—. Cuando estoy aburrida en clase y todos están fingiendo estudiar… en geografía. Sé que eres el único al que le interesa.

Sé que eres el único que debe buscar a sus padres.

—Yo también. Te miro cuando recitas poesía en clase.

Es que en los cumpleaños siempre pasaban cosas extraordinarias.

—En el libro… ya sabes, el título. Es un viaje imposible. —Carraspeó—. No tenía que detenerse en eso, ¿sabes?, algunos viajes son imaginarios. Algunos viajes se comienzan en los sueños. Quizá Julio Verne podría haber ido al centro de la tierra.

—Quizá pudo ir acompañado. —Le sonrió de medio lado.

—Hay viajes que uno tiene que hacer por su cuenta, Arnoldo. —Arrugó el ceño—. No seas llorica.

—¿No querrás ir al centro de la tierra tú sola?

Tú vas a dónde se te da la gana Pataki. Sola, debes estar bromeando.

—Ya he ido a la Luna. —Se encogió de hombros—. Uno sobrevive.

—Me gustaría más poder vivir. Me sentiría mal si no pudiese disfrutar del centro de la tierra.

—Cuando lo hagas, —cuando te vayas Arnold—, el libro podría servirte de guía.

—Lo llevaré. Es un regalo que no se consigue en cualquier parte.

A Helga se le alborotaba el estómago.

—Cierto, muy cierto, quizá haya esperanza para ese cerebro tuyo. —La voz le salió cantarina, dulce para sus estándares.

—¿Habrá esperanza, también, para tu mal carácter?

—Yo que sé Arnoldo, tú eres quien se va al centro de la tierra. —Resopló—. Ya me contarás si encuentras algo interesante.

—Te traeré algo, para ganarle a tu regalo.

—Nunca le ganarás a mi regalo. —Sentenció con arrogancia—. Eres muy pelmazo para encontrar algo tan genial como lo mío.

—No sigas, Helga, me llenas de halagos.

—Lo sé, Arnoldo. Estoy siendo amable porque es un día inusual.

—No me digas.

Sonreían los dos, mirando al frente, cada uno divertido en el eco de las respuestas del otro. Mecidos por la velocidad del vehículo, sentados en un mismo asiento estrecho que les obligaba a rozarse los codos. Ya no daban ganas de hablar, pero Helga se animó a terminar el viaje antes de que se le acabara la valentía.

—Feliz cumpleaños, cabeza de balón.


FIN


Retoños me paso rapidito. No era lógico que se amaran para toda la vida. Espero que sepan entender que no me gusta forzar nada. He tomado varios clichés para este capítulo, si me los enlistan les hago una viñeta de lo que quieran. Les haré un apéndice chiquitito para que no se queden con la duda, porque soy buena, pero por ahora este es el final. Espero que les haya gustado.

Ya actualizaré, sé que están impacientes y los entiendo perfectamente. Llevo esperando dos años para la actualización del último capítulo de un fanfic que me gusta mucho. No les haré esperar tanto, pero les pido mucha paciencia, me temo que no estaré libre en mucho rato. MUCHO rato. Tengo dos exposiciones, varios exámenes, presentación de avance de tesis, monografías... cada vez que me acuerdo me deprimo. Igual, sepan que avanzo todo, a paso de tortuga, pero lo avanzo.

GRACIAS POR TODOS LOS REVIEW.

Respuesta a los anónimos.

Nuleu Strack. Awwww qué bonita eres cariño, equivócate lo que se te de la gana. ¡Ojalá te haya gustado el regalo!, espero que no odies mucho los finales abiertos. Te mando todo mi cariño de oso y espero leerte pronto. Fuerza con los estudios ;)

Polly. Aw Polly, eres de mis favoritas. Siempre estoy esperando tu review. Verás que sí, estoy enojada por el troll, pero qué se le hace. Igual no ha pasado nada, así que sigo cruzando los dedos. Ojalá te haya gustado el final y perdona que no te pueda sorprender con actualizaciones más seguidas. Trataré, estate segura de eso. Muchos besos ;)

luckybumber7. ¡Ya está aquí!, cuéntame qué te pareció ;)

rybuvano. Me halagas cariño, pero no he leído nada parecido a lo mío. Muchas gracias por las porras y yo te deseo toda la felicidad que puedas conseguir. Muchos abrazos, nos vemos prontito en otra actualización ;)

Voy rápido como siempre, pero me muero de sueño y si no subo esto ahora, no lo subiré nunca. Les agradezco mucho los ánimos y los halagos que no me merezco. Perdonen que ande apurada últimamente, pero sino no me daría tiempo a subir nada. Ya falta poco para que lleguen las vacaciones. Todo con fe.

¿Clic al botoncito? :3