Disclaimer: Los personajes, escenarios y subconjuntos variados de temáticas de Harry Potter no me pertenecen. Son de Rowling. Yo solo los tomo prestados para jugar un ratito en el sótano. Prometo devolverlos cuando acabe. (Firmado, Promethea)
Los personajes tampoco me pertenecen, porque lamentablemente no soy Rowling ni tengo millones y millones en los que nadar. Pero al contrario de Promethea, me niego a devolver a Draco cuando terminemos de jugar (Firmado, Ilwen Malfoy)
Bueno, lo prometido es deuda. Esta historia la vamos a hacer a medias Ilwen Malfoy y Promethea. Así que cualquier queja, crítica, o reclamación, hacedla por duplicado.
CAPITULO 1: Verdadera naturaleza
Hermione rebufó hastiada de todo. El sexto curso en la escuela de magia no estaba yendo precisamente como lo había imaginado: Harry estaba completamente ensimismado y obsesionado con su teórico destino y con los misteriosos enigmas que Dumbledore le planteaba. Ron tenía algo parecido al complejo de Sancho Panza, escudero infatigable de Harry, pero incapaz de ver que los Gigantes a los que se enfrentaba en su cabeza eran en realidad simples molinos de viento, y soñaba despierto demasiado con cosas como el Honor y la Gloria... era casi patético.
Tras el incidente en el ministerio, el ambiente era cuanto menos tenso. Y eso, en el menor de los casos, por que la definición más aproximada al espíritu reinante en la escuela sería "paranoia altamente contagiosa con tintes de histeria colectiva y pánico generalizado contenido a duras penas". Y Hermione ya estaba cansada de ser la voz de la razón, la única persona sensata en aquel nido de locos que se encaminaban a la esquizofrenia paranoide con aceleración constante.
Sentía estar fuera de sintonía. Siempre le había costado encajar entre los demás estudiantes, pero ahora se sentía fuera de lugar hasta estando con sus amigos.
Todo empezó cambiar y mejorar cuando un día, paseando por el pasillo de la tercera planta, pensando en sí habría algún lugar en todo el colegio donde refugiarse y ser, sencillamente ella por unas horas, una puerta apareció. La sala de los menesteres la había escuchado. Hermione se sorprendió en un principio, pues ni se había acordado de ella, pero se alegró inmensamente al rencontrarse con aquella fascinante habitación.
Y mas cuando cruzo el umbral, y se encontró con una habitación cálida, enchapada de planchas de madera labrada, con sillones cómodos, largas mesas de estudio, y llena de estanterías con libros, un pequeño laboratorio y montones de gigantescas estanterías llenas de cajas llenas de artefactos, objetos variados y trastos de todo tipo, color y forma. Era el sueño de todo estudioso, de toda rata de biblioteca...Y era solo para ella.
Ir a aquella sala misteriosa se había convertido en su tabla de salvación. O al menos en la tabla de salvación de su cordura. Solía ir varias veces por semana, y se encerraba allí horas, olvidándose del mundo. Olvidándose de todo...
A veces estudiaba los fascinantes libros que la sala le proporcionaba. Otras ocasiones, recorría los largos pasillos llenos de cachivaches, escogía alguno, y lo inspeccionaba... demasiadas curiosidades como para que una sola vida bastara para catalogarlas y descubrirlas todas. Solían ser sus horas más felices en aquellos desquiciados días en la escuela.
Todo cambió aquella tarde, cuando encontró objeto muy poco común, hasta para los estándares de lo que se podía encontrar en aquella sala. Era un espejo de mano. Con el mango de lapislázuli, y el reverso de plata. El espejo en sí era plateado, y redondo, de poco más de un palmo y medio de diámetro. Sin decoraciones, sin filigranas. Un objeto redondo y simple, sencillo y bello en su espontaneidad. Pero lo que más fascinaba a Hermione era la inscripción del dorso. Hechas con letras pequeñas y claras, sin recargamientos o florituras innecesarias.
La inscripción estaba hecha en ingles antiguo, y le costó algo leerla: "Soy lo que soy, y este es mi reflejo, por que mi verdadera naturaleza es algo más que lo que deja ver mi cuerpo. Nómbrame, y mira lo que llevo dentro, en la palabra que me evoca encontraras la forma de mi cuerpo"
La castaña parpadeó confusa ante aquel pequeño poema. Con sumo cuidado, dejó el espejo encima de la mesa, con la parte reflectante hacia abajo. Aquella inocente rima se le antojaba una terrible amenaza de alguna forma que no conseguía comprender. Pero seria interesante averiguarlo... siempre y cuando tomara las medidas de seguridad oportunas.
En aquella sala tenia de todo. Hasta cuarto de baño. Pero hasta la todopoderosa Sala de los Menesteres tenía sus limitaciones: lo que no tenia era cocina.
