Interludio

"Si se detienen un segundo y repasan, lentamente, cada uno de los pasajes de este cuaderno, no tardarán en descubrir que en cada capítulo vuelve a aparecer, como una coincidencia, un personaje infantil."

"¿Es siempre el mismo niño? Pues no, no es posible. Una parte de esta serie de insólitos sucesos tuvo lugar en el siglo XIX, a orillas del Támesis. Hacía dieciocho años nada más que Dickens había echado su último suspiro en Gad's Hill Place. Eran los tiempos de la reina Victoria."

"El único niño que nos tropezaremos en tales circunstancias tenía, en efecto, muy poco, o casi nada en común, con el travieso huérfano que se fugó de Le Labyrinthe, en 1930, con ayuda de su amigo y cómplice, Alois Trancy, hijo de un fabricante de miniaturas. Alois cambió de sitio con él para permitirle, por una noche, que fuera hasta la plaza a ver pasar, entre la muchedumbre de artista y poetas, a la caravana fantástica del Circo de Noah."

"Detrás de cualquier chiquillo que intervenga en el curso de lo que en este folio se registra, empiezan a surgir, de forma casi teatral, absurdas coincidencias y raras situaciones, que dan a entender que la promesa que venía junto a aquella pestaña trascendió de una época a otra con la misma facilidad con la que el arco de un violín se recupera del fondo del Támesis. Por veredas oscuras se relacionan, increíblemente, los túneles bajo la cubierta de un bergantín maldito, con los pasillos sombríos de la mansión Phantomhive. Y los tétricos sueños con las canciones de cuna."

"Yo he conocido a ambos. Al arrogante condesito del parche en el ojo, que tocaba el piano y que tenía por costumbre lanzar toda clase de artilugios acústicos al río, (supe de cierta ocasión en que se arrojó a sí mismo), y al huérfano francés cuyo padre desapareció en la Primera Guerra Mundial, para que luego su joven esposa, Rachel, enferma de tuberculosis, le siguiera en 1925, dejando totalmente solitario a Solitaire, siendo este el apodo que los otros niños del orfanato le pusieron al chico callado de la mancha en el ojo derecho".

"Algo me ha llevado a presentir que absolutamente nada ha sido casual. No obstante a ello, pienso en la imposibilidad de que un mismo niño protagonice dos realidades tan diferentes, dada la condición transitoria y debilucha que posee el alma de la mayoría de los seres humanos. Mi preocupación recae también en las curiosas fotografías que sobresalen, como queriendo llamar mi atención, en uno y otro período histórico".

"Por demás, se ha hablado alguna vez de la existencia de un almacén de antigüedades, que se mantuvo inexplicablemente activo a lo largo de ciento ochenta y cuatro años, adonde fueron a parar, en cierto momento de la historia, las mismas reliquias que pertenecieron tanto al oscuro noble como al pequeño hijo del piloto ahogado".

"No consigo enlazar un hecho con otro. He buscado y rebuscado en infinidad de crónicas, y nadie, ninguna fuente de información, ni londinense ni parisina, ni del espacio, me ha dado respuesta aún a este interesante enigma."

"He velado, milenio tras milenio, por preservar intacto el susceptible velo que separa la imaginación infantil de la percepción demencial en la que nos escondemos, y estoy convencido de que esa impertinente pestaña que falta en mi inventario, y que estuvo cerca, tan cerca tanto de Phantomhive como de Solitaire, es la atadura maldita entre 1888 y 1930".

- ¿Ya terminaste con tu monólogo macabro, William T. Shakespeare Spears? -.

Me volteé, con molestia, hacia el parásito escarlata de la guadaña ridícula.

Considero que es un insulto al oficio el otorgarle a Sutcliff la distinción de "Dios de la Muerte".

El ambiente se tensó cuando tuve que abrir a la mitad el retorcido encéfalo de Grell, para conectar una estupidez con una tontería, y así averiguar a qué se estaba refiriendo con el sintagma "monólogo macabro".

- Un par de veces leíste algunas líneas en voz alta. Y un par de veces, yo te hice caso…-.

Supongo que me he sumergido demasiado en mi análisis.

¿Cuándo exactamente fue que mis impulsos nerviosos se divorciaron de mi voluntad?

- ¿Un par de veces? -.

- Tranquilo. Me puse a pensar de veras en ello cuando le pasaste por encima a las señales obvias -.

Maravilloso. Sutcliff acababa de insinuar que yo era un incompetente.

- Debo estar perdiendo la compostura; ¿tú, emitiendo un juicio serio en torno al trabajo de los demás…? -.

En el fondo, muy en el fondo, un ligero relámpago de curiosidad me asaltó cuando Grell mencionó esa "evidencia" que para mi era inexistente…

- Will, Will, Will… - repitió, actuando como quien se fatiga tras mucho estudio – ¿En serio no se te ocurre cuál pueda ser el elemento común entre un rey negro del "ajedrez", y un bufón que se fuga del "solitario"?

Una idea, una mínima sospecha un tanto irreverente, salió al flote en mi conciencia; como un barquito de plomo que se dispara hacia la superficie, jalado por su propia capacidad de sostenerse sobre el agua…

Aún así esperé, con suma paciencia, por un segundo, a que Grell Sutcliff se auto-respondiera su acertijo…

Rey negro en el ajedrez…Bufón que escapa del solitario…

Casillas blancas y negras… Un mazo de naipes medievales…

No me tomó mucho tiempo recordar, recordar la época extraña en que los fantasmas veían caer baratijas al fondo del Támesis. Volvieron a resonar en mis oídos las ruidosas herraduras de caballo repiqueteando contra los adoquines, y vi pasar la sombra de una figurita soberbia, con bastón, sombrero y parche…

La música, los salones, Scotland Yard, una compañía de dulces y juguetes, siempre el niño, ese niño, ese niño…

Algo faltaba. Algo se había borrado de mi memoria. Una presencia, un segundo personaje…

Entonces pensé en todas las pestañas que he recogido del mundo; y en la única que se me había extraviado.

Se necesitan dos meñiques para hacer una promesa.

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