Zamorozhennye*

5

La despedida

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"C'est le malaise du momento

Les pensées qui glacent la raison

Sommes nous les jouets du destin" - Placebo.

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Transcurrieron varios días y durante ese tiempo no había tenido noticias de Viktoria. No se había dejado ver por la cabaña de Cristal ni en el campo de entrenamiento. Camus no quería reconocerlo abiertamente pero de alguna forma la extrañaba.

Lamentaba mucho lo ocurrido entre ambos en la cabaña pero si había algo de lo que él estaba seguro era que no podía estar con ella, simplemente su deber como caballero de Atena y como maestro de Cristal eran su prioridad en la vida. Quizá debería decírselo, podría ir a la cabaña y hablar con ella para que las cosas no quedaran tan mal, ella le gustaba y eso no podía negarlo ni sacarlo de su mente por más que lo había intentado durante todos ese tiempo.

Todo era muy complicado. En ese instante le pareció una excelente idea volver al Santuario y jamás volver a poner un pie en Siberia. Había ido hasta allá para tener un poco de paz y tranquilidad y había resultado todo lo contrario aunque todavía no llegaba al grado decir que era un infierno, si había sido suficiente para quebrar su paz mental.

El campo de entrenamiento, aquel lejano lugar cubierto por hielo y nieve que le sirvió muchos años para estar a solas y pensar ahora era un sitio de bullicio, caminó hasta allá y se encontró con Cristal y el discípulo de este en sus actividades de diario. El entrenamiento de Hyoga estaba por llegar a su final y la última prueba que tenía que enfrentar era el obtener la armadura de bronce del gran tempano de hielo.

—Una vez que haya conseguido la armadura –decía Cristal—, el entrenamiento estará completo.

Espero haberlo hecho también como Usted Maestro –Camus no dijo nada, tan solo observó al jovencito ejecutar una y otra vez el polvo de diamantes.

—Espero que este chico logre explotar todo su potencial y sea un digno representante de los caballeros de los hielo. Te felicito por tu trabajo Cristal, lo has hecho muy bien —dijo Camus mirando a su discípulo con sinceridad.

—Le agradezco este reconocimiento Maestro aunque creo que aun no estoy a la altura de Usted sin embargo sé que Hyoga no me decepcionará —Camus miraba al chico sin decir nada pero había algo, algo que no se podía explicar relacionado con él. Algo muy dentro de su persona le decía que no sería la última vez que viera al jovencito sin embargo no podía visualizar el escenario en el cual se encontraría con él pero podía estar seguro de que lo volvería a ver.

—Hay algo que quería pedirle Maestro Camus –decía Cristal mientras miraba entrenar a Hyoga—espero que no sea demasiado atrevido de mi parte el hacerle la siguiente petición.

— ¿Qué es Cristal?

—Se trata de Hyoga —Camus miró a Cristal, estaba muy serio y no dejaba de observar al chico. Por su expresión pudo deducir que lo que estaba a punto de decirle era el resultado de largo tiempo de meditación, no parecía ser una petición hecha así nada más.

— ¿Qué hay con él?, ¿Qué te preocupa Cristal? –le dijo severamente.

—Quiero pedirle que por favor ocupe mi lugar como Maestro del chico en caso de que algo llegara a pasarme.

— ¿Qué estás diciendo? –No se esperaba ese tipo de petición y le resultaba lógica, hasta cierto punto, pero inesperada— ¿Por qué piensas que algo podría pasarte? Y ¿Por qué me lo pides a mí precisamente?

—He oído que hay cosas turbias en el Santuario y sé que tengo que estar preparado para todo lo que pudiera pasarme si tengo que ir al campo de batalla. No quiero que él esté solo, creo profundamente que Hyoga necesita un guía a su lado. Es muy fuerte pero… tiene problemas para lidiar con la soledad. El que haya querido ir a buscar a su madre es una clara muestra de que no le gusta la soledad. No quiero que esté sin nadie cerca ¿entiende?