Era ya bien entrada la tarde cuando le entró hambre. Se escabulló de la sala, corrió hasta las cocinas, convenció a Dobby para que le preparara algo que se pudiera llevar, y volvió a su infatigable retiro en la habitación de sus sueños a continuar estudiando, inspeccionando objetos fascinantes, leyendo o haciendo deberes con calma.
El elfo domestico libre le había preparado unos sándwiches, y Hermione daba buena cuenta de ellos sin dejar de leer un libro de Aritmancia cuando la puerta de la sala se abrió de golpe.
-Vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí?- Siseo la arrastrada voz de Draco Malfoy, haciendo que Hermione se atragantara- ¿No tenías bastante con las salas de estudio de la escuela, sangre sucia?
A la ojimiel el mundo se le vino encima. De todos los capullos que podían haberla encontrado, tenia que ser el mayor de todos el que entrara por la puerta...
-¿Qué haces aquí, Malfoy?- Le pregunto ella con los ojos en blanco de puro agotamiento emocional.
-Te vi entrar, y alguien de tu calaña no podía estar haciendo nada bueno...-comento él con una sonrisa ladeada, acercándose a la larga mesa donde Hermione leía- ¿Qué planeas esta vez, sangre sucia? ¿Algún bizarro complot con tus amiguitos?
-No planeo nada, Malfoy, el experto en bizarreadas eres tú, ¿lo olvidabas?- Hermione tanteó con suavidad y disimulo su varita, por si acaso- Yo sólo estoy aquí leyendo. El silencio es una virtud harto difícil de conseguir en una sala llena de adolescentes. Por eso vengo aquí. No hay más misterio.
-Ya, seguro... -Rió él sin creerla. Los ojos del rubio se posaron en el brillante y espectacular mango del espejo plateado. Y alargo la mano para cogerlo. Hermione lo vio.
-Yo que tu no haría eso...-empezó a decir.
-¡Yo hago lo quiero! ¡Y tú no vas a decirme que puedo o no puedo hacer!- Gritó furioso por la osadía de aquella insignificante sangre sucia. En un arrebato de arrogancia (y de estupidez), Draco agarró el mango del espejo y lo llevó a la altura de sus ojos, viendo el reflejo de su rostro en aquel objeto. Sonrió con malicia, y vio como la superficie pulida le devolvía la sonrisa. Hermione no pudo evitar pensar en ese dicho que reza "Cuando miras al abismo, el abismo te mira a ti" -¿Acaso olvidas quién soy, Granger? ¡Soy superior a ti! Soy un sangre pura, hijo de sangres puras. Vengo de una estirpe de larga tradición, ¡pero tú nunca podrías comprender el orgullo que ello supone!
El tono de voz del muchacho subió. Draco estaba furioso. Y apenas se dio cuenta de que el espejo en su mano comenzó a emitir una pálida luz diáfana que arrancó sombras extrañas en las paredes de la sala. Hermione si lo vio, y se levantó arrastrando la silla con los ojos desorbitados. Aquello no podía ser buena señal.
-Por si lo has olvidado, mi nombre es Draco Malfoy, Granger, ¡puedo hacer lo que quiera! Porque es mi derecho, mi privilegio ¡Tengo el poder para ello! Y no serás tú, insignificante gusano, quien me diga que puedo o no puedo hacer- Aulló triunfal el rubio al malinterpretar la expresión de terror en la cara de la chica.
De pronto, todo se puso blanco. Había ecos imposibles que rebotaban contra las paredes.
-Mi nombre es Draco Malfoy...- Se repetía con una voz grave y cavernosa.
-Draco… Draco... Draco... -Repetía un eco mas agudo y sutil.
-Tengo el poder... tengo el poder... -repetía otra voz, casi asustada y compungida.
-Mi derecho... mi privilegio... mi derecho... mi privilegio... mi orgullo... -recitaba una voz más, una que sonaba enloquecida y estridente.
El rubio intentó soltar el espejo. Pero parecía soldado a su mano. No podía moverse. El pánico se apoderó de él. Toda la gracia que había podido causarle la cara de espanto de Granger, se había esfumado en cuanto la primera voz desconocida resonó en la habitación.
-¡Suelta el espejo maldito idiota!- Aulló Hermione intentando saltar por encima del escritorio varita en mano.
Pero ya hacia mucho rato que se había vuelto demasiado tarde. Un torbellino apareció de la nada, engullendo a Draco delante de los mismísimos ojos de Hermione.
Lo último de lo que fue consciente el ojigris, antes que su mente se nublara por la inconsciencia, fue de haber visto por el rabillo del ojo una extraña forma en el espejo. Parecía su reflejo... debería haber sido su reflejo. Pero él no recordaba ni por asomo tener tantos dientes. Ni tan puntiagudos. Y que él supiera, en aquella habitación no había nada que pudiera haberle rodeado de esa cantidad de fuego… ¿no?