Disclaimer: Humm, cuanto me gustaría decir que Issabelle es mía… pero no, es sólo de Cassandra Clare… ¡ella es la única que puede manejarla!
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Título: Izzi sabe.
Fandom: Mortal Instruments.
Pairing: Isabelle Lightwood, y apariciones estelares de otros personajes.
Sumary: Pequeñas viñetas sobre Isabelle… destinadas a conocer mejor a la fabulosa Lightwood. Desde su primer encuentro con un demonio, con el amor, con el temor de la pérdida y el dolor… hasta bueno… hasta que Casandra no pueda darme más.
Rating: K+? y quizás T.
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Primer encuentro.
Tiene cinco años y va por la calle, cogida de la mano de papá. Pocas son las veces en que consigue hacer algo ocioso con él, porque siempre está de viaje en viaje, haciendo diligencias de La Clave. Izzi sabe que debería estar feliz. Que debería alegrarse porque ha tocado que hoy sea ella la convocada de papá. Pero no puede. No puede porque no deja de pensar en que dentro de poco, él se va a volver a marchar. No puede porque aunque tiene el cuerpo protector de su padre al lado, no tiene su mente, no tiene su atención, y parece que no tiene completamente su amor. Él camina con majestuosidad. A grandes zancadas, con la cabeza alta y despejada, y con total libertad. Hoy no hay glamour que valga, hoy sólo son ellos, un padre y su hija, dos nefilim más, hoy vuelven a ser visibles a ojos vista de la clase mundana.
Izzi cree, no, más bien sabe, que su padre aún está enfadado por la pequeña broma que les ha gastado esta mañana a él y a mamá (una en la que intervenían cucarachas, comida, lengua, gritos y un gran castigo) pero ella cree que ya ha pagado lo suficiente -¿Acaso no es bastante que le quiten todos sus sets de juguetes y maquillaje?- entonces, ¿por qué papá sigue caminando tan rápido? ¿Por qué la sigue estirando como si de una muñeca de trapo se tratase? Oh, porque está enfadado; por supuesto que es por eso; Izzi lo sabe muy, muy bien.
Por eso no se sorprende cuando, de forma brusca, su padre se detiene y ella choca contra su robusto cuerpo. Está a punto de caer al suelo, por lo duro que es él, y lo frágil que es ella, cuando Robert Lightwood la estabiliza de un solo gesto de mano, y la esconde apresuradamente tras él.
Izzi quiere protestar, porque está harta de tanto enfado, pero antes incluso de que pueda soltar su agudísimo grito de indignación, su padre se arrodilla ante ella, y la pide silencio con un dedo, al tiempo que saca un cuchillo y una estela de uno de sus tantos bolsillos. Con movimientos ágiles y veloces, traza sobre su cabeza y sobre la de Izzi un amplio arco, que como una helada corriente, les proporciona aún más invisibilidad. Luego se acurruca contra la pared, abrazando a Izzi en el proceso. Tras ver el arco que hacía padre, Izzi ya ha comprendido lo que pasa; y es que, al final de la calle, hay una jauría de Demonios muy particulares.
No sabe qué razas son, ni cómo Alec, el siempre sabiondo Alec, los llamaría; sólo sabe que invisibles, los demonios no la pueden ver, y por tanto, tampoco la pueden lastimar… y su padre a ellos tampoco, porque la tiene que cuidar. Si se enfrentase él solo a todos ellos, ¿quién la apartaría de la zona de batalla? Izzi se siente capaz de combatir con todos ellos junto con papá, de verdad… pero sus piernas no piensan lo mismo, su corazón hace demasiado ruido, y sus ojos nublados la impiden ver bien el camino.
Así que Izzi permanece quieta; Silenciosa, callada, como papá le pide que haga. Apretando la cara contra su pecho, porque papá le impide ver tan pronto las cosas que los nefilim tanto persiguen; acurrucada entre sus brazos y con los oídos también bien taponados por sus callosas manos, para así bloquearla de los gruñidos y los elocuentes ruidos que las demoníacas figuras hacen al moverse.
A pesar de ello, hay uno rezagado, que sigue remoloneando a su alrededor. Uno que avanza, olfateando, justo hacia su dirección. Y que por lo tanto se merece el cuchillo que padre ha lanzado -y al que ha llamado Ezequiel- porque no se vale que la haga temblar, el cual se clava de forma diagonal, según las instrucciones de Hodge, justo en el costado derecho del demonio.
Sin embargo, Issabelle Lightwood, cinco años de edad, 120 de estatura, niña habladora donde las haya, y curiosa por necesidad, no es, ni siquiera de pequeña, alguien que permite que la construyan un cuento de cristal… no, al menos, si ella misma no ha probado o clavado ese afilado metal. Así que, rebelde por devoción, con el miedo pintando hasta el borde de sus mordisqueadas uñas, se vuelve resuelta a mirar al demonio. ¡Por el ángel, sí que es feo, el muy condenado! Es de un color marrón feo y oscuro…, tanto como el oloroso regalo que ella misma deja todas las mañanas en el cuarto de baño; además, tiene más pelaje en la cara que en todo el resto del cuerpo. A pesar de su valor, no puede evitar dar un paso hacia atrás, creyendo que el demonio saltará en cualquier momento para romperla los pantalones; al mismo tiempo, huele tan mal, tan pero tan, tan mal, que es como si se hubiese rociado de una asquerosa colonia –entiéndase vómito– por encima, para salir a cazar. Fascinada y asqueada a partes iguales, Izzi ve cómo el demonio, entre chillidos y malas volteretas, va disminuyendo poco a poco hasta, finalmente desaparecer en el aire, por completo. Cuando desaparece, la calle vuelve a quedar tan despejada como antes, y es ahí cuando se da cuenta, de lo apretada que la tiene envuelta y cogida su padre.
Izzi se quiere quedar así, tranquila, segura, única preocupación de papá. Notando bajo su mojada mejilla, la gruesa ropa que mamá ha planchado tantas veces, oliendo su perfume distintivo y particular, percibiendo los estruendosos latidos que hace su corazón al latir, sintiendo en cada poro de su piel, en cada caricia a su larga melena, el amor inmenso de papá.
Y ahora es cuando Izzi sabe. Que papá no es de aquellos, que dicen sin sentir. Sabe que sus palabras, quedamente susurradas en su oído, no son sólo para calmarla, sino también para perdonarla. Sabe que aunque hoy se enfade con ella, y lo vuelva a hacer otro día, y otro día, es eso, precisamente, el amor protector de una familia. Izzi sabe que el resto de los odiosos demonios, hace mucho se han desviado de ellos, pero que papá sigue apretujándola porque quiere asegurarse que su niña está viva, está salvada, está alejada todavía, de la agitada vida de una cazadora de sombras. Porque Izzi sabe que no siempre tendrá toda la atención de su padre, pero que siempre, habrá un rincón, no tan oculto ya para ella, privado…, suyo…, que estará latente ahí, abierto y orgullosamente florecido, por cada latido de su corazón, por cada viaje fuera del hogar, por cada demonio que empiece ella a cazar. Y aunque tiene un primer demonio para demostrarlo, Izzi sabe, ahora sí sabe, que el amor no es palpable, no es algo demostrable por el que tenga que patalear…, sólo la llovizna que cae a veces de forma repentina, calando los huesos, calando el alma, calando la calma, .