—Cristal si todo el tiempo lo estás consecuentando créeme que no aprenderá a estar solo. No puedes estar detrás de él como si fueras su niñera.

—No es eso Maestro. De verdad que no sabría explicárselo, solo lo sé. Es un favor que le pido; es lo único que le pediré en lo que me quede de vida. Hyoga es como un hijo para mí, quisiera estar ahí para él siempre pero sé que no podré. Es por eso que le pido a Usted ese favor.

—Cristal…

No podía negarse. Camus no podía imaginarse lo que pasaba por la mente de Cristal pero se veía que lo había pensado y reflexionado cuidadosamente antes de decírselo; era demasiado humano, poseía una calidez que Camus jamás había podido entender y seguramente se lo había transmitido a Hyoga. Esa atención a las relaciones interpersonales era algo que Cristal dominaba muy bien y esa anticipación a lo que pudiera pasar lo confirmaba.

—Yo estaré pendiente de él Cristal. Aunque espero que no pase nada que te separe del chico –se lo dijo de la forma más honesta que pudo, él no se sentía parte del mundo que ambos compartían pero no deseaba que ese mundo que compartían ellos dos se perdiera por alguna razón—. Cumpliré con tu deseo.

—Se lo agradezco mucho Maestro. No sabe cuánto —la mirada de Cristal se iluminó.

El presentimiento que tuvo hacía unos minutos se había convertido en profecía; el chico se encontraría con él en algún punto del futuro y además estaría bajo su cuidado a partir de ese momento.

Debía volver al Santuario para evaluar la situación que estaba por ocurrir con el Patriarca corrupto al mando, le daba la impresión de que el escenario se estaba montando poco a poco. Estaba decidido y no podía perder más tiempo.

—Volveré a Grecia –le dijo a Cristal—. Hay varias cosas que tengo que analizar allá, ciertamente la situación podría empeorar y hay que estar preparados para cualquier cosa que se presente.

—Lo mantendré informado por si algo malo llega a ocurrir en estas tierras.

—De acuerdo.

—Por cierto Maestro, le agradezco mucho el que se haya tomado un tiempo para venir hasta acá. No sabe como aprecio su presencia aquí. También Hyoga lo aprecia mucho.

No dijo nada, tan solo asintió con la cabeza.

Se despidió de ambos y tenía que reconocer que fue una despedida demasiado emotiva para él llena de abrazos y palabras de gratitud. El apreciaba todo eso pero simplemente le pareció que era demasiado, como si no lo fueran a volver a ver nunca.

—No se olvide de Viktoria —dijo Cristal—. Ella lo aprecia mucho aunque no se lo haya dicho.

Camus no dijo nada y solo asintió.

Emprendió el camino de regreso a Grecia, esta vez iría por el camino más corto porque ya no tenía el humor para visitar más lugares como lo había hecho durante el trayecto de ida. Guardó todo en la pequeña maleta que traía cuando llegó, se iba con lo mismo con que había llegado.

Solo había un asunto sin resolver que le daba vueltas por la cabeza y sentía que no lo podía dejar de lado así nada más. Se trataba de Viktoria. Cristal la había mencionado pero lo que el joven no sabía era que Camus la tenía presente la mayor parte del tiempo.

Caminó hacia el centro del pueblo siguiendo la calle hasta su cabaña. Aunque no sabía exactamente como decirle todo lo que necesitaba no quería que las cosas quedarán mal entre ambos aunque no volvería a verla no deseaba que ella lo odiara por no poder corresponderle.

Porque él estaba seguro de que hubiera podido quererla mucho si no tuviera un deber más importante que cumplir, si no tuviera marcado ese destino quizá hubiera podido amarla y dar la vida por ella. No podía ser de esa forma pero no era razón para que terminaran las cosas mal entre ambos.

Es lo que le diría. Si es que ella quisiera escucharlo, a lo mejor ella no quería saber nada él. La mente de una mujer era algo que definitivamente no entendía. No sabía cómo reaccionaría ella ante su llegada y pudiera ser que ni siquiera le abriera la puerta pero en un caso así solo había una forma de comprobarlo. Por esa ocasión trató de imaginar que le diría Milo en una situación así, seguramente le diría que no se quedara con los brazos cruzados, fuera a la cabaña de ella para resolver la situación y no dejar las cosas así.

Llamó a la puerta un par de veces. Esperaba que ella saliera, el corazón le latía con fuerza y sentía un nerviosismo que no había sentido antes. Aún así trató de mantener la calma y esperó. Ella abrió la puerta y lo miro con sorpresa.

—Hola. No esperaba verlo por aquí —dijo neutral sin sorpresa en la voz. No lo invitó a pasar sino que salió de la cabaña y emparejó la puerta.

—Hola Viktoria. ¿Cómo has estado? Hace varios días que no te he visto –le dijo lo más normal que pudo.

—He estado ocupada y le pedí a Jacob que les llevara los víveres —notó como ella miraba para todos lados, le parecía muy evidente que también estaba tratando de mantener la calma y parecer normal.

La miró con gravedad, tenía las palabras en la boca pero no sabía por dónde empezar.

—Bueno… solo vine a despedirme. Regresaré a Grecia. Quizá no me creas pero… no quería irme sabiendo que me odias por lo que pasó la otra noche.

—No se preocupe por eso le dije que estaba bien.

— ¿De verdad?

—Si –ese fingido autocontrol lo estaba desesperando; ella estaba cruzada de brazos con una postura inquebrantable como una gran muralla y él tenía sus palabras dulces en la punta de la lengua. Respiró hondo antes de continuar. No podía quebrarse ni mostrarse débil.

—No, mira… Yo quería decirte que de poder corresponderte lo haría, si estuviera en mis manos esa decisión créeme que yo te entregaría mi corazón. Pero no depende de mí, nosotros no venimos a entrenar hasta acá solo por diversión sino porque tenemos un deber que cumplir, nuestra vida se basa en servir a un bien más elevado.

—Entiendo…

—Yo no puedo jurarte amor y decirte que siempre estaré a tu lado porque eso sería mentirte. Si mañana tengo que ir al campo de batalla existe la gran posibilidad de que no regrese nunca y eso no sería justo para ti. Eres muy especial para mí y yo no quiero ser igual al esposo que se fue y nunca volvió.

Aquellas razones radicaban en un hecho que era diferente a su principio de indiferencia que tanto pregonaba. Se basaban en un deber como caballero, en su deber para con Atena y en la responsabilidad que suponían Cristal y próximamente Hyoga. Ya había lidiado con sus sentimientos y tuvo el tiempo necesario para darse cuenta de que no podía reprimirlos todo el tiempo ahora debía enfocarse en su deber como caballero.

—También tengo discípulos por los cuales velar y que son una responsabilidad para mí. Debido a eso me es imposible estar contigo –trató de buscar la mejor forma de decírselo y ella trataba de no mirarlo. Camus notó lo difícil que era para ella aceptarlo.

—Le agradezco su honestidad y aprecio mucho que me haya dicho todo esto. Yo sé que no tengo un lugar en su mundo porque veo que Usted tiene muchas otras cosas por las cuales ocuparse.

El se esperaba en todo momento que ella explotara y le azotará una cachetada o algo parecido. Era muy impulsiva, a pesar de eso sus sentimientos por ella no cambiaban aunque muy dentro de él sabía que esa forma de ser de ella hubiera terminado por volverlo loco.

—Si lo tienes… Si tienes un lugar —esta vez el que bajó la mirada fue él. Era increíble que pudiera tener tanta facilidad de palabra a la hora de enseñar a un discípulo, podía dar una cátedra completa acerca de los principios de la termodinámica con gran emotividad, Kelvin, Fahrenheit y Celsius tenían un grado de dificultad elevado y él los podía recitar con detalle pero ahora no le salían las palabras para decirle a Viktoria que "no podía estar con ella pero eso no significaba que no la quisiera".

Ella ocupaba un sitio especial en su corazón y no se lo podía decir, no encontraba las palabras adecuadas

— Si, ocupas un lugar especial en mi corazón pero yo soy malo para este tipo de discursos y no sé como decírtelo –le dijo al fin reuniendo todo su valor.

— ¿De verdad? –él noto como la mirada de ella había cambiado y su postura se veía más relajada.

—Sí. Esa es la verdad, no sabía cómo decírtelo. No quería que te quedaras con una idea falsa del porque no puedo quedarme contigo pero… siento lo mismo que tu.

Se sentía un poco más ligero tras haber dicho esto como si se hubiera quitado un gran peso de encima, ella se acercó a él y lo abrazó efusivamente. Camus trato de corresponder el abrazo, aunque abrazar no era lo suyo intentó hacer lo mejor que podía. Viktoria le daba pequeños besos en la mejilla y él sintió como ella se aproximaba lentamente a su boca.

—Viktoria, escucha…

—Es solo un beso de despedida –le dijo ella adelantándose a lo que estaba por decirle y le acarició el rostro para tranquilizarlo.

—De acuerdo… —dijo él esbozando una sonrisa.

Ese fue el beso más apasionado que nadie le había dado antes. Siempre había sido algo torpe para dar besos o abrazos pero hizo lo posible por darle a entender que el beso y los abrazos eran bien recibidos.

—Vamos a dentro –dijo ella—. Le daré algo de comer porque veo que te espera un largo viaje —lo tomó de la mano y lo llevo adentro.

—Muy bien, no negaré que tengo algo de hambre.

Camus vio a lo lejos el Aurora Boreal, el primero de la temporada de invierno, curiosamente se veía mucho mejor que la última vez que estuvo en Siberia. Por primera vez en mucho tiempo podía apreciar la aurora con todos sus colores y magnificencia.

Pasó varias horas en la cabaña de Viktoria, el tiempo transcurrió muy rápido, él perdió la noción pero no lo lamentaba y la comida había estado deliciosa. Además de eso había vivido una experiencia aun mas intima con ella, tenía mucho tiempo de no compartir algo así con nadie por lo que aquello no lo olvidaría, el abrazo de ella había sido muy cálido y significativo para él de muchas formas que quedarían grabadas en su corazón y su memoria.

Esa experiencia la guardaría celosamente y no se lo mencionaría a nadie, más que nada porque le concernía solo a los dos, aunque sabía bien que a nadie en el Santuario le importaría él lo guardaría como un secreto. Quizá a Milo le importaría y consideró la idea de comentárselo cuando lo viera pero de inmediato vio en su mente una imagen de este dándole una ovación de pie gritando "¡Bravo Camus, ahora eres todo un hombre!". Sonrió por un momento ante esa ridícula imagen mental y de inmediato desechó la idea.

Sentía el viento frio a su alrededor, hacía varios minutos hubo una nevada fuerte y parecía que iba a haber otra dentro de poco tiempo. Debía darse prisa. Se sentía mejor consigo mismo todos los cabos en Siberia ya estaban atados y ahora ya no tenía más dudas sobre sus sentimientos, sus principios y su forma de ser.

Le gustaba su personalidad y pese que le había mostrado a Viktoria que podía ser un hombre cariñoso ya estaba viejo para cambiar y realmente no quería cambiar. El era como era y así estaba bien. Sonrió ampliamente tras llegar a esa resolución y siguió su camino al Santuario.

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FIN

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*Notas finales: Créanlo o no, me costó escribir esta última parte. Estudie varias posibilidades y llegue a la conclusión de que era mejor dejar algunos detalles a la imaginación de Uds. Lectores. Espero que hayan disfrutado la lectura o al menos les haya sacado una sonrisa.

Nos leeremos luego. :-)

WienG